21 - Junio, 2003. Fichados                

 

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Diario de Yucatán

02/06/03

LOS POBRES, VICARIOS DE CRISTO

Raul H. Lugo Rodríguez

Diario de Navarra

06/06/03

HACE CUARENTA AÑOS MURIÓ JUAN XXIII

Casiano Floristán

ECLESALIA

18/06/03

ESTADOS UNIDOS Y EUROPA: "MIEDO A PERDER EL BUEN VIVIR"

Jon Sobrino

ECLESALIA

20/06/03

'FICHADOS' EN LA IGLESIA: ¿HASTA CUANDO?

Juan Luis Herrero

Diario de Cádiz

21/06/03

LA ENSEÑANZA DE LA RELIGIÓN

Juan Antonio Estrada

ECLESALIA

24/06/03

LOS CURAS OBREROS EN ESPAÑA (1963-2003)

Julio Pérez Pinillos

La Vanguardia

26/06/03

CARTA DESDE EL MÁS ALLÁ

José I. González Faus

ECLESALIA

30/06/03

'EL NEOLIBERALISMO ES LA MUERTE'.

Entrevista a P. Casaldáliga

Dermi Azvedo

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Diario de Yucatán, 2 de junio de 2003

LOS POBRES, VICARIOS DE CRISTO

RAUL H. LUGO RODRÍGUEZ

YUCATÁN (MÉXICO).

La palabra ‘vicario’ es definida por el diccionario como aquél que autorizadamente ocupa el lugar de otra persona o desempeña algún oficio en nombre de otro. Aunque Jesús nunca utilizó el equivalente arameo o griego a esta palabra latina, el evangelio nos lo muestra identificándose con diversos grupos de personas. Hay cuando menos tres ocasiones en que Jesús habla en los evangelios a propósito de quiénes son los que han de ocupar su lugar. En las tres ocasiones Jesús se identifica con particulares situaciones de necesidad.

Un primer caso es cuando Jesús llama a un niño y, dirigiéndose a los discípulos, les dice: ‘el que se haga tan pequeño como este niño, será el más grande en el reino de los cielos. El que acoja a un niño como éste en mi nombre, me recibe a mí’ (Mt 18,4-5). Ya sabemos la posición de los niños y niñas en la sociedad israelita: no tenían voz ni poder ninguno de decisión, eran considerados propiedad de los padres y cuando quedaban huérfanos no les quedaba más remedio que la mendicidad. La posición de las mujeres y los niños en Israel era la más grande señal del sistema patriarcal opresivo con el que se gobernaba la vida cotidiana de un israelita. Quizá por eso es tan elocuente el texto del evangelio en el que Jesús invita a sus discípulos a dejar todo por el reino. Les dice así: ‘No hay quien haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o madre, o padre, o hijos, o tierras por mí y por el evangelio, que no reciba cien veces más ahora en esta vida, en casas y hermanos y hermanas, y madre e hijos y tierras, con persecuciones, y la vida eterna en el otro mundo’ (Mc 10,29-30). Sorpresivamente, como seguramente se habrán dado cuenta los pacientes lectores y lectoras de esta columna, Jesús suprime de la recompensa la categoría paterna. Sí, la nueva familia de Jesús será una familia sin padre. No es difícil descubrir en esta omisión voluntaria de Jesús de la categoría de ‘padre’ su rechazo a un sistema patriarcal que sembraba desigualdad y dejaba a mucha gente en total indefensión.

Un segundo caso se encuentra en el último discurso de Jesús antes de que fuera aprehendido y que nos trae el evangelio de Mateo. Se trata del texto al que san Agustín se refería cuando, de manera harto hermosa, señalaba que al final de nuestras vidas seríamos ‘examinados en el amor’. Es la parábola de las ovejas y los cabritos, en donde Jesús se identifica con seis categorías de personas en estado de necesidad: hambrientos, sedientos, forasteros, desnudos, enfermos y encarcelados (Mt 25,31-46). Lo curioso del texto es que la identificación que hace Jesús de sí mismo con estos necesitados no tiene nada que ver con las cualidades morales de las personas en cuestión, sino con su situación social. Es más, ni siquiera tiene que ver con alguna actitud religiosa hacia Dios o hacia Jesús. Como podrán ustedes leer si consultan el texto, que no transcribiré aquí debido a sus dimensiones, tanto las ovejas premiadas como los cabritos castigados confiesan no haberse dado cuenta que era a Jesús a quien le hacían o dejaban de hacer la acción de caridad; parecen ni siquiera haberlo conocido.

Y, sin embargo, Jesús responde a las asombradas preguntas de ovejas y cabritos: ‘cuantas veces lo hicieron (o lo dejaron de hacer) a uno de estos hermanos míos insignificantes, a mí mismo me lo hicieron’ (Mt 25,40.45). De nuevo, pues, la expresión ‘pequeños, insignificantes’. No hay otro texto evangélico que con mayor claridad nos exprese quiénes, según la expresa voluntad de Jesús, son sus vicarios.

Y, no obstante estos datos evangélicos, cualquiera se extrañará de que llamemos vicarios de Cristo a los pobres y necesitados, a los pequeños y desamparados. Y esto porque estamos acostumbrados a escuchar tal expresión usada como un título referido por los católicos al sucesor de Pedro. ¿Hay algún fundamento bíblico para que el Papa reciba el título de Vicario de Cristo?

Yo creo que sí lo hay, pero creo también que el título debe entenderse en su recto sentido. Hay un pasaje evangélico en el que Jesús, dirigiéndose a los discípulos, afirma: ‘El que les recibe a ustedes, a mí me recibe; y el que a mí me recibe, recibe al que me envió’ (Mt 10,40). Es el tercer caso de identificación que Jesús hace de sí mismo. Si miramos con atención el contexto de esta frase de Jesús, nos daremos cuenta claramente que no se trata de una afirmación de poder, sino que al anunciar Jesús que la tarea apostólica no será fácil y que la suerte de los discípulos estará ligada a la suerte de cruz y resurrección de su Maestro, quiere hacerles sentir que no hay razón alguna para tener miedo, puesto que Dios mismo se ocupa de los suyos (Mt 10,28-31). Es más, el pasaje al que nos estamos refiriendo termina diciendo que ‘el que dé de beber a unos de estos pequeños aunque sea un vaso de agua fría por ser mi discípulo yo les aseguro que no perderá su recompensa’ (Mt 10 42). La frase, pues, está dicha en un contexto de sufrimiento, de persecución, de identificación con Aquel que mira la muerte de cruz en su futuro. Por eso el contexto inmediato de la frase habla de rechazo, de división, de renuncia. La identificación de los discípulos con la suerte del Maestro, que muere entregando su vida, es lo que permite que les pueda ser aplicada la categoría de vicarios.

Nada más lejos de la intención del evangelio que usar un título que los cristianos han entregado con respeto y cariño al sucesor de Pedro, poniendo el acento en el poder y el prestigio que da el mundo. No sobra aquí recordar que no hay disposición más clara de parte de Jesús hacia sus discípulos que la de la igualdad fundamental de quienes comparten, sin distinción ninguna, la única dignidad válida para los cristianos que es la de ser hijos e hijas de Dios (Mt 20,25-28). ¿Acaso no nos prohibió el Maestro usar títulos que motivaran o provocaran la desigualdad en el seno de la comunidad igualitaria que Él quiso fundar al decirnos: ‘ustedes no permitan que se les llame maestros... no llamen padre a nadie... no dejen que nadie les llame guía o director... porque todos ustedes son hermanos’ (Mt 23,8-12)?

Los vicarios de Cristo son, entonces, los pobres y desvalidos. Los discípulos y discípulas podremos serlo solamente si, en solidaridad con estos pobres de la tierra, asumimos su causa de la misma manera que Jesús lo hizo: asumiendo la cruz para que aquellos dejen de ser injustamente crucificados. Yo opino que en este marco debe ser explicado y comprendido el título que, según una antigua tradición eclesial, se le otorga todavía al Obispo de Roma.

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Diario de Navarra, 6 de junio de 2003

HACE CUARENTA AÑOS MURIÓ JUAN XXIII

CASIANO FLORISTÁN, catedrático emérito de teología pastoral

Si la canonización de los santos se hiciese por aclamación popular como en el primer milenio de la Iglesia, Juan XXIII hubiera estado en los altares al día siguiente de su muerte. La mayoría de los santos del calendario tienen peana porque quiso el pueblo honrarlos con oraciones y muestras de veneración, nada más morir. A Juan XXIII le han dedicado en todo el mundo escuelas, hospitales, residencias de ancianos, asilos, asociaciones de teólogos, calles y plazas. Nunca han faltado flores en su tumba.

Angelo Giuseppe Roncalli nació el 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte, diócesis de Bérgamo, al norte de Italia, de familia campesina, sencilla, numerosa en hijos, trabajadora y religiosa. Era el tercero de trece hermanos. Se ordenó de sacerdote en 1904 y se especializó en historia de la Iglesia. Fue capellán militar en la primera guerra mundial. Destinado en Roma en 1922 como responsable de la obra italiana de la Propagación de la Fe durante cuatro años, viajó por toda Italia. Entró en el cuerpo diplomático a la edad de 44 años. En 1925 fue nombrado visitador apostólico en Bulgaria y ordenado obispo, con el lema: Obediencia y paz. Después de varios años de vida diplomática tranquila, fue delegado apostólico en Turquía y Grecia de 1934 a 1944. Por consiguiente, conoció la Iglesia ortodoxa y el Islam en países de minoría católica. Entonces despertó su conciencia ecuménica. Durante la segunda guerra mundial trabajó a favor de los judíos.

Designado a los 63 años nuncio en París, estuvo en Francia nueve años (1944-1953). Conoció los avatares de la nueva teología, desautorizada por Pío XII en 1950. Fue testigo de la experiencia de los sacerdotes obreros y de las conversiones y bautismos de adultos. Conoció la efervescencia teológica centroeuropea y estuvo abierto a los signos de los tiempos. La curia romana no comprendió su forma de actuar. Estuvo fichado por el Santo Oficio.

En 1953 fue nombrado a los 72 años cardenal y patriarca de Venecia. Se sintió feliz con su tarea pastoral en una diócesis pequeña. Fue consciente de la necesidad de una renovación de la Iglesia, de la presencia de los cristianos en el mundo y de la importancia del movimiento ecuménico. Le llegó su elección papal a los 77 años, en 1958, durante un breve cónclave (25-28 de octubre) de 51 cardenales, la mitad de los cuales eran de su edad o algo mayores. Los intérpretes sospechan que fue elegido como papa de transición, dada su edad, a la vista de la confrontación entre dos tendencias que se dieron en el cónclave, sin acuerdo. Reconoció él mismo que todo lo hizo tarde, con demasiados años encima.

Desde el primer momento plasmó en la curia vaticana un nuevo estilo, totalmente distinto del hierático, rígido y distante de Pío XII. Aunque tradicional en teología y en piedad, Juan XXIII estuvo abierto a los cambios y no rechazó a nadie. Algunos lo consideraron ingenuo y de pocas luces. Paradójicamente fue un conservador que renovó desde sus raíces la vida cristiana. Lo dijo él mismo: nunca me dejé llevar por la vanidad, ni por ciertas conveniencias a la hora de decidir.

Acusado sentido del humor

Tuvo un sentido del humor extraordinario. Se comprueba a través de mil anécdotas que se cuentan de él, quizás no todas ciertas, aunque siempre deliciosas, en las que lo imaginarnos socarrón, con semblante risueño y un expresivo guiño de ojos por encima de sus gafas de présbita. Para mostrar su humor necesitaba contacto visual con sus interlocutores. Afrontaba cualquier pregunta, viniera de gente sencilla o de personas ilustres. Se mantenía firme en el terreno de su propia experiencia, con humildad y sencillez. "Ni tengo dolor de hígado -dijo una vez-, ni estoy enfermo de los nervios. Por eso me agrada sobremanera estar con la gente". Juan XXIII fue un papa gozoso, realista y evangélico, con una punta de ironía, sin resentimientos. Confiaba en Dios y en los demás. Nunca fue una persona solitaria.

Cuando ya elegido papa le vistieron con una sotana blanca amplia, pero insuficiente, dijo: "Me han elegido todos, menos el sastre". Un cardenal le preguntó en audiencia: "¿Para qué este peligroso concilio?". Juan XXIII mandó abrir las ventanas de la estancia para que entrara luz y aire fresco y dijo: "Para eso". Al visitarlo unas monjas que le decían embelesadas: "Santidad, somos las hermanas de san José", les contestó: "Pues qué bien se han conservado ustedes". Cuando un vez lo llevaban en la silla gestatoria, dijo en voz baja a los porteadores: "El bamboleo de este columpio me marea". Precisamente a los porteadores de la silla papal les aumentó el sueldo, alegando que era más gordo que Pío XII y pesaba más. Por las noches, cuando se despertaba, se decía a sí mismo: "Giovanni, no te creas que eres tan importante".

Quiso ser pastor antes que pontífice. Inauguró un nuevo estilo papal de gran calado que atrajo las simpatías de medio mundo. Se inclinó por la misericordia más que por la severidad. Gracias a su carisma, en su breve pontificado de cinco años dio un nuevo rumbo a la Iglesia con la convocatoria del Vaticano II, concilio que contribuyó a dar un giro a la cosmovisión cristiana.

Juan XXIII murió el 3 de junio de 1963, entre la primera y segunda sesión del Concilio Vaticano II. Su muerte conmovió a taxistas de Roma, campesinos latinoamericanos, intelectuales alejados de la fe, comunistas, protestantes y agnósticos. El Papa bueno, como se le ha llamado, es quizá la figura señera de la Iglesia en el siglo XX.

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ECLESALIA, 18 de junio de 2003

ESTADOS UNIDOS Y EUROPA: "MIEDO A PERDER EL BUEN VIVIR"
"Donde está tu tesoro, ahí estará también tu corazón" (Mateo 6,21)

JON SOBRINO

En enero de 1989, diez meses antes de su muerte, Ignacio Ellacuría dijo en Barcelona que “toda esta sangre martirial derramada en El Salvador y en toda América Latina... infunde nuevo espíritu de lucha”. Estas son palabras típicas del “Ellacuría olvidado e ignorado”. Son utópicas y ningún ilustrado cree ya en eso. Y son anacrónicas, pues “han cambiado tiempos y paradigmas”, nos dicen.

Cierto es que a Ellacuría se le perdonan estas cosas pues, al fin y al cabo, dio su vida por ellas, lo mataron. Pero quizás se le perdone menos -aun sin decirlo- las palabras finales de su conferencia. Al comparar los pueblos pobres y los ricos dijo: “En América Latina somos un continente de esperanza frente a otros continentes que no tienen esperanza y que lo único que realmente tienen es miedo”. ¿Será verdad que Estados Unidos y Europa tienen miedo? ¿A qué?

Aclaremos antes de empezar que entendemos por “Estados Unidos” y “Europa” totalidades estructurales, dentro de las cuales también hay personas y grupos con dinamismos distintos, y aun contrarios, a lo que vamos a decir. Y digamos también que esto se puede aplicar, en menor escala, a lo que ocurre en países como El Salvador con minorías en abundancia y mayorías en pobreza.

Miedo a los inmigrantes

Desde hace años en Estados Unidos se cuelan ilegalmente muchos inmigrantes, y con ellos también el miedo. Parece bueno y conveniente que llegue un número necesario para hacer los trabajos que sus ciudadanos ya no quieren hacer, pero les parece mal que se cuelen más de lo justo. Entonces molestan, ponen en peligro y van minando el monopolio de la lengua, religión, costumbres...  Al sueño americano se le añaden pesadillas.

También ocurre en Europa. Han llegado centenares de miles de latinoamericanos, sobre todo de Colombia y Ecuador, otros procedentes del este europeo. Muchos han cruzado el estrecho de Gibraltar, africanos, marroquíes, algunos muriendo en el empeño. Todo esto se procura manejar con los menores costos. El Servicio Jesuita de Refugiados acaba de denunciar desde Bruselas la insuficiencia de las políticas comunitarias

Pero en lo que queremos insistir es en que estos movimientos de inmigrantes pobres  producen miedo en el primer mundo, y a veces no faltan buenas razones. En lo fundamental -con excepciones de grupos beneméritos- no se intenta sustituir el miedo por el gozo de la acogida -¡oh utopía!-, sino controlarlo con legislación y acciones policiales. Lejos queda la Biblia y el libro del Deuteronomio con su mandato, de parte de Dios, de acoger bien al forastero. Pero como se apela aquí a pueblos primitivos, y además religiosos, bien se los puede ignorar por ambos capítulos. La conclusión es que el mundo de la riqueza tiene miedo a los inmigrantes, aunque, de mala gana, tenga que aprender a convivir con ellos.

Miedo al terrorismo

Con el 11 de septiembre comienza otro capítulo del miedo. Ocurrió en Estados Unidos, y Bush se encargó de comunicar  -casi obligar- a los europeos a participar en el miedo, pues lo sucedido en las torres de Nueva York bien podría suceder en la torre Eiffel  o el Big Ben. Y, naturalmente, decidieron acabar con las causas del miedo. No averiguaron el por qué del 11 de septiembre: “mamá, ¿por qué nos odian tanto?”, peguntaban los niños de California. Y no escucharon la respuesta: “por la injusticia, opresión, colonialismo e imperialismo con que les hemos tratado”. En su lugar decidieron eliminar el miedo con barbarie, arrasando Afganistán e Iraq, lo cual, a su vez, genera nuevo miedo a nuevos ataques terroristas.

Otra prueba palpable del miedo es la perversión en que ha caído el sistema de justicia. John Ashcroft, secretario de Justicia, ha exigido al Congreso poderes adicionales para la  "guerra contra el terrorismo”: tribunales que puedan sentenciar a pena de muerte o cadena perpetua a los acusados de terrorismo; mantenerlos presos por tiempo indefinido y sin juicio; acusar de "partidarios materiales" a quienes apoyen o colaboren con grupos terroristas, bastando la opinión del Departamento de Justicia. Además, Ashcroft añadió que no piensa pedir perdón por las arbitrariedades cometidas después del 11 de septiembre contra sospechosos de terrorismo. A la postre, resultaron ser inocentes, pero permanecieron encarcelados sin juicio -hasta ocho meses en algunos casos-, y les fueron negados derechos básicos como el de tener acceso a un abogado.

Bush puede mentir descaradamente, inventar la existencia de armas de destrucción masiva, atropellar la libertad de expresión, quebrantar los derechos básicos de los prisioneros de guerra afganos y de la población civil iraquí. El nivel de desvergüenza es muy alto, lo cual quiere decir que el miedo es muy grande.

Miedo a “perder el buen vivir”

En mi opinión, existe, sin embargo, un miedo mayor y más fundamental, y que no es coyuntural -el miedo a inmigrantes o a terroristas-, sino estructural. En efecto, los países del Norte han conseguido un alto grado de “buen vivir”, aunque existan en ellos bolsas de “mal vivir”. Y eso no quieren perderlo ni rebajarlo por nada de este mundo. Como en el caso de la divinidad, es algo intocable. A sus ciudadanos les parece “lo normal”, de modo  que vuelve a aparecer el “destino manifiesto” del primer mundo: vivir bien. De esta manera no tienen que preguntarse por el precio que para ello han pagado los pobres de este mundo. Y no sólo eso, sino que anuncian su “buen vivir” como evangelio, logro de la humanidad “para todos”:  los países de abundancia son el espejo de las maravillas que aguardan a los pobres. Además, el  “buen vivir” del Norte ya rebalsa, o rebalsará pronto, al Sur.

Los países del “buen vivir”, Estados Unidos, Alemania, Japón, Reino Unido, Francia, Canadá, Italia y Rusia, el G-8, representan el 12 % de la población mundial, y poseen el 60% de la riqueza. Controlan el FMI, el Banco Mundial y el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Imponen reglas neoliberales con desastrosas consecuencias para la gran mayoría de la población mundial. Pero tienen miedo, y éste puede ir en aumento. 

Se reunieron del 1 al 3 de junio en Evian y, como siempre, preveían protestas y manifestaciones. A comienzos de mayo se esperaban más de 200.000 manifestantes de diversos países de Europa, después bajó la expectativa: alrededor de 30.000 a 50.000. Con todo, las autoridades cercanas a la ciudad de Evian aumentaron el número de efectivos policiales y militares. Las autoridades suizas solicitaron la presencia de 1000 policías alemanes para reforzar al contingente suizo de 12.000 hombres. Desde la segunda guerra mundial, éste es el mayor despliegue militar y policial que ha habido en Suiza. Del lado francés, se movilizarían 18.000 efectivos que pondrían en marcha un gran operativo: el despliegue de 50 a 70 helicópteros, 50 aviones incluidos los Mirage, zonas de exclusión aérea y terrestres, reforzamiento de los controles fronterizos, etc.  En total 30.000 efectivos. En la realidad, casi uno por cada tres manifestantes.

Todo un símbolo. El G8 tiene miedo. En lo inmediato tiene miedo a los manifestantes de quienes puede protegerse con un inmenso despliegue policial (que no ha dudado en reprimir prepotentemente, aunque entre los manifestantes siempre hay también vandálicos). Pero de fondo tiene miedo a la propuesta de que “otro mundo es posible”: no vivir  como cómodos y crueles epulones junto a sufrientes e inocentes lázaros.

Enfrentamiento y reconciliación de los gobiernos de la abundancia

A veces parece que el Norte se resquebraja. En la guerra de Iraq Estados Unidos iba por un lado y Francia y Alemania por otro. Y las  desavenencias prosiguen. Bush apunta a un conflicto muy grave: pontifica sobre qué alimentos deben comer los europeos. A finales de mayo, denunció a la Unión Europea por su prohibición de consumir alimentos transgénicos. Daba como razón que ello impedía a los países en vías de desarrollo cultivar cereales modificados genéticamente para su posterior exportación, lo que aumentaba el hambre y la pobreza en las naciones más pobres del mundo. (De hecho, Zambia los había rechazado, aun como donación. No así Malawi). Muchos líderes europeos se indignaron con estas palabras de Bush el moralista y le respondieron que los países de la Unión Europea destinan a la ayuda de los países pobres un porcentaje de sus ingresos nacionales brutos mucho más alto que el de Estados Unidos -actualmente, Estados Unidos ocupa el puesto número 22, el más bajo de las naciones industrializadas.

La hipocresía deja sin palabra, pero lo que aquí queremos recalcar son otras dos cosas. Una es que sí hay enfrentamientos -escaramuzas-  entre unos y otros, y los seguirá habiendo: los gobiernos hablarán de derechos y legalidad internacional de diferente manera; a unos se les escapará más que a otros una lágrima de compasión ante los 22 millones de afganos, los 28 millones de iraquíes  y los cientos de millones del Africa negra. Pero la segunda, y decisiva para nuestro mundo, es que no se ve que nadie quiera arriesgar su propio buen vivir por causa de dichos enfrentamientos. Europa se enfrentará a Estados Unidos, pero sólo hasta cierto punto. Visto desde el tercer mundo, los enfrentamientos entre los gobiernos ricos suenan más a actuación para la galería que a enfrentamientos a fondo.

El símbolo ha sido el abrazo de Bush y Chirac en Evian. Y es que la Europa rebelde, que se había salido del carril, a las inmediatas tiene miedo de que sus empresas no se repartan el botín de la reconstrucción de Iraq, a que su desunión interna -Inglaterra y España contra Francia y Alemania- le dificulte llegar a ser la primera potencia económica. Pero el miedo mayor, pienso yo, es a que se configure un orden mundial distinto al actual. Arriesgar el buen vivir es pedir demasiado.

La hora de la verdad: conversión del G8 o mayor egoísmo

Otras cosas se dijeron en la reunión del G8. Lula, sin ánimo confrontativo, sino de mutua cooperación, recordó las cosas que sí dan miedo: “el hambre no puede esperar, es una realidad intolerable”, “ninguna teoría, por más sofisticada que sea, puede ser indiferente a la miseria y exclusión”. Y propuso soluciones: “la tasación del comercio internacional de armas, lo que traería ventajas desde el punto de vista económico y ético”.

Otros pusieron a prueba al G8: si desea realmente la paz en Africa, debe dejar de vender armas a los bandos enfrentados y debe controlar a sus transnacionales que alientan la corrupción, las guerras y los conflictos para apoderarse de los diamantes, el petróleo, el coltán. Un reciente informe de Amnistía Internacional recordaba que "al menos dos tercios de las transferencias de armas realizadas en el mundo entre 1997 y 2001 provienen de cinco países miembros del G8". La pregunta al G8 se mantiene en pie: ¿aceptan que  el vivir de todos es más importante que el buen vivir de unos pocos?

Las protestas: cuánto de compromiso y cuánto de superficial

En conjunto las protestas y manifestaciones contra la guerra fueron impresionantes. La crueldad contra Iraq, las  mentiras de Bush, Blaire y Aznar irritan, provocan y convocan. En las manifestaciones se hizo presente el instinto de justicia, un buen grado de compasión y algo de la estética de la protesta, todo ello bueno y esperanzador. Pero sí hay que preguntarse por el compromiso que expresan esas protestas y sus límites. Dos ejemplos.

Desde Estados Unidos nos dicen que no nos hagamos demasiadas ilusiones. Las protestas han conseguido una mayor conciencia de los ciudadanos, pero éstos siguen siendo minoría. La mayoría sigue pensando que su gobierno lo hace bien, incluso muy bien -de ahí que, añaden, a Afganistán e Iraq bien pueden seguir Siria e Irán.

Otro amigo comenta desde España que las elecciones del 25 de mayo no reflejaron ni de lejos la realidad de las manifestaciones y las encuestas: el 90% de los españoles estaban en contra de la guerra de Iraq. Por eso hay que preguntarse cuánto ha habido en las protestas de compromiso o, consciente o inconscientemente, de acallar la mala conciencia. Y en definitiva hay que preguntarse cuánto está dispuesto a arriesgar su buen vivir el ciudadano medio de los países de abundancia para que puedan sobrevivir las mayorías pobres.  El buen vivir embota la mente y adormece la conciencia. Ante el riesgo a perderlo, en las urnas muchos ciudadanos se comportan “más normalmente”. En protestas y manifestaciones hay mucho de sinceridad y compromiso, por supuesto, pero a la hora de la verdad parece que acaba imponiéndose  el miedo, consciente o inconsciente, a perder el buen vivir.

La maldad y el error fundamental del “buen vivir”

¿Y qué hay de malo en querer “vivir bien”? Sólo dos cosas. Una es que en nuestro mundo eso sólo es posible -estructuralmente hablando-, a expensas del malvivir y muerte de mayorías de la humanidad. Por mucho que se dulcifique el lenguaje y el concepto, por mucho que haya que apoyar la cultura de la paz, del diálogo y la cooperación, en la realidad objetiva, no necesariamente en la subjetividad bien o mal intencionada, el mundo sigue siendo fundamentalmente antagónico. José Comblin, a sus ochenta años bien cumplidos, acaba de decir: “en realidad la humanidad está dividida entre opresores y oprimidos”, y esto seguirá así mientras el buen vivir de los países de abundancia no deje de ser intocable. La segunda cosa puede parecer más sutil e ingenua: el “buen vivir” puede llevar a la autosatisfacción, el bienestar, el placer, el sentimiento de ser más que otros, pero no a la humanización, la felicidad y el gozo. Aquí está el error fundamental.

* * *

Hemos comenzado estas reflexiones con unas palabras de Jesús y de Ellacuría ya ellos volvemos al final. Dice Jesús que, sea cual fuere el tesoro que elegimos, en él nos volcamos por entero. Los países de abundancia han elegido el “buen vivir”, en ello se vuelcan y por eso tienen miedo a perderlo. Jesús nos indica otro camino, el de las bienaventuranzas, la sencillez, la compasión, la limpieza de miras, el trabajo por la paz, el hambre y sed de justicia, saltar incluso de gozo si nos persiguen por ser así. La locura es manifiesta. Pero quien así vive, al menos no tiene miedo.

El “olvidado Ellacuría” decía que “la civilización de la riqueza” produce el buen vivir pero no deja vivir a las mayorías pobres ni humaniza a las minorías ricas. A ello oponía “la civilización de la pobreza”, otra locura manifiesta (que nosotros reformulamos más modestamente  como “civilización de la austeridad compartida”). En esa civilización habrá menos injusticia, menos mentira, menos guerras, menos crueldad. Y menos miedo.

Estas palabras de Jesús y de Ellacuría las tomamos en su sentido estructural: lo que dicen al “mundo de abundancia”. En lo personal, grupos y personas viven en él abajándose, luchando por la humanidad y la decencia, por la vida de los que “viven mal”.

Y ésos son los que superan el miedo a los pobres, a  los extranjeros, a los oprimidos. Hasta pueden tener gozo al vivir para ellos y convivir con ellos.

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ECLESALIA, 20 de junio de 2003

'FICHADOS' EN LA IGLESIA: ¿HASTA CUANDO?

JUAN LUIS HERRERO, teólogo

LOGROÑO.

A todos los católicos nos “ficha” la Iglesia en varias ocasiones. Me refiero a los archivos parroquiales en los que consta nuestro bautismo, la confirmación y, en su caso, el matrimonio y la ordenación sacerdotal. Con ello nada importante de la vida cristiana escapa al control y la parroquia tradicional representa la clave decisiva en la actual organización de la Iglesia. Si, por ensalmo, desaparecieran todos los libros parroquiales, la catástrofe sería tan grande como si un terremoto destruyera la Ciudad del Vaticano con toda la Curia romana y sus archivos. Sin los archivos parroquiales nadie podría acreditar su condición de católico y, desde ahí, recibir la confirmación, ser padrino en una boda, hacer la primera comunión, casarse por la iglesia o ser ordenado sacerdote. Y dado que la Iglesia vivió durante siglos sin archivos ¿quién puede asegurar la cadena de bautizos y ordenaciones válidas que supuestamente conectan a la jerarquía actual con los mismísimos apóstoles? ¿ No es realmente vital tal continuidad y el riguroso seguimiento que lo garantiza? Un párroco podrá ser un desastre en la atención a sus obligaciones, salvo a la de llevar al día los libros. Todo muy significativo.

El poder tiende a controlar y, por eso mismo, a censar, inscribir, “fichar”. Tan minuciosa ha sido la Iglesia que cualquier historiador de tiempos pasados se fía más de los archivos parroquiales que de los civiles. Tan vital aparece este control que el largo brazo de la Iglesia se extiende desde el Papa de Roma hasta la más recóndita parroquia del universo. Se sabe en cada momento quién es sacerdote y puede celebrar, confesar y enseñar y quién está “secularizado”; quién está casado o vive en concubinato; o quién puede volver a casarse “por la iglesia” si, escudriñada su íntima conciencia (?), dictamina un tribunal que no hubo matrimonio anterior. Seguimiento exhaustivo de conciencias, doctrinas, comportamientos, organizaciones y sacramentos, mediante un “fichaje” que permite la aplicación rigurosa de un minucioso Derecho. Todo parece atado y bien atado, desde la base hasta la cúspide. Decimos que la Iglesia se sustenta por el Espíritu de Dios mas, por si acaso, se ha apuntalado todo con archivos y artículos del Derecho Canónico. Pablo de Tarso era demasiado ingenuo al afirmar que el Cristiano vive la libertad del Espíritu y “no bajo la ley”.

Ello nos da pie a pronosticar el no lejano fin de este “sistema” eclesial ( X. Pikaza).Por una doble vía: quiebra de su economía y redescubrimiento de la libertad.

La actual organización de la Iglesia no puede sostenerse sin el consumo de ingentes cantidades de dinero. Ahora bien, sus bases, cada día más minoritarias, son incapaces de mantener tal macroestructura y dependen cada vez más del estado. El estado o el dinero, poco importa, ambos siempre pasan factura e hipotecan la libertad. Y si ésta falla, poco espacio resta al Espíritu que la nutre.

Por mucho que las altas instancias pretendan recuperar prestigio y la aclamación de multitudes (viejo régimen de cristiandad), los templos se vacían; nada extraño que los cristianos de hoy seamos la última generación de constructores de catedrales como lo ha sido de seminarios. Mas ¿por qué alarmarse? el Nazareno nunca auguró a los suyos grandezas ni censos imperiales. La edad de hierro de la Iglesia toca a su fin. Sé que el amigo lector caerá en mientes de mil matices, pero me centro en el trazo grueso.

La Iglesia del futuro será sin duda una Iglesia en diáspora (K.Rahner), es decir, un conjunto escasamente estructurado de pequeñas comunidades dispersas y poco relevantes. Diluidas en el medio, sólo perceptibles por sus discretos efectos, como la sal y la levadura en el pan. Sin levantar estandartes de ideologías competitivas ni reclamar privilegio alguno. Su única relevancia será la “virulencia” amablemente contagiosa (¡ojalá!) de su solidaridad humana, sobre todo con los excluidos. Serán grupos reducidos, a escala humana, como pequeños organismos vivos que disponen de todo lo necesario para la vida. A algo así apuntan hoy, aunque con titubeante identidad y escaso vigor de fermento, las llamadas comunidades de base.

Tal vez por deficiente radicalidad evangélica y la consiguiente magra identidad cristiana, a muchas comunidades les cuesta alzar el vuelo airoso y libre como el de hijos de Dios, liberados de la ley. Y aún así, están bajo sospecha: la jerarquía se empeña –conscientemente- en disolverlas o integrarlas en las parroquias.

Las comunidades de base comienzan a descubrir algo decisivo: no son piezas inertes de un puzzle superior en el que cobrar un sentido prefijado sino organismos vivos y autónomos con capacidad de generar todo lo conveniente para sus necesidades. A la hora del Ágape fraterno (Eucaristía) si les falta un presbítero, no caen en el absurdo de la familia que renunciaría a sentarse a la mesa el día que libra la sirvienta... Celebran en su seno el bautismo de sus hijos. Hasta que “inventen” algún sacramento de acogida en la comunidad. Y entonces, devolverán a un bautismo posterior su ser: símbolo de la libre opción adulta. Hay comunidades que ya no viven la necesidad de inscribir al niño en algún registro parroquial. Bastantes en todo el mundo “encargan” a sus miembros diversos ministerios y “reconocen” variados carismas. Llegado el caso, celebran en su seno la realidad de una pareja que se ama, sea cual sea su condición de género o de matrimonio anterior, dentro de un discernimiento ajustado al ideal compasivo de Jesús. Obviamente, en este supuesto, no cabe la “ficha” en libros oficiales. No por ello la pareja se siente menos bendecida sacramentalmente: su amor es el sacramento sin necesidad de validación oficial.

Con tales comportamientos en libertad muchos cristianos relativizan el dogmatismo y disciplina jerárquicos que, por lo demás, la mayoría vienen haciendo ya, hace décadas, respecto a otros puntos como el de los anticonceptivos.

Está claro que la jerarquía rechaza rotundamente tales cosas. Mas ¿qué puede hacer si se le escapa un “fichaje” más seguro? Condenar y sancionar no es operativo: la historia lo demuestra y lo seguirá haciendo. El proceso es imparable: la liberación cristiana está en marcha más allá de reformas cosméticas controlables. Sin embargo, nada más lejos de un desmadre ácrata porque nada es tan exigente como el seguimiento de Jesús. Y éste implica estudio, discernimiento y contemplación, conocimiento respetuoso pero crítico de la tradición e interrelación de comunidades. ¿Peligra tal vez la unidad cristiana?

Este concepto se esgrime con frecuencia pero es un “tópico-chapuza” en manos del poder jerárquico que es el principal pervertidor de la unidad, al suplantar con leyes al Espíritu de Dios. Por eso la pérdida de la unidad (que para Jesús era un horizonte inalcanzable: “Padre, que sean uno como tú y yo lo somos”) no es un riesgo sino la mismísima realidad actual. La ruptura entre sectores eclesiales hoy es posiblemente más profunda que la primera del cisma oriental o la posterior de la reforma-contrarreforma. Ruptura que, como casi siempre, es fruto de negar el pluralismo en nombre de la unidad y de pretender mantener o recuperar el Espíritu a golpe de Ley, de “fichaje” o de anatema.

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Diario de Cádiz, 21 de junio de 2003

LA ENSEÑANZA DE LA RELIGIÓN

JUAN ANTONIO ESTRADA, teólogo y catedrático de la Universidad de Granada

MADRID.

En 1857 se aprobó una Ley general de educación, la Ley Moyano, que ha servido de marco referencial para la educación española hasta 1970. Desde entonces se ha mantenido una polémica acerca de si la religión debería figurar en los planes de estudio, como hicieron los países anglosajones, nórdicos y de lengua alemana; eliminarla, como ocurrió en los países católicos del sur, o mantenerla, con limitaciones y recortes respecto a las otras asignaturas, como ha ocurrido hasta hoy. En 1868 se suprimieron también las cátedras de teología de la Universidad, también en contraste con las universidades centroeuropeas y anglosajonas, y la teología pasó a ser competencia exclusiva del clero y de las instituciones eclesiásticas.

El problema permanece a comienzos del siglo XXI, pero se complica al mezclar dos ámbitos distintos: el estudio del hecho religioso, que sería competencia de las ciencias humanas (historia, filosofía, sociología, psicología, el arte...) y exigiría una preparación universitaria, como para las demás materias, y el estudio de la religión confesional, con una preparación teológica que hasta ahora tiene en exclusiva la Iglesia católica. El hecho religioso cada vez tiene más relevancia, ya que sin él no se puede comprender la historia, la cultura, las distintas civilizaciones y la situación política actual. Tiene tantas consecuencias y significación que su estudio no se puede dejar en manos del clero. Hay que abrirlo a distintas perspectivas ideológicas y tratarlo con preparación humanista universitaria.

El hecho de ponerlo como una asignatura más del currículo humanista de la formación general, no debería, en principio generar un conflicto. Se puede ser ateo, o agnóstico, o de una religión minoritaria, y comprender la importancia de estudiar el cristianismo, también el judaísmo y el Islam, para comprender nuestra historia, cultura, arte e identidad colectiva. Nietzsche, un ateo confeso, era consciente de que culturalmente todos los europeos somos cristianos y que la Biblia es un libro clave para comprender Europa. Se puede discutir si esa asignatura se debe enseñar o no, como cualquier otra de humanidades, pero la enseñanza no atenta a la libertad religiosa y el carácter no confesional del Estado español.

El problema se complica por la doble elección existente: religión confesional o fenómeno religioso, como parte de la cultura. Ahí es donde surge la anomalía específica española. Los acuerdos del Estado con la Iglesia, anteriores al referéndum sobre la Constitución, parecen contradecir a esta última. En cualquier caso, son inadecuados para la mentalidad de la mayoría de los ciudadanos y generan alarma social, tanto en el ámbito de la educación como en otros. Por un lado, el episcopado tiene el monopolio en la elección de profesores de religión, que además no tienen por qué tener licenciatura universitaria, ni siquiera eclesial. Les basta con la aprobación episcopal después de cursos organizados por los mismos obispos, a veces sin la colaboración de las facultades de teología de la Iglesia. Tenemos así profesores sin preparación universitaria, elegidos digitalmente, a los que en cualquier momento y por razones extraacadémicas se les puede retirar la docencia y dejar en el paro, y que no tienen los derechos económicos y laborales del resto del profesorado. Además, las materias de enseñanzas son de competencia exclusiva de los obispos, sin que el Ministerio de Educación tenga nada que decir sobre contenidos, métodos, selección de materias y organización de las mismas.

El hecho de que no se enseñe nada sobre el hecho religioso y la teología en la Universidad, que es una anomalía de los latinos del sur de Europa respecto de centroeuropeos, nórdicos y anglosajones, lleva a que la religión sea competencia exclusiva del clero. Como no hay universitarios preparados, con los correspondientes títulos, se condena la enseñanza de la religión a caer en personas de procedencia confesional, o en profesores de otras materias a los que no se ha preparado para enseñar adecuadamente el significado y consecuencias del hecho religioso. De ahí que no pueda haber una alternativa laica, pero respetuosa con lo religioso y con lo cristiano, ni perspectivas críticas, incluso ateas y agnósticas, respecto a la religión como fenómeno humano.

La culpa de esto es tanto del Estado como de la Jerarquía eclesiástica. Esta última, porque mantiene como derechos irrenunciables privilegios obsoletos, que hoy no cuentan con el asentir mayoritario de los ciudadanos. De las instancias estatales, tanto desde el partido hoy gobernante como en la etapa anterior socialista, porque mantienen situaciones que de facto pertenecen a la etapa confesional anterior, aunque oficialmente seamos un Estado laico y una sociedad sin religión estatal.

El carácter obsoleto e indefinido de esta situación, ya que ninguna instancia política o eclesial asume el toro por los cuernos, que llevaría a un replanteamiento de los acuerdos entre el Estado y la Iglesia, hace que los conflictos se mantengan, se repitan y oscilen según los intereses políticos del momento. Queda pendiente, sine die, una solución negociada y dialogada para el futuro, y una homologación de España con Europa, también en lo que concierne a la enseñanza de la religión. Uno no sabe qué admirar más, si la imaginación de los defraudadores para inventarse reclamos o la estulticia de los ciudadanos que todavía creen en los duros a cuatro pesetas.

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ECLESALIA, 24 de junio de 2003

LOS CURAS OBREROS EN ESPAÑA (1963-2003)
Profetismo y ministerio sacerdotal

JULIO PÉREZ PINILLOS

MADRID.

El Movimiento Internacional de Curas Obreros es un movimiento de Iglesia, de nuestra Iglesia católica, nacido en la segunda guerra mundial “para derrumbar el muro de separación entre el mundo obrero y la Iglesia”, reconocido -gracias a la tenacidad y a la resistencia de muchos curas, obispos y militantes cristianos obreros- por el Concilio Vaticano II y alentado de modo especial por algunos obispos y episcopados comprometidos en favor del mundo obrero. El carismático obispo vallecano, Alberto Iniesta, dirigió estas palabras a los curas obreros españoles reunidos en su segundo encuentro estatal (Pentecostés, 1983): "La opción del cura obrero y todo lo que ella representa debe ser preferencial para la Jerarquía, porque apunta la dirección de toda la Iglesia. Nos orientáis. Sois como los exploradores de la tierra prometida, que nos habláis del lugar donde Dios se encuentra de modo preferencial. La cuestión para la Iglesia no es si hacer o no pastoral obrera, sino al contrario, si hacer o no pastoral burguesa".

La vida de los curas obreros, marcada por su compromiso directo con el mundo y movimiento obreros, es uno de los ejes de evangelización de este modo de ministerio presbiteral. La mía, que he reflejado en un estudio reciente, es la siguiente: en la primera etapa gané el pan como cura obrero repartía productos farmacéuticos, a la par que compartía en equipo la responsabilidad parroquial, más tarde trabajé en una multinacional con 3.000 operarios de toda ideología y creencia y afiliación síndico-política, al tiempo que acompañaba pastoralmente algunas pequeñas comunidades o grupos cristianos en medios obreros; finalmente, al ser alejado de la fábrica, me comprometí en las tareas de enseñanza como medio de evangelización y de ganar mi vida y la de mi hogar, aceptando al mismo tiempo la tarea ministerial que me demanda la comunidad parroquial y una pequeña comunidad de base a la que acompaño como amigo y como presbítero.

PASADO

De 1954 a 1982 se dan las primeras experiencias presbiterales previas al nacimiento del "Colectivo de Curas Obreros de España" y relacionadas con ellos, resaltando en primer lugar las “experiencias de trabajo” de seminaristas, religiosos estudiantes de teología y algún que otro sacerdote, antes de su drástica supresión por parte de la curia vaticana en 1959; en segundo lugar la tarea de los consiliarios de los movimientos apostólicos obreros (JOC, HOAC Y ACO de modo especial); y, finalmente, la configuración inicial de algunos núcleos de curas obreros de zona, dispersos por el territorio español.

Entre los años 1982 y 1987 nace el "Colectivo de Curas Obreros de España". En esta etapa cristaliza la orientación y el tipo de organización del colectivo: el deseo generalizado de que tuviera la mínima estructura posible y solo por el tiempo necesario y que el colectivo fuera un grupo de “acompañamiento” de y desde dentro del mundo obrero -no un grupo específico de presión social o eclesial- al estilo de los que se configuraban en los otros países de Europa. En 1987 comienza la coordinación con los grupos de curas obreros de Europa.

A partir de 1987 se consolida un cambio profundo hacia posturas más conservadoras, tanto en lo eclesial: (menor sentido misionero y mayor centralismo jerárquico), como en lo social (debilitamiento del poder obrero y aumento de los excluidos). Esto obliga a los curas obreros a profundizar en los nuevos retos que se le plantean a la misión obrera: ¿Cómo hablar de Dios hoy, en un mundo secularizado? ¿Cómo ser solidarios realmente al aumentar los excluidos? ¿Cómo compartir la esperanza con un mundo obrero en cambio profundo? ¿Qué hacemos los curas obreros españoles con las nuevas exclusiones que produce el sistema y por qué? ¿Cómo caminar hacia una austeridad solidaria como nueva cultura en favor de los excluidos?

PRESENTE

Hace diez años comencé el estudio de la experiencia eclesial de los curas obreros con un triple objetivo: recuperar y poner de relieve el testimonio de vida y de sacerdocio de los curas obreros de España, ya que representan una opción muy significativa, tanto por su mística de vida compartida día a día con el mundo obrero como por sus contenidos; resaltar los contenidos sociales, teológicos, pastorales y ministeriales que dan coherencia estructural a esta experiencia sacerdotal que arranca en Francia en el año 1944, es aprobada por Concilio Vaticano II (Presbyterorum Ordinis, 8); y alentar a los militantes cristianos obreros y a los agentes de pastoral, incluidos los sacerdotes y obispos que se sientan llamados a ello, a reforzar en la pastoral concreta lo nuclear de esta experiencia, en las formas concretas que deba tomar en cada momento.

El trabajo de investigación se apoya en cinco pilares básicos: libros clásicos sobre el tema, referidos de modo especial al nacimiento de los curas obreros en Francia y sus primeras vicisitudes: he estudiado de modo especial “Francia, Pays de mission?”, “Les prêtres Ouvriers, 50 ans d´ histoire et des combats”, “Quand Rome condamne” y “Il lavoro manuale et l´spirtualita, l`itinerario dei pretioperai”; mi propia experiencia personal implicada en este tema durante treinta años fecundos, según creo, de mi vida; la experiencia ministerial de otros muchos curas obreros de España y de Europa con los que sigo compartiendo encuentros nacionales e internacionales (como el que acabamos de celebrar en Barcelona el pasado fin de semana, con la participación de diez países); documentos aún inéditos que he debido catalogar y escudriñar y que recogen la profundidad y la riqueza de nuestros Encuentros de zona, nacionales e internacionales. También me he servido de entrevistas específicas para temas concretos relacionados con la vida de los curas obreros; el mensaje especial de la Comisión Episcopal para el Mundo Obrero de los obispos franceses (CEMO) dirigido a los curas obreros del mundo, reunidos en Estrasburgo en Pentecostés del año 2001.

FUTURO

Desde 1997 hasta nuestros días el futuro de los curas obreros se presenta como una realidad viable en sus contenidos y en sus compromisos pastorales y ministeriales, aunque aceptando que podrán cambiar los modos concretos de realizarse, ya que pertenecen a la historia y a Dios. Para el reforzamiento de los curas obreros deben darse cambios de orientación tanto por parte del mundo laboral como del eclesial. Nuestro futuro es similar al de otros ámbitos de Iglesia, de talante aperturista y fieles a la eclesiología profunda del Concilio Vaticano II: vivencia comunitaria, renovación teológica, laicado corresponsable, mujeres en la Iglesia... De cara al futuro estamos todos en el mismo barco.

Los obispos franceses nos alentaron en Estrasburgo los días de Pentecostés del año 2001, con el siguiente mensaje de clausura: "Vosotros, al participar en las organizaciones del movimiento obrero y en sus diferentes asociaciones, estáis recordando que la lucha por la justicia forma parte del anuncio del Evangelio. Además vosotros manifestáis de una manera particular que la primera responsabilidad del ministerio episcopal y presbiteral es anunciar el Evangelio y que este anuncio no debe circunscribirse a las comunidades ya constituidas y que se reúnen. Vuestra auténtica aventura espiritual debería ser fuente de enriquecimiento para toda la Iglesia y, de modo especial, para otros presbíteros. Merece ser compartida... Por todo ello, nosotros queremos manifestar en nombre de toda la Comisión Episcopal para el Mundo Obrero la fuerza que nos une al servicio de Cristo y del Evangelio".

Después de un intenso trabajo de investigación, con treinta años de servicio desde esa opción presbiteral y tras haber escudriñado más de ciento cincuenta documentos aún inéditos, he llegado a la conclusión -compartida por comunidades eclesiales, teólogos, teólogas y obispos- de que los curas obreros son una riqueza para la Iglesia por su profetismo y por sus contenidos ministeriales. Pronto, quizás, todos estos datos, vivencias y reflexiones podrán ver la luz en una publicación completa y actual que plante cara al futuro desde un pasado y un presente profundamente prometedor.

Para saber más: Julio Pérez Pinillos  jppinillo@yahoo.es

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La Vanguardia, 26 de junio de 2003

CARTA DESDE EL MÁS ALLÁ

A nuestros hermanos de la Iglesia de Dios
que peregrina por tierras europeas

JOSÉ I. GONZÁLEZ FAUS, responsable académico de Cristianisme i Justícia

Os escribimos desde esta dimensión de plenitud que está fuera de vuestra historia pero no deja de estar interesada en ella, y de sentirse afectada por sus decisiones. Sabemos que desde aquí, muchas cosas suenan al revés que ahí, y por eso tememos que malentendáis esta carta. Pero vemos que estáis hablando ahora de las raíces cristianas de Europa, y de la posibilidad de mencionarlas explícitamente en vuestra Constitución.

Que gentes no cristianas tuvieran el señorío de reconocer cuánto de lo mejor de Europa se debe a sus raíces cristianas nos parecería un acto de respeto muy digno de elogio. Pero que los cristianos vayáis exigiendo esa mención nos da un poco de miedo por las razones que os vamos a decir.

Jesús decía que no entrarán en la dimensión de Dios aquellos que dicen Señor, Señor, sino los que hacen la voluntad del Padre. Por eso, proclamar unas raíces cristianas no tiene sentido si luego aceptáis que esas raíces queden resecas y estériles, en lugar de procurar que cuajen en la tierra para dar savia y hoja y frutos cristianos. Lo contrario sería eso que vosotros llamáis a veces “un homenaje del vicio a la virtud”. ¿Nos entendéis?

Pues bien, en este contexto nos sorprende que uno de los más expresos defensores de esas raíces cristianas, hace muy poco, y con el afán de engrandecer a su país (afán legítimo pero sólo hasta cierto punto), no tuviera inconveniente en sumarse a un acto de terrorismo internacional, en el que se bombardeó cruelmente a otro país que, por detestable que fuera su Gobierno, nada os había hecho; asegurando además falsamente que aquel país tenía armas de destrucción masiva, para luego cuando éstas no aparecen acabar por decir que “ése no era un punto importante...”. De todo eso estamos aquí bien enterados: lo que vosotros llamáis el más allá (y que en realidad no es más que el único acá verdadero) no es como uno de esos conventos antiguos o modernos cuyos moradores no se enteraban de lo que pasaba fuera del claustro. Conocemos lo que pasa en vuestro pequeño planeta y podemos asegurar que aquella conducta no brotó de unas raíces cristianas.

También hace pocos días, en el mismo diario donde quizá aparezca esta carta, y en esas últimas páginas de economía que nadie lee, se decía que “unos 110.000 millonarios residentes en España se reparten 390.000 millones de euros (casi 65 billones de pesetas) en activos financieros líquidos, excluidos inmuebles; esto es un importe equivalente a la mitad del PIB o riqueza generada por la economía española durante el último año” (“LaVanguardia”, 12/VI/2003). ¿Creéis que una injusticia social tan clamorosa ha podido brotar de raíces cristianas? Lo que brotaría de tales raíces sería una declaración eclesiástica oficial que, apelando a la enseñanza de Juan Pablo II o, mucho más de los padres de la Iglesia, declarase que esa propiedad es sencillamente un robo grandioso que exige restitución. Pero no vemos que los que en Europa exigen más la mención de las raíces cristianas se sientan llamados a gritar contra esa aberración tan poco cristiana. No negamos que tenéis por ejemplo en Europa una estructura sanitaria bastante justa, que llega a casi todos, y que esto es bonito comprobarlo, y cristiano alabarlo, pese al temor de que a la chita callando os estéis encaminando a un desmonte de todo ese bienestar estructural.

Os pedimos, pues, que no confundáis “las raíces cristianas de Europa” con aquello que cantaría de niño el presidente de uno de vuestros países: “De Isabel y Fernando, el espíritu impera”. Desde aquí preferiríamos que en Europa impere el espíritu de Bartolomé de Las Casas, el espíritu de Francisco de Asís, de Charles Péguy o de Dietrich Bonhoeffer... Eso sí tiene que ver con las raíces cristianas de Europa. No el espíritu de Isabel y Fernando...

En una palabra, os pedimos que no confundáis las raíces “cristianas” con unas determinadas raíces “eclesiásticas”: las primeras os comprometerán a mucho, incluso a hacer algún ridículo en los foros de la política mundial. Las segundas sólo servirían para beneficio de algún político interesado en que la jerarquía eclesiástica apoye a su partido, o para beneficio de algún prelado que luego podrá exigir al Gobierno que la religión se convierta no sólo en asignatura obligatoria, sino en asignatura “de primera clase”...

Para terminar, quede claro que nosotros, desde esta dimensión de la serenidad plena, sí creemos en las raíces cristianas de Europa. Creemos que si Europa se queda sólo con sus raíces griegas, tendrá una herencia estimable, sin duda, pero en la que la libertad es sólo para unos pocos selectos, la cultura es sólo para unos pocos privilegiados, los demás han nacido sólo para servir a esos pocos, y sus filósofos se preguntaban “si no habrá que expulsar de las ciudades a todos los pobres, para poder presentar unas ciudades bien habitadas”. Fue la savia de aquel Loco Crucificado la que inyectó en Atenas la igualdad y la universalidad. No sería bueno olvidar esto. Por eso concluimos con esta cita de un libro de sociología de la antigüedad: “Mientras en el mundo grecorromano era impensable que los dioses protegiesen al pobre, en Israel se reiteraba que Yahvé es defensor del pobre, de la viuda, el huérfano y el extranjero. Mientras en el mundo grecorromano el pobre no era considerado como una persona con honor y dignidad, los profetas de Israel levantaron incansablemente sus voces contra los que despojaban al pobre y pisoteaban su honor”. Un abrazo de todos vuestros hermanos que os precedieron en la aventura de la fe y ahora gozan del sueño de la paz.

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ECLESALIA, 30 de junio de 2003

'EL NEOLIBERALISMO ES LA MUERTE'

Entrevista al obispo de São Félix do Araguaia Pedro Casaldáliga

DERMI AZVEDO, 20/05/02. Agencia Latinoamericana de Información (ALAI)

MADRID.

“El neoliberalismo es la idolatría de la muerte”, afirma Mons. Pedro Casaldáliga, obispo de São Félix do Araguaia (Mato Grosso, Brasil), en esta entrevista. Como obispo y, por tanto, como servidor de toda la Iglesia, él establece un puente anual entre las comunidades de la Amazonia y Centro-Oeste de Brasil y los pueblos centroamericanos.

Une, en un solo corazón y una sola esperanza, las angustias y las aspiraciones de los indios del Araguaia y de los campesinos de Nicaragua, de los agentes pastorales de Santa Terezinha y de los misioneros de El Quiché, en Guatemala.  Casaldáliga dice que el neoliberalismo profundiza el empobrecimiento de los pueblos de nuestra América, al idolatrar al dios del mercado, y pide a la sociedad que tenga vergüenza y venza el hambre de las mayorías.

Brasileño de adopción, español de nacimiento, latinoamericano de honor, Pedro Casaldáliga es una de las personalidades más representativas de la Iglesia de los pobres en Brasil, en América Latina y en el mundo.  Misionero claretiano, vino a trabajar a la Amazonia hace 25 años.  Es uno de los fundadores del Consejo Indigenista Misionero (CIMI) y de la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT) de la Iglesia brasileña.  La dictadura militar intentó cinco veces expulsarlo del país.

Su prelatura fue invadida cuatro veces en operaciones militares.  En 1977 fue asesinado a tiros, a su lado, el padre Juan Bosco Penido Burnier; él y Pedro protestaban contra las torturas que practicaba la policía contra mujeres presas.  Varios de sus sacerdotes fueron apresados y uno de ellos, Francisco Jentel, fue condenado a 10 años de prisión y expulsado del país.  El archivo de la Prelatura fue saqueado y su boletín fue editado de forma apócrifa, para incriminar al obispo.  Pedro ha sido perseguido también por los sectores conservadores de la Curia Romana y de la Iglesia de Brasil y de América Central.  Poeta, es uno de los autores de la 'Misa de la Tierra sin males' y de la 'Misa de los Palenques (Quilombos)', con Milton Nascimento y Pedro Tierra.

Alai: ¿Cuáles son los rasgos que caracterizan la realidad latinoamericana hoy?

Pedro Casaldáliga: La palabra de orden, hoy, en América Latina, el Caribe y el mundo es 'neoliberalismo', con las consecuencias más dramáticas para el Tercer Mundo.  No podemos olvidar que el neoliberalismo continúa siendo el capitalismo.  A veces se olvida esto.

Me preguntaron varias veces, en este viaje, qué puede decir o hacer la Iglesia ante el neoliberalismo.  Yo, recordando los consejos de nuestros antiguos catecismos (“contra pereza, diligencia; contra gula, abstinencia”) respondí: “contra el neoliberalismo, la siempre nueva liberación”.  Destaqué que el neoliberalismo es el capitalismo transnacional llevado al extremo.  El mundo convertido en mercado al servicio del capital hecho dios y razón de ser.  En segundo lugar, el neoliberalismo implica la desresponsabilización del Estado, que debería ser el agente representativo de la colectividad nacional.  Y agente de servicios públicos.  Al desresponsabilizar al Estado, de hecho se desresponsabiliza la sociedad.  Deja de existir la sociedad y pasa a prevalecer lo privado, la competencia de los intereses privados.  La privatización no deja de ser el extremo de la propiedad privada que, de privada, pasa a ser privativa y que, de privativa, pasa a ser privadora de la vida de los otros, de las mayorías.  La privatización es privilegización, la selección de una minoría privilegiada que, ésa sí, merece vivir, y vivir bien.  Esta es doctrina de los teólogos del neoliberalismo: el 15% de la humanidad tiene derecho a vivir y a vivir bien; el resto es el resto.  Al contrario de lo que dice la Biblia, de que es el resto de Israel, resto de pobres, quien debe abrir caminos de vida y de esperanza para las mayorías.  El neoliberalismo es la marginación fría de la mayoría sobrante.  O sea, salimos de la dominación hacia la exclusión.  Y, como se suele decir, hoy ser explotado es un privilegio, porque muchos ni siquiera alcanzan la 'condición' de explotados, ya que no tienen ni empleo.  Estamos viviendo entonces lo que se llama un 'maltusianismo' social, que prohíbe la vida de las mayorías.

El neoliberalismo es también la negación de la utopía y de toda posible alternativa.  Es conocida la expresión de Fukuyama: el “fin de la historia”, el no va más de la historia.  Es también la mentira institucionalizada, con base en la modernidad, de la técnica, de la libertad y de la democracia.  Bellos nombres que deberían tener su auténtico valor, pero que son manipulados y tergiversados.  Se trata de una modernidad que ya es posmodernidad, en el Primer Mundo, y una técnica que es puesta como valor absoluto, en función del lucro y una seudolibertad y una seudodemocracia.  En América Latina salimos de las dictaduras para caer en las “democraduras”.  Es bueno recordar la palabra lúcida del teólogo español González Faus -- que ya ha venido varias veces a América Latina -- al decir que, así como el colectivismo dictatorial es la degeneración de la colectividad y la negación de la persona, el individualismo neoliberal es la degeneración de la persona y la negación de la comunidad. 

El individualismo egoísta degenera la persona, que, por definición, debería ser relación y complementación con los otros.  Este individualismo neoliberal es, pues, la degeneración de la comunidad, que es participación y compartimiento.  Como Iglesia, como cristianos, delante de esta bestia fiera del neoliberalismo, es necesario que proclamemos y promovamos el servicio del Dios de la Vida.  Hoy, más que nunca, la Teología de la Liberación, la Pastoral de la Liberación y la Espiritualidad de la Liberación, proclaman, afirman y celebran y practican el Dios de la Vida.  Se trata también de promover la responsabilidad y la corresponsabilidad de las personas y de las instituciones sociales y de la propia Iglesia, a todos los niveles.  El mandamiento de Jesús vivido en la vida diaria, política e institucionalizada.  La opción por los pobres, muy definida por las mayorías.  Jesús mismo la formula diciendo: “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”.

Y la afirmación de la utopía, que refuerza la esperanza en la acogida y en el servicio, ya, aquí y ahora, estimulando y posibilitando la presencia y la acción de los nuevos sujetos emergentes (el mundo indígena, el mundo negro, la mujer, la juventud), el protagonismo de los laicos --como ha dicho Santo Domingo-- y el protagonismo de los pobres.  Esta es la política del Evangelio de Jesús.  La verdad nos hace libres, y la transparencia de vida debe aparecer como testimonio.  En términos de Iglesia, esto se traduce muy bien en la Teología y en la Espiritualidad de la liberación, en las comunidades de base, en las pastorales específicas que actúan en esas fajas más prohibidas y más marginadas, por la Biblia en las manos del pueblo.  Por la Pastoral de la Frontera, la Pastoral de la Consolación y la Pastoral del Acompañamiento.  Y también, más recientemente, por la Pastoral de la Supervivencia, sin caer en el pragmatismo asistencialista que podría hacer nuevamente que el pueblo olvidase las estructuras, las causas, los derechos. 

Me llamó la atención (y voy a decirlo con simplicidad, respeto y libertad de espíritu) que un sacerdote español que vino a Honduras dijo a un grupo de miembros del movimiento del neocatecumenado: las tres grandes tentaciones para la Iglesia de Dios en América Latina hoy son el nacionalismo, la inculturación y la ecología.  Yo lo interpreté así: si el nacionalismo me incomoda es porque estoy defendiendo el transnacionalismo; si la inculturación me incomoda es porque continúo defendiendo el colonialismo; si la ecología me incomoda, es porque defiendo el capitalismo depredador.  El propio documento de Santo Domingo aconseja a los movimientos neoconservadores que participen en la Pastoral de Conjunto y no sean, de hecho, neocolonizadores.  La inculturación es el gran desafío para la Iglesia en América Latina y en el Tercer Mundo.  Se trata de esa encarnación en las culturas, en los procesos, en la realidad de nuestro pueblo.  Vi por ahí una camiseta con la inscripción: '501'. O sea, comenzamos ya otros 500 años de otro signo. Social, política, cultural y eclesiásticamente, queremos que así sea.

A: América Latina vive un nuevo período de elecciones presidenciales en varios países (Bolivia, Uruguay, Paraguay, Brasil, Guatemala, El Salvador, Argentina y otros).  Estas elecciones vienen sucediéndose prácticamente desde el poder colonial.  ¿Qué implican de desafío?

PC: Las elecciones son muy publicitarias y dependen en gran parte de redes de televisión que hacen las elecciones.  Hay una decepción bastante generalizada con relación a los políticos.

Todas las personas conscientes piden otros políticos.  Los partidos están desprestigiados en muchos lugares.  Muchos sectores quieren incluso prescindir de los partidos.  Piensan más en alianzas de tipo movimiento popular.  Tampoco podemos caer en el peligro de diluir la conciencia, la resistencia y la organización, y seguir dominados por fuerzas que tienen en sus manos el dinero, los medios de comunicación y los puestos políticos.

Pero no hay duda de que, bajo el poder del capital neoliberal representado por el FMI y por el Banco Mundial, la alianza de esos políticos de marketing al servicio del mismo neoliberalismo y ante la impotencia de amplios sectores de las fuerzas populares, es de temer que se repitan, con algunos retoques, las elecciones de años anteriores y hasta de siglos atrás, como usted señala.  La táctica en todas partes es la misma.  Las promesas, los programas acaban siendo los mismos.  Todos los partidos conocen muy bien las necesidades del pueblo y saben programar teóricamente soluciones. Por otra parte, recientemente ha llamado la atención del mundo entero que Cuba haya votado significativamente en favor de Fidel.  Leí comentarios de medios de comunicación de Europa -- antes de las elecciones cubanas -- pronosticando que Fidel sufriría una derrota. Cuba está mal económicamente, de esto no hay duda, pero los cubanos ven lo que ocurre a sus vecinos neoliberales y no quieren perder las conquistas básicas de la Revolución, en educación, en salud, en participación popular.

A: Sobre Cuba, ¿qué actitud piensa usted que los cristianos debemos asumir ante la situación de ese país  en este momento?

PC: Debemos continuar condenando, abiertamente, el bloqueo económico a Cuba.  Es algo totalmente injusto e inicuo.  Es simplemente un gesto de prepotencia y de orgullo imperial de Estados Unidos.  En segundo lugar, debemos ayudar al propio pueblo cubano y a sus dirigentes a irse abriendo también a aspectos formales de la democracia.  Debemos, antes de nada -- y la historia seguirá agradeciendo siempre esto -- la actitud firme, coherente de antiimperialismo de la Revolución Cubana. Y debemos ir posibilitando, entre todos, la integración latinoamericana de un modo alternativo.  Ni el MERCOSUR (Mercado Común del Cono Sur), ni el ALCAN (Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte).

México lo está pasando mal.  Muchos empresarios tuvieron que cerrar sus empresas.  El obispo de Chiapas, Mons. Samuel Ruiz, me dijo que se puede prever cualquier tipo de insurrección en el país. Ya se llegó al extremo de importar leche de Australia.

A: ¿Qué piensa usted de la deuda externa, que parece olvidada hasta por los partidos progresistas?

PC: La deuda externa continúa siendo la sangría de nuestros pueblos.  Sigue siendo el gobierno real de nuestras democracias.  No son nuestras Constituciones las que mandan; es la deuda externa. Los presidentes y los ministros de hacienda de nuestros países son representantes del FMI.  La deuda externa, con el pago de los intereses, es lo que condiciona los salarios, los servicios públicos.  Mientras no resolvamos este problema, es prácticamente imposible imaginar una economía democrática en nuestros países del Tercer Mundo. Y, evidentemente, no será el neoliberalismo el que resuelva el problema de la deuda externa.   En América Latina salimos de las dictaduras para caer en las 'democraduras'.

http://alainet.org/docs/3749.html

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