02 - Octubre 2001 . Episcopado         

 

MEDIO

FECHA

TÍTULAR

AUTOR

Alandar

10/01

La inútil y peligrosa teología

Benjamín Forcano

El Correo

02/10/01

La Iglesia y Gescartera

Manuel de Unciti

ABC

05/10/01

El cristianismo entre la violencia y el diálogo

Juan García Pérez

El País

09/10/01

“Lo que estamos viviendo estos días con la Iglesia es esperpéntico”

Javier Arroyo

ECLESALIA

16/10/01

Sobre el terrorismo

Benjamín Forcano

El Correo

17/10/01

Teología para agnósticos

Rafael Aguirre

El País

23/10/01

Javier Osés, obispo cercano

Rafael Sanus

La Verdad

23/10/01

Economía y religión

Antonio Lucas

ECLESALIA

28/10/01

Mensaje de la X Asamblea General Ordinaria del Sínodo de Obispos

Agencia Zenit

Alandar, octubre de 2001

LA INÚTIL Y PELIGROSA TEOLOGÍA

BENJAMÍN FORCANO, teólogo

MADRID.

La teología es inúltil; no es una multinacional que premia a sus consumidores con lavadoras, coches, apartamentos. No se propone convertir nuestras casas en almacenes. En todo caso, sí lanza señales indicadoras de que en nuestros almacenes faltan ventanas y metas.

En otros tiempos, la teología andaba por las nubes o demasiado por la tierra haciendo el juego al poder y al dinero. En uno y en otro caso, resultaba ideológicamente útil para quienes defendían como naturales determinados privilegios y monopolios. Siempre que la teología es fiel al Evangelio, tratando de reflexionar y aplicar el mensaje de Jesús, se convierte automáticamente en peligrosa. Me lo decía una amiga polaca, marxista y atea, que asistía en 1995 a uno de los Congresos de Teología celebrado en Madrid: "Mi conclusión después de asistir a dos Congresos es que la fe de estos cristianos no es opio".

Si hablo en esta ocasión de teología, es porque estoy convencido de que, dentro de nuestra sociedad, hay un hueco doloroso, casi colectivo, de estarnos faltando rumbo, cordura y sensación de poder vivir placenteramente, sin tener que renunciar a la sustancia más íntima y utilitaria de la vida: nosotros no somos canguros que no sienten preocupación por el sentido de la vida, tenemos derecho a cuidar todo lo que nos rodea salvaguardando el sentido de lo auténticamente humano.

Son ya 20 los Congresos de Teología celebrados en Madrid, con una asistencia media de unas 1.500 personas, en su mayor parte laicos, para tratar de temas comunes, -muchas veces lacerantes- como la pobreza, la esperanza, la paz, la democracia, la iglesia popular, la utopía y el profetismo, los derechos humanos, el dinero, la mujer, la ética universal, la ecología....y así hasta 20 temas monográficos, abordados interdisciplinarmente y desde el punto de vista cristiano, publicados en volúmenes sucesivos de unas 260 páginas por el Centro Evangelio y Liberación. Este año, del 6 al 9 de septiembre, el tema del XXI Congreso ha sido "Democracia y pluralismo en la Sociedad y en las Iglesias", cuya ponencia primera Reflexión sobre la democracia en la sociedad, tuvo D. Gregorio Peces Barba, rector de la Universidad Carlos III de Madrid.

Estos Congresos de Teología no son, como a primera vista pudiera pensarse, foros para profesionales de la teología, sino para cuantos desde la vida se preguntan y buscan soluciones para temas vivos, de enorme interés para la convivencia. Ciertamente, en el origen de los Congresos está la Asociación de Teólogos Juan XXIII, fundada en Madrid en 1980 por diez teólogos, a los que posteriomente se sumaron otros.

Los Congresos de Teología engloban una realidad sociocristiana amplia: los convoca la Asociación de Teólogos Juan XXIII, los gestionan más de 25 colectivos, los apoyan más de 30 revistas y los edita el Centro Evangelio y Liberación (Exodo). Su funcionamiento viene asegurado por una Comisión Gestora, nombrada para cada año, que la componen 5 teólogos y otros 5 representantes de los movimientos y comunidades, además de una Secretaría.

Ya en los primeros Congresos, la "restauración posconciliar" estaba en marcha y se veían amenazados los aires renovadores del Vaticano II. Los teólogos de la Juan XXIII, convencidos de la tarea positiva de la teología, decidieron enmarcar su reflexión teológica desde la opción fundamental por los pobres, en diálogo interdisciplinar con la modernidad, dentro de la cultura de nuestro tiempo, con apertura al Tercer Mundo (en especial a América Latina) y en condiciones de plena libertad.

El tiempo no tardó en demostrar que este foro teológico, abierto a las bases y enriquecido por su presencia y participación, no era del agrado ni de Roma ni de la jerarquía eclesiástica española. Se pretendía controlarlos mediante la recognitio canonica, sometiéndolos de hecho a la censura. Hubo votaciones y todo. Pero, la reacción mayoritaria de la Asociación fue clara y firme: libertad, pues sin ella no hay teología creativa ni comprometida.

Las cortapisas comenzaron. Fue el propio cardenal de Madrid, Angel Suquía, quien denegó el local diocesano "Cátedra Pablo VI" para los Congresos. Teólogos de la Asociación concertaron algunos encuentros con la Jerarquía para aproximar y despejar prejuicios, pero en lugar de avanzar se mandó una nota a las Congregaciones Religiosas poniendo en duda que los Congresos "fueran una actividad legítima dentro de la comunidad cristiana". Se hizo pública incluso, la noticia de que "los días del Congreso estaban contados y que había consigna de Roma de acabar con ellos".

La presión se hizo corporativamente sobre los obispos, de manera que fueron pocos los que asistían, pudiendo destacar como asiduos participantes a Alberto Iniesta y a Javier Osés y a otros venidos saltuariamente. Fue excepcional la presencia en un Congreso de los obispos Sergio Méndez Arceo, Leónidas Proaño, Tomás Balduino, Samuel Ruiz, Alberto Iniesta y Javier Osés. Obispos había que admiraban y felicitaban a los compañeros que asistían, llegando a confesar que ellos no lo hacían por miedo. Personas de otros países no comprendían cómo en tales acontecimientos estaba ausente la Jerarquía. ¿No eran pastores de todo el pueblo de Dios?

No faltó, en este acoso a los Congresos, la colaboración de ciertos medios, que los calificaron de marxistas, contemporizadores de ideologías anticristianas, instrumento para degradar la fe rebajándola a mero compromiso temporal y político, como cuando vino el Ministro de la Revolución Sandinista, Tomás Borge: ¿Qué hace, se preguntaban, un Ministro del Interior en un Congreso de Teología?". Y hubo, a nivel organizativo, otras prevenciones tenaces, como la de sostener que la Asociación de Teólogos Juan XXIII no podía aparecer convocando los Congresos junto con las Comunidades de Base.

Aranguren, Girardi, Casalis,...llegaron a afirmar que estos Congresos eran uno de los acontecimientos religiosos más importantes de Europa.

Su importancia viene dada por la duración (son ya más de 20 años), por la asistencia y , sobre todo, por la actualidad de los temas y el tratamiento que de ellos se hace, la calidad de los Ponentes, la variedad de las Comunicaciones, el pluralismo de las Mesas Redondas, el Diálogo y Convivencia de los participantes y el contenido Celebrativo de los dos grandes actos de la Reconciliación Comunitaria y de la Eucaristía.

Por los Congresos han pasado más de 600 personalidades entre antropólogos, sociólogos, economistas, políticos, historiadores, filosófos y teólogos (han intervenido casi todos los de la teología de la la liberación, entre ellos Jon Sobrino y el mártir Ignacio Ellacuría; teólogos de Africa y Asia) y un buen número de militantes y ciudadanos de a pie.

Si resulta verdad que la renovación de la Iglesia, antes y a partir del Vaticano II, fue preparada e impulsada por los teólogos, también es verdad que ningún gremio como el de los teólogos ha tenido que sufrir la censura, el desprestigio y la represión después del concilio Vaticano II. Son muchos los que se han sentido cercenados en su tarea docente y, en especial, casi todos los que participaron como artífices en la renovación del concilio. ¿Quién ha aplaudido alguna vez la labor meritoria de los teólogos? Nunca ciertamente la Jerarquía.

Por eso, sonaron atípicamente regocijantes las fraternales, sinceras y cariñosas palabras que el obispo Pedro Casaldáliga, en su ponencia mandada por vídeo para el XVI Congreso (año 1996) dijo: "Aprovecho la ocasión para quitarme la mitra delante de los buenos teólogos y teólogas que tiene España, incluso para reparar la predisposición, una especie de predisposición casi innata, casi instintiva de ciertos obispos de la jerarquía en general, bastante en general, con respecto a los teólogos. Yo os pido, teólogos y teólogas, que sigáis ayudándonos. Con mucha frecuencia los obispos creemos que tenemos la razón, normalmente creemos que la tenemos siempre, lo que pasa es que no siempre tenemos la verdad, sobre todo la verdad teológica, de modo que os pido, que no nos dejéis en una especie de dogmática ignorancia. Y hablando de los teólogos en España, creo que es de justicia subrayar que hoy en España hay teólogos y teólogas (las teólogas son más recientes), a la altura de aquel siglo de oro, de las letras, y del pensamiento españoles, y ni Italia, ni Francia, ni Alemania, por citar a los países más vecinos, dejan atrás ni en número ni en calidad la galería de teólogos que tenemos en España; y pido a la Asamblea un aplauso".

Los Congresos de Teología nacieron en unas circunstancias especiales: estábamos en una España que estaba pasando de un nacionalcatolicismo a un catolicismo menos ambiental, más democrático y pluralista; estaba declinando en la vida social el monopolio de la religión católica y avanzaba el proceso de secularización con las consecuencias de una mayor autonomía de lo creado, de lo social y político, de lo personal y una mayor racionalización de los procesos públicos, relativizándose progresivamente la importancia de la religión y ética cristianas.

Eran muchos cambios, y algunos muy rápidos, que abonaban excesivamente el tránsito de un extremo a otro, de una religiosidad demasiado tradicionalista a otra light. Aumentaba la difuminación de los dogmas, la relativización de las normas católicas, el abandono de creencias y prácticas cristianas, el distanciamiento de la Iglesia oficial para dedicarse a tareas más seculares, quedando en medio el escollo de dos polos significativos, cada vez más minoritarios: integristas y anticlericales.

El clima dominante hacía que, según el Informe Foessa de 1994, " La persona actual se encuentre inmersa en un mundo no en contra, sino desarrollándose sin contar con Dios, y sin contar con el eje que el espíritu del cristianismo significó para Europa. Por ello, las relaciones religión-sociedad se plantean cualitativamente diferentes a lo que ocurrió en el pasado, en otras épocas" (Pg. 704).

Es obvio que, entre nosotros, ha aumentado la increencia , la indiferencia, el agnosticismo y el ateísmo. Y, en muchos casos, con toda razón. No se puede ser creyente sin una buena dosis de excepticismo y ateísmo. Yo soy ateo de muchos "dioses" que nada tienen que ver con el Dios del Evangelio. Y no puedo ser creyente sin sacudirme un sin fin de planteamientos acientíficos, supersticiosos e irracionales.

La antítesis entre razón y fe es uno de los contenciosos históricos más graves, que ha dado lugar a posturas apologéticas y dogmatizantes por una y otra parte. Hoy, el peligro es seguramente la superficialidad y el desentendimiento de la Religión como si de algo irrelevante se tratara. En este sentido, encuentro plenamente acertada la opinión de que hasta para dejar de creer en Dios es necesaria la teología: "La superficialidad religiosa de nuestro país radica en que creyó sin teología y sin teología está dejando de creer. Por eso, su fe de ayer rayó en la superstición y su ateísmo actual roza peligrosamente la banalidad " ( Manuel Fraijó).

Los Congresos de Teología llevan el hálito de una generación nueva, a la que pesaba el atraso de la Iglesia, su enfrentamiento con la modernidad, el anacronismo de muchos panteamientos teológicos imbuidos de mitología, pietismo y ahistoricismo, el recelo e incluso rechazo de las ciencias, la fuga del mundo, las contemporizaciones con la injusticia y , sobre todo, el menoscabo insistente de la dignidad humana con agravio de sus derechos.

Había que acabar con la tesis, habitual en el mundo moderno, de que la fe, sinónimo de opio, imposibilita la igualdad, la justicia y la revolución social.

Todo esto estaba a apunto, podía enseñarse y divulgarse, merced a que una nueva Exégesis y una nueva Teología habían recuperado la desfigurada originalidad del cristianismo. El concilio Vaticano II fue el espaldarazo oficial a esta cita de consecuencias imprevisibles, que generaría un nuevo talante y una nueva manera de ser cristiano.

Lo cristiano no tiene por qué ser digerido acríticamente, como si todo lo que viene envuelto en su ropaje histórico-cultural fuese inalterable. Ese es el pecado: petrificar unas formas, unos paradigmas de otros tiempos y querer identificarlos con la esencia misma del cristianismo. Esa visión la hace posible una forma colectiva de entender el cristianismo, marcada sobre todo por el clericalismo, que ha demandado pasividad, obediencia y veneración extrema del pasado.

En esta perspectiva, a la teología le vienen asignadas unas tareas ingentes de cambio y "aggiornamento".

La primera de todas historificar el Evangelio haciéndolo oír con toda su fuerza en medio de la iniquidad que divide al mundo en ricos y pobres, en clases, en castas, o en grados de una u otra discriminación, dejando que restalle su condenación del mundo opresor y tomando partido por el mundo de los más pobres y oprimidos; son ellos los mimados de Dios. Las víctimas, los vencidos, los desechados son paradójicamente los que anuncian un mundo nuevo, los que traen promesas de cambio y regeneración, los que señalan a un Primer Mundo opulento, egoísta, ciego, como perdido y enemigo de Dios, los que nos devolverán la dignidad humana.

La segunda, y será ya una consecuencia, reconciliar la fe con la razón y la ciencia, con la terrenalidad y la historia, la democracia y el pluralismo, el amor y la tolerancia, la libertad y la diferencia, la universalidad y lo particular. No estamos condenados a exiliarnos de este mundo de Dios, sino a aceptarlo, respetarlo y promoverlo en todo lo que es. Y si uno es católico, y además con toda legitimidad, con más legitimidad debe considerar que Dios no es católico, ni lo es de ninguna otra denominación religiosa, pues Dios no hay más que uno, aunque muchas e inevitables las formas de llegar hasta El y poseerlo.

La tercera, y acaso en alineación con la primera, poner en el centro la dignidad de la persona. La persona lo primero y lo último, y todo lo demás subordinado a ella: "No el hombre para el sábado sino el sábado para el hombre". Que nadie, del rango, lugar u origen que sea, se considere más que nadie, ni menos que nadie. Es la gran revolución de Jesús: "Todos vosotros sois hermanos". Siempre, a lo largo de la historia y de las más diversas culturas, los seres humanos han estado clasificados, pospuestos, vilipendiados, utilizados por el olvido, menoscabo o desprecio de esta dignidad. Todas las injusticias, discriminaciones y maltratos se han edificado sobre esta preterida dignidad de la persona.

La cuarta, pensar que el mundo futuro que hemos de construir entre unos y otros: ateos o creyentes, creyentes de unas u otras religiones, tiene una fe común, universalmente compartida: la fe en la persona, en su dignidad y derechos. Y esa fe hay que testimoniarla, exigirla, implantarla como una utopía posible, la única universalizable. Cada uno, después, que añada lo que quiera, todo lo que considere de más propio y específico de su fe, pero que comencemos todos por profesar lo que es contenido real, vinculante de esa fe común, base y garantía de la justicia, de la democracia y de la paz.

Y la quinta suscitar espacios para la búsqueda o duda, la apertura a la transcendencia, sin clausurarnos en el limitado y rígido horizonte de una filosofía racionalista o de un empirismo cientifista.

A mí me cuesta creer que un científico no pueda asombrase de sí mismo, de la enigmática maravilla de su existencia, obviamente inexplicable desde sí y por sí y sin apenas razones para poner en ella la razón de su propio comienzo y fundamento. "Si, como ha escrito alguien, el cielo ha quedado vacío de ángeles para abrirse a la intervención del astrónomo y eventualmente del cosmonauta", el cielo de la persona humana no va a ser explorado por cosmonautas de la tecnología, sino por duendes ingénitos del espíritu.

Afortunadamente, el éxtasis mismo de la existencia es umbral y condición para el surgir y creación de la teología. 

VOLVER ^

El Correo, 2 de octubre de 2001

LA IGLESIA Y GESCARTERA

MANUEL DE UNCITI.

Es muy posible que se haya procedido con exceso de precipitación al censurar como anticlericalismo -rancio para unos, renovado para otros- todo ese inmenso 'tolle, tolle' que se ha armado estos días a cuento de los depósitos de algunas instituciones de la Iglesia en la malhadada Gescartera. La avalancha de descalificaciones y de improperios o -lo que es peor- de retintines y sonrisitas con que han sido comentados los desventurados ires y venires de algunos dineros de gentes y entidades de Iglesia, ha cubierto de humillación a algunas congregaciones de religiosos y religiosas, a determinados obispados españoles y a muy concretas instituciones de apostolado misionero o de solidaridad cristiana. Ha de sentarles forzosamente muy mal que se les acuse de especuladores insaciables a quienes dicen disciplinar sus vidas con el voto de pobreza o que se les denuncie de mercadear con dinero negro a quienes no tienen otra razón de ser que el servicio desinteresado a los hombres y, más concretamente, a los más pobres y marginados. Pero todas estas acusaciones y denuncias, todos esos «mira, mira las monjitas cómo se espabilan para ganar más» o «mira, mira la bolsa de dineros que tienen los heróicos misioneros que se pasan los días hablando contra el neoliberalismo», ¿han de encuadrarse sin más ni más bajo la rúbrica del anticlericalismo, trasnochado o renovado?

Hay algo que está muy claro, antes que nada, y que es radicalmente muy positivo: a las personas y entidades que se mueven bajo el signo del Evangelio la opinión pública les exige bastante más -mucho más- que a las instituciones de carácter civil o político. Por lo que se sabe, los listados de Gescartera contenían los nombres de unos 2.000 inversores. De este total, sólo 35 ocupaban -y ocupan- un asiento en la comunidad de la Iglesia. Y, sin embargo, ha sido tal la catarata de comentarios y de descalificaciones que se ha abatido sobre esos 35 pobres estafados e, incluso, sobre 'la Iglesia' en general -que para nada tenía vela en ese entierro-, que uno podría llegar a pensar que los hombres cristianos y las instituciones cristianas han sido, tanto por su numerosidad entre los dos miles de inversores cuanto por la cuantía de sus depósitos, los principales protagonistas del gran escándalo de Gescartera. Y esta impresión es absolutamente falsa. Las gentes y las instituciones vinculadas a la Iglesia representan una mínima parte -una insignificante parte- en el largo listado, hecho público para mayor inri, de los clientes de la agencia de valores; y el montante de sus depósitos no va más allá de los l.250 ó 1.500 millones en el total de los 18.000 que se han esfumado por arte de birlibirloque, según se dice.

Dejando a un lado los inversores a título personal o familiar, varias instituciones respetabilísimas como la Guardia Civil, la Policía Nacional o la Armada entre otras más confiaron sus ahorros a Gescartera y los han perdido, al menos por el momento. Muchos son los que se han dolido de que el desfalco haya lesionado los derechos de ciento o miles de huérfanos y las justas expectativas de las economías de las familias pobres de las fuerzas de la seguridad del Estado. Nadie se ha permitido sobre este particular ni bromas ni chistecillos, lo que es de agradecer; y a nadie se le ha ocurrido hacer leña del árbol caído descalificando como especuladoras a estas instituciones o aludiendo a un hipotético dinero negro de sus titulares. ¿Por qué a las instituciones vinculadas con la Iglesia se les ha dado un trato distinto si al fin y a la postre los ahorros en cuestión no tenían otros destinatarios que los huérfanos y los enfermos, los pobres y los marginados de medio mundo?

Nadie en sus cabales puede permitirse el mal gusto de pensar que es una gran mentira todo lo que se dice sobre la presencia y la actuación de cientos y aun miles de hombres y mujeres de Iglesia entre los desheredados de la tierra en cualquier parte de ésta o que es una torpe falsedad eso de que las comunidades cristianas del más vario linaje están volcadas en el mundo del sida y de la drogadicción, en el de los huérfanos y los leprosos, en el de la promoción de la mujer del Tercer Mundo o en el del justo y hermoso compromiso de salir por los fueros de los campesinos sin tierra.

Los ahorros pueden desaparecer, por desgracia, en un abrir y cerrar de ojos, como ha ocurrido en el caso de Gescartera, si aquellos a los que se les confían para que los hagan fructificar de acuerdo con las leyes vigentes son inmorales o son ineptos; pero el juntar peseta con peseta, millón con millón hasta contar con los necesarios para levantar una escuela de formación profesional o un nuevo pabellón para tuberculosos, requiere tiempo y sería por demás estúpido que los responsables económicos de esos proyectos se mantuvieran todavía en el viejo uso de meter en un calcetín lo que se va recogiendo con tantos sudores y tantas generosidades. Los hombres y las mujeres que se saben llamados a dar de comer a los hambrientos o a cuidar de los terminales tienen el derecho y la obligación de obtener los recursos necesarios para el mejor cumplimiento de su misión y la responsabilidad de hacerlos fructificar lo más posible, dentro de la legislación financiera vigente y sin exponerlos a mayores riesgos. Congregación religiosa hay entre las estafadas por Gescartera, valga por caso, que había llegado a ser titular de una inversión de algo más de 400 millones por la sola y única razón de que sus proyectos de tres construcciones para bien de la comunidad educativa a la que sirven no acababan de obtener las licencias municipales requeridas, solicitadas desde hacía muchos meses atrás. Han perdido -por el momento al menos- todos sus ahorros y esta pérdida, lógicamente, les duele; pero les duele aún más, mucho más, que haya por ahí quien se ría de su desgracia, no tenga en cuenta el perjuicio que padecerán los chicos y las chicas de los colegios a los que la congregación religiosa está sirviendo y, sobre todo y ante todo, que se descalifique a los administradores y superiores de la congregación como vulgares y ambiciosos especuladores cuando no han actuado lo más mínimo fuera de ley. ¿Por qué a estos sí y a los otros no? ¿Por qué tanta exigencia para con los hombres y mujeres de Iglesia y tanta manga ancha para los inversores militares y civiles? ¿Por puro y duro anticlericalismo?

Es lo que parece a las primeras de cambio; pero también cabe otra lectura de este hecho. La sociedad exige a los miembros de la Iglesia un comportamiento ejemplar en toda línea porque todavía hoy, pese al secularismo y aun agnosticismo ambiente, mantiene del Evangelio y de los que se dicen sus seguidores una muy alta idea, un concepto ideal, una visión utópica. Más allá y más al fondo de los escándalos espontáneos y facilones de la calle, está una no confesada demanda, dirigida a la Iglesia, de que al menos ella se sitúe en un nivel que por su espiritualidad e idealismo pueda servir de referencia a todos los demás. Cuando tantos y tantos se postran de continuo ante los becerros de oro y hacen de las ganancias sin ética su modo del vivir de todos los días, lo mejor de la sociedad está pidiendo a la Iglesia que se mantenga ajena al afán de riquezas y a la voluntad de poder.

Incapaz de expresar esta demanda con las palabras que serían del caso, acude al chiste y a la crítica, a la descalificación y la denuncia cuando ese auspiciado ideal aparece como traicionado. Aunque luego, hablando ya con más tranquilidad y sosiego, comprendan los más que en «el pan nuestro de cada día» también se incluyen esas inversiones que aparecen como necesarias para un mejor servicio a los necesitados. Para la Iglesia misma puede ser toda una bendición de Dios que el presunto anticlericalismo de una notable parte de la sociedad de hoy le recuerde que no le es posible servir a dos señores: a Dios y a Mamón.

VOLVER ^

ABC, 5 de octubre de 2001

EL CRISTIANISMO ENTRE LA VIOLENCIA Y EL DIÁLOGO

JUAN GARCÍA PÉREZ, S.J., Profesor de Teología Universidad Pontificia Comillas

Por la onda expansiva del atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York nos envuelve con una pregunta provocadora: ¿por qué tantas veces las grandes religiones monoteístas, y el cristianismo en concreto, aparecen en la historia enzarzados con la violencia casi como si fueran siamesas de muy difícil separación?, ¿han chocado dos hemisferios, explotados contra explotadores, dos culturas o dos religiones?.

Adentrémonos en el subsuelo de las grandes religiones monoteístas. Encierra filones de fraternidad pero está minado con peligrosas cargas explosivas. En un primer estrato, casi a ras de suelo, nos encontramos con los escritos de René Girard sobre la violencia y lo sagrado. Si ahondamos más, descubrimos que en casi todos los conflictos bélicos hay un componente religioso, con frecuencia decisivo. No hay que remontarse a las cruzadas medievales, la noche de San Bartolomé o las guerras de religión en la Centroeuropa del XVII. Basta con que recordemos conflictos de hoy que no cesan: judíos-palestinos en Oriente medio, católicos y protestantes en el Ulster, la guerra de los Balcanes.

Con una pesada historia a cuestas llegamos a un tercer estrato, mitad pregunta mitad conclusión: la violencia ¿es constitutivo inseparable de las religiones monoteístas? Como ésta o aquella religión dan culto al «único Dios verdadero», fácilmente se pueden presentar como «la verdadera». Los otros son «infieles a los que hay que convertir».

Delimitando más todavía el terreno, es forzoso llegar al cristianismo y más concretamente el catolicismo. La Iglesia Católica dice que busca el diálogo interreligioso. Pero la fe católica cree en un solo Dios y confiesa que Jesús de Nazaret es el Dios encarnado, insuperable e irrepetible. Entonces, ¿qué se ofrece a los demás, que se entreguen sin condiciones? ¿El pretendido diálogo será algo más que una indoctrinación camuflada? Si así fuese, ¿esa fe no llevaría implantado un germen de violencia aunque no haga saltar torres por los aires? ¿En qué quedamos? Canalizamos las afirmaciones que siguen en forma de tesis.

1. Para acudir al diálogo hay que salir con la propia identidad al descubierto, sin altanería pero sin reduccionismos. Debemos adelantar por ello que la propia fe no es negociable. No se trata de difuminar la silueta de las afirmaciones para llegar a un encuentro a tientas en medio de la niebla. La fe cristiana no puede renunciar en modo alguno a confesar que Jesús es el Señor, Hijo de Dios resucitado. Es el único mediador entre Dios y los hombres. Es la Palabra definitiva de Dios al mundo. Esta afirmación atraviesa medularmente todo el Nuevo Testamento.

Esta confesión choca hoy con especiales dificultades que tampoco han nacido ayer o anteayer. Hengel ha estudiado las relaciones entre el judaísmo y el helenismo de los siglos inmediatamente anteriores al nacimiento de Jesús de Nazaret. En el mercadillo religioso de esa época era posible encontrar no pocos tenderetes que ofertaban diversas «salvaciones». Más tarde la Ilustración del XVIII con Lessing o la teología liberal con Troeltsch acomodaban al cristianismo en la fila con las demás religiones. El mundo actual de la posmodernidad revive este problema y reaviva el relativismo.

2. Hasta hace muy poco el diálogo prácticamente no era posible. A lo más se podían avanzar gestos de buena voluntad. Hasta el Vaticano II, la frase de San Cipriano «fuera de la Iglesia no hay salvación» se interponía en el acceso a las otras religiones. Cierto es que ya entonces la frase se refería a los herejes que se habían separado de la Iglesia. Pero con el paso del tiempo fue siendo interpretada al pie de la letra. Hay que recordar, es cierto, que Pío XII excomulgó a Feeney, teólogo norteamericano que en pleno siglo XX se empecinó en defenderla en su interpretación más literal. Después del Vaticano II la Iglesia Católica ha acentuado muy positivamente el reconocimiento de las personas y las religiones y ve en ellas (la expresión es de San Justino) «semillas de verdad». Adopta así una actitud «inclusivista». Cuanto de bueno y verdadero pueda haber en esas religiones se encuentra ya «incluido» en plenitud en la fe cristiana.

3. Desde el Vaticano II se ha intensificado el diálogo interreligioso. No exigiría gran esfuerzo recoger una serie de textos, de Pablo VI y de Juan Pablo II en que, de forma creciente y progresiva, insisten en la necesidad y posibilidad de un verdadero diálogo. En su primera encíclica, Pablo VI afirmaba que «El diálogo es una nueva forma de ser Iglesia». Y en uno de los últimos escritos de Juan Pablo II, (Novo millenio ineunte, n 55), por no citar la Redemptoris missio o la Dominum et vivificantem, el Papa actual ve que «en una situación de marcado pluralismo cultural y religioso, el diálogo es importante para proponer una firme base de paz y dejar el espectro funesto de las guerras de religión, que han bañado de sangre tantos períodos en la historia de la humanidad. El nombre del único Dios tiene que ser, cada vez más, un nombre de paz».

4. Aceptar responsablemente la fe del pasado exige salir al encuentro del futuro. No es fácil entrever ya hoy adónde se podrá llegar. Cuando la Comisión Bíblica a comienzos del s.XX (San Pío X), impuso con severa energía la aceptación del carácter histórico de los primeros capítulos del Génesis o la autoría de los Evangelios, no era posible predecir que el Vaticano II en la Dei Verbum abriría ampliamente la interpretación de la Biblia a los métodos histórico-críticos. Trento estableció solemnemente los perfiles y límites de la doctrina sobre la justificación. Hace dos años (octubre 1999), la Iglesia católica, sin desdecirse de su pasado pero situándolo en un contexto de mayor amplitud, ha llegado a un acuerdo con las Iglesias de la Reforma sobre muchos puntos importantes de la justificación.

5. El diálogo vertical o unidireccional no se ha inventado todavía. La fe cristiana no sólo enseña sino que también puede aprender de los otros. El cardenal Kasper considera que el diálogo interreligioso no es calle de una sola dirección, sino que es un auténtico encuentro enriquecedor para todos.

Llegamos así a la conclusión de que si hay diálogo no hay violencia y cuando hay violencia ésta suele provenir de una utilización política distorsionadora de la esencia de la religión. El diálogo auténtico tiene un precio y unas exigencias para unos y otros. Espera de los católicos una fe aceptada con hondura pero no simplista en sus expresiones. Y exige también un corazón renovado. Para dialogar «hay que entrar en la piel del otro. Penetrar en el sentido del ser que tiene un hindú, un musulmán, un judío, un budista o quienquiera que sea» (Whaling). Hay que entrar, hasta donde sea posible, en la experiencia religiosa de los demás.

6. Se podría haber hablado de otros grandes monoteísmos. En su último viaje, Juan Pablo II separaba con nitidez el islamismo de los fundamentalismos. Una fe monoteísta (cristiana o de otras grandes religiones), vivida con jugosa convicción y entusiasmo, se encamina no al fanatismo fundamentalista sino a una acogedora humanidad. Si esto es así, y en todo caso debe serlo, la afirmación de que los monoteísmos son mechas potenciales de violencia debería ser sometida a severas rectificaciones.

VOLVER ^

El País, 9 de octubre de 2001

“Lo que estamos viviendo estos días con la Iglesia es esperpéntico”

José María Castillo, teólogo

JAVIER ARROYO

GRANADA.

El teólogo y jesuita José María Castillo (Puebla de Don Fadrique, Granada) tiene 72 años y hace 13 que las autoridades eclesiásticas le prohibieron dar clases en la Facultad de Teología de Granada, de la que era profesor ordinario. Tambien ha dictado lecciones en la Universidad Pontificia de Comilllas, de Madrid, y en la Gregoriana de Roma. Entre los grandes de la teología moderna, Castillo sostiene una visión muy crítica de la actual jerarquía eclesiástica.

Pregunta. ¿Qué le parece que la Iglesia se dedique a invertir en sociedades de inversión o que incluso cree este tipo de empresas?

Respuesta. Lo que estamos viendo estos días es esperpéntico. Resulta que algunos gestores de la Iglesia hablan de amor fraterno, caridad y de grandes temas religiosos y luego acaban dedicando cantidades muy importantes de dinero a la especulación financiera, a lo que en términos tradicionales del lenguaje eclesiástico era la usura. La Iglesia, que durante siglos condenó la usura, se ha vuelto usurera y busca el interés del dinero. Se le ha quedado corto el capitalismo.

P. ¿Quedan más cosas por conocer?

R. Creo que Gescartera es la punta del iceberg, que ha dado a conocer fondos y manejos muy bajos que nadie conoce, pero que están ahí. Eso es terrible porque irrita a muchos y crea alarma social, sospechas y desconfianza de la gente, que opta por no dar un duro a instituciones eclesiásticas porque piensan que van a dedicar su dinero a la especulación y no a los necesitados. En Centroamérica están pasando una hambruna que lleva a los niños a morir, y mientras, aquí, la Iglesia invirtiendo en chiringuitos financieros. Esto es esperpéntico si no fuera porque le hace mucho mal a la Iglesia y, sobre todo, a los pobres.

P. ¿Es adecuada la postura de la Iglesia respecto a la clase de religión en los colegios públicos?

R. Como dijo el rector de la Universidad Carlos III, Gregorio Peces-Barba, los acuerdos de 1979 entre España y la Santa Sede son anticonstitucionales porque se da a la Iglesia privilegios como colocar a profesores o echarlos cuando ella quiera, con la contrapartida de que es el Estado quien paga.

P. ¿Debe haber clase de religión en los centros públicos?

R. La religión, no sólo la católica, sino el hecho religioso, es un fenómeno que histórica y culturalmente tiene una importancia suficiente para que los estudiantes lo conozcan. Quien visite, por ejemplo, el Museo del Prado sin conocer nada del fenómeno religioso no se entera de nada. Una cierta información que incluya las distintas religiones sí deberíamos enseñar a nuestros jóvenes. Otra cosa es la catequesis, que es ya adoctrinar y proyectar los contenidos morales de una determinada confesión religiosa en la conciencia de los individuos... eso, ya que lo haga y se lo costee cada religión.

P. ¿Por qué se resisten tanto los obispos al cambio?

R. Los obispos confunden el ser buen ciudadano con ser buen cristiano y piensan que para que un ciudadano sea buen ciudadano tiene, por ejemplo, que atenerse a las leyes antidivorcistas o antiabortistas que dicta el Vaticano. Yo creo que ésa es una cuestión muy discutible. En España hay una serie de interferencias arrastradas del régimen anterior que todavía no se han depurado y que se tendrían que aclarar. En general, creo que existe una doble moral: una moral muy exigente en lo que se refiere al sexto mandamiento, que es lo que indica Roma, y una moral muy tolerante en todo lo que se refiere a lo relacionado con el dinero.

P. ¿Cómo percibe la situación de la Iglesia actual?

R. La Iglesia está metida en una de las crisis más turbias de su historia, y lo más grave es que sus responsables parecen no darse cuenta de lo que está pasando. Tengo la impresión, como muchos ciudadanos, de que los obispos no encuentran su sitio, de que ocultan lo que les interesa y resaltan lo que les conviene...

R. ¿Qué reformas tendría que hacer la Iglesia?

P. Es obligado que se produzcan cambios muy importantes relativamente pronto. Por ejemplo, faltan curas porque no quieren ordenar a personas casadas o no quieren ordenar a mujeres, que serían dos cosas a revisar, así como acabar con la ley del celibato eclesiástico y, sobre todo, conseguir una mayor participación de los creyentes en el gobierno de esta institución.

VOLVER ^

ECLESALIA, 16 de octubre de 2001

SOBRE EL TERRORISMODiagnóstico y tratamiento

BENJAMÍN FORCANO, teólogo

MADRID.

Planteamiento de la cuestión: nosotros somos los protagonistas de la historia

Yo no voy a ocuparme de mil cuestiones, que han rodeado a la acción terrorista del 11 de septiembre. Todos hemos oído hablar de ellas, sobre ellas hemos conversado, y sobre ellas volvemos continuamente al conocer nuevos detalles. Y de ella seguiremos hablando durante mucho tiempo. Porque la acción ha sido única, sin precedentes, inaudita, espectacularmente cruel y ha sobrepasado todos los límites de nuestra imaginación. Quedamos atónitos y todavía lo estamos.

La acción ha sido muy grave, tan grave que ha permitido decir que el mundo ya no es igual, ella marca un antes y un después. Esa acción afecta al mundo entero, porque hemos descubierto que ya nadie vive aislado sino interdependiente. Se quebró el mito de que había zonas de seguridad y zonas de riesgo, zonas invulnerables y zonas débiles.

Hemos comprobado que el poder destructor puede venir de una manera imprevista, descontrolada, invisible; simplemente porque, si es cierto que hay situaciones y causas que alimentan el terrorismo, es también cierto que la acción destructiva, como capacidad intrínseca del ser humano, puede desencadenarse en cualquier momento por individual voluntad, de una manera fantástica y loca, llegando el terrorista a creerse que está realizando una acción querida por Dios, atribuyéndose por ello mismo legitimidad y poder casi infinitos.

Esta tragedia, lanzada al rostro de la humanidad, nos ha restituido a un hecho radical: somos un mundo interdependiente, con resultados, a veces, tremendamente cruentos, ocurridos no al azar, sino por obra de unos y otros, por nuestra manera de relacionarnos, de comportarnos los unos con los otros. Es un mundo interdependiente, pero libre, puesto en escena por nosotros y donde muchas veces en lugar de encontrarnos y respetarnos, nos enfrentamos y nos crucificamos.

No hay, pues, fuerzas caóticas, causantes de nuestras desgracias. El escenario lo montamos nosotros, el drama lo representamos nosotros y los resultados los recogemos nosotros. Los dioses están fuera, ni Jehová, ni Alá ni ningún otro son autores de nuestras acciones. Nuestra historia es nuestra, la hacemos nosotros, en una dirección o en otra. Dios en todo caso es Padre de todos, partidario únicamente de la justicia y del amor. Pero los políticos, ante el perturbador curso de su cavilaciones, tienen necesidad de legitimarse con el con el aval de Dios. Es una manera blasfema de invocar el nombre de Dios.

Reivindico con esto la necesidad de enfrentarnos a nosotros mismos, a nuestras propias obras. Sin rodeos ni autoengaños, sin discursos falaces. Seguramente las cosas son más simples, más fáciles de arreglar, si nos empeñáramos en ordenar el mundo desde la Justicia y Derecho y no desde nuestro egoísmo e intereses.

Estoy, pues convencido de que, dentro de su complejidad y dificultad, el mundo tiene sentido, puede explicar sus contradicciones, reprobarlas y enderezar su rumbo. Se trata de ser consecuentes con los principios que decimos profesar.

La dignidad y derechos universales de la persona, principio fundamental

Yo soy occidental y esto de ser occidental conlleva otras particularidades. Otros son orientales, con sus respectivas peculiaridades.

Pero, tengo claro que mi occidentalidad no define ni abarca lo esencial: mi condición de persona. Puedo amar mis particularidades de continente, raza, cultura, religión, pero nada de esto me autoriza a sobreponerlas por encima de mi categoría de persona. Lo primero, lo común a todos, lo más valioso, lo que no nos diferencia y constituye en iguales, es nuestra naturaleza personal.

La persona, en cuanto persona, no se territorializa, no se razifica, no se religiosiza, no es patrimonio de nadie, pues su territorio, raza, religión y patrimonio son radicalmente universales. Por eso, todos somos ciudadanos del mundo, sin fronteras, sin discriminaciones, sin inferioridades ni superioridades.

La ciudadanía universal me la da mi ser de persona. La persona tiene propiedades particulares, secundarias, pero tiene otras esenciales, que comparte con todos y son las que nos hacen reconocernos idénticos y, por lo mismo, unidos en vínculos naturales de dignidad, ciudadanía y derechos universales.

Si todos, como personas, tenemos una dignidad y derechos universales, la convivencia primordial tiene que edificarse sobre la aceptación y práctica de esos derechos. En el orden individual no hay lugar para la ley del más fuerte, que instaura relaciones de desigualdad ( mayores / menores, grandes / pequeños) y, en el orden social, tampoco: naciones de primera y de segunda.

Toda persona está en su derecho de pronunciarse libremente. Puede elegir ser atea o creyente, cristiana o musulmán, judía o mahometana, pero hay una opción de la que no puede apartarse: vivir como persona y tratar a los demás como personas. Esa es un fe común, básica, anterior o, por lo menos, simultánea a la fe particular de cada una de las religiones. Ninguna fe puede contradecir o anular la fe en la dignidad universal de la persona y en sus derechos. Esa dignidad está proclamada, explicitada y estampada en la carta general de las Naciones Unidas de 1948 y es base constituyente para todos los Estados y Religiones del mundo.

Y, sobre esa base, podemos caminar, convivir y dirimir todos nuestros problemas, conflictos y diferencias. La Carta de los Derechos Humanos nos da base y garantía para asegurar una justicia, un respeto, una colaboración y una paz universales.

Las guerras, los terrorismos y los enfrentamientos surgen cuando no se reconocen ni se aplican esos derechos.

La acción terrorista del 11 de septiembre

Entrando ahora en el núcleo del problema, quiero fijarme en cinco aspectos fundamentales: primero: los sujetos del terrorismo; segundo: las clases de terrorismo; tercero: los objetivos del terrorismo; cuarto, las causas del terrorismo; quinto: las medidas contra el terrorismo.

Mi análisis, si es humano, debe tener un procedimiento lógico. Cualquier acción tiene una explicación: todo efecto tiene su causa; es decir, nada ocurre al azar. Nos costará o no encontrar esa explicación, pero no descansamos hasta descubrir el por qué de esa acción. Somos racionales y no nos sirven los engaños, las vaguedades, las imposiciones. Queremos la verdad.

Dar con la verdad es dar con la realidad. Si una persona sufre una enfermedad, lo primero que hay que hacer, para curarla, es descubrir el origen de esa enfermedad, conocerla bien, diagnosticarla. De lo contrario, la enfermedad seguirá oculta, y el médico, en lugar de curar, se expone a dar palos de ciego.

1. Los sujetos del terrorismo

El terrorismo es un cáncer gravísimo de nuestra sociedad, que nos está inquietando terriblemente. La acción terrorista contra las dos Torres gemelas y el Pentágono delata una enfermedad en el cuerpo social, una patología gravísima.

¿Podemos pensar que esa acción ha ocurrido por casualidad? ¿Que ha venido de la nada o que es efecto de una locura, de un odio ciego inmotivado? ¿No hay explicación?

Acertar en esto es importantísimo para no errar en el tratamiento. ¿Quién alberga o patrocina el terrorismo: un individuo, un grupo, una banda, una multinacional, un estado?

¿Quién está tras la acción terrorista del 11 de septiembre?

2. Las clases de terrorismo

En segundo lugar, debemos precisar a qué nos referimos cuando hablamos de terrorismo. Todos debemos luchar contra el terrorismo, sin duda. ¿Pero es que hasta ahora no se ha dado terrorismo? ¿Es ésta es la primera vez que el terrorismo hiere a la sociedad?

Terrorismo no es lo mismo que guerra. La acción terrorista no supone una declaración formal de agresión de un Estado contra otro; es una acción criminal, delictiva, imprevista, cuyo sujeto no es necesariamente el Estado. Cuando las dictaduras del Cono Sur atentaban contra los ciudadanos privándoles de sus derechos, haciéndolos desaparecer o asesinándolos, eso era terrorismo de Estado. Se trataba de doblegar y dominar voluntades por la coerción y el espanto, no por el respeto y el derecho.

Terrorismo no es sólo el de un musulmán fanático, sino el de otros sujetos colectivos. Detrás de la muerte de esos 200.000 guatemaltecos, cercana a nosotros, no había un individuo religioso fanático sino unos ejércitos oficiales y unos cuerpos paramilitares y, detrás de esos ejércitos, había unos gobiernos.

¿Quién está detrás del atentado a las Torres gemelas? ¿Un Bin Laden? Un Bin Laden es una persona concreta, sería un criminal, un delincuente, y a los delincuentes se los persigue, se los captura y se los entrega a la Justicia y, tras las pruebas oportunas, se los juzga y condena. Pero la captura y condena de un criminal no exige una guerra, no justifica el despliegue de toda una maquinaria bélica para aplastar Dios sabe a qué gentes, pueblos y estados.

¿Que hay que ir a las raíces y castigar a cuantos apoyan, financian e inspiran el terrorismo? Conforme. Pero hagamos la aplicación con rigor. ¿Quién inspiró, apoyó y financió el golpe de Estado en Chile en 1973, un 11 de septiembre, contra el régimen democrático de Salvador Allende?

Negroponte, actual embajador de Estados Unidos en la ONU, siendo embajador en Honduras apoyó y financió el terrorismo contra el gobierno legítimo de Nicaragua. Un terrorismo por el que Estados Unidos fue condenado por el Tribunal de la Haya y por el Consejo de Seguridad y, frente a los cuales, Estados Unidos reaccionó con su derecho al veto. ¿Quiénes entonces movieron un dedo para denunciar y castigar este terrorismo? ¿Cuántos se movilizaron contra él?

La venganza, el patriotismo, el orgullo, el afán de dominio son malos consejeros y pueden cegar a la hora de señalar a los responsables de una acción terrorista..

No hay, pues, que pensar que terrorismo es solo cuando nosotros sufrimos el zarpazo. Otras sociedades, otros pueblos llevan tiempo sufriendo el espanto de la opresión, del hambre, de la marginación, de la guerra implacable, de la humillación y del sufrimiento. ¿Cómo calificar el hecho de que en apenas 10 años, desde el 92, Irak por causa de la guerra, de los bombardeos, del uranio emprobrecido, de los embargos tenga en su haber más de un millón de muertos, la mitad niños? ¿Y por qué no han dado la vuelta al mundo esas imágenes en las televisiones sacudiendo la sensibilidad de la gente?

Todos contra el terrorismo; pero contra todo terrorismo.

3. Los objetivos del terrorismo

Consecuentes con lo dicho, el terrorismo busca aterrar, producir espanto, pero como medio para lograr ciertos objetivos.

¿Cuáles han sido en concreto los objetivos de la acción terrorista del 11 de septiembre?

Todo parece indicar que la acción terrorista proviene de Oriente, de los paises mulsumanes, sin que se pueda todavía determinar quién, quiénes o cuántos serían en concreto. Pero lo cierto es que esa acción ha alcanzado con fuerza sin precedentes a Estados Unidos, en una ciudad y en unos edificios altamente emblemáticos.

Estados Unidos está a la cabeza de los países de Occidente por su poder, su riqueza, su ciencia, su tecnología. Y la Torres gemelas y el Pentágono eran la encarnación simbólica máxima de esos poderes. No parece, pues, casual que la acción terrorista se haya dirigido contra Estados Unidos. Evidentemente, la acción ha pretendido golpear, destruir, herir, matar, aterrorizar. Golpear allí donde Estados Unidos mayor poder, fuerza y seguridad parecía ostentar.

La destrucción ha sido terrorífica en cuanto a pérdidas humanas y en cuanto a efectos de incalculable daño psicológico, económico, social, cultural y político. La manera como dicha acción se ha diseñado, preparado, acompañado y ejecutado indica un poder formidable y, cómo no, una inconmensurable dosis de cinismo, inhumanidad y desprecio por la vida.

Estados Unidos y el mundo entero ha quedado aterrorizado y lo seguirá por mucho tiempo. Pero la pregunta surge inevitable: ¿todo esto puede ser fruto del azar, de un odio ciego, de una motivación baladí? Si tan grande es el dolor y la tragedia, ¿no habrá detrás algunas causas, ciertamente importantes, que si no la justifican, lleguen por lo menos a darle una explicación?

4. Las causas del terrorismo

Quizás sea este el punto más importante. Si nada ocurre al azar, y lo que aquí ha ocurrido no lo ha sido y ha alcanzado además una destrucción que ha conmovido al mundo, uno no puede menos de preguntarse por las causas que han podido inducir a todo esto.

Como es natural, aquí las respuestas van a ser diversas, según que oigamos a una u otra parte, la de quienes sin fisuras se ponen de parte de Estados Unidos (el bueno, el inocente), la de quienes se ponen de parte de los terroristas (los malos) y la de quienes, sin justificar a unos ni a otros, tratan de buscar una explicación serena y crítica.

En las explicaciones más oficiales el planteamiento ha sido dualista: Estados Unidos atacado injustamente tiene que golpear al mal, al terrorismo en este caso, perseguirlo y erradicarlo, concitando para ello una campaña de adhesión universal por parte de pueblos y gobiernos. Todos deben tomar parte en este punto: con Estados Unidos o con el terrorismo. La neutralidad no es posible.

En este planteamiento, se da un supuesto gratuito: Estados Unidos sería el bueno; el otro sería el malo. El terrorista es el enemigo al que tenemos que combatir con todos los medios posibles. El mal, pues, está fuera de nosotros; la responsabilidad está fuera, no nos atañe para nada. Y compulsivamente se ha comenzado a identificar al terrorista y a cuantos otros con él hayan podido colaborar.

El carácter convulsivo de la tragedia favorece esta acelerada identificación, será fácil contar con el asenso popular y, sobre todo, nadie osará plantear la cuestión de averiguar qué es el terrorismo y de quiénes pueden practicarlo. Esta indagación bien podría descubrir otras fuentes de terrorismo, otros autores con responsabilidades quienes, de antemano, se consideran eximidos de él.

"Estados Unidos, ha dicho George Robertson, secretario general de la OTAN, ha sufrido un ataque que viene del exterior. Esta es prueba principal y suficiente. Y tratará de actuar con eficacia para capturar a los responsables, pedir cuentas a quienes protegen, planifican, financian o motivan a quienes ponen bombas. Y ellos tienen también que pagar por estas cosas tanto como estos fanáticos. E ir a la raíz de este terrorismo internacional" (El País, 23 de Septiembre).

Oriana Fallaci, en sus comentarios publicados en El Mundo (30 Sept.,1-2 de Octubre) no quiere oír hablar de planteamientos dialécticos sino maniqueos. El Oriente musulmán, con una envidia y desprecio profundos a Occidente, viene forjando desde tiempo una cruzada que acabe con la civilización occidental. Hay que pasar a la acción, al combate y no esperar a que ellos nos aniquilen.

Samuel H. Huntington (El País, 18 de septiembre) afirma que el "ataque ha sido obra de unos vulgares bárbaros contra la sociedad civilizada de todo el mundo" y que atacaron a Estados Unidos " como la encarnación de una civilización occidental odiosa y, al mismo tiempo, como el país más poderoso de la tierra".

El politólogo Huntington no se permite analizar el por qué de la odiosidad de esa civilización ni, al fijar la estrategia para combatir el terrorismo, lanzar una mínima pista en la dirección de pedir cuentas a esta civilización.

En la otra parte, están los que se consideran sufridores del mal, víctimas del poderío voraz de Occidente y, en concreto, de Estados Unidos. Ellos llevan tiempo incontable padeciendo la dominación y el sufrimiento.

Esto sería ya un motivo para la reacción y la defensa. ¿Pero se encuentran en el Islam, en sus grupos específicamente terroristas, posiciones que ideológicamente, prescindiendo de otras situaciones y causas, alimenten sistemáticamente el odio destructivo contra el Mal, en este caso Occidente?

Considero interesantes las reflexiones de Josep Ramoneda (El País, 4 de Octubre) al establecer un nexo casi lógico entre la acción nihilista del terrorista y la acción omnipotente divina. Dice: " Hay que interpelar a la religión musulmana en el punto en que facilita la conexión entre violencia destructiva y religión: la sumisión del poder civil al religioso; es decir, la negación de una legitimidad autónoma y plena al poder político, cuya forma extrema es la "guerra santa"; es decir, la guerra ordenada por Dios. Mientras no se pronuncie la separación entre la religión y Estado, el fundamentalismo islámico encontrará siempre una plataforma desde la que convertir la fe en furor divino, y al creyente, en kamikaze ejecutor de la ilimitada voluntad divina".

Ramoneda critica por igual el intento de construir de una y otra parte un enemigo ideológico capaz de cohesionar la patria para una lucha implacable. Pero él mismo recuerda que "no se trata de hacer un mundo en que se está con nosotros (estadounidenses) o contra nosotros, sino de hacer un mundo habitable, que no puede ser sumergido en la violencia globalizada, ni la nihilista ni la del sueño imposible de la seguridad absoluta... Asumido que la violencia destructiva no forzosamente necesita causas porque la voluntad de combatir viene dada, se puede entrar en analizar las situaciones que favorecen la emergencia de la violencia nihilista. Es el territorio de las doctrinas de exclusión"..

Por debajo de la información hecha en una u otra dirección, hay una tendencia que, desde un análisis más sociohistórico, apunta a las causas que han podido incentivar esta tragedia.

Escribe Carlos Alonso Zaldívar, diplomático: "¿Qué les lleva a hacerlo? Cuando la vida sólo ofrece dolor y humillación, la desesperación empuja a la venganza y a la muerte. La miseria puede convertir la vida en un infierno. En Occidente, lo sabemos, pero no lo tomamos en serio. La vida también puede volverse un infierno por otra causas que los occidentales hemos olvidado: sufrir bombardeos de castigo, padecer humillaciones diarias, ver cómo desaparece lo que daba sentido a las cosas... La historia reciente viene siendo un enfrentamiento entre los occidentales poderosos y ricos, dispuestos a matar pero no a morir, y los pobres impotentes a quienes sólo cabe morir matando. Piensan que en Palestina, en Irak, en Africa y en otros sitios, los poderosos llevamos años matando sin morir. Creen que el pasado martes, por una vez, los desesperados, se tomaron la revancha de morir matando. El martes también cambió nuestra visión del mundo en que vivimos. Descubrimos que los impotentes e ignorantes saben y pueden más de lo que nos habían dicho y que quienes nos protegen saben y pueden menos de lo que pretenden...Guerra, ¿contra quién? Contra los terroristas, pero no sabemos quiénes son... Un error en los objetivos, en los fines o en los medios y resultará que habremos aumentado las filas de los dispuestos a morir matando" (El País, 16 de septiembre).

En la misma línea se ha expresado Jeremy Rifkin, presidente de la Foundation on Economic Trends, en Washington, DC: "La globalización ha mejorado las perspectivas de muchos. Pero también es cierto que muchos otros han sido víctimas de la globalización: mano de obra infantil, de la que se abusa y a la que se explota en fábricas dickensianas en todo el Tercer Mundo; millones de personas desarraigadas de sus tierras ancestrales para dejar sitio al negocio agrario; concentraciones de población cada vez mayores en las zonas urbanas, sin empleo y a menudo sin hogar; espacios naturales que se han esquilmado hasta dejarlos desnudos e incapaces de mantener ni siquiera la existencia humana más rudimentaria... Las estadísticas a menudo son insensibles y difíciles de entender para la mayoría de los que vivimos una vida privilegiada en los mundos desarrollados del Norte. Consideremos, por ejemplo, el hecho de que las 356 personas más ricas del mundo disfrutan de una riqueza colectiva que exceden a la renta anual del 40 % de la humanidad, el 60 % de la personas del mundo no han hecho nunca una sola llamada telefónica y una tercera parte de la humanidad no tiene electricidad, cerca de 1.000 millones de personas permanecen sin empleo o subempleadas, 850 millones están desnutridas y cientos de millones de personas carecen de agua potable adecuada, o de combustible suficiente para calentar sus hogares. La mitad de la población del mundo está completamente excluida de la economía formal... Por último, está el ataque implacable de la globalización a la diversidad e identidad cultural. Segmentos enteros de la humanidad sienten que sus historias irrepetibles y los valores que rigen sus comunidades están siendo pisoteados por las empresas globales".

5. Medidas contra el terrorismo

Hecho el diagnóstico, sigue sin dificultad el tratamiento. Todo depende de las causas señaladas en la procedencia del mal. En nuestro caso, creo que está bastante claro. El terrorismo viene provocado por situaciones y causas que fomentan las injusticias sociales, económicas, culturales y políticas. El llamado Orden Internacional no parece que sea tal, cuando dentro de él nos encontramos con hechos y desgracias como éstas. La tragedia del 11 de septiembre acusa, querámoslo o no, a las dos partes del litigio, pero acusa sobre todo a las políticas de Occidente.

Y no son los políticos precisamente los que llevan el análisis al campo de su propia responsabilidad. Repensar la propia política, admitiendo persistentes abusos y errores y demandar la responsabilidad que de ellos se pudiera deducir, supone humildad, un gran sentido de humanidad y justicia, la convicción de que el mundo no está dividido para que unos dominen y otros sean dominados, para que unos naden en la abundancia y otros pululen en la miseria, y supone el sentir ético de que la humanidad es una única familia llamada a convivir en unas relaciones igualitarias de justicia, fraternidad y libertad.

"No es posible, escribe el Magistrado de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón, que viva en un país que sufre el terrorismo desde hace más de treinta años y que día a día clama por la legalidad y el Estado de derecho para hacerle frente, y que ahora se ponga el casco militar y decida ayudar sin límite a un hipotético bombardeo de la nada, a una masacre a la miseria; a un atentado a la lógica más elemental, de que la violencia engendra violencia y que la espiral del terrorismo, de los terrorismos -porque no todos son iguales ni en sus génesis, ni en su desarrollo o finalidad- se alimentan con más muertos sea del color que sean, y ese aumento de víctimas garantiza a la justificación de su actitud e incluso le otorga más "legitimidad" para continuar su acción delictiva".

Garzón, como otros muchos autores, vuelve a reafirmar que el terrorismo, especialmente el islámico, es un fenómeno al que los países occidentales hemos contribuido a dar forma. Y enumera una serie de graves omisiones de Occidente, que "le hacen sufrir ahora las consecuencias terribles de una violencia extrema y fanáticamente religiosa".

Consecuente con su análisis, Garzón no duda en afirmar: "La paz o la libertad duraderas sólo pueden venir de la mano de la legalidad, de la justicia, del respeto a la diversidad, de la defensa de los derechos humanos, de la respuesta mesurada, justa y eficaz... No se puede construir la paz sobre la miseria o la opresión del fuerte sobre el débil y, sobre todo, no se puede olvidar que habrá un momento en el que se tengan que pedir responsabilidades por las omisiones y por la pérdida de una oportunidad histórica para hacer más justo y equitativo este mundo... La respuesta no es desde luego la militar, sino aquella que parte necesariamente del Derecho mediante la elaboración y la aprobación urgente de una Convención Internacional sobre el terrorismo... Creo que ha llegado el tiempo en que los principios de soberanía territorial, derechos humanos, seguridad, cooperación y justicia penal universal se conjuguen en un mismo tiempo y con un sentido integrador. Este, y no otro, debe ser el fin de la gran coalición de Estados frente al terrorismo".

Esta misma es la opinión que, de unas y otras partes, llega insistente: "La vía hacia nuestra seguridad consiste en reducir el número de otros dispuestos a morir. Lograrlo no requiere resolver previamente todos los conflictos y dramas del mundo . Lo que sí se exige es recrear la esperanza de que las injusticias pueden llegar a repararse. Sólo el desesperado muere matando, el que tiene esperanza prefiere vivir luchando. El gran reto de Occidente no es matar a unos centenares de asesinos; si eso es todo lo que hacemos, aparecerán otros. El reto consiste en poner fin a las situaciones que hacen surgir miles de desesperados dispuestos a morir matando. Algo que en los últimos 10 años no hemos hecho. Quizá tras el 11 de septiembre de 2001 empecemos a hacerlo".

Añado algunas opiniones más que apuntan a la raíz profunda, si es que de verdad se quiere acabar con el terrorismo.

Tendremos que ser igualmente atrevidos y unánimes en nuestra determinación para mantener el espíritu democrático de apertura y tolerancia, y para abordar las injusticias económicas que permiten que florezcan los pensamientos extremistas y el terrorismo. Esta iniciativa es la única forma de garantizar realmente que el terrorismo sea definitivamente derrotado a largo plazo" (Jeremy Rifkin).

"La fase más larga y complicada en el combate contra el terrorismo incluye, entre otras causas, la creación de acuerdos internacionales sobre una serie de cuestiones, aplicar convenciones ya existentes y utilizar los medios para lograr soluciones políticas a las continuas injusticias" (Chris Patten, Comisario europeo de Relaciones Exteriores, El País, 1 de Octubre).

"En lugar de guerra y su correspondiente escalada, lo que debería haber es u n tiempo de reflexión sobre las raíces sociales y políticas del conflicto: un tiempo que sirva para el reconocimiento de que el derecho de autodeterminación tiene prioridad sobre esas doctrinas imperialistas trasnochadas propias de determinadas esferas de influencia y sus deseos de fundar nuevas colonias" (James Petras, El Mundo, 16 de Septiembre).

"La solución es la democracia a escala mundial: la voz de los pueblos, de todos los pueblos". (Federico Mayor Zaragoza, El País, 24 de Septiembre).

VOLVER ^

El Correo, 17 de octubre de 2001

TEOLOGÍA PARA AGNÓSTICOS

RAFAEL AGUIRRE

Cada vez que me encuentro con mi amigo Ignacio Sotelo me dice que tiene que escribir un libro con este título: teología para agnósticos (entre los que se encuentra). Y es que, acostumbrado al mundo intelectual alemán, le parece incomprensible la inexistencia de estudios científicos sobre las religiones en la Universidad española y la falta de debate social serio sobre la influencia histórica del factor religioso. No sé si algo está cambiando, pero no ha habido universidad de verano que se precie que no haya montado este año algún curso sobre el tema religioso. Quizá sea para compensar el clamoroso vacío de los planes de estudio o porque algo se presiente en el ambiente. Pero lo de estos días es ya una auténtica avalancha: la opinión pública está recibiendo una formación acelerada sobre el Islam y sus diferentes versiones, sobre la religión civil estadounidense, sobre la Biblia, el Corán, los ulemas, sus decretos... La divinidad, pobre divinidad, es invocada por unos y por otros; es utilizada para animar a los terroristas y para consolar a sus víctimas.

Tanto entre los talibanes afganos, estudiantes de las madrasas coránicas, como entre sus homólogos judíos, los talmidim o estudiantes en las escuelas talmúdicas, se reclutan los más radicales y fanáticos de ambos campos enfrentados. Ahora resulta que la teología puede ser más incontrolable y peligrosa que la tecnología, a la vez que infinitamente plástica y manipulable.

El terrible video en el que Bin Laden y su lugarteniente egipcio daban su interpretación de la masacre del 11 de septiembre estaba lleno de alusiones al presente -al aplastamiento impune de los palestinos por Israel con la connivencia de Estados Unidos, al bloqueo de Irak-, pero también de referencias históricas bien remotas: a la expulsión de Al Andalus, las cruzadas... Se dirigía al inconsciente colectivo de más de mil millones de musulmanes y ahondaba en heridas nunca cicatrizadas. Me pareció de enorme fuerza comunicativa.

En nuestra civilización tecnológica el presente es cada vez más efímero, las nuevas tecnologías y adiestramientos se suceden con extraordinaria rapidez y quedan pronto desfasadas. La experiencia de los mayores, que en otras civilizaciones se valoraba como el gran caudal de sabiduría, no vale nada en nuestra era técnica. La única memoria que importa es la del ordenador, que nos devuelve, con rapidez ciertamente y combinados, los datos que antes le hemos introducido. Pues bien, la religión es cada vez más el lugar donde se conservan y transmiten, de forma idealizada y mezclada con mil intereses, las tradiciones de las que depende la identidad de los colectivos humanos. Una determinada mitificación del pasado es clave para justificar el proyecto étnico del sionismo israelí, que ciertamente prescinde de los sedimentos culturales de aquella tierra y de la permanente existencia de grupos humanos y religiosos muy diferentes. Es curioso que en la sacristía de la Basílica del Santo Sepulcro, en el corazón de la ciudad vieja de Jerusalén, se encuentra expuesta la espada de Godofredo de Bouillon, que conquistó la ciudad al frente de los cruzados cristianos a sangre y fuego. Pero al de pocos metros, en cuanto se sale de la muralla, la primera gran calle del ensanche árabe lleva el nombre de Saladino, el gran líder musulmán que derrotó a los cruzados en 1187. La violencia existente en la tierra de Palestina/Israel es inseparable de una historia de odios y enfrentamientos evocada casi en cada piedra, en las ruinas presentes por doquier, en los incontables monumentos. Quien sube al monte Carmelo, en la ciudad de Haifa, se encuentra con una impresionante escultura de Elías, el gran profeta de Yahvé, blandiendo la espada con la que acabó con cientos de profetas de Baal. Pasan los siglos, pero los recuerdos de las violencias originarias y sacralizadas, ejercidas o sufridas, generadoras de odios y resentimientos, se incrementan y permanecen como barreras que distinguen y salvaguardan la identidad de grupos que siguen enfrentados.

Nadie puede tirar la primera piedra. Nada más parecido a las llamadas a la yihad o guerra santa que estos días retumban por las mezquitas de muy diversos países musulmanes que las predicaciones medievales, de santos canonizados y de legados pontificios, convocando a la cristiandad a las cruzadas para liberar los santos lugares de los infieles y prometiendo toda clase de recompensas sobrenaturales. Todas las religiones tienen que recuperar sus mejores posibilidades, pero sobre todo -ya que de teología para agnósticos se trata- tienen que someterse a la crítica a la luz de la razón, de las exigencias de la humanidad compartida y de los derechos humanos. En nombre del respeto a la diferencia cultural no se puede admitir que una religión ultraje la dignidad básica de sus miembros (por ejemplo, de las mujeres), ni que mantenga actitudes impositivas hacia afuera. Ejemplos: en España se mantuvo hasta hace bien poco la pretensión de defender la supuesta unidad católica de forma coactiva; unos extranjeros corren ahora peligro de perder la vida en Afganistán acusados de hacer proselitismo cristiano; en Israel expulsan del país a quien propague religiones extranjeras porque atenta contra el carácter judío del Estado.

Pero, como digo, la religión es plástica y fácilmente manipulable. Se convierte, con frecuencia, en expresión de intereses muy oscuros. Bin Laden no es un teólogo, sino un economista con una buena formación intelectual y una gran capacidad de comunicación. Me recuerda -salvando mil diferencias- al comandante Marcos, que desde un lugar recóndito de la selva actúa pensando en la opinión pública mundial y utiliza hábilmente los elementos simbólicos que le confieren un halo prestigioso ante su gente. En el caso de Bin Laden, su capacidad de evocar la vida de Mahoma, con su porte, su caballo, el exilio de la Meca por un poder corrupto, su propósito de volver para instaurar un Estado realmente islámico. Y es que, en efecto, no parece descabellado pensar que Bin Laden está lanzando un órdago político a la monarquía saudí, a la que detesta, que lo expulsó del país y le privó de su ciudadanía.

Hoy es evidente -lo vengo defendiendo desde hace años por lo que nos toca a los vascos- que el terrorismo es, ante todo, un fenómeno ideológico, que exacerba una causa y la pone por encima de toda norma moral y de la consideración a las personas concretas. Pero el fanatismo no es ciego: responde a intereses y proyectos políticos precisos. El terrorismo siempre intenta conectar con un colchón de comprensión y simpatía que le dé cobertura y respetabilidad social.

Tampoco el terrorismo islámico es un fenómeno de masas desesperadas, pero intenta aprovecharse de su existencia y de sus desgracias para movilizarlas alentando sus sentimientos antioccidentales y su hastío ante los regímenes árabes corruptos. Por eso el apoyo que Estados Unidos busca en los gobiernos árabes para combatir el terrorismo, que tiene su gran referente en Bin Laden, se puede convertir en un 'boomerang' político si no va unido a transformaciones sociales que aumenten la democracia y la justicia en aquellos países.

Estamos asistiendo a una ofensiva de un terrible terrorismo de explícita fundamentación religiosa. Lo peor que podría hacerse es oponerle otra mala teología. Nadie se identifica, sin más, con el Bien o con el Mal absoluto. Ningún pueblo o grupo puede pretender una elección especial de Dios; ninguna causa histórica se identifica con proyecto divino alguno. Sea todo dicho apresuradamente: de Dios se puede hablar con convicción, porque es una experiencia muy honda y humanizante, pero siempre con mucha modestia y perplejidad porque es un misterio, que desborda todo lo que podemos imaginar y pensar. Quien quiera hablar de Satán tendrá que decir que está allí donde aniden la violencia y el odio; quien pueda hablar de Dios tendrá que decir que es amor que aúna a toda la realidad y que sólo en el amor sincero y desinteresado se puede vislumbrar su huella.

VOLVER ^

El País, 23 de octubre de 2001

JAVIER OSÉS, OBISPO CERCANO

RAFAEL SANUS, obispo emérito, profesor de teología

ZARAGOZA.

Se nos ha muerto Javier Osés (1926), obispo de Huesca. Con su muerte, la Iglesia en España ha perdido a uno de sus mejores obispos.

Lo conocí personalmente cuando en 1989 me nombraron obispo y empecé a asistir a las asambleas plenarias de la Conferencia Episcopal Española. Desde el primer momento simpatizamos. Era un navarro bueno, inteligente y muy noblote. Conseguía armonizar perfectamente la sinceridad y la delicadeza.

En los difíciles años del postconcilio desempeñó el cargo de rector del Seminario Diocesano de Pamplona. Y yo también había realizado la misma función en Valencia durante esos crispados años y sé muy bien que mantener el equilibrio y la cabeza clara era casi una pasión inútil. El rector y los demás formadores recibíamos bofetadas por parte de la derecha y de la izquierda. La derecha quería que se cerrase el seminario hasta que pudiera reinstaurarse la formación de seminaristas a la antigua usanza; la izquierda propugnaba la desaparición de estos centros formativos por considerarlos un bastión anticonciliar.

Javier Osés no debió ejercer mal su oficio porque fue elegido como obispo de Huesca. Pero, con la muerte de Pablo VI, cambiaron los aires que venían del Vaticano. La Eclesiam Suam, la encíclica montiniana del diálogo, perdió vigencia y protagonismo; empezó a germinar un cierto involucionismo que ha ido creciendo durante el largo pontificado de Juan Pablo II. Y, precisamente en ese momento, la progresista Asociación de Teólogos Juan XXIII inició sus congresos anuales en Madrid, haciéndolos coincidir con los días de la asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal. Parecía una actividad paralela y una contestación. Los teólogos de la Juan XXIII pidieron la presencia de un obispo en su reunión. Javier Osés, que iba siempre por la vida con el corazón en la mano, por libre decisión y sin reticencia alguna, se presentó a dialogar con los teólogos progresistas. Este gesto, su compromiso y su pensamiento, expresado en entrevistas, cartas pastorales y artículos, no gustaron a las altas esferas eclesiásticas y quedó confinado para siempre en la cristiana y viva Huesca, aunque él siempre se encontró feliz en su querida diócesis.

En las últimas asambleas plenarias del episcopado no intervenía casi nunca en los debates -actual-mente hay otros obispos que actúan como él-, quizás porque creía que las líneas básicas de la orientación de la Conferencia estaban ya trazadas de antemano. Pero Javier Osés seguía trabajando, y muy bien, como presidente de la comisión episcopal de pastoral social. Tenía una gran sensibilidad para percibir las injusticias y los sufrimientos de las personas, especialmente de los más pobres, los excluidos y marginados.

Ha muerto víctima de una larga y muy dolorosa enfermedad, que soportaba con extraordinario temple y confianza cristianas. Esperaba la partida con el espíritu tan conmovedor de san Francisco de Asís, que la llamaba 'hermana muerte'. Realmente, para el cristiano, la muerte es una hermana que nos lleva de la mano al encuentro de Cristo resucitado y glorioso.

Dios quiera que el ejemplo de monseñor Osés cunda entre el episcopado español, porque creo sinceramente que es el perfil de obispo que necesita hoy la Iglesia en España: abierto, comprensivo, dialogante, sin dogmatismos innecesarios, cercanos a los problemas de las gentes y con la suficiente humildad como para reconocer los fallos y los errores de la Iglesia actual.

VOLVER ^

La Verdad, 23 de octubre de 2001

ECONOMÍA Y RELIGIÓN

ANTONIO LUCAS

Mientras algunos curas de Portugal aprovechan las homilías para informar a los campesinos sobre el cambio en la rutina de la economía doméstica que traerá el euro, aquí en España asistimos a diario a ese culebrón de guionista con calzoncillos de 42.000 pesetas y jersey de un millón, en el que nuestra Iglesia no sabe si pedir perdón, canonizar la estafa, dejar que escampe el temporal, mirar para otro lado, o todo a la vez y que sea lo que los jueces quieran. Porque en lo del caso Gescartera no hay más mensaje divino que el del juez, ni más Evangelio que el código civil o el penal, depende del tamaño del delito. Ni más Apocalipsis que el apocalipsis mismo, que ya es bastante.

En Portugal se llenan las iglesias de billetes de euros con un fin didáctico y aquí desaparecen hasta las telarañas de los cepillos de ciertas congregaciones, y no precisamente por los votos de pobreza, sino por una mala estrategia de inversión y especulación en bolsa, impropia de los mensajeros divinos del Creador. Ya dije en un artículo que quedó flotando por el limbo que suelen ser las papeleras de las redacciones, que el dinero es el único dios verdadero.

Propongo que ahora que se ha caído San Cucufato del Martirologio por falta de hinchas o seguidores, le abran un hueco a la economía de nuevo cuño en esa guía se santos con milagro que normaliza nuestros nombres, aunque uno sea agnóstico por voluntad y estilo, que no son cosas tan distintas.

La Iglesia, con esa espiritualidad de canto nimbado, se ha propuesto evangelizar el euro antes de que empiece, a ver si estos billetes nuevos –traídos de Europa para beneficio de Alemania, Inglaterra y Francia– dan menos problemas que el dinero convencional, porque la peseta, ya en su agonía, les ha salido rana. La economía fluctúa igual que suben o bajan los fervores y fagocita lo que le sale al paso, sea divino o humano.

La economía es algo así como el ántrax de los pobres, una coartada laica maquillada de ecuaciones y confort. Un disfraz de números para las nuevas ideologías, que esconden a terroristas forrados con un kalashnikov bajo el faldón. De hecho, ahora estamos asistiendo en directo a la verdad de esa globalización funesta que nadie sabía hace un mes dónde estaba, pero había que combatir.

Me explico: tras el derrumbe de esa materialización de la vanidad esbelta que fueron las Torres Gemelas, la religión y la economía se han desvelado como un sólo coloso capaz de redefinir el terror del hombre y fundir el bronce de su orgullo. La globalización era esto, un desafío a la confusión, a esas culturas olvidadas que, tras siglos de reposo, se han fortalecido en su miseria.

Ahora que el euro ha quedado como una realidad difuminada en esta guerra de los virus, ahora que Oriente amenaza con fumigar y ponernos mirando a la Meca, la Iglesia, en Portugal o donde sea, da lecciones de ahorro y cambio de moneda. Esto es algo así como ideologizar el mensaje divino o divinizar el mensaje ideológico del dinero, según se mire.

La Iglesia, a lo largo de la Historia, ha demostrado que del lado del poder se come caliente. Durante el siglo XX pasó de puntillas por demasiados conflictos sociales que marcaron el mundo y que ahora tienen su respuesta en la angustia de ese becerro dócil que ha sido Occidente. El ruido de la guerra es, en este caso, la fanfarria de la religión, la ira contenida que han larvado en sus mensajes los imanes de Oriente. El ántrax que levanta su muerte por el cielo arrastra una estela de misión divina, y es lo que da más miedo.

La guerra se ha mostrado como una conjunción inquietante de economía y religión, por lo menos la última guerra del siglo XX, la de los Balcanes, que a lo mejor ya estaban anunciando algo de esto mismo que ahora vemos.

La de ahora es una guerra económica y religiosa. La economía acorazada contra la economía básica de subsistencia. Quiero decir que el dinero ensucia siempre los mensajes y pone sobre ellos un interrogante. Quiero decir que el dinero, por qué no, es un deicida que sólo cree en sí mismo.

VOLVER ^

ECLESALIA, 28 de octubre de 2001

MENSAJE DE LA X ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA DEL SÍNODO DE OBISPOS

280 participantes trazan un perfil del obispo del tercer milenio

AGENCIA ZENIT, 26/10/01

CIUDAD DEL VATICANO.

I. INTRODUCCIÓN

1. Reunidos en Roma en nombre de Cristo Señor, desde el 30 de septiembre hasta el 27 de octubre de 2001, nosotros, patriarcas y obispos católicos de todo el mundo, hemos sido convocados por el Papa Juan Pablo II, para evaluar nuestro ministerio en la Iglesia a la luz del Concilio Vaticano II (1962-1965). A semejanza de los apóstoles, reunidos después de la Resurrección en el Cenáculo con María, la Madre de Jesús, hemos «perseverado unánimes en la oración» invocando al Espíritu del Padre para que nos ilumine sobre nuestra misión de servidores de Jesucristo para la esperanza del mundo (cf. Hch 1, 14).

2. Con el sucesor de Pedro, que ha anunciado la Buena noticia a todos los hombres, que ha recorrido infatigablemente toda la tierra como peregrino de la paz y cuya constante presencia en nuestros trabajos fue para nosotros una fuente particular de aliento, nos hemos puesto a la escucha de la Palabra de Dios y a escucharnos mutuamente. De este modo, las voces de las Iglesias particulares y de los pueblos se hicieron oír entre nosotros, permitiéndonos hacer verdaderamente la experiencia de una fraternidad universal, que desearíamos comunicaros por medio de este Mensaje.

3. Hemos tenido que deplorar la ausencia de hermanos muy queridos en el Señor, que no han podido venir a Roma. También hemos escuchado con profunda emoción el testimonio de muchos obispos que en estos últimos decenios han sufrido la prisión y el exilio por causa de Jesús. Otros han muerto por su fidelidad al Evangelio. Sus sufrimientos y los de sus Iglesias locales, lejos de apagar la luz de la esperanza cristiana, la han avivado aún más para el mundo entero.

4. Han participado activamente en este Sínodo algunos Superiores generales de las Congregaciones religiosas. También hemos tenido la gran alegría de acoger delegados fraternos de otras Iglesias cristianas, y de tener entre nosotros auditores, religiosos y laicos, varones y mujeres, así como expertos e intérpretes y los miembros de la Secretaría del Sínodo. A todos ellos nuestro cordial agradecimiento.

II. JESUCRISTO, NUESTRA ESPERANZA

5. El Espíritu Santo, al otorgarnos el don de abrirnos conjuntamente a las realidades actuales de la vida de las Iglesias y del mundo, ha glorificado en nuestros corazones a Cristo resucitado, tomando lo que es de Él para anunciarlo (cf. Jn 16, 14). En efecto, bajo la luz de la Pascua de Cristo, de su Pasión, Muerte y Resurrección hemos releído tanto las tragedias como las maravillas de las que hoy somos testigos en el universo. Para decirlo con las palabras de San Pablo, nos hemos situado frente al «misterio de la iniquidad» y al «misterio de la piedad» (cf. 2 Ts 2, 7 y 1 Tm 3, 16).

6. Si bien, desde un punto de vista humano, la potencia del mal muy frecuentemente parece estar por encima de la del bien, la tierna misericordia de Dios la supera infinitamente a los ojos de la fe: «Allí donde abundó el pecado sobreabundó la gracia» (Rm 5, 20). Hemos experimentado la fuerza y la verdad de esta enseñanza del Apóstol en la mirada misma que hemos dirigido sobre el presente. «Porque hemos sido salvados en la esperanza; y una esperanza que se ve, no es esperanza, pues ¿cómo es posible esperar una cosa que se ve? Pero esperar lo que no vemos es aguardar con paciencia» (Rm 8, 24-25).

7. El rechazo inicial de obedecer a Dios, que según la revelación de la Sagrada Escritura es la raíz del pecado, ha sido fuente de división entre el hombre y su Creador, el varón y la mujer, el hombre y la tierra, el hombre y su hermano. De donde surge este interrogante, que no deja de cuestionar nuestras conciencias: «¿Qué has hecho de tu hermano?» (Gn 4, 9-10). Pero jamás se debe olvidar que el relato del pecado es seguido inmediatamente por una promesa de salvación y que ésta precede a la historia del asesinato de Abel, el inocente, figura de Jesús. El Evangelio, buena noticia para toda la humanidad, es proclamado en la aurora de su historia (cf. Gn 3, 15).

8. Todavía hoy este Evangelio es pregonado por toda la tierra. No podríamos dejarnos intimidar por las diversas formas de negación del Dios viviente que, con mayor o menor autosuficiencia, buscan minar la esperanza cristiana, parodiarla o ridiculizarla. Lo confesamos en el gozo del Espíritu: «Cristo ha resucitado verdaderamente». En su humanidad glorificada ha abierto el horizonte de la Vida eterna para todos los hombres que aceptan convertirse.

El horror del terrorismo

9. Nuestra asamblea, en comunión con el Santo Padre, ha expresado su más viva compasión por las víctimas de los atentados del 11 de septiembre de 2001 y por sus familias. Rezamos por ellas y por todas las otras víctimas del terrorismo en el mundo. Condenamos de modo absoluto el terrorismo, que de ninguna manera puede ser justificado.

Situaciones de violencia

10. Por otra parte, durante este Sínodo no hemos podido cerrar nuestros oídos al eco de tantos otros dramas colectivos. Es también urgente y necesario tener en cuenta las «estructuras de pecado» de las que ha hablado el Papa Juan Pablo II, si queremos abrir nuevos caminos para el mundo. Según observadores competentes de la economía mundial, el 80% de la población del planeta vive con el 20% de los recursos y ¡mil doscientos millones de personas deben «vivir» con menos de un dólar por día! Se impone un cambio de orden moral. La doctrina social de la Iglesia adquiere hoy una importancia que nunca podremos subrayar suficientemente. Nosotros, obispos, nos comprometemos a procurar que sea mejor conocida en nuestras Iglesias particulares.

11. Algunos males endémicos, subestimados durante mucho tiempo, pueden conducir a la desesperación de poblaciones enteras. ¿Cómo callarse frente al drama persistente del hambre y de la pobreza extrema en una época en la cual la humanidad posee como nunca los medios de un reparto equitativo? No podemos dejar de expresar nuestra solidaridad, entre otras, con la masa de refugiados e inmigrantes que, como consecuencia de la guerra, de la opresión política o de la discriminación económica, son forzados a abandonar su tierra, en búsqueda de trabajo y con una esperanza de paz. Los estragos del paludismo, la expansión del sida, el analfabetismo, la falta de porvenir para tantos niños y jóvenes abandonados en la calle, la explotación de las mujeres, la pornografía, la intolerancia, la tergiversación inaceptable de la religión para fines violentos, el trafico de la droga y el comercio de las armas . ¡La lista no es exhaustiva! Sin embargo, en medio de todas estas calamidades los humil!

des levantan la cabeza. El Señor los mira y los apoya: «Por la opresión del humilde y el gemido del pobre me levantaré - dice el Señor» (Sal 12, 6).

12. Quizá lo que más lastima nuestro corazón de pastores es el desprecio de la vida, desde su concepción hasta su término, y la disgregación de la familia. El «no» de la Iglesia al aborto y a la eutanasia es un sí a la vida, un sí a la bondad radical de la creación, un sí que puede alcanzar a todo ser humano en el santuario de su conciencia, un sí a la familia, primera célula de la esperanza en la que Dios se complace hasta llamarla a convertirse en «iglesia doméstica».

Artesanos de una civilización del amor

13. Damos gracias de todo corazón a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas así como a los misioneros. Movidos por la esperanza que viene de Dios y que se ha revelado en Jesús de Nazareth ellos se comprometen en el servicio a los débiles y enfermos y proclaman el Evangelio de la vida. Nosotros admiramos la generosidad de numerosos militantes de causas humanitarias; la tenacidad de animadores de instituciones internacionales; el coraje de aquellos periodistas que, no sin riesgos, hacen obra de verdad al servicio de la opinión pública; la acción de hombres de ciencia, de médicos y personal de salud; la audacia de algunos empresarios para crear empleos en zonas consideradas difíciles; la dedicación de padres, educadores y docentes; la creatividad de artistas, y de tantos otros artífices de paz que buscan salvar vidas, reconstruir la familia, promover la dignidad de la mujer, educar a los niños y preservar o enriquecer el patrimonio cultural de la humanidad. Creemos que en todos ellos «la gracia actúa invisiblemente» («Gaudium et spes», 22).

III. EL OBISPO, SERVIDOR DEL EVANGELIO DE LA ESPERANZA

Una llamada a la santidad

14. El Concilio Vaticano II hizo llegar a todos una llamada universal a la santidad. Para los obispos ésta se realiza en el ejercicio de su ministerio apostólico, con «la humildad y la fuerza» del Buen Pastor. Una forma muy actual de la santidad, que necesita el mundo, es esta apertura a todos que es característica distintiva del obispo, en la paciencia y en la audacia de «dar razón de la esperanza» (1 P 3, 15) que está presente en él. Para dialogar en verdad con las personas que no comparten la misma fe, la comunión en la Iglesia debe ser ante todo simple y verdadera, de modo que todos, cualquiera fuere su función en el seno de ella, «conserven la unidad del Espíritu por el vínculo de la paz» (Ef 4, 3).

Luchar contra la pobreza con un corazón de pobre

15. Así como existe una pobreza que aliena, y que es necesario luchar para liberar de ella a los que la padecen, también puede haber una pobreza que libera y potencia las energías para el amor y para el servicio, y es esta pobreza evangélica la que intentamos practicar. Pobres ante el Padre, como Jesús en su plegaria, sus palabras y sus actos. Pobres con María, en la memoria de las maravillas de Dios. Pobres ante los hombres, por un estilo de vida que hace atrayente la Persona del Señor Jesús. El obispo es el padre y el hermano de los pobres. Él no debe dudar, cuando es necesario, en hacerse portavoz de los que no tienen voz, para que sus derechos sean reconocidos y respetados. En particular, él debe proceder «de modo que en todas las comunidades cristianas, los pobres se sientan como "en su casa"» (Novo millennio ineunte, 50). Entonces, mirando unidos hacia nuestro mundo en un gran impulso misionero, podremos expresarle el gozo de los humildes y de los puros de corazón, la fuerza del perdón, la esperanza de que los hambrientos y sedientos de justicia sean plenamente saciados por Dios.

Comunión y colegialidad

16. El término «comunión» (koinonía) pertenece a la indivisa Tradición cristiana de Oriente y de Occidente. Toma todo su vigor de la fe en Dios, Padre, Hijo y Espíritu. Este misterio de relaciones de unidad y de amor en la Trinidad santa es la fuente de la comunión en la Iglesia. La «colegialidad», al servicio de la comunión, se refiere al colegio de los apóstoles y de sus sucesores, los obispos, unidos estrechamente entre ellos y con el Papa, sucesor de Pedro. Siempre y en todas partes, ellos enseñan conjuntamente la misma fe con un «carisma cierto de verdad» (S. Ireneo, «Adversus Haereses» IV, 26, 2) y la proclaman a los pueblos de la tierra (cf. «Dei Verbum, 8). Comunión y colegialidad, plenamente vividas, concurren para el equilibrio humano y espiritual del obispo y favorecen la gozosa irradiación de la esperanza de las comunidades cristianas y su entusiasmo misionero.

Un combate espiritual

17. El Concilio Vaticano II, esta «gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo veinte», permanece como «una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza» («Novo millennio ineunte», 57). Manteniéndonos fieles a su enseñanza acerca de la Iglesia podremos servir, en toda la faz de la tierra, al Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo. El amor de la unidad no supone indiferencia alguna hacia las corrientes contrarias a esta verdad, que brilla sobre el Rostro de Cristo: «Ecce homo» (Jn 19, 5). Ese amor puede conducir al pastor, como vigía y profeta, a alertar a su pueblo acerca de las distorsiones que amenazan la pureza de la esperanza cristiana. Él puede conducirlo a oponerse a todo eslogan o actitud que, pretendiendo «reducir a nada la Cruz de Cristo» (1 Co 1, 17), vela a la vez el verdadero rostro del hombre y su vocación sublime de criatura, llamada a compartir la vida divina. «Id pues.» (Mt 28, 19)

18. Presidiendo cotidianamente la Eucaristía para su pueblo el obispo se une a Cristo crucificado y resucitado en su ofrenda al Padre, renovando en sí mismo el acto de Jesús: «dar su carne para la vida del mundo» (Jn 6, 51). Durante el Sínodo nos hemos renovado para este ministerio, que no es otra cosa que anunciar a todos el designio salvífico de Dios, celebrar su misericordia comunicándola por los sacramentos de la vida nueva y enseñar su ley de amor atestiguando su presencia «todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). «Id pues.»: este envío misionero se dirige a todos los bautizados, sacerdotes, diáconos, personas consagradas y laicos; y a través de ellos alcanza a «toda la creación» (Mc 16, 15).

Artífice de la unidad

19. «Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión» («Novo millennio ineunte», 43) mediante la acogida de todos, la lectio divina, la Liturgia, la Diaconía, el Testimonio: tal es el desafío espiritual y pedagógico que permitirá al obispo alimentar la fe de unos, despertar la de otros y anunciarla a todos con firmeza. Él no cesará de sostener el fervor de sus parroquias y, junto con sus párrocos, las animará con un impulso misionero. Los movimientos, pequeñas comunidades, servicios de formación o de caridad, que forman el tejido de la vida cristiana, se beneficiarán con su vigilancia y atención. Como un buen artífice de la unidad el obispo, con los sacerdotes y los diáconos, discernirá y sostendrá todos los carismas en su maravillosa diversidad. Los hará concurrir en esta misión única de la Iglesia: dar testimonio, en medio del mundo, de la bienaventurada esperanza que reside en Jesucristo, nuestro único Salvador.

20. «¡Que todos sean uno como Tú, oh Padre, estás en mí yo en Ti; que ellos sean uno en nosotros a fin de que el mundo crea que Tú me has enviado» (Jn 17, 21). Esta oración es «a la vez un imperativo, que nos obliga, y una fuerza, que nos sostiene». Con el Papa, Juan Pablo II, nosotros expresamos nuestra esperanza de «que sea reencontrada en plenitud este intercambio dones, que ha enriquecido a la Iglesia durante el primer milenio» («Novo millennio ineunte», 48). El compromiso irrevocable del Concilio Vaticano II por la plena comunión entre cristianos, interpela al obispo a entregarse con amor al diálogo ecuménico y a formar a los fieles en su justa comprensión. Estamos convencidos de que el Espíritu Santo actúa en este comienzo del Tercer milenio en el corazón de todos los fieles de Cristo, moviéndolos hacia esta unidad, que es un gran signo de esperanza para el mundo.

Ministros del Misterio

21. El Sínodo desea expresar el caluroso agradecimiento de los obispos a todos los sacerdotes, sus principales colaboradores en la misión apostólica. Servir al Evangelio de la esperanza es suscitar una renovación en el fervor, para que sea escuchada la llamada del Señor a su viña. Gracias a una confianza y una amistad cordial con sus sacerdotes el obispo hará que aumente nuevamente la estima de su ministerio, frecuentemente menospreciado en una sociedad tentada por las idolatrías del poseer, del placer y del poder. Ministerio apostólico y misterio de la esperanza son indisociables. Dar la prioridad a esta llamada y a la plegaria para pedir «pastores según el corazón de Dios» no es subestimar las otras vocaciones. Por el contrario, es hacer posible su crecimiento y fecundidad. Que los diáconos, que recuerdan a todos los miembros de la Iglesia que deben imitar a Cristo Servidor, encuentren igualmente aquí la expresión de nuestro apoyo y nuestro aliento.

La vida consagrada

22. Nuestro reconocimiento se dirige también a todas las personas consagradas, dedicadas a la contemplación y al apostolado. Testigos privilegiados de la esperanza del Reino que viene, su presencia y su acción frecuentemente permiten a nuestro ministerio apostólico alcanzar a las personas en las fronteras más alejadas de nuestras diócesis, allí donde, sin ellos, Cristo no sería conocido. Por su fidelidad al espíritu de sus fundadores y por la radicalidad de sus opciones «ellos son respecto del Evangelio lo que es una partitura cantada respecto de una escrita» (San Francisco de Sales, Carta CCXXIX [6 de Octubre de 1604]: Oeuvres XII, Annecy, Dom Henry Benedict Mackey, o.s.b., 1892-1932, pp. 299-325).

La misión de los laicos

23. Los laicos hoy vuelven a encontrar la parte que les corresponde en la animación de las comunidades cristianas, la catequesis, la vida litúrgica, la formación teológica y el servicio de la caridad. Debemos agradecer y alentar vivamente a los catequistas, como también a las mujeres y varones que, de acuerdo a sus diversos talentos, consagran tanta energía a este trabajo, en comunión con los sacerdotes y diáconos, religiosas y religiosos. Sentimos como deber dar gracias, muy especialmente, por el testimonio de amor de todos los que ofrecen sus enfermedades y sufrimientos con Jesús y María, al pié de la cruz, para la salvación del mundo.

24. Por su parte los obispos desean promover la vocación originaria de los laicos, que es dar testimonio del Evangelio en el mundo. Que por su compromiso familiar, social, cultural, político y por su inserción en el corazón de lo que el Papa Juan Pablo II llamó «los areópagos modernos», particularmente en el universo de los medios de comunicación o en los destinados a preservar la creación («Redemptoris missio», 37), ellos continúen rellenando el foso que separa la fe de la cultura. Que se reúnan en un apostolado organizado para estar en primera línea en esta lucha necesaria por la justicia y la solidaridad, que da esperanza y sentido a este mundo.

Teología e inculturación

25. Conscientes de la magnífica diversidad que representa este sínodo, nosotros, obispos, hemos afrontado de nuevo este tema mayor de la inculturación. Nuestro deseo es reconocer las «semillas del Verbo» en las sabidurías, en las creaciones artísticas y religiosas, en las riquezas espirituales de los pueblos en el curso de su historia. La evolución de las ciencias y de las técnicas, la revolución de la información en el plano mundial, todo nos lleva a recorrer nuevamente la aventura de la fe con la energía, la audacia y la lucidez de los Padres de la Iglesia, teólogos, santos y pastores, en tiempos de desórdenes y de cambios como los que conocemos.

26. La vida entera de nuestras comunidades está marcada por este lento trabajo de maduración y de diálogo. Pero, para volver a expresar la fe pura de los orígenes en fidelidad a la Tradición y con un lenguaje nuevo y comprensible, necesitamos la colaboración de teólogos experimentados. Nutridos del «sentire cum Ecclesia», que inspiró a sus grandes predecesores, ellos también nos ayudarán a ser servidores del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo, prosiguiendo con gozo, prudencia y lealtad, el diálogo interreligioso en el espíritu del Encuentro de Asís de 1986.

IV. CONCLUSIÓN

Dirigimos nuestra mirada hacia vosotros, hermanos y hermanas del mundo entero, que buscáis una tierra de justicia, de amor, de verdad y de paz. ¡Que este Mensaje pueda sosteneros en vuestra marcha!

A los responsables políticos y económicos

27. Los Padres del Concilio Vaticano II, en su Mensaje a los gobernantes, habían osado decirles: «En vuestra ciudad terrestre y temporal Dios construye su ciudad espiritual y eterna». Por esto, bien conscientes de nuestros propios límites y de nuestro papel de obispos, sin la menor pretensión de poder político, nos atrevemos a dirigirnos, por nuestra parte, a los responsables del mundo político y económico: Que el bien común de las personas y de los pueblos sea el motivo de vuestra acción. No está fuera de vuestro alcance poneros de acuerdo lo más ampliamente posible para hacer obra de justicia y de paz. Os pedimos poner vuestra atención en aquellas zonas del planeta que no ocupan la primera plana de los noticiarios televisados y en las que mueren hermanos nuestros a causa del hambre o de la falta de medicamentos. La persistencia de graves desigualdades entre los pueblos amenaza la paz. Como os lo ha pedido expresamente el Papa, aliviad el peso de la deuda externa de los paí!

ses en vías de desarrollo. Defended todos los derechos del hombre, especialmente el de la libertad religiosa. Con respeto y confianza os rogamos recordéis que todo poder no tiene otro sentido que el servicio.

Llamada a los jóvenes

28. Y vosotros, los jóvenes, sois «los centinelas de la mañana». El Papa Juan Pablo II os ha dado este nombre. ¿Qué os pide el Señor de la Historia para construir una civilización del amor? Vosotros tenéis un sentido agudo de las exigencias de la honestidad y de la transparencia. No os dejéis reclutar en campañas de división étnica, ni os dejéis ganar por la gangrena de la corrupción. ¿Cómo ser juntos discípulos de Jesús y actualizar su programa proclamado en el monte de las bienaventuranzas? Este programa no hace caducar los diez mandamientos, inscritos en las tablas de carne de vuestro corazón. Él los aviva y les da un esplendor irradiante, capaz de ganar los corazones para la Verdad que libera. Él os dice a cada uno y a cada una: «Ama a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo» (Lc 10, 27). Estad unidos a vuestros obispos y sacerdotes, testigos públicos de esta Verdad, que es Jesús nuestro Señor.

Una llamada por Jerusalén

29. Finalmente nos volvemos a ti, Jerusalén, ciudad en donde Dios se ha manifestado en la historia:

nosotros rezamos por tu dicha! Puedan todos los hijos de Abraham reencontrarse en ti en el respeto de sus derechos respectivos. Que para todos los pueblos de la tierra permanezcas como símbolo inagotable de esperanza y de paz.

30. Spes nostra, salve! María Santísima, Madre de Cristo, tú eres la Madre la Iglesia, la Madre de los vivientes. Tú eres la Madre de la Esperanza. Sabemos que Tú nos acompañas siempre en los caminos de la historia. Intercede por todos los pueblos de la tierra para que encuentren en la justicia, en el perdón y en la paz la fuerza de amarse como los miembros de una misma familia!

VOLVER ^

Eclesalia-Ciberiglesia no se hace responsable del contenido de los escritos, que aquí se presentan como revista de prensa y servicio de información sobre temas religiosos, ni asume necesariamente las posturas de sus autores.


Para suscribirse/darse de baja:  eclesalia@ciberiglesia.net
(Apunta tu nombre y tu lugar geográfico y eclesial)

Volver a ECLESALIA     -      Volver a CIBERIGLESIA