19 - Abril, 2003. Somos y vivimos         

 

MEDIO

FECHA

TÍTULAR

AUTOR

Revista de Pastoral Juvenil

04/03

INICIACIÓN A LA FE CRISTIANA EN FAMILIA

Antonio Silvestre y Pilar Clemente

Diario Sur

02/04/03

¿EXCOMULGADOS LOS SEÑORES DE LA GUERRA?

José Mª González Ruiz

Diario de Yucatán

02/04/03

LA IGUALDAD Y LA CONVERDIÓN DE LA IGLESIA

Raul H. Lugo Rodríguez

ECLESALIA

10/04/03

CON LOS SEIS SENTIDOS

Silvia

Diario de Cádiz

13/04/03

LA PASIÓN EN ANDALUCÍA: ¿UN CRISTO SIN JESÚS?

Juan Antonio Estrada

ECLESALIA

15/04/03

LAS GUERRAS SILENCIADAS

José Ignacio Calleja

ECLESALIA

16/04/03

ESTE HOMBRE DEBE MORIR

Benjamín Forcano

ECLESALIA

21/04/03

LA IGLESIA EN LA QUE SOMOS Y VIVIMOS

ENCOMÚN

Diario de Yucatán

21/04/03

RESURRECCIÓN, EL NOMBRE DE LA UTOPÍA

Raul H. Lugo Rodríguez

ECLESALIA

24/04/03

EL 'FACTOR' DIOS

Jon Sobrino

______________________________________________________________________

Revista de Pastoral Juvenil, Nº 400, abril de 2003

INICIACIÓN A LA FE CRISTIANA EN FAMILIA

ANTONIO SILVESTRE y PILAR CLEMENTE

Tener fe

En los tiempos que corren, hablar de la fe suena más a misión heroica, propia de cruzados o caballeros, que a una experiencia cotidiana, sencilla y que sólo pretende ser una continuación de lo que uno vive.

Transmitir algo implica, necesariamente, poseer ese algo. Por tanto, para poder transmitir la fe en la familia es necesario tenerla o, por lo menos , aventurarse a pensar que uno la tiene.

Pero, ¿qué es la fe?, ¿qué significa tener fe?. La respuesta es “sencilla”. Según el diccionario, la fe es creer sin ver en Dios y lo que la Iglesia propone. Bueno. Un poco más abajo también dice que es confianza. Nosotros, particularmente, nos quedamos con las dos: creer sin ver en Dios y sobre todo con confianza.

Tener fe es fiarse. Fiarse de Dios y ser capaz de reconocer que Él está detrás de todo. Tener fe significa pensar que otro mundo puede ser realidad; que la sencillez, la humildad, la honestidad con uno mismo, no son ideas descabelladas en este mundo material donde tanto tienes, tanto vales.

Tener fe es creerse de verdad lo que uno hace y apostar por lo que Jesús creyó y defendió hasta la muerte.

Tener fe va más allá de reservarse un sitio en el cielo porque has firmado en la Biblia (esto lo dijeron en mi parroquia en cierta ocasión) y de saberse de “pe a pa” el catecismo, la misa, los santos, el credo, los misterios teologales y los pecados capitales y que Dios es uno pero trino (como el canto de los canarios).

Tener fe es, en definitiva, apostar por la vida.

Pero uno no se levanta un día y dice: “Ya tengo fe”. Vamos creciendo y madurando y sobre todo vamos optando por lo que nos interesa, por lo que creemos que vale.

Compartir la fe

Nosotros, que desde pequeños hemos tenido cierta relación con la religión (familia media, educación de los 60-70, colegio de curas, grupos parroquiales, movimientos juveniles de los 80-90), nos hemos ido dando cuenta de que esto nos interesaba, que ese mensaje de vida tenía hueco en la nuestra y hemos ido madurando. Incluso uno es capaz de hacer la mili y salir airoso de ella diciendo que es cristiano; y aparece la chica de tus sueños y afortunadamente coincide contigo en muchas cosas y piensas: “Gracias a Dios”.

Y nos vamos dando cuenta de que el mensaje va dejando huella, y vamos configurando nuestra manera de pensar y cuando reflexionamos sobre por qué y cómo hacemos las cosas nos damos cuenta que muchas coinciden (vagamente) con lo que creemos de ese mensaje. Y nuestro grupo parroquial va creciendo también y decide llamarse comunidad y nos decidimos a compartir lo que podemos pero, sobre todo, una manera común de vivir nuestra fe.

Pero los años no perdonan y hay que dar un paso más y juntos como pareja decidimos que nos queríamos casar y además que lo queríamos hacer delante de la gente que nos quiere y sobre todo delante de Dios para decirle a Él y a todos los demás que queremos que esté en nuestra vida común.

El cambio es notable porque pasas de estar en tu familia de siempre, a estar en otra familia que se empieza a formar, y tratas de construirla en torno a dos o tres cosas fundamentales. La primera, el amor, que afortunadamente viene de antes, pero que debes ir cultivando poco a poco, día a día, con entrega y comprensión. La segunda, el respeto y la tolerancia; y, finalmente, el tener a Dios presente en todo lo que hacemos y darnos cuenta de que somos unos privilegiados por poder disfrutar de Él.

Es el tiempo de compartir la fe más estrechamente con la persona que quieres, el tiempo de rezar juntos, de bendecir la mesa y de dar gracias a Dios por poder vivir otro día con esa persona.

Transmitir la fe

Y llegan los niños. ¡Qué experiencia tan maravillosa!. Parece mentira pensar que esa personita tan pequeña sea nuestra; les miramos y a veces no podemos evitar que una lágrima de emoción se asome a nuestros ojos y seguimos dando gracias a Dios; y entonces más que nunca te encomiendas a Él. Un ejemplo: cuando nació Antonio, nuestro primer hijo, tuvimos que ingresarlo en el hospital a los cuatro días de su nacimiento por una supuesta infección que, afortunadamente, quedó en nada. En el momento que subíamos a la habitación Pili me preguntó: “¿qué va a pasar ahora?” Y de mi boca salió la frase “ten confianza en Dios”, casi sin pensarla, pero incluso a mi me alivió escucharla.

Los niños te cambian definitivamente la vida. La libertad que gozas se convierte en una “dulce esclavitud”; todo lo haces pensando en ellos: horarios, visitas, etc. todo se tiene que adaptar a la nueva situación y, lo que es más sorprendente, todo lo haces de buen grado.

Una de las primeras cosas que quieres es intentar hacerles partícipes de la fe que estamos compartiendo y por eso decidimos bautizarles. Es el primer gesto que hacemos para intentar transmitirles tu fe. Uno no se sienta con su pareja y tras una charla concienzuda elabora un plan de transmisión de la fe a los hijos. Todo es mucho más natural y vamos haciendo las cosas casi sin darnos cuenta, porque parece lo más razonable. Por medio de gestos cotidianos les vas transmitiendo a los niños los valores en los que crees: el compartir (desde las “chuches” a los juguetes), el respeto por el otro, la paz, la humildad, el esfuerzo por superarse... se van convirtiendo en una constante en el modo de relacionarnos con los niños y, por encima de todo, el amor. Querernos y demostrarlo (dándonos besos y abrazos); les vamos introduciendo en la idea de que somos una familia que construimos entre todos, por encima de la idea de que tenemos una familia como el que tiene otra cosa, y Dios siempre al fondo. Los niños ven con naturalidad que bendigamos la mesa, que recemos un poquito antes de cenar...

Educar la fe

Y así empezaron a preguntar por qué hacemos estas cosas y surge la oportunidad de contarles y hablarles de Jesús y de su mensaje de vida.

El tiempo va pasando, los niños van aprendiendo en el colegio (ambos van a colegios religiosos) y van planteando cuestiones de las que vamos saliendo como buenamente podemos. Como alguien dijo en una ocasión: “ Cuando no tenía hijos tenía cuatro teorías para educarlos, ahora tengo cuatro hijos y ninguna teoría”.

Vivimos junto a ellos tiempos especiales como la Navidad o la Pascua y tenemos la ocasión de explicarles qué significan realmente. A veces te miran, como preguntando, y piensas: “Me he pasado con la teoría”. Y acabamos sorprendiéndonos cuando dan su versión, bastante más cercana a la realidad y más sencilla que la que les hemos contado.

La vida, que es sabia, pone a tiro las oportunidades para poder enseñar a tus hijos, y lo hace desde la práctica, desde lo vivido.

Desgraciadamente sufrimos la pérdida de una persona muy querida en nuestra familia y ese hecho fue la mejor ocasión para hablarles a nuestros hijos de la muerte y su interpretación a la luz de la fe. Recuerdo que ese día, todavía con lágrimas en los ojos me preguntaron “¿se ha muerto el tío?, ¿ya no le vamos a volver a ver?”; y yo, no sé de dónde saqué las fuerzas, les hablé de que había que recordar los buenos momentos vividos con él y que ahora estaría en un sitio mucho mejor pasándoselo muy bien. Parece que ese mensaje les convenció y ahora, a veces, cuando rezamos, Patricia pide porque se ha muerto el tío y porque se lo esté pasando muy bien en el cielo y no lo hacen con pena, sino desde el convencimiento que pueden tener a sus años.

Los niños son como esponjas, absorben todo lo que les llega, bueno o malo. Por eso pensamos que lo mejor para transmitirles algo es que nos vean hacerlo: rezar juntos, celebrar con nuestra comunidad cristiana o ir a la Eucaristía de la parroquia, son algunos ejemplos, y pasan de ser meros espectadores a querer participar en la bendición de la mesa y en la lectura de algún texto en las celebraciones.

Socializar la fe

La educación en la fe de los hijos no sólo pertenece a los padres, es en la comunidad donde más hablamos de ella y de alguna manera dejamos un poco de responsabilidad en el tema en cada uno de los miembros. Nos gusta que nuestros hijos se vayan desarrollando en el seno de nuestra comunidad y, aunque no vivimos todos bajo el mismo techo, los niños sienten al resto de los miembros como personas muy cercanas a ellos.

La comunidad también cambia en torno a los niños. Atrás quedan las famosas acampadas llenas de incomodidades; hoy las sustituimos por convivencias en casas que reúnan unas mínimas condiciones para los niños.

Intentamos que las decisiones que afectan a esta parcela se aborden en comunidad y que se puedan aprovechar los talentos de cada uno. Nos planteamos cómo nos gustaría que fueran las catequesis que recibieran para su preparación inmediata a su primera Comunión, unas catequesis en las que se desarrollen (adaptadas a su edad) valores humanos como la amistad, el compañerismo... con la presencia de Jesús detrás de todo. Lamentablemente la realidad a veces te devuelve a tu sitio y algunas catequesis que te encuentras en las parroquias no son sino un repaso a la Historia Sagrada que los niños consideran una continuación de las clases; eso sí, por lo menos no tienen exámenes.

Sin ser una presencia agobiante que les haga alejarse, la figura de Jesús y su mensaje está presente en la vida de nuestros hijos. No hay que agobiarles haciéndoles pensar en todo lo que hacen y cómo lo hacen, si es cristiano o no, pero si hay que ir dándoles las oportunidades de que ellos distingan entre lo que deben o no deben hacer. Sólo así podremos pasarles el testigo de la Iglesia que queremos, una Iglesia de la vida, de la alegría, de la libertad, que deje atrás los oscuros tiempos que vivimos de ritos vacíos, de prohibiciones y preceptos. Una Iglesia de verdadera fraternidad, donde el otro, el hermano, sea importante por sí mismo y no por lo que tiene o deja de tener. Una Iglesia valiente, decidida a cambiar y no a condenar todo lo que suena a novedoso o tenga que ver con el sexo. Una Iglesia joven, en la calle y no recluida en los templos y de la que los jóvenes piensan que es cosa de viejos. Una Iglesia pobre y de los pobres, de los marginados, de todos y no la de las acciones, la de la cruz en la declaración de hacienda. En definitiva como dice Cortés, UNA IGLESIA DE LA VIDA EN ABUNDANCIA.

VOLVER ^

 

______________________________________________________________________

ECLESALIA, 30 de abril de 2003

LA SOCIEDAD FUE TESTIGO

Carta abierta al Papa Juan Pablo II en su visita a España

IGLESIA DE BASE DE MADRID, Comisión Gestora: Nevenka Franic, Ricardo Gayol, José Mª Navarro, Blanca Moreno, Benjamín Forcano

MADRID.

Como cristianos nos disponemos a recibir con gozo la visita de Juan Pablo II, pastor universal de la Iglesia católica, quien por quinta vez visita España “para canonizar a cinco españoles que vivieron entre los siglos XIX y XX”.

No han pasado todavía dos meses desde que se inició la guerra contra Irak con el consiguiente quebranto de la legalidad internacional y la masacre ejercida sobre el pueblo de Irak. El Papa condenó reiteradamente esta guerra: “La guerra es siempre una derrota de la humanidad. El derecho internacional, el diálogo leal, la solidaridad entre los Estados, el ejercicio tan noble de la diplomacia, son los medios dignos del hombre y las naciones para solucionar sus contiendas”.

Nos complace reafirmar el feliz acuerdo del Papa con tantos millones y millones de ciudadanos y de católicos que, en todo el mundo, clamaron contra la guerra y exigieron ardientemente evitarla por innecesaria, ilegal, injusta e inmoral.

En estos días, el Papa viene a España, un país mayoritariamente católico, que siempre se preció de gran fidelidad al sucesor de Pedro. Pues bien, no por obvio resulta inútil recordar que el Gobierno español fue, en este caso, uno de los coautores de la guerra, preparándola, apoyándola y decidiéndola deliberada y públicamente, en contra de la mayoría absoluta de los españoles y en contra de la autoridad moral del Papa, por más que hayan pretendido camuflarla como simple ayuda humanitaria. Los jóvenes, sobre todo, vibraron al unísono con las palabras del Papa condenando la guerra y pidiendo la paz.

Creemos que España y, en especial los católicos, no deben olvidar la grave responsabilidad contraída por el Gobierno español y el agravio que infirió a la autoridad moral del Papa. La sociedad fue testigo y debe aprovechar la visita para agradecerle, aplaudirle y demostrarle la adhesión y respeto que el Gobierno le negó.

En consecuencia, pedimos que cuanto asesoran y acompañan más de cerca al Papa en este viaje, aseguren bien su propósito y finalidad pastorales, no programen ningún acto oficial con el Gobierno, que significaría un protagonismo politizado del mismo, interesado y electoralista. Sonaría a hipocresía que, quienes no le hicieron ningún caso, pretendieran ahora rendirle pleitesía.

Sabemos que la conciencia de la mayoría de los españoles comparte este nuestro sentir, pero queremos alertar contra quienes de una u otra manera intentarán, a pesar de lo ocurrido, manipular la visita del Papa. ¡No en nuestro nombre!

VOLVER ^

 

______________________________________________________________________

Diario Sur, 2 de abril de 2003

¿EXCOMULGADOS LOS SEÑORES DE LA GUERRA?

JOSÉ MARÍA GONZÁLEZ RUIZ, teólogo

Todos sabemos que el sentimiento religioso, cualquiera que sea, goza de un indudable atractivo popular. Así, pues, se comprende que los diversos poderes del mundo procuren integrarlo en sus planes seguros de hacer con ello una buena inversión

Los medios de comunicación nos acaban de sorprender con la noticia de una declaración del cardenal Rouco, arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal. El cardenal, acreditado jurista de formación alemana, habría afirmado que los que sancionan y promueven la guerra podrían ser excomulgados. Afortunadamente hoy una excomunión no tiene las connotaciones que poseía en tiempos pasados, cuando la Iglesia era no sólo una 'comunidad cristiana', sino una 'sociedad perfecta' comprometida políticamente para lo bueno y para lo malo. Hoy hemos vuelto a la situación primitiva cuando la Iglesia estaba más cerca de sus orígenes. Entonces quien rompía sus lazos con la comunidad creyente era 'excomulgado', o sea, no podía acceder a la mesa común, que era la 'cena del Señor', la eucaristía, aunque se diera el caso de que su propia conciencia no se lo impidiera y pretendiera sumarse a la celebración comunitaria. Más aun, una vez arrepentido y reconciliado, era la comunidad -no sólo el pastor- la que debería readmitirlo y otorgarle de nuevo el privilegio de unirse a la mesa común.

Más allá de la consideración disciplinaria o de la solemne expulsión de un miembro indeseable, la razón de ser de ese modo de actuar residía en la valoración de la comunidad, lo cual hace que no se trate nunca de un asunto personal, sino de algo que incumbe y compromete a todo el discipulado cristiano, a la misma Iglesia.

En un documento del siglo II llamado en griego «Didajé ton dódeka apostólon» («Doctrina de los doce apóstoles») se dice expresamente: «Reunidos cada día del Señor (=domingo), partid el pan y dad gracias, después de haber confesado vuestros pecados, a fin de que vuestro sacrificio sea puro. Pero todo aquel que tenga contienda con su prójimo no se junte con vosotros hasta tanto no se hayan reconciliado, a fin de que no se profane vuestro sacrificio».

Sin embargo, la Iglesia, para poder actuar con la debida credibilidad, tiene que reconocer los puntos negros de su propia historia e intentar recuperar su verdadero rostro. Esto es lo que ha llevado a la Iglesia contemporánea a alcanzar uno de los puntos culminantes de su historia en el Concilio Vaticano II al reconocer la propia responsabilidad cristiana, tanto de la institución como de las personas, en la violenta historia de Occidente de los últimos veinte siglos, asumiendo su culpa, lamentando su injustificable traición al mensaje del propio Jesús, y su frecuente abuso de poder físico e ideológico al equipararse arrogantemente a los reinos de este mundo y a sus modos agresivos y cruentos, y pidiendo públicamente perdón por su infidelidad al Evangelio.

La misma encíclica de Juan Pablo II convocando al Jubileo del año 2000 sigue recogiendo esa necesidad de conversión, pues no basta con reconocer errores pasados asumiendo con espíritu de humildad y penitencia los desaciertos e infidelidades que inundan la historia de la cristiandad, sino que se trata de mantener idéntica actitud de autocrítica y conversión respecto de las decisiones y actuaciones contemporáneas, no sólo las ajenas, sino las adoptadas por los propios denunciantes, pues de lo contrario el pretendido profetismo se pondría en evidencia a sí mismo, convirtiéndose en el fariseísmo denunciado en los evangelios; de ahí que la propia encíclica hable de aplicarnos a nosotros mismos esa actitud evitando hacer de ella una mera demagogia. «Un serio examen de conciencia ha sido auspiciado por numerosos cardenales y obispos sobre todo para la Iglesia del presente. A las puertas del nuevo milenio los cristianos deben ponerse humildemente ante el Señor para interrogarse sobre las responsabilidades que ellos mismos tienen también en relación a los males de nuestro tiempo. La época actual junto a muchas luces presenta igualmente no pocas sombras».

Esta sensibilidad que las comunidades cristianas deben tener para los que, pretendiendo ser miembros de ellas, cometen públicamente actos verdaderamente contrarios a lo más auténtico del Evangelio, se presenta actualmente cuando personajes públicos y conocidos no temen en recurrir a su supuesta condición cristiana para apoyarse en ella como legitimación y justificación de actitudes claramente antievangélicas.

En estos casos las comunidades cristianas, a las que pertenecen o pretenden pertenecer estos altos responsables de la sociedad, se ven en la obligación de no admitir a la «vena del Señor» a quienes no son dignos de ello, hasta que públicamente no se arrepientan de su manipulación de la religión para que ésta les sirva de bendición de algo que precisamente debería ser explícitamente condenado en nombre de la propia fe que hipócritamente dicen profesar.

Todos sabemos que el sentimiento religioso, cualquiera que sea, goza de un indudable atractivo popular. Así, pues, se comprende que los diversos poderes del mundo procuren integrar ese sentimiento religioso a sus propios planes, seguros de hacer con ello una buena inversión.

En la historia del cristianismo fue típica la actitud del emperador romano Constantino cuando al verificar que perseguir a los cristianos no era rentable, sino todo lo contrario, pensó que el ideal 'político' sería integrarlos a la propia ideología imperial, ofreciéndoles los oportunos privilegios. Esta manipulación de los emperadores romanos llegó hasta tal punto que fueron ellos los que muchas veces convocaron y presidieron los concilios, en los que se debatían cuestiones de fe.

Actualmente, por ejemplo, los capellanes castrenses italianos se han planteado el problema de si pueden celebrar la eucaristía en ese ambiente militar, donde la violencia no solamente no es rechazada, sino sacralizada y bendecida. ¿Habrá que exigirles a nuestros gobernantes católicos que se arrepientan públicamente de su apoyo a la guerra para admitirlos a participar en nuestras eucaristías?

VOLVER ^

 

______________________________________________________________________

Diario de Yucatán, 2 de abril de 2003

LA IGUALDAD Y LA CONVERDIÓN DE LA IGLESIA

RAUL H. LUGO RODRÍGUEZ

YUCATÁN (MÉXICO).

La pregunta que Margarita formuló nos dejó helados a todos. En realidad debíamos estarlo desde antes, porque el panorama se antojaba surrealista desde el principio. Un científico social, de esos que llaman arqueólogos, estaba explicando con entusiasmo los edificios de una ciudad maya antigua (esos que mal llamamos “ruinas”). Margarita formaba parte del grupo de los oyentes. Pero Margarita pertenece a la etnia maya peninsular. Cuando el arqueólogo terminó de ponderar con sus explicaciones las maravillas de los mayas, su precisión en los cálculos, la belleza de sus construcciones, sus dotes poéticas, su espíritu universal, Margarita musitó con voz acongojada... “¿y qué fue lo que nos pasó? ¿por qué hemos venido a terminar en lo que ahora somos?”

Creo que la misma impresión recibe uno cuando lee los textos del Nuevo Testamento y contempla la revolución igualitaria que provocó el mensaje de Jesús y mira ahora la realidad de una iglesia clericalizada, donde todas las decisiones han quedado en manos de los ministros ordenados y en la que los laicos no han dejado de ser vistos, a pesar de más de 30 años de Concilio Vaticano II, como ciudadanos de segunda clase, infantes que siempre tienen mucho que aprender y nada que enseñar. En muchas de nuestras comunidades, el respeto casi reverencial que recibe el presbítero no tiene correspondencia en el trato despótico que el común de los fieles recibe del ministro ordenado.

Yo creo que en este campo, la Iglesia en su conjunto necesita una profunda conversión. Uno de las afirmaciones más revolucionarias del Nuevo Testamento se encuentra en la Carta a los Gálatas: “Todos ustedes que han sido bautizados en Cristo se han revestido de Cristo. Ya no hay judío ni griego, ya no hay libre ni esclavo, ya no hay hombre ni mujer: todos ustedes son una sola cosa en Cristo” (3,27-28). Estas palabras llevan a la acción, en el tiempo y el espacio que le tocó vivir al apóstol Pablo, aquellas órdenes de Jesús que nos consignan los evangelios: “Han oído cómo dominan los gobernantes sobre las naciones... que entre ustedes no sea así” (Mt 20,25-26) y aquella otra de “No den a nadie el título de maestro, porque el maestro de ustedes es sólo uno, y todos ustedes son hermanos” (Mt 23,8).

Que la intención de Jesús era que el trato entre sus discípulos y discípulas fuera igualitario, queda claro en cómo la nueva convivencia entre los discípulos ha de superar el marco patriarcal. Recordaremos seguramente el pasaje en que Jesús, después de anunciar la incompatibilidad entre el Reino de Dios y la acumulación desmedida de riquezas, se enfrenta a la estupefacción de sus discípulos: “Entonces, ¿quién se puede salvar?” (Mc 10,26). Pues bien, Jesús les responde que todo aquel que haya dejado casa o familia por el evangelio recibirá cien veces más en esta vida. Pero en la enumeración que Jesús hace de lo que recibirán como recompensa ya no menciona al padre, sino sólo a los hermanos y hermanas, madre e hijos y tierras. La figura del padre en el marco de la familia judía establecía una relación de desigualdad sancionada socialmente. Las palabras de Jesús revelan su intención fundamental: los discípulos y discípulas han de conformar una comunidad de iguales enclavada, como signo elocuente del Reino, en medio de un mundo que exhibía sin pudor sus desigualdades. Esta disposición sigue vigente para nuestro tiempo.

Me apena que la Iglesia no esté dando este testimonio valiente ante el mundo. La patente concentración del poder en manos del clero tiene hondas raíces tanto en las actitudes de las personas como en las estructuras eclesiales. Creo que algunos pasos podrían darse para superar esta escandalosa desobediencia de la Iglesia al evangelio. En primer lugar, para comenzar por la teoría, habría que revisar nuestra teología de los ministerios ordenados. Hemos rodeado los servicios del diácono, presbítero y obispo de un aura tal de sacralidad, que sin empacho hablamos de “especialísima elección” cuando nos referimos a ellos. Fomentar la visión de los servicios eclesiales como privilegios, distinciones, casi casi premios que Dios otorga a quien quiere, ayuda bastante poco a la construcción de una comunidad igualitaria. ¿Cómo podrán sentirse aquellos que no son llamados a los ministerios ordenados? ¿Qué estima de su propio estilo de vida podrán adquirir, si muestra predicación insinúa que su vocación, la vocación laical, no es igualmente digna, igualmente “especial” que la de los presbíteros? No creo que este tipo de mentalidad, convenientemente impulsada desde la predicación de quienes cosecharán sus beneficios mediatos e inmediatos, tenga algo que ver con el evangelio de Jesucristo.

Un segundo paso se refiere a las estructuras de poder. Me he estado cuestionando, acaso con obsesiva frecuencia en los tiempos recientes, cómo se conforman las estructuras de decisión en la iglesia diocesana y en las parroquias, en cuántos organismos de gobierno tienen oficio pleno los laicos y las laicas. Suele ocurrir que la participación de los laicos se convierta en algo meramente ejecutivo, o que su participación se reduzca casi a cero cuando de decisiones económicas se trata, o que se conviertan en excelentes escribanos y transmisores de las ideas del padre o de la religiosa. El trabajo de los laicos en medio del mundo no es considerado ‘trabajo eclesial’ si no está asociado a un apostolado oficialmente reconocido. Algunos presbíteros se creen todavía que los laicos deben pedir permiso para realizar la misión que les toca en medio del mundo para poder hacerlo en nombre de la iglesia. Una auténtica conversión tendrá que pasar necesariamente por democratizar las estructuras de poder y de decisión en la iglesia. En diferentes épocas, la Iglesia ha asumido maneras diversas de expresar el misterio de comunión que es esfuerza en vivir. Es hora de una participación que recupere la fundamental igualdad entre laicos y ministros ordenados.

Un tercer paso depende de un cambio de actitudes en las personas. No basta con que las estructuras eclesiales integren a más laicos en sus órganos de dirección. Se necesita que presbíteros y laicos cambien su manera de pensar y de relacionarse entre sí. ¿No resulta excluyente hablar de “vida consagrada” para referirse solamente a algunos estilos de vida en la iglesia? ¿No podríamos dialogar todos sintiéndonos (y obrando) como hermanos y hermanas que están situados en un mismo nivel? Y, aunque me he referido a ello en una colaboración anterior, ¿seremos capaces de desmantelar el desprecio a las mujeres que parece incrustado en los pliegues más profundos de nuestra cultura y dejar de encontrar razones sagradas para justificarlo?

Cuando Margarita formuló su pregunta ‘¿Y qué fue lo que nos pasó?’, después de terminada la charla del arqueólogo, alguien del grupo le contestó: ‘Es que hace 500 años que nos están diciendo que no valemos nada y nos están tratando como si así fuera... no es extraño que terminemos por sentir que la afirmación es cierta’. Algo parecido ha ocurrido en la Iglesia. Esta es la hora de recomenzar, desde lo pequeño y aparentemente insignificante, una nueva relación igualitaria entre todos los miembros de la Iglesia. Todos en la Iglesia tenemos que convertirnos a la igualdad como valor de la convivencia cristiana. ¿Con qué cara, si no, exigiremos trato igualitario fuera de las fronteras eclesiales?

VOLVER ^

 

______________________________________________________________________

ECLESALIA, 8 de abril de 2003

¿QUÉ HACE LA ARCHIDIÓCESIS DE MADRID EN LOS CASOS
DE PRESUNTOS ABUSOS A MENORES POR PARTE DE SACERDOTES?

J.L. SERRANO

MADRID.

Somos un grupo de laicos que pertenecemos a la Vicaría VI de Madrid. Compartimos nuestra fe en pequeñas Comunidades Cristianas y participamos del trabajo pastoral en Parroquias en diversas facetas (catequesis infantil, preparación para sacramentos, acción social ...).

Nos enfrentamos, como miembros que somos de la Iglesia, al enorme escándalo que supone la pederastia entre nosotros. Hemos tenido conocimiento de casos de abusos sexuales a menores de edad en nuestra diócesis presuntamente cometidos por sacerdotes. Sí, aquí en Madrid y no en Estados Unidos, parece mentira ¿verdad?

En lugar de callar y criticar decidimos hacer frente a todos los rumores que se han ido levantando en el entorno. Nada mejor para ello que dialogar con los responsables pastorales de la diócesis donde se dieron los hechos. “Luz y taquígrafos para evitar malentendidos”.

Constatamos seis meses después de intentar ponernos en contacto con “nuestros Pastores”, tanto verbalmente como por escrito, las siguientes pautas de actuación:

-         No se considera oportuno dialogar ni explicar a catequistas responsables de los menores la situación creada ni las medidas adoptadas por la Iglesia. Las comunidades parroquiales, víctimas también, no son merecedores ni de información acerca de lo ocurrido ni de la más mínima atención que permita el restablecimiento de la confianza.

-         Los abusos sexuales a menores constituyen un delito penal, perseguible de oficio por parte del Ministerio Fiscal. Cualquiera que tenga constancia de ellos tiene obligación de realizar la correspondiente denuncia. La Archidiócesis de Madrid no parece hacerlo. El interés por acallar los escándalos parece ponerse por delante de la necesidad de aclarar lo ocurrido y del tratamiento más adecuado para las víctimas por parte de profesionales especializados.

-         La Iglesia se erige como Juez en estos casos en los que además es parte, actuando como si todos los que a ella pertenecemos fuéramos una “casta” al margen de la sociedad que se rige por sus propias leyes y jueces. Aunque nos tememos que el tema de grupo cerrado, casta o comportamientos mafiosos no son totalmente generalizables y constatamos que principalmente se dan entre el grupo de sacerdotes dentro de la comunicad eclesial.

-         De todo lo anterior parece deducirse que en nuestra Archidiócesis no se adoptan medidas que eviten la repetición de sucesos tan desagradables.

Nos hubiera gustado contrastar nuestras experiencias, temores y conclusiones con los que se dicen nuestros Pastores. Lo hemos intentado pero ni el Arzobispo Antonio María Rouco, ni el Obispo Auxiliar Eugenio Romero Pose, ni nuestro Vicario Julio Lozano, ni tampoco nuestro Párroco han querido dialogar con nosotros. Seis meses después podemos confirmar que nos estrellamos ante un pétreo muro.

¿Dónde quedó el espíritu del Concilio Vaticano II? ¿Cómo se ejerce el envío realizado por Jesús a los Pastores para cuidar a Sus Ovejas (ovejas de Jesús que no de los sacerdotes)?

Si nosotros, como catequistas y agentes de pastoral -algunos también como padres- perdemos la fe en las personas que debieran poner a los menores por delante de cualquier otro tipo de consideración o conveniencia, ¿qué futuro podemos augurar a la transmisión de la fé en nuestra Archidiócesis?. Aparte de la muestra clara de desprecio que recibimos, y que creemos no merecer, por parte de los que debieran ser servidores de la Iglesia a la que pertenecemos, consideramos poco inteligente la actitud de todos los citados ya que no consideramos el silencio como respuesta válida.

Nuestro objetivo primordial es que se pongan los medios necesarios para cambiar de forma radical la forma en la que nuestra Iglesia aborda los abusos sexuales a menores cometidos por sacerdotes. Ningún grupo humano puede evitar que aparezcan en su seno estos casos pero lo que nos debiera diferenciar de otras formas de actuar es nuestra creencia en Jesús de Nazaret. Afrontar la realidad y tratar con cariño a las víctimas y a las Comunidades que hayan sido afectadas de forma directa y de forma indirecta es esencial para cumplir lo que evangélicamente es exigible a la Iglesia de Cristo. Con esta carta pretendemos informaros para que seáis conscientes de la responsabilidad que a todos, especialmente a los cristianos, nos atañe en cuanto a la coherencia. Continuaremos demandando explicaciones y lo haremos porque FORMAMOS PARTE DE LA IGLESIA y queremos seguir siéndolo, aunque actitudes oscurantistas que rozan lo delictivo y que olvidan que los laicos somos algo más que figuras decorativas para llenar los templos, nos quieran imponer estilos de Iglesia de siglos ya olvidados.

¿Cómo acabar este escrito? Solo con lamentaciones.

Pues no, algunos de los laicos afectados pensamos que el pedir diálogo con los “pastores” y trasparencia es algo que si no se recibe tras solicitarlo en privado se ha de pedir en público. Para ello se están proponiendo cosas como las siguientes:

Concentraciones de personas vestidas de luto riguroso (incluso con la cara pintada de negro) con una gran pancarta (la gran ventaja es que solo son imprescindibles dos personas para la manifestación) y camisetas (también negras) con mensaje escrito con letras blancas delante de Instituciones eclesiásticas o lugares a los que vayan ir las personas a las que reclamamos que asuman su responsabilidad. El simbolismo del color negro se refiere a la oscuridad y ocultismo que caracterizan la actuación de la Iglesia en estos casos.

Las concentraciones consistirían en nuestra mera presencia y el reparto de octavillas en mano con un Manifiesto. Todo con el máximo respeto y cordialidad, simplemente rogando un poco de VERDAD. ¿Dónde?, ¿por qué no en la Catedral?

Tal vez no sean suficientes para cambiar actitudes muy arraigadas, pero si darán testimonio de que los laicos no estamos de acuerdo con la forma de gestionar estos asuntos en esta Casa.

VOLVER ^

 

______________________________________________________________________

ECLESALIA, 10 de abril de 2003

CON LOS SEIS SENTIDOS

Experiencia de misión

SILVIA

NACALA (MOZAMBIQUE).

En los últimos días  estoy leyendo en la oración un libro que alguien me regaló antes de volver para aquí de vacaciones, se llama "Orar con los cinco sentidos". Antes de empezar a leerlo ya pensaba en escribir algo relacionado con eso en la misión. Y al final lo estoy haciendo. Los sentidos son imprescindibles para percibir la realidad. Cada sentido es importante y cuando nos falta alguno por supuesto que lo notamos y nos dificulta aunque quizás esto a veces hace que otros se desarrollen más. En la Misión por supuesto también son importantes, ¿por qué? Pues por su ayuda a entrar y percibir la realidad que nos envuelve y responder ante ella.

Podemos empezar con la vista, podemos ver con los ojos biológicos conocer lo que hay a nuestro alrededor percibir los colores, las formas, las personas... Los paisajes, los caminos. Podemos caminar sin caernos porque vemos si hay algún obstáculo.... Podemos quedarnos ahí en sólo ver o bien podemos observar. Observar a quien está a nuestro lado y ver si está necesitado de algo. Ver con los ojos de dentro. Intentar profundizar y descubrir las necesidades que nos rodean e intentar darles respuesta.  Si vemos podemos dar la mano al que no ve e intentar que no se caiga y se haga daño.

Continuamos con el oído. Además de servir para escuchar los múltiples sonidos que se pueden escuchar, algunos agradables otros menos, podemos escuchar a las personas, y digo escuchar, porque muchas veces la gente sólo necesita eso. Podemos escuchar cosas que nos gustan pero muchas veces tenemos que oír unas cosas... que la verdad no nos hacen ninguna gracia. Otras ni siquiera oímos y nos hacemos los sordos. Algunas veces me gustaría ser sorda para no tener que oír cuando llaman al timbre a horas intempestivas o bien cuando me dicen algunas verdades. Pero hay que estar abierto a todo. Y aprovechar este sentido que nos hace entrar en comunicación con los otros.

El gusto. Justo estoy leyendo ese capítulo del libro que mencionaba antes. Aprovecho para hacer un poco de publicidad. Lo escribe una teóloga Mercedes Navarro y, verdaderamente, yo no lo voy a hacer mejor que ella. Además de experimentar este sentido con las cosas buenas que hay para comer, gustos algunas veces diferentes, existen diferentes gustos en la Misión. Ella lo expresa muy bien, sabores dulces, momentos felices en los que parece que consigues hacer alguna cosa, en que te parece que estás entrando y que conoces bien a la gente en que te sientes bien contigo misma y con la misión, en que estás donde debes estar y que Dios lo quiere así. Frente a esto están los sabores amargos, que también lo hay, en los que piensas que qué narices estás haciendo aquí si no sirve de nada, en que las personas en que confiabas no actúan como pensabas o te fallan, en los que te sientes sola y no ves la salida y quieres mandarlo todo a rodar... De esos por desgracia hay muchos. De pensar que no vale la pena seguir... No son sabores agradables, pero están ahí y tenemos que vivir con ellos. Para esos, gracias a Dios, existen los dulces, los sabrosos en los que nos podemos amparar en los momentos difíciles porque, gracias a Dios, tenemos memoria para recordarlos.

Olfato. Olores, sabores, los hay buenos y no tan buenos. Para mí el peor es el de la miseria y el de la ignorancia que a veces no se quiere superar. Tengo buen estómago para los olores desagradables no me molestan tanto como los que he mencionado anteriormente. No me molestan los olores físicos sino los que traen miseria y sobre todo la ignorancia que a veces parece que o se quiere superar. Me encantan frente a estos los perfumes. Quien me conoce sabe que soy presumida y que me encantan los perfumes, como también me encanta el olor de la tierra mojada cuando llueve o el olor de los bebés pequeños que también es el aroma de la esencia de la vida. Los niños son el perfume de la esperanza. Muchas veces pienso que el trabajo con los niños es más fácil, aunque no lo parezca, que con los adultos. Por eso para mi los niños son el perfume de la esperanza.

El tacto. Suave, áspero, aterciopelado, duro, blando, viscoso... así podemos ser y puede ser la misión. Cada uno decide como ser y lo elige unas veces consciente otras inconscientemente. Depende también del momento en que uno/a se encuentre. Podemos ser fáciles de tocar o podemos ser como el erizo que saca las pues en cuanto alguien se acerca y pincha. O bien podemos ser como algo suave, cada uno que imagine lo que quiera.

Y el sexto sentido, cada vez estoy más convencida de que las personas tenemos ese sexto sentido que para muchos es misterioso pero que tantas veces se manifiesta. En algún presentimiento, en algo que piensas que puede pasar, en alguna reacción, en tantos momentos. Al menos a mí me pasa y espero que no me toméis por majara. Puedo estar un poco “tocada” pero todavía conservo la cabeza o al menos no se me ha ido del todo. Ese sexto sentido me advierte en algunas ocasiones y me ayuda a percibir un poco como está la otra persona y me ayuda a veces a cambiar mis reacciones muchas veces en positivo. Me parece que es un gran regalo de Dios, el cual le agradezco con toda mi alma. A veces me ha salvado de determinadas situaciones es decir de reaccionar de una manera y no de otra que fuese peor... Y tantas cosas más que podría decir...

Vivir aquí no es fácil como tampoco lo es estar ahí donde estáis soy consciente de ello. Por eso os invito un poco a pensar y aprovecho para hacerlo yo misma porque muchas veces se me olvida. ¿Cómo estamos viviendo nuestros sentidos?, ¿vemos bien? ¿Somos cortos de vista? ¿Oímos bien o necesitamos una limpieza de orejas? ¿Qué tal esos gustos? Tal vez os pasa como a mi tantas veces, que se olvidan los sabores buenos y me quedo lamentándome de los amargos sin saber como salir. ¿A qué olemos?, ¿a esperanza?, ¿ya la hemos perdido toda? ¿Somos tocables y suaves o nos hemos convertido en erizos o armaduras que no dejan pasar nada a nuestro interior? Y, ¿qué tal llevamos el sexto sentido?

Para acabar sólo decir que al menos a mi todavía me queda mucho que aprender y desarrollar los sentidos para mejorar y hacer más agradable la vida a los otros. Que aún me queda mucho por conocer la misión y la vida de comunidad, que no es fácil estar aquí y después la vuelta ahí aún es peor (lo he sufrido y lo estoy sufriendo desde aquí con personas a las que quiero mucho y están ahí o con algunas que pronto estarán por allí).

Lo vuelvo a repetir la misión no es nada fácil y la opción desde el laicado menos todavía. Es como lanzarse al vacío y si te lo piensas mucho no lo haces, no hay ninguna seguridad de ada. Lo único que me trae la calma son algunas palabras de Jesús en el Evangelio. Sobre todo que él como nosotros, los que llevamos adelante esta opción, también era un laico que no tenia donde recostar su cabeza...

Nada más sólo un abrazo muy fuerte para todos y como siempre ánimo y adelante.

VOLVER ^

 

______________________________________________________________________

Diario de Cádiz, 13 de abril de 2003

LA PASIÓN EN ANDALUCÍA: ¿UN CRISTO SIN JESÚS?

JUAN ANTONIO ESTRADA, teólogo y profesor de filosofía de la universidad de Grandada

"¡Oh, la saeta al cantar al Cristo de los gitanos, siempre con sangre en las manos, siempre por desenclavar! ¡Cantar del pueblo andaluz que todas las primaveras anda pidiendo escaleras para subir a la Cruz! ¡Cantar de la tierra mía, que echa flores al Jesús de la agonía, y es la fe de mis mayores! ¡Oh, no eres tú mi cantar! ¡No puedo cantar, ni quiero a ese Jesús del madero, sino al que anduvo en el mar!". Los versos de Antonio Machado aluden a los contrastes de la Semana Santa, el pueblo andaluz que quiere subir a la cruz y se identifica con el Cristo del madero, pero no siempre con el Jesús Nazareno. Por un lado, en la Semana Santa se alude a un fracaso. Se conmemora el asesinato de un persona en nombre de la razón de Estado, el miedo de Pilatos al presunto mesianismo de Jesús y a su capacidad para agitar al pueblo. También murió a causa de la religión, ya que las autoridades sacerdotales le acusaron de blasfemo, de falso profeta y de hereje por su interpretación de los textos sagrados de la religión. Era necesario que muriera alguien por el "pueblo", es decir, por los intereses constituidos de la sociedad.

Se trata de una religión extraña, que hace del fracaso de su fundador el punto de partida de su fundación como rama diferente del tronco judío del que procede. El éxito explica mejor el origen de un movimiento, aquí es el contrario. Desde nuestro presente actual no podemos imaginarnos una muerte normal de Jesús, sino que damos por hecho que tenía que acabar mal. Sembró vientos y recogió tempestades. La clave de su muerte hay que buscarla en su vida, en su manera de comportarse y relacionarse con el poder político y religioso. No es Dios el que quiere la muerte de Jesús, como afirman muchos textos religiosos, sino que ésta viene como consecuencia de una forma de vida comprometida. La clave está en su historia, no en una pretendida voluntad divina, nueva versión del fato o destino, que se impone sobre la libertad humana. Paradójicamente se pregona a un Dios de vida y se le quiere hacer culpable y agente último de la muerte del profeta Jesús, padre necrófilo que exigiría la muerte del hijo amado.

Por eso, la muerte de Jesús genera una religión del compromiso. Identificarse con el Cristo agonizante pasa por imitarle y seguirle en su vida. De la contemplación de su pasión tiene que surgir el imperativo de luchar contra poderes políticos y religiosos que exigen muerte y sacrificio, unas veces en nombre de la razón de Estado y otras del mismo Dios. Ya no hay justificaciones posibles para causas políticas y religiosas que sacrifican a las personas en nombre de sus ideales. Dios está con la víctima, no con los verdugos. Cuando se mata en nombre de Dios, y de la patria, no sólo se comete un homicidio sino también un deicidio. Eso es lo que conmemoran los cristianos, una pasión que remite a individuos y pueblos crucificados de hoy, y a legitimaciones políticas y religiosas que suscitan muerte.

El pueblo lo entiende, se identifica con el Dios crucificado, que se revela en la víctima inocente, y que le habla de su propio dolor. El dios humano y sencillo es el que habla desde el nazareno, desde el Cristo de pasión, y en su cruz ve reflejada la suya, la de tanta gente que sufre, muchas veces a causa de la injusticia humana. Dios queda lejano y permanece abstracto, sin las mediaciones del Cristo y la madre, amargura y esperanza al mismo tiempo, que acompaña en silencio al hijo asesinado. Nada suscita más identificación y compromiso que un Dios encarnado en lo humano, de ahí el sentido popular de la Semana Santa y la Navidad, las fiestas cristianas más populares a lo largo de la historia. Sin embargo, Machado apunta a la trampa de la celebración andaluza. Una fe emotiva, emocional, sensible, estética y frecuentemente intensa, que no va acompañada de compromiso ni se siente interpelada. Es fácil emocionarse con el Cristo y la Amargura doliente que le acompaña en el templo de la calle, y luego integrarse sin más en la sociedad, con sus injusticias, sus conveniencias políticas y sus conformismos religiosos. Cuando la pasión no genera un compromiso en favor de los oprimidos de toda índole, comenzando por los empobrecidos de la sociedad, y no suscita un talante profético y mesiánico que cuestiona a los mismos representantes de la religión, pierde su significado cristiano. Se convierte en una fiesta religiosa, repleta de simbolismos que aluden al mesías cristiano pero carente de consecuencias.

La sociedad tiene mucha capacidad de integración, incluso de las instancias que más se resisten y cuestionan el des(orden) constituido. Fácilmente transforma la Navidad en fiesta de fin de año y la Semana Santa en fiesta de la primavera. Se pierden las referencias religiosas, se transforman en vacaciones, y se elimina lo más genuino de la fiesta, el nacimiento y la muerte del mesías de los pobres, que constituye un peligro para las autoridades religiosas y políticas de todos los tiempos. Se domestica la fiesta, se conserva su fachada cristiana y se eliminan sus consecuencias prácticas. Las distintas autoridades se hacen presente en procesiones y hermandades sin sentirse cuestionadas por aquello que celebran y los cristianos, nazarenos y participantes, toman distancia de un compromiso que tendría que llevarles a transformar la sociedad en lugar de integrarse en ella. Se castran los símbolos cristianos y la rebeldía del profeta mesiánico se torna en conformismo, fatalismo e integración social. Es la contradicción de Andalucía, que sabe también de cruces y pasión en su historia, cuando se queda en la identificación sensiblera y no es capaz de sacar consecuencias políticas, sociales y religiosas a su compromiso de fe. Es lo que nos recuerdan los versos siempre actuales de Machado.

VOLVER ^

 

______________________________________________________________________

ECLESALIA, 15 de abril de 2003

LAS GUERRAS SILENCIADAS

JOSÉ IGNACIO CALLEJA, profesor de Moral Social Cristiana en el Seminario de Vitoria

VITORIA.

Lo recordaba en la Cope un periodista famoso. Hay más de treinta guerras en el mundo y los pacifistas sólo se interesan por la guerra de Irak. Y razonaba así: “es porque están los americanos de por medio, que si no, les importa un pimiento”. Otros le jaleaban y añadían: “¡Qué poco denuncian la guerra de Cuba a manos de Castro!”, y seguían recontando miles y miles de muertos en esas treinta guerras silenciadas. Se quedaron tan anchos.

Pero vamos a ver, ¿es que en Irak están los americanos o también está España? ¿Es esto secundario? Sigamos. ¿Es que sus noticiarios, tertulias y columnas le dedican una sola línea a las otras guerras? Cómo creen que la opinión pública se entera y toma conciencia de las otras guerras, ¿viajando?, ¿por inspiración divina? Seamos serios. Si recurrimos a fuentes de información alternativas, no es porque nos guste Fidel Castro, sino porque la otra información es muy deficiente y, a menudo, descaradamente sesgada.

Debe quedar claro poco a poco. Los pacifistas no son los autores de la guerra de Irak, ni callan sobre las otras guerras porque no estén los americanos (todavía). Callan porque cada hecho tiene su urgencia; callan, porque no se les cuenta dónde hay guerra y qué pasa; callan, porque también ellos se equivocan; callan porque su voz queda ahogada en el laberinto de quienes cuentan las noticias. Callan, pero los pacifistas, cuando callan, no son los autores de las muertes en las guerras silenciadas. Si hay más de treinta guerras, y millares y millares de muertos, que vengan a la mesa de los informativos y ocupen las portadas de los diarios. Ya verán cómo reaccionamos y cómo nos importa cada persona y cada pueblo. Lo que no es de recibo, lo denuncio con firmeza, es cargar el silencio sobre las otras guerras a la espalda de los ciudadanos más pacíficos. Si otros están por la paz en todas las guerras, veamos dónde dijeron algo a favor del “0.7% y más”, del problema de la condonación de la deuda externa, de la justicia en el comercio internacional, de la democratización de la ONU, de la injerencia humanitaria reglada y controlada por esa misma ONU, de la implicación diplomática de los Estados en esas guerras que ni amenazan el petróleo, ni generan grupos terroristas contra nosotros, todavía, y así mil cosas más.

De verdad,  vamos a tomarnos en serio unos a otros, y tratemos de ser honestos con la realidad. Si nos dedicamos a hacer el listo, sin cuidado especial por la verdad, la guerra, todas las guerras, serán una cuestión de ideología: cuando amenazan mi modo de vida, intervengo; cuando se matan entre ellos, es cosa de “bárbaros”. Hablemos de las otras guerras, debemos hacerlo ya. ¡A ver quién se implica!

VOLVER ^

 

______________________________________________________________________

ECLESALIA, 16 de abril de 2003

ESTE HOMBRE DEBE MORIR

BENJAMÍN FORCANO, teólogo

MADRID.

No creo cometer ningún desacato si en una sociedad mayoritariamente cristiana, pretendo hacer un apunte original de la muerte de Jesús, precisamente en la Semana Santa. Original en el sentido de ir al origen. Porque una cosa es lo que le ocurrió a Jesús de Nazaret en aquellos días de su entrada tumultuosa en Jerusalén, que acabó con su crucifixión en el Gólgota y otra los que hemos hecho después con una conmemoración literal, monótonamente estereotipada de aquellos hechos.

No sé por qué la mirada se nos ha de quedar clavada en el ámbito físico y restricto del Nazareno. El fue a Jerusalén a celebrar la pascua judía. Era un judío más. La fiesta era nacional, concitaba a más 120.000 israelitas, que llegaban de todas partes. La esclavitud bajo el Faraón había durado demasiado tiempo y, finalmente, habían quedado libres, congregándose en una nueva tierra. Un pueblo había sobrevivido, sin perder su identidad, y convergía allí, en explosión jubilosa, para conmemorar semejante gesta.

Pero, Jerusalén desde hacía años, estaba bajo otra esclavitud, la del imperio romano. A su sombra, las autoridades judías habían negociado, habían logrado una buena autonomía en su vida cultural y religiosa, siendo ellas las que manejaban a su antojo el asunto religioso. Pululaban sentimientos nacionalistas y movimientos independentistas (los zelotes) , pero a las autoridades les pertenecía el monopolio del uso e interpretación de lo religioso.

Mira por donde, un campesino de Galilea, ya conocido, pero sin pertenencia a la aristocracia religiosa ni social, se atrevió a llamar a las cosas por su nombre, denunciando la enorme corrupción a que había sido sometido el nombre de Dios en el templo de Jerusalén, lugar el más emblemático para todo el pueblo, por venerar en él al Dios que los había conducido a la liberación.

La actuación de Jesús fue un desafío. Sus palabras restallaron como un látigo. ¿Qué celebración de la Pascua era aquella? ¿Cómo se compaginaba todo aquel tráfico del templo, montado por el Sanedrín, con el culto auténtico de Dios, que consistía fundamentalmente en la práctica de la justicia y del amor? ¿Que valor podían tener todos aquellos sacrificios materiales y aquellos inciensos, si la vida de los dirigentes y sus enseñanzas se apartaban del verdadero conocimiento de Dios? Su función religiosa les había llevado a erigirse en casta superior corroída por el egoísmo, la soberbia y la hipocresía.

La Pascua Judía fue para Jesús la ocasión de denunciar el sistema religioso dominante: las patrañas urdidas por los dirigentes, la conversión del culto en negocio del Sanedrín, la opresión que ejercían sobre el pueblo, las falsas interpretaciones inventadas, la arrogancia de que hacían gala, el menosprecio hacia los sectores más pobres, su afirmación de la teocracia e idolatría nacionalista, el montaje de toda una religión legalista, puramente exterior, que cultivaba la apariencia y escondía el vicio.

Jesús apuntaba al corazón. No había escapatorias posibles. La cosa era más sencilla. No había que embolicar a Dios con las tonterías y truhanerías de los hombres. Dios es lo que es y refleja su luz, con nitidez, en la conciencia de todos. Aunque sean analfabetos. Esa luz , por natural, es pura e incanjeable. Y a ella remitía, en última instancia, la sabiduría popular del Nazareno. Con lo cual, encendió la chispa: el pueblo le escuchaba admirado y los dirigentes le espiaban preocupados. Era peligroso. Y determinaron matarle.

Una muerte violenta, injusta, criminal, a manos del poder más arbitrario. No a manos del Padre celestial; esa sería la muerte de un Dios sádico. Ni Jesús buscó la muerte, ni Dios le destinó a ella. Eso es una solemne tontería, una herejía y una coartada para todos los poderes de turno que siempre se han negado a ver la muerte de Jesús como lo que fue: una consecuencia de su estilo de vida, de su rebeldía y disidencia frente al poder religioso y civil, de su coherencia y libertad, de su sinceridad y amor por la justicia y los más pobres. Jesús murió asesinado por la sinagoga y el imperio.

Vengamos ya a las muertes de los Viernes Santos de nuestro tiempo. Los templos cristianos con sus ritos, inciensos, cantos, plegarias y procesiones, ¿a quién están recordando? ¿Qué están celebrando? ¿La muerte de Jesús? ¿Su muerte física? ¿Nada más? ¿Y eso una vez y otra vez, un año y otro año, un siglo y otro siglo?

¿No será que hemos convertido en momia sagrada la liturgia católica? La pasión y muerte de Jesús son referencia paradigmática. Pero su muerte no ha acabado, sigue reviviéndose en el Cuerpo de la Iglesia y de la Humanidad. Y sigue produciéndose en el altar del poder económico y del poder religioso. Hoy son otros los Faraones, los Pilatos y los Sumos Sacerdotes. .

¿Dónde están los profetas y liberadores que, como él, tratan de rescatar el significado de su Pascua, hoy Pascua cristiana? ¿Cuántas son las desviaciones y corrupciones que hay que destapar y corregir? ¿Quiénes son los tiranos y verdugos? ¿Quiénes los que sufren pasión y quiénes los crucificados? ¿Cuánto de esto está presente y se celebra en las liturgias de nuestros templos?

VOLVER ^

 

______________________________________________________________________

ECLESALIA, 21 de abril de 2003, primer lunes de Pascua

LA IGLESIA EN LA QUE SOMOS Y VIVIMOS

COLECTIVO DE COMUNIDADES CRISTIANAS ENCOMÚN

MADRID

ENCOMÚN, colectivo de comunidades cristianas

A partir del trabajo realizado por la Delegación de Pastoral Juvenil de Madrid hasta finales de los años 80, varios grupos de catequistas organizaron jornadas para Agentes de Pastoral Juvenil (APJ's), avanzando en temas de formación y elaboración de materiales.

Poco a poco, sobre la labor de pastoral con jóvenes, tenía más importancia la experiencia comunitaria de los APJ's. Algunas comunidades más se unieron a este grupo y, desde el compartir y dialogar sobre las comunidades, fue cobrando más fuerza la inquietud de favorecer la coordinación y relación entre las comunidades de jóvenes de Madrid.

Por eso, durante el año 96 se fueron dando pasos para ir cuajando esta iniciativa de coordinación que se llevó a la convocatoria de una asamblea de comunidades en el pueblo de Valdemanco (12 de mayo de 1996) para decidir dar luz verde a esta nueva etapa y dar por concluido el trabajo del equipo de APJ's y de la comisión que se formó para la coordinación de comunidades. De Valdemanco y del trabajo posterior salieron las características de ENCOMÚN.

Desde entonces ENCOMÚN se ha ido consolidando, se han acercado nuevas comunidades y las iniciativas van creciendo desde una eclesialidad de comunión fraterna.

Hoy en día somos un colectivo de más de treinta comunidades cristianas que:

-               Deseamos tener un medio para podernos relacionar, estar más cerca unas de otras y compartir encuentros, celebraciones, oraciones y momentos especiales de nuestras comunidades.

-               Buscamos tener planteamientos comunes de participación o relación con distintas entidades eclesiales y la posibilidad de desarrollar juntos proyectos sociales o pastorales.

-               Queremos compartir con otras personas y entre nosotros la experiencia y la riqueza de la vida comunitaria, mediante los cursos, encuentros y materiales que preparamos.

Presentación

En el primer Pentecostés del nuevo milenio nos encontramos invocando la lucidez del Espíritu para descubrir lo que hoy Dios quiere de nosotros y su fuerza para llevar a cabo ese proyecto. Queremos encontrar caminos para la renovación de la Iglesia sin perder la identidad que cada comunidad ha ido configurando a lo largo de su historia, sin buscar la confrontación con otros grupos y sensibilidades de la Iglesia, sin amargarnos la vida ante cada conflicto, ni quedando bloqueados por las heridas y decepciones del pasado.

Desde la fraternidad que supone ENCOMÚN y al analizar los signos de los tiempos, surge la preocupación por el sentimiento de lejanía que la sociedad experimenta hacia la Iglesia y, por tanto, de la respuesta que la Iglesia está ofreciendo a las demandas de la sociedad.

El presente documento es el fruto del trabajo y reflexión de dos años y cuatro encuentros de las comunidades cristianas que formamos el colectivo. Es, simplemente, la conclusión de un trabajo que surge de una necesidad y que intenta aportar un punto de vista sobre la Iglesia en la que somos y vivimos.

1. gozos y esperanzas

Para ser fieles al seguimiento de Jesús nuestra vida cristiana vivida en comunidad tiene que estar cimentada en actitudes básicas y motivaciones que tengan relación con los gozos y las esperanzas. La experiencia nos confirma que el espacio de ENCOMÚN es precisamente un buen lugar en el que podemos vivir la Buena Noticia de Jesús. Estamos convencidos que la vida y el trabajo en nuestras comunidades es un signo de esperanza para nuestro mundo y dentro de la misma Iglesia. El encuentro en comunidad que valoramos y disfrutamos tiene como fundamento el orar juntos, compartir la vida con personas concretas que con su testimonio de vida tratan de ser coherentes y ponen lo que está de su parte para construir y hacer un mundo mejor.

Hemos constatado que uno de los signos más evidentes de que vamos por el camino del Evangelio, y esto nos da confianza para seguir, es que en nuestras comunidades percibimos que el Espíritu sopla fuerte, que nos acompaña en todo momento, experimentamos el gozo de ser personas positivas, entusiastas, "inquietas", propositivas, críticas, con talante esperanzador y generadoras de Vida para que cada día el Reino sea una realidad. Estamos convencidos de que el diálogo hacia dentro de la Iglesia nos ayuda a ser coherentes y optimistas pues sabemos que con estas actitudes dejamos paso a la acción del Espíritu.

Dentro del ámbito de ENCOMÚN vemos florecer iniciativas que representan verdaderos signos de gozo y esperanza. Así, a lo largo de los años han tenido lugar varias celebraciones compartidas de la Pascua, distintas comunidades han prestado su colaboración personal y económica en proyectos de acción social impulsadas por otras o se han implicado en campañas globales (Deuda Externa, rechazo a la Guerra en Iraq), se han producido encuentros de reflexión y oración entre varias comunidades interesadas por los mismos temas y, de un modo especial, se ha impulsado un espacio de reflexión sobre el estado actual de la educación denominado "Profes Encomún" en el que participan miembros de nuestras comunidades que trabajan en el campo de la enseñanza.

Otro motivo de satisfacción y alegría es la participación activa de numerosas comunidades en la vida de sus parroquias. Muchos de nosotros somos agentes de pastoral, encargados de la acogida, animadores litúrgicos o participantes en los equipos de acción social. De hecho, la mayoría de nuestros grupos han surgido como consecuencia de procesos catecumenales juveniles desarrollados en espacios parroquiales y siempre hemos valorado esta forma de presencia eclesial. Desgraciadamente, en ciertos casos la continuidad de las comunidades en sus parroquias de origen se ha visto dificultada por cambios en los responsables o por la dificultad de armonizar en la práctica una concepción eclesiológica fraternal, corresponsable e igualitaria como la que nosotros sostenemos, con la lógica clerical, sea paternalista o autoritaria, que aún prevalece en una parte de nuestra Iglesia.

Vamos caminando con ilusión comprometidos en buscar y construir el Reino. El camino que vamos haciendo es con gente de Iglesia que convive desde la igualdad y fraternidad sin estructuras de poder, cada uno desde su realidad, sus capacidades y sus límites. Con esperanza vemos que se está construyendo desde la base y, aunque las comunidades son de carismas y estilos diferentes, hay un respeto a lo distinto que a todos nos complementa y nos enriquece de manera constructiva.

Buscamos estar atentos, aprendemos y colaboramos en proyectos con iglesias de países empobrecidos. Estamos abiertos al diálogo intercultural; constatamos que la realidad de la inmigración afecta a nuestro compromiso como cristianos, cada vez estamos más convencidos de que estar del lado de nuestros hermanos inmigrantes es una muestra concreta de vivir nuestra fe; hacer de nuestro compromiso evangélico una realidad es como bajar a la tierra y no perdernos en el terreno de la discusión y la ideología.

Vemos con esperanza el ecumenismo, lento pero real, entre las distintas iglesias cristianas y el diálogo interreligioso. Contemplamos ya la renovación y esfuerzo por hacer que la vida cristiana sea profética y significativa en esta sociedad enriquecida, comprometidos en proyectos de talante social y cultural.

En nuestras comunidades seguimos valorando y priorizando la transmisión de la fe a nuestros hijos e hijas. Está en nuestras manos contagiarles, hablarles, trasmitirles la esperanza que ha impulsado nuestra vida. Las comunidades de ENCOMÚN estamos ya participando en espacios de reflexión sobre la transmisión de la fe. Constatamos cómo el testimonio de la vida comunitaria es un interrogante para las personas que nos rodean.

Podemos decir que nuestros sueños, ilusiones y esperanzas dentro de esta nuestra Iglesia se concretan en la existencia de pequeñas comunidades que viven la frescura, la audacia y la radicalidad del Evangelio y la sed espiritual que va surgiendo en nuestras personas. Confiamos en la aportación del Concilio Vaticano II y la confirmación de que éste sigue siendo un camino a seguir para la constante renovación de la Iglesia. Nos vemos y nos sentimos animados y apoyados por diversos teólogos y teólogas que comparten nuestros deseos de vivir y hacer una Iglesia más plural y participativa, comprometida en procesos de comunión y diálogo con el mundo y la cultura.

2. Perspectivas y posibilidades

El Concilio Vaticano II nos invita a interpretar los signos de los tiempos, por lo tanto es imprescindible valorar los hechos actuales desde nuestra vivencia de Iglesia y nuestro propio proceso de fe. Las situaciones sociales, económicas, políticas nos obligan como cristianos y como personas a abrirnos a nuevas perspectivas y posibilidades.

Vivimos en una sociedad que nos bombardea con la búsqueda de seguridades y a la vez nos vemos inmersos en grandes problemas sociales (desigualdad, pobreza, inmigración…) que están reclamando una respuesta eficaz.

Por eso el reto de la Iglesia pasa por recuperar el valor de la persona potenciando proyectos integradores que abarquen todo lo que nos afecta. La Iglesia también puede y debe ofrecer ideales, esperanzas y utopías; debe aportar un cambio de estrategia que pase por la apertura de mente, por abrir espacios de diálogo con los no creyentes, por renovarnos en temas como la situación de las mujeres, los valores democráticos, la vivencia de la afectividad y la sexualidad…

Hace falta mucha creatividad para enfrentarnos a las situaciones novedosas y complejas del mundo actual y un espíritu evangélico para transmitir mensajes positivos, esperanzadores, realistas, coherentes…

Es momento de reelaborar el paradigma de lo que es ser Iglesia: haciendo de la parroquia un lugar de pluralidad donde convivan dinámicas diferentes, fomentando procesos de comunidades jóvenes y adultas, posibilitando un proyecto de pastoral juvenil serio, buscando espacios de vivencia eclesial en comunidad, favoreciendo la comunicación entre iniciativas diferentes, promoviendo los consejos pastorales como espacios de participación amplios y abiertos.

Los signos de "derrumbamiento” de un cierto estilo de manifestación de la fe que vivimos nos deben interpelar a la renovación para que desde estas cenizas surja lo nuevo, más auténtico y verdadero: la evidencia de que la fe se puede quedar en lo ritual y lo anacrónico debe ser el inicio de una renovación de nuestras expresiones simbólicas, haciéndolas más humanas, más sinceras, más cercanas, celebrativas y que reviertan en nuestra vida.

Vemos a nuestro alrededor personas que están en búsqueda, que manifiestan creer en Dios pero no en la Iglesia. Sus inquietudes no afloran muchas veces porque faltan canales de encuentro. En ocasiones nuestro testimonio ante la sociedad queda oscurecido por las intervenciones públicas de los representantes oficiales de la institución. A pesar de todo, nosotros debemos ofrecer esos canales, cubrir esa necesidad. Queremos ser presencia cristiana humilde donde no hay otros tipos de presencia. Estamos llamados a ser “fermento” en medio de la gente expresando nuestra identidad como cristianos y ofreciendo los valores evangélicos.

3. Fraternidad y diálogo

Para poder fomentar el diálogo en torno a los cambios que hayan de venir en la Iglesia todo lugar puede ser bueno. Encontramos en nuestro entorno muchos espacios donde manifestarnos desde nuestra fe y nuestro ser Iglesia en pluralidad: AMPAS, ONGs, asociaciones, partidos políticos... Además, descubrimos alrededor de lo cotidiano foros que buscan la renovación eclesial: grupos, movimientos, colectivos... a los que queremos acercarnos. Hemos tenido pocas ocasiones para dialogar con representantes de la jerarquía, pero estamos siempre abiertos a ellos.

Es prioritario para nosotros conseguir la igualdad de hombres y mujeres en la Iglesia, por eso manifestamos nuestra especial cercanía hacia aquellos grupos que trabajan por los derechos de las mujeres en la sociedad y en la Iglesia. La situación de las mujeres en la comunidad eclesial es uno de los mayores obstáculos para la evangelización.

Con todo, la organización parroquial y diocesana de nuestra Iglesia sigue siendo lugar principal para fomentar el diálogo. Nuestra presencia en los consejos pastorales y económicos y en comisiones o asambleas parroquiales debe seguir siendo activa, así como nuestra implicación pastoral con la infancia, la juventud y la familia. La preparación al bautismo de los hijos e hijas y los cursillos prematrimoniales, el catecumenado de adultos así como la pastoral de los alejados son una gran oportunidad de fomentar un estilo de Iglesia alegre, fraterno y dialogante.

Hemos experimentado que no todos los párrocos, quienes tal como están las cosas en la mayoría de las parroquias son los que tienen la última palabra, están dispuestos a aceptar esta forma de implicación pastoral crítica y constructiva; de cualquier forma sabemos de lugares en los que nuestra experiencia de vida cristiana comunitaria es bien recibida e incluso anhelada.

Debemos hacer oír nuestra voz en la medida de lo posible y de una forma inteligente: estar presentes y participar en los distintos espacios eclesiales ofreciendo nuestras propuestas para afrontar los problemas actuales de la evangelización. Actuar con constancia de la misma forma que en otros ambientes de nuestra vida (familia, trabajo, etc.): “a nadie se le ocurre dejar un trabajo porque tenga problemas, intenta resolverlos”. Debemos asumir que la Iglesia no cambiará sin nosotros, que no vale sólo criticar lo que no nos gusta sino que es posible comprometernos para cambiar estas situaciones.

Para que el diálogo sea verdaderamente fraterno nuestros argumentos tienen que salir del Evangelio, con actitud de apertura, de escucha, de intercambio de experiencias... Hay que dar ejemplo de respeto, serenidad y fraternidad, opinando desde la tolerancia y con oídos abiertos; trabajar la humildad y la pacificación, que se haga un planteamiento serio, profundo, auténtico; tratar de ser perseverantes y optimistas, no sabemos cómo irán las cosas en el futuro. Hablaremos con la confianza de llevar una vida coherente detrás y una experiencia de trabajo por y para la Iglesia que avale nuestras inquietudes. No debemos olvidar los grupos que vienen detrás; para ellos y para los demás hemos de ser comunidades de referencia.

Debemos perder el miedo al diálogo con los responsables de la institución eclesial, deberíamos crear redes para que en esta comunicación no nos encontremos solos. Una forma de ir dando pequeños pasos sería fomentar el encuentro con sacerdotes o religiosos y religiosas, personas que tienen mentalidad más abierta, con los que se puede trabajar desde el espíritu del diálogo.

También hay que aprovechar los cauces ya existentes de debate, como son los congresos de teología o los encuentros de pastoral. Hablar siendo conscientes de que nuestra forma de ver las cosas es válida y de que nadie nos puede echar por tener otra perspectiva. Deberíamos estar informados de todo, aprovechar internet, estar enterados de lo que pasa y promover una pastoral plural y una mayor formación de los seglares, para que llegue a ser un diálogo entre iguales, en el que nuestro punto de vista sea fundamentado y con argumentos.

Debemos ser conscientes de que en la situación actual el diálogo no se da entre iguales (clérigos-religiosos/as-seglares) sino que algunos parecen sentirse dueños de dictar lo que hay que hacer y creer y otros sólo han de obedecer. Teniendo en cuenta que no podemos callarnos ante muchas situaciones, tendríamos que ser más “incómodos” en la Iglesia, más reivindicativos cuando pensemos que no se respetan los valores evangélicos, siempre sinceros. Ante determinadas situaciones de injusticia hay que parar, estudiar y ver; sin prisas, sin buscar resultados a corto plazo. Buscar una voz común en determinados temas intentando que nuestra denuncia sea siempre constructiva.

4. Actitudes y propuestas

La mayoría de nuestros conciudadanos no acepta hoy el dogmatismo, la prepotencia o la imposición moral, pero tampoco la incoherencia entre lo que se dice y lo que se hace o entre lo que se proclama hacia fuera y lo que se practica hacia dentro de una institución. Tales comportamientos provocan rechazo en la mayoría de las personas. Pero, además, Jesús de Nazaret se opuso radicalmente a toda forma de ejercicio abusivo del poder, a toda discriminación, a toda imposición ideológica o política, a todo tipo de orgullo y pagó con su vida esta opción. Como sabemos, Él nos invitó a servir y a liberar, no a dominar, a aparentar o a tolerar o sostener la injusticia.

Para empezar la renovación eclesial en este terreno podríamos adoptar dos principios fundamentales que encuentran un respaldo indudable en el Nuevo Testamento y en la sensibilidad de la sociedad actual:

  1. Empezar a considerarnos, simplemente, testigos agradecidos de una experiencia de amor y seguidores de Jesucristo que buscan, como todos los hombres y mujeres de buena voluntad, cómo hacer de nuestro planeta un hogar fraterno para toda la humanidad utilizando los dones que poseen. Llevar la creación a los máximos niveles de humanización posibles alimentando la fe, el amor y la esperanza de todos los seres humanos.
  2. No tener miedo a pedir perdón, a reconocer los fallos y a intentar rectificar cuando descubrimos que hemos seguido caminos equivocados. La Iglesia no está compuesta por personas intachables sino por gentes que se saben en camino, no tiene que obsesionarse consigo misma (por sus éxitos o sus fracasos) sino con el progreso del Reino de Dios en nuestro mundo, algo que, por otra parte, no depende exclusivamente de ella.

A partir de estos principios básicos pueden desarrollarse numerosas actitudes concretas que darían poco a poco a la Iglesia otro aire, otra imagen pública y otra capacidad para evangelizar. Aunque lo cierto es que convendría comenzar por reconocer que ese talante humilde, abierto y servicial se está dando actualmente en numerosísimas comunidades cristianas. Según estas actitudes el colectivo de comunidades cristianas ENCOMÚN se propone:

Mas allá del cambio en las palabras, la renovación de nuestra Iglesia requiere signos, estilos, actitudes y acciones diferentes que estén marcadas por la misericordia afectiva y la solidaridad efectiva. Queremos que, al contacto con nuestras comunidades, encuentren un rostro de Iglesia más cercano, cariñoso y liberador los emigrantes que vienen con problemáticas diferentes a las nuestras; la gente más sencilla y pobre de nuestra sociedad; los que están solos o vacíos; las personas que tienen escasa inquietud religiosa y las que buscan entre la confusión pero recelan del control eclesiástico; las personas que dentro de nuestra Iglesia han sido objeto de críticas o discriminaciones por defender planteamientos abiertos o novedosos; quienes han sufrido y sufren el rigor de normas canónicas que son muy duras en ciertos casos (por no atender a las situaciones personales y al cambio de contexto histórico) y muy laxas en otros (cuando, a veces, valores centrales del evangelio son ignorados).

Conclusiones

1)     Queremos a la Iglesia, trabajamos en la Iglesia, nos sentimos miembros de la Iglesia, valoramos a la Iglesia y sabemos que hemos encontrado a Jesús gracias a ella. Conocemos a muchos grupos y personas creyentes que han fortalecido nuestra fe.

2)     Nos duele la Iglesia, nos duele su actitud cerrada ante ciertos valores actuales, que a tanta gente aleja del Evangelio. Constatamos que en la Iglesia se sostienen posiciones (en materia de organización, relaciones con la sociedad o moral sexual) que constituyen un verdadero escándalo para nuestros contemporáneos.

3)     Faltan, a nivel oficial, canales y actitudes para el diálogo sobre los temas candentes. Muchas veces se guarda silencio como si fueran asuntos tabú o se recurre a la autoridad para acallar a las posturas disidentes

4)     Vemos imprescindible la renovación en la Iglesia para que pueda continuar su misión: anunciar el Evangelio de Jesús y colaborar en el establecimiento del Reino de Dios.

5)     ENCOMÚN es para muchas de nuestras comunidades un lugar de reflexión y diálogo en torno a la renovación de la Iglesia. Las propias experiencias de nuestras comunidades son signo de una Iglesia renovada y renovadora. Por ello deseamos que estas reflexiones, que queremos compartir con el pueblo de Dios, puedan servir para continuar esta tarea.

Mientras esperamos a que se produzcan algunos cambios estructurales en la Iglesia, nos dedicaremos en la modesta medida de nuestras posibilidades a curar heridas, a alimentar la esperanza y a juntar nuestros dialogantes esfuerzos con los de todas aquellas personas que tienen una sensibilidad parecida.

VOLVER ^

 

______________________________________________________________________

Diario de Yucatán, 21 de abril de 2003

RESURRECCIÓN, EL NOMBRE DE LA UTOPÍA

RAUL H. LUGO RODRÍGUEZ

YUCATÁN (MÉXICO).

No sé qué de imbatible esperanza tiene la resurrección de Jesús. Lo cierto es que a mí me subyuga mirar realizado en una persona, de manera plena y cabal, el sueño de los sueños, la utopía definitiva, la felicidad total. La resurrección de Cristo es para mí una continua fuente de inspiración vital.

En días recientes tuve la oportunidad de releer “La Madre”, esa extraordinaria novela del autor ruso Máximo Gorki. La obra ha vuelto a estremecerme. Traigo ahora a la memoria el pasaje en que la madre intenta consolar a una muchacha de la disidencia clandestina, recién salida de la cárcel. La muchacha está narrando sin aspavientos los sufrimientos de la cárcel: “La cárcel, a pesar de todo, debilita. ¡Maldita ociosidad! ¡No hay nada tan martirizador! Sabes lo mucho que hay que trabajar, y estás enjaulada, como una fiera...” Entonces la madre comenta: “¿Quién les recompensará a ustedes por todos sus sufrimientos?” Y después de un suspiro se contesta a sí misma: “¡Nadie más que Dios! ¿Usted, probablemente, tampoco creerá en él?” “¡No”, repuso concisa la muchacha, denegando con la cabeza. Entonces la madre declara, excitándose de pronto: “¡Pues no la creo!” Y limpiándose con el delantal las manos tiznadas de carbón sigue diciendo con convicción profunda: “Vosotros mismos no comprendéis vuestra fe... ¿Cómo se podría vivir una vida así como la vuestra, sin creer en Dios?”

La resurrección es una indescriptible fuente de esperanza. No hay manera de expresarla, no hay canto o poema que le haga justicia. El horizonte utópico, ese que no se mancha ni se demerita con los pequeños fracasos de que está nutrida nuestra lucha, es tan indispensable que hasta Mario Benedetti, en el poema que escribe sobre la muerte del Che, tiene que decirle: “Donde estés, / si es que estás, / si estás llegando, / será una pena que no exista Dios...”. Y la resurrección no es otra cosa que una confesión de posibilidades: Jesús resucitó, el mundo nuevo ha sido inaugurado, la justicia y el amor totales no son quimeras imposibles, la plenitud de la persona y del mundo son una apuesta que tiene vencedor, y este vencedor la comparte sin condición ni distinciones.

La resurrección de Jesús es la verificación de su proyecto de vida plena para todos. Lo es, en el sentido más literal de la palabra verificación: hacer verdadero. La resurrección de Jesús nos asegura que su camino, el de Jesús, aunque tenga la cruz en el centro, es un camino que vale la pena de ser seguido, porque el amor auténtico requiere esa dosis de difícil entrega, de sacrificio por los demás. Por eso la resurrección ilumina el sentido final de la muerte ignominiosa de aquel hombre ejecutado por los poderes religiosos y políticos de su tiempo.

En un mundo signado por casi todos los fracasos, la fe en la resurrección resulta más necesaria que nunca. ¿De dónde, si no, sacaremos las fuerzas que nos hacen falta para no desmayar ante este sistema de dominación y muerte que mantiene a millones de seres humanos en la pobreza más escandalosa? ¿Cómo, si no, seguiremos alentando la organización de los más pobres, la defensa irrestricta de los derechos de todos y todas, la débil llama de la solidaridad? ¿Cómo, si no, impediremos que la fe se nos resquebraje ante el dragón de siete cabezas que ha masacrado a niños y ancianos en Iraq y que parece seguir galopando impune entre los escombros de la destrucción y de la muerte?

Quisiera tener la fórmula para poder regalar pedazos, retazos de resurrección a todos los corazones adoloridos. Ojalá pudiera tener resurrección en confección spray o poder entregarla a domicilio, sin costo alguno. Debo reconocer, sin embargo, que no poseo más posibilidad que la de compartir mi experiencia. Contar y volver a contar mis fracasos, no para regodearme en el sufrimiento, sino para mostrar, sin asomo ninguno de arrogancia, cómo es que la fe en la resurrección me ha sacado muchas veces del abismo. Relatar, a quien quiera escucharlo, cuáles son los pequeños triunfos en los que me gozo y cómo su fulgor me parece solamente un débil destello del mundo futuro que, estoy cierto, nos espera a todos y a todas.

Cuando digo que creo en la resurrección, estoy diciendo que otro mundo y otra Iglesia, son posibles, que la muerte de Gandhi, del Che, de Monseñor Romero, no son muertes definitivas, porque aún siendo, como la de Jesús, asesinatos, tienen un sentido salvífico que las sobrepasa, aunque el imperio de hoy, como antes el romano, no quiera reconocerlo. Cuando digo que creo en la resurrección sostengo que la guerra no podrá ser para siempre el modo con el que se pretenda solucionar algún conflicto, y que días vendrán en que no haya, como decía Lennon, “nada por lo que valga la pena matar o morir”.

Para mí, creer en la resurrección significa empeñarme en desterrar para siempre, en las circunstancias concretas que me toca vivir, las cruces que siguen pendiendo sobre los hombros de millones de hombres y mujeres. Quitar cruces, tal es la tarea, tomarlas en nuestras manos y deshacerlas, convertir los dos palos arrancados en una gigantesca pira en la que algún día podamos encender el cirio de la resurrección del mundo.

Pero, ¡ay! las palabras resultan siempre cortas para expresar lo que la resurrección suscita en el corazón. He dicho ya en este mismo espacio que a la resurrección no debemos, no podemos aludir con gastadas palabras cotidianas. No hay manera mejor, quizá no hay otra manera, de hablar de la resurrección fuera del poema. Por eso miro hacia atrás, reviso las líneas que hasta aquí he pergeñado con lastimosa dificultad y me avergüenzo. Mejor doy paso a la lírica y dejo que el poema nos inunde con su sentido y nos permita atisbar el misterio que se esconde detrás de la resurrección de Cristo. Hoy les regalo este poema que la Iglesia reza los viernes del tiempo pascual, poema anónimo, como anónima es la esperanza:

“Tu cuerpo es preciosa lámpara, / llagado y resucitado, / tu rostro es la luz del mundo, / nuestra casa, tu costado. / Tu cuerpo es ramo de abril / y blanca flor del espino, / y el fruto que nadie sabe / tras la flor eres tú mismo. / Tu cuerpo es salud sin fin, / joven, sin daño de días; / para el que busca vivir / es la raíz de la vida”.

Felices pascuas de resurrección.

VOLVER ^

 

______________________________________________________________________

ECLESALIA, 24 de abril de 2003

EL 'FACTOR' DIOS
Reserva de verdad, compasión, justicia y solidaridad

JON SOBRINO

Después del 11 de septiembre proliferaron las reflexiones sobre el papel peligroso o claramente nocivo de las religiones monoteístas: el “dios” de cada una de ellas podía exigir la guerra para defender la propia fe, propiciando para ello entusiasmos suicidas, que llevan a la propia inmolación y a la muerte del otro, del de otra religión. Se recordaron las guerras de religión, las cruzadas, la connivencia entre la espada y la cruz en el descubrimiento-encubrimiento de América... El 11 de septiembre, hizo recordar todo esto. Universalizando el fenómeno, las religiones y su idea de Dios fueron puestos en el banquillo. José Saramago, nóbel de literatura, honesto no creyente, luchador denodado por la justicia y los derechos humanos lo dijo con toda claridad en un artículo que hizo historia: “El factor Dios”. No condena a la realidad de Dios -en la que no cree- sino a un “nombre”, una “idea”, un “factor” de la psicología personal y social que pervade la historia y las religiones. “Por causa de Dios y en nombre de Dios es porque se ha permitido y justificado todo, principalmente lo peor, principalmente lo más horrendo y cruel”. Sin llegar a esos extremos no se puede decir que no tenga algo de razón.

Sin embargo, en la guerra de Irak está ocurriendo un fenómeno distinto. Conocidos pensadores y escritores, conocidos defensores de la justicia, la democracia y los derechos humanos, hablan de Dios de manera diferente. Bajo ese término parecen comprender ahora algo bueno, sea real o ideal, y en cualquier caso algo que debe ser respetado. Y a ese Dios invocan también precisamente para tener otro importante argumento para condenar la guerra y a sus propulsores, Bush, Blaire y Aznar, y sobre todo para defender a las víctimas de Irak.

“El presidente del planeta anuncia su próximo crimen en nombre de Dios y de la democracia. Así calumnia a Dios. Y calumnia, también a la democracia... ’No en mi nombre’, clama Dios”, dice Eduardo Galeano. “Dios parece protestar junto con los millones que se inmovilizan en las calles de todo el mundo para decirlo con toda fuerza: ’no utilicen mi Santo Nombre en vano’”, dice Theotonio dos Santos. “En todos los idiomas ‘paz’ es una palabra suprema y sagrada, expresa el deseo de Dios para los hombres”, dice Ernesto Sábato. Y Adolfo Pérez Esquivel recuerda que durante la dictadura argentina un preso escribió en las paredes de su celda: “Dios no mata”.

Dios, pues, puede ser un "factor", a nuestra imagen y semejanza y en favor de nuestros intereses. Puede convertirse en un “factor” negativo, que propicia fanatismo, exclusión, violencia, guerra. Pero puede ser también un “factor” positivo. Y eso es lo que está mostrando, aunque sea en pequeño, la crisis de Irak.

1)     Las grandes mayorías que condenan la guerra -sean creyentes o increyentes- no responsabilizan de ella a Dios, y ciertamente no al Dios de Jesús, vislumbrado como Dios defensor de víctimas y propiciador de solidaridad. Lo que sí condenan es el “factor” ídolo, generado por el petróleo, la supremacía geopolítica. Es el “factor” dios de Washington, a cuyo servicio está la mentira, el encubrimiento, la hipocresía, que tergiversa la realidad hasta la alucinación, convirtiendo la destrucción en liberación, la crueldad en misericordia. Bendice lo que hay que maldecir.

2)     Este cambio en la comprensión del “factor” dios no ha ocurrido, en lo fundamental, por argumentos conceptuales ni siquiera por una relectura más balanceada de la historia, sino por el testimonio de quienes invocan a Dios, no sólo como “factor”, sino como realidad. Cuando la invocación a un Dios real va acompañada de la verdad y de la compasión, en ese “factor” debe haber algo “bueno”. Y si esto se lleva a cabo sin condiciones -a veces hasta la entrega total- entonces bien puede ser que en ese “factor” haya algo de “último”. La Escritura avista repetidamente a los creyentes: “por causa de ustedes se blasfema el nombre de Dios entre las gentes”. Ahora no ocurre eso, sino que al menos se respeta “el nombre”, el “factor” Dios.

3)     Aunque no desaparezcan de la noche a la mañana diferencias y aun luchas entre las religiones, se ha hecho más posible la con-vivencia entre musulmanes y cristianos, y el diálogo entre creyentes y no creyentes. Religiones, culturas, visiones políticas no son lo que dividen en último término a los humanos, sino bombardear a débiles o defenderlos de palabra y obra. El ecumenismo tiene una raíz universal.

4)     Si nos preguntamos por qué se está haciendo posible, poco a poco, este nuevo y radical ecumenismo, puede haber varias respuestas, pero mencionemos la que proviene de la tradición bíblico-cristiana. “Cuando sea levantado en alto, lo atraeré todo hacía mí”, dice Jesús hablando de su muerte en cruz. En nuestro lenguaje, las víctimas ante nuestros ojos son las que nos “atraen a todos”. Para el ecumenismo de religiones y culturas, bueno y necesario es el diálogo, pero no es lo primero ni lo primordial. Con anterioridad está el sufrimiento de las víctimas, que nos descentran de nosotros y nos empujan hacia ellas, donde podemos encontrarnos todos. La autoridad última no la tienen culturas ni religiones. La máxima autoridad es la autoridad de los sufrientes.

5)     Esto lo han logrado -en buena medida, que ojalá perdure y crezca- las víctimas de Iraq. Han hecho despertar en muchos lo humano, la compasión y la indignación, la verdad y la profecía -y por ese orden. Y por esos misteriosos dinamismos de la psicología social, han introducido todo ello en el “factor” dios. Para los creyentes Dios es una realidad. Para todos, creyentes y no creyentes, Dios es también un “factor” que configura la psicología personal y social. Lo que ha ocurrido es que ese “factor” es visto ahora como un referente y reserva de verdad, compasión, justicia y solidaridad.

6)     No se trata de hacer una apología de Dios, sino de aunar fuerzas en este mundo inhumano para dar vida a las víctimas y devolver humanidad a todos. Que se introduzca a Dios, como realidad o como “factor” en esta tarea, bien pudiera ser un gran signo de nuestro tiempo. No es lo que buscaba el presidente Bush, pero es lo que está ocurriendo. Y añadamos que comunidades como las de base, teologías como la de la liberación, pastores como Romero han facilitado la tarea.

 

VOLVER ^

Eclesalia-Ciberiglesia no se hace responsable del contenido de los escritos, que aquí se presentan como revista de prensa y servicio de información sobre temas religiosos, ni asume necesariamente las posturas de sus autores.


Para suscribirse/darse de baja:  eclesalia@ciberiglesia.net
(Apunta tu nombre y tu lugar geográfico y eclesial)

Volver a ECLESALIA     -      Volver a CIBERIGLESIA