31 - Mayo, 2003. Esperanza     

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AUTOR

Reinado Social

05/04

EL USO TERAPEÚTICO DE LAS CÉLULAS MADRE

Marciano Vidal

Revista de Pastoral Juvenil

05/04

CUANDO LAS COSAS NO VAN BIEN...

José Luis Graus Piña

ECLESALIA 03/04 REFLEXIONES DE UN PADRE CRISTIANO ENTORNO A LA PRIMERA COMUNIÓN José Jesús Solchaga

ECLESALIA

12/05/04

MENSAJE FINAL DEL PRIMER ENCUENTRO DE MOVIMIENTOS CRISTIANOS

VV.AA.

ECLESALIA

17&18 del 05/04

EL IMPERIO Y DIOS

Jon Sobrino

ECLESALIA

19/05/04

RECUPERAR EL SACRAMENTO DE LA ALEGRÍA

Jairo del Agua

ECLESALIA

24/05/04

LOS JÓVENES Y LA CONFIRMACIÓN

Joseph Mascaró

 

Reinado Social, Nº 866, mayo de 2004

EL USO TERAPEÚTICO DE LAS CÉLULAS MADRE

¿Qué pensar desde la ética cristiana?

MARCIANO VIDAL, profesor de la Universidad Pontificia Comillas

MADRID.

1. ¿Qué son las células madre o troncales?

Por célula madre o, mejor, troncal se entiende aquella célula que tiene la capacidad de dividirse y de dar lugar a diferentes tipos de células especializadas. La mayor parte de las células de nuestro organismo están especializadas: son células nerviosas, óseas, etc. Pero hay algunas que tienen la capacidad de dar lugar a varias especialidades. De acuerdo con esta mayor o menor capacidad, las células troncales pueden ser totipotentes, pluripotentes y multipotentes en razón de su mayor o menor versatilidad o potencialidad.

La utilización terapéutica de las células troncales es llamada a veces clonación (terapéutica), pero no lo es en su sentido completo. La clonación propiamente dicha es la clonación reproductiva, es decir, el procedimiento por el que se obtiene un individuo genéticamente igual a otro (como, por ejemplo, en el caso de la oveja Dolly). En el uso terapéutico de las células troncales no se pretende formar un individuo completo sino conseguir células troncales y obtener de ellas líneas específicas de tejidos (u órganos) para, una vez sometidas a determinado cultivo, implantar las células así obtenidas en el mismo organismo de donde proceden las células troncales.

 Así pues, a este nuevo procedimiento no le cuadra con exactitud el término de clonación, sino el de terapia celular (de carácter regenerativo) mediante el cultivo de células troncales y su ulterior implantación autológica (en el mismo organismo). En el horizonte está la posibilidad de utilizar esta terapia celular regenerativa en enfermedades de tanta trascendencia como el Alzheimer, el Parkinson, la diabetes, etc.

2. ¿De dónde se obtienen?

- En primer lugar, de los embriones. A estas células troncales se las denomina embrionales. Son las que ofrecen mayores ventajas para la investigación y para su ulterior uso terapéutico, precisamente por el estadio de indiferenciación o de plasticidad en que se encuentran. Los embriones, de los que se obtendrían las células troncales, pueden ser:

1) Producidos en las técnicas de reproducción humana asistida (fecundación in vitro) y que no se transfieren al útero en orden a la gestación: son los embriones sobrantes (frescos o congelados).

2) Producidos con la técnica de la clonación y destinados expresamente a la obtención de líneas celulares para su cultivo y para el subsiguiente uso terapéutico del autotrasplante celular. Esta técnica fue utilizada recientemente por un equipo de científicos de Seúl para aislar por primera vez células madre de embriones creados por clonación (febrero de 2004).

- La segunda procedencia es la de los tejidos u órganos adultos. Hay células somáticas con capacidad de reactivar su programa genético como respuesta a determinadas señales de estimulación y volver a la condición de células troncales. No todas las células somáticas son reprogramables. La reprogramación de las células somáticas para reconvertirlas en células troncales es un hallazgo importante de la ciencia y de la técnica (la revista Science lo consideró como uno de los más destacados de la investigación científica del año 1999).

- Las fuentes de obtención de células troncales no se agotan en el embrión y en los tejidos u órganos adultos. Aparecen en el horizonte otras posibilidades, como las siguientes:

1) A partir de fetos abortados (abortos espontáneos).

2) Obtenidas del cordón umbilical.

3) Obtenidas directamente de tejidos del propio paciente (músculos, médula ósea, sistema nervioso central, etc.), sin necesidad de someterlas a procesos especiales de reprogramación. Este último procedimiento, en el que sobresalen dos grupos de hospitales en España, ha comenzado a dar resultados positivos en la regeneración del músculo cardíaco infartado.

3. Discernimiento ético

La valoración moral del uso terapéutico de células troncales humanas ha de ser distinta si se trata de células embrionarias o de células somáticas. Por el momento, no se ve que el uso terapéutico de células troncales somáticas lesione la dignidad de la condición humana; los fines terapéuticos a conseguir justifican suficientemente esa actuación.

La cuestión está en la valoración moral del uso de células troncales humanas cuando éstas se obtienen de embriones. Las razones que se dan para apoyar la postura afirmativa son, básicamente, de carácter utilitarista: las ventajas terapéuticas que puede aportar esta posible medicina celular regenerativa. Pero tales argumentaciones no tienen en cuenta la realidad en sí del embrión humano. Por otra parte, la argumentación que niega estatuto de embrión al cigoto y al blastocisto producidos en orden al uso terapéutico (teniéndolo sólo por un nuclóvulo y no por un embrión) no deja de ser, en cierto modo, una pirueta intelectual.

Son muchas las instancias jurídicas, éticas y religiosas que se oponen al uso terapéutico de células troncales embrionarias. Entre las religiosas, sobresale la postura de la Iglesia Católica, contraria a toda intervención que tenga como fin o como medio servirse de embriones humanos a los que considera con toda la dignidad debida a la condición humana.

Eso no impide que el Comité Ejecutivo de la Conferencia Episcopal Española, en una Nota del 25 de julio de 2003, haya aprobado la reciente reforma legal, propuesta por el PP, de destinar, con determinadas condiciones, los embriones sobrantes a la investigación en orden a favorecer una futura medicina celular regenerativa. Para los obispos españoles, “mantener congelados embriones humanos es una situación abusiva contra esas vidas que puede ser comparada al ensañamiento terapéutico”; por tanto, “proceder a la descongelación es poner fin a tal abuso y permitir que la naturaleza siga su curso, es decir, que se produzca la muerte” (n. 6). Por otra parte, “los embriones que han muerto, al ser descongelados en las circunstancias mencionadas, podrían ser considerados como ‘donantes’ de sus células, que entonces podrían ser empleadas para la investigación en el marco de un estricto control, semejante al que se establece para la utilización de órganos o tejidos procedentes de personas fallecidas que los han donado con este fin” (n. 7).

Revista Reinado Social: redaccion@reinadosocial.net

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Revista de Pastoral Juvenil, Nº 410, mayo de 2004

CUANDO LAS COSAS NO VAN BIEN...

Crisis y rupturas en comunidades de seglares

JOSÉ LUIS GRAUS PIÑA, Parroquia de San Ambrosio

MADRID.

Declaración de intenciones

RPJ, 05/04.- No me toca a mí hablar precisamente de las bondades de la vida comunitaria de las y los seglares. Me toca abordar una cuestión difícil y compleja: las crisis y las rupturas. No es mi intención dar respuestas, ni tan siquiera criterios o pautas ante estas situaciones. Tan sólo pretendo compartir con vosotras y vosotros algunas ideas y experiencias al respecto con el ánimo de irnos enriqueciendo en el proceso.

Introducción

El primer aspecto que podríamos contemplar es la pluralidad y heterogeneidad a la hora de concretar la vida comunitaria de las y los seglares. No estamos ante una cuestión cerrada, ante una imagen monolítica, es más bien una experiencia en devenir, que se va configurando en función de múltiples variables: experiencia de cada una de las personas que componen la comunidad, lugar concreto de vida, relación con la Iglesia local... Por tanto es complejo hacer un análisis único ante el tema de la crisis y la ruptura.

El segundo aspecto a considerar es la juventud de este tipo de experiencias. Que los seglares decidan concretar el seguimiento de Jesús en comunidad de un modo cuantitativo y cualitativo importante, se remonta como mucho a los años posteriores al Concilio Vaticano II. Por tanto el recorrido histórico donde encontrar referencias no es muy grande.

El tercer aspecto es la tentación de comparar estas experiencias comunitarias con otras ya consolidadas en nuestra Iglesia, como la vida religiosa. Cada vocación es específica y por tanto la forma de concreción también lo es; creo que no ayudaría nada en el proceso de crecimiento pedirle a la vida comunitaria seglar que se asemejara a la vida comunitaria religiosa, ni a la inversa tampoco. Es necesario un camino común entre las vocaciones, pero no tanto un camino de imitación entre ellas.

El último aspecto que quiero reseñar es que en el momento actual, en el ámbito social y en el ámbito eclesial, no se invita a vivir el seguimiento de Jesús en comunidad. Está mucho más potenciado todo lo que tiene que ver con la persona, con el individuo. Esto hace que la cuestión de los seglares y la comunidad esté cogida entre alfileres en muchas ocasiones.

La crisis

Pienso que lo que denominamos como crisis es un elemento intrínseco a la persona, y que se reproduce en los espacios de los que las personas formamos parte. Inicialmente la crisis es un elemento dinamizador, es más, me atrevo a afirmar que la crisis es necesaria; ahora bien, instalarse en ella puede ser destructivo para personas y comunidades.

Todas las personas en determinados momentos de nuestra vida y, cómo no, todos los grupos, debemos pasar por periodos de crisis. Además de necesaria, como decía antes, considero que la crisis es natural a nuestro crecimiento y desarrollo. Es más, habría que poner bajo cierta sospecha cualquier experiencia exenta de crisis.

Por eso, tan importante como la crisis en sí es el modo en el que ésta se aborda. Pues en ocasiones la vía de resolución proviene del abordaje que se ha hecho de la cuestión.

Entonces acerquémonos al fenómeno de la crisis como algo necesario, como algo natural, pero sobre todo como algo positivo, como algo que posibilita, como un momento y un tiempo de oportunidad, para crecer como personas y también para crecer como comunidades.

 IDENTIFICACIÓN

Considero que cuando una situación de crisis se presenta en una comunidad seglar (aunque lo que voy a decir no es exclusivo de las comunidades seglares; es extensible a personas, grupos, movimientos...), es muy importante saber nombrar el motivo de ésta.

Saber si lo que sucede es cuestión de todo el grupo o de alguno de sus miembros. Es decir, si lo que está pasando es una cuestión que está viviendo todo el grupo o es de alguna de las personas que lo componen. Si es una cuestión personal es importante poder ver cómo afecta eso al resto del grupo tanto cuantitativa como cualitativamente: si la persona está proyectando en el grupo cuestiones personales que bloquean la dinámica común; si la comunidad acoge la situación personal y trata de apoyar a la persona con los medios que tiene a su alcance.

Saber si lo que sucede afecta a lo nuclear de la vida en común o a la periferia. Considero que es una cuestión fundamental valorar la magnitud de la cuestión. Si lo que está produciendo la crisis es una cuestión de importancia relativa o en cambio afecta a aspectos medulares de la vida común. Esto que a simple vista es obvio, una vez en medio del problema a veces es complejo dar a cada situación la importancia que tiene y se puede cometer el error de irse a polos opuestos: o darle mucha importancia a algo que no la tiene tanto, o ignorar aspectos y cuestiones trascendentales para el desarrollo de la vida personal y común.

Saber si los elementos que la provocan nacen de dentro de la comunidad o en cambio está producida por elementos externos. Entendemos que no es lo mismo que una crisis esté provocada por algo que nace de la dinámica interna del grupo a que esté producida por cuestiones en las que el grupo, al menos de un modo inicial, no esté directamente implicado.

Hacer este ejercicio de identificación ayuda a situar la cuestión y, por tanto, ayuda a poder trazar un proceso de resolución que nadie, eso sí, puede garantizar cómo terminará.

Esto que acabo de describir en tres líneas escasas puede llevar un proceso de tiempo incontable e irresoluble. Pero sin embargo es de vital importancia que todos puedan nombrar la cuestión del mismo modo o al menos de manera similar. Éste sería un buen principio para comenzar a hablar.

LO QUE SE NOS PIDE

Llegar a este punto supone, más aún, creo que exige de todas las personas una serie de elementos, de los que por desgracia no siempre se disponen:

-          Un nivel de comunicación profundo, sincero y tranquilo. Esto es muy necesario pues independientemente de que exista acuerdo en el análisis o en la reflexión que se hace, todos deberían poder nombrar la situación del mismo modo, todos podrían hablar de lo mismo, insisto, independientemente de los planteamientos y posicionamientos. En esto puede ayudar hacer un esfuerzo por confiar en la otra persona, por encima de lo que dice o piensa, pues todos buscamos hacer presente, en medio de la realidad, el sueño de Dios, su Reinado.

-          Flexibilidad en los planteamientos y en las posturas. Tratar de ver las cosas desde diferentes ángulos puede ayudar a hacer valoraciones de conjunto, generalmente más aproximadas a lo que está sucediendo; eso implica que uno debe permanecer en tensión para no cerrarse. No hay que olvidar que la línea que divide firmeza en las convicciones profundas y rigidez en los planteamientos, a veces es muy delgada y difícil de distinguir.

-          Un grado de madurez considerable en cada una de las personas. Este sustrato alimentará el resto de aspectos mencionados anteriormente; en este caso la madurez va a contribuir necesariamente a que a pesar de todo y con todo, no perdamos de vista nuestros horizontes.

-          Y sobre todo, “permitidme el romanticismo”, saberse muy amado por Dios y amar mucho a los que se tiene delante. Porque la vida fraterna tiene su origen en el Amor recibido y su sentido en la entrega de ese Amor. Por eso viene bien ante una situación crítica recolocar las cosas desde ahí, por muy imposible que en ocasiones pueda parecer. Ojo, sin que esto suponga que nadie se arrogue, la gracia o el derecho de haber recibido más amor y ser más amante. Es una llamada exigente a la humildad confiada.

Lógicamente todas estas cuestiones están muy vinculadas entre sí y es la conjunción de todas ellas la que puede arrojar luz a una situación que inicialmente parece no tenerla

Cuando todo esto no se da, abordar la situación es bastante complicado y el dolor que podemos producirnos a nosotros mismos y a los demás es importante.

Aunque por otro lado no podemos negar que en la mayor parte de las ocasiones la crisis se suele manifestar de un modo conflictivo. Palabras como serenidad, paz, tranquilidad, sosiego resuenan en nuestros oídos como de otra galaxia y no encontramos su semilla en nuestro corazón.

ELEMENTOS NECESARIOS

Hay varios elementos que pueden ayudarnos a situar este momento inicial:

-          Por un lado no estaría de mas poner la cuestión que ocupa y preocupa en manos de Dios, intentar hacer de esto oración, no una vez, sino todas las que sea necesario. Y no sólo oración personal sino también comunitaria. Aunque generalmente es costoso ponerse con actitud orante y no dejarse arrastrar por los enfados y las incomprensiones propias de la situación es una tarea fundamental. Enriquece mucho la situación intentar ver las cosas como Dios las está viendo, percibirlas como Dios las está percibiendo, valorarlas como Dios las está valorando y después tratar de abordar la realidad una y otra vez.

-          Por otro, también puede ayudar hacer presente los orígenes de la comunidad; lo que unió en un primer momento, el deseo de los corazones en aquel momento. Sin duda, en el origen de todo proyecto comunitario nos encontramos el seguimiento a Jesús de Nazaret y esa opción inicial es la que hay que refrescar y actualizar, aun en tiempos difíciles. Como ya he dicho antes, esto puede ayudar no a solucionar la situación sino a recolocar las piezas de tal modo que aparezcan caminos de trabajo y la solución se adivine en el horizonte.

-          Otro elemento puede ser vivir la situación con la confianza, a pesar de todo, de que si esto es de Dios seguirá adelante y si no es de Dios, ya sabemos. La Gracia es un elemento intangible pero fundamental, pues es verdad que sólo nuestro esfuerzo, por titánico que sea, no va a ser suficiente, aunque sí necesario, para poder avanzar desde la crisis. Sin duda el Espíritu de Dios vendrá en nuestro auxilio siempre que lo invoquemos con fe.

-          Hay un elemento que puede parecer poco relevante pero a mi entender tiene su importancia, y es valorar la crisis dentro del contexto social y eclesial que se está produciendo. Es decir, puede que para la comunidad el momento sea muy crítico, pero no por ello podemos dejar de preguntarnos qué está sucediendo en ese momento en nuestro mundo, qué está sucediendo en nuestra Iglesia. De este modo la crisis puede quedar enmarcada, contextualizada y quizás relativizada o al menos con una importancia más aproximada a la realidad. Preguntarnos por lo que nos está pasando, sin preguntarse qué le está pasando al resto de las personas, puede hacer caer en cierto egocentrismo, que no aportará mucho a las vías de solución. Hacerlo así será señal de que la comunidad no es ajena a la realidad sino que está implicada con lo que acontece y no sólo eso, sino que lo que acontece puede dar luz para afrontar la crisis. De este modo se garantiza que hay un elemento de contraste con la realidad que puede suponer mayor verdad en lo que se está viviendo.

LOS TIEMPOS

Hay otra cuestión importante en esto de las crisis y es saber si cuando ésta da la cara es cuando se acaba de producir o en cambio ya lleva un tiempo latente. Esto lo comento porque creo que hay un riesgo importante de enquistar situaciones o relaciones nada favorables a la hora de abordar estas cuestiones. Creo que cuanto más tiempo pase antes de abordar una crisis, más importante es el riesgo de deterioro y más dificultades hay para solucionarla.

Desandar un camino de dolor es bastante complicado, por eso abordar la situación a los primeros síntomas ayuda bastante a tender puentes, cuando la distancia es corta. En cambio, si no se ha tenido la capacidad de afrontarlo en su momento, aunque, en efecto, la cosa esté más complicada, nadie podría decir que imposible, hay que ser conscientes de que el trecho a desandar para poder comenzar a andar es mayor.

Otro aspecto que influye en la cuestión de los tiempos es la capacidad de cada una de las personas de la comunidad para abordar el tema del conflicto que pueda generarse desde la crisis. Hay personas que tienen más facilidad, pero otras en situaciones de conflicto manifiestan bloqueos difíciles de superar y por tanto el proceso de abordaje se ve ralentizado (no quiero moralizar este hecho, no es en sí ni bueno, ni malo, pero hay que contar con que eso se puede producir).

En cualquier caso, cada crisis precisa de unos tiempos de gestión que hay que saber captar y valorar. Igual que no ayuda el permitir que las situaciones se enquisten, tampoco lo hace el que los procesos se aceleren y se corra el riesgo de quemar etapas o cerrar en falso. Hay un tiempo para cada cosa y una cosa para cada tiempo.

LOS AGENTES EXTERNOS

Uno de los medios que puede ayudar a viabilizar una crisis lo podemos encontrar sin duda en los elementos externos. Es decir el/la acompañante, si es que la comunidad lo tiene y si es que está lo suficiente al margen de la situación como para poder ayudar a objetivar. Hay ocasiones en que las comunidades no tienen una persona que les acompañe de forma habitual y puede ayudar buscar a alguien que pueda hacer esa tarea de objetivar, de ver las cosas desde otra perspectiva y, por tanto, se diseñe un camino de avance.

Ahora bien, creo que no se debe olvidar que es muy importante que todo el mundo reconozca a esa persona una autoridad moral importante, que se le dé un voto de confianza, que se lean sus aportaciones como una posibilidad importante de avanzar y de crecer. Pues si todas las personas no le dan ese voto de confianza es complejo que se sitúen en una dinámica de avance y de superación.

Aunque parezca obvio, me parece importante reseñar que no todas las personas tienen las condiciones necesarias para acompañar este tipo de procesos. Además de la buena voluntad es muy importante que el/la acompañante disponga de habilidades y herramientas que favorezcan y promuevan la gestión favorable de la crisis.

La verdad es una tarea delicada la que le toca a esta persona. Pues acompañar siempre es complejo, cuánto más en situaciones de crisis. Puede ver clara la cuestión pero su trabajo es ayudar a que los demás la vean. Puede ver claros lo medios pero debe promover que los demás se percaten de que están allí, a su alcance. En ocasiones se le pedirá paciencia para que la comunidad vaya llegando al sitio en el que él/ella lleva ya tiempo. En otras, que provoque la reacción de las personas, en otras que denuncie su inoperancia. No es una misión grata; además hay que ser consciente de que no está exento/a de que le puedan salpicar consecuencias de la crisis. Pero en cualquier caso es una labor fundamental, sin la cual avanzar es muy complejo.

Otro agente externo puede ser el contraste con otras comunidades o personas que con experiencia comunitaria han vivido situaciones de crisis. Poder contrastar esto no soluciona nada, pero de repente pueden surgir pautas, referencias, líneas de trabajo que de otro modo no hubieran aparecido.

Y SI NOS LOS HAY...

Aunque no deja de ser menos cierto que en ocasiones la comunidad no tiene nadie de quien poder echar mano en estos momentos. Es una realidad que en nuestra Iglesia faltan personas preparadas para acompañar procesos comunitarios, y más si estos procesos se dan en comunidades de seglares.

Surge entonces la pregunta ¿qué hacer?. La verdad es que la respuesta es bien compleja. A mi entender, las personas que componen la comunidad deberían plantease con sinceridad cuán grande es su deseo de avanzar en comunidad, de seguir a Jesús desde un proyecto fraterno. Creo que si hubiera una respuesta colectiva favorable, con mucha prudencia se podría comenzar a caminar para salir de la crisis.

Entiendo que si se avanza por este camino habría una serie de elementos que favorecerían una resolución favorable:

-          Entrar en el proceso con una actitud de disponibilidad, de apertura y de escucha grandes. Y si por las circunstancias alguna o algunas personas no pueden, deberían exponerlo con toda serenidad. Esto ayudaría a centrar el polo de atención, no tanto en lo que a uno le parece importante, sino en lo que los demás opinan.

-          Tratar de no prestarle mucha atención a los roles que habitualmente se suelen ocupar en la dinámica cotidiana de la comunidad; por ejemplo, más que apostar por un líder, habría que promover que todos lideraran. Es decir, habría que facilitar que todos pudieran expresarse con libertad, sin juicios previos.

-          Como lo anterior es casi del orden de lo idílico, habría al menos que tratar de reconocer y poner nombre a los límites, a las debilidades, a las fragilidades de las personas y de la comunidad.

Hay una cuestión que también puede ser de ayuda. Si la comunidad no es la primera crisis que vive, sería muy importante que hiciera presente lo que ha sucedido en otros momentos, ver si hay puntos en común, recordar cómo en otros momentos se ha dado respuesta a cuestiones críticas.

RESOLUCIÓN

Evidentemente este proceso debe tener un fin, se debe llegar a algún lugar después de haber trabajado con más o menos acierto lo que se considera la causa de la crisis.

Uno de los peligros más importantes es cerrar en falso el proceso. Bien porque se piense que la cuestión está solucionada cuando en realidad no es así, con lo cual pasado un tiempo y por la cuestión más insospechada puede hacerse presente la crisis y el tema es que este “rebrote” se produce con más fuerza y virulencia que la anterior si cabe. También ha podido suceder que por cansancio o agotamiento de las personas que componen la comunidad poco a poco se deje de hablar del tema como si no hubiera pasado nada, cuando sin duda la herida ha quedado y con posterioridad pasará la debida factura.

Otra posibilidad es que después de un proceso de trabajo se logre dar por finalizada la crisis y todas las personas que componen la comunidad tengan en el fondo una experiencia liberadora y, sobre todo, que después de este proceso sientan que su seguimiento a la propuesta de Jesús como personas y como comunidad se ha visto fortalecido. Ahora tienen más herramientas para hacer presente y real la tarea de construir reino.

Por último, está la posibilidad más temida y más dura, pero no la menos probable. Me refiero a la ruptura. Es innegable que después de un proceso de crisis generalmente complejo y hasta doloroso, la ruptura puede aparecer como la única posibilidad válida. En ese instante, creo que habría que tener el valor y la lucidez de ver por qué aparece la ruptura como la única solución posible.

LA RUPTURA

Cuando se han puesto los medios que todos tenían a su alcance, cuando todas las personas han intentado de todas las formas imaginables poner remedio a la situación y a pesar de eso no ha sido posible, la ruptura aparece en el horizonte como una concreción válida a la hora de cerrar la crisis.

Generalmente suele haber mucha dificultad a la hora de verbalizar la ruptura como solución y es muy lógico. Cuando alguien se embarca en un proyecto comunitario lo último que se le puede pasar por la cabeza es que dicho proyecto puede hacer aguas de tal manera, que hasta se hunde. Por otro lado hay una llamada, que vibra con fuerza en el interior de los corazones, a la unidad.

Y es en ese momento cuando puede aparecer la tentación de moralizar la ruptura. Creo que no es cuestión de valorar la ruptura como buena o como mala, opino que eso sólo llevaría a agravar las cosas más de lo que ya pueden estar. Puede potenciar en algunos miembros de la comunidad sentimientos de culpa, complejos de inferioridad. En última instancia puede provocar unas consecuencias en el orden de lo personal francamente preocupantes.

Una vez más, dentro de este proceso tan intenso parece fundamental volver el corazón a Dios sin olvidar que es todo Amor y Ternura para nosotras y nosotros y abandonarnos en Él. Pues Él nos sondea y nos conoce... (Cfr. Salmo 139).

Si la ruptura se hace realidad puede que de forma espontánea tratemos de buscar culpables o responsables a esta situación. Y si no, como poco, tratamos de buscar los por qué del tema. Pero pienso que en el momento en el que se ejecuta la ruptura no es posible hallar ninguna respuesta de este tipo. Hay que darle a la ruptura un tiempo y con un poquito de distancia tratar de hacer valoraciones globales, pero sobre todo con la intención de extraer enseñanzas

En función de la vivencia que se haya producido entre las personas que constituyen la comunidad hay que contemplar seriamente la posibilidad de que algunos miembros, si no todos, de un modo u otro, pueden atravesar una situación de duelo. A mi entender esto es muy importante, pues querámoslo o no, después de un proceso que desemboca en ruptura hay herida y es muy importante vivirlo con la mayor salud posible. En cierto modo la ruptura viene acompañada de una situación de pérdida importante y ésta es la que provoca la situación de duelo, por la que hay que pasar y tras la cual puede favorecer que las diferentes personas que han compuesto el proyecto fraterno sigan en pie tras las huellas que Jesús nos ha dejado.

ASPECTOS IMPORTANTES

Cuando se consuma un proceso de ruptura comunitaria hay una serie de aspectos que pueden ayudar a ubicar a las personas dentro de la nueva etapa que se abre ante ellos:

-          La vida continúa. Puede parecer que no doy importancia a lo que ha sucedido, no es mi intención, no quiero quitar ni un gramo de importancia, ni de gravedad a lo que estos procesos suponen. Pero teniendo en cuenta todo, no podemos dejar de reconocer que el fin del mundo todavía no ha llegado y que la propuesta de Dios sigue ahí frente a nosotros, esperando respuesta.

-          No perder de vista la referencia eclesial amplia. Ser comunidad es una forma concreta y específica de hacer Iglesia en el ámbito cotidiano. Pero eso no agota las concreciones de la Iglesia y por tanto habrá que buscar nuevas referencias dentro de ese marco.

-          Tratar de no hacer criterios generales de situaciones concretas. Es decir, si el proyecto comunitario concreto donde uno andaba enfrascado se ha truncado, eso no debería poner en cuestión la opción por seguir a Jesús, ni la opción de hacer ese seguimiento en comunidad. No ayudaría, a mi entender, juzgar el todo por alguna de sus partes.

-          Otra tentación que puede aparecer en una situación de este tipo es intentar hacer “borrón y cuenta nueva”, en la medida que pretende ignorar lo que ha sucedido. No hay que negar el pasado, hay que aprender de él y, sobre todo, hay que rastrearlo una y otra vez hasta que encontremos las huellas de Dios en él, de este modo podremos aprender y crecer.

En esta dirección creo que habría que dar un paso de madurez y, si bien el proyecto comunitario ha finalizado, contemplo como necesario que las personas que lo han compuesto tengan la oportunidad de reencontrarse en algún momento, bien en común, bien por partes y tratar de reconciliarse consigo, con los demás y cómo no, también con Dios. De ese modo lo que aparentaba muerte, amenaza de resurrección. Y si ciertamente ha fallado un proyecto concreto la apuesta de Dios por la fraternidad y la respuesta que las personas dan permanecerá intacta y seguirá siendo posible un mundo de hermanas y hermanos.

Por tanto, en esta nueva etapa el Perdón es una palabra que cobra especial intensidad y es un tema a trabajar con mucho interés. Saberse perdonado por Dios, saber que Él ama a pesar de nuestros límites y de nuestro pecado, posibilitará que podamos perdonarnos a nosotros mismos y que así podamos perdonar y ser perdonados por los demás.

Por otro lado hay un trabajo que hacer en torno al valor de la unidad1, que tras la ruptura puede parecer resquebrajado o debilitado. Es muy importante poder tomar conciencia de la situación y ver que la unidad que Jesús propone no reside en que todos vivamos de la misma manera y bajo las mismas concreciones, sino que todos estemos en comunión. Que todos bebamos el cáliz de Jesús y bebiendo ese cáliz todos asumamos como nuestro el destino de Jesús.

Recuperar la unidad desde esta perspectiva puede ayudar a plantearse una nueva etapa de seguimiento.

Y DESPUÉS...

Cuando una ruptura se ha consumado, bastantes pocas cosas se pueden decir. Aunque sería importante que cada una de las personas de la comunidad pudiera hacer una lectura creyente de lo que ha sucedido y en un periodo de tiempo no excesivamente largo, pudieran reencontrarse para celebrar que el Amor de Dios llega a todos los lugares, a todas las personas y lo perdona todo.

Puesto que no ha quedado más remedio que romper2, es una necesidad vital cerrar las etapas con salud y, en un caso así, creo que lo único que puede aportar salud es hacer presente el Amor de Dios, desde la necesidad de perdón y de reconciliación.

Es muy importante, a pesar de todo el dolor y del sufrimiento que se genera en situaciones de este tipo, no perder de vista la apuesta que Dios hace por todas y cada una de las personas; por tanto no deberemos ser nosotros los que cerremos las puertas a las nuevas propuestas de Dios.

Por otro lado, y reitero algo de lo ya dicho, creo que en ningún momento el fracaso de un proyecto comunitario concreto debería hacer temblar nuestra opción por hacer vivo el seguimiento de Jesús en nuestros días.

 

ORAR EN TIEMPOS DE CRISIS3

Aquí nos tienes, Padre,
Cansados y confundidos.

Aquí nos tienes, Jesús, Hermano,
Perdidos y orgullosos en ocasiones.

Aquí nos tienes, Espíritu, Animador,
Sin luz y con poca esperanza.

Ponemos en tus manos,
Nuestro proyecto fraterno,
Con el deseo y la esperanza
De que también sea el Tuyo.

Aquí nos tienes,
Tú sabes mejor que nosotros,
Cómo estamos, cómo andamos,
Qué nos ocupa y nos preocupa.

Aquí nos tienes,
Tú sabes mejor que nosotros,
Qué necesitamos.

En este momento de crisis,
Nuestra mente está ofuscada,
Nuestro corazón embotado,
Nuestra palabra torpe,
Nuestra mirada corta,
Nuestros oídos cerrados.

Líbranos de la tentación
De no cuidar de nuestros hermanos y hermanas.
Líbranos de la tentación
De creernos mejor, de creernos más.
Líbranos de la tentación
De utilizar tu Nombre en vano.

Ayúdanos Tú,
Si no lo haces,
¿Quién lo hará? 

Manifiesta tu misericordia,
Una vez más.
Que tu luz nos guíe,
Una vez más.
Que tu esperanza nos sostenga,
Una vez más.

Si Tú no lo haces,
¿Quién lo hará?
Aquí estamos.
Aquí nos tienes.

Revista de Pastoral Juvenil: produccion@icceciberaula.es 

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ECLESALIA, 3 de mayo de 2004

REFLEXIONES DE UN PADRE CRISTIANO
EN TORNO A LAS PRIMERAS COMUNIONES

“Venid también vosotros a trabajar a mi viña” (Mt 20,7)
o bien: “venid a hacer la primera comunión”

JOSÉ JESÚS SOLCHAGA GARNICA, padre, cristiano y educador de JUNIOR

ZARAGOZA.

“Los cristianos acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la fracción del pan y a las oraciones... Todos ellos vivían unidos y tenían todo en común... según la necesidad de cada uno..., así que no había entre ellos ningún necesitado; partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría, alababan a Dios... y el Señor agregaba cada día a la comunidad a más creyentes...” (Hechos de los Apóstoles 2, 42-47; 4, 32-35; 5, 12-16).

“Por el cariño de Dios os pido, hermanos, que ofrezcáis vuestra propia existencia como sacrificio vivo, agradable a Dios: ¡que éste sea vuestro culto auténtico!... Que nadie se tenga en más de lo que hay que tenerse, pues nosotros, con ser muchos, unidos a Cristo formamos un solo cuerpo... aborreced lo malo y apegaos a lo bueno, y sed cariñosos unos con otros...; en la acción, no os echéis atrás, en el espíritu manteneos fervientes, siempre al servicio del Señor... haceos solidarios con los demás, esmeraos en la hospitalidad... que os tire lo sencillo... no devolváis a nadie mal por mal.” (Carta a los Romanos 12, 1-21).

“Éste es el culto que yo quiero, dice el Señor: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todas las opresiones; partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte en tus propios problemas e intereses. Entonces brillará tu luz como la aurora, te brotará la carne sana.... tu corazón de piedra se convertirá en corazón de carne, y te abrirá camino la justicia; entonces llamarás al Señor tu Dios, y Él te responderá, le pedirás auxilio y Él te dirá “aquí estoy”... y brillará tu luz en las tinieblas y tu oscuridad se volverá mediodía.” (Isaías 58, 1-12).

ECLESALIA, 03/05/04.- A esto es a lo que uno se “apunta” al decidir entrar a formar parte de la comunidad de los que creemos en Jesús, y a compartir lo más preciado que tenemos: la Eucaristía.

Pues bien, como todos los años asistiremos de nuevo, no sin cierta tristeza, los sábados y domingos del mes de mayo (que un teólogo llamó “el mes de los sacrilegios”), a esa sucesión de desfiles de niños y niñas de 9 o 10 años: niños capitanes de fragata, niños franciscanos, niños almirantes de marina y casi todas las niñas de novias antes de tiempo.

Sí, como cada año, en parroquias, colegios religiosos, calles y restaurantes de pueblos y ciudades, asistiremos al espectáculo de las primeras comuniones.

Convencido de que los niños y las niñas pueden ser cristianos comprometidos desde su ser de niños y preocupado por la frecuente manipulación que se hace de los niños y niñas, del ser cristiano y de la propia iglesia desde diversas instancias en este asunto de “las primeras comuniones”, me gustaría ofrecer algunos elementos de reflexión sobre esta realidad.

VEO, VEO...

-          que en nuestra sociedad todavía son muchos los niños y niñas que “hacen la primera comunión”;

-          que de ellos, son poquísimos los que continúan después en procesos de crecimiento en la fe; para muchos de ellos, la “primera” comunión es casi también, a la vez, “la última” comunión;

-          que en un número elevado de casos, los niños y niñas (y sus familias) que se preparan para hacer y hacen la “primera comunión” no habían aparecido por la parroquia desde que se bautizaron, y no volverán casi con toda seguridad a hacerlo hasta que se confirmen, si se confirman, y volverán a desaparecer hasta la boda si se “casan por la Iglesia”: no hay procesos continuados de crecimiento en la fe en un elevado número de casos, ¡ni hay intención de entrar en ellos con motivo de estos sacramentos! (el pasar por el expediente de la “preparación” para “recibir” un sacramento no es un proceso continuado de crecimiento en la fe);

-          que en las familias (papás, hermanos, tíos, primos, novios y novias de los primos..., pues todos ellos asisten a la celebración) de muchos de esos niños y niñas que “hacen la primera comunión” no se viven la fe y el seguimiento de Jesús, ni “lo cristiano” tiene ninguna repercusión concreta en su vida, en sus actitudes, en la transformación de los ambientes en que viven; ni se tiene, además, ninguna intención de que esas cosas cambien con motivo de la “primera comunión” de su hijo o hija;

-          que en muchas parroquias y colegios religiosos donde se ofertan “primeras comuniones” no existen referencias comunitarias reales: ¿a qué realidad se van a incorporar esos niños y niñas? ¿O tan sólo se trata de celebrar un rito?; ¿o es que la incorporación de nuevos miembros a la eucaristía de la comunidad cristiana no supone ningún compromiso por parte de la propia comunidad que los acepta?;

-          que en la forma de realizar la celebración de muchas “primeras comuniones” (y las formas no son el fondo, pero muchas veces lo delatan –casi siempre-) están ausentes el protagonismo de los niños y niñas y su experiencia creyente (¡que la tienen!), y el protagonismo y la experiencia creyente de la comunidad cristiana que los acoge (protagonismos reales, no leer las peticiones y hacer las ofrendas, y contestar a unas preguntas...): el protagonismo es del sacerdote, de las familias (¿desde cuándo es la eucaristía un asunto de familia en vez de la comunidad cristiana?) y del espectáculo;

-          que en la forma de realizar muchas “primeras comuniones” hay, patentes y evidentes, elementos contrarios al evangelio de Jesús: la falta de fe en muchos de los presentes (“Y no pudo Jesús obrar allí ningún signo por su falta de fe” –Mateo 13, 53-58- ), el gasto económico en todo el asunto (trajes –y no sólo del que “se comulga”-, peluquerías, reportajes fotográficos o de vídeo, regalos, restaurante...), en un asunto del que se supone que es la incorporación a la eucaristía de la comunidad, en la que “los que poseían bienes los vendían, entregaban el importe a los apóstoles, y éstos lo repartían según la necesidad de cada uno; y así entre ellos nadie pasaba necesidad” (Hechos de los Apóstoles);

-          que en no pocos casos algunas de las razones que se aducen para que “el niño o la niña comulguen”, siendo que en casa la fe cristiana y el seguimiento de Jesús apenas tienen nada que decir, son: “para que no se traumatice”, o “todos los de su clase la hacen, ¿cómo se va a sentir ella o él si no la hace”, o “por no dar un disgusto a sus abuelos”, o “como lo bautizamos, pues ahora toca la comunión”,...: ¡Dios mío!, ¡qué forma tan desfigurada de ver a los niños y a las niñas!, ¡qué manera tan poco seria y adulta de afrontar las situaciones conflictivas con los hijos –o con los padres-¡;

-          que en muchas ocasiones los sacramentos, y en concreto la “primera comunión” son, de hecho, servicios religiosos a los que tienen acceso los ciudadanos sea cual sea su actitud frente al mensaje de Jesús, estén o no estén de acuerdo en su vida con su mensaje y con sus exigencias, y que acuden muchas veces por cierto sentido de obligación, sea de tipo religioso, bien por la fuerza de la costumbre, bien por convencionalismo social;

-          que hay descontento (¿y desencanto?) y sensación de incomodidad en no pocos sacerdotes por esta realidad, que se vive con desasosiego porque se querría hacer de otra manera pero no se sabe bien qué hacer o por dónde salir, ¡porque las implicaciones de este asunto son tan amplias, hay tantas teclas que tocar, no sólo hay personas sino también estructuras e ideología,...!, o porque sí se sabe qué hacer y por dónde salir, ¡pero la audacia que se requiere es tanta!,...

-          que hay descontento y sensación de incomodidad en matrimonios y en niños que se lo creen de verdad y querrían hacerlo de otro modo, pero las presiones son tantas, los titos que tocar tan diversos, los “enfrentamientos” que afrontar tan delicados... que al final se hace del mismo modo o tan sólo cambiando aspectos secundarios (aunque no por ello menos importantes);

-          que hay realidades de grupos, parroquias, matrimonios y niños y niñas que lo hacen de otro modo: inmersos en procesos de crecimiento en la fe, desenganchándose del que parecía tan ineludible mundo de los trajes y los regalos y los reportajes y los banquetes, pero que al final resulta no tan ineludible; pero, ¡ay!, son como islas en medio del océano, como excepciones en la regla general; o, vistos de otro modo, ¡son como levadura en la masa!;

-          que hay un evidente negocio económico y de prestigio social montado en torno a “las primeras comuniones” que dista mucho del mensaje evangélico y de sus exigencias; y que de la responsabilidad de este montaje no puede desentenderse la propia iglesia, tanto sus laicos como sus obispos y sacerdotes: poco se hace, o con muy poca audacia evangélica, para denunciar y abandonar este estado de cosas;

-          y todo esto aunque las palabras que se digan en la celebración no digan esto que acabamos de constatar: la fuerza la tiene no lo que se dice, sino el cómo se celebra, el a quién se admite a la eucaristía y las condiciones para incorporarse a la comunidad cristiana.

CREO, CREO...

-          Que para que la celebración de los sacramentos se pueda considerar aceptable, la palabra que se dice (en la catequesis de “primera comunión”, en la propia celebración) y el sacramento que se celebra (con todos sus elementos: quiénes participan, cómo se realiza, en qué condiciones y con qué exigencias,...) deben asegurarse con su verdadera significación: los participantes se tienen que sentir interpelados y concernidos por el mensaje de la “buena noticia”, que resulta gozosa para unos y con frecuencia escandalosa para otros; quiere decir, además, que se debe celebrar de tal forma que los participantes se sientan llamados a la conversión cristiana; y tiene que celebrarse, además, de tal forma que la celebración sea expresión de que se viven unas determinadas experiencias en quienes participan en ella: la experiencia de Dios que llama a un encuentro verdaderamente personal con Jesús; la experiencia de la alegría y el gozo ante la “buena noticia” del reino; la experiencia de la conversión cristiana; y la experiencia de la libertad y la audacia que son inherentes a la proclamación del mensaje de Jesús: sólo cuando estas experiencias son vividas, al menos (pero vividas) de alguna manera, podemos asegurar que se celebra el culto que Dios quiere y como Dios quiere;

-          que es necesario plantearse, con toda honestidad, si no se cuidan en las “primeras comuniones” muchos elementos externos y secundarios, pero se descuida de manera asombrosa e intolerable la coherencia de las experiencias auténticamente cristianas y comunitarias que no pueden faltar en el culto de la comunidad creyente;

-          que en la Iglesia no podemos hablar, ni celebrar el culto si no es en comunidad (no en familia), y desde las experiencias creyentes y vitales de los que forman esa comunidad; porque, siendo sinceros, ¿dónde está dicho por Dios que el culto cristiano tenga que ser para todo el mundo?, ¿dónde está revelado que nuestras celebraciones deban ser servicios religiosos abiertos a todo el que llega?, y ¿con qué derecho la iglesia se permite la libertad de organizar servicios religiosos en los que apenas hay un mínimo de experiencia auténticamente cristiana, o incluso muchas veces tal experiencia brilla por su ausencia?;

-          que en la Iglesia no podemos desligar la celebración de la fe, ¡y la eucaristía es la más significativa de ellas!, de las exigencias y el compromiso por la justicia y la construcción de un mundo mejor: exigencias que son para quienes se acercan a la celebración y participan en ella, y que se proponen para quienes desean incorporarse a la comunidad y a su eucaristía (los que “hacen la primera comunión”);

-          que no se da verdadero protagonismo a los laicos, y de entre ellos a los niños y niñas, si no se les da también en lo que tiene la comunidad cristiana de más vital porque en ello refresca, expresa y nutre su fe en el Señor Jesús y en el mundo nuevo que hay que construir: la celebración de los sacramentos, especialmente la eucaristía;

-          que la celebración de “la primera comunión” es la celebración de un paso de incorporación a la comunidad cristiana y al seguimiento de Jesús, y no la celebración de un rito; esa incorporación se inicia en el bautismo, en la incorporación a la eucaristía de la comunidad y en la confirmación, en un proceso continuado de esos tres sacramentos llamados “de la iniciación cristiana”, para luego continuarse de forma madura en una comunidad de referencia y comprometidos en su realidad y en sus ambientes: si no se da ese proceso continuado en la iniciación cristiana, dudamos que haya realmente una iniciación cristiana adecuada; pero entonces, ¿qué es “hacer la primera comunión”?

POR TODO ELLO, PROPONGO...

-          que en las parroquias y comunidades cristianas se promuevan espacios de formación, debate y diálogo entre los cristianos y grupos cristianos sobre la celebración de los sacramentos: su sentido, sus condiciones, sus compromisos y exigencias, la forma de ofertarlos, la edad en la que ofrecerlos...;

-          que en las parroquias y comunidades cristianas se ofrezcan y se potencien, de una vez por todas, procesos continuados de crecimiento en la fe y el seguimiento de Jesús; y en momentos concretos de esos procesos, y a quienes estén implicados de forma activa en ellos, se les ofrecerán “pasos significativos” de incorporación a la comunidad cristiana y al seguimiento de Jesús (el bautismo, la primera incorporación a la eucaristía de la comunidad, la confirmación);

-          que las familias os toméis en serio esto de la fe:

o        si no creéis, si en vuestra vida real y concreta el evangelio de Jesús y sus exigencias no tienen nada que deciros, por favor, ¡no hagáis teatro!, ¡que no pasa nada por que el chico o la chica no hagan esta farsa! (al revés, lo educativo es la autenticidad en la vida);

o        y si creéis, si en vuestra vida real y concreta el evangelio de Jesús y sus exigencias tienen un sitio y algo que deciros, ¡exigid una forma de incorporar a vuestros hijos e hijas a la eucaristía de la comunidad que sea coherente con su verdadero significado!, ¡exigid protagonismo en la vida de la comunidad cristiana a la que pertenecéis!, ¡exigid que se ofrezcan a vuestros hijos e hijas procesos continuados de crecimiento en la fe, y dentro de ellos que se enmarquen los sacramentos!;

-          que vosotros, los niños y las niñas, seáis capaces de tomar vuestro protagonismo en casa, también (y sobre todo) en estos asuntos, y seáis capaces de decir en casa:

o        a mí esto no me dice nada, no me interesa, ¡por favor, no hagáis teatro conmigo!;

o        ¿por qué me metéis en estos rollos si vosotros pasáis de todo esto?;

o        como veo que vosotros vivís esto, que os ilumina la vida, y vuestras actitudes y vuestras decisiones, como conozco a los miembros de vuestra comunidad cristiana, y me gustaría vivir así, ¡quiero apuntarme a este asunto!, ¡quiero crecer en este proceso!; y dentro de él, y con ese sentido, quiero incorporarme, como niño o niña que soy, a vuestra comunidad;

-          que se mime, y se cuide y se ofrezcan como testimonio eclesial a los grupos, comunidades, matrimonios, niños y niñas que se lo toman y lo hacen “de otra manera”, como debe ser, “como Dios manda”;

-          que nuestros obispos y sacerdotes denuncien el negocio de las primeras comuniones (y de otros sacramentos) como contrarios al evangelio de Jesús y a la solidaridad en un mundo tan injusto como el nuestro; y que a la vez promuevan, con el protagonismo ineludible de los laicos y de sus comunidades, los cambios en la propia iglesia (tanto de mentalidad, como organizativos y estructurales) que hagan más difícil la manipulación económica de sus celebraciones y les devuelvan su frescor evangélico;

-          que muchas parejas cristianas y comunidades cristianas, con audacia e imaginación, vayan inventando formas diferentes y alternativas de celebrar la incorporación de nuevos miembros a la eucaristía de la comunidad. “A modo de ejemplo: ¿qué pasaría si, una vez preparado el niño o la niña, insertado en un proceso más amplio de crecimiento en la fe, sus padres lo llevan un día a comulgar con ellos, silenciosamente, como si fuera un día más, se dedica luego en casa un buen rato a profundizar en lo ocurrido, se le regalan unos evangelios, y luego se acude con ella o con él a entregar todo lo no gastado (en vestidos, restaurantes, fotógrafos...) para cualquier fundación de ayuda a la infancia del Tercer Mundo?” (“Migajas cristianas”, de José Ignacio González Faus).

Que el Señor Jesús no nos invita y llama a “comulgar”, sino a trabajar en su viña. Trabajo en el que, como buen Señor que es, Él pone la comida.

Para saber más: “Migajas cristianas”, de José Ignacio González Faus, en Editorial PPC, Madrid 2000; capítulo 20, “El mes de los sacrilegios”; “Símbolos de libertad”, de José María Castillo, en Editorial Sígueme, colección “Verdad e imagen”, número 63, Salamanca 1981; “La alternativa cristiana”, de José María Castillo, en Editorial Sígueme, colección “Verdad e imagen”, número 52, Salamanca 1981, capítulos 6 al 11.

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ECLESALIA, 12 de mayo de 2004

Participaron diez mil personas de 150 movimientos y comunidades católicos, evangélicos, ortodoxos, y anglicanos

MENSAJE FINAL DEL PRIMER ENCUENTRO DE MOVIMIENTOS CRISTIANOS

El ocho de mayo en Alemania con el lema “Juntos por Europa”

1. Europa ha llegado a un momento decisivo para su existencia y su proyecto futuro: no puede limitarse a ser un mercado o una unión para la seguridad de sus ciudadanos. Se advierte que un nuevo hálito del amor de Dios sobre todos sus pueblos empuja a Europa a ser mucho más que eso. Es el continente de la variedad y la belleza, y ha vivido momentos de esplendor y de crecimiento, pero también ha probado la amarga verdad que el hombre, si no hace referencia a valores profundos, se desarraiga de su humanidad y se manifiesta capaz de los peores males. En el último siglo dos guerras mundiales, campos de concentración, gulag, y en especial la Shoah han sido testigos de las tinieblas que han cubierto nuestro continente e ha influido dolorosamente sobre el resto del mundo. Y ahora marginaciones, injusticias, explotaciones y la llaga del terrorismo reclaman soluciones. Pero a pesar de todos estos males, hoy vemos con gratitud que se reafirma una Europa reconciliada. Una Europa libre y democrática

2. Inspirados por la fuerza transformadora del Evangelio, estamos llamados a trabajar por un continente unido y variopinto. Nosotros, que pertenecemos a más de 150 movimientos y grupos de distintas Iglesias y Comunidades cristianas, y hemos venido a Stuttgart desde todos los rincones del continente, queremos dar testimonio de la novedad de la creciente comunión entre nosotros, impulsada por el Espíritu Santo. Esta comunión de vida es un ulterior fruto de las tradiciones culturales que, a la luz de la revelación judeo-cristiana, han edificado nuestro continente a lo largo de los siglos. Ofrecemos esta comunión como una aportación a una Europa que sea capaz de responder a los desafíos de nuestro tiempo.

3. Los carismas, los dones de Dios, nos impulsan a seguir el camino de la fraternidad universal, que para nosotros es la vocación más profunda de Europa. Y la Jornada «Juntos por Europa» (Stuttgart, 8 de mayo de 2004) no es otra cosa que el amor evangélico vivido entre todos, que siempre hemos de renovar, empezando aquí y ahora. La fraternidad es: distribución de bienes y de recursos; igualdad y libertad para todas y para todos; conocimiento del patrimonio cultural común; apertura a quienes son portadores de otras culturas y tradiciones religiosas; amor solidario con los débiles y pobres de nuestras ciudades; profundo sentido de la familia; atención a la vida en toda su trayectoria natural; cuidado de la naturaleza y del ambiente; desarrollo armonioso de los medios de comunicación. A través de esta fraternidad vivida, Europa misma se convierte en un mensaje de paz; una paz activa, que se construye cotidianamente, teniendo como base el perdón que se concede y se pide. Una paz que quiere construir puentes entre los pueblos, “globalizando” la solidaridad y la justicia.

4. Este mensaje no quiere ser una simple afirmación de deseos, sino el testimonio de aquello que, aunque sea de manera incipiente, es ya una realidad entre nosotros. Nosotros, reunidos en Stuttgart y en conexión con encuentros paralelos en más de 150 ciudades del continente, queremos trabajar con todos los hombres y las mujeres de buena voluntad para que Europa sea un espacio de amor y de fraternidad, que sea consciente de sus responsabilidades y que se manifieste abierta al mundo entero.

Para más información: www.europ2004.org

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ECLESALIA, 17 y 18 de mayo de 2004

EL IMPERIO Y DIOS
A propósito de Irak

JON SOBRINO, 12/05/04

EL SALVADOR.

ECLESALIA, 17y 18/05/04.- Después de los terremotos de enero y febrero del 2001 en El Salvador escribí el texto de un pequeño libro[1] sobre su significado para la praxis y la fe de los creyentes, pero, cuando ya estaba listo para la publicación, tuvo lugar el atentado del 11 de septiembre en Nueva York, y, poco después, los bombardeos contra Afganistán el 7 de octubre. Por ello añadí un capítulo y cambié la introducción. Ahora me encuentro en una situación parecida. La Editorial Orbis Books, Nueva York, lo va a publicar en inglés, pero me pide que aunque sea brevemente añada un breve prólogo con una palabra sobre Irak. He escrito el prólogo y lo he titulado “El imperio y Dios”.

Así ha salido el libro. Su finalidad es cooperar -en lo poco que uno pueda- a frenar la deshumanización por la que se desliza nuestro mundo, y alentar la esperanza y praxis de humanización. En esto queremos insistir, pues nos parece lo más necesario. Y lo hacemos con las solemnes palabras que pronunció Ignacio Ellacuría en Barcelona, el 6 de noviembre de 1989, diez días antes de ser asesinado: "Sólo utópica y esperanzadamente uno puede creer y tener ánimos para intentar con todos los pobres y oprimidos del mundo revertir la historia, subvertirla y lanzarla en otra dirección" [2].

El lector ha leído bien. Ante Irak, Afganistán, África, Haití, que mueren lenta o violentamente por una parte, y ante el mundo de abundancia, que conduce lenta o violentamente a la muerte de los pobres por otra, no basta con cambiar políticas y coaliciones, sino que hay que hacer el intento de "revertir" la historia, ponerla en una dirección contraria a la actual. No basta con ciencia y tecnología, sino que hay que " creer y tener ánimo". No basta con proceder calculadamente, sino que hay que proceder "utópica y esperanzadamente". Y por encima de todo, hay que revertir la historia "con la esperanza de todos los pobres y oprimidos del mundo". No basta, pues, aunque es muy necesario, con que se operen algunos cambios en la dirección que ha tomado Occidente, sino que son necesarios cambios radicales, al menos cambios importantes y significativos.

En estos tiempos postmodernos ya no se escuchan palabras como éstas, aunque sean de un intelectual brillante y de un mártir, pero siguen teniendo vigencia en "estos días de Irak". Son palabras de exigencia y de invitación. En este prólogo nos vamos a concentrar en dos cosas fundamentales que expresan ambas cosas. Con cierta audacia las llamamos el imperio y Dios. El imperio conduce a la deshumanización y Dios conduce a la humanización.

EL IMPERIO

Ante todo, una nota previa. En este prólogo no voy a analizar el integrismo religioso de algunos grupos islámicos, ni sus acciones terroristas, ni su fanatismo hasta la auto inmolación que da muerte a otros. Sobre ello hablamos en el capítulo VII del libro y no lo vamos a repetir. Ahora nos concentramos en lo que hace y ocurre en Occidente. Y lo más grave es el imperio. En él aparece una maldad especifica que va mas allá de la maldad humana, en Oriente o en Occidente, o en cualquier religión, judía, cristiana, musulmana.

Pues bien, la palabra imperio parecía muerta, pero la realidad la ha resucitado. Hoy no basta con hablar de injusticia y de capitalismo para describir la postración en que se encuentra el planeta visto en su totalidad. Existe el imperio y el imperio actual es Estados Unidos, Irak lo ha hecho inocultable. Impone su voluntad sobre todo el planeta con un poder inmenso. Su mística es el triunfo sobre los demás, con egoísmo cruel y a través de todos los ámbitos de realidad: economía que no piensa en el oikos; industria armamentista que no piensa en la vida; comercio con reglas inicuas que no buscan la equidad; destrucción de la naturaleza que no piensa en la madre tierra; información manipulada y mentirosa, que no piensa en la verdad; guerra cruel que no piensa ni en vivos ni en muertos; irrespeto al derecho internacional y a los derechos humanos, en Guantánamo, y sin un ápice de pudor en Abu Ghraib, como lo muestran las fotografías, conocidas cada vez en mayor número y en mayor iniquidad y obscenidad - pudor, por cierto, que parece que está camino de desaparecer en Occidente.

El escándalo de Abu Ghraib ha sido monumental, sin precedentes y sigue en aumento al escribir estas líneas. El domingo, 9 mayo de 2004 dos palabras ocupaban todas las columnas de la primera página del L'Osservatore Romano: "Horror y vergüenza". El texto decía lo siguiente:

El conflicto iraquí, ya marcado por el luto y la destrucción, asume ahora connotaciones todavía más trágicas con el descubrimiento de torturas inhumanas infligidas a los detenidos iraquíes... En los abusos y en los malos tratos a prisioneros se consuma la radical negación de la dignidad del hombre y de sus valores fundamentales... La ofensa brutal contra el semejante es la trágica antítesis de los principios básicos de la civilización y de la democracia... En este inquietante escenario, el mundo se interroga estupefacto, lleno de horror y de vergüenza... En particular, el pueblo estadounidense se siente profundamente traicionado en su humanidad y en su historia al saber que la tortura -afrenta contra la persona humana- ha sido perpetrada bajo su bandera, deshonrándola.

Y el arzobispo Giovanni Lajolo, secretario vaticano para las relaciones con los Estados, afirmó que "el escándalo es aún más grave si se tiene en cuenta que esas acciones fueron cometidas por cristianos".

A esto hay que añadir la desfachatez de negar o simular desconocimiento de lo ocurrido en las torres de Nueva York, en Afganistán y en Irak, antes y durante la guerra. Hace ya meses Cruz Roja Internacional había informado de los abusos en las cárceles de Irak a varios funcionarios del gobierno de Estados Unidos, y de otros países de la coalición. Y lo mismo habían hecho Amnistía Internacional, Human Rights Watch, Human Rights First. Sin embargo, el presidente Bush, cuando en sus discursos ya no podía aducir pruebas de que Irak tenía armas de destrucción masiva, todavía afirmaba triunfalmente que, al menos, después de la invasión en las cárceles de Irak, ya habían terminado los horrores del tiempo de Saddam Hussein.

El imperio, pues, impone su voluntad directamente a pueblos a los que hace la guerra e indirectamente a sus aliados de coalición. A la larga, sin embargo, lo más grave -pues va más allá de Irak y de guerras- puede ser que impone al ser humano cuál es su verdadera realidad, su dignidad, su felicidad. Contamina, así, el aire que respira nuestro espíritu y lo condena a la muerte. En lo fundamental impone la exaltación del individuo y del éxito, como formas superiores de ser humano, y el egoísta e irresponsable disfrute de la vida como lo que no admite discusión. Y todo ello sin reparar en recursos, de modo que un deportista, cantante o actor de cine, en Estados Unidos o en Europa, puede ganar lo equivalente a un alto porcentaje del presupuesto nacional de un país subsahariano. Lo mencionamos, porque este tipo de despropósitos -nadie sabe por qué- no se suelen tener en cuenta.

La conclusión es que el imperio introyecta la "cultura de epulón y Lázaro" como cosa normal. Fraternidad, compasión y servicio al débil -aunque no se vilipendien con el vigor de un Nieztsche- serían en la práctica productos culturales secundarios, tolerados, pero no promovidos. Insistir en ellos no es “políticamente correcto”. La igualdad de la revolución francesa, y nada digamos de la fraternidad del evangelio, se han quedado obsoletas. De Afganistán e Irak no cuentan los afganos y los iraquíes, y de África no cuenta nada. El imperio genera polución del ambiente. Ese ambiente, en suma, sofoca, asfixia, envenena al espíritu.

Todo esto asusta, y sin embargo, usando conceptos bíblicos, el imperio anuncia que el mundo que él gestiona ha llegado a ser buena noticia, eu-aggelion. Proclama el advenimiento del fin de la historia, el eschaton, y de la aldea globalizada, el reino de Dios, la basileia tou Theou. El ser humano de hoy debe considerarse afortunado de vivir en este mundo, que el imperio tiene la misión divina de defender y extender.

Quizás todo esto parezca exagerado, pero en mi opinión éste es el mensaje que comunica Estados Unidos desde hace años, y con mayor contundencia -y también con mayor desfachatez-, en estos años de Afganistán, de Irak, de la ignorada y silenciada África... Veamos ahora algunas concreciones de cómo el imperio somete a los humanos más allá de lo que acabamos de analizar.

El imperio se considera dueño y señor del tiempo, de su densidad y calidad. El calendario no es lo que es dado a todos por igual para que cada quien deje constancia de su propia historia. El 11-S es un hito en la historia, pero no lo es el 7-O (7 de octubre de 2001) y el 30-M (30 de marzo de 2003), días en que comenzaron los bombardeos contra Afganistán e Irak. Ni siquiera existen. Sí existe el 11-M, los atentados en Madrid, pues, dicho sin ninguna ironía y con inmensa compasión hacia las víctimas, ocurrió en la órbita imperial.

El comentario es obvio: ha habido muchos otros 11- , pero no existen porque no han sido registrados en el calendario imperial, como otro 11-S, el 11 de septiembre de 1973, día en que ocurrió el asesinato de Allende y la masacre en el palacio de la Moneda, tras todo lo cual estaba Estados Unidos.

Y permítaseme detenerme en otro ejemplo por ser muy cercano a El salvador y también a Estados Unidos. Un 11-D, 11 de diciembre de 1981, alrededor de mil personas fueron asesinadas en El Mozote, El Salvador, divididas en tres grupos: los hombres encerrados en la Iglesia, las mujeres en una casa, y los niños, unos 170, con una edad media de seis años, en otra casa cercana a la de las mujeres, de modo que éstas podían “escuchar” -Rufina, la única superviviente, dice “reconocer”- el llanto de sus hijos cuando eran asesinados. Todas y todos fueron asesinados. Los asesinos eran miembros del batallón Atlacatl, entrenado por los norteamericanos, el mismo batallón que asesinó a los jesuitas, a Julia Elba y Celina, el 16 de noviembre de 1989. Pues bien, el mundo, tampoco el mundo occidental democrático, reaccionó. La embajada de Estados Unidos dijo no tener noticia de muertos en El Mozote, y cuando los muertos se hicieron inocultables, dijo que se debió tratar de algún enfrentamiento con la guerrilla. No hubo reconocimiento de las víctimas ni entierro digno, y por supuesto no hubo manifestaciones en contra del terrorismo del batallón Atlacatl, que era estricto terrorismo de estado. Ni pudo haberlo. La televisión salvadoreña e internacional -perdónesenos la simpleza-, siendo lo suyo "mostrar", no mostró nada. Salir a la calle a protestar -a diferencia de lo que pudieron hacer neoyorquinos y madrileños- hubiese significado poner en juego la propia vida[3].

Y un último ejemplo de estos días. En Falluyah ha habido un 11-A, 11 de abril de 2004. “Francotiradores del ejército de Estados Unidos están disparando contra todo lo que se mueve”, dijeron miembros de Cristianos por la Paz, al regresar de Falluyah el domingo 11 de abril. Ese día habían muerto bajo fuego estadounidense 518 iraquíes, entre ellos por lo menos 157 mujeres y 146 niños; de éstos, un centenar tenían menos de 12 años, y 46 menos de 5 años.

Conclusión. El imperio decide dónde y cuándo el tiempo es cosa real, qué fechas se deben convertir en referentes temporales para los humanos. Dice: "el tiempo es real cuando lo decidimos nosotros". Y la razón última es metafísica: "lo real somos nosotros".

Y ese apoderarse de la esencia del tiempo ocurre también, de alguna forma, con el espacio. El imperio ha decidido que vivimos ahora en un espacio bueno, al menos mejor que el de hace unas décadas. El entusiasmo que se produjo tras la caída del muro de Berlín facilitó esa visión imperial del espacio del planeta. Llegó la pax americana, heredera de la pax romana, no del shalom bíblico, y Estados Unidos se convirtió en su gestor en todo el mundo. También gestiona y controla, con toda naturalidad, la globalización, y propala la falacia de que el mundo se ha convertido en un espacio bendecido por la perfección de la redondez, sin mencionar los agujeros, los abismos, las esquinas y estridencias. En él caben todos, aunque el imperio se cuida muy mucho de explicar cuán diferentemente se ubican en ese espacio global los ciudadanos de Boston o París y los de Kigali o Calcuta.

Por último, el imperio impone la definición de lo que es la felicidad: “el buen vivir”. Es un absoluto indiscutible, aunque con ocasión de Irak, algo se está tambaleando esa visión del buen vivir. Y es que en el imperio está creciendo el miedo, y eso es lo que queremos analizar para terminar esta primera parte de la introducción.

En enero de 1989, hablando del quinto centenario, Ignacio Ellacuría dijo que “en América Latina somos un continente de esperanza frente a otros continentes que no tienen esperanza y que lo único que realmente tienen es miedo” [4]. ¿Será verdad que Estados Unidos y Europa tienen miedo? ¿A qué?

Desde hace años en Estados Unidos y en Europa se cuelan ilegalmente muchos inmigrantes. Bueno es que lleguen los necesarios, pero que lleguen más produce miedo. Molestan, van minando el monopolio de la lengua, costumbres, religión... Al sueño americano y europeo se le añaden, pues, pesadillas. Con el 11 de septiembre comenzó otro capítulo del miedo en el mundo de abundancia. Y los más perspicaces ven que el llamado "progreso", "prosperidad", "civilización de la riqueza", que decía Ellacuría, no está llevando a la humanidad a buen puerto sino al precipicio, que dice J. Moltmann. Eso es bien conocido y no me voy a detener en ello, sino en lo que me parece ser el miedo mayor y más fundamental, y que no es coyuntural -miedo a inmigrantes o a terroristas-, sino estructural.

En efecto, los países del Norte han conseguido un alto grado de “buen vivir”, aunque existan en ellos bolsas de “mal vivir”. Y eso no quieren perderlo ni rebajarlo por nada de este mundo. Como en el caso de la divinidad, es algo intocable. A sus ciudadanos les parece “lo normal”, de modo que en el mundo de abundancia vuelve a aparecer como elemento esencial de su autocomprensión el “destino manifiesto” -al que invocaba Estados Unidos en el s. XIX para anexionarse la mitad de México. Pues bien, en la metrópolis y en sus más allegados, ese destino manifiesto del imperio es el "buen vivir". No tienen que preguntarse por el precio que para ello han pagado y tienen que pagar los pobres de este mundo, pues el destino es inevitable. Ahora, sin embargo, surge el miedo a perder ese "buen vivir". He aquí algunas expresiones.

Los grandes del G-8, representan el 12 % de la población mundial, y poseen el 60% de la riqueza. Controlan todo, pero cuando se reunieron del 1 al 3 de junio del 2003 en Evian, buscaron protección contra los manifestantes. En total hubo 30.000 efectivos para protegerlos, casi uno por cada tres manifestantes. El miedo fundamental no es a que haya acciones violentas que puedan ocasionar daños, sino a que se configure un orden mundial realmente distinto al actual, el miedo al "otro mundo es posible", en el que puedan comer todos, aunque para ello los países de abundancia tengan que comer menos. Arriesgar el buen vivir actual, rebajarlo sustancialmente, es pedir demasiado. Y hay miedo a que algo de eso pueda ocurrir.

El miedo se expresa de otras formas en coyunturas en que aparecen grietas en el Norte. En la guerra de Iraq, por ejemplo, Estados Unidos ha ido, hasta cierto punto, por un lado y Francia y Alemania por otro, y las desavenencias prosiguen. Las grietas, sin embargo, no llegan a la ruptura ni al enfrentamiento. Y si nos preguntamos por qué lo que hace superar las diferencias no son ideales ni ideologías, sino el miedo. La Europa "rebelde" tiene miedo a que sus empresas no se repartan el botín de la reconstrucción de Iraq, a que su desunión interna le dificulte llegar a ser potencia económica de primer orden.

Y es importante añadir que este miedo no sólo cunde entre los líderes, gobernantes y políticos, sino también entre los ciudadanos, aunque siempre hay excepciones. Un ejemplo. Contra la guerra de Irak ha habido infinidad de protestas porque indigna su crueldad e irritan las mentiras de Bush, Blair y Aznar. El ciudadano normal se siente provocado y convocado. En esas manifestaciones se han hecho presentes muchas cosas positivas: el instinto de justicia, un buen grado de compasión y algo de la estética de la protesta, y todo ello es bueno y esperanzador. Pero un amigo comentaba desde España que los resultados de las elecciones del 25 de mayo del 2003 no reflejaron ni de lejos la magnitud de las protestas ni los resultados de las encuestas. Según éstas el 90% de los españoles estaban en contra de la guerra de Iraq, pero en las elecciones no apareció un rechazo de tal magnitud al gobierno del Partido Popular[5]. Algo parecido nos decían unos amigos de Estados Unidos para que no nos entusiasmásemos ingenuamente con la lucha de los grupos opositores a la guerra.

La conclusión es que el Norte, en su generalidad, no quiere correr riesgos para cambiar la actual situación económica. Cuánto está dispuesto a arriesgar su buen vivir el ciudadano medio de los países de abundancia para que puedan sobrevivir las mayorías pobres, no se sabe. Pero todo da a entender que tiene miedo a perder ese buen vivir.

¿Y qué hay de malo en querer “vivir bien”?, se preguntarán los que lo dan como su destino manifiesto. Ya hemos aludido a ello: el precipicio de la deshumanización. En nuestro mundo "el buen vivir" sólo es posible -estructuralmente hablando-, a expensas del malvivir y de la muerte de los pobres. Por mucho que se dulcifique el lenguaje y el concepto, por mucho que haya que apoyar la cultura de la paz, del diálogo y la cooperación, por mucho que se entronice la retórica de la solidaridad entre todos los pueblos -en foros mundiales de la cultura, en olimpíadas...-, en la realidad objetiva el mundo sigue siendo fundamentalmente antagónico. José Comblin, a sus ochenta años bien cumplidos, dice con su sabiduría habitual: “en realidad la humanidad está dividida entre opresores y oprimidos”. Y esto seguirá así mientras el buen vivir de los países de abundancia no deje de ser intocable.

Muchas de las cosas que acabamos de decir no se deben sólo a Irak ni se reflejan sólo en Irak. Estaban presentes en la inveterada injusticia del capitalismo y del socialismo soviético real. Pero todo ello se ha exacerbado, y por ello hablamos ahora de imperio. E Irak lo ha hecho inocultable. Y muestra con paladina claridad que el imperio nos lleva por el camino de la deshumanización.

DIOS

En el último capítulo de este libro el lector podrá leer algunas reflexiones sobre el tema de Dios y sobre la pregunta de la teodicea, pregunta obvia en estos casos: dónde está Dios en las catástrofes naturales e históricas. Ahora, sólo quiero añadir otras reflexiones sobre Dios que me han venido a la mente a propósito de la guerra de Irak.

a) En el Norte ya no hay teocracias, pero el imperio está introduciendo algo análogo. En Estados Unidos el imperio es concebido desde categorías religiosas. Como la divinidad, goza de ultimidad y exclusividad. La acumulación de poder es expresión de la bendición divina e instrumento que garantiza su presencia en el mundo. También, como la divinidad, el imperio ofrece salvación. No admite discusión, y nadie puede impedir su triunfo. Exige una ortodoxia y un culto, y, sobre todo, como Moloch, exige víctimas para subsistir. ¿Y qué dice este imperio sobre los pobres de este mundo? Ya les llegará su turno, y les llegarán las migajas que reparte el imperio, si le son sumisos.

Esto puede ocurrir en todo tipo de imperios, en sociedades religiosas o seculares, pero George Bush ha introducido matices específicos a la dimensión teocrática. Su conversión personal ha marcado una huella religiosa en el imperio, que, por cierto, reproduce antiguas herejías. Veamos brevemente cómo lo analiza el teólogo y biblista norteamericano Juan B. Stam, que reside en Costa Rica.

La primera "herejía" es el maniqueísmo que divide toda la realidad en dos: el Bien Absoluto y el Mal Absoluto. Los Estados Unidos es una nación engendrada por concepción inmaculada, que ha alcanzado la santidad total de la teología wesleyana. Los enemigos del país, por el contrario, caen en la depravación total del ser humano según la doctrina calvinista: no hay nada que pueda explicar la conducta malévola de esas personas, y mucho menos, que pueda justificarla. En la sociedad estadounidense, parece no haber entrado el pecado original, y por eso en la espiritualidad patriotera de Bush, no hay lugar para el arrepentimiento ni siquiera para el autoexamen crítico, mucho menos para una conversión a Dios.

La segunda "herejía" es el pseudo-mesianismo. Bush dijo estar convencido de la llamada de Dios para postularse a la presidencia y no parece tener reparos en identificar a Dios con su propio proyecto. Su Dios tiene el rostro de un buen norteamericano y republicano, muy patriota y fiel a la política exterior norteamericana. No es un Dios que juzga y cuestiona, sino un Dios que legitima proyectos de guerra y dominación.

Y a esta ideología religiosa, hay que añadir, para sorpresa de los seculares europeos, la oración. Esta ha jugado un papel sin precedentes en la presidencia de Bush y en la propaganda de los evangélicos conservadores que lo apoyan. Son frecuentes las fotos de Bush en oración ante y durante las guerras.

Para un cristiano, este imperialismo con estos matices religiosos es una aberración, por supuesto, pero, además, en la realidad concreta de nuestro mundo, pone en graves dificultades el anuncio del Dios de Jesús, y esto hay que tenerlo muy en cuenta. Como lo ha notado José Comblin el imperialismo actual de Estados Unidos confronta al cristianismo con un problema, que viene de lejos, pero que hoy se ha acentuado. En Asia y África, “cristianismo” ha sido sinónimo de “occidente”, con beneméritas excepciones. Pues bien, en el mundo actual, más de mil millones de seres humanos, los pueblos musulmanes, ven en Bush, a la vez, la expresión de occidente y la expresión del cristianismo. Con ello, la misión cristiana, no como proselitismo, sino como diálogo y fraternización, se hace muy difícil, y a esto se debe en parte las protestas del Vaticano. ¿Quién les convence de que no hay que identificar las dos cosas, si el imperio, Bush y su grupo, aparecen orando al Dios de Jesús y desoyen a los cristianos que se les oponen, incluido Juan Pablo II? Mientras dure este imperio, aun con los beneméritos esfuerzos de diálogo entre musulmanes y cristianos, será difícil anunciar la buena nueva de Jesús entre los musulmanes.

b) La segunda reflexión va en la dirección opuesta. Después del 11 de septiembre proliferaron las reflexiones sobre el papel peligroso o claramente nocivo de las religiones monoteístas: el “dios” de cada una de ellas podía exigir la guerra para defender la propia fe, propiciando para ello entusiasmos suicidas, que llevan a la propia inmolación y a la muerte del otro, del de otra religión. El 11 de septiembre hizo recordar las guerras de religión, las cruzadas, la connivencia entre la espada y la cruz en el descubrimiento-encubrimiento de América... Universalizando el fenómeno, las religiones y su idea de Dios fueron puestos en el banquillo. José Saramago, nobel de literatura, luchador denodado por la justicia y los derechos humanos, lo dijo con toda claridad en un artículo que hizo historia: “El factor Dios”. No condena la realidad de Dios -en la que no cree- sino a un “nombre”, una “idea”, un “factor” de la psicología personal y social que persuade la historia y las religiones. “Por causa de Dios y en nombre de Dios es porque se ha permitido y justificado todo, principalmente lo peor, principalmente lo más horrendo y cruel”. Sin llegar a esos extremos, no se puede decir que no tenga algo de razón.

Sin embargo, cuando comenzó la guerra de Irak, al menos en América Latina, sucedió un fenómeno distinto. Conocidos pensadores y escritores, conocidos defensores de la justicia, la democracia y los derechos humanos, hablaban de Dios de manera diferente. Bajo ese término parecen comprender ahora algo bueno, sea real o ideal, y en cualquier caso algo que debe ser respetado. Y a ese Dios invocaban también precisamente para tener otro importante argumento para condenar la guerra y a sus propulsores, Bush, Blair y Aznar, y sobre todo para defender a las víctimas de Irak.

“El presidente del planeta anuncia su próximo crimen en nombre de Dios y de la democracia. Así calumnia a Dios. Y calumnia, también a la democracia... 'No en mi nombre’, clama Dios”, dice Eduardo Galeano. “Dios parece protestar junto con los millones que se movilizan en las calles de todo el mundo para decirlo con toda fuerza: ’no utilicen mi Santo Nombre en vano’”, dice Theotonio dos Santos. “En todos los idiomas ‘paz’ es una palabra suprema y sagrada, expresa el deseo de Dios para los hombres”, dice Ernesto Sabato. Y Adolfo Pérez Esquivel recuerda que durante la dictadura argentina un preso escribió en las paredes de su celda: “Dios no mata”.

En la realidad, el debate sobre el monoteísmo y sus peligros se desplaza a otro más primigenio: si Dios (y correlativamente el ser humano) es un Dios de las víctimas o no, sea cual sea la fe que exige. Dios, pues, puede ser un "factor", que hacemos a nuestra imagen y semejanza y en favor de nuestros intereses. Puede, por ello, convertirse en un “factor” negativo, que propicia fanatismo, exclusión, violencia, guerra. Pero puede ser también un “factor” positivo, en defensa de las víctimas. Y eso es lo que está mostrando, aunque sea en pequeño, la crisis de Irak.

Las grandes mayorías que condenan la guerra -sean creyentes o no creyentes- no responsabilizan de ella al Dios de Jesús, vislumbrado, más bien, como Dios defensor de víctimas y propiciador de solidaridad. Y este cambio en la comprensión del “factor” Dios no ha ocurrido por argumentos conceptuales, ni siquiera por una relectura más balanceada de la historia, sino por el testimonio de quienes invocan a Dios, no sólo como “factor”, sino como realidad. Cuando la invocación a un Dios real va acompañada de la verdad y de la compasión, en ese “factor” "debe haber algo bueno”, parecen decir. Y si esto se lleva a cabo sin condiciones -a veces hasta la entrega total- entonces bien puede ser que en ese “factor” haya algo de “último”. La Escritura avisa repetidamente a los creyentes: “por causa de ustedes se blasfema el nombre de Dios entre las gentes”. Ahora no ocurre eso, sino que, al menos, se respeta “el nombre”, el “factor” Dios. Desde la fe cristiana esto es fundamental. No desaparecen los problemas sobre Dios, sobre su existencia y sobre su capacidad de evitar el mal. Pero al menos Dios -realidad o factor- es relacionado con "vida", con "buena noticia", no con sometimiento y muerte. El "reino de Dios" no es "imperio".

c) Asusta la maldad imperial y asusta su desvergüenza, agravada por la dimensión teocrática. Hay que combatir, pues, al imperio y desenmascararlo, pero como se presenta religiosamente hay que hacerlo también en nombre de Dios. Y para ello hace falta honradez con lo real. Si se me permite la expresión, honradez teologal, honradez ante lo último.

Esta honradez es todo menos evidente, también para el pensamiento progresista. Se trata de readmitir en nuestro pensar lo que antes se quería decir -a veces de muy malas formas- con la expresión “pecado original”: los seres humanos no superamos nuestras tendencias pecaminosas, aunque ocurran cosas buenas. Esto quiere decir que ni la caída del muro de Berlín, ni los avances de internet o de la biogenética garantizan en modo alguno la supresión del sometimiento y la opresión imperialista. Hay que desenmascarar la inocente ingenuidad de que ahora puede haber imperios buenos.

Pero además como el imperio es un ídolo, y no cualquier otra cosa, al imperio hay que oponer el verdadero Dios. Para el cristiano, el Dios de Jesús. Y a veces hay que explicitarlo. Hoy no se estila mucho, ni siquiera en algunos contextos cristianos. Pero es necesario hacerlo, por ejemplo con estas palabras de Monseñor Romero:

Ningún hombre se conoce mientras no se haya encontrado con Dios. Por eso tenemos tantos ególatras, tantos orgullosos, tantos hombres pagados de sí mismos, adoradores de los falsos dioses. No se han encontrado con el verdadero Dios y por eso no han encontrado su verdadera grandeza (10 de febrero, 1980).

 “Sólo Dios es Dios”. No lo es ni el césar ni el imperio. Equivocarse en eso, en forma creyente o secularizada, tiene gravísimas consecuencias.

d) En nombre de Dios también hay que combatir la usurpación de realidades fundamentales que lleva a cabo el imperio, como hemos visto. Por lo que toca al espacio, y según el discurso que se repite en Europa, lo fundamental sería hoy abrirse a "más Europa" y trabajar por su seguridad. (Ya se preguntan si la seguridad de los juegos olímpicos de Atenas estará en manos de la OTAN). Pero, visto desde Dios, Europa tiene otra tarea más importante, para ellos y para todos: repensarse no sólo desde su seguridad amenazada, sino desde la inseguridad, por hambre e injusticia, del mundo pobre, y sobre todo repensarse desde la solidaridad con las víctimas de todo el mundo. Más que un Norte y una Europa unida, proclive al eurocentrismo, es decir, al egoísmo, lo que se necesita es una "Europa más abierta, más africana, más asiática, más latinoamericana". En definitiva se necesita una internacional de todas las víctimas, con su dolor, y de todos los solidarios y solidarias, con su entrega.

Por lo que toca al tiempo, hay que devolvérselo a los pueblos, sobre todo a las víctimas de las guerras y de las políticas imperiales. Eso es dar o devolverles existencia. Y hay que mantener viva la memoria de todos los 11- del planeta, sin selectividad imperial. Se ha mantenido vivo a Auschwitz, pero no a Hiroshima, ni siquiera a Goulag. Y el inmenso dolor de Rwanda, diez años después de la barbarie, sigue todavía sin afectar al imperio.

Por lo que toca a la globalización triunfalista hay que mantener la memoria histórica de lo que los humanos hemos hecho y hacemos con el progreso. J. Moltmann, repasando -sapiencialmente- siglos del progreso de occidente escribe: “Los campos de cadáveres de la historia, que hemos visto, nos prohíben... toda ideología del progreso y todo gusto por la globalización... Si los logros de la ciencia y de la técnica pueden emplearse para el aniquilamiento de la humanidad (y si pueden, lo serán algún día), resulta difícil entusiasmarse con el internet o la tecnología genética” [6].

e) Finalmente, por lo que toca al aire que respira el espíritu, hay que volver a Jesús de Nazaret y preguntarse qué es lo que hoy sigue humanizando de él en un mundo imperial. En él es fundamental mantener la misericordia y la primariedad que tiene: nada hay más acá ni más allá de ella. Su honradez con lo real y su voluntad de verdad, su juicio sobre la situación de las mayorías oprimidas y de las minorías opresoras, ser voz de los sin voz y voz contra los que tienen demasiada voz. Su reacción hacia esa realidad: ser defensor de los débiles y denuncia y desenmascaramiento de los opresores. Su fidelidad para mantener honradez y justicia hasta el final en contra de crisis internas y de persecuciones externas. Su libertad para bendecir y maldecir, acudir a la sinagoga en sábado y relativizarlo en favor del ser humano, libertad, en definitiva, para que nada sea obstáculo para hacer el bien. Su ilusión del fin de las desventuras de los pobres y la felicidad de sus seguidores, y de ahí sus bienaventuranzas. Su acogida a pecadores y marginados, su sentarse a la mesa y celebrar con ellos, y su alegría de que Dios se revelaba a ellos. Sus signos -sólo modestos signos del reino- y su horizonte utópico que abarcaba a toda la sociedad, al mundo y a la historia. Finalmente, de Jesús impactaba que confiaba en un Dios bueno y cercano, a quien llamaba Padre, y que, a la vez, estaba disponible ante un Padre que sigue siendo Dios, misterio inmanipulable [7].

Estos son rasgos del espíritu anti-imperial. Ponen ante nosotros el ecce homo, "he ahí al ser humano cabal", e invitan a superar la prepotencia imperial del “civis romanus sum”, "soy ciudadano del imperio".

LOS PIES DE BARRO DEL IMPERIO Y LA FUERZA DE LA CRUZ

 El libro de Daniel cuenta la conocida visión de una estatua de enorme estatura, de extraordinario brillo y de aspecto terrible. La cabeza era de oro, el pecho y los brazos de plata, el vientre y sus lomos de bronce, y sus pies parte de hierro y parte de arcilla. La impresión que causaba la estatua era imponente. Pero de pronto, una piedra se desprendió del monte y vino a dar a los pies de la estatua y la pulverizó. Entonces todo quedó pulverizado y el viento se lo llevó sin dejar rastro (cfr. Daniel 2, 31-36).

Contra el imperio hay que luchar de diversas maneras y desde todos los frentes, evidentemente. Pero hay que contar también con pequeñas piedras, aparentemente inoperantes, escandalosas y tenidas por inútiles. Y esa lógica de "las pequeñas piedras" es, según la fe cristiana, esencial en la lucha contra el imperio.

La tesis fundamental antiimperial es que la liberación proviene de las víctimas del imperio. Es evidente que el poder, adecuadamente usado, es necesario para erradicar y socavar al imperio, pero el puro poder no basta para que a la larga la liberación sea humana y humanizante. Por eso, según la tradición bíblico-cristiana, la salvación tiene su origen en lo débil y pequeño, en lo sin-poder: una anciana estéril, un pueblo diminuto, un judío marginal; más aún, un siervo doliente, elegido por Dios para traer salvación. “Sólo en un difícil acto de fe el cantor del siervo es capaz de descubrir lo que aparece como todo lo contrario a lo ojos de la historia”[8], decía Ellacuría.

Cuando hoy pensamos en la liberación del imperio, hay que incorporar también esta poderosa lógica del sin-poder. Y ocurre. Permítaseme citar a tres hermanos jesuitas, del tercer mundo, connotados intelectuales, mártires dos de ellos, que abogan por esa lógica. En Asia, dice A. Pieris, que los pobres, no por santos, sino por ser los sin poder, los rechazados, son elegidos para una misión, “son convocados a ser mediadores de la salvación de los ricos y los débiles son llamados a liberar a los fuertes”[9]. En África, en una situación intraeclesial, pero que expresa con vigor la misma intuición, dice E. Mveng que “La Iglesia de África, en cuanto africana, tiene una misión para la Iglesia universal... A través de su pobreza y su humildad debe recordar a todas sus iglesias hermanas lo esencial de las bienaventuranzas y anunciar la buena nueva de la liberación a las que han sucumbido a la tentación del poder, las riquezas y la dominación”[10]. En El Salvador decía Ellacuría: “Toda esta sangre martirial derramada en El Salvador y en toda América Latina, lejos de mover al desánimo y a la desesperanza, infunde nuevo espíritu de lucha y nueva esperanza en nuestro pueblo”[11].

Este dinamismo específicamente cristiano debe acompañar la lucha contra el imperio y, en definitiva, guiarla. A esa lógica acompañan corolarios importantes: el reino de Dios advendrá como civilización de la pobreza, en contra de la civilización de la riqueza; la máxima autoridad en el planeta es la autoridad de los que sufren, sin que haya ningún tribunal de apelación; la superación del panegirismo acrítico de todo lo que sea diálogo y tolerancia, sin introducir un mínimo de dialéctica y denuncia de la opresión y sometimiento. Y, muy importante, la lucha por la posesión y control del lenguaje y de las definiciones, para que no sea el lenguaje del imperio, es decir, el lenguaje del poder, el triunfo, la superioridad, el desprecio, el que guíe el camino de la familia humana, sino el lenguaje de Dios, de la compasión, de la verdad indefensa, de la fraternidad, de la utopía.

UNA PALABRA FINAL

Muchos en Estados Unidos se sienten muy afectados por lo que está haciendo su gobierno y por las reacciones de buena parte de sus conciudadanos, de sus instituciones, de sus Iglesias también.... Y les afecta no sólo ni principalmente el fracaso o al menos el trastorno político, militar y económico que la guerra de Iraq pueda ocasionarles, sino el fracaso humano que puede ir permeando los diversas estratos de la nación estadounidense, de Occidente y de todo el planeta. Pero también hay signos de esperanza [12]. Muchos han despertado a la verdad y a las víctimas del tercer mundo. Y lo han hecho de diversas formas.

El 4 de mayo, alrededor de 50 ex diplomáticos estadounidenses han criticado la política del presidente Bush en el Medio Oriente, haciéndose eco de la crítica de sus homólogos británicos, entre otros los embajadores de Bagdad y Tel Aviv: hay que influir en la "funesta" política estadounidense en el Medio Oriente o dejar de respaldarla. Los estadounidenses, por su parte, concretan su crítica en el apoyo desvergonzado al primer ministro de Israel, Ariel Sharon, su política de asesinatos extra-judiciales, la barrera erigida en Cisjordania y el respaldo de Bush al plan de Sharon de retirarse unilateralmente de la Franja de Gaza, lo cual significa ignorar los derechos de tres millones de palestinos. Buscan, así, evitar un fiasco político, y ojalá lo logren.

Pero otros -además- quieren evitar el fiasco de la deshumanizción. Algunos ejemplos. Después del atentado de Nueva York, se hicieron famosas las palabras de Phyllis y Orlando Rodriguez, los padres de Greg, joven muerto en las torres: "Nuestro gobierno se está dirigiendo a una venganza violenta... Ese no es el camino. No vengará la muerte de nuestro hijo. No lo hagan en nombre de nuestro hijo". En el mismo espíritu, otros familiares de las victimas del 11 de septiembre se han organizado en "Peaceful Tomorrows".

En estos días, en la base militar de Fort Stewart, Georgia, Camilo Mejía guarda prisión por desobedecer órdenes. Entró al ejército para poder echar raíces sociales en Estados Unidos, cosa difícil para un emigrante nicaragüense. Le ofrecían la oportunidad de enlistarse por tres años y estudiar en la universidad. Fue escogido junto a otras 39 mil personas para formar parte de los grupos invasores que los marines llaman soldados de primera línea en Irak. Su comportamiento en el frente de batalla ha sido ejemplar, por lo que no puede achacársele cobardía. Pero desertó.

Deserté porque está muy claro que esta guerra es motivada por petróleo. Nunca se encontraron armas de destrucción masiva ni conexiones terroristas en Irak. Ahora se inventan otras razones, como luchar por la democracia y la libertad de Irak. Mientras los trabajadores no tienen ninguna garantía social y la pobreza explota en cada rincón iraquí, las compañías transnacionales se apoderan del petróleo. Es una guerra sucia motivada por dinero y pagada con la sangre de soldados como yo, con el sufrimiento de nuestras familias, y con las vidas de miles de iraquíes. Yo no firmé ningún contrato para ser mercenario.

¿Dónde está Dios? Reza el titulo de este libro. Empecemos por dónde no está: en el imperio. ¿Y dónde está? En los padres de Greg, en Peaceful Tomorrows, en Camilo. Misteriosamente también está en todas las víctimas inocentes que produce el imperio -y que producimos todos. Dios no ayuda mucho a entender los horrores de Afganistán, Irak y África. Pero las víctimas de estos pueblos nos ayudan a no confundirnos sobre Dios. No es el del imperio. Y algún creyente quizás tenga el valor de añadir: es el Dios de las víctimas, es el Dios de Jesús, víctima, él también, del imperio.

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ECLESALIA, 19 de mayo de 2004

RECUPERAR EL SACRAMENTO DE LA ALEGRÍA

“Estemos pendientes de los labios de los fieles, porque en cada fiel sopla el Espíritu de Dios” San Paulino de Nola (353-427)

JAIRO DEL AGUA, católico laico de a pie, rosaluz@caminantes.jazztel.es

ECLESALIA, 19/05/04.- ¿Por qué los católicos de hoy se confiesan poco o nada? Es fácil y superficial responder que se ha perdido religiosidad y fervor. Queda muchísima gente auténtica que se siente Iglesia y que tiene verdadera determinación de progresar, pero a la que la rutina y las formas caducas le hacen daño. Se hace necesario profundizar y recuperar el origen.

Los católicos sabemos que este sacramento, como fuente de vida, fue instituido por Cristo. Pero sabemos igualmente que las formas han sido establecidas por la jerarquía conforme a las luces y circunstancias de cada época. Por tanto tales formas pueden cambiarse. La práctica actual se centra en la “confesión de boca” y el “cumplimiento de la penitencia”. Las denominaciones empleadas lo confirman: confesión, confesarse, sacramento de la penitencia. Sin embargo, la esencia de este sacramento está en la vuelta al Padre, en la conversión, en la elección del bien y consiguiente rechazo del mal. Es lo que en la abstracta formulación tradicional se ha llamado “contrición de corazón” y “propósito de la enmienda”, relegados hoy al secreto y silencio personal.

Muchos católicos pensamos que nuestra jerarquía debería replantearse las fórmulas y privilegiar la esencia del sacramento dejando la “confesión vocal” para quien y cuando la necesite y quiera ejercerla. La praxis del sacramento, individual o comunitaria, debería basarse en un buen análisis de la interioridad y en una manifiesta actitud de cambio, que desemboque en la absolución individual o comunitaria. Nadie sentiría invadida su dignidad personal, ni surgirían frenos o aprensiones. Sería sencillamente la celebración de una fiesta, la inmersión en lo mejor de nosotros mismos, el gozo de volver a nuestra fidelidad interior y desde ahí progresar. Ése me parece el genuino sentido de la conversión evangélica de la que nos hemos distanciado.

Cuando el hijo pródigo volvió, el padre “salió corriendo, se le echó al cuello y le cubrió de besos” (Lc. 15, 21). Cuando el harapiento pródigo comenzó a musitar: “he pecado contra el cielo y contra ti, no merezco llamarme hijo tuyo”, el padre le interrumpió devolviéndole la dignidad de hijo (anillo, túnica, sandalias) y convocando una fiesta. No hay preguntas sobre lo que hizo o dejo de hacer, ni mucho menos con quién o cuántas veces. Sólo besos, abrazos y festejo “porque ha vuelto a vivir”. Este sacramento debería llamarse, con toda propiedad, el “sacramento de la alegría”.

En el episodio de la adultera no se pide explicación del pecado ni expresión de arrepentimiento. Jesús le exime del juicio y le salva la vida: “¿Dónde están tus acusadores? ¿Ninguno te ha condenado?... Yo tampoco te condeno. Vete y no peques más” (Jn. 8, 10). La intervención de Cristo frente al pecado nunca exige acusaciones, nunca agrede la sensibilidad personal, sino que libera, perdona, motiva y orienta gratuitamente. ¿No sería posible recoger tales actitudes en la formulación canónica del mal llamado “sacramento de la penitencia”? ¿Por qué es necesaria la vergonzante desnudez de todos los pecados? No se me oculta la finalidad didáctica del relato acusatorio y el pertinente consejo del confesor. Pero estoy convencido de que la eficacia de los sacramentos se basa en la actitud interior del receptor y a eso hay que ayudar. La formación moral hay que darla a quien la solicita o fuera del sacramento.

A Zaqueo tampoco se le pide nada y, mucho menos, la confesión de las culpas. Bastó la curiosidad, un mínimo acercamiento, para que Jesús tomara la iniciativa: “Baja que hoy me hospedaré en tu casa” (Lc. 19, 5). No le pidió que pusiera en orden su vida. Sólo le miró y le sintió digno de ser su anfitrión. Es decir, reconoció su fondo positivo, no le juzgó, no le humilló, confió en él. Ante esa actitud positiva surgió lo mejor del estafador Zaqueo: “La mitad de mis bienes se la doy a los pobres y, si a alguien he defraudado, le devolveré cuatro veces más” (Lc. 19, 8). ¿No sería más eficaz y evangélico un “sacramento de la alegría” en el que nos ayudaran a reencontrarnos con lo mejor de nosotros mismos y rectificar, en vez de coleccionar pecados?

En la primera y última confesión del "buen ladrón" no hay propósito de la enmienda porque ya no hay tiempo, ni expresión de arrepentimiento, ni petición de perdón. Tan sólo la intuición de que aquel condenado era distinto y un ruego egoísta: “Acuérdate de mí cuando estés en tu reino” (Lc. 23, 42). Y la respuesta inefable de la Misericordia: “Conmigo en el paraíso estarás hoy”, sin rendición de cuentas, sin requisitos formales, sin exigencia alguna, pura y simple misericordia para quien la intuye y la solicita.

Por fin la gran apostasía de Pedro. Una vez más Jesús se sitúa en lo positivo del hombre y, sin juicios, sumerge a Pedro en el agua limpia del fondo: “¿Me quieres más que éstos?” (Jn. 21, 15). La respuesta no es la vocalización de su pecado, ni siquiera de su llorado arrepentimiento. Lo que importa es la expresión, la ratificación, la evidencia de lo positivo que late en el corazón: “Sí Señor, Tú sabes que te quiero”. ¿Se parecen nuestras rutinarias retahílas a esta confesión?

Dicen los letrados que este sacramento se instituyó con las palabras: “A quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos” (Jn. 20, 23). No puedo entenderlo como la concesión de un poder y, mucho menos, de una potestad para retener pecados. Sería contrario al Dios, Misericordia y Perdón, revelado por Cristo. En ese pasaje evangélico me parece oír una llamada urgente a ayudar: ¡A quienes liberéis quedarán liberados, a quienes no consigáis liberar quedarán retenidos. Os envío a perdonar, a curar, a ayudar. Si vosotros no llegáis seguirán atados. Apresuraos y extended las manos! Por eso reivindico el nombre de sacramento de la ayuda, de la liberación, de la alegría.

Mientras llegan las necesarias reformas, he aquí un análisis previo para el diálogo con el confesor antes de la gratificante absolución: - ¿Qué va bien en mi vida? - ¿Qué va menos bien? - ¿Cuáles son mis aspiraciones? Y después: ¡Alégrate! ¡Libérate! ¡Resucita!

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ECLESALIA, 24 de mayo de 2004

LOS JÓVENES Y LA CONFIRMACIÓN

Situación, criterios y perspectivas pastorales

JOSEP MASCARÓ, Delegación de CS Salesiana

BARCELONA

ECLESALIA, 24/05/04.- En el marco del Fórum "Jóvenes, Religiosidad y Evangelio" que organiza el Instituto Superior de Ciencias Religiosas “Don Bosco“ de Barcelona, el profesor Secundino Movilla ha presentado el tema “Los jóvenes y la Confirmación: situación, criterios y perspectivas pastorales”.

Secundino hizo sus estudios de Teología y Catequética en Roma y París doctorándose en la Universidad Pontificia de Salamanca. Su actividad se centra de manera especial en Madrid, en ambientes parroquiales, centros universitarios, grupos juveniles y catecumenados de Confirmación y de adultos. Desde 1981 es profesor en el Instituto de Ciencias Religiosas y Catequéticas "San Pío X" de asignaturas relacionadas con la Pastoral y Catequesis de Adolescentes, Jóvenes y Adultos. Formó parte de la mesa de redacción de Misión Abierta. Ahora sigue en la misma brecha con la sólida y comprometida apuesta de Nueva Utopía.

Resumimos aquí su ponencia, a la espera de su publicación entera.

1. Situación actual de la pastoral de la Confirmación

Hablar hoy de la Confirmación no es fácil para quienes la consideramos sobre todo desde el punto de vista pastoral y nos deja en cierto modo insatisfechos. La propia Conferencia Episcopal Española en el reciente documento sobre “La iniciación cristiana” comprobaba que se daban en la práctica pastoral algunos logros, por supuesto, pero que existían también no pocas deficiencias.

Complicado resulta hacer un diagnóstico de cómo se encuentra hoy día la pastoral de la Confirmación dado que ofrece una práctica bastante diversificada tanto en lo que se refiere a la celebración como, sobre todo, a la preparación de la misma. Diversa es la edad que se considera oportuna para administrar la Confirmación, diversa es también la diligencia y duración de la preparación a la misma y diversa es la consideración que se hace de la relevancia que ha de tener ese sacramento. En esas tres facetas existen hoy día notables diferencias. Desde el Concilio Vaticano II para acá se han dado pasos positivos, pero no se puede ocultar que todavía sigue habiendo ambigüedades e insuficiencias. Para destacar algunos pasos se pueden apuntar:

Pasos progresivos

Si se da una mirada al periodo postconciliar, en la pastoral de la Confirmación ha habido como dos etapas bien marcadas. La primera (que abarcaría de los años ’70 a los 90 del pasado siglo) se caracteriza por haber instaurado una serie de pasos progresivos en este campo; mientras que lo que ha hecho la segunda (de los años 90 hasta el presente) ha sido introducir unas consideraciones y actuaciones más bien regresivas, que llevan incluso a situar la Confirmación en una perspectiva diferente.

Como iniciativas pastorales progresivas de la primera etapa se pueden destacar la instauración y puesta en práctica de los catecumenados juveniles como preparación cuidadosa a la celebración de su Confirmación, según marcó el Concilio Vaticano II: “se revisase el rito de la Confirmación de manera que aparezca en él más claramente la íntima relación de este sacramento con toda la iniciación cristiana” (SC 71) en línea con la mejor tradición de la Iglesia.

Otro paso importante fue el de situar la celebración de este sacramento en la edad joven, por entender que era el momento de evolución psicológica y vital para “tomar opciones” y para desarrollar y ejercitar el “sentido de pertenencia”. La razón, de nuevo, la ofrecía el Concilio Vaticano II que presentaba la Confirmación como sacramento que “vinculaba más estrechamente a la Iglesia” y que “enriquecía con una fuerza especial del Espíritu Santo” (LG 11) para conducirse con un estilo de vida nuevo, como había asegurado Jesús a Nicodemo (Jn 3,5-6).

Como tercer paso progresivo de esa primera etapa cabe señalar también el modo de entender la Confirmación como sacramento que induce a “difundir y a defender la fe, como verdaderos testigos de Cristo” (LG 11) y a “practicar la justicia”. Confirmarse significa, en este sentido, disponerse activamente a la realización del apostolado y al compromiso por la justicia con la fortaleza que procura el propio Espíritu (AG 11). De ahí el tiempo de preparación que es preciso tomarse para hacerse bien conscientes del don y de la misión que confiere ramento que en la disposición o preparación de quienes van a recibirlo.

Otra muestra de regresividad se advierte, en el modo como se orienta la catequesis preparatoria. En términos generales se piensa más en una catequesis de orientación para recibir el sacramento que en una verdadera iniciación cristiana, lo que no puede por menos de representar un recorte y un empobrecimiento.

¿Balance? No se valora como positivo. Si hubo un tiempo en que en torno a la Confirmación se abrigaron determinadas ilusiones y esperanzas, ese tiempo parece que ya llegó a su fin. Es un tema que invita a interrogarse qué es lo que se puede hacer.

2. Criterios que deben orientar la praxis pastoral de la Confirmación

Dada la pluralidad y variedad de actuaciones y de modos de proceder debe darse una voluntad de clarificar, dialogar y asumir unos criterios teológico-pastorales que sirvan de inspiración y de referencia.

a) El primero y principal de esos criterios ha de ser el de mostrar fidelidad a lo que, desde el punto de vista bíblico y teológico, se nos presenta como el contenido y el significado primordial de la Confirmación, como “sacramento del Espíritu”, como donación gratuita que se nos ofrece, pero que pide también ser correspondida y acogida. Y un contenido del que no deberíamos hacer recortes ni omisiones a la hora de presentárselo en plan de catequesis a los adolescentes y a los jóvenes.

b) Como segundo criterio, debe darse preferencia de la evangelización sobre la sacramentalización. No se pueden administrar los sacramentos sin más, si previamente no ha habido una conveniente evangelización, que es la que dispone a la comprensión y a la celebración auténtica de los mismos. No se puede caer en la contradicción de fabricar cristianos sacramentalizados que apenas hayan llegado a ser evangelizados.

c) Otro criterio nos debe llevar a dar relevancia a los aspectos de vinculación a la Iglesia, de fortaleza para el testimonio en la práctica de la justicia y de dedicación valiente y generosa a la misión (LG 11). Y para vivir una participación activa y corresponsable en la Iglesia hay que entrenarse con anterioridad; para implicarse de verdad en las causas que conlleva al justicia evangélica. Esta es la razón de por qué conviene dedicar tiempo en la preparación a la Confirmación.

d) Y un último criterio invita a considerar la Confirmación en estrecha relación con el bautismo y con la eucaristía. Es éste un aspecto que no conviene descuidar y en el que insiste particularmente el mencionado documento de “La iniciación cristiana” (IC 47).

Estos cuatro criterios, asumidos en la mayor medida posible por quienes tiene el encargo y la misión de orientar y de acompañar a adolescentes y jóvenes en su preparación a la Confirmación, facilitarían no poco el que la práctica de ese sacramento tuviese todo su sentido dentro de la pastoral de la Iglesia.

3. Perspectivas pastorales en las que conviene insistir en la pastoral de la Confirmación

Con el deseo de dar una adecuada orientación a la pastoral de la Confirmación, Secundino propone impulsar unas perspectivas hacia las que ir caminando. No se trata de presentar cuantas más mejor, sino de poner a la consideración de los agentes de pastoral aquellas que de verdad parece que abren un horizonte de sugerentes perspectivas. Destaca tres:

a) La Confirmación es el don del Espíritu en perspectiva comunitaria y eclesial. El Espíritu Santo, que es el “alma de la Iglesia” (LG 7) enriquece a los miembros de ésta con multitud de dones y de carismas (1 Cor 12,4-7). Por supuesto, también a los que van a ser confirmados. La preparación pastoral a la Confirmación ha de contribuir, entre otras cosas, a que los jóvenes descubran cuáles son sus carismas y a favorecer que los pongan al servicio de la comunidad cristiana y eclesial.

b) Invitar a los jóvenes a que se den cuenta de a qué les lleva el Espíritu de la Confirmación y a que traten de responder a sus inspiraciones. Inspiraciones que, dada su condición de jóvenes y el papel que están llamados a desempeñar en la Iglesia, casi con toda probabilidad les han de impulsara decir su palabra en la comunidad, a ejercer su espíritu emprendedor en tantas cosas y a manifestar, a tiempo y a destiempo, su sensibilidad profética.

c) Cuidar de que la celebración tenga verdadera relación con la vida: llevar la vida a la celebración y la celebración a la vida. Así es como se podrá favorecer mejor la llamada eficacia sacramental propia de la Confirmación, que ha de llevar a que se produzca en la vida de los jóvenes lo que ella significa: vinculación a la Iglesia, valentía y decisión para el testimonio cristiano, y compromiso en la práctica de la justicia (LG 11).

Conclusión

Es verdad que la pastoral de la Confirmación no se encuentra en su mejor momento, como se desprende de la visión panorámica ofrecida. No parece que los pasos regresivos de la etapa más reciente den muchas alas para considerar a la Confirmación como una oportunidad prometedora para la pastoral de jóvenes, ni siquiera para la pastoral de adolescentes. Por otra parte, recuperar el hálito que la Confirmación llegó a tener en el primer tiempo del posconcilio, tampoco parece razonable, puesto que en la pastoral no es bueno vivir de recuerdos o de añoranzas. Hay que saber enfrentarse a lo que toca vivir aquí y ahora.

Con las cosas tal y como se están desarrollando hay que apostar por una actitud posibilista: que al menos entre los agentes más directos de la pastoral de la Confirmación se vayan asumiendo unos criterios que respalden el verdadero sentido que encierra en sí ese sacramento, criterios que pueden y deben ser compartidos también con los propios jóvenes. Y que ofrece también la posibilidad, para los más esperanzados e ilusionados, de abrirse a unas perspectivas en las que se acentúen aspectos tales como el reconocimiento de los adolescentes y de los jóvenes desde sus respectivos carismas y la consideración serena de lo que significa celebrar consciente y responsablemente el gesto sacramental de la Confirmación.

Para más información: josep.mascaro@salesians.info

Nota de la Redacción: A todos aquellos suscriptores de ECLESALIA interesados por el tema, Secundino Movilla acaba de publicar el libro "Pastoral con adolescentes y jóvenes" (ya presentando en nuestro informativo) en la Editorial Nueva Utopía bforcanoc@tiscali.es

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1  Quizás no sea necesario hacer esta matización, pero me parece importante. No confundir nunca con uniformidad. No se trata de que todos seamos idénticos. Podemos experimentar lo mismo, pero de formas muy diversas. Podemos tener el mismo sueño, pero con concreciones muy diversas. Por tanto, la unidad además de ser un valor tiene un componente de don, de gracia fundamental

2  En el caso de que la crisis acabe en ruptura, por supuesto.

3  Por si puede ayudar, esta sencilla oración para tiempos difíciles.

[1] Terremoto, terrorismo, barbarie y utopía. El Salvador, Nueva York y Afganistán, Madrid, Editorial Trotta, 2002.

[2] "El desafío de las mayorías populares", ECA 493-494 (1989) 1078.

[3] Es cierto que las cosas cambiaron, y años después, sí se ha reconocido la masacre y se ha enterrado a los muertos. Los familiares los recuerdan -y celebran- todos los años. Y han hecho un sencillo monumento con estas palabras: “Ellos no han muerto. Están con nosotros, con ustedes y con la humanidad entera”. Fechado en El Mozote, 11 de diciembre, de 1991. Pero hay que insistir: el cambio no se debe al imperio, sino a la solidaridad de muchos grupos humanos.

[4] "Quinto centenario de América Latina. ¿Descubrimiento o encubrimiento?", RLT 21 (1990) 282.

[5] Cosa distinta fue el rechazo mostrado en las elecciones de marzo de 2004 en las que han entrado otros componentes: las trágicas consecuencias de participar en la guerra, la barbarie del 11 de marzo, el desprecio del gobierno al pueblo al no querer dar cuenta de ello, y la mentira, o manipulación de la verdad, o retraso, sobre la autoría de los atentados de Madrid.

[6] “Progreso y precipicio. Recuerdos del futuro del mundo moderno”, RLT 54 (2000) 245.

[7] Cfr. lo que escribimos en La fe en Jesucristo. Ensayo desde las víctimas, San Salvador, 1999, 395ss.

[8] "El pueblo crucificado", RLT 18 (1989) 326.

[9] A. Pieris, "Cristo más allá del dogma. Hacer cristología en el contexto de las religiones de los pobres" (I), RLT 52 (2001) 16.

[10] Engelbert Mveng, "Iglesia y solidaridad con los pobres de África: empobrecimiento antropológico", en Identidad africana y cristiana (Estella 1999), p. 273s.

[11] I. Ellacuría, "Quinto centenario de América Latina", 281s.

[12] Cfr. Luis de Sebastián, Razones para la esperanza, Barcelona, 2003.

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