17 - Febrero, 2003. Fraternidad          

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Revista de Pastoral Juvenil

02/03

CRISTALES DE COLORES

Silvia Martínez

Diario Sur

04/02/03

¿ANTICLERICALISMO EN LA DEMOCRACIA ESPAÑOLA?

José Mª González Ruiz

ECLESALIA

06/02/03

LA IGUALDAD SOBERANA DE TODAS LAS NACIONES

Benjamín Forcano

Ideal

09/02/03

LA FRACTURA EN LA IGLESIA ESPAÑOLA

José María Castillo

ECLESALIA

12/02/03

TODOS ESTAMOS LLAMADOS A SER HERMANOS

Benjamín Forcano

ECLESALIA

25/02/03

ABORTO Y EXCOMUNIÓN EN NICARAGUA

Xavier Pikaza

ECLESALIA

27/02/03

A LA IGLESIA DIOCESANA

Foro Cristianos en búsqueda

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Revista de Pastoral Juvenil, Nº 398, febrero de 2003

CRISTALES DE COLORES

Espacios de reflexión teológica para mujeres creyentes

SILVIA MARTÍNEZ CANO. Mujeres y Teología, mujeresyt@latinmail.com

Los cristales de colores es un libro de cuentos infantiles que cuenta la historia de Toni y Sara, dos niños muy curiosos que, a través de los cristales de un semáforo que han encontrado en un desguace, descubren historias y mundos en los que vivir aventuras. El libro es un cuento verdaderamente maravilloso, no solo para una lectura con nuestros hijos, sino porque nos recuerda algo sumamente importante: toda realidad es interpretada por el ojo que mira, es decir, cada persona interpreta la realidad desde sus experiencias y sentimientos.

Creo que esta metáfora refleja muy bien la situación de la reflexión teológica actual. Para hacer una reflexión teológicamente “seria”, entendemos comúnmente que hay que dedicar gran parte de nuestro tiempo al estudio y a la investigación de la Teología. Algunas personas dedican su vida completa a esta labor, dando grandes frutos, obras extensas sobre temas de nuestra fe muy específicos y complejos. Con ello nos ayudan a profundizar en nuestra fe y en nuestras decisiones en el día a día.

Ahora bien, cuando desde nuestra misión “apostólica” de cristianos queremos transmitir esta reflexión teológica aparecen serias dificultades. Entendemos que estas dificultades surgen en dos niveles.

El primero afecta al cómo transmitimos el mensaje de Jesús, es decir, afecta al lenguaje teológico. Como ciencia que es, la teología necesita lenguaje específico, técnico y riguroso... y no pocas veces incomprensible para el cristiano de a pie.

El segundo apunta al lugar de la reflexión, al desde quién viene esa reflexión. Aunque contamos con gran pluralidad de reflexiones teológicas que provienen de todos los rincones del planeta, es cierto que en su mayor parte sigue siendo producida, todavía hoy, por hombres. El vínculo entre autoridad teológica y género masculino sigue siendo muy estrecho. Esto significa, entonces, unos ojos, una gama de colores determinada en los cristales con los que nos presentan las prioridades, los temas y las imágenes teológicas. Junto a este único color, la gran ebullición en este último siglo del laicado, formado en su mayoría por mujeres, coloca en el primer plano de la vida eclesial la espiritualidad y acción cristianas femeninas. Encontramos por doquier mujeres que sostienen con su presencia la vida parroquial, que acogen y se encargan de las acciones de caridad de las comunidades, que educan a sus hijos cristianamente, que son catequistas... La mujer sostiene gran parte de la vida activa de la Iglesia pero sigue ajena a toda reflexión y autoridad teológica.

Perder esta otra sensibilidad, esta otra forma de ver la realidad, esta gama distinta de colores es una pobreza enorme para la Iglesia. ¿Cómo podemos evitar que la voz de las mujeres se mantenga ignorada en la reflexión teológica? ¿Cómo lograr que no se pierda la experiencia cristiana de la mujer? ¿cómo podríamos recuperar esta experiencia como fuerza revitalizadora de nuestras comunidades [1]?

La primera solución es que estas mujeres que participan en la vida de la Iglesia comiencen a hacer su propia reflexión teológica. Sin embargo esta solución no está exenta de complicaciones. Por un lado la realidad cotidiana de las mujeres obstaculiza, ¿qué mujer, joven o adulta, con niños, responsabilidades domésticas o de trabajo o las dos cosas a la vez, puede ponerse a hacer una reflexión teológica “seria”?. Por otro, cuando sentimos que los cauces de participación son tan escasos en la estructura eclesial, ¿qué caminos pueden encontrar estas teologías para darse a conocer, hacerse públicas y participando en la vida de la comunidad?.

Ninguna de nosotras, mujeres laicas inmersas en el mundo, podemos dejar a nuestras familias a un lado o a nuestros trabajos, para dedicarnos sólo a la investigación y reflexión. Sin embargo, muchas estamos deseosas de profundizar en la teología, de descubrir que el debate sobre cuestiones que atañen a nuestra fe se abre, se profundiza y nos ofrece múltiples posibilidades para transmitirlo a los demás. Miles de imágenes teológicas surgen desde la experiencia femenina de acogida: Dios presentado como ternura; el encuentro con un Jesús liberador de los roles del patriarcado, que hace a la mujer convertirse en portadora del Reino y no de cestos de ropa sucia... la experiencia de vivir en comunidad con otras personas en reciprocidad de amor y transformando el Reino, la necesidad de aportar al pensamiento teológico los descubrimientos propios que están ligados a la vida de los últimos, los niños, los marginales, las mujeres... Todas estas experiencias pueden fundamentar un teología distinta y rica en vida cercana al día a día y cercana también al pensamiento teológico más normativo.

Ante estas expectativas ya hay grupos de mujeres que han dado el paso de hacer teología. Mujeres inmersas en sus realidades eclesiales, mujeres trabajadoras, madres de familia, solteras y religiosas, cualquier mujer con esa inquietud teológica, que se han juntado para pensar, dialogar, contrastar y escribir teología juntas. Grupos como la Asociación de Teólogas Españolas (ATE), Mujeres y Teología o Collectiu de Dones en l'Eglésia llevan funcionando al menos quince años, haciendo presente en los medios eclesiales y civiles su reflexión. En concreto Mujeres y Teología es una federación de grupos que reúne al menos doce colectivos en distintos puntos del país. Presente desde Galicia hasta Andalucía, las agrupaciones se mantienen comunicadas en red: cada lugar realiza su reflexión teológica que luego se pone en común en encuentros anuales. Estos grupos de mujeres parten de un proceso que ha seguido, en su quehacer teológico, los siguientes pasos:

Primero, ha de existir la necesidad en cada uno de sus miembros de buscar en su interior la respuesta a la pregunta “¿qué es para mí la Teología y por qué quiero trabajar en ese ámbito?” El desarrollo de esta respuesta ayuda a las mujeres que quieren formar el grupo a tomar posiciones con respecto a una serie de hechos sociales y eclesiales que viven en su entorno social.

Segundo, al poner en común las inquietudes, preguntas y cuestiones generadas, que nos sacuden como cristianas, comenzamos nuestra andadura como grupo de reflexión teológica. Este grupo deberá ir profundizando cada vez más su reflexión, siempre desde los problemas acuciantes social y eclesialmente acuciantes, que nos interpelan como creyentes.

Tercero, contrastamos nuestra reflexión con lo que han escrito otras mujeres, y con lo que han reflexionado otros grupos eclesiales para abrir y fecundar nuestro crecimiento teológico.

Cuarto, nos animamos a sacar conclusiones, síntesis o ideas nuevas y escribirlas, de tal forma que se puedan dar a conocer esta nueva teología hecha desde los ojos de las mujeres, que pretende enriquecer nuestra vida eclesial.

Quinto, y último, por supuesto lo celebramos porque “la teología que sólo nace de la reflexión intelectual “sacia” cierta curiosidad, pero suele dejar indiferente. ¿Podemos hablar de teología cuando no invita a la conversión, la alabanza y la misericordia?” [2].

Realizando este proceso de reflexión teológica desde el grupo vivo y celebrativo, han salido a lo largo de los años una serie de principios básicos de los que cualquier grupo de mujeres parte para hacer teología:

a) La necesidad de tener en cuenta el contexto en el que se escribe teología. No nos referimos sólo a los términos predominantemente masculinos que utilizamos, sino a aquellos términos que apuntan hacia estructuras de poder-sumisión dentro y fuera de nuestra iglesia y que condicionan nuestros escritos, justificando religiosamente lo injustificable. Esta conciencia de la realidad lleva a la de-construcción de muchos aspectos que anquilosan nuestra vida eclesial porque los consideramos “naturales”. Los términos de patriarcado, racismo, clasismo, sexismo, son términos comunes en los métodos teológicos de las mujeres de estos grupos.

b) La necesidad de actualizar nuestra imagen de Dios. Uno de los primeros problemas que encontramos es la utilización exclusiva de metáforas masculinas para la divinidad. La Iglesia utiliza la imagen de Padre para hablar de Dios y esto redunda a favor de ese lenguaje masculino que sostiene una estructura cultural, que hace de la mujer una ciudadana de segunda categoría, imposibilitada para representar a Dios.

La feminización de Dios no es un tema indiferente, aporta a la teología profundas intuiciones:

En primer lugar la idea de la ternura, fidelidad y proximidad de Dios [3] a los seres humanos, adjetivos que se han ligado desde los orígenes a la figura de la madre y que suaviza la imagen, tantas veces judicial, del Padre Eterno. No queremos decir con esto que las mujeres seamos más fieles, más tiernas o más próximas, sino que de hecho se nos han asignado esas virtudes.

En segundo lugar aporta un nuevo impulso a la superación definitiva de la dualidad de cuerpo – alma, que tantos perjuicios ha causado, sobre todo a las mujeres (la negación del sexo, negación de la comida, ese ascetismo brutal del cristianismo que veía en el cuerpo la cárcel del alma). Esta visión femenina de Dios le presenta involucrado con la materia, hermanado con el cosmos [4].

El problema no es que a Dios se le califique de Padre, sino que se utilice ese nombre para justificar el sistema patriarcal, para reforzar aspectos autoritarios de ese Dios que es tan materno como paterno.

c) Junto al tema de Dios está la Cristología. La masculinidad de Jesús también puede presentar problemas. La pregunta de la cristología feminista es ¿puede un salvador masculino salvar a las mujeres? En la Palestina de Jesús, hubiera sido impensable una mujer que viajara sola, que predicase o que hiciera la mayoría de las acciones del Mesías, reservadas al mundo del varón. En esas circunstancias culturales, la encarnación bajo el cuerpo de varón es lógica. La masculinidad de Jesús, entonces, no es esencial para la creencia en la acción salvadora de Dios.

Jesucristo rompió esquemas. Podemos observar en él una parte femenina muy desarrollada, reflejada en muchos aspectos de su vida:

En sus acciones sanadoras, vinculadas a ese rol de cuidado y misericordia de los más débiles que siempre ha sido otorgado a  las mujeres.

En sus parábolas, donde recoge gran cantidad de escenas del ámbito doméstico, como la mujer que barre y encuentra una moneda (Lc 15, 8-10), la mujer que echa levadura en el pan (Mt 13, 33), las diez doncellas que esperan a sus maridos... Por otro lado las actitudes de los personajes de estos relatos destacan por su misericordia, su perdón y su cuidado hacia el resto, especialmente el débil.

En su actitud, que es tremendamente cercana y acogedora, Jesús muestra una faceta entendida como femenina dentro del contexto patriarcal, especialmente al cuidar las relaciones con las personas, sean quienes sean: Jesús llora (“se le conmueven las entrañas...” Jn 11, 33), acoge a los niños (aquellos que estaban restringidos al gineceo [5]), llama a Dios Abba, término vinculado al bebé, y que nos acerca a la teología tan femenina de Oseas (yo te crié en mis pechos...Os 11, 1-8)

Por otro lado, la estructura que le condena es eminentemente patriarcal. Jesús huye de ese modelo y con su vida, muerte y resurrección, denuncia esa forma de sociedad. Toda la vida pública de Jesús es una continua denuncia contra los poderes establecidos, tanto romanos y civiles, mecanismos que sostienen las estructuras sociales de la época, los grandes abismos entre ricos y campesinado, las diferencias entre libres y esclavos, y también entre mujeres y hombres. La expulsión de los mercaderes del templo (Mc 11, 11; Mt 21, 12-17) es un claro signo del repudio a las normas religiosas saduceas que justifican los sistemas de sumisión de los débiles, sacralizando la opresión [6].

d) Con respecto a la Iglesia, nuestra prioridad no es, como la mayoría de la gente piensa, el acceso al ministerio ordenado, sino abogar por una Iglesia en la que los laicos puedan tener participación, más cercana a los planteamientos de nuestro siglo, que devuelva al estado laical su condición de sujeto. Buscamos una iglesia más creativa, capaz de integrar enfoques diversos, valorarlos y contrastarlos. Creemos que los signos de los tiempos hacen que las mujeres podamos ser aceptadas al ministerio sacerdotal, pero en el marco de una iglesia transformada.

e) En lo referente a la Ética, queremos destacar que la noción de pecado en clave de orgullo y de afirmación de sí apunta más directamente al núcleo del concepto de pecado. Todo lo que rompe la urdimbre del cosmos, todo lo que rompe aquello que creó Dios, cuando vio que era bueno, eso es pecado. Todo lo que va contra el hermanamiento y la concordia, es pecado. Todo lo que somete injustamente a las personas, es pecado. El sistema patriarcal, que es un engranaje de sometimiento continuo, genera pecado en los corazones y en las estructuras sociales. Esta es la reivindicación: cabe la posibilidad de construir otro tipo de sociedad donde la construcción social de los géneros no desplace a la mujer y al niño/a a segundo plano. Es posible el modelo social llamado de Reciprocidad Equivalente, que implica un cambio social reivindicando la igualdad, la autonomía, la equipotencia... y denunciando desde la ética las desigualdades (raza, sexo, clase social) y las discriminaciones (afán de poder, afán de placer, afán de tener) [7].

f) En cuanto a la espiritualidad, en la medida que va habiendo más mujeres que toman la palabra, empieza a hacerse más presente la espiritualidad femenina. Esta espiritualidad trata de acercar a Dios y hacerlo más humano. Supone descubrir el cuerpo femenino como lugar de encuentro con Dios y no sólo el cuerpo del varón. Un cuerpo que se altera y se expande con la maternidad, en un movimiento de entrega oblativa. Un cuerpo que se vacía en la lactancia. Un cuerpo que se empequeñece en el invierno de la menopausia...

En conclusión, lo que queremos decir es que la voz de las mujeres es una parte fundamental en nuestro crecimiento de Iglesia universal, porque aporta una visión nueva que enriquece la vida. No estamos abogando por una visión unilateral de la teología sino por la complementariedad de distintas realidades para la construcción del Reino. Pedimos, ante las críticas, tiempo para que las ideas que han ido surgiendo en cuarenta años de hacer teología tengan la oportunidad de ser repensadas y asentadas. Desde aquí invitamos a aquellas mujeres y aquellos hombres que sientan esta inquietud teológica a que profundicen en ella, reflexionando y celebrándolo en grupo. Desde Mujeres y Teología creemos en la implicación teológica de los laicos y laicas para la transformación de la sociedad y para la puesta en marcha del proyecto de Jesús. Para ello es necesaria la visión de todos, hombres y mujeres, intentando evitar que los colores de nuestros cristales eclipsen la realidad del otro. Dios Padre y Madre se viste de arcoiris.

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[1] Una cosa es que la experiencia esté realmente en nuestras comunidades, que actualmente se da en muchas comunidades con un liderazgo claro y otra cosa es que esto se exprese públicamente en la vida de la Iglesia tanto parroquial y eclesial.

[2] VV.AA. Recordamos juntas el futuro Ed. Claret 1995 pp. 12

[3] esta idea no es original nuestra, estamos recuperando aquí esa parte entrañable de Dios que abunda en los escritos de los Profetas del AT (Oseas, Elias, Isaías...) y que recoge en su predicación y en sus actitudes con los otros Jesús.

[4] Isabel Gómez Acebo y Grupo de Mujeres Arnasatu, País Vasco

[5] Lugar de los niños, que cuidan las mujeres

[6] E. Schüssler Fiorenza, Cristología Feminista crítica, Madrid 2000, Trota pp.146, 152

[7] Vidal, Marciano “Feminismo y ética. Cómo feminizar la moral” Madrid 2000, PPC, pp. 82-85

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Diario Sur, 4 de febrero de 2003           

¿ANTICLERICALISMO EN LA DEMOCRACIA ESPAÑOLA?

JOSÉ M.ª GONZÁLEZ RUIZ, teólogo

Ante ciertas declaraciones y posturas de los diversos grupos políticos y de los medios de comunicación, algunos se han planteado el problema sobre la existencia o supervivencia del anticlericalismo en nuestra actual democracia española.

Para conseguir la mayor neutralidad en este aspecto, recurro a una obra decisiva de William J. Callahan, profesor en Toronto, que con el título de 'La Iglesia católica en España (1875-2002)' acaba de aparecer en nuestras librerías. Se trata de un estudio tremendamente serio, apoyado en una documentación exhaustiva y tratado con una interpretación serena y objetiva.

Al terminar su trabajo Callahan escribe: 'Al llegar a su término el siglo XX y empezar una nueva centuria hay escasas pruebas de que la Iglesia haya logrado llevar a cabo una revitalización institucional y religiosa capaz de dar respuesta a los retos a que se enfrenta en diversos frentes. La estrategia del Papa Juan Pablo II de refundir la aplicación de las enseñanzas del Concilio Vaticano II en un molde conservador caracterizado, sin embargo, por una preocupación por la justicia social, ha influido profundamente en la Iglesia española. Desde 1976 el Papa se ha servido del derecho al libre nombramiento episcopal para crear una jerarquía acorde con los objetivos pontificios. Además, el Vaticano ha intentado fortalecer la autoridad de los obispos ante el reto planteado por los grupos católicos progresistas que pedían una mayor apertura y diálogo en el seno de la organización eclesiástica. La jerarquía ha insistido en conservar su función tradicional de suprema autoridad responsable de la política religiosa y eclesiástica. En tales circunstancias es especialmente importante la capacidad de los obispos para aportar un liderazgo dinámico. Que este liderazgo esté rodeado por la 'aúrea medocridad', como alega el P. José M.ª Martín Patino, quizá sea una afirmación demasiado radical».

Callahan subraya honestamente que actualmente en España ha desaparecido aquel viejo anticlericalismo de quema de iglesias y conventos y de persecución de curas y de frailes. Pero reconoce que hoy es frecuente la actitud de indiferencia para con la religión y con la Iglesia, no exenta de cierto respeto y reconocimiento de su labor positiva.

Sin embargo, ateniéndonos a la definición de 'clericalismo' como la intromisión de la Iglesia oficial en la política concreta e incluso en la imposición de sanciones a los no observantes, hay que reconocer que hoy no solamente sobrevive el anticlericalismo, sino que está sustentado por los mismos documentos más importantes del Concilio Vaticano II. En efecto, éste -sobre todo a través de la 'Gaudium et spes' ('Iglesia y mundo') y del Decreto de Libertad Religiosa- despoja a la Iglesia de su ancestral postura de 'cristiandad' (en España 'nacionalcatolicismo') y vuelve al modelo evangélico de 'pueblo de Dios». En esta circunstancia está claro que la institución Iglesia pierde muchos y sustanciosos privilegios, que hacían de ella un poderoso instrumento en el ejercicio del poder político. La rutina lo expresaba así, cuando se refería a «las autoridades civiles, militares y eclesiásticas».

Los teólogos posconciliares en su gran mayoría y los numerosos católicos españoles que se han ido nutriendo de la enseñanza conciliar, han mantenido ese tipo de 'anticlericalismo', que se deriva del mismo Concilio y empalma con los orígenes del cristianismo. Este último prácticamente se convirtió en 'cristiandad' cuando aceptó la 'integración' al poder imperial que le ofreció el emperador romano Constantino en el año 313.

A este respecto, el profesor Callahan recuerda que en un congreso de teólogos progresistas, mil quinientos delegados plantearon la cuestión de los derechos civiles en el seno de la Iglesia y acusaron al Vaticano de funcionar como un «sistema totalitario». Las Comunidades Cristianas Populares, Cristianos por el Socialismo y otros grupos singularizaron la Congregación de la Fe como Inquisición.

Sin embargo -continúa Callahan-, las acciones emprendidas por la jerarquía eclesiástica en 1987-1988 y con posteridad contra teólogos y asociaciones progresistas no lograron alcanzar su objetivo. Los defensores de una visión alternativa del catolicismo español siguieron publicando sus opiniones en una atmósfera cada vez más enrarecida.

La diferencia en los dos grupos que integran el actual catolicismo español está en que unos opinan que la novedad del Concilio Vaticano II solamente afecta a una reforma la misma vieja institución eclesial, limpiándola de las gangas que la habían afeado a lo largo de la historia. Por el contrario, los más fieles al Concilio saben que se trata de un radical cambio de estructura, donde la renuncia de la Iglesia al poder y a los privilegios debe ser total y absoluta.

Estos dos grupos no son tan antagónicos como pudiera creerse. En cada uno de ellos hay obispos, clero, teólogos y católicos practicantes. El problema interesa mucho a todo el mundo. Por eso, además de una bibliografía numerosísima sobre el tema, son frecuentes las conferencias y debates sobre el tema religioso, que siempre atraen a numerosos asistentes que suelen participar activamente con un interés creciente.

Así, pues, el 'anticlericalismo' que hoy rige en nuestra democracia no es un resto superviviente de una situación pasada, sino el surgir de una problemática actualísima, cuya solución no sólo interesa a los católicos, sino a todos los españoles, ya que de aceptar una u otra perspectiva la historia contemporánea de España puede marchar por un carril más o menos positivo para un futuro, que todos anhelamos sea bastante mejor que el que 'consagró' al anacrónico y funesto nacionalcatolicismo.

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ECLESALIA, 6 de febrero de 2003

LA IGUALDAD SOBERANA DE TODAS LAS NACIONES

BENJAMÍN FORCANO, teólogo

MADRID.

No tengo duda de que el clamor creciente contra la guerra sale del corazón de  los pueblos, que son quienes sufren sus duras consecuencias. Ese clamor enlaza espontáneo con los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas, firmada el 24 de junio de 1945 en San Francisco.

Voy a explicar enseguida por qué he leído por primera vez esa Carta, pero puedo asegurar que cuanto en ella se dice  brota de la  amarga experiencia de la guerra recién terminada y se expresa como contundente determinación y esperanza de no reincidir nunca más en semejante locura. ¿Habremos de pasar por  los sufrimientos de esta nueva guerra, -¡cruel, inhumana e  inmoral como ninguna otra!- para volver a formular propósitos y principios que luego, gradualmente, vamos desactivando en la práctica de nuestra convivencia diaria?

Desde que comenzó a agitarse el fantasma de la guerra contra Irak, he venido oyendo dos voces: la de quienes afirmaban su decisión de atacar, sin  importarles las razones, y la de quienes rechazaban ese ataque si no iba avalada por la aprobación de las Naciones Unidas. Pero, unos y otros, daban como supuesto que Irak, en el supuesto de tener armas destructivas masivas, debía desarmarse. Y, como no había seguridad  de que lo hiciera por la buenas, se le obligó a aceptar, como condición para evitar la guerra, la inspección impuesta por el Consejo de Seguridad.

Nadie pedía que Francia, Pakistán, EE.UU., India, Israel, Inglaterra, Rusia, etc. debían desarmarse y que, de no hacerlo, estarían  obligados a aceptar la inspección de las Naciones Unidas. A mí, esto me chocaba mucho, porque mostraba una evidente desigualdad. Me rondaba la cabeza de que algo  muy grave se había colado, inexplicablemente, en este punto de partida. Y esto me llevaba a no admitir que esto  quisiera justificarse con razones. Yo ya tenía claro que la única razón era la de dominar y conseguir con  la fuerza, lo que no se podía legitimar y conseguir con el Derecho. Obviamente, no se necesitaba ser un  lince para descubrir todo el montaje ideológico y mediático orientado a ocultar la cara obscena de los intereses de los belicistas. Sin embargo, me resultaba aún más  preocupante que no se cuestionara el planteamiento mismo del problema: ¿por qué Irak sí y las demás naciones no? Y aún hoy, con la cortina de humo cada vez más espesa, estamos en lo  mismo: si no se  desarma, es un peligro - ¿cuál?- y el peligro debe conjurarse con  la acción de la guerra.

Pero, resulta que lo cierto de verdad es que otras naciones  tienen armas destructivas masivas, que sí están siendo una amenaza y un  hecho real de agresión, que explotan y dominan y  esta dominación la implantan con el uso de las armas. A estas naciones, nadie les exige desarmarse y nadie les impone inspectores. ¿Vds. se imaginan, es un ejemplo, a EE.UU. admitiendo de buena ley que otras naciones : Nicaragua, Chile, Panamá,  El Salvador, Venezuela, Francia, Filipinas, El Congo, China, ... le demandasen desarmarse, destruir  su arsenal atómico y, en caso contrario, amenazarle con mandarle inspectores, imponerle una investigación  en toda regla por  toda su geografía y  constreñirle a ello con la  guerra?

¡Qué bufa para los señores más belicistas de toda la tierra! ¡Hasta ahí podríamos llegar!, a que la política de unas naciones, que no han hecho sino medrar esquilmando y  dominando (colonizando) a otros pueblos, se sometieran a un  Derecho Internacional válido para todos. La desigualdad es la piedra angular de toda la historia colonizadora  y la clave que sustenta la ventaja y superioridad  de unas naciones sobre otras. Como botón de muestra  no tengo sino rememorar estas frases: “Poseemos cerca de la mitad de la riqueza mundial. Nuestra tarea principal consiste  en el próximo período en diseñar  sistemas de relaciones que nos permitan mantener esta posición de disparidad  sin  ningún detrimento para nuestro intereses” (Goerge Kennan, jefe del grupo  del Departamento de Estado en 1945).  “El destino nos ha trazado nuestra política; el comercio mundial debe ser y será nuestro. Lo adquiriremos como nuestra madre  (Gran Bretaña) nos enseñó” (Alberto J. Beberidge, exponente de la ideología del “Destino Manifiesto”).

Con estos datos en mi cabeza, pensé que sería bueno saber si existía algo que daba razón y fundamento a las Naciones Unidas. No hice más que pedir un poco de información, tiré enseguida de internet y dispuse de una Carta de las Naciones Unidas (19 páginas). Me la leí, sobre todo en lo referente a los dos artículos primeros de su primer Capítulo: propósitos y principios de las Naciones Unidas.

Me bastan, para mi empeño, estos párrafos:

“Los propósitos de las Naciones Unidas son: 1. Mantener la paz y seguridad internacionales, y con tal fín: tomar medidas colectivas para prevenir y eliminar amenazas a la paz y para suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz; y lograr por medios pacíficos , y de conformidad con los principios de la justicia y del derecho internacional, el ajuste o arreglo de controversias o situaciones internacionales susceptibles de conducir a quebrantamiento de la paz. 2. Fomentar entre las naciones relaciones de amistad basadas en el respeto al principio de igualdad de derechos  y de la libre determinación  de los pueblos, y tomar medidas adecuadas para fortalecer la paz universal” (Capítulo, 1, artículo 1).

 “Para la realización de estos propósitos la Organización y sus Miembros procederán de acuerdo con los siguientes principios: 1. La Organización está basada en el principio de la igualdad soberana de todos su Miembros” (Capítulo, 1, artículo 2).

Nadie podrá negar que en el momento presente una Nación , Estados Unidos, pretende agredir a Irak, no respeta la justicia y el derecho internacional y no le importa absolutamente nada fomentar entre las naciones relaciones de amistad basadas en el respeto al principio de derechos y de la libre determinación de los pueblos.

Pero, no hay aspecto más importante e iluminador que el del artículo primero que establece que la “Organización está basada en el principio de la igualdad soberana  de todos sus Miembros”. La observación de la praxis histórica de la política nos lleva a concluir que, en realidad de verdad, esa igualdad soberana es humo de pajas. Y no es por tanto descabellada la preocupación de quienes preguntamos: ¿Por qué Estados Unidos puede tener armas de destrucción masiva y no otras naciones? ¿Por qué él puede exigir el desarme e imponer inspectores y los demás no pueden ni siquiera proponer a él semejante cosa?

Que vengan los juristas y  nos digan lo que significa, en teoría y de hecho, esa igualdad soberana  de todas las naciones, si no es hora de remover la anestesia en que nos han metido o nos hemos dejado meter, y comenzar a airear con la fuerza que nos da la razón, el sentido común y el buen sentir de todos los pueblos por qué unas naciones, de igualdad soberana, no pueden decidir ellas mismas quiénes han de componer el Consejo de Seguridad, y aceptar que se les imponga  de una manera selectiva y excluyente: “El Consejo de Seguridad se compondrá de quince miembros de las Naciones Unidas. La República de China, Francia, la Unión de las Repúblicas Socialistas  Soviéticas, el Reino Unido e la Gran Bretaña e Irlanda y los Estados Unidos de América, serán miembros permanentes del Consejo de Seguridad” (Capítulo V, artículo 23).

De nuevo, unas preguntas: ¿En qué queda en este punto la igualdad soberana? ¿Qué presupuestos y motivaciones hacen que se determine digital y rígidamente esa composición del Consejo de Seguridad? ¿Qué garantías de cumplimiento de los propósitos y principios  de la Carta ofrece un Consejo de Seguridad monopolizado por los intereses de las grandes Naciones?

Se lo mire por donde se lo mire, los malabarismos diabólicos para hacer efectiva esta guerra, parten de unas cabezas que  muestran a qué grado de soberbia, inhumanidad y ambición de poder han llegado. Conocía muy bien  la política de su país el estadounidense Noam Chomsky cuando escribía: “Cuando en nuestras posesiones se cuestiona la quinta libertad (la libertad de saquear y explotar) los Estados Unidos suelen recurrir a la subversión, al terror o a la agresión directa para restaurarla”.

Hablar, pues, actuar,  presionar, movilizar todo lo posible contra esta guerra es deber moral nuestro. Una agresión de ese tipo, representaría la muerte de valores éticos y jurídicos, básicos e imprescindibles para una convivencia internacional justa, libre y pacífica.

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Ideal, 8 de febrero de 2003

LA FRACTURA EN LA IGLESIA ESPAÑOLA

JOSÉ MARÍA CASTILLO

La Nota que ha hecho pública la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe, condenando al profesor de la Universidad Carlos III, Juan José Tamayo, ha puesto en evidencia, entre otras cosas, la fractura existente en la Iglesia española. Una fractura que se acentúa cada día más.

En efecto, cualquier persona, que esté medianamente informada de lo que ocurre en los ambientes cercanos a la Iglesia en España, sabe muy bien que en este país no todo el mundo se relaciona lo mismo con la institución eclesiástica y sus dirigentes. De sobra sabemos que hay quienes se identifican incondicionalmente con los obispos y sus directrices. Como hay quienes manifiestan un desacuerdo con el episcopado y sus decisiones. Por no hablar de la masa inmensa y creciente de los que se desentienden y no quieren saber nada de cuanto se relaciona con obispos y clérigos en general. Todo esto, hasta cierto punto, es normal y ha pasado siempre. La Iglesia ha sido, desde sus orígenes, una institución amada y odíada, defendida y perseguida. La novedad de lo que ocurre ahora es que el rechazo viene, no de los de fuera. Ni tampoco de herejes o cismáticos que están (o quieren estar) dentro. La fractura se ha producido entre los que tienen como proyecto la sumisión, que se traduce en uniformidad, y los que han optado más bien por la comunión, que, en una sociedad abierta y respetuosa con todos, se traduce en pluralismo. Como es sabido, estas dos posturas se sustentan en las dos tendencias que se confrontaron en el concilio Vaticano II. Por una parte, la eclesiología jurídica o de sociedad desigual, que se concreta en que unos mandan y otros obedecen, unos hablan y los otros escuchan. Por otra parte, la eclesiología de comunión o sacramental, que se organiza a partir de la participación de todos, cada cual desde el lugar que le corresponde. Ahora bien, los obispos dan la impresión de que, no en sus palabras pero si en sus decisiones, han optado claramente por el sometimiento jurídico, en detrimento de la comunión que admite un sano pluralismo. Así las cosas, la fractura ha sido inevitable a partir del momento en que, desde el episcopado, se favorece, se alienta, se protege y se fomenta a determinados grupos y organizaciones, cuyos nombres todos tenemos en la cabeza, y que se componen de personas que alimentan la mística de la sumisión, mientras que quienes piensan de otra manera y manifiestan puntos de vista que, sin romper con la fe de la Iglesia, disienten de la uniformidad oficial , son marginados, desconocidos, desestimados y, a veces, públicamente descalificados hasta extremos humillantes y dolorosos.

Lo más preocupante, en esta situación, es que no se le ve solución fácil, tal como están las cosas. Porque ambas posturas se basan en argumentos, que cada cual ve como irrefutables, desde los que justifican su modo de pensar y de actuar. Y lo más delicado del caso es que en el episcopado español no se ve, en este momento,voluntad de facilitar un diálogo, un encuentro. Porque, según parece, la decisión firme de los obispos es que, quienes han optado por la comunión en el pluralismo, abandonen su postura y se acomoden a los que han optado por la sumisión en la uniformidad.

Por otra parte, cuando en un gran colectivo, como es la Iglesia, todos se ven obligados a pensar lo mismo, resulta inevitable el abandono de muchos. Esto explica, en buena medida, el éxodo masivo y creciente de gentes que no quieren saber nada de la institución eclesiástica. Una institución en la que a muchas personas no les queda otra solución que disimular sus profundos desacuerdos y callar ante hechos y situaciones que resultan incomprensibles. Por no hablar de los que, sin más, se marchan para siempre. Como es lógico, sería injusto atribuir la fuga de tantas personas que abandonan la Iglesia a la simple y sola explicación del comportamiento de la cúpula eclesiástica. La secularización de la sociedad y los cambios que está experimentando nuestro mundo son motivos muy fuertes, que provocan, en gran medida, la crisis que atraviesan las instituciones religiosas en este momento. Pero, tan cierto como esto, es que hay muchas personas de buena voluntad, que creen firmemente en Jesucristo y su Evangelio, pero que no alcanzan a ver, en la orientación que bastantes obispos pretenden darle a la Iglesia, un argumento serio, una coherencia y un impulso, que les ayude a pensar que otro mundo es posible y que en Dios y en la fe cristiana puede haber una solución para tanto sufrimiento y para tantas preguntas que en este momento no tienen respuesta.

Como no podía ser de otra manera, una de las consecuencias más desagradables de lo que acabo de explicar es que la Iglesia española ya no es, para todos los ciudadanos por igual, la Iglesia de todos los españoles, como pretendió serlo en los años de la transición democrática. No es, por tanto, la Iglesia para todos los españoles, como de hecho lo fue hace 25 años. La Iglesia española actual es la Iglesia de sus incondicionales. Los que no entran en esa categoría, cada día que pasa, la sienten menos suya, más extraña, más distante. De donde resulta que, en muchos momentos y situaciones de la vida diaria, la Iglesia ha dejado de ser un factor de unidad, de encuentro, de solidaridad. Y se va configurando como un agente de distanciamientos, de mutuas descalificaciones, de alejamientos que dañan, no sólo las creencias religiosas y los valores éticos, sino incluso la convivencia de no pocos ciudadanos. Esto no es bueno. Ni para la Iglesia. Ni para la sociedad española. De día en día se acentúa el problema que tiene planteado la Iglesia desde los años del concilio Vaticano II. El problema que consiste en la tensión entre los que piensan que es más importante la sumisión (en la uniformidad) que la comunión (en el pluralismo). Un problema, por otra parte, que hoy no tiene solución, si es que esa solución se busca por el camino que ha tomado la mayor parte de la jerarquía eclesiástica española. Nuestra sociedad es cada día más plural, más diversificada, más heterogénea. Y en una sociedad así, es sencillamente impensable lograr la uniformidad sumisa que muchos obispos pretenden obtener de los ciudadanos. La jerarquía eclesiástica española produce la impresión de que cada día se bloquea más y más en su rebaño fiel. De manera que da pie para pensar que vive aislada en su burbuja religiosa y dedicada a cultivar el rebaño de sus incondicionales. Pero, como es lógico, desde el momento en que hace eso, la Iglesia se complica enormemente el camino para poder llegar a ser inspiradora de valores que puedan dar sentido a la vida de todos los ciudadanos.

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ECLESALIA, 12 de febrero de 2003

TODOS ESTAMOS LLAMADOS A SER HERMANOS

Proclama sobre la paz del Vaticano II

BENJAMÍN FORCANO, teólogo

MADRID.

Sé que apelar, en estos momentos, a la paz suena a ilusión. No sólo porque la realidad inmediata nos diga que lo que se avecina es la guerra, sino porque hay intelectuales que califican de simplistas e irresponsables a las posiciones pacifistas. Nos vamos a encontrar con una de la más duras experiencias de nuestra vida y, acaso, se pongan a prueba nuestras convicciones y nuestras reservas de esperanza. ¿Será preciso pensar que esta guerra se va a hacer posible porque en la vida cotidiana de estos últimos decenios hemos ido erosionando las bases de una convivencia ética, alimentada del respeto, de la justicia y del amor a las personas y los pueblos?

Sea como sea, y consciente de que la indignación y el dolor se nos convierte en impotencia, no podemos dejar de sintonizar con el clamor de esa conciencia universal que, desgarradoramente, aún siendo contundentemente mayoritaria, va a sentirse humillada por la imposición de un poder endiosado. Y, tratándose de un clamor universal, en que lo cristiano va inextricablemente unido con lo humano, vuelvo a recordar entre utópico y decepcionado, la proclama que el concilio Vaticano II lanzó sobre la paz, hace ya casi 50 años, con el transfondo rojinegro, de una guerra que sembró tristeza, ruina y llanto en el mundo.

PROCLAMA POR LA PAZ DEL VATICANO II

(Me limito a indicar que los párrafos siguientes son una transcripción casi literal del documento Gaudium et Spes, Nº 77 al 93, siendo más de mi cosecha el ordenamiento dado).

Los cristianos, al anunciar que “son bienaventurados los que construyen la paz” conectan con los anhelos más profundos de la humanidad. La familia humana es cada vez más consciente de su unidad y está convencida de que un mundo más humano será imposible sin una conversión de todos a la verdad de la paz.

La humanidad debe liberarse de la antigua esclavitud de la guerra

La crueldad de la guerra reviste hoy tal magnitud en sus avances y refinamientos técnocientíficos que pueden llevar a los que luchan a una barbarie sin precedentes y a cometer delitos y determinaciones verdaderamente horribles. Por parte de no pocos responsables de la vida política, se parte del supuesto de que la acumulación de armas es necesaria para aterrar a los adversarios y se está acrecentando “la plaga de la carrera de armamentos, las más grave de la humanidad y que perjudica a los pobres de una manera intolerable. Al gastar inmensas cantidades en tener siempre a punto nuevas armas, no se pueden remediar tantas miserias del mundo entero. En vez de restañar verdadera y radicalmente las disensiones entre las naciones, otras zonas del mundo quedan afectadas por ellas. El mantenimiento de la antigua esclavitud de la guerra es un escándalo”.

La verdadera naturaleza de la paz

“La paz, que nace del amor la prójimo, es fruto de la justicia, requiere respeto a los demás hombres y pueblos y exige un ejercicio apasionado de la fraternidad.

La paz surge de la mutua confianza de los pueblos y no del terror impuesto por las armas. La paz exige de todos ampliar la mente más allá de las fronteras de la propia nación, renunciar al egoísmo nacional y a la ambición de dominar a otras naciones, alimentar un profundo respeto por toda la humanidad”.

Los gobernantes trabajarán en vano por la paz mientras no pongan todo su empeño en erradicar “los sentimientos de hostilidad, de menosprecio y de desconfianza, los odios raciales y las ideologías obstinadas, que dividen a los hombres y los enfrentan entre sí”.

Educadores y responsables de la opinión pública “tienen como gravísima obligación formar las mentes de todos en nuevos sentimientos pacíficos”. Es un deber de todos el proceder a un cambio de los corazones, que nos haga fijar los ojos en el orbe entero.

Los caminos de la paz

Para edificar la paz se requiere ante todo que se desarraiguen las causas de las discordias entre los hombres, que son las que alimentan las guerras.

-         Deben desaparecer las injusticias, que brotan en gran parte de las excesivas desigualdades económicas y el deseo de dominio y del desprecio por las personas.

-         “No hay que obedecer las órdenes que mandan actos que se oponen deliberadamente al derecho natural de gentes y sus principios, pues son criminales y la obediencia ciega no puede excusar a quienes las acatan. Entre estos actos hay que enumerar ante todo aquellos con los que metódicamente se extermina a todo un pueblo, raza o minoría étnica: hay que condenar tales actos como crímenes horrendos. Los Estados pueden invocar el derecho a la legítima defensa cuando es de justicia, tras haber agotado todos los otros medios, pero una cosa es utilizar la fuerza militar para defenderse con justicia y otra muy distinta querer someter a otra naciones. La potencia bélica no legitima cualquier uso militar o político de ella”.

-         La cooperación internacional en el orden económico exige acabar con una serie de dependencias inadmisibles, introducir cambios en las estructuras actuales del comercio mundial, regular las relaciones económicas según justicia, conseguir que estas relaciones atiendan al bien de los más pobres hasta lograr ellos mismos el desarrollo de su propia economía, acabar con las pretensiones de lucro excesivo, las ambiciones nacionalistas, el afán de dominación política, los cálculos de carácter militarista y las maquinaciones para difundir e imponer las ideologías.

Otro mundo con paz es posible

Debemos procurar, por tanto, con toda nuestras fuerzas preparar una época en que, por acuerdo de las naciones, pueda ser absolutamente prohibida cualquier guerra.

Esto requiere el establecimiento de una autoridad pública universal reconocida por todos, con poder eficaz para garantizar la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos.

Todos necesitamos convertirnos con espíritu renovado a la verdad de la paz. Jesús de Nazaret, al hacer del amor universal la clave de su vida, luchó por la unidad de todos los hombres, dio muerte al odio, sobrepasó todo particularismo y acabó con toda discriminación.

Los cristianos, conscientes de que los pobres hacen las veces de Cristo, cooperen de corazón en la cooperación del orden internacional con la observancia auténtica de las libertades y la amistosa fraternidad de todos. “Que no sirva de escándalo a la humanidad el que algunos países, generalmente los que tiene una población cristiana sensiblemente mayoritaria, disfrutan de la opulencia, mientras otros se ven privados de lo necesario para la vida y viven atormentados por el hambre, las enfermedades y toda clase de miserias”.

El respeto de la dignidad humana, el ejercicio de la fraternidad universal, la convocación de todos a una convivencia en la justicia, la libertad, el diálogo y la cooperación, brota en nosotros como un imperativo del amor, que nos remite a Dios como principio y fín de todos. Y todos, en consecuencia, estamos llamados a ser hermanos.

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ECLESALIA, 25 de febrero de 2003

ABORTO Y EXCOMUNIÓN EN NICARAGUA

XABIER PIKAZA

Hay noticias que te clavan en el suelo y te dejan en silencio, con ganas de quedar parado, así, por muchos días: Una niña de nueve años, violada y enferma, a la que hacen abortar, sin saberlo quizá ella. Desconozco los detalles sobre el tema, pero todo me resuena, como si ella fuera mía, de mi propia hija: Lo que pensaría y pensará, lo que buscó su violador, lo que han sentido y sufren sus padres y familiares, lo que siente y busca aquella gente de Nicaragua, que es la nuestra. Sólo me queda la inmensa rabia de la vida rota en la que quisiera escuchar una palabra de esperanza. Y después, al final, llega implacable la sentencia: «La Iglesia católica de Nicaragua excomulga a todos los que tenían conocimiento de causa de que el aborto era deliberado: padres, médicos y personal paramédico, abogados, todos los que conocían que el aborto era deliberado» (La Razón: 25, II, 2003). La Iglesia que dice seguir al Jesús de los niños y los pobres, de los excluidos y rotos, responde con Derecho Canónico a una familia rota.

No tengo respuesta teórica, pues la única sería hacerme y hacernos de verdad padre o madre de la niña, escuchar sus razones, compartir su llanto o, simplemente, quedar en silencio y compartir la vida con ellos y, de un modo especial, con ella, descubriendo de nuevo la tierra a través de sus ojos. La única respuesta sería estar allí, jugar y esperar con la niña, abrir un camino de ternura y humanidad, para ella y para otros millones de niños y niñas de la «Ciudad de Dios» que este mundo de violados y oprimidos, abandonados y ultrajados. No puedo hacerlo, pero me atrevo a ofrecer en relación con este caso una reflexión entrecortada, con deseo de compartir dolores y tareas, no de enseñar nada desde fuera.

1. Estoy en contra del aborto, pues cada vida que nace es nacimiento de Dios, es Dios mismo, para decirlo en un lenguaje confesional cristiano. Dos tareas principales y dos grandes problemas existen actualmente sobre en el mundo. (1) Vivir sin matarnos, superando con perdón y diálogo una guerra que puede destruir la vida en el planeta, ahora, febrero del 2003. (2) Engendrar a otros en amor, ofrecer y recibir cada vida como un regalo sorprendente, en respeto admirado y amor intenso. Amarnos unos a los otros, en intimidad abierta, para que tenga sentido cada nacimiento y cada niño puede empezar y recorrer en libertad compartida su vida. Esa es nuestra tarea más honda. Por eso, soy contrario en principio a todo aborto, pues allí donde se empieza por negar o manipular el origen de la vida se termina negando la vida, en un camino que puede llevarnos muy pronto a la destrucción eugenética (=disgenética) de la humanidad. Asumiendo sin más una vía de divorcio y manipulación genética podemos negar al fin la vida del Dios Padre-Madre del que provenimos.

2. La opción por el nacimiento de la vida ha mantenido en pie a la humanidad, como supieron los profetas de Israel cuando anunciaban el “nacimiento de un niño” (cf. Is 7, 14) y como ha repetido la mejor historiadora judía de los horrores del totalitarismo moderno, H. Arendt (La condición humana, Paidós, Barcelona 2002). Nuestra existencia sólo tiene sentido en el mundo porque somos vivientes “natales”, es decir, porque creemos y esperamos en el nacimiento de una vida mejor, porque deseamos que se abran las puertas de un mundo más claro y humano para los niños que van a nacer (como celebran los cristianos en la Navidad). Lo que más me importa es que la vida de los niños del futuro pueda nacer y creer en libertad gratuita y compartida, por encima de los horrores de actuales de la guerra económica y social que nos amenaza. Creer en Dios significa hoy, igual que hace 2700 años, en tiempos de Isaías, creer que el niño puede nacer y nacerá de buena madre. A. Machado dijo, en tiempo duros: “Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios. Una de las dos Españas te va a helar el corazón” («Proverbios y cantares LIII»: Campos de Castilla CXXXVI). En contra de eso, quisiéramos decir, a cada niño que nace: “Españolito, nicaragüense o yanqui, Dios te salve; el Dios de la vida de los hombres y mujeres de la tierra, de tus padres, tus hermanos, tus amigos, va a ensancharte día a día el corazón”.

3. Estoy convencido de que la Iglesia de Jesús tiene esta tarea básica, la de mantener vivo el ideal y experiencia de Navidad: Es hermoso nacer; cada niño que nace es Dios naciendo y debe ser recibido como Dios por una familia de iglesia o comunidad extensa, de padres y hermanos, de amigos y amigas que le reciben y ofrecen promesa y camino de vida, rodeando a su familia más pequeña. Esto no se dice con palabras ideológicas, ni con programas sacrales, esto se vive en el día a día de la casa y de la escuela, del huerto y del camino. Esto no se airea en documentos oficiales, sino que se recoge en el aliento del amor y crecimiento compartido que deben ofrecer los cristianos. El día el que falte este deseo de engendrar vida y recibirla en amor (en la casa cristiana o en la gran casa humana) la humanidad acabará destruyéndose a sí misma, convertida en pura máquina de disputa, lucha y muerte. El día en que la iglesia sea incapaz de “bautizar”, es decir, de ofrecer un espacio de vida familiar y compartida a los niños que nacen y cuyas familias quieren bautizarles ella acaba, ser termina.

4. Por eso, me hubiera gustado que la iglesia de Nicaragua y la del mundo entero se hubiera limitado a ofrecer casa al posible niño que va a nacer. Que sus obispos fueran padres y madres, sus presbíteros niñeras, sus fieles simplemente amigos, para la niña violada, para los padres de esa niña. Que no digan nada en documentos, en los que parece que tienen siempre de antemano la razón y la sermoneen, que no excomulguen, sino que sean lo que parece pedirles el evangelio: Una comunión viva, una mano abierta y derecha de vida, allí donde las cosas se han torcido o se han vuelto prácticamente imposibles de resolver. Sólo puede excomulgar así, de antemano y desde fuera, alguien que nunca ha sido violado como la niña, o no ha tenido hijas violadas, o no ha debido sufrir el horror del trabajo esclavizante en cafetales o campos de infierno. La iglesia no está para excomulgar a los que sufren, como sufren, sin duda, los padres de la niña y sus amigos, sino para sufrir con ellos en silencio, más allá de las razones y para ofrecerles una casa grande de acogida, respeto, silencio, de manera que unos y otros puedan comenzar de nuevo, allí donde la vida parece que se ha roto, integrando, si fuera posible, a los mismos violadores, cambiados, transformados, para dar así una oportunidad de vida a la niña y a sus posibles hijos del futuro.

5. La solución no la sé, quizá no exista solución inmediata, de manera que debemos acostumbrarnos a vivir perplejos, pero con amor, como en un contexto bastante cercano nos ofrece el evangelio (Jn 8, 1-7). Le traen a Jesús una mujer, cogida en adulterio, quizá violada, quizá consentidora, no se sabe. Los buenos obispos y presbíteros judíos de entonces, con la Ley en la mano (con su Derecho Canónico), dictan sentencia de excomunión y de muerte. Esto es lo que debería hacerse, para que la tierra quede limpia de este tipo de pecado que parecen ser las adúlteras. Pero Jesús no se molesta ni en mirar el libro de la Ley le ofrecen. Les mira a ellos y a la mujer, uno a uno, a todos, y después escribe en el suelo una “sentencia” que nos sabemos lo que decía, quizá para que la lleve el viento, pues cada caso es cada caso y no se puede universalizar. Después de haber escrito así, en la tierra común, dice a los excomulgadores: «Quien esté limpio de pecado que tire la primera piedra». No da teorías, no las hay. No inventa soluciones limpias, no hay “buenos” que puedan imponer su ley a los demás. Hace que todos se miren a las manos, pues las tienen manchadas. De esa forma, Jesús les mira y quiere que ellos se miren unos a otros, aceptándose como son, es decir, como pecadores o necesitados.

6. Vete en paz y no peques más. Así acaba el texto del evangelio. Todos se han ido, descubriéndose pecadores. Entonces Jesús despide a la adúltera. También ella tiene que irse otra vez, a la vida fuerte, a la vida dura. Jesús no se hace ilusiones: Ella no es tampoco inocente (aunque quizá en este caso ha sido violada); por eso tiene que ir con los demás, como todos los demás, para construir una vivencia y convivencia distinta, desde el perdón, que es el único poder que nos permite vivir, como sigue escribiendo la judía A. Harendt, a la que ya hemos citado, refiriéndose a Jesús, después de haber pasado revista a los campos de exterminio y guerra del mundo moderno. Arendt nos recuerda que la aportación suprema de Jesús a la cultura humana es el perdón, un perdón no impositivo, que no va pregonando sus valores, que no declara superior a nadie, que puede ser acogido y ofrecido por todos. Amarnos en perdón, ese es el secreto y tarea de una vida, si es que ella quiere futuro. Ciertamente, el caso de esta niña violada es diferente. No sé cómo era, no me atrevería a mirar a sus ojos pero me atrevo a pensar pienso que no es culpable (como podía ser la adúltera). Es ella la que tendría que perdonarnos a todos, si pudiera, poco a poco, algún día. Y para ello me gustaría que le pudiéramos decir, todos a una, en silencio frágil, pero lleno de esperanza: Vete en paz y que tus padres te amen. Pues bien, en contra de eso, los obispos de su tierra (con la bendición de los obispos de otras tierras, como las de España), dejan que la niña vuelva a la casa de unos padres a los que han excomulgado. Es como si le dijeran: “Rosa, niña; te han violado, lo lamentamos, pero ha sido así; ahora tendrás que sufrir el dolor y la vergüenza de vivir con unos padres excomulgados, que no han sabido amarte de verdad”. ¿En qué habrán pensado los obispos para decir eso, para excomulgar de esa manera a unos padres que no tienen más delito que el dolor de que otros (a los que no se excomulga) han violado a su hija? Es evidente que estos obispos han leído demasiado Derecho Canónico, es evidente que no han leído nada de evangelio; no han leído los relatos de la pasión ni, por ejemplo aquellos textos donde Marcos habla del valor de una buena relación entre niños y padres (Mc 5, 7, 9).

7. Nos han excomulgado a muchos. Ciertamente, esos obispos parecen estar al margen de la vida real y sus contradicciones. Otros hemos entrado alguna vez en ellas. Como he dicho, son totalmente contrario al aborto. Pero después, en la práctica, me he visto implicado por cristianos en algunos casos difíciles, duros, de mujeres que han sentido que no tienen más salida que el aborto. Cada una con su tragedia, cada una con su angustia, cada una con su muerte. He hecho lo posible por lograr que no abortaran y en algún caso lo he logrado. Pero en otros no he tenido otra respuesta que la de estar, estar allí en silencio, dar la mano, dar un abrazo, una asistencia moral, incluso una ayuda humana. Pero nunca he tenido atrevimiento de ser duro con ellas o de decirles que están excomulgadas. Pueden decirme que les he ayudado a abortar. Si no entiendo mal la sentencia de los obispos de Nicaragua también yo estoy excomulgado, con otros muchos cristianos, incluidos monjas y presbíteros, que viven en las zonas de conflicto, que tienen que tratar con la gente real. Muchos de nosotros hemos creído que la forma de estar contra el aborto no es dictar sentencias, ni dar excomuniones, sino acompañar humanamente a la gente humana que sufre, sabiendo que podemos ser amigos de Dios y amigos unos de los otros con las manos así ambiguas o sucias, pero sucias de solidaridad, que es la que limpia todas las manchas.

8 Estoy seguro de que la Iglesia de Nicaragua es mucho más que esos obispos que, quizá sin quererlo, por imperativo superior, han excomulgado a los padres de la niña. Estoy seguro de que de que ellos, los padres de la niña, allá en Nicaragua encontrarán otros cristianos, que dejarán olvidarán, que negarán, esa excomunión y ofrecerán a los padres y a la niña un tipo de comunión respetuosa y fuerte, como la que Jesús quiso ofrecer a niños y padres. No es que bendiga el aborto, no es que lo apruebe, sino todo lo contrario: Quiero colaborar a la construcción de un mundo donde no haya abortos, porque no hay violaciones, sino libertad. Quiero colaborar a la construcción de un mundo transparente donde hombres mayores y niñas puedan pasear y trabajar en cafetales de paz, sin represiones morbosas y sin miedos de violación, donde no se repitan día a día, noche y día, los casos como este... Este deseo es una utopía que está en la Biblia cristiana y en los discursos del Señor Don Quijote. Es una utopía que está viva en la mejor Nicaragua llena de hombres y mujeres cercanísimos, de paz sonriente, a pesar de la pobreza y de casos como este.

9. Cuando un necio toma una linde, la linde acaba, el necio sigue. Este refrán castellano me ayuda a terminar las reflexiones. Si se toma en forma necia la linde de la Ley (sea la de Israel, sea el Derecho Canónico) se corre el riesgo de seguir con la pura ley, cuando no existan ya lindes, matando incluso a Jesús y a los que son como Jesús, como sabe el evangelio. Esto los sabían de algún modo los mismos romanos cuando decían Summum ius summa iniuria (La justicia suprema se vuelve injusticia suprema. Cicerón: De Officiis, I, 10, 33). Más allá de la justicia hay algo más grande: el Reino de Jesús, la Gracia de la que habló Pablo. Por eso, en unos tiempos en los que está bajo sospecha y juicio civil la actuación sexual (de violación y pederastia) de algunos ministros de la Iglesia, en unos tiempos en que la jerarquía de la Iglesia ha querido ocultar sus posibles complicidades, nos parece necio (y anticristiano) excomulgar a los padres de esta niña. La iglesia no está para excomulgar a nadie, sino para ofrecer comunión a todos. Pero si a alguien hubiera que excomulgar sería a los violadores prepotentes, a los ministros pederastas y a todos los que, de una forma u otra, con palabras de paz, están empeñados en hacer que la guerra estalle en el mundo. Este debería haber sido un caso para llorar juntos, para mirarnos luego a los ojos y para empezar todos un camino de paz.

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ECLESALIA, 27 de febrero de 2003

A LA IGLESIA DIOCESANA

Con motivo de la jubilación del arzobispo de Zaragoza

FORO CRISTIANOS EN BÚSQUEDA, 16/02/03

ZARAGOZA.

Los participantes en el Foro Cristianos en Búsqueda, hombres y mujeres creyentes y con diversos ministerios en la Diócesis de Zaragoza, queremos comunicaros algunas reflexiones el día en que nuestro Arzobispo Elías cumple los 75 años y tiene que presentar su renuncia al cargo.

- Felicitamos al Arzobispo y, en este tiempo de jubilación que para él va a comenzar, pedimos al Padre que le acompañe por medio de su Espíritu en los pasos que va a continuar dando siguiendo a Jesucristo, que es Camino,  Verdad y Vida, al tiempo que le agradecemos cuanto de bueno y generoso nos ha ofrecido durante los años en que ha estado entre nosotros.

- Esperamos que la etapa que va a comenzar nuestra Diócesis sea fecunda en la construcción del Reino de Dios, tarea fundamental de nuestra Iglesia llevada de la mano por el que es Padre de todos y animada por su Espíritu que habita en nosotros. Estamos dispuestos a colaborar humildemente en esta tarea, con ilusión y entrega, dentro del Pueblo de Dios presente en esta tierra y que venera a Santa María del Pilar como la primera impulsora de su evangelización.

- Hacemos nuestros, una vez más, los principios de comunión-comunidad, corresponsabilidad, evangelización y misión que fueron subrayados por nuestro último Sínodo Diocesano y aprobados en asamblea de cristianos y cristianas presidida por el Arzobispo.

- Consideramos que la Iglesia Diocesana, que vive a principios del siglo XXI en medio de los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de la gente, tiene ante sí una serie de retos que exigen de ella un esfuerzo renovador, solidario,  imaginativo e ilusionante para afrontarlos sin más dilaciones. Entre ellos queremos destacar los siguientes:

1) El reconocimiento efectivo de la mayoría de edad en la Iglesia que nos da nuestra condición de bautizados. Esto debe llevar a asumir el pluralismo dentro de la misma; a una plena corresponsabilidad en los diferentes órdenes, incluida la relación de nuestra Iglesia local con la Iglesia de Roma; a una modificación de las actuales estructuras eclesiales basadas en gran medida en criterios territoriales más que funcionales (jóvenes, cultura, universidad, inmigrantes, mundo obrero, mujer…); al desarrollo de una concepción eclesial basada en carismas y ministerios; a confiar a los seglares la dirección de organismos diocesanos, empezando por las parroquias; a reconocer eficazmente la igualdad de derechos y deberes de hombres y mujeres en la Iglesia; a replantearnos, en definitiva, nuestros esquemas pastorales.

2) El fuerte envejecimiento de quienes formamos parte activa y visible de esta Iglesia, que repercute mucho en la mentalidad y el funcionamiento de las estructuras diocesanas. Tenemos que afrontar sus causas y rejuvenecer la Iglesia viviendo como forma alternativa el seguimiento de Jesucristo, acogiendo y yendo al encuentro de los jóvenes y de los inmigrantes.

3) El reconocimiento de que no siempre hemos estado del lado de los marginados. Nos hemos limitado, por lo general, a acompañarlos en sus prácticas religiosas, asistirlos y consolarlos. Pero no nos hemos puesto a su lado desde el punto de vista estructural, ni nos hemos volcado en pro de la igualdad e inclusión de los mismos, ya que seguimos alineados con este sistema que produce pobreza y marginación.

4) La vivencia del principio de austeridad de las bienaventuranzas de Jesucristo de modo que presentemos un estilo de vida renovador en la sociedad actual. Para ello es imprescindible que lleguemos por fin a la autofinanciación como Iglesia e incluso a la de las personas que ejercen los diversos ministerios. Necesitamos también reflexionar en profundidad sobre el patrimonio diocesano, sobre la propiedad del mismo y su utilidad cultural y social.

5) El compromiso misionero de todos. Se impone una revisión de nuestro actual estilo de evangelización (presencia, medios, lenguaje, pedagogía...) que nos lleve, entre otras consecuencias, a reorganizar y purificar nuestras dedicaciones pastorales (prioridades, destinatarios, horarios y espacios).

6) El surgimiento, fuera de la Iglesia, de múltiples movimientos y organizaciones que buscan y trabajan poniendo por delante a los más desfavorecidos y que, sin ser en todas sus expresiones herencia evangélica, muestran un talante muy próximo al de Jesús de Nazaret, siendo para nosotros un signo del Reino de Dios. Necesitamos, por eso mismo, colaborar con ellos en plano de igualdad, sin sentirnos depositarios de una verdad u honestidad superior.

7) El diálogo interreligioso, que parte de la oración de Jesucristo de que "sean uno", especialmente necesario a causa de la llegada de inmigrantes con confesiones y creencias diversas. Para ello habría que replantear los valores que la Iglesia presenta, distinguiendo entre lo que constituye lo esencial de su ser y misión, y lo añadido a lo largo de los siglos como respuesta a las situaciones del momento pero que puede ser modificable.

8) La formación de las personas, desde la vida y para la vida, con el fin de ser testigos de Jesús comprometidos con el mundo. Es necesario suscitar procesos que lleven a una comprensión más viva y profunda  de la realidad del Dios hecho hombre, así como de lo humano asumido por Dios como lugar de encuentro, para dar de esta forma una respuesta adecuada a las necesidades de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

9) Lo rural, lo aragonés y lo mundial. Una cuarta parte de población rural de nuestra Diócesis vive situaciones específicas y necesita sus propias soluciones. Nos reconocemos formando parte de Aragón, ubicado en un contexto español, europeo y mundial, y al que han venido otros ciudadanos del mundo a convivir con nosotros en busca de trabajo y de oportunidades de una vida más digna, que nos enriquecen con sus valores, nos rejuvenecen y practican la solidaridad humana y económica con sus familias que han quedado en sus países de origen.

10) Nuestra vinculación a la Iglesia aragonesa y universal compartiendo problemas y búsqueda de soluciones, entre ellas la mejora de las estructuras eclesiales y la forma de nombrar a sus responsables contando con el parecer de todos, siguiendo aquel principio de la vida eclesial: "Lo que a todos atañe, por todos debe ser tratado y aprobado". Reconocemos igualmente el impulso evangélico que nos llega de otras Iglesias, sobre todo de aquéllas del “Sur” con quienes tenemos vínculos afectivos y de colaboración.

Hacemos, finalmente, una llamada al diálogo y al debate fraterno sin exclusiones ni condenas; al mutuo acercamiento y comprensión aunque sea desde posiciones muy divergentes; a abandonar inmovilismos y ponernos en camino de forma corresponsable; a sumar todas las ilusiones, todos los carismas, todos los esfuerzos; una llamada, en definitiva, al seguimiento de Jesucristo en medio de los empobrecidos porque ése es el lugar idóneo desde el que colaborar con el Padre en la construcción de su Reino.

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