30 - Abril, 2003. Fracción de vida       

 

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AUTOR

Revista de Pastoral Juvenil

04/04

LA COMUNICACIÓN DE BIENES EN LA VIDA CRISTIANA

Yolanda González Domínguez

ECLESALIA

05/04/04

‘PASAR HACIENDO CAMINOS’

Pedro Casaldáliga

Diario de Yucatán

05/04/04

SEMANA DE DOLOR Y DE ESPERANZA

Raul H. Lugo Rodríguez

La Vanguardia

05/04/04

¿A QUÉ JESÚS MATAMOS?

José I. González Faus

ECLESALIA

07/04/04

LA PASIÓN DE JESÚS, HISTORIA, TESTIMONIO Y VERDAD

Marcelo Barros

ECLESALIA

07/04/04

LAS PREGUNTAS DE LOS NIÑOS

Néstor Zubeldía

ECLESALIA

07/04/04

MUJERES CONSOLADAS POR JESÚS

Mª Paz López Santos

ECLESALIA

12/04/04

EL AMOR NOS DA LA RAZÓN

Domingo Pérez

Diario de Yucatán

12/04/04

PREGÓN PASCUAL 2004

Raúl H. Lugo Rodríguez

ECLESALIA

13/04/04

CREO EN LA RESURRECCIÓN DE JESÚS, PERO DE OTRO MODO

Juan José Tamayo

ECLESALIA

15/04/04

VIDA Y RESURRECCIÓN

Mª Pilar Martínez Barca

ECLESALIA

16/04/04

ELECCIONES, ABATIMIENTO Y ESPERANZA

Jon Sobrino

ECLESALIA

22/04/04

ANTONIO MARÍA, UN OBISPO CON RESPUESTA

Mari Patxi Ayerra

ECLESALIA

27/04/04

ME LLEGÓ LA CARTA SOBRE LA CLASE DE RELIGIÓN

Gregorio Fernández

ECLESALIA

28/04/04

COMUNICADO ANTE EL PRIMERO DE MAYO DE 2004

JOC y HOAC

ECLESALIA

29/04/04

REFLEXIÓN SOBRE LA ACOGIDA DE LAS PERSONAS EN LA IGLESIA

Fòrum Joan Alsina

 

Revista de Pastoral Juvenil, Nº 409, abril de 2004

LA COMUNICACIÓN DE BIENES EN LA VIDA CRISTIANA
Preparando la mesa común del Reino

YOLANDA GONZÁLEZ DOMÍNGUEZ, teóloga

ANTEQUERA (MÁLAGA).

RPJ, 04/04.- Este artículo presenta una aproximación a lo que es la comunicación cristiana de bienes en la Iglesia, desde sus inicios y posterior evolución hasta llegar a nuestros días.

Entre las expresiones de la comunidad y de la comunión cristiana ha jugado un papel predominante desde su mismo origen prepascual la comunicación cristiana de bienes. No es posible completar la transmisión del mensaje sin este gesto indispensable por el que los hermanos/as manifiestan la transformación de la fe y el conocimiento del evangelio.

La comprensión de esta realidad teológico-pastoral es de capital importancia para la orientación de la acción pastoral.

A veces se presenta la comunicación cristiana de bienes como cumbre o meta de la madurez de una comunidad cristiana en su proceso de crecimiento, sin embargo es un elemento indispensable en todas las fases y momentos de la acción pastoral, pues tiene relación con todas las dimensiones fundamentales de la evangelización: koinonía o comunidad, sujeto, mediador y meta de la evangelización.

La comprensión teológico-pastoral de esta realidad de fe está fundada en la Sagrada Escritura, en textos del Antiguo Testamento y especialmente en los del Nuevo Testamento, ya que aplican la teología de comunión a la práctica del compartir los bienes. Ésta ha sido inaugurada y practicada primero por el Señor: Él mismo en persona es autor de comunión y es quien da y exige la comunión de bienes y de vida.

La comunicación cristiana de bienes tiene distintas dimensiones: trinitaria, pascual, eclesial, socioeconómica, escatológica y eucarística. Haremos especial hincapié en la dimensión eucarística, ya que en ésta es donde la comunicación cristiana de bienes y el compartir tienen su lugar original y propio. Allí el Señor compartió su vida y los hermanos/as comparten la suya, Él compartió su don y los hermanos/as han de compartir sus bienes. El lugar de comunión es la mesa donde se parte el pan y se bebe el cáliz. La cena lleva consigo la exigencia de la comunicación de bienes y, si no se da, hay un verdadero desprecio a la Iglesia, a la fraternidad y esto consiste en no tener en cuenta a los hermanos/as, en no sentir las necesidades de los pobres y en no compartir con ellos lo que se tiene y lo que se es.

La cena es el signo de unidad donde la ruptura de diferencias entre ricos y pobres tiene poco a poco que ultimarse y realizarse. La koinonía de los bienes no es un gesto accidental y secundario, es un gesto por el cual y mediante el cual se realiza la economía de la gracia.

DESDE LA REVELACIÓN DE LA ESCRITURA

El punto de partida es la Revelación bíblica. Toda la Palabra de Dios hace referencia al uso compartido de los bienes tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Según la Sagrada Escritura, el primer propietario de todo lo que existe es Dios[1] y encomienda a los hombres la tarea de someter la tierra[2], poniéndola a su disposición. La legislación de Israel había establecido una serie de leyes que tenían como finalidad ayudar al pueblo a vivir según el pacto establecido por Dios; entre éstas, tiene gran importancia el año sabático y el jubileo. Estas leyes tienen un significado muy claro: definir los principios para el Pueblo de Dios que deben regir el uso de los bienes materiales[3].

En el Nuevo Testamento, la observación del ejemplo de Jesús nos acerca al fundamento necesario de la praxis cristiana. Jesús busca una comunidad, un misterio de comunión, donde los hermanos/as sean próximos unos a otros y donde, sobre todo los que más tienen, se aproximen a los más desvalidos y, en el amor y en la solidaridad voluntaria, intenten superar y liberar de la pobreza a los que menos tienen[4], a la vez que estos liberen de esa terrible pobreza humana que es el egoísmo a los que más poseen.

El amor fraterno vivido en comunidad cristiana ha de ser visible y podrá ser reconocido por todo hombre ajeno o no al mensaje. Por lo tanto ha de ser mostrado con obras como las de Jesús. Éste será signo distintivo de su comunidad: solo amando al otro se ama verdaderamente a Dios. El amor al otro es la única prueba de la presencia en el ser humano del amor a Dios. El prójimo es un hermano que lleva la misma sangre de la fe y del amor. Una forma inevitable del amor profundo es comunicarse, poner a disposición del otro lo que uno tiene y compartir la vida con él.

El fervor pentecostal de sentirse “un solo corazón y una sola alma” y de haber sido salvados por Cristo empujó a todos los cristianos a poner todo “en común”[5], todos los que creían vivían unidos teniendo sus “bienes en común”. Lucas, pues, al escribir la historia de la Iglesia apostólica, describe simplemente su vida y realismo crudo de comunión, exteriorizada en la comunión de bienes. Una puesta en común de los bienes es algo que urge constantemente como signo válido de la vitalidad misma de esta iglesia primitiva.

DESDE LOS ESCRITOS POSTERIORES AL NUEVO TESTAMENTO

Son los Padres de la Iglesia los más inmediatos continuadores de esa doctrina de la Iglesia, profundizando además en la teología que lleva consigo el compartir los bienes. Tuvieron un pensamiento económico, se refirieron en concreto a los bienes de este mundo y pidieron actitudes concretas ante ellas. Los Santos Padres basaron su ética económica en convicciones claras y operativas. Sus principios más importantes son los siguientes:

1- El principio de creación.

La tierra, la única riqueza, es de Dios. Todos los bienes han sido creados para todos los seres humanos, de tal manera que la creación está en equilibrio cuando rige la equidad, la justicia sin exclusiones.

2- El principio de la propiedad privada.

El derecho a la propiedad privada es legítimo pero no absoluto, sino subordinado al fin social-universal de los bienes.

3- El principio de imagen y semejanza de Dios.

El ser humano ha sido creado a imagen y semejanza divina, por lo tanto tiene que representar a Dios con autenticidad y verdad. A un Dios que ama solidarizándose con el hombre, se le representa solidarizándose con los hermanos, siendo el hombre un ser esencialmente solidario hasta la comunicación de bienes.

4- El principio de la relación dialéctica entre riqueza y pobreza.

La desigualdad social es un hecho humano, derivado de la injusticia. Es la responsabilidad humana la que genera esta situación; si hay pobres es porque hay ricos.

5- El principio de que la riqueza es injusta.

Algunos Santos Padres dicen que las riquezas no son buenas ni malas, dependen de su uso. Pero por otra parte es voz común que las riquezas son injustas por su origen o por su empleo o administración.

6- El principio de la limosna es obra de justicia.

La limosna corrige la desigualdad económico-social.

Tras estas breves consideraciones podemos ver la importancia del concepto de la comunicación cristiana de bienes en los Santos Padres. Para ellos, la comunicación cristiana de bienes consiste en un empleo con sentido social de las riquezas, espirituales y materiales, y hacen partícipes de ellas, directa o indirectamente, a los demás por obligación de justicia y por impulsos de la caridad, no eximiendo de la obligación de la comunicación cristiana de bienes a nadie.

Desde el primer momento de la historia de los Santos Padres, encontramos testimonios que avalan la importancia del tema de la comunicación cristiana de bienes. En el documento más importante de la Antigüedad cristiana, la Didajé, existen enseñanzas sobre los bienes económicos. También aparecen en el s. II dos obras de la primitiva Iglesia como son la carta a Bernabé y el Pastor de Hermas que hacen referencia al tema. En esta época puede hablarse de una praxis de la comunión de bienes propia de las comunidades cristianas primitivas. Numerosos Santos Padres Griegos y Latinos han hecho referencia al tema que nos concierne. Entre los más significativos y representativos y que ofrecen un especial interés se encuentran: san Basilio, san Juan Crisóstomo, Tertuliano, san Ambrosio y san Agustín.

Quizás los testimonios más claros sean los que ellos mismos han dejado: para ellos era imposible vivir un cristianismo en serio si no se ponían los bienes a disposición de los demás, especialmente de los más pobres.

DESDE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

Sin embargo, estos presupuestos se van debilitando y difuminando con el transcurso de la historia; quizás una excesiva institucionalización de la Iglesia y una fuerte edificación de la Iglesia con poderes temporales hacen que se reflexione y se viva con unos presupuestos distintos, y se reduce sólo a hacer una mención más explicita con la aparición de las Encíclicas Sociales.

Con la Doctrina Social de la Iglesia se retoma de nuevo el tema de la comunicación cristiana de bienes. Antes del Concilio Vaticano II, podemos destacar cuatro grandes encíclicas: Rerum Novarum, Cuadragesimo Anno, Mater et Magistra y Pacem in Terris.

A pesar de estos avances de la Doctrina Social de la Iglesia, se iba haciendo necesario que la Iglesia volviera a sus propias raíces y reflexionara sobre su misión en el mundo a la luz del Evangelio: esto fue lo que hizo el Concilio Vaticano II.

Del análisis desarrollado a partir de los textos conciliares escogidos, Gaudium et Spes, y Presbyterorum Ordinis, podemos establecer las siguientes reflexiones:

A. Se constata de forma clara el destino universal de los bienes, que debe llegar a todos los hombres mediante un reparto justo (GS 69).

B. Igualmente, se desprende la idea cristiana de que el propietario debe ser sólo un buen administrador de bienes, de forma que esto repercuta también el provecho de terceros. Se aplica, por tanto, un concepto de propiedad que tiene en cuenta el bien colectivo (GS 69.71).

C. A nivel eclesial se recomienda una creación de una institución diocesana centralizada que sea, a su vez, signo de corresponsabilidad en la vida de la diócesis (PO 21).

D. Se habla por primera vez de una caja común de bienes que se formará con ofrendas de los fieles y que tiene como finalidad tanto la ayuda de la propia Iglesia particular, como la comunicación de bienes a otras iglesias más pobres (PO 21).

Después del Concilio Vaticano II, destacaremos dos encíclicas:

a) Populorum Pogressio

Pablo VI hace referencia en esta encíclica al destino universal de los bienes y de la propiedad. La solidaridad debe conducir a las naciones ricas a ayudar a las pobres. El destino universal de los bienes, por lo tanto, es un destino incuestionable.

b) Sollicitudo Rei Socialis

Es una visión renovada de Juan Pablo II sobre la Doctrina Social de la Iglesia. La meta de todo el documento es la de comprometernos más en el deber de cooperar en el desarrollo pleno de los demás, como una tarea urgente para todos. Dos claves importantes en esta encíclica son la opción preferencial por los pobres y la comunicación cristiana de bienes.

Por lo tanto, habría que destacar la función que cumplen en el campo de la comunicación de bienes las distintas encíclicas sociales de la Iglesia y especialmente la Sollicitudo Rei Sociallis. Resaltamos los siguientes aspectos:

A. Se desprende de las distintas encíclicas el destino común de los bienes (RN 16; QA 56; MM 51; PP 22; SRS 7).

B. Se afirma el principio de propiedad privada en la medida en que cumple una función social en provecho de todos los hombres (QA 56; MM119-121).

C. Se constatan las enormes diferencias existentes entre los hombres (QA58).

D. Se tiene también en cuenta la creación de un fondo común que tenga como finalidad la ayuda a los más pobres (PP55).

E. Compartir en las situaciones de necesidad es algo presente de modo general en las encíclicas sociales (de un modo especial el la SRS 31).

DESDE LA TEOLOGÍA

El Misterio íntimo de Dios, la Trinidad

Si nos centramos en el contenido teológico de la comunicación cristiana de bienes podemos decir que el misterio de la Trinidad constituye el núcleo fundamental de la fe, cuya síntesis es el amor. Amor que no solo califica la relación de Dios con la humanidad y la creación entera, sino que define el misterio íntimo de Dios, su esencia: que Dios es Amor. Quien ama se encuentra con el amor de Dios que es comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

El encuentro con el misterio de la Trinidad globaliza todas las dimensiones de la existencia humana. Cada persona surge como imagen y semejanza de la Trinidad. La interrelación de los divinos distintos de la comunión trinitaria es fuente y modelo de la comunidad humana que, sobre la igual dignidad de los miembros y respetando sus diferencias, se construye con la colaboración de todos. De la comunión trinitaria se derivan los impulsos de la liberación en cada persona y en la sociedad, en la Iglesia y en los pobres.

La fe trinitaria confirma y prolonga esta perspectiva ética: no sólo reconoce la igualdad de derechos, el deber de la solidaridad y el de comunicar los bienes, sino también denuncia el afán de tener, del poder y de la autosuficiencia. La mirada trinitaria hacia la realidad de los pobres y de los necesitados, apunta hacia el horizonte de la plenitud de comunión mediante la fraternidad, la igualdad, la solidaridad y la comunión de bienes.

La huella de la Trinidad en la comunicación cristiana de bienes es luz para compartir los materiales y vivir el amor a los más pobres.

La comunicación cristiana de bienes hunde sus raíces en el núcleo de la Iglesia. Misterio, misión y comunión constituyen la trama eclesial que se viriliza en la urdimbre de la comunión de bienes. La Iglesia -en expresión del Vaticano II- es en Cristo como un sacramento o señal o instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano. Así la comunicación cristiana de bienes es manifestación del amor eficaz, que encuentra su fundamentación en la Iglesia, misterio de comunión-comunicación del amor de Dios a la humanidad. Historia que tiene sentido: caminar hacia la plena comunión de todos los bienes, comunión que se expresa en concreto en la comunión de bienes económicos y materiales, humanos y espirituales. La comunión de los hombres entre sí, es fruto de la comunión con Dios y la Iglesia es su instrumento.

La comunión de Dios, la Eucaristía

Abordaremos ahora la relación existente entre la comunicación cristiana de bienes y Eucaristía, ya que en ésta es donde la comunicación cristiana de bienes y el compartir tienen su lugar propio, y donde se pone de manifiesto la voluntad definitiva de la comunión de Dios con las personas.

En el Evangelio, el banquete de la vida y el mensaje de Jesús son el cumplimiento de la comunión con los pobres y excluidos. En los siguientes textos del Nuevo Testamento podemos ver la estrecha relación existente entre comunicación cristiana de bienes y Eucaristía. Entre los más representativos está la multiplicación de los panes y de los peces[6], que es al mismo tiempo signo de la Eucaristía y de la solicitud de Jesús ante las necesidades materiales del pueblo. Otros textos bíblicos hacen referencia a los banquetes y a las comidas fraternas; entre otros se encuentran la parábola del banquete nupcial[7], el rico Epulón y el pobre Lázaro[8], las comidas con publicanos y fariseos, la última cena como testamento y testimonio[9], y las comidas de Jesús resucitado, que son encuentro, reconocimiento y misión[10].

Las primeras comunidades, especialmente las de el libro de Hechos y la de Corinto, son el ejemplo más elocuente de la dimensión social de culto[11], en el que el acto central es la fracción del pan. Existe una unión mutua de todos los miembros de la comunidad en una misma fe y una misma salvación, unión que desemboca en compartir los bienes. La armonía ideal entre los miembros de la comunidad consistía fundamentalmente en la comunión de fe, que se traducía en poner los bienes libremente a disposición de todos.

La Eucaristía es celebración y proyecto de comunión con los pobres. En cualquiera de sus dimensiones conduce necesariamente a la caridad, a la unidad, a la fraternidad, a la solidaridad y a comunicar los bienes materiales, en definitiva, a la formación o fortalecimiento del Cuerpo Místico y del Reino de Dios. La Eucaristía, por tanto, nos tiene que ayudar a descubrir y fortalecer las experiencias que tiene nuestro compromiso cristiano en favor de los excluidos de la sociedad y del mundo[12], es celebración y proyecto de comunión con los pobres, hace de nosotros un solo Cuerpo en Cristo, convocándonos a vivir el amor con nuestros hermanos/as. No se puede compartir el pan y el vino eucarístico sin estar dispuesto a compartir la vida entera.

Como eje de la misión de Cristo, de los apóstoles y de la Iglesia entera, el Vaticano II ha propuesto la triple función: koinonía, martiría y diakonía. Respecto a la comunicación cristiana de bienes y la Eucaristía, existe una íntima conexión con la koinonía y la diakonía. La comunión es el misterio que conduce y exige la comunidad en la vida. La verdadera dimensión de la koinonía no es sólo la comunicación de unos bienes sino la comunión y unidad ordenada y fraterna integral y plena, en la vida nueva, como servicio a la comunión y a la unidad integral de la comunidad cristiana. Koinonía en san Pablo es la participación común en el Hijo, en el Padre y en el Espíritu Santo. La manifestación más plena de dicha koinonía se da en la asamblea litúrgica, donde nos reunímos para celebrar la Eucaristía y participar en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. La Eucaristía crea comunión en dos sentidos: el hombre con su Redentor y todos los creyentes entre sí.

La diakonía tiene la función de armonizar y suscitar la acción caritativa y la comunión de bienes, implicando todo en cuanto es signo y acción que realiza el amor de Dios a los hombres en Jesucristo. Esta diakonía expresada de forma elocuente en la fracción del pan y en los ágapes fraternos, viene a ser como la verdadera prueba y verificación de la solidaridad, del amor y de la unidad. Se trata de algo más que la comunicación de bienes, se trata de comunicación de vida. Amar es servir y partir el pan es compartir la vida; comulgar con el Cuerpo y con la Sangre de Cristo es comprometerse con la caridad y compartir los bienes con los hermanos/as. Nadie puede predicar, edificar en la unidad y servir en la caridad si no celebra; nadie puede celebrar si no es fiel a la Palabra, si no vive la unidad de la fe, si no vive la entrega del amor.

La dimensión social es un elemento central, integrante y constitutivo de la liturgia eucarística. La celebración, participación y actualización de la Eucaristía es un indicativo del compromiso pascual social de un Cristo ya cumplido e imperativo de un compromiso pascual social del cristiano todavía por cumplir. La celebración litúrgica eucarística no supone solamente una transformación interna y hacia dentro de la persona sino una transformación externa y hacia fuera, de las relaciones interpersonales, sociopolíticas y hasta cósmicas. En la estructura ritual de la Eucaristía destacan por su carácter social los siguientes elementos: el rito penitencial, la homilía, la oración de los fieles, la colecta y presentación de dones, el Padre Nuestro, el rito de la paz y la comunión. Cada uno de estos elementos representa acciones solidarias en un amplio sentido.

El servicio social que Dios ha realizado en Cristo y actualizado en la Eucaristía debe ser continuado por la Iglesia y por todos los fieles, que deben estar dispuestos a compartir los bienes con los necesitados, a ser misericordiosos, caritativos y solidarios con ellos, promoviendo en todo momento la libertad, la justicia, la paz y la reconciliación.

En torno a la mesa de la Eucaristía, animados por el Espíritu, podemos sentir y vivir la nueva familia del Reino: todos los hijos de Dios Padre, todos hermanos los unos de los otros, todos reconciliados, todos compartiendo el mismo pan. Por medio de la Eucaristía entendemos que el pueblo de la nueva alianza es una fraternidad sin exclusiones, en la que en la asamblea eucarística, los últimos tienen los primeros puestos. Y que es el Señor quien constituye esa nueva familia, esa nueva fraternidad. Por eso la Eucaristía rehace la nueva fraternidad en la que no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que somos todos uno en Cristo Jesús. Las comunidades cristianas, por tanto, hemos de tomar conciencia mucho más viva de que la celebración de la Eucaristía es una proclamación de la fraternidad querida por Jesús y un recuerdo de las exigencias concretas de la justicia de Dios. La comunidad que parte el pan es una comunidad donde los bienes deben ser comunicados y ponerse al servicio del necesitado.

El culto eucarístico se sitúa en relación con el amor, característica que ha de identificar a todo cristiano. La relación entre culto y existencia es la que hace que el comportamiento sea indisociable de la celebración eucarística. No se puede desvincular la comunión con Él de la comunión con el hermano. El pan de la ofrenda en el altar es fruto de un trabajo, fruto de laboriosidad, pan que sacia el hambre material y el hambre espiritual. Por lo tanto, tenemos que celebrar la Eucaristía poniéndola al servicio de Dios y de los más necesitados.

Cauces de comunicación

La comunicación cristiana de bienes, desde el punto de vista de los fieles cristianos y en su dimensión moral individual, aparece como forma de cumplir unas obligaciones básicas de nuestra situación en relación con los bienes que poseemos y en relación con Dios, su único propietario absoluto. La comunicación cristiana de bienes, en el caso de los bienes materiales, es un deber de caridad respecto a Dios.

Los cauces para realizarla son:

a) Colaboración en el desarrollo y en el progreso del amor humano en la sociedad.

b) Colaboración en el desarrollo y progreso del amor sobrenatural en la sociedad y en el Pueblo de Dios.

c) Contribución en el proceso económico y social que acontece la sociedad a la que pertenece. Esta contribución presenta diferentes cauces de realización:

- Participación personal en el proceso económico mediante el desempeño de las diferentes funciones profesionales.

- Contribución personal en el proceso económico mediante la adecuada aplicación de los bienes económicos propios que se refieren a la producción y el consumo.

- Participación personal en el proceso social mediante el cumplimiento de las distintas funciones sociales: orden familiar, orden cívico, orden público, orden social.

- Participación económica en el proceso social mediante el cumplimiento de las funciones sociales indicadas.

d) Cooperación en la implantación de unos cambios estructurales.

e) Cooperación en la atención o solución de problemas humanos y sociales que en el proceso económico y social se producen:

- Mediante la comunicación cristiana de bienes directamente con los más necesitados.

- Mediante la aportación de sus bienes a la puesta en común que la comunidad humana realiza en beneficio de los necesitados.

- Mediante la aportación de sus bienes a las acciones y realizaciones, públicas o privadas, encaminadas a solucionar los problemas asistenciales y sociales.

- Mediante la colaboración personal en la gestión de la puesta en común de bienes y su aplicación a las necesidades que la Iglesia realiza.

- Mediante la colaboración personal en la gestión de recursos públicos y privados puestos a disposición de la solución de los problemas asistenciales y sociales.

CONCLUSIÓN

En este mundo actual, con este escenario económico y social, la comunicación cristiana de bienes debe ser una exigencia para todos/as. Los necesitados y los pobres deben participar en los bienes de la creación, colaborando todos en su desarrollo y en su justa distribución. En una sociedad como la nuestra, socialmente desigual, culturalmente pluralista y religiosamente secular, es urgente y necesario hablar del destino universal de los bienes, a los que toda persona tiene derecho. Urge colaborar en un modelo más fraterno, más simétrico, más humano-divino, colaborando en la creación de bienes, su comunicación y, en su caso, exigir su justa distribución: cada uno según sus posibilidades, a cada uno según sus necesidades. Debemos contribuir a promover una cultura de comunión por encima de toda diferencia de raza, cultura o credo. Por lo tanto, la acción pastoral no puede prescindir de este gesto que sacramentaliza la comunión de la única Iglesia, que camina preparando la única mesa en común del Reino, donde todos/as se sienten en torno a Jesús el Señor. La comunicación cristiana de bienes es fermento de la nueva creación y se dispone a recorrer por la historia los caminos que conducen a la consumación, cuando el Hijo entregue el Reino al Padre, para alabanza de la gloria de su gracia.

Revista de Pastoral Juvenil: produccion@icceciberaula.es

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ECLESALIA, 5 de abril de 2004

 ‘PASAR HACIENDO CAMINOS’
Circular fraterna 2004

PEDRO CASALDÁLIGA, obispo

SÃO FÉLIX DO ARAGUAIA (BRASIL).

ECLESALIA, 05/04/04.- Las cartas y los mensajes de solidaridad se han ido acumulando, en el corazón, en las carpetas y en el ordenador, y reclaman hace días una merecida respuesta. Mía y de toda nuestra Iglesia de São Félix do Araguaia. Para todas las personas y entidades que nos vienen acompañando, con tanto cariño, en estos meses de ansiedades. ¡Qué bueno es, cantamos con el salmo, sentir sobre la vida el óleo de la comunión fraterna!.

Yo esperaba poder responder con noticias concretas, tanto sobre el problema de los indígenas Xavante como sobre la llegada de un nuevo obispo a la Prelatura. Pero “las cosas de palacio van despacio”, en la Sociedad y en la Iglesia. La causa Xavante está en manos de la lenta justicia, de audiencia en audiencia, de laudo en laudo, mientras las familias Xavante esperan, apostadas al margen de la carretera, hace meses. La sucesión episcopal, a su vez, se está fraguando en el secretismo de los recovecos canónicos. “¡Qué surrealista es todo eso!”, ponderaba un muchacho solidario.

¿Novedades?

Los días 2 y 3 de marzo, aniversario de la victoria de los “posseiros” sobre la hacienda Codeara, celebramos en Santa Terezinha, con mucha unción, el 25 aniversario de la muerte pascual del P. Francisco Jentel, “testigo del Evangelio, defensor del Pueblo del Araguaia, pionero del verdadero progreso en nuestra región”. En nombre del CIMI y de la CPT, nos acompañó Dom Franco Masserdotti, presidente nacional del Consejo Indigenista Misionero.

Además de las amenazas ya conocidas que nos han rondado últimamente, el P. Geraldo Magela Ribeiro, redentorista, fue agredido físicamente en plena calle de Confresa, por su empeño pastoral en combatir la corrupción.

Toda la región de la Prelatura se ha visto afectada por las inundaciones, con muchas familias desabrigadas y cortadas todas la carreteras que dan acceso a varios municipios. ¡Llevamos 35 años andando por “malos caminos”!

En el ancho mundo, la dictadura macroeconómica, la globalización neoliberal, sigue fracasando a la hora de resolver los problemas mayores del hambre, la violencia y el desempleo. Cunde el pesimismo en el planeta, según la encuesta de Gallup, realizada para el Foro Económico Mundial de Davos. La gran mayoría humana cree que la próxima generación vivirá en un mundo menos seguro y que su respectivo país es menos próspero hoy que hace 10 años. (Lo que no impide que suban las bolsas y que los operadores y banqueros reciban primas sustanciosas...). Oportunamente el Secretario General de la ONU, Kofi A. Annan, recordaba a los países “más privilegiados” que hay otro terrorismo más extendido y escandalosamente tolerado (y producido sistemáticamente): “las amenazas más familiares de la pobreza”.

Hay muchos conflictos ignorados, muchos son los muertos que no aparecen en la televisión y son muchos los días 11, además del 11 de septiembre y el 11 de marzo. Mas de 10 millones de niños mueren cada año por enfermedades prevenibles. “Cada 7 segundos muere de hambre un niño menor de 10 años. Cada una de esas muertes es un asesinato”, afirmaba Jean Ziegler, relator especial de la ONU para el Derecho a la Alimentación. África es un verdadero holocausto silenciado. La política y los medios de comunicación continúan siendo manipulados por los poderes económicos y la desinformación al servicio de esos poderes prolifera sistemáticamente en un mundo superinformatizado. Los incipientes gobiernos de izquierda, en Nuestra América, se consumen entre los propósitos y la impotencia.

También en la Iglesia (en las Iglesias) se arrastra un cierto pesimismo, manifestado en encuentros más o menos marginales y en reivindicaciones impacientes. Se siente el peso de las “reformas” posconciliares de involución, el final de un largo pontificado, la multiplicación de documentos y controles, la corresponsabilidad siempre pedida y prometida pero sólo muy simbólicamente otorgada. Me llamó la atención saber que se convocaba, en Einsiedeln, un segundo encuentro “para los laicos desilusionados de la Iglesia”. Es, un poco, la vieja cantinela, actualizada: Dios sí, Cristo no; Cristo sí, Iglesia no; Iglesia sí, jerarquía no; jerarquía sí, pero otra. Un comprensible malestar en lo religioso institucional.

Y, sin embargo, la vida se mueve. Y la esperanza continúa siendo un bien común, patrimonio histórico y escatológico de la Humanidad. “Todo es común, incluso Dios” afirmaba Beaudelaire; sobre todo Dios, podríamos corregirle al poeta. Y en esa “comunidad” del Dios común vamos siendo, a pesar de todos lo pesares neoliberales o fundamentalistas, la gran comunidad humana, más libre, más solidaria, más fraterna.

El diálogo también se mueve. Y se mueve en dirección a la Justicia. Dentro del Foro Universal de las Culturas que se celebra en Barcelona, se realiza el tercer Parlamento de las Religiones del Mundo, con el lema de fondo “Caminos para la paz: la sabiduría de la escucha, la fuerza del compromiso”. He leído recientemente un libro de Christian Duquoc, “Cristianismo, memoria para el futuro”. Es evidente que, para que sea una memoria honesta para el futuro, habrá de ser un compromiso serio con el presente. “El futuro nos corresponde a los de abajo”, proclamaba en una entrevista Rafael Alegría, secretario internacional de “Vía Campesina”. Y a mí me gusta repetir que “somos pobres, / pero somos / mayoría y el futuro”. Frente a todas las “alcas” neoliberales e imperialistas, y alargando la mira y la coherencia cuanto sea posible, “nosotros proponemos el Alba”: alma nueva, tiempo nuevo; el otro mundo posible, necesario, urgente.

Estos días me acompañaban, como un ritornelo, quizás por eso de la vejez y de la jubilación, aquellos versos de Antonio Machado, cantados por Serrat: “... pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar”.

Con el cariño y el respeto que el gran Antonio merece, he de corregirle en su angustiada visión: “pasar haciendo caminos”... ¡sobre la tierra, maestro! Murió, el año pasado, el poeta Martí i Pol, una especie de Machado catalán, que nos advertía con humano realismo que “difícilmente caminaremos / con los ojos vueltos hacia arriba”. Sobre la tierra, pues, los ojos y los pies y las manos; aun anclando los corazones en el cielo. Con una bien humorada humildad y con pragmatismo histórico. Sabiendo, con Brecht, que “es precioso cambiar el mundo” y que “después habrá que cambiar el mundo cambiado”. Pero sabiendo, sobre todo, que el Amor tiene la última palabra. María Pilar, una madre que perdió su joven hijo en los atentados de Madrid, escribió en su carta pública: “Somos más los que amamos”, y, entre esos más, está Dios.

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Diario de Yucatán, 5 de abril de 2004

Iglesia y sociedad

SEMANA DE DOLOR Y DE ESPERANZA

RAÚL H. LUGO RODRÍGUEZ

MÉXICO.

¿Qué miras, centinela, en medio de la noche?

Aguardo solo en la quietud del monte. Ya se acerca el Mesías, viene acompañado, lo rodea un buen grupo de hombres y mujeres, vienen de cenar juntos. Su rostro centellea entre la espesa niebla, entre la oscuridad que infunde miedo. Ya se acerca el Mesías, el del verbo encendido, el que expulsó del templo mercaderes y acarició al leproso, el que comió en proféticos banquetes y repartió su pan a pecadores y quebrantó costumbres consagradas. El que lanzó sin miedo su palabra a los vientos y desafió ortodoxias, el que nunca corrió tras la palabra amable ni doblegó su cuello ante los poderosos, aquél que despreció los primeros lugares y se enorgulleció de sus amigos impíos.

¿Qué lloras, centinela, en medio de la noche?

Me duelen los amigos del Mesías, los que lo abandonaron en el huerto y le dieron la espalda. Sufro con la fragilidad de aquellos Doce, y los setenta y dos, y después los quinientos, me duele que contemplen el suplicio y prefieran voltear a otro lado la cara. Me llena de dolor que canten gallos a tiempo y a destiempo, que gane la mezquindad el primer puesto en la carrera de las simulaciones, que las monedas suenen en el piso del templo y suelten su olor de sangre, que las mujeres, las únicas erguidas, las de fidelidad inquebrantable, sólo hayan merecido un puño de versículos y después una plancha de estética litúrgica. Me duele el triunfo de las complicidades y el abandono de la utopía primera.

¿Qué quieres, centinela, en medio de la noche?

Quiero morir con él, quiero asumir su vida, quiero quemarme en el fuego que lo abrasa. Quiero lograr, con una rodilla en tierra, imitar su legado, romper con un solo y audaz gesto la doble crueldad de la exclusión: la etnicidad que marca absurdas jerarquías (sólo los extranjeros lavan los pies del amo) y la inequidad de género (solamente la esposa lava el pie del marido). Quiero lavar los pies morenos de los indios, las heridas sangrantes de las muertas de Juárez (las que no merecieron declaración conjunta de ningún sanedrín, porque su sangre es menos importante que la del film de Gibson), las dolorosas llagas de dos hombres con sida, que murieron con las manos entrelazadas, perdonando y amándose. Esa es la cruz que quiero, la muerte que ambiciono.

¿Qué esperas, centinela, en medio de la noche?

Sueño con que la noche no sea larga, con atisbar la aurora antes de irme, sueño con ver la estrella que aparece cuando el amanecer ya se aproxima. Espero que haya un hombre, una mujer, un niño y una anciana, que hagan rodar la piedra. Sueño que los cansados caminantes que abandonan el Gólgota, que vuelven agobiados a su aldea, que se autoexilian en esta oscuridad que crece y crece con el anuncio de nuevas desventuras, sueño con que no dejen de encontrar a su paso un peregrino de blancas vestiduras, alguien que les comparta el pan y la caricia, alguien que les refresque la memoria y les mantenga la chispa del corazón en vilo. Sueño ¡ay! con el alba, con esa claridad que se desliza como agua entre las manos, sueño con ojos limpios, que me hagan ver la luz que asoma al horizonte y me convenzan que no es espejismo. Que antes de morir, pueda escuchar un canto, recitando a mil voces la estrofa del poeta: “Aquí los convocó la aurora”.

¿Qué miras y qué lloras, que quieres y qué esperas, centinela?

Miro a Jesús y lloro con su pena, quiero seguirle y espero que la hierba no tenga tiempo de crecer sobre su tumba.

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La Vanguardia, 5 de abril de 2004

¿A QUÉ JESÚS MATAMOS?

JOSÉ IGNACIO GONZÁLEZ FAUS, responsable del área teológica de Cristianisme i Justícia

Si en algún concurso televisivo preguntaran: ¿qué se conmemora en la Semana Santa?, la mayoría de los participantes menores de cuarenta años ya no sabría qué contestar.

Alguno más empollón, o que haya oído hablar de la desenfocada película de Mel Gibson, quizá dijera: la crucifixión de Jesús. Pero si seguimos preguntando por qué hay que conmemorar esa muerte tan atroz, destinada a los terroristas, y por qué se la ha recordado durante tantos siglos, muy pocos sabrían qué decir. Quizás algún listillo se escaparía con la bromita clásica: “Masocas que son los cristianos”.

Por si a alguien le interesa acercarse al significado de esa conmemoración, siguen estas líneas. En ellas hay que presentar quién es ese Jesús, y por qué le crucificaron. Para lo primero tenemos cuatro perfiles que han dejado cada uno de los evangelistas: Marcos, Lucas, Mateo y Juan. Al hacer visibles esos retratos, se irá viendo también la respuesta a la otra pregunta.

1.         El Jesús de Marcos puede ser calificado de libertad conflictiva. Es un hombre que atrae, pero se desmarca de muchas expectativas personales, institucionales o religiosas. La gente se pregunta de dónde le viene su libertad. Y Marcos deja claro desde el comienzo que es una libertad para el ser humano: “Lo sagrado ha sido hecho para el hombre y no el hombre para lo sagrado”. De esa libertad, que para Jesús es la única libertad verdadera, brota la autoridad de aquel hombre imprevisible. Por ella, Jesús se estremece y se irrita ante la dureza del corazón humano (Mc 3,5). Y de hecho, es en este evangelio donde más pronto parece tomarse la decisión de “acabar con él”.

2.         El Jesús de Lucas es la misericordia en acción: ningún otro evangelio contiene más insinuaciones sobre la sensibilidad de Jesús, sobre su cercanía a los excluidos, sus relaciones afectuosas y vindicativas para con mujeres y, como reverso, su gran dureza para con los ricos, no como personas pero sí como casta. La misericordia acaba siendo subversiva para los poderes de este mundo; y Jesús es fuertemente censurado por comer con los parias (“con los rojos” dirían hoy). De hecho, la pasión que cuenta Lucas es la que tiene más color político de los cuatro evangelistas. La misericordia subvierte porque consiste de entrada en acercarse a los últimos. Y el Jesús de Lucas parece encarnar la frase de un antiguo profeta bíblico que cita otro evangelista: “Dios quiere misericordia, no culto”.

3.         Al presentar al Jesús de Mateo hay que prescindir de la polémica de este evangelista con el judaísmo de su época. Ciñéndonos a la figura de Jesús, podemos decir que es el dador de sosiego y el liberador de la religión. Sólo Mateo conserva aquellas palabras famosas: “Venid a Mí los que andáis agobiados con cargas y trabajos y yo os aliviaré. Sed sencillos y humildes de corazón y hallaréis sosiego para vuestras almas”. Palabras que el evangelista ha preparado poco antes, aplicando a Jesús otra frase críptica del Antiguo Testamento: “Realmente cargó sobre sí nuestros desfallecimientos y nuestras debilidades”. Este Jesús acogedor tiene una continuidad en la constitución de la Iglesia como acogedora y como liberadora de lo que a veces, por la dureza del corazón de los hombres, acaba siendo el yugo de la religión. Mateo coloca al comienzo y al final de su evangelio dos largos discursos de Jesús: el primero arranca con las bienaventuranzas, que son como las constituciones del discipulado. Y el último contiene una larga diatriba que Mateo dirige contra “escribas y fariseos” pero que apunta en realidad a los ministros de la Iglesia: “Ay de vosotros curas y monseñores, hipócritas” (podríamos traducir hoy): porque coláis el mosquito del derecho canónico y os tragáis el camello de la injusticia y la inmisericordia; porque arrebatáis el dinero de las viudas con la excusa de rezos, porque os gusta ser saludados en las calles y que os llamen padre o maestro...”.

4.         Son tres retratos de Jesús más o menos convergentes. Lo que a estos tres añade el cuarto evangelio (el de Juan) es que ese modo de ser de Jesús significa la Presencia y la Acción de Dios en este mundo. Que en esa humanidad, subyugante pero subversiva, se revela Dios. Eso, que estaba implícito en algunas frases de los otros evangelios, lo explícita Juan de manera provocadora. Y eso es lo que los poderes de este mundo, políticos o religiosos, no pueden tolerar: Jesús no sólo ha de ser quitado de en medio, sino que ha de serlo “ejemplarmente”: condenado en nombre de Dios, como blasfemo. Porque (con lenguaje nuestro) ya no podremos desautorizar al que nos molesta llamándole “rojo”, si resulta que Dios es rojo. Por esta razón, el Jesús de san Juan, si bien parece el más místico y sublime, resulta ser el más conflictivo de los cuatro evangelios. En su condena acaban encontrándose Pilatos y Caifás: el poder político y el religioso. Y ese encuentro revela dos cosas: a) que el ser humano, tanto si es religioso ( “los judíos” dice entonces san Juan sin ninguna intención antisemita, sino sólo aludiendo a los hombres “religiosos”) como si no lo es, no está dispuesto a aceptar un Dios como el que se hizo presente en Jesús. Y b) que Dios está dispuesto a dejarse quitar de en medio por los hombres, si éstos así lo quieren.

Esto es lo que se conmemora el Viernes Santo. Y en nuestros días, ese significado se ve cumplido en la casi total ausencia de Dios en estas fiestas. De modo que, por el anverso o por el reverso (tanto si se conmemora como si no), el Viernes Santo hará presente la muerte de Dios a manos de los hombres.

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ECLESALIA, 7 abril de 2004

LA PASIÓN DE JESÚS, HISTORIA, TESTIMONIO Y VERDAD

MARCELO BARROS, Monje benedictino (Traducción de José María Concepción, del original “A paixão de Jesus, história, testemunho e verdade” publicado en el informativo “REDE de CRISTÃOS” el 05/04/04 cuya dirección de correo electrónico es bolrede@terra.com.br)

BRASIL.

ECLESALIA, 07/04/04.- Ser Cristiano es seguir a Jesús como discípulo/a en las opciones fundamentales de vida y recibir del Padre el Espíritu Santo, energía de amor divino que nos torna capaces de amar como Jesús y que nos diviniza. Los antiguos pastores de las Iglesias definieron esta fe como camino, itinerario espiritual, que puede ser expresado de diversas formas. Cada Iglesia o comunidad recalca más éste o aquel aspecto. Quien asegura que el sol nace a las 6 y se pone a las 18 horas es creíble tanto como quien prefiere hablar del movimiento que la tierra hace sobre si misma a medida que gira alrededor del sol. Ningún lenguaje es absoluto. No se debe absolutizar una forma de hablar. Sería confundir una expresión de la verdad con la propia verdad la cual está más allá de todas nuestras pobres formulaciones. Nadie abarca la verdad total. Uno siempre puede aprender algo con el otro, así como también él puede contribuir.

Si es así, discúlpenme los que interpretan los textos bíblicos al pie de la letra, porque no creo que sea la sangre de Cristo lo que salva la humanidad. No puedo creer que Dios precisase que Jesús sufriese de aquella forma y muriese como un condenado para salvar el mundo. Lo que salva el mundo es el amor. La única pasión capaz de salvar la humanidad es el apasionamiento, que, conforme al Evangelio de Juan, es la clave de lectura más apropiada para entender todo lo que ocurrió con Jesús. “Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que llegaba la hora de pasar de este mundo al Padre, después de haber amado a los suyos del mundo, los amó hasta el extremo.” (Jo 13, 1) Este amor radical, que fue hasta el extremo a donde el amor puede llegar, tomó la forma de la propia entrega. No porque no amara la vida o le gustase sufrir. Menos todavía por creer que Dios es sádico o cruel y se deleita viendo sufrir y morir a su Hijo, como precio para aplacar su ira con la humanidad pecadora.

Desde el inicio de la Iglesia, la cruz de Jesús provoca polémica. Hiere la imagen tradicional de Dios y reprueba cualquier religión que engaña a las personas prometiendo milagros y buenos resultados económicos. La cruz de Jesús denuncia a Dios pues parece no proteger a los suyos. Ya en su tiempo, Pablo escribió: “El hecho de Jesús haber sido crucificado es escándalo para los judíos y locura para los paganos” (1 Cor 1,23)

En estos días, la pasión de Jesús es motivo de debate por causa de la forma como ha sido narrada en el film de Mel Gibson. Respeto a quien le haya gustado pero continúo prefiriendo el viejo “Evangelio según Mateo” de Pasolini. Mel Gibson, al interpretar los Evangelios al pie de la letra y privilegiar algunos pasajes, olvidando otros, atribuye la condenación de Jesús a los judíos e imagina al diablo como un ser andrógino. De este modo se pronuncia contra el mismo Dios, acusándole de utilizar el sufrimiento del justo para salvar al mundo. Así da la razón a los intelectuales que acusan a la religión de ser la causa de la intolerancia y violencia en la historia y en el mundo actual.

Amo mucho a los Evangelios, pero se que fueron escritos al menos 50 años después de los hechos narrados. Nunca tuvieron la pretensión de ser biografías. Fueron dirigidos a diferentes grupos y en contextos culturales distintos. Cada evangelista narra la pasión a partir de prismas tan diferentes uno de otro que no pueden ser armonizados artificialmente. Mateo narra la pasión como sufrimiento de un profeta. Por el contrario, Lucas muestra a Jesús, en su pasión, acompañado por discípulos e mujeres. Cuenta que las mujeres lloran y Él las consuela. Un ladrón pide perdón en la hora de la muerte y, en la cruz, Jesús ora: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”. Según Marcos, Jesús fue crucificado a las nueve de la mañana. Para Mateo y Lucas, fue al medio día. Mateo y Marcos dicen que la última palabra de Jesús fue: “Dios mío, Dios, ¿por qué me has abandonado?” Lucas dice que Jesús oró: “Padre, en tus manos entrego mi espíritu”. Sin hablar de Juan que sigue una lógica totalmente diferente.

Como algunos predicadores en sus sermones, la película de Gibson mezcla relatos evangélicos sin ninguna preocupación histórica ni exegética. Por eso acaba insistiendo en elementos que cualquier fundamentalista puede descubrir en los Evangelios: acusación a los judíos, la justificación de la violencia como necesaria a la realización del proyecto de Dios y la valorización de la culpa como instrumento de conversión de la humanidad.

En los años 80 de nuestra era, los grupos cristianos formaban parte de la sinagoga y los jefes del judaísmo los consideraban herejes y enemigos. Parece que, en las comunidades judaicas de la época, había hasta oraciones que maldecían a los seguidores de Jesús. Muchos cristianos de fe judía entraron en crisis y algunos hasta dejaron el grupo cristiano. En este contexto, los Evangelios entran en la polémica y dicen que aquellos que persiguen a los cristianos son los mismos que persiguieron a Jesús. Narran la pasión de Jesús de un modo que disminuyen la responsabilidad de los romanos en la condenación de Cristo y acentúan una presunta culpa de los jefes religiosos de Jerusalén. El cuarto Evangelio sólo llama “judíos” a los dirigentes del templo, aliados estratégicos de los gobernantes romanos en la explotación del pueblo. A éste, el Evangelio le da el nombre de ‘israelita”. Natanael es un verdadero israelita en el cual no hay falsedad y llama a Jesús ‘rey de Israel”, María y los discípulos son israelitas (Juan 1, 47-49). Me parece deshonesto citar este Evangelio y hablar de los judíos como los que insistieron en la condenación de Jesús sin hacer distinción, principalmente en un contexto político internacional en el cual, al contrario que antiguamente, el Estado que persigue a los palestinos se llama Israel, mientras que el pueblo civil y los grupos religiosos se llaman judíos.

En realidad, la pasión de Jesús fue un asesinato, perpetrado por el poder político romano con la complicidad de la cúpula del poder religioso judaico de la época. No sabemos los detalles. Todo lo que los Evangelios cuentan de la pasión, ciertamente se basa en los hechos, pero tienen más valor parabólico y simbólico. No es una crónica o reportaje periodístico.

Quien es cristiano cree que Dios nos salva a través de Jesús. Esta salvación no es librarnos del infierno, parábola superada de un castigo contrario a la misericordia divina. Jesús nos trae una salvación con plenitud de vida y felicidad. Jesús nos salva al revelarnos a Dios, nos enseña a relacionarnos íntimamente con Dios. Él nos salva porque en Él descubrimos un modo de vivir más humano y feliz, basado en el amor –solidaridad, en la justicia, en la paz y en la comunión con el universo.

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ECLESALIA, 7 abril de 2004

LAS PREGUNTAS DE LOS NIÑOS

NÉSTOR ZUBELDÍA, salesiano, párroco en la basílica del Sagrado Corazón de Jesús

LA PLATA (ARGENTINA).

ECLESALIA, 07/04/04.- Cuando aquella tarde entré en el amplio teatro convertido en sinagoga para la fiesta judía del año nuevo (“Rosh Hashaná”) y vi a los niños ataviados con su “kipá” y jugando ruidosamente con los autitos en los pasillos, recordé enseguida el “patio de juegos” que se forma frente al altar en nuestras misas dominicales y descubrí que judíos y cristianos teníamos otro elemento en común que hasta entonces no había sospechado.

Tal vez por eso el milenario y espléndido ritual doméstico de la cena judía de pascua (el “séder” de “pésaj”) prevé más de una vez la participación de los niños. Una de esas ocasiones, apenas comenzada la celebración, la dan las preguntas que los niños hacen a sus padres sobre el significado de esa noche tan especial. Aunque comenzó allá por la edad media, es una tradición enraizada en el Antiguo Testamento: “Acuérdate de los días de antaño, considera los años de muchas generaciones, interroga a tu padre, que te cuente, a tus ancianos, que te hablen”.

Como ya lo había visto hacer en otras comunidades cristianas que celebran una extensa y festiva Vigilia Pascual durante toda la noche del sábado hasta el alba del domingo de Resurrección, el año pasado me pareció buena idea incorporar las preguntas de los niños a nuestra vigilia pascual cristiana. Las cantaron Julián, Marilina y Almendra, los chicos de Mario, repitiendo con la melodía tradicional judía, aquellas preguntas llenas de simplicidad infantil:

-          ¿Por qué esta noche es diferente de todas las otras noches?

-          ¿Por qué todas las otras noches nos vamos a la cama, después de haber cenado, pero esta noche hemos ayunado?

-          ¿Por qué todas las otras noches nos vamos a la cama pronto, pero esta noche estamos levantados?

-          ¿Por qué todas las otras noches no esperamos nada pero esta noche estamos esperando?

La tradición judía ha llegado incluso a “tipificar” a los niños según sus preguntas en la noche del “séder”. Podrían representar al hombre en las distintas etapas de la vida. Así aparecen el niño sabio, con sus preguntas eruditas; el niño rebelde, con sus preguntas irónicas; el simple de espíritu, lleno de inocencia ,y el que no sabe cómo preguntar, que aún está encerrado en sí mismo. Para cada uno habrá esa noche una respuesta apropiada, que a la vez resultará útil a toda la familia reunida en torno a la mesa.

Tres papás respondieron a los tres chicos en la noche de nuestra Vigilia. Y me gustaron tanto sus respuestas que pensé valía la pena compartirlas:

-          Mario (Grassi) les respondió que “estamos levantados porque es Pascua. Y Pascua es la fiesta de la vida. Vida que triunfa sobre la muerte y vida más allá de la muerte. Porque Cristo resucitado vence a la muerte”. Y les dijo también que por eso confiaba en que su esposa (María del Carmen, mamá de los tres niños, fallecida de cáncer en diciembre de 1997) estaría esa noche haciendo Pascua con nosotros.

-          Silvia (Castillo), cuyo esposo Omar perdió la vista hace cinco años, le respondió a los niños también con pocas y oportunas palabras: “Estamos celebrando porque es Pascua. Y Pascua es la luz que triunfa sobre el dolor y la oscuridad”.

-          Por último, Pancho (Arreguy). Le pedí que respondiera a los niños cuando ya había comenzado la celebración. Pancho, que en 1992 sufrió una hemiplejia y desde hace unos años trabaja en el área discapacidad de la municipalidad local, se había quedado sin lugar donde sentarse. Entonces aproveché la ocasión y le cambié una silla por una respuesta a los chicos: “Pascua -les dijo- es un salto a la vida”. Ni que se hubieran puesto de acuerdo.

Cuando llegó el momento de las palabras del sacerdote (esa noche el “patio de juegos” delante del altar estaba en su esplendor, con velitas y todo), casi me limité a comentar las respuestas a los niños. Precisamente la palabra hebrea “Pésaj” (Pascua) quiere decir “paso, salto”, para atravesar el Mar Rojo, para pasar de la esclavitud a la liberación, de las tinieblas a la luz, de la tristeza a la alegría, del pecado a la gracia, de la muerte a la vida. Para liberarnos de todos los faraones, el de Egipto, los actuales, y nuestro propio “faraón interior”.

Esa noche de Pascua, los papás, como saben hacerlo, respondieron a los niños no desde teorías o leyendas, sino desde su propia vida.

Y nos ayudaron a todos a dar “un salto a la vida”, a abrir el corazón a la Pascua que trae el Resucitado.

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ECLESALIA, 7 de abril de 2004

MUJERES CONSOLADAS POR JESÚS

Via Crucis, versión femenina y libre

MARI PAZ LÓPEZ SANTOS, pazsantos@wanadoo.es

ECLESALIA, 07/04/04.- “Le seguía una gran multitud del pueblo y de mujeres que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:”Mujeres de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos”. (Lc 23, 27-28)

Así que tenemos “una gran multitud del pueblo” por un lado y, por otro, “de mujeres”... Curiosa fórmula la que utiliza el mensajero. Multitud englobaría sexos, tallas, edades, colores, clases sociales... todo. Por tanto, podemos entender que quería poner especial énfasis en que había muchísimas mujeres.

¿Quiénes eran esas mujeres que se atrevieron a seguir a Jesús en el camino hacia la muerte? ¿Tenían nombre? ¿Las conocía Jesús?... tuvo que volverse para consolarlas. Normalmente te vuelves cuando ves a alguien cuya cara te resulta familiar. ¿Quiénes eran esas mujeres de Jerusalén que osaron hacer el recorrido más lamentable y doloroso de la vida del Maestro? ¿Eran solamente de Jerusalén? ¿De donde venían?.

Buscando y buscando en los Evangelios he llegado a la conclusión de que, efectivamente, debieron ser multitud. Mujeres entristecidas y llorosas sin poder creer lo que sus ojos veían. Puede que haya quien diga –queriendo quitar importancia- que eran plañideras, que sin duda las había, pero ¡una multitud!.

De algunas sabemos, al menos, su nombre. María, su madre, María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de José, Maria de Cleofás, Salomé, la Verónica; y, a otra, la conocemos por el apellido familiar, la madre de los Zebedeos. .

Las mujeres en los tiempos de Jesús –como en otros tiempos- no tenían ni voz, ni voto, ni nombre, ni palabra. En nuestros tiempos –seamos serios- pasa lo mismo en las más diversas latitudes, en medios políticos, económicos y eclesiásticos.

Metida en faena, al hilo de la vida activa de Jesús, fui buscando quienes eran esas mujeres que no huyeron cuando las cosas se pusieron bien feas.

A estas he encontrado:

La suegra de Pedro un día, estando enferma, Jesús se le acercó, tomó su mano y su fiebre desapareció. Estoy convencida de que esta mujer estuvo entre la multitud y miraría a un lado y a otro intentando encontrar a su yerno.

La samaritana que, cuando descubrió el agua que quita la sed de verdad, dejó el cántaro. En un idioma actual diríamos que “pedió los papeles” y fue a contarlo. Sería increíble, por tanto, pensar que esa mujer no siguiera a Jesús todos los días de su vida después del encuentro en el pozo y en el camino al Calvario.

La adúltera, cada día de su vida debió ser una acción de gracias a aquel “profeta” que en silencio escribía con el dedo en el suelo, mientras los demás gritaban y con sus sabias palabras la salvó de morir lapidada.

En aquella multitud llorosa y entristecida estarían, seguro, la cananea que un día rogó insistentemente a Jesús – hasta ponerse, incluso, pesada- para que sacara el demonio que atormentaba a su hija, y por supuesto, su hija.

La mujer de la parábola que perdió la moneda y al encontrarla, entendiendo su “valor real”, cambió la percepción de su vida. Allí estaba. Y aquellas cinco muchachas que fueron espabiladas en su día teniendo listas sus lámparas, también acompañan al ahora maltratado y maltrecho Novio de la parábola.

La hemorroisa quiso acercarse a tocar nuevamente a Jesús, pero esta vez no el manto para curarse –ya estaba curada- sino el cuerpo de Jesús para aliviar con ungüento sus heridas.

Caminaba, bien erguida, la mujer que anduvo encorvada; miraba a Jesús, agachado y sin fuerzas, y no lo podía creer; y aquella viuda pobre que avanzaba con Jesús dándole lo que tenía ese día -era su norma de vida- lágrimas y compañía.

La mujer que un día derramó su frasco de perfume seguía de cerca al Hombre que la miró en lo profundo y la defendió ante los que la despreciaba. Seguían despreciándola pero ella no era la misma, había sido mirada con amor y sabía bien quien era. El corazón se le partía y nuevamente las lágrimas inundaban su cara.

Hay dos mujeres que, aunque sabemos sus nombres, no figuran en los relatos de la Pasión, ellas son Marta y María de Betania, las hermanas de Lázaro, amigas del círculo más íntimo de Jesús. Sufrían su pasión, el era su amigo, su Maestro y ya habían recorrido juntos el camino de la vida: encuentros, celebración, palabra, oración, muerte y desolación... ¿cómo no iban a estar entre las cabezas de aquella multitud?

Con nombre o sin nombre he presentado un buen número de mujeres que juntas, en grupo, de ninguna manera podríamos denominar “multitud”.

Cierro los ojos tratando de imaginar la escena y veo una masa anónima compuesta por mujeres que un día le oyeron decir: “Bienaventurados...”; mujeres que comieron pan y pescado en un valle o al lado del camino y ayudaron a recoger las canastas; mujeres que escucharon sus parábolas en las plazas y las escrituras en la sinagoga, desde el sitio de las mujeres. Las mismas mujeres que le recibieron con palmas a la entrada de Jerusalén, días atrás.

Quien se adentre en la esencia de lo femenino descubrirá que cuando una mujer cree en algo o en alguien... cuando encuentra una causa por la que luchar... si una mujer descubre el sentido de su vida... inicia un camino que le llevará a saltar obstáculos y vallas; sorteando dificultades, dolores, incomprensiones, injusticias y desalientos; luchará de las formas más creativas y sofisticadas que se le ocurran para acompañar, cuidar, denunciar, protestar, reivindicar, gritar...unas veces con la palabra, otras en silencio, con lágrimas o con sonrisas. En definitiva, andará el camino del amor hasta sus últimas consecuencias.

Jesús estuvo bien acompañado. Se volvió hacia ellas al reconocer tantas miradas y sufrió por el sufrimiento de aquellas mujeres, y en ellas el de muchas otras de épocas por venir.

- - -

En este Viernes Santo de 2004 dedico esta reflexión a todas las mujeres que sufren maltrato físico, psíquico o cultural; a las que se prostituyen para sacar adelante a sus hijos; a las que acompañan, escuchan y cuidan enfermos y ancianos en lo escondido de sus hogares; a las que socialmente son valoradas y utilizadas sólo por su cuerpo; a las que son discriminadas por razón de su sexo para la misión sacerdotal y, en fin, a todas aquellas que alguna vez se hayan sentido infravaloradas, despreciadas y marginadas por el hecho de ser mujeres.

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ECLESALIA, 12 de abril de 2004, primer lunes de pascua.

EL AMOR NOS DA LA RAZÓN

Vigilia Pascual, Casasola 2004

DOMINGO PÉREZ

CASASOLA (ALBACETE).

ECLESALIA, 12/04/04.- 

Después de extasiarnos con el fuego,
de oler humo blanco del romero verde crepitando,
de escuchar palabras de esperanza,
en esta noche de tristeza y miedo,
de muerte, de separación, de angustias, de soledad...

El amor nos da la razón
Acude a nuestra inteligencia para que no se deje embotar por el ruido de un sistema que no quiere que pensemos,
fortalece nuestra sensibilidad para divisar los verdes matices de la vida que brotan en el secarral,
nos da la limpieza de corazón necesaria para para entrar en la hondura de las personas que nos rodean.

 

El amor nos da la razón
El amor nos mantiene fieles a la voz interior que nos grita que lo nuestro es la plenitud, no la muerte,
nos facilita la apertura a la trascendencia mostrándola en lo más profundo de nuestro ser,
nos llama continuamente a ser coherentes en la gratuidad y la donación total.

 

El amor nos da la razón
El amor facilita el diálogo con los hermanos, superando los dogmas inamovibles que quieren pasar por encima de la persona.
El amor nos enraiza a la propia tradición pero suprimiendo puertas y ventanas de nuestra casa solariega.
El amor, sobre todo, nos provoca pasión por los más pobres.

 

El amor nos da la razón
El amor nos hace gritar con terca esperanza: Jesús ha resucitado, 
o sea, el ser humano puede alcanzar la plenitud, estamos hechos para la alegría.
Tantos sufrimientos, sinsabores, sinsentidos, dolores profundos del alma, de todos nosotros, de toda la humanidad 
encuentran su razón de ser en el amor.

 

El amor nos da la razón
El amor es la razón de toda la historia, sobre el amor se unificará la Humanidad.
Nosotros, responsables únicos de nuestra historia, sostenidos por el Amor,
estamos llamados a desplegarlo, llegando a cotas tan altas como la que alcanzó Jesús.
Es la mirada limpia, penetrante y libre del amor la que nos hace gritar: Esta es la noche de VIDA.

 

Alegraos porque...

El amor nos da la razón.

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Diario de Yucatán, 12 de abril de 2004

PREGÓN PASCUAL 2004

RAÚL H. LUGO RODRÍGUEZ

MÉXICO.

 

¡Jesús ha resucitado!
Este es hoy nuestro anuncio
y el anuncio que comparten millones de creyentes
que en todas partes del mundo
conmemoran el triunfo de la vida sobre la muerte

 

¡Jesús ha resucitado!
Y las sonrisas nos brotan por todos los poros
al recordar que la violencia fue derrotada,
que el inocente que ayer fue crucificado
hoy brilla refulgente, derrochando
vida plena por los cuatro costados

 

¡Jesús ha resucitado!
Los niños pueden correr ya sobre una tierra libre,
las gargantas pueden enronquecer gritando ¡libertad!
¡hermandad para todos!
¡aleluya!
El mañana deseado está a la puerta
poblado de verdad y frentes limpias,
y de aires primaverales

 

¡Jesús ha resucitado!
Ha llegado al fin la verdadera vida,
la que podemos vivir sin miedo al hambre,
sin miedo a la ignominia,
sin miedo a la inflación y al quema casas,
sin miedo al agiotista, ni a la enfermedad,
sin miedo a la violencia de los trenes humeantes

 

¡Jesús ha resucitado!
Y en su resurrección estriba nuestra fuerza:
el desafío que hoy nos reta es elegir
entre libertad o esclavitud,
entre democracia o autoritarismo,
entre respeto o discriminación,
entre equidad de género o machismo,
entre pensamiento único y pensamiento plural,
entre desprecio y tolerancia,
entre pobreza y vida digna 

Sí, hermanas y hermanos,
el desafío hoy es entre vida o muerte.
Escuchen este pregón lanzado al viento:
¡Jesús ha resucitado!
Y su resurrección es sólo el comienzo
de una larga aventura.

A nosotros nos queda desmontarla,
bajarla de los cielos a la tierra,
hacerla nuestra herencia,
apropiarnos de su fuerza indestructible,
nutrirnos de su luz.
 

Les anuncio también
que la resurrección es peligrosa,
porque nos hace ver con ojos nuevos
la vida vieja,
porque contagia de indignación los corazones
y nos hace rebeldes,
porque triunfa por encima del desánimo
y la resignación.

Sí, la resurrección es peligrosa
y ha de costarnos cruz.
¡Feliz quien levanta su voz en este día
y asume este mensaje!
¡Felices quienes celebran esta fuerza
y se revisten con ella!

¡Jesús resucitó y eso debiera
bastarnos para cambiar el mundo!

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ECLESALIA, 13 de abril de 2004

CREO EN LA RESURRECCIÓN DE JESÚS, PERO DE OTRO MODO

A propósito de la censura del libro ‘Dios y Jesús’

JUAN JOSÉ TAMAYO, teólogo, director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Ignacio Ellacuría de la Universidad Carlos III de Madrid y secretario general de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII

MADRID.

ECLESALIA, 13/04/04.- Hace algo más de un año la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe, apoyándose en un documento de la Congregación romana para la Doctrina de la Fe -que nunca me fue entregado- publicó una Nota de censura contra mi libro Dios y Jesús. El horizonte religioso de Jesús de Nazaret, en la que se me acusaba de negar la divinidad y el carácter histórico de la resurrección de Cristo. La Nota de condena tuvo un amplio en los medios de comunicación y generó una corriente cálida de solidaridad, que agradezco desde estas páginas, pero dejó algunas dudas en el aire. Con la distancia del tiempo quiero hacer una reflexión serena sobre el libro y sobre aquella censura.

Empezaré por decir que no existe un solo texto en el libro que niegue ni la divinidad ni la resurrección de Jesús de Nazaret. Lo que hago es presentarlas con categorías propias de la cultura actual, para una mejor comprensión del mensaje cristiano, desde la opción por los excluidos y en diálogo intercultural e interreligioso.

Para llegar a la condena de Dios y Jesús, los censores manipularon, y en algunos casos falsificaron, mis textos, hasta hacerles decir lo contrario a lo que dicen. Los errores no se encuentran en las páginas del libro, sino en la mente y en los textos de los censores. Para demostrar que reduzco la persona de Jesús a mero líder humano se cita este texto: Jesús es una “persona que cree con fe limitada”, cuando yo digo lo contrario: “Jesús aparece aquí como una persona que cree con fe ilimitada (p.45). Y no se diga que es un error de trascripción, porque en la cita se hace descansar la fuerza de la argumentación episcopal. Se me acusa de presentar a Jesús como una “persona normal y corriente”, cuando la frase completa y literal del libro es: “Los poderosos no soportan que un hombre normal y corriente quiera mutar los destinos decididos por el poder” (p.71). No sé qué reducción ven aquí los obispos de la Comisión. Os ahorro al lector otras manipulaciones de similar o mayor calado para no cansaros.

Sin resurrección no habría cristianismo. ¿Quién va a negarlo? De principio a fin del libro afirmo la resurrección, que es inseparable de su divinidad: “Según el Nuevo Testamento, Jesús es constituido Hijo de Dios por la Resurrección” (p.146). Estamos, ciertamente, ante una cuestión compleja que no admite respuestas simples. Un teólogo no puede limitarse a afirmar o a creer. Para eso con recitar el Credo sería suficiente. En cuyo caso no se necesitaría la teología. Los teólogos y las teólogas debemos estudiar los textos fundantes a través de los métodos histórico-críticos, interpretarlos, preguntar por su significado y descubrir su sentido hoy. En el tema de la resurrección las interpretaciones han sido plurales, ya desde el propio Nuevo Testamento, y lo siguen siendo hoy. El problema no se plantea en el terreno de la fe, que los teólogos no osamos poner en cuestión, sino en el de la hermenéutica, que es como el "abc" y la gramática de la teología.

Las acusaciones contra los teólogos de negar la resurrección han arreciado en los últimos cuarenta años, justo después del concilio Vaticano II, y yo he sido el último inculpado. Pero yo no niego la Resurrección, como tampoco lo hacen otros colegas acusados de similar negación. Lo que no aceptamos es que se entienda como la reanimación de un cadáver y la vuelta de Jesús a la vida cotidiana en las mismas condiciones anteriores a su muerte. Lo que yo quiero decir cuando afirmo que la resurrección no es un hecho histórico es que se sitúa fuera del ámbito de lo empírica e históricamente verificable. El Resucitado no es una persona que pueda detectarse de forma física. ¿O es que la Comisión Episcopal sitúa la resurrección en el plano físico? Me parece que en este campo se está cayendo en un fundamentalismo teológico, cuya característica principal es la renuncia a la interpretación. Y eso significa el final de la teología. Creo en la resurrección, pero de otro modo, más en sintonía ciertamente con la experiencia de los primeros testigos que con la credulidad que intentan imponernos los censores conservadores, más en sintonía con las grandes utopías tejidas por la humanidad a lo largo de la historia que con una fe mitológica que aliena al creyente y lo aleja del compromiso con la historia, más en sintonía con la gran utopía del triunfo de la vida sobre la muerte, de la rehabilitación de las víctimas y con la esperanza de que los verdugos no triunfen definitivamente sobre de las víctimas sobre los verdugos. Eso es la teología para el filósofo de la Escuela de Frankfurt Max Horkheimer.

Una prueba de que no rechazo -y menos frontalmente- la Tradición de la Iglesia en sus definiciones dogmáticas es que en mi libro cito literalmente la definición del Concilio de Calcedonia. Además, mis análisis de este Concilio se basan en cualificados especialistas en historia de los dogmas, como K. Rahner, T. Van Bavel, Joseph Moingt, P. Schoonenberg, que cuentan con un amplio respaldo en la comunidad teológica internacional. El peligro de la Comisión Episcopal consiste en leer el Nuevo Testamento a la luz de las definiciones dogmáticas, lo cual es contrario al propio magisterio eclesiástico. Me gustaría recordar a este respecto lo que afirmaba el teólogo y cardenal Walter Kasper: el evangelio es anterior al dogma y éste debe ser leído a la luz de aquél. En este punto la Comisión ha podido caer en un fundamentalismo niceno-constantinopolitano.

La acusación de arriano, una de las que más ha calado en la opinión pública, no puede ser más gratuita. Para llegar a ella falsearon el pensamiento de Arrio y deformaron el mío hasta hacer ambos irreconocibles. La Nota episcopal muestra un desconocimiento de la historia de la teología y de mi pensamiento. Arrio nunca reduce a Jesús a puro ser humano, Para él el Verbo fue creado antes que las demás criaturas, es superior a todas ellas y está más cerca de Dios que ninguna, pero no puede ser Dios, porque si lo fuera el cristianismo dejaría de ser una religión monoteísta. Yo, sin embargo, no niego la divinidad de Cristo. Mal puede ser mi concepción de Cristo una “versión renovada del antiguo error arriano”.

En cierta medida, Arrio lo tuvo mejor que yo, ya que para dilucidar el tema, se le interrogó y se convocó un Concilio, el de Nicea (año 325), que falló en su contra con la ayuda del emperador Constantino. En mi caso, ni se me ha interrogado, ni se ha convocado una Asamblea para, tras la discusión, dar el veredicto. Es muy fácil acusar a una persona de arriana, pero resulta difícil probarlo. Sin embargo, quien hace esa acusación tiende a incurrir en la negación de la humanidad de Cristo. Los obispos tienen cierta propensión a acusar a los teólogos de negar la divinidad de Cristo, mientras suelen mostrarse más complacientes con quienes no valoran adecuadamente la humanidad de Jesús de Nazaret y convierten a éste en un mito ahistórico.

Mis censores utilizan un lenguaje sacrificial, dogmático y patriarcal: redención, sacrificio, reparación, hombre. No emplean ni una sola vez palabras como liberación, libertad, justicia, fraternidad, comunidad, misericordia-compasión, pobres, opción por los pobres, centrales en el Nuevo Testamento y muy presentes en la mayoría de las tendencias teológicas actuales y en las encíclicas de Juan Pablo II. Tampoco emplean la palabra símbolo, una de las más propias de las religiones y de la teología. Su teología es mítica y ahistórica. Pasan por la historia como por brasas.

La censura contra Dios y Jesús lleva implícita la condena de toda una corriente de teología crítica desarrollada tras el Concilio Vaticano II por los propios teólogos que intervinieron en él y por los discípulos que sintonizamos con ellos.

Una última reflexión todavía. Es necesario incorporar la teología en el concierto de los saberes y de los estudios de la Universidad Pública, como sucede en otros países, y devolverle la autonomía que tuvo en los momentos más brillantes de su historia. Es una de las exigencias del proceso de secularización y del propio cristianismo. Con ello ganaríamos todos, ¡sobre todo la teología!

Invito a leer el libro para comprobar el respeto y la admiración con que hablo de Jesús de Nazaret. Ciertamente no tiene parecido alguno con los libros de piedad que presentan a un Jesús apergaminado y ajeno a la realidad. Se parece mucho más al que nos presentan los evangelios, El centro de atención es la experiencia religiosa de Jesús de Nazaret en cinco momentos clave: el primero, Jesús como persona creyente y sujeto de fe; el segundo, Jesús como persona que espera en la realización de la utopía del reino de Dios; el tercero, la oración como expresión de la confianza de Jesús en Dios Padre-Madre, pero también de las dudas de fe y de esperanza, como se pone de manifiesto en el Huerto de Los Olivos y en la oración de la Cruz ("Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"); el cuarto, el análisis del título de Hijo de Dios y la evolución de su carácter simbólico al dogmático; el quinto, la resurrección como triunfo de la vida y rehabilitación de las víctimas.

Tamayo Acosta, Juan José. Dios y Jesús. El horizonte religioso de Jesús de Nazaret. Trotta. Madrid, 2003, 3ª ed. http://www.trotta.es

Para más información: jjtamayo@terra.es 

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ECLESALIA, 15 de abril de 2004

VIDA Y RESURRECCIÓN

MARÍA PILAR MARTÍNEZ BARCA, escritora y poeta.

ECLESALIA, 15/04/04 .- ¿Nos quedamos en la última cena de Jesús o en el sepulcro? Me viene la pregunta observando los rostros de la gente antes y después de Pascua. ¿Se han transformado en algo? Siempre viví con apasionamiento las pascuas juveniles, ese nuevo brotar de cada primavera, y dejar con el envejecido y ya gastado invierno esa pesada leña que se quemó en la cruz. Hoy quiero compartir mi propia experiencia de regeneración.

“Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres?”… “Ni éste ni sus padres; nació ciego para que se manifiesten las obras de Dios”. Siempre me gustaron tus respuestas, Jesús, tan directas, tan claras. Y es que Dios es el mismo en una silla que haciendo un maratón, pero no siempre lo entendemos. Nací paralítica cerebral. Los fallos médicos o la casualidad me causaron un grave daño en el cerebro que afectaría a mis extremidades y mi forma de hablar. Pero iría creciendo como una princesita, ganando en desparpajo. Casi un año y aún no sostenía la cabeza. Sólo entonces el pediatra confirmó los temores. Mi madre no toleraría culpar nunca a Dios.

Recuerdo una infancia feliz, y mis juguetes: una pequeña cuna de muñecos, un libro de oraciones para niños -“Misalín” se llamaba-, un silloncito azul y blanco y la cartilla, que tan pronto me supe. Comenzaba ya a dar mis primeros pasitos y el sarampión supuso un retroceso. No volvería a andar. Mis padres se empeñaron en educarme como a una hija más; de pequeña no sabía de límites. Nunca fui a un colegio, pero con cinco años ya sabía leer. Tenía mucho tiempo para pensar, tan niña, e ir desgranando cuentos e imaginar historias, y encontrarme contigo, a mi manera. Recibir la Primera Comunión con otros niños, y no en privado, fue todo un logro. Y miraba celosa, a la ventana, una congregación de alumnas que salía, una tarde tras otra, a encontrarse de nuevo con la vida. Y yo seguía allí, tan hacia dentro. A veces me cansaba, me evadía… Iba echando raíces.

Y fue en la adolescencia, en ese puente oscuro que va llevando a otra etapa de luz. No saldría de casa hasta los 13 años, con Auxilia -colonias de verano para discapacitados, el aula colectiva…-. Y luego el grupo juvenil de la parroquia. Años de convivencia, excursiones, y la Confirmación. Siempre había creído, pero nunca sentido ni vivido tan intenso. Las personas ayudan a descifrar las huellas, pero eres tú quien sales al camino o al brocal de la fuente: “Hablabas del amor como de un agua / que manara entrañable de un centro a otro centro, / de alguna fuente oculta a un misterioso mar”. Desde entonces, tus pasos permanecen junto a cada giro de mis ruedas.

En contra de los médicos, que desaconsejaban todo estudio, se me dio una carrera. Los Estudios Primarios y el Graduado Escolar, y el BUP a distancia -entrañables aquellos profesores que venían a casa-. La Selectividad se aproximaba. Entre las tutorías, Literatura y Arte: “Volúmenes, colores, esa imagen / sentada en diagonal respecto al cuadro, / la sombra cincelando el corazón”. Mis padres y mis tíos siempre ahí. Y la Universidad, Filosofía y Letras. Pasillos sin orillas, un aula inmensa, con escalera al fondo, y nuevos compañeros. Me grababa la clase en la memoria. Y luego los apuntes, los exámenes -con una vieja máquina y más tiempo, ocho horas a veces-, y aquel viaje hasta Viena, con la silla de ruedas en el metro… Al fondo siempre tú.

Y me fuiste forjando a fuego lento. Ya de niña escribía versos de cumpleaños. Pero llegó el crisol, el ir cribando, el separar del grano la cizaña -en la escritura sirve-. Artículos, poemas, narraciones… y aquella Flor de agua que sólo tú podías inspirar: “Yo fuera para ti, desde una luz antigua, / esa eterna mujer a quien siempre tendiste / la mano y la esperanza: / la niña entristecida, la enamorada esposa, / o esa madre ya entrada en la estación del luto”. Sólo a través de ti somos algo de todos, porque todos formamos el corazón de Dios.

Ponerme un pantalón o la camisa cuesta lo suyo. Y no digamos ya abrochar los botones o atarme los zapatos. No puedo levantarme sin ayuda, la sopa es muy difícil de tomar. Contaba como anécdota cómo escribí una tesis doctoral de 1.050 páginas con tan sólo dos dedos. Después, la silla de motor, el autobús, las aceras que iban rebajando… Para las conferencias, me sirvo de un esquema, leerlo supondría más esfuerzo.

Y supone aún mas cuando hay escaleras, como en muchas iglesias. O si seguimos viendo diferente, o enfermo, un cuerpo limitado, apartado o más cerca del Reino. Peor, cuando el espejo se oscurece, como escribió Teresa. Porque existen también contradicciones, y luchas interiores: “Querer y no poder. Sentirte vivo / y saber de tu cuerpo como un lastre / que te fuera envarando en esta orilla”. Pero nacimos para ser felices.

Y me llegó el amor, contra toda esperanza, ese de piel con piel y obstáculos y sueños compartidos. Sólo unidos a ti es posible el milagro. No se puede creer sin sentir tus caricias. Oración, sacramentos… esa extraña ternura, esa paz sin riberas, y la serenidad de saberme aceptada hasta el fondo, hasta el centro. Porque también sufriste por mi vida, y cada primavera, cuando la luna llena de Nisán nos impregna de luz, rebrotamos por dentro: “Quedara tu presencia con nosotros, / como un tesoro oculto, en los caminos / que hubimos de arribar hacia el encuentro / del hombre con el hombre. / Al fondo de los campos tardecía”.

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ECLESALIA, 16 de abril de 2004

ELECCIONES, ABATIMIENTO Y ESPERANZA

Nueva carta a Monseñor Romero

JON SOBRINO, 07/04/04

SAN SALVADOR (EL SALVADOR).

ECLESALIA, 16/04/04.- ¿Que pasó el 21 de marzo, Monseñor? Bien conoces los resultados de las elecciones. Ha habido sorpresa, contento, enojo, abatimiento... La derecha lo celebra, y para muchos de nosotros de una manera provocativa: con una misa en catedral, agradeciendo el triunfo a un Dios, cuyos mandamientos no guardó muy bien durante la campaña -y lo celebró a pocos metros de tu tumba. La izquierda se sorprendió, protestó y se enojó, tuvo que aceptar sus errores, y ahora, con más calma, analiza lo que pasó y por qué pasó. Busca recuperarse -ojalá por buenos caminos-, se ha serenado e incluso habla de triunfo en las elecciones por los 800.000 sólidos votos que consiguió.

También los expertos analizan lo ocurrido, y bueno es que lo hagan con competencia. Pero siempre queda la pregunta para la que no hay muchas buenas respuestas. “¿Y el pueblo? ¿Dónde queda el pueblo en todo esto?”. Suele estar presente en los discursos, pero éstos no llegan a tocar lo profundo de la realidad donde están los pobres. Por eso nos volvemos a ti, Monseñor. No fuiste experto en política, pero nos puedes dar luz, una luz difícil de encontrar en otra parte. Tu gran amor, tu cercanía, tu entrega, te dio ojos para ver la realidad más real, la de los pobres, que, con frecuencia, se nos escapa.

Los pobres de siempre. “Manipulan muchedumbres porque se le tiene cogida del hambre a mucha gente” (16 de diciembre, 1979), dijiste, y sigue siendo verdad. Y también lo es que los poderosos, los oligarcas, como se decía entonces, los ricos de siempre, “no quieren que les toquen sus privilegios” (4 de noviembre, 1979) y los defienden como sólo se defiende a la divinidad. “Cuando la derecha siente que le tocan sus privilegios económicos, moverá cielo y tierra para mantener su ídolo entero” (11 de noviembre, 1979).

Estas palabras no son explicaciones científicas de lo ocurrido ni ofrecen soluciones pragmáticas para el futuro. Son previas a todo ello, pero, sin tomarlas en serio y sin trabajar por superar lo que denuncian, no avanzaremos mucho. Cambian las formas, pero permanece lo fundamental. Hoy dirías: “Manipulan muchedumbres porque se le tiene cogida del miedo a mucha gente”. Hay miedo a perder el trabajo, aunque sea en las inhumanas maquilas; miedo a que se vayan las empresas y vengan de regreso los salvadoreños sin sus remesas. Este miedo se ha introyectado durante la campaña, y no de fomra subliminal, sino burda. ¿Y qué libertad le queda a la gente? Es infame pero es real. Y junto a ese miedo se ha inculcado también el miedo a que el comunismo venga al país, si gana la izquierda. Nada de eso es muy democrático, pero todo vale con tal de ganar. Con lo cual la democracia tiene que repensar muchas cosas.

Y con todo eso se encubre también el problema fundamental de los pobres: su inmensa pobreza. Como ahora sólo quedan dos partidos, se habla de “polarización” y del peligro de “ingobernabilidad”. Y bien está. Pero no es honrado plantear tales males sólo, ni principalmente, en el ámbito político. “Polarización” puede haber entre demócratas y republicanos en el país del norte, o entre estadounidenses y europeos en el mundo de abundancia, sin que nada importante se derrumbe ni se ponga seriamente en peligro el buen vivir. Pero en nuestro país y en todo el tercer mundo, describir coyunturas políticas como polarización peligrosa encubre el drama mayor: el “antagonismo” cruel entre “los pocos que tienen todo y los muchos que no tienen nada”, como tú formulaste -llevando a sus límites- el clamor de los obispos en Puebla en 1979. Se podrá discutir con mayor o menor acierto -y el PNUD se encarga de ello-, si estamos como en tiempos de Puebla. Pero lo fundamental permanece. Los pocos son los principales causantes, por acción u omisión, de los males de los muchos, a quienes, además, ignoran y desprecian. Y llevamos años de elecciones sin ilustrar sobre esta verdadera polarización del país y sin buscarle solución. Las elecciones ni siquiera proponen caminos de solución a esta polarización. Después de las elecciones los pobres siguen más o menos como estaban.

Y las elecciones muestran además otra tragedia mayor, inhumana y cruel. Más que superar polarizaciones, propician la división entre los pobres, “el trágico espectáculo de los campesinos y sus organizaciones al enfrentarse entre sí”, como lo denunciabas en tu tercera Carta Pastoral de 1978. Y añadías con sabiduría:

“Lo más grave es que no son -única o fundamentalmente- ideologías las que han logrado desunirlas y enfrentarlas... Lo más grave es que a nuestra gente del campo la está desuniendo precisamente aquello que la une más profundamente: la misma pobreza, la misma necesidad de sobrevivir, de poder dar algo a sus hijos, de poder llevar pan, educación, salud a sus hogares”.

Y esto sigue siendo verdad para las mayorías de pobres en el país.

Una Iglesia de los pobres. Ante esta realidad, ojalá reaccionemos todos. Ojalá los partidos, sindicatos, universidades, gremios... sintamos una mayor compasión hacia las mayorías pobres, actuemos con más justicia y justeza. Pero, ya que te escribo a ti, Monseñor, queremos centrarnos en la Iglesia. Con respeto y honradez, nos preguntamos qué ha hecho y qué hace ahora en este país de pobres.

“Queremos una Iglesia que de veras esté codo a codo con el pueblo pobre de El Salvador” (17 de febrero, 1980), dijiste. No queremos, pues, una Iglesia que, por ser abstractamente de todos, a la hora de la verdad va de la mano de los poderosos y se desentiende de los pobres. Y el peligro es real. Hablando de América Latina, dice José Comblin, sacerdote sabio por ciencia y por edad: “En los últimos años el sistema eclesiástico está siempre más en alianza con las clases dirigentes. Hubo un tiempo en que expresaban las aspiraciones populares, pero hoy en día son mucho más reservadas, siguen un poco la política vaticana de ver lo que va a pasar, no comprometerse demasiado con nadie”. Las palabras son fuertes, pero no se puede negar que hay algo de verdad en todo esto.

Necesitamos una Iglesia de los pobres, Monseñor. Cuando tú estabas con nosotros nos preguntábamos como Iglesia “qué hemos hecho y qué hacemos para que el pueblo salvadoreño siga crucificado”, y, sobre todo, “qué vamos a hacer para bajarlo de la cruz”. Es de justicia reconocer que hoy hay mucha gente buena, muchos grupos y comunidades comprometidos con el evangelio, muchos solidarios con los pobres, y con gran mérito de su parte pues no cuentan con viento a favor. Pero hay que hacer más y hacerlo como Iglesia, es decir, como pueblo de Dios, fieles y jerarquía. Pues bien, necesitamos una Iglesia que, como dijo Juan XXIII, sea mater et magistra, madre y maestra, y por ese orden. Y la jerarquía debe tomárselo muy en serio, pues tiende a cambiar el orden. Ellacuría lo explicó muy bien :

“El carácter maternal de la Iglesia dice lo que ella tiene de partera de humanidad y de santidad, de partera de nuevos impulsos e ideas en favor de la liberación... Configurada la Iglesia como pueblo de Dios más por las fuerzas maternales que por las magisteriales dentro de ella, estará en mejor posición para dar su contribución a la liberación de los hombres y de la historia”.

Maternalidad es superar la indiferencia y la inacción que se nos van haciendo connatural ante los problemas de los pobres. Hablamos desde el púlpito muchas veces por encima de la realidad, con palabras de la doctrina social, sí, pero que suenan lejanas y abstractas, poco comprometedoras.

La derecha organiza misas para agradecer a Dios su triunfo, pero la Iglesia no le dice proféticamente su verdad, como tú lo hacías. “Tenemos que condenar esta estructura de pecado en que vivimos, esta podredumbre... Los culpables son precisamente los que mantienen estas estructuras de injusticia social, que hacen perder la esperanza de que se puedan arreglar de otro modo, más que por la violencia”.

Necesitamos una Iglesia maternal, que dé vida al pueblo, que le diga la verdad -también crítica-, que se ponga de su lado, que sufra con él y no aparezca cercana a sus opresores, que le predique el evangelio de Jesús y no verdades abstractas, que le infunda el espíritu de Dios, y no un espíritu que se diluye en mucha música, palmas y jubileos, en muchos programas de radio y televisión, y no llega a aterrizar en la realidad.

Y siendo maternal de esa manera, también podrá ser maestra, y evitará dos peligros. Uno es hablar de la doctrina, como si ya la tuviera bien elaborada, y no tuviese que recibir luz, ciencia, verdad y fe del pueblo pobre. El otro es dar la sensación de hablar como para salir del paso y no enfrentar la realidad, por lo que siempre hay que pagar algún precio. Si algo quisiera pedirte, Monseñor, es que, entre todos fuésemos una Iglesia mas maternal.

La esperanza. Entre los pobres es siempre lo más necesario. Muy bien lo dijo Monseñor Rosa en la misa de tu aniversario, el 24 de marzo, poniéndose del lado de los abatidos. “Estamos con quienes esta noche comparten con nosotros el dolor y la esperanza”. El dolor era evidente, pues era grande el desencanto de quienes pensaban que en estas elecciones sí iban a cambiar las cosas. Lo de la esperanza hay que explicarlo un poco más, pues es un fenómeno muy especial de este pueblo. Siempre encuentran algo a que agarrarse, y en esa esperanza siempre estás tú presente.

Contó Monseñor Gregorio Rosa que ese día se había encontrado en la cripta con dos señoras. “Me abrazaron en silencio, llorando. -¿Qué pasó? -Estamos de luto”. Y fueron a la cripta a buscar consuelo. También al Centro Monseñor Romero llegó una señora abatida. Decía: “Monseñor Romero, te volvimos a fallar otra vez. ¡Qué vergüenza! Tanto sacrificio tuyo, de los jesuitas y de tanta gente buena”. Y se fue a la capilla de la UCA a buscar aliento ante un cuadro tuyo y ante las tumbas de los jesuitas.

¿Por qué van a la cripta y a la capilla de la UCA? No lo harían si la esperanza fuese sólo el anhelo de un nuevo futuro, aunque los pobres anhelan con toda su alma que las cosas cambien para poder vivir; o sólo una expectativa, producto de cálculos que llevan a una vida mejor: concientización, organización, praxis y lucha que lleva a la sociedad sin clases; o, según el neoliberalismo, privatización, globalización, que lleva a la aldea global y al fin de la historia. Pero la esperanza no es anhelo, ni expectativa, ni tampoco es optimismo. La esperanza es otra cosa. Es la convicción de que en la realidad hay bondad, y que esa bondad se impone y produce frutos a pesar de todo y en contra de todo. Es esperanza contra esperanza, como decía Pablo, pero esperanza al fin.

La pregunta es entonces de dónde nace esa convicción de que la bondad es posible y de que no estamos condenados a una amarga realidad. La respuesta es muy personal y, para mí, sencilla: allí donde hay amor allí surge la esperanza. Cuando en este mundo cruel, en medio de males, fracasos, engaños y desencantos, hay amor en la gente, en muchos pobres, tanto si han ganado como si han perdido las elecciones, entonces renace la esperanza. Y con ella, el ánimo, el trabajo, la lucha.

Jürgen Moltmann lo dice de Jesús: “No toda vida es ocasión de esperanza, pero sí lo es la vida de Jesús que, por amor, cargó con la cruz”. Y eso mismo ocurrió contigo, Monseñor. El pueblo vio en ti a alguien que, por amor, “caminó codo a codo con él“, “rechazó cualquier seguridad que él no tuviese”, “recogió sus cadáveres”; en definitiva, “hizo gozos suyos los del pueblo”. No arreglaste el país, pero el pueblo te creyó, y mantuviste siempre la esperanza de que el país tendrá arreglo. Con esa esperanza, mantuviste también el ánimo para poner manos a la obra. Y mientras haya esperanza, siempre surgirán hombres y mujeres de praxis, de solidaridad, de análisis, que investiguen nuevos caminos posibles y den pasos realistas hacia adelante...

San Pablo decía: “Estamos acosados, pero no abandonados; nos derriban pero no nos rematan” (2Cor 4, 7-8), y hoy lo podemos decir gracias a ti, Monseñor. “Muchas veces me lo han preguntado aquí en El Salvador: ¿Qué podemos hacer? ¿No hay salida para la situación de El Salvador? Y yo, lleno de esperanza y de fe, no sólo con una fe divina, sino con una fe humana, creyendo también en los hombres, digo: ¡sí hay salida!” (18 de febrero, 1979).

Por el gran amor que tuviste a tu pueblo la gente sigue yendo a tu tumba. Van a buscar consuelo para su aflicción, ánimo para el trabajo y esperanza para seguir caminando en la historia -humildemente- con Dios.

Gracias Monseñor.

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ECLESALIA, 22 de abril de 2004

ANTONIO MARÍA, UN OBISPO CON RESPUESTA

MARI PATXI AYERRA, 22/04/04

MADRID.

ECLESALIA, 22/04/04.- A los “eclesaliados” quiero deciros que el pasado día 24 de marzo envié una carta al Cardenal-Arzobispo de Madrid, Sr. Rouco Varela y que, ante el temor de que no le llegara personalmente, envié a Eclesalia una copia*. En ella comentaba mi opinión sobre el funeral de la Almudena, por las víctimas del 11 de marzo y algunas cosas que había echado en falta en cuanto al comportamiento eclesial.

El 10 de abril me ha contestado el Arzobispo, dándome razones de la presencia de Obispos y sacerdotes en los distintos tanatorios, hospitales y funerales y el por qué de retenerse en la cercanía a los familiares de las víctimas, que fue por respeto a la familia real. Me acompaña además una copia de la homilía de dicha celebración, que yo desconocía.

Me parece justo que igual que di mi grito público de queja, ante lo que eché en falta en el comportamiento de las “altas esferas eclesiales”, hoy os comparta el detalle de la rapidez de la respuesta y el interés en informarme, lo que como cristiana me hace sentir más cercano a mi Arzobispo.

Que este espacio informático sirva para que sigamos entretejiendo las redes del Reino de Dios, ese que tiene que ver con las cosas del querer, del perdonar, del implicar, del construir y del que todos vivamos LA VIDA EN ABUNDANCIA. Un abrazo a todos los que con vuestras letras vais explotando mi ordenador, que se queja de que ya no le cabe más información.

* http://www.ciberiglesia.net/eclesalia/29-04marzo.htm#_Toc68675452 

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ECLESALIA, 27 de abril de 2004

ME LLEGÓ LA CARTA SOBRE LA CLASE DE RELIGIÓN

La firman Antonio, Miguel, Manuel, Fidel y José Ángel, obispos

GREGORIO FERNÁNDEZ

VALLADOLID.

ECLESALIA, 27/04/04.- Me ha llegado la carta de Antonio, Miguel, Manuel, Fidel y José Ángel, obispos de la comisión que trata los asuntos de la enseñanza y catequesis en la episcopal española. Firman así, desnudados sus nombres de títulos y reverencias. En la carta me cuentan que de nuevo “llega el momento de inscribir a vuestros hijos en la clase de religión”. En la carta me dan las gracias “por el interés que mostráis en la formación completa de vuestros hijos”. En la carta me hablan del deber de inscribir a mis hijos en la clase de religión.

Como buenos pastores me avisan que hay lobos que “han dicho cosas inexactas y confusas sobre la clase de religión” y que yo, como buen borrego, no me tengo que dejar confundir, que todo sigue igual que antes, que tengo derecho propio y constitucional, que el estado tiene obligación de abrir la clase de religión a mis corderos. El último párrafo es el más atractivo. Trata de presentarme el precioso instrumento que es le estudio de la religión en la escuela, del crecimiento de la fe, la iluminación de Dios, la revelación en Jesucristo, lo cristiano de nuestra cultura, la bondad de las religiones, la paz y felicidad que niños y jóvenes serán capaces de alcanzar con esta asignatura. Termina la carta con su afecto y bendición que, sinceramente, agradezco.

De lo que no hablan en la carta es de la precaria situación laboral del profesorado de religión, de la política de contraprestaciones ocultas con las que se consiguió la LOCE con el anterior gobierno, de la catequesis manifiesta que exigían en los nuevos libros de SCR confesional católica. Antonio, Miguel, Manuel, Fidel y José Ángel me escriben una breve carta y no tienen espacio para hacerme ver la situación de discriminación de la mujer en la religión que pretenden enseñar, de la marginación de los seglares cuando dejamos de ser borregos ciegos y obedientes, de la falta de libertad de pensamiento que padecen multitud de teólogas y teólogos. Se les pasa hablar de las situaciones de marginación que sus cánones provocan en creyentes divorciados, sacerdotes casados y homosexuales enamorados.

Quiera Dios que tenga efecto su bendición final. Mi hija acaba de cumplir dieciocho meses y espero con toda mi alma que cuando ella llegue a la escuela se encuentre con una asignatura donde se estudien las religiones y su cultura, los buenos y malos momentos de su historia, el respeto a lo diferente, el diálogo de las creencias, la presencia de trascendencia en la vida de los seres humanos y que su maestra o maestro de religión no haya sido designado a dedo sino por justa oposición convocada por la Junta. La fe la recibe en casa y la vivirá en la escuela, en la comunidad cristiana, en una Iglesia como cuentan en Eclesalia: “al aire del Espíritu, renovada y renovadora, con sabor a pueblo, Dios al fondo y Cristo en medio, nunca excluyente y siempre fraterna”.

Quiera Dios, hermanos obispos, quiera Dios.

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ECLESALIA, 28 de abril de 2004

COMUNICADO ANTE EL PRIMERO DE MAYO DE 2004

Juventud Obrera Cristiana (JOC) y Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC)

ECLESALIA, 28/04/04.- La Juventud Obrera Cristiana (J.O.C.) y la Hermandad Obrera de Acción Católica (H.O.A.C.) nos unimos a todos los compañeros y compañeras de trabajo en este primero de mayo para solidarizarnos en primer lugar con todas las víctimas y familiares del atentado de Madrid, muchas de ellas trabajadoras.

Nuestra identidad obrera, nuestra fidelidad a Jesucristo y a la Iglesia nos mueve a solidarizarnos con todas las personas que hoy carecen de empleo o sufren las peores condiciones de trabajo y a poner de manifiesto la entrega y el valor puestos en la lucha durante muchos años por lograr un trabajo digno para todos.

El primero de mayo es la fiesta del mundo obrero: de quien está subido en el andamio, taladra la mina, navega en el mar, maneja la máquina en la fábrica, conduce el taxi o el camión, atiende en los supermercados... En todos los talleres y oficinas, hospitales, comercios y escuelas, y en nuestros hogares hay manos de mujeres y de hombres que necesitan ver reconocida su dignidad de persona en el trabajo. Por eso todavía hoy sigue siendo necesario un primero de mayo reivindicativo, porque en este campo también otro mundo es posible.

Este sistema que nos domina, está generando un profundo cambio en el conjunto de la situación que vive el mundo obrero, una nueva “remercantilizacion” del trabajo, de la vida social, y de la naturaleza. Los derechos sociales, políticos... se ven como un obstáculo para los beneficios económicos privados, para el funcionamiento del mercado, y se busca remover esos derechos. Estamos inmersos en un proceso de desaparición del trabajo asalariado asociado a derechos sociales y está siendo sustituido por un trabajo asalariado precarizado, con menos derechos, junto a un trabajo autónomo dependiente.

En el momento en que se decreta la muerte de las ideologías, esta ideología “economicista” pregona sus logros macroeconómicos pero oculta muchos números “rojos” y el sufrimiento de muchas personas:

El de quienes sufren el paro; el de las mujeres, jóvenes y emigrantes, que viven en la inseguridad a causa de sus “contratos basura”; el de las familias obreras que se ven empujadas a realizar trabajos en la economía sumergida para poder completar un salario digno; el de los pensionistas que no llegan al salario mínimo; el de las miles de víctimas de accidentes y enfermedades laborales, resultado de este terrorismo economicista, etc...

Esta es también la cuenta de resultados de un sistema que pretende lograr la máxima rentabilidad económica, a costa de lo que sea, pero sobre todo, de la dignidad de las personas. Es un sistema perverso, pues “El ser humano es siempre un valor en sí mismo y por sí mismo, y como tal exige ser considerado y tratado... Jamás como un objeto utilizable, un instrumento, una cosa” (Christifideles Laici, 37)

Para lograr sus fines ha introducido la flexibilidad en todos los aspectos que afectan a la vida laboral: el contrato de trabajo, el salario, la capacitación profesional, el horario, el puesto de trabajo dentro de la misma empresa, etc..

Las consecuencias de esta flexibilidad están siendo tremendas para la vida de los trabajadores y trabajadoras, y repercuten drásticamente en la vida familiar:

- La extensión del paro, del empleo precario y mal pagado está creando enormes dificultades para la estabilidad vital del trabajador.

- La movilidad geográfica que obliga a los trabajadores a desplazarse en busca de empleo.

- El horario flexible es un atentado contra el estado físico y psíquico del trabajador y está destruyendo su tiempo para “vivir”.

- Está originando y consolidando grandes desigualdades en el seno del mundo obrero y lo que es peor, la extensión de la pobreza y marginación.

- El sistema educativo actual va preparando a la juventud para asumir con “normalidad” todas estas situaciones.

Junto a la flexibilidad, el mundo obrero está padeciendo la reducción de las prestaciones sociales, el recorte del Estado de Bienestar ( educación, vivienda, salud, pensiones...), la privatización de los servicios públicos, etc.

Con todos estos cambios se está produciendo ante todo una sensación de fatalidad, de impotencia, cuando no de conformidad, de vercomo “normal” esta situación. Se nos está imponiendo una manera de pensar, unos valores y unas formas de vida caracterizados por la falta de conciencia social y el individualismo más absoluto, donde “tener” y “consumir” es lo fundamental y ante lo cual no importa perder todo tipo de derechos, conseguidos muchos con el esfuerzo y la vida de otros trabajadores.

Hay que salir de ese círculo. Por ello, junto a la toma de conciencia de esta realidad por parte de los trabajadores y la labor decidida de las organizaciones obreras, exigimos al nuevo gobierno una apuesta clara por el mundo obrero que le haga justicia mejorando sus condiciones de vida y trabajo.

Animados por nuestra fe en el Obrero de Nazaret reivindicamos la dignidad de cada persona por encima de todo interés económico. Como militantes obreros cristianos denunciamos la organización del trabajo que “utiliza” a las personas como simples instrumentos y nos comprometemos a combatir la resignación. Lo hacemos desde la solidaridad que nos une a toda la clase obrera que padece la precariedad y soporta las peores condiciones de trabajo y desde nuestra fidelidad a la Iglesia que nos recuerda:

“Hay que organizar y adaptar todo el proceso laboral de manera que sean respetadas las exigencias de la persona y sus formas de vida” (Juan Pablo II, Laborem exercens, 19)

El mundo obrero existe. Hoy, más que nunca, necesita recuperar su dignidad.

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ECLESALIA, 29 de abril de 2004

REFLEXIÓN SOBRE LA ACOGIDA DE LAS PERSONAS EN LA IGLESIA

FÒRUM JOAN ALSINA, abril de 2004

GIRONA.

ECLESALIA, 29/04/04.- En el documento “Perfiles de la Iglesia que vamos construyendo” *, que hicimos público en enero del 2002, hay unas afirmaciones en las que quisiéramos ahora profundizar y comentar más detenidamente:

- “Es necesario asegurar dentro de la Iglesia el ejercicio real de todos los derechos humanos, tanto para los hombres como para las mujeres, sin excepción. Solo entonces estaremos legitimados para exigirlo de puertas afuera”.

- Como consecuencia, la Iglesia debe promover, dentro de ella misma, el respeto a las personas que se encuentran en situaciones familiares canónicamente irregulares”.

También dice que queremos iluminar nuestras inquietudes pastorales y las de nuestras comunidades con las enseñanzas del Concilio Vaticano II. Las primeras palabras de la “Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual” abren la puerta para estas reflexiones, que ofrecemos a todos los que se sienten llamados a creer en Jesucristo y a construir su Reino:

“Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez los gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón [...]. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria con el género humano y con su historia [...]. No impulsa a la Iglesia ninguna ambición terrena, sino que sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino a este mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para condenar, para servir y no para ser servido”.

Cuando intentamos llevar a la práctica estas propuestas tan apasionantes, lo que más nos conmueve son las mil caras que adopta el sufrimiento de los hermanos/as y la complejidad de las causas que lo producen. Y una de las constataciones que más nos desgarra es darnos cuenta de que algunas de estas causas tienen su origen en la intransigencia y en la incapacidad práctica de las instituciones para escuchar, acoger y curar las heridas de las personas que acuden a ellas precisamente para eso, confiando en las palabras que predican. La Iglesia, que tendría que ser la primera en evitar esta frustración, también cae en el mismo pecado.

Como compañeros de camino y miembros de un mismo cuerpo, frecuentemente compartimos el desgarro de muchas personas que creen en Jesús, que se afanan por construir su Reino y por vivir en comunión con su pueblo, pero que tropiezan contra la Ley, que agosta y mata al espíritu. Las situaciones incluidas en esta crisis son muy variadas; los ámbitos donde, posiblemente, se manifiesten con más crudeza son:

-          Las muchas parejas casadas “por la Iglesia” que terminan abandonando su proyecto de vida en común y quieren rehacerlo con otra persona,

-          los avances científicos que favorecen nuevas formas de fecundidad controlada y asistida,

-          las personas que eligen una relación y/o convivencia homosexual,

-          las mujeres deseosas de que se les reconozcan su dignidad y capacidad para asumir todas las funciones ministeriales.

A la hora de dar una respuesta compasiva (que “padece-con”) y esperanzada a estas inquietudes, buscándola a partir de la Noticia Gozosa, vemos que el motivo principal de los repetidos enfrentamientos entre Jesús y los fariseos es, precisamente, la insumisión a las leyes consideradas como divinas, especialmente la del descanso sabático, la más sagrada de todas. Jesús cura, consuela y proporciona alimento hasta cuando la Ley lo prohíbe, y la quebranta siempre que está en juego la curación de alguna lacra humana. No lo hace a escondidas y como de soslayo, sino que proclama una y otra vez, con audaz contundencia, que “el hombre no está hecho para la Ley, sino la Ley para el hombre”, que “Dios prefiere la misericordia al sacrificio” y que “son los enfermos quienes necesitan al médico y no los que se creen estar sanos”. Su actitud a favor de las personas es tan nítida que se convierte en la principal acusación del Sanedrín: “Se ha hecho superior a la Ley y anima al pueblo para que no la cumpla”.

Los episodios concretos en que, apartándose de la Ley, Jesús se acerca a las personas impuras y proscritas para echarles una mano y empujarles a salir del bache son muy numerosos y significativos: Mateo y los publicano, Zaqueo, la samaritana al borde el pozo, la mujer acusada de adulterio, la prostituta que derramaba lágrimas sobre sus pies, leprosos, endemoniados... No hay ningún caso en el Evangelio de personas que, habiendo acudido a Él con corazón sincero, les haya cerrado los brazos y les haya despedido con un “que Dios te ampare; tu sufrimiento no tiene solución”. La parábola del Padre misericordioso, igual que muchas otras, ratifica la clave de esta conducta innegociable: ni tiempo le da al hijo para que abra la boca; sólo está impaciente por abrazarlo y cubrirlo de besos.

De todo ello se desprende, como dice el Vaticano II, que la Iglesia, que somos todos los hombres y mujeres de buena voluntad que Dios ha reunido en un solo pueblo, no tiene otra misión que la de Jesús.

El horizonte de los cristianos ha de ser continuar lo que el Maestro comenzó y que nos encomendó: anunciar la Buena Noticia del Reino, un Reino que ya está aquí, que vamos construyendo con la fuerza del Espíritu, cuidando de hacer nuestras sus actitudes y prioridades. Nuestra única misión es la de continuar extendiendo -como Él y con Él-, no sólo la Buena Noticia entendida como una doctrina, sinobuenas noticias para el mundo, un mundo que ahora tiene más sed que nunca.

Por lo tanto, estaría bien no perder nunca de vista la utopía e irnos acercando a ella a través de etapas intermedias, que tenemos más al alcance:

1) Lenguaje respetuoso: Abandonar totalmente del lenguaje cualquier calificación despectiva o que incluya connotaciones relacionadas con el pecado, referidas a persona y grupos que viven experiencias que no se ajustan a normativas establecidas por tradición ancestral más que por propuestas evangélicas.

2) Otros proyectos de vida en común: Reconocer, con cordura, el valor de las opciones no sacramentales para vivir en pareja estable, especialmente la del matrimonio civil, sin hurgar en circunstancias que pertenecen a la intimidad inviolable de las personas o a su personalidad diferenciada. Ofrecerles también la posibilidad de celebrar su compromiso de donación mutua mediante algún rito que exprese y signifique la bendición del Padre que los convida, como a todos los hijos e hijas, a participar y a dar testimonio de su amor. Por lo tanto, es injusto e inhumano excluirlos de la vida sacramental o de cualquier acto cultual.

3) La sexualidad, expresión del amor: Repensar la sexualidad como expresión del amor, abierta a la paternidad responsable, contando con los medios técnicos que la refuerzan y asisten. Evitar que grupos ideológicos, religiosos o no, impongan sus particulares dictados morales. Respetar la autonomía de la ciencia y de la sociedad civil.

4) Acogida sin discriminaciones: Dar cabida dentro de las comunidades, guiadas por una atrevida prudencia, a todas las personas que estén sinceramente bien dispuestas para desarrollar en ellas tareas de servicio y de promoción, sin tener en cuenta los aspectos que muchos califican, hipócritamente, como irregulares. No menospreciamos el riesgo de escandalizar, pero la audacia de los nuevos valores de una sociedad pluralista impulsan hacia un futuro diferente.

5) Completa igualdad de la mujer: Reconocer la plena igualdad de la mujer en la Iglesia y sus derechos inalienables para participar en ella sin ningún tipo de restricciones, de acuerdo con la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

6) Anulaciones y disoluciones matrimoniales: De acuerdo con los signos de los tiempos, poner de relieve la dimensión significativa del amor sacramental y adecuar los supuestos de nulidad y disolución del matrimonio a las nuevas realidades y a los nuevos conocimientos científicos y psicológicos. Priorizar la atención a las personas y su realidad con actitud abierta, comprensiva, respetuosa y facilitar el camino hacia una disolución de los vínculos matrimoniales. Reconocer y respetar la validez de la nueva situación elegida, de forma que las parejas puedan rehacer sus vidas y disfrutar en paz de un nuevo estado elegido libremente.

Entendemos que este tema es complejo y que tiene muchas facetas que solamente podemos insinuar aquí. Reconocemos que merece y necesita un debate más extenso y en profundidad.

Para más información: http://club.telepolis.com/forumjoanalsina

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[1]Cf. Tob 4,19.

[2]Cf. Gn 1,28.

[3]Cf.: Dt 15,1-2; 15,4; Lv 25, 8,10.

[4]Cf.: Mt 19,16-22; Lc 8, 2-3; Jn 13, 29.

[5]Cf. Hch 2, 42-46.

[6]Cf.: Mt 14, 15-21; 15, 32-37.

[7]Cf. Mt 22, 1-14.

[8]Cf. Lc 16, 19-31.

[9]Cf. Jn 13, 2-15.

[10] Cf.: Lc 24, 13-35; 36-43.

[11] Cf.: Hch 2, 38-46; Rom 6, 3-8.

[12] JUAN PABLO II, Ecclesia de Eucharistia, n.20, PPC, Madrid 2003. 

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