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Nº 6 - Abril 2003

  "En esto
   conocerán
   todos que sois
   mis discípulos,
   en que os amáis
   unos a otros."

          
Juan 13, 35

Sí a la paz que nace del diálogo entre pueblos y culturas. No a una cultura de la guerra y la violencia.

 

Editorial

Una casa
donde todos y todas caben

Este nuevo número de Discípulos, además de una serie de artículos sobre diversos temas, planteamos una reflexión central sobre la Iglesia como comunidad acogedora.

       En un mundo donde se dan un número creciente de situaciones de exclusión (del acceso al agua potable,la salud, la educación, la toma de decisiones, el trabajo,...) que alimentan la guerra y la violencia de tido tipo, la Iglesia, comunidad de los discípulos de Jesús, debe ser una casa abierta y acogedora donde todos caben. Así lo quiso el Señor, que mantuvo siempre una disposición a hablar con todos, sentarse a todas las mesas y a todos anunciar que el Reino está cerca.

       La Iglesia, sin embargo, no puede ser testigo profético de la acogida si en su interior muchas personas se sienten excluidas. La tolerancia y el diálogo dentro de la Iglesia suscitan en muchos cristianos miedo a un posible peligro de

sincretismo y eclecticismo moral y religioso. Por ello, desde hace siglos, se han ido institucionalizando formas de exorcizar este miedo mediante la exclusión de la comunidad de los elementos peligrosos . Pero ¿es esa actitud del Señor?

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La Iglesia no puede ser testigo profético de la acogida si en su interior muchas personas se sienten excluidas
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       ¿Dónde está el equilibrio? ¿Cómo mantener la fidelidad al Evangelio y las puertas abiertas? Ojalá pudieramos tener la respuesta. Pero ésta no será nunca una receta fácil, sino el resultado de una humilde búsqueda común de la Verdad y un esfuerzo permanente por vivir el mandamiento del amor. 

 

Nº 6
Abril 2003
Sumario Autores

Editorial

Por una cultura de paz y diálogo Discípulos

Tema de Portada

La acogida frente a la exclusión Juan Yzuel

Cristología

Jesús, el compromiso con el pobre Julio Lois

Teología Pastoral

La Iglesia ante la inmigración Mons. José Sánchez

Entrevista

La ley de extranjería es inhumana - Pedro Casaldáliga Carme Escales

Mujer

Iglesia abierta, mujer que espera Silvia Martínez Cano

Discipulado

¿Cómo anunciar la resurrección de Jesús en el momento actual? José Luis Graus Pina

Reflexión

Jesús en Nazareth: la fuerza de la opresión Roberto Pineda

Reflexión

Jesús es feo Modesto Montenegro

Reflexión

Tuve un sueño Flaviano Amatulli Valente

Actualidad

Visita del Papa a España Varios
Pedro Miguel Lamet

Actualidad

Guerra y católicos Varios

Actualidad

Lula: la revolución de lo obvio Leonardo Boff

Arte

Georges Criblez: un pintor cristiano de Perú Georges Criblez

Documentos

En la hora oscura del amanecer. Circular 2003 Pedro Casaldáliga

Documentos

Dios sólo puede amar. Carta de Taizé 2003 Hno. Roger de Taizé

Eclesiología

La Iglesia Española en los últimos 25 años José María Castillo

Eclesiología

¿Qué está pasando en la Iglesia? José María Castillo

Eclesiología

Hacia un nuevo concilio: recuperando la tradición conciliarista del cristianismo Juan José Tamayo

Ecumenismo

Declaración final del Encuentro Interreligioso Mundial en Asís 2002 Varios

Espiritualidad

El Dios de Jesucristo desde el reverso de la historia Juan Pablo García Maestro

Ética

El puritanismo y la guerra santa Leonardo Belderrain

Evangelización

Yo nací con televisión Bertrand Ouellet

Fenomenología

Las alternativas de las Religiones en el nuevo milenio Juan Pablo García Maestro

Sociología Religiosa

El futuro de Dios en nuestra sociedad Juan José Tamayo

Sociología Religiosa

Religiosidad en la red: nuevo horizonte para el creyente Luis Ignacio Sierra

Moral Social

La paz, una tarea permanente Manuel Gómez G.

Galería de testigos

Iqbal Masih Juan Yzuel

Teología Fundamental

El legado teológico del siglo XX y su relevancia ante el nuevo milenio Juan Pablo García Maestro

Apuntes

La Sagrada Escritura, Palabra de Dios Ciberiglesia

Apuntes

La Alianza en la Biblia Ciberiglesia

Humor

Viñetas e historias divertidas Varios

Poesía

Aroma de mandrágoras Emma-Margarita R.A.-Valdés

Reseñas

Reseñas de algunos libros Varios

 

La acogida frente a la exclusión

Juan Yzuel Sanz
juanyzuel@ciberiglesia.net

 

La Palabra vino a los suyos, y los suyos no la acogieron.
Pero a los que la recibieron
los hizo capaces de ser hijos de Dios:
a los que creen en Él.

                         Juan 1, 11-12

 

 ¿Abrir la puerta de par en par o estamparla en las narices de alguien? He ahí el dilema permanente de todo ser humano desde que, en aquel relato mítico del libro del Génesis, Caín llegara a la conclusión de que no había suficiente espacio en toda la tierra para poder convivir con Abel, su propio hermano, el otro, y decidiera excluirlo totalmente de su mundo, del mundo. Y así seguimos, comenzado el siglo XXI, derribando el muro de Berlín pero construyendo otros muros como el Estrecho de Gibraltar para contener la marea humana de los que no se conforman con la desesperación y la pobreza que les hemos impuesto desde el Norte. Cayeron los muros del ghetto de Varsovia, pero los hijos de aquellos que lo sufrieron edifican hoy otros muros más altos y protegidos en sus nuevos asentamientos de Palestina. Suben muros en Irlanda del Norte, en la frontera de Cachemira, en los barrios musulmanes de Nueva York, en el entendimiento entre los pueblos tras la guerra avasalladora de Irak. Muros entre padres e hijos, abismos entre generaciones, simas entre ricos y pobres de este planeta, gruesas trincheras de silencio y miedo en el País Vasco.

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La exclusión tiene mil caras
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       La exclusión tiene mil caras, miles de millones de caras. Jóvenes y ancianos, campesinos de países empobrecidos y ciudadanos de los barrios marginales de las ciudades europeas, seres humanos que son indeseados desde su concepción, habitantes de este planeta que quedan siempre fuera de las estadísticas, no-clientes cuyas necesidades jamás llegan a los departamentos de investigación de nuevos productos, enfermos cuyas tratamientos no son rentables, seres humanos que no tienen ni voz ni voto. Nadie puede decir que no se ha sentido excluido en algún momento de su vida. Desde pequeños hemos sabido lo que es que alguien te excluya de un juego, de una escuela, de una amistad... Al final hemos conseguido hacernos un lugar bajo el sol, pero muchos nunca han logrado entrar: su sexo, su lugar de nacimiento, su casta, su edad, su lengua, sus ideas, sus antecedentes familiares, su historial médico, sus creencias religiosas, su piel... les ha supuesto llamar de puerta en puerta para quedarse permanentemente fuera de la fiesta, fuera de la libertad, fuera del trabajo, fuera de una vivienda, fuera de la reunión donde se decide el futuro, fuera de la mesa en la que se consume lo que es también parte de su herencia.

Los cristianos estamos llamados a soñar, a comprometernos con que otro mundo es posible, a pintar mundos que huelan a promesas mesiánicas de Isaías, a cantar con todos aquellos que esperan. “¡Abre la muralla!”, resonaba en Latinoamérica hace décadas cuando el sable de los coroneles y el gusano y el ciempiés de la violencia institucionalizada dejaba fuera a tantos... “¿Por qué no construimos puentes sobre el río?”, cantaba Gen Verde hace ya un cuarto de siglo. “Imagine all the people”, invitaba a soñar John Lennon en las radios de todo el mundo hasta que el 11 de septiembre de 2001 se censuró su canción en Estados Unidos. ¡Retomemos su voz, la voz de tantos silenciados, y encendamos una luz de esperanza!

Para ello, volvamos nuestros ojos a Jesús. Él es la persona radicalmente acogedora. Se sienta con pecadores y prostitutas, no rechaza a los enfermos contagiosos ni a las mujeres con cuyo sólo contacto quedaban impuros los sacerdotes que iban a ofrecer el sacrificio al templo; está dispuesto a ir a la casa maldita del centurión romano que le recuerda que no es digno de que entre en ella; cambia sus prioridades para sanar también a los extranjeros, a los “perrillos que comen también las migajas que caen de la mesa de los hijos”. Se muestra especialmente tierno y abierto con los niños, considerados por los discípulos un ruidoso inconveniente. No margina a nadie de su auditorio con palabras sabias y doctas, sino que hace comprensible sus parábolas a todos, incluso a los más sencillos e ignorantes. La única exclusión posible es la autoexclusión de los sabios y entendidos. Se invita a la mesa de Zaqueo, no rechaza tampoco la mesa de Simón el fariseo ni le ahorra a éste el bochorno de verle, en presencia de sus ilustres correligionarios, acariciado por una prostituta a quien “mucho se le ha perdonado”. Acoge en su grupo de discípulos a varias mujeres. Habla con la samaritana al filo del mediodía y de ese encuentro todo un pueblo se abre a la Verdad. Da a conocer al Padre, que abre las puertas y acoge al hijo que viene de un largo camino de errores y que no necesita más sermones sino amor incondicional del que sana y hace persona.

Dios ama a todos, pero su corazón se enternece especialmente con los marginados y excluidos hasta identificarse con ellos. Jesús nace excluido, en las afueras de la ciudad, y muere también fuera de sus murallas. Miembro de una nación sometida y humillada es ejecutado en una cruz, tortura que sólo los que no eran ciudadanos romanos, los sin-papeles de aquel día, tenían asignada. Los doctores de la ley lo rechazan por no tener las credenciales académicas adecuadas (“¿De dónde saca éste todo eso que enseña?”). Sus paisanos de Nazareth quieren arrojarlo por un acantilado por provocador. El sanedrín le condena por blasfemo. El pueblo lo abandona después de saciar sus estómagos y, tras aclamarle, termina prefiriendo a Barrabás. Sus mejores amigos no le comprenden y acaban negándole y abandonándole en las horas más duras.

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La comunidad cristiana está llamada a ser un lugar de acogida profética
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La comunidad cristiana está llamada a ser un lugar de acogida profética. Pero quien acoge sabe que debe estar dispuesto a que su vida se vea afectada por el acogido. No se puede acoger y, a la vez, blindarse contra la influencia del otro. El otro nos incomoda pero es, a la vez, quien nos salva y nos hace salir de nuestras seguridades y resistencias al cambio para buscar juntos lo que de verdad importa. La espiritualidad monástica, tan impregnada de hospitalidad, lo decía en una frase magistral: “El huésped es Cristo”. Aceptar al emigrante y al distinto no es sólo ayudarle a integrarse en una nueva sociedad, es dejar que coma su comida picante, que cante su canto y que nos enseñe a bailar su ritmo. Reconocer que el Norte ha excluido de la salud, de la educación y del bienestar a miles de millones de personas de países empobrecidos requiere una transformación radical de nuestra forma de vivir, de consumir y de relacionarnos. Hacer hueco en nuestra familia a un nuevo hijo, sea biológico o adoptado, es aceptar con alegría y paz que otras prioridades se vayan al garete. Abrir las puertas de las instituciones eclesiales a tantos y tantas que han sido excluidos de ministerios y sacramentos requiere revisar profundamente, a la luz del Evangelio, el modelo de Iglesia que debemos construir. Sentarnos a la mesa con pecadores y prostitutas supone, en definitiva, arriesgarnos a que sus historias personales nos saquen de nuestras seguridades y nos pongan a caminar juntos, en éxodo, hacia una tierra de todos.

Aquí, hermanos y hermanas, no sobra nadie.

 

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