36 - Noviembre, 2004. Posiciones         

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ECLESALIA

05/11/04

INTERPRETACIONES

Gonzalo Haya

ECLESALIA

09/11/04

XII SEMANA ANDALUZA DE TEOLOGÍA

VV.AA.

ECLESALIA

10/11/04

‘A PROPOSITO DE LA POLÉMICA ACTUAL CON EL GOBIERNO’

Iglesia de Base de Madrid

ECLESALIA

16/11/04

CUANDO VIVIR PARECE IMPOSIBLE

José Joaquín Castellón

ECLESALIA

18/11/04

ADVIENTO

Evaristo Villar

 

ECLESALIA, 5 de noviembre de 2004

INTERPRETACIONES

GONZALO HAYA PRATS, gonzalohaya@telefonica.es

ECLESALIA, 05/11/04.- Eduardo Mendoza, en una columna de El País, recoge esta afirmación de un imán: “el Corán no predica los hechos de sangre”. Mendoza comenta: “tampoco los Evangelios propugnaban las Cruzadas o la quema de herejes, ni Marx los Gulag, ni el nacionalismo los tiros en la nuca. Es un problema de interpretación, de ideologías”.

San Pablo sufrió el mismo problema y lo expresó como “espíritu y letra”, espíritu original e interpretaciones. La letra de la Ley divina impedía la propagación del nuevo espíritu de Jesús. “La letra mata, el espíritu vivifica”. La misma Ley que había sido salvación se convertía ahora en elemento de muerte, porque el espíritu ya no estaba en esa letra escrita.

¿Cómo explicar este cambio?

Los fundadores de las diversas religiones, Moisés, Buda, Jesús, Mahoma..., transmitieron el espíritu con su comportamiento. Su conducta encarnaba su espíritu en las circunstancias de cada día. No escribieron. Hablaron en parábolas para explicar sus acciones. Palabras y hechos surgían unidos de su espíritu,  “de la abundancia del corazón”.

Sus seguidores intentaron transmitir por escrito el mensaje de los fundadores: narraron los hechos, transcribieron sus palabras, y las fueron interpretando en los términos culturales de cada época.

Al quedar escrita, la palabra viva  se convierte en letra. La palabra verbaliza en cada instante la presencia del espíritu. Por el contrario, la letra escrita petrifica aquella circunstancia en que se manifestó el espíritu.

Cuando nosotros repetimos “Bienaventurados los pobres de espíritu”, la letra puede transcribir las palabras originales, pero ¿tiene para nosotros el mismo significado? ¿el mismo espíritu? ¿Qué comportamiento queremos reflejar al pronunciar estas palabras?

“El espíritu sopla donde quiere”, es imprevisible, no se deja transportar por los hombres como el becerro de oro. La palabra que quiera manifestar al espíritu no puede ser una palabra indeleblemente escrita con tinta, sino una palabra “escrita en los corazones” , una palabra que descubra al espíritu en la evolución de la vida. “Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”.

Espíritu y letra. Si el espíritu es amor y justicia, todo lo que ponga trabas a la justicia y al amor es letra, es una falsa interpretación del espíritu original de cualquier religión. Es letra aunque se trate de antiguas tradiciones, de dogmas, o de libros sagrados.

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ECLESALIA, 9 de noviembre de 2004

XII SEMANA ANDALUZA DE TEOLOGÍA

Comunicado final

MÁLAGA, 01/11/04

ECLESALIA, 09/11/04.- Al finalizar la XII Semana Andaluza de Teología, en la que hemos participado más de 300 personas, queremos expresar la riqueza que encuentros como este producen, y nuestros deseos de seguir trabajando por una Iglesia más inclusiva, en una sociedad más justa e igualitaria.

Hemos recordado y aumentado nuestra conciencia a través de un recorrido histórico sobre el proceso de exclusión de las mujeres en la Iglesia. La actual involución eclesial de silenciarnos, infravalorarnos, no nombrarnos y ser consideradas indignas para el altar, nos produce rabia, dolor y una gran falta de respeto. Aún así, creemos en el cambio desde dentro, recuperando el modelo fraternal que Jesús vivió y deseó. Modelo donde cada persona pueda participar en todas las responsabilidades eclesiales sin exclusiones por razón e inclinación de sexo o estado civil.

Por lo tanto es urgente, justo y necesario que dentro de la Iglesia de Jesús desaparezcan las diferencias de género a todos los niveles y donde las mujeres seamos nombradas en los distintos sacramentos y celebraciones litúrgicas.

Pedimos que nuestra Iglesia facilite la integración de más teólogas feministas en las mismas condiciones que los teólogos, y se cambie el sistema androcéntrico y patriarcal que existe. Una Iglesia donde las hijas de Dios tengan la posibilidad de acceder a los distintos ministerios desde una perspectiva de género; teniendo las mismas oportunidades de participación, partiendo de un discipulado paritario de mujeres y hombres, en la que los servicios se alternen y complementen sin jerarquización; donde las relaciones sean comunitarias y no de poder, desterrando las divisiones creadas y los honores para algunos.

Nos sentimos responsables de comunicar la Buena Noticia del Evangelio con un estilo cercano e inclusivo de todas las personas excluidas, denunciando los mecanismos que conducen o provocan la marginalidad, la frustración y la anulación como personas.

También lamentamos profundamente los distintos escritos emanados del Vaticano, la conferencia episcopal española y los obispos, donde a las mujeres no se nos reconoce, sino que se nos acusa y se nos juzga. Así entendemos que la jerarquía de la Iglesia Católica pierde legitimidad moral, ante el resto de la sociedad, cuando exige el respeto de los derechos humanos, y ella no reconoce esos mismos derechos a sus miembros en su propia organización interna.

Estas jornadas, nos reafirman en la utopía del Vaticano II, de que la Iglesia sea realmente Pueblo de Dios en Jesucristo, “donde ya no hay hombre ni mujer, ni esclavo ni libre... porque somos uno en Cristo”.

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ECLESALIA, 10 de noviembre de 2004

‘A PROPOSITO DE LA POLÉMICA ACTUAL CON EL GOBIERNO’

Declaración

IGLESIA DE BASE DE MADRID

MADRID.

ECLESALIA, 10/11/04.- Como no ocurría hace tiempo, se ha comenzado a hacer pública una alarma: el Gobierno actual estaría atacando a la Iglesia católica. Esta actuación del Gobierno sería arbitraria e inmoral y, por lo mismo, hay que protestar y rechazarla. Unos católicos perciben la situación actual así, como una intromisión y agresión del Gobierno socialista, cierran filas con sus obispos y están dispuestos a oponerse a sus medidas con diversas acciones. Otros católicos ven bien las medidas del gobierno, tachan a estos católicos de reaccionarios y nostálgicos, de querer volver a tiempos anteriores, defendiendo privilegios innecesarios y anacrónicos de la Iglesia católica, y de haber callado y no hecho nada ante acciones mucho más graves del Gobierno anterior. El resto de los ciudadanos, muchos por lo menos, se indignan por las protestas de la Iglesia católica, pues no ven en ellas sino la voluntad de seguir doblegando a sus normas al poder político, y de preservar la situación de privilegio que siempre ha tenido.

¿Podemos aducir razones que nos muestren de qué parte está la verdad en este caso?

Nosotros pensamos que el Gobierno socialista prometió en su programa electoral incorporar a nuestro ordenamiento jurídico una serie de realidades sociales que no estaban contempladas ni reguladas por la ley, tales la violencia ejercida sobre la mujer, la convivencia de personas homosexuales, la agilización de los casos de divorcio, el aborto, etc. Se trata de personas o ciudadanos que viven situaciones reales y que exigen se les de una respuesta desde la ley, reconociéndoles los derechos que les correspondan. Los derechos humanos son precisamente el fundamento de nuestro sistema constitucional. Y es deber del Estado velar y promover el cumplimiento de esos derechos y lograr una legislación que los haga efectivos para todos, sin discriminación.

Dentro de la Iglesia católica hay posiciones diversas: unas que concuerdan con las tomadas por el Gobierno y otras que no. Existe también la posición de otras Iglesias y la de otros ciudadanos que declaran no pertenecer a ninguna Iglesia o ser ateos.

El Estado, como aconfesional que es, tiene que atender a esta pluralidad y diversidad de posiciones, tratando de no identificar su legislación con las preferencias, creencias o principios de una de estas posiciones. Debe legislar mirando al hecho común que une e identifica a todas como portadoras de una misma realidad: la dignidad humana y sus derechos. Ahí, coinciden todas y todos, hay un común denominador que engloba a todos y que, respetándolo, hace posible un justo Derecho y una pacífica Convivencia.

Las realidades de orden humano y social, que trata de incorporar al ordenamiento jurídico el Gobierno actual, pertenecen a este nivel y debe abordarlas de acuerdo con lo que dicta la búsqueda y experiencia humanas, la ética, la filosofía y las ciencias humanas. Un enfoque epistemológico que sea comprensible y aceptado por todos. Sin privilegios ni discriminación para nadie.

Tal enfoque no presupone marginación o limitación de los derechos de ninguna religión, y menos de la Católica, sino establecer una derecho básico, válido para todos. Sobre esa base, cada religión es libre de ofrecer su credo particular y asegurarlo con los medios a su alcance, en los espacios y momentos que considere más oportunos. Pero esa oferta, deberá hacerse salvaguardando el derecho de todos, sin menoscabo, discriminación o coacción de nadie. Y esa es la misión del Estado, que deberá llevarla a cabo en atención directa a cada grupo y al más global de la sociedad.

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ECLESALIA, 16 de noviembre de 2004

CUANDO VIVIR PARECE IMPOSIBLE

JOSÉ JOAQUÍN CASTELLÓN MARTÍN*

ECLESALIA, 16/11/04.- El debate sobre la eutanasia se ha puesto de nuevo en el candelero social a través de la magnífica película de Alejandro Amenabar “Mar adentro”. Esta película narra la lucha y la muerte de Ramón Sanpedro, un hombre que hizo de su muerte el sentido de su vida durante años.

A la realidad de la enfermedad y el sufrimiento personal de quien pide la ayuda para morir podemos acercarnos desde una perspectiva meramente intelectual, una perspectiva fría y racionalista, que por ser éste un problema tan serio, tan humanamente doloroso no es la más adecuada. Esta perspectiva racionalista es doble, una supuestamente religiosa y otra supuestamente democrática. La perspectiva supuestamente creyente parte de un axioma inviolable: “la vida es de Dios, nadie la puede quitar”; la perspectiva supuestamente democrática parte de otro principio axiomático: “la vida propia es de cada uno, y cada uno puede acabar con ella cuando quiera”.

Son tan claros y evidentes los dos axiomas, que no pueden ser, si no falsos, sí falseadores, ocultadores de la complejidad de una realidad tan dolorosa, tan humana e inhumana a la vez. A un enfermo que sufre, se acerca uno siempre con respeto sagrado, con temor reverencial, como quien se acerca al sagrario. La persona que sufre remueve tantas dimensiones profundas de nuestra existencia, que intentar reducir a conceptos claros y distintos su situación, siempre es ofensivo. Era ofensivo para el hermano de Ramón Sanpedro oír hablar de su suicidio. Había sacrificado toda su vida por cariño fraternal, había abandonado su trabajo, sus amigos, el mar... Era tan terriblemente doloroso para su padre oír hablar de su suicido que se negaba a escucharlo y se hacía el loco: “hay algo peor que se te muera un hijo, que se te quiera morir”; y es que hay sufrimientos que hacen palidecer y oscurecen la razones más luminosas. Por eso, cuando el cura fue con razones al lecho de un hombre sufriente, hizo el ridículo.

En hospitales, en residencias de ancianos, en muchas casas de nuestro pueblo hay enfermos en peores situaciones que las del protagonista de nuestra película. Razones para acabar con su vida muchas, de las más importantes acabar con nuestra angustia al verlos. Razones para cuidar su vida, paliar sus sufrimientos, y mostrarle nuestro cariño, solamente una, el amor. Hay tantas madres, tantas esposas, tantas hijas que, en medio de una abnegación y de un sacrificio heroico ofrecen tantas razones para la vida, que a cualquiera que se acerca a ellas les dan energías y fuerzas para vivir.

Perdónenme que lo diga: el enfermo, y más el enfermo terminal, ofrece muchas posibilidades de vida, aunque parezca un contrasentido. No nos conocemos, ni conocemos el amor que hay en nuestro corazón, hasta que no tenemos el privilegio de cuidar a un enfermo, de renunciar a nuestra vida por la suya, de supeditar nuestros proyectos a su bienestar. Si por miedo al sufrimiento, los enfermos acabaran con su vida voluntariamente cuando descubren una enfermedad irreversible los hombres y mujeres nos perderíamos mucha humanidad, el mundo perdería mucha humanidad; no sabríamos a qué extremo llega el amor humano que nos une con el mismo amor divino, y que es signo de plenitud.

Nadie quiere el sufrimiento, y todo el que ama quiere evitar el sufrimiento de la persona a la que quiere. El dolor no nos hace más humanos (no salva), lo que nos hace más humanos es el amor incondicional, absoluto, gratuito. Ningún sufrimiento por enfermedad debe pasarse sin los medicamentos apropiados para paliarlo, aunque su resultado sea acortar la vida.

El personaje de Amenabar, Ramón, no quería a nadie, no sabía expresar su cariño a nadie –y me permito decir esto porque hablo del personaje de la película. A ninguna de las dos mujeres que se enamoran de él la llega a querer, no puede decir a su sobrino “te quiero como a un hijo”, no puede dar las gracias a su hermano por el sacrificio que había hecho por cuidarlo, no llora con él la angustia del sin sentido de su cuerpo enfermo. No priva a su padre del dolor de la muerte de un hijo. Si me preguntan ustedes por un enfermo con nombres y apellidos, la única respuesta humana y cristiana es el silencio: ¿quién es nadie para enjuiciar a un enfermo que desespera de su dolor?

Nuestra vida no es de Dios, como si nos tuviera apuntados en el registro de la propiedad. Nuestra vida no es de nosotros mismos, como si los otros no fueran parte de nuestra vida, y nuestra vida no fuera parte de la vida de los demás. Nuestra vida es del amor. Por él vinimos al mundo, por él nos cuidaron, por él nos hablaron y nos enseñaron lo que significa ser persona, por él somos quien somos, a él hemos de entregarnos por completo, sólo por él merece la pena humanamente perder la vida.

La vida de la mujeres que cuidan a enfermos absolutamente incapacitados tiene un sentido tan grande... La vida de esos enfermos que desde su sonrisa sincera, desde su agradecimiento, desde su capacidad de sufrimiento hacen (hacéis..., que alguno leerá estas sencillas letras) un servicio muy importante a la vida. (Que nadie os quite las ganas de vivir, ni la esperanza de recuperación).

La dimensión legal de la eutanasia es otro problema en sí mismo, y lleno de dificultades y preguntas: ¿cuándo se emplean medios médicos extraordinarios que lo que hacen es prolongar artificialmente la vida de una persona que sufre indeciblemente?; ¿podemos obligar a una persona que pide a gritos su muerte a que siga viviendo?; ¿cuándo el deseo de morirse no es un síntoma de depresión y, por tanto, una enfermedad?; ¿cómo diferenciar la ayuda al suicidio de la incitación al mismo?; ¿a qué tipo de enfermos podríamos acortar la vida (y considerar que ya no tiene sentido conservarla)?; ¿es humano poner a un enfermo en la tesitura de saber que puede legalmente acabar con su vida y “liberar” a su familia de su carga?; ¿es humano hacer que alguien cargue con la responsabilidad de la decisión de la muerte de una persona a la que quiere? Legalizar o no la ayuda al suicidio es otra cuestión sumamente compleja.

Cristianos y no cristianos estamos perplejos, como desde el principio de la humanidad, ante la realidad del sufrimiento. No hay respuestas confesionales, ni disciplinas eclesiásticas, ni razonamientos axiomáticos que valgan ante una realidad humana tan profunda, tan compleja, tan vital, con tanto alcance personal. Aunque como se habrá notado en este artículo yo creo que lo único que le quita sentido a la vida es la falta de amor y de entrega.

*José Joaquín Castellón Martín es autor del libro "Ellacuría y la filosofía de la praxis" de Hergué editorial

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ECLESALIA, 18 de noviembre de 2004

ADVIENTO
La esperanza que libera

EVARISTO VILLAR

MADRID.

ECLESALIA, 18/11/04.- Los cristianos llamamos Adviento a ese espacio litúrgico que precede a la Navidad. Es un tiempo especialmente breve: cuatro semanas, cargadas de espiritualidad, donde la mística del encuentro corona el esfuerzo de una ética transida de esperanza. Esperamos el retorno de Dios y preparamos laboriosamente su encuentro.

Aunque la venida de Dios y nuestra correspondiente acogida no son exclusivas de adviento, hay sin embargo en él algo que ha forzado a la experiencia cristiana a mirarlo como un tiempo particularmente tenso y paradójico. La antigua leyenda del vigía que, oteando cada día sobre las almenas del castillo, envejece esperando la llegada de Dios, es especialmente ilustrativa. Al final de sus días, cansada ya la vista de tanta espera, el buen viejo cae en la cuenta de que el Dios que estaba esperando ya estaba a su lado desde el momento mismo en que se había puesto a esperarlo… Adviento recrea, pues, la paradójica situación de quien se pone a esperar a alguien que ya está a su lado.

La palabra adviento nos sitúa ante un campo de enorme riqueza semántica e histórica. “Advenire”, “adventus” nos hablan de venida, de retorno. En la antigüedad pagana se vivía el adventus como un retorno de los dioses al templo; y, más tarde, como la “venida del emperador a la ciudad”. Los cristianos, como hicieron con otras muchas tradiciones antiguas, lo asimilaron pronto a su particular forma de esperar a Dios. Pero inmediatamente completaron esta espera con el encuentro y, programáticamente, con un tiempo fuerte de preparación. Ya a finales del siglo V en las Galias y en España se implantó la costumbre, por reminiscencia de la cuaresma, de esperar la Navidad con una “cuaresma de invierno” que llamaban “cuaresma de San Martín” (por comenzar el 15 de noviembre, fiesta de San Martín). Esta “cuaresma de invierno” fue ganando en importancia hasta superar en ocasiones a la misma Pascua. Tanto es así que, a partir del s.VII, el adviento se impone como un gran “tiempo de espera” previo a la Navidad.

Las cuatro semanas de adviento se abren con el grito profético de Juan Bautista (“preparad los caminos del Señor”) y se cierran con el grito apocalíptico (“ven, Señor, Jesús”) con el que se cierra el Nuevo Testamento escrito. Entre ambos gritos, o si se prefiere, entre la Navidad y la Parusía acontecen los tres grandes encuentros que constituyen el meollo de la espiritualidad cristiana y que responden, a su vez, a las tres venidas de Dios que se esperan en la historia: la venida en la Navidad y la venida en la Parusía, que abren y cierran respectivamente la historia cristiana, y la venida a Nostros/as que da sentido a las dos.

La venida primera, en la fragilidad de nuestra carne, metafóricamente aconteció en María de Nazaret y seguirá aconteciendo mientras exista debilidad en la carne y brazos en María para acogerlo. En este supuesto, no es difícil prever que Navidad será siempre. Se trata de la venida de un “Dios menor”, hecho todo necesidad, que manifiesta paradójicamente su poder en la frágil ternura y jovialidad de un niño. La venida en la Parusía cierra y plenifica la Navidad; viene en cada acontecimiento que emerge y cierra la historia. Esta venida la detectó muy bien Juan XXIII cuando, mirando con los ojos de los profetas, vio los acontecimientos como “signos de los tiempos” o “kairoi” de la venida de Dios. Las dos venidas se encaminan hacia la tercera y más definitiva, la venida de Dios a nosotros/as. Sigue siendo una venida paradójica, pues el Dios que viene ya está previamente en y con nosotros, “más íntimo que nuestra misma intimidad”, como dirá San Agustín. Con profunda intuición poética dejó plasmada esta venida Antonio Machado: “El Dios que todos llevamos,/ el Dios que todos hacemos,/ el Dios que todos buscamos /y que nunca encontraremos./ Tres dioses o tres personas/ del solo Dios verdadero”.

La humanidad siempre ha estado esperando la llegada de dios. En ocasiones, el Dios verdadero; en otras, ha esperado algún sustituto. Unas veces se espera de forma absurda, como refleja mordaz y humorísticamente el irlandés Samuel Beckett en “Esperando a Godot”: no se sabe bien a quien se espera y, además, se tiene la seguridad de que no va a llegar nunca. Otras veces es una forma inútil de esperar como las vírgenes necias del evangelio a quienes se les va consumiendo el aceite sin que hagan nada para acelerar la llegada del novio, o sin que se haga nada para evitar el ciclón, la injusticia o parar la guerra. Laín Entralgo reflejó muy bien esta actitud en “La espera y la esperanza”. También se puede esperar a Dios en forma de quimera, otra variedad del absurdo, considerando posible o verdadero algo que no es más que pura ficción: la búsqueda del Santo Grial, el Dorado, la Atlántida, la Quimera del Oro, etc. En ese tipo de espera cae frecuentemente la Iglesia de la Jerarquía cuando confunde al Dios verdadero con sus elucubraciones doctrinales, disciplinares o rituales que cada día se van convirtiendo más que otra cosa en pura ficción. Pongamos por caso, su enrocamiento en la moral sexual y familiar, su rechazo visceral de la modernidad o de las nuevas ciencias biotecnológicas.

Por suerte, en las vírgenes prudentes, en la parábola de los talentos, en el buen samaritano se ofrece otra forma de esperar a Dios que tiene más que ver con la realidad que con la quimera, con el movimiento más que con la quietud, más con la acción o re-acción que con la evasión y el equilibrio, más con la esperanza que con la simple espera. Se trata de una forma de esperar con Esperanza que libera, pues se desea tan ardientemente lo que se espera que todo incita a provocar su llegada. Sobre el deseo ardiente y la provocación se levanta esta forma de esperar que libera.

La experiencia cristiana, entre la Navidad y la Parusía, se descubre a sí misma esperando a Dios en el “seguimiento de Jesús de Nazaret”. Por este camino de Jesús (buen samaritano, virgen prudente) ha llegado y sigue llegando mayormente el Dios verdadero. Como en la vida propia de Jesús, es una forma de esperar liberadora e inclusiva y afecta a los tres planos más determinantes de la vida humana: al teologal o trascendente para derribar las fronteras entre lo sagrado y lo profano y deshacer toda discriminación por motivos religiosos; al sociopolítico para abrir brecha en los ciegos muros que discriminan y anular toda marginación por motivos étnicos y culturales; y socioeconómica para romper los cerrojos que excluyen de las fuentes materiales de la vida y abrir la tierra, casa común, a la com-pasión y con-vivencia de todos y todas.

El Adviento, desde la entraña misma del evangelio, grita por la liberación de todas las esclavitudes y por la inclusión de toda la humanidad y de la misma tierra en la vigilante espera de la venida de Dios. Con el apóstol Pedro nos invita el adviento a “dar razón de nuestra esperanza” (1 pe 3,15-16). 

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