41 - Abril, 2005. Karol         

 

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ECLESALIA

01/04/05

ÉL NO SE MOVIÓ DE SITIO...

Roberto Borda

ECLESALIA

04 y 05/04/05

EL DESTINO DE LA FE CRISTIANA EN LA ERA WOJTYLA

Giancarlo Zizola

ECLESALIA

06/04/05

HA MUERTO JUAN PABLO II

Fernando Bermúdez

ECLESALIA

06/04/05

MUERE JUAN PABLO II

Jesús López Sáez

ECLESALIA

06/04/05

EL ESPÍRITU SANTO ABRE CAMINOS DE ESPERANZA…

Juan de Dios Regordán

ECLESALIA

08/04/05

VOLVER A LA TRADICIÓN

César Rollán Sánchez

ECLESALIA

11/04/05

MORAL DE LO COTIDIANO

José Ignacio Calleja

ECLESALIA

13/04/05

RECUPEREMOS LA CREDIBILIDAD DE LA IGLESIA

VV.AA.

ECLESALIA

14/04/05

FUNCIÓN DEL NUEVO PAPA

Teólogos/as Juan XXIII

ECLESALIA

15/04/05

del ‘¡LEVANTAOS, VAMOS!’ al LEVANTARÉ LA TIENDA

Braulio Hernández

ECLESALIA

18/04/05

EL PAPA QUE YO DESEO

Francisco Sánchez

ECLESALIA

19/04/05

¡RATZINGER PAPA!

Juan Luis Herrero

ECLESALIA

21/04/05

"TENEMOS PAPA"... ¿TENEMOS DIOS?

Thelma Martínez

ECLESALIA

25/04/05

ENTREVISTA A CASALDÁLIGA

Carlos Llamas

ECLESALIA

26/04/05

FORUM KRISTAU SAREA-RED CRISTIANA BIZKAIA

VV.AA.

ECLESALIA, 1 de abril de 2005

ÉL NO SE MOVIÓ DE SITIO...

 

¿Está Dios en mitad de nosotros o no? Ex. 17-7

 despertando en cada una de las chavolas

    donde vive más de la humanidad

urdiendo sueños en el telar de la utopía

descubriendo el frío de la nieve

en las manos de cada niño por invierno

acariciando cada lagrima de la familia que se queda

 y de la familia que se marcha

recurriendo cada ley, decreto o norma que acorta la libertad de cualquier ser humano

achicando agua en la patera que esta a punto de partir

recordando recuerdos olvidados en la memoria de cada anciano

     jugando en cada calle donde se escucha la carrera de una niña

empezando nada más terminar

besando cada cicatriz en los cuerpos maltratados

defendiendo el derecho a que sean reconocidos los derechos

consolando a cada victima de cualquier violencia

recorriendo cada playa, limpia o sucia;

 tropezando con las olas al mirar al horizonte

imaginando cuantos mundos sean posibles

clausurando cualquier fabrica que mate a la madre tierra

acompañando a aquellos niños a los que algún mal nacido puso un arma en la mano

 y le enseño a odiar

desactivando aquellas minas color mariposa

 que convierte en baldío la riqueza de la tierra

revolucionando cada corazón que late

revelando los secretos del soplar de los vientos insumisos

     charlando después del trabajo

amando los ojos queridos

buscando razones para seguir aferrada a la vida

a pesar de los empujones que da el mundo para echarte

mediando en los conflictos

cuyas causas ya fueron olvidadas por nuestros antepasados

riéndose de un mundo que cree haber descubierto el futuro,

cuando lo único que hace es hipotecar su presente por humo

echando la cuanta de cada uno de nuestros cabellos

expulsando a los mercaderes de los templos

colocándose en los márgenes de la vida

invitando a cenar a la mesa a todos sus hijos

condenando cada pena de muerte,

la de la lapidación o la de la bomba inteligente o la inyección legal

incluso la lenta muerte de tantos dictaminada por el banco mundial

tomando el dolor del mundo en las manos y transformarlo

tomando la alegría del mundo y derrochándola

durmiendo a la sombra de la luna para conocer la poesía del mundo

 

¿estamos nosotros en mitad de Dios o no?

ECLESALIA, 01/04/05.- ROBERTO BORDA DE LA PARRA. MADRID

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ECLESALIA, 4 y 5 de abril de 2005

EL DESTINO DE LA FE CRISTIANA EN LA ERA WOJTYLA*

GIANCARLO ZIZOLA

ECLESALIA, 04/04/05.- Veintisiete años de pontificado representan en la historia de la cristiandad casi un record. Al margen de las representaciones hagiográficas de quien ha protagonizado algunas de las opciones más significativas tomadas por la Iglesia católica en su reciente historia, un análisis del largo mandato de Juan Pablo II arroja luz sobre los destinos de la fe en la sociedad secularizada y globalizada

I. Un largo pontificado a la luz de la historia

La desmesura del pontificado de Juan Pablo II en todos los aspectos no facilita un fácil discernimiento de la identidad del reinado y de su protagonista. El escenario en los últimos tiempos de la Iglesia, con la creciente invalidez del papa, que ha acentuado la sistemática actuación vicaria de la Curia y ha hecho más escasos los intentos de corrección del rumbo que en otras etapas, de forma profética y muy personal, propugnaba el papa.

Por eso, el tema clave que se presenta en toda su gravedad al hacer el balance es éste: el fracaso manifiesto del intento de restaurar el régimen de cristiandad, propugnado por el vértice eclesiástico con todos los medios disponibles y con formas actualizadas, quebrando desde sus bases el proyecto de la reforma espiritual del Concilio Vaticano II, con el fin de recuperar y de reafirmar, con modalidades nuevas, el rol temporal de la Iglesia en la sociedad globalizada.

No podemos saber en este momento hasta cuándo va a durar esta tendencia involutiva y hasta dónde puede llegar la contrarreforma. No obstante, se captan ya desde este momento motivos de perplejidad y de sufrimiento para muchos creyentes ante los nuevos esfuerzos de la Iglesia para reconquistar roles políticos, mientras se produce una congelación burocrática del régimen eclesiástico, se refuerza la naturaleza patológica del verticalismo y se reproduce un obstinado triunfalismo de las masas organizadas, sostenidas por el entusiasmo acrítico de los medios de comunicación.

La prioritaria estrategia de los viajes empieza a ser observada como algo que acaso no era lo que la Iglesia exigía de manera prioritaria, especialmente considerando una forma y una gestión que han transformado las visitas pastorales en una polvareda tan exuberante como excéntrica con respecto a la vida real de las comunidades cristianas, y por lo mismo tan efímero como el escalofrío que sigue al dopaje.

Por lo demás, los conflictos que no han dejado de calentar las relaciones entre la Iglesia y la sociedad en Italia y en España, en sedes públicas de la Unión Europea, en los mismos Estados Unidos, con las actitudes electoralistas adoptadas por los obispos católicos, han sacado a la luz una vez más, sólo que de manera más dramática, la cuestión planteada a la Iglesia de Pablo VI por Pier Paolo Pasolini: es decir, el tema de una vuelta, nunca contrastado con seriedad, a los instrumentos de poder, que una vez más parecen significativos y decisivos, para reconquistar el espacio público perdido por el catolicismo en la sociedad secular, cual si un nuevo brazo secular pudiese garantizar la misión de la Iglesia en el reino de las conciencias, y ayudarle a reaccionar frente el exilio de la religión en la dimensión folclórica e intimista decretado por la insostenible laicidad de la historia. Como si la intimidad espiritual, forjada sobre el tema de la theologia crucis, hubiese caído en tal desestima que apenas se la considerase una variante secundaria de la importancia conquistada por la religio societatis con leyes beneficiarias, estilos concordatarios, coberturas financieras, roles éticos, intercambios con los poderes fuertes de turno.

Perfiles de un pontificado

Merece la pena pasar revista, bajo esta luz y sin pretensión alguna de ser exhaustivo, sólo como hipótesis de trabajo y a grandes rasgos, el complejo desarrollo del pontificado iniciado el 16 de octubre de 1978. No olvidamos que se trató de un cónclave condicionado por la contraofensiva del ala conservadora que lleva a la elección del primer papa eslavo y primero no italiano después de 1522. Personalidad compleja, intuitiva y visionaria, con el peso de la experiencia del régimen nazi y luego del comunista en Polonia, el elegido atribuye a la elección del doble nombre de Juan y Pablo el sentido de un seguimiento de los papas reformadores de la Iglesia romana en el siglo XX, Juan XXIII y Pablo VI. En la encíclica programática Redemptor hominis (1979) asegura que la senda del Concilio Vaticano II, en el que tomó parte en una posición moderada, han de ser “la que trataremos de seguir”.

No se tarda en comprender que las cuestiones vinculadas con la reforma interna, campo de batalla del Concilio, no campean en la visión del nuevo papa y que la línea de la “mediación”, intentada por los conciliares, queda sustituida por la del desafío radical a la “razón” moderna, a partir del modelo de espiritualidad católica inspirada por la mística de San Juan de la Cruz y por la piedad mariana de la Contrarreforma polaca.

Coadyuvado por el cardenal alemán Joseph Ratzinger, ex teólogo del ala progresista, que ya ha teorizado en Munich de Baviera la necesidad de una relectura del Concilio en clave de restauración, Juan Pablo II se planteó una revisión personal de la herencia conciliar. Para defenderla no duda en declarar en 1988 cismática la secta tradicionalista del obispo Marcel Lefebvre, sin dejar de buscar sucesivamente su retorno a cualquier precio, incluso el de la restauración de la liturgia preconciliar. Por su parte deja al sistema curial, oprimido por una serie de pontificados desfavorables, la oportunidad de una recuperación a fondo en muchos terrenos. La cuestión que interesa más que ninguna otra a Wojtyla es el destino del mensaje cristiano en la modernidad secularizada. Su objetivo es romper el asedio conjunto –el causado en primer lugar por el ateísmo comunista, pero también el que directamente provoca al ateísmo de mercado– situando a la Iglesia en el centro del debate político, como guardiana y dispensadora de salvación, también civil y antropológica, para las sociedades en crisis de valores.

El tema se plantea en seguida, en el curso de la ceremonia de inauguración del reinado: “¡No tengáis miedo! Abrid las puertas a Cristo”. La llamada imprime una dirección eclesial basada en la recuperación de un vigoroso dinamismo misionero, del que el papado se trueca en fuerza de arrastre con una forma de gobierno viajero de tipo carismático que lo llevará a aterrizar en las plazas de más de 190 países.

“La nueva evangelización” y “el tercer milenio” son los temas fundamentales sobre los que el pontificado encauza su tentativa de desempolvar los motivos clásicos de la cristiandad sobre la base de una identidad eclesial claramente esculpida, formulada en un magisterio de amplio espectro, en un relanzamiento de la figura papal, en una consolidación de la estructura jerárquica y del rol hegemónico del clero sobre el “pueblo de Dios”, y a través de un decidido testimonio de los creyentes frente a las derivas de la crisis moderna.

Para ello recurre abundantemente a la contribución de los movimientos, entre otros, del Opus Dei (a cuyo fundador Escrivá de Balaguer lleva a la gloria de los altares en tiempo récord), de Comunión y Liberación, de los Neocatecumenales y de los Legionarios de Cristo, como él capaces de articular maximalismo espiritual, conservadurismo doctrinal, activismo, sentido del poder y capacidad de penetración en la modernidad instrumental y financiera. El objetivo es el típico de la cultura católica intransigente y coincide con lo que alimenta el nacionalcatolicismo polaco: una nueva apologética social, esta vez a escala global, para proyectar el mensaje cristiano en los puntos críticos de la modernidad, reaccionar contra el arrinconamiento del hecho religioso al foro interno, y afirmar, por el contrario, la dimensión pública de la fe cristiana.

Por medio de los viajes, la figura papal se transforma en una institución civil universal. Se expanden los instrumentos políticos de la Santa Sede, que lleva de 89 a 179 los Estados acreditados, refuerza el estatuto del propio observador ante las Naciones Unidas, multiplica los modus vivendi y los concordatos.

Su primer viaje a Polonia, en 1979, atrae a tantas masas alrededor de su altar que descarga sobre el régimen comunista un golpe mortal. Nace, en los astilleros de Danzig Solidarnosc, que iza como fuerzas aliadas los iconos de la Virgen de Czestochowa y del papa. Por primera vez en un siglo XX de guerras y genocidios, de Auschwitz e de Hiroshima, tienen lugar cambios de largo alcance sobre la línea de confluencia de tres grandes corrientes históricas dulces: el movimiento de los derechos civiles, la no violencia y las fuerzas de la religión. Este umbral queda ensangrentado el 13 de mayo de 1981 cuando, en el curso de una audiencia pública en la plaza de San Pedro, el Papa recibe un balazo salido del revólver de Alí Agca, un joven terrorista de los “Lobos grises” evadido en circunstancias dudosas de una cárcel turca de máxima seguridad, cuyos mandatarios permanecen en la sombra.

De hecho, la caída del muro de Berlín y el desarrollo de una Europa que “tiene que respirar por sus dos pulmones”, el de Oriente y el de Occidente, se inscriben no sólo en el proceso histórico de las relaciones políticas y estratégicas de fuerza (gracias a los euromisiles), tecnológicas y económicas (fracaso del estatalismo imperial-proteccionista soviético, suceso expansivo del modelo capitalista), sino también como resultado de inspiraciones, anticipaciones e impulsos del papado, desde los tiempos de la Ostpolitik de Pablo VI. El acento del papa polaco se centra en atacar frontalmente a aquellos regímenes más bien que en fomentar procesos de mediación, tan queridos para el cardenal Casaroli, que tendrá que ceder pronto el cargo de secretario de Estado al ex nuncio en el Chile de Pinochet, Angelo Sodano, cuando el muro de Berlín acaba de convertirse en escombros. El cambio se nota muy bien en la gestión vaticana de la crisis polaca, especialmente cuando el papa interviene con una carta personal a Breznev para disuadirlo de la represión de Polonia. Un desafío victorioso: el papel de las fuerzas espirituales en el cambio político queda reconocido abiertamente por el líder de la última URSS, Gorbachov, en el curso de su visita al Vaticano que, el 1 de diciembre de 1989, concluye la guerra religiosa más áspera del siglo XX.

El vuelco de la Unión Soviética determina un reajuste político de las relaciones de la Iglesia con la sociedad. En América Latina el papa se comprometió personalmente en la liquidación del empeño político del clero y de los religiosos, incluso investidos de funciones públicas, forzando la renuncia de los curas-ministros del gobierno sandinista en Nicaragua y aislando al clero social progresista del Salvador y de Brasil. También en México el clima se hace más favorable para las mediaciones de la Iglesia en el conflicto de Chiapas y el papa, que recibe a Fidel Castro en el Vaticano en 1996, concluye la normalización esperada por una y otra partes con la visita a Cuba en enero de 1998, en el curso de la cual declara su hostilidad al embargo americano que amenaza a la sociedad cubana en sus derechos a la vida.

El empeño para transformar la religión en una fuerza a servicio de la paz y de la justicia, sin por ello comprometerla en la política de partido o bajo una bandera ideológica, acompaña a todo el pontificado. El vértice simbólico de este programa es la cumbre de representantes de la grandes religiones mundiales reunidos en Asís junto al papa el 27 de octubre de 1986 con motivo de la Jornada de oración de las religiones por paz. La Santa Sede asume con éxito la mediación entre Argentina y Chile enfrentadas por el Canal de Beagle y trata de evitar el enfrentamiento entre Gran Bretaña y Argentina por las Malvinas. Misiones pontificias comparecen en los principales focos de tensión: Líbano, Irán, Irlanda del Norte, ex Yugoslavia. En Chile igual que en Argentina y en Filipinas, la Iglesia destaca como un factor positivo en la transición democrática, por más que las concesiones vaticanas al régimen de Pinochet trastocan la línea crítica de la Iglesia del cardenal Silva Henríquez (en el septiembre negro del golpe militar de 1973).

Pero la línea pontificia obre el tema de la paz y de la “violencia de los oprimidos” no se mantiene firme y coherente, sino co un una marcha sustancialmente oscilante. En los últimos tiempos de la guerra fría bajo la presidencia de Reagan, el papa, en una carta para la sesión de la ONU sobre el desarme en 1982, declara “moralmente aceptable” la disuasión nuclear, retornando la posición preconciliar de la “guerra justa”, de modo que no se obstaculiza la instalación de los euromisiles orientados contra la URSS. En ocasión de una reunión en la cumbre celebrada en el Vaticano, el episcopado católico de EE UU tiene que someterse a la humillación de limpiar una carta pastoral propia de las críticas a la política rearmista de la Casa Blanca y tragar con el juicio de “inmoral” infligido a la disuasión atómica.

El acuerdo entre Wojtyla y Reagan se presentará como un “pacto de unidad de acción” al objeto de abatir “el imperio del mal” soviético (Berstein). De hecho, en 1984 la Santa Sede entabla relaciones diplomáticas con EE UU y el mismo año publica la condenad e la Teología de la Liberación y de los regímenes socialistas, factor clave en el reequilibrio a derecha de la Iglesia latinoamericana. Sucesivamente, la conducta del papa muestra una mayor independencia de los intereses estratégicos americanos. Él se opone con fuerza a la guerra del Golfo de 1991, presentándola como “aventura sin retorno” y “derrota de la humanidad” y declarando que “las exigencias de la humanidad reclaman hoy caminar de manera decidida hacia la proscripción absoluta de la guerra y cultivar la paz como bien supremo, al cual deben subordinarse todos los programas y todas las estrategias”.

Pero el Vaticano encuentra dificultades para disipar las dudas según las cuales su política habría contraído un aparte de responsabilidad en la disolución de la Federación Yugoslava, que se produce inmediatamente tras favorece tras el reconocimiento, sorprendentemente rápido, de Eslovenia y de Croacia por parte de la Santa Sede en 1991. En su inminencia, el cardenal Casaroli no consigue disimular su disgusto: “Es una catástrofe”. Sobre la guerra de la NATO a Serbia en 1992, la Santa Sede adopta la fórmula ambigua, sugerida por Sodano, de la “injerencia humanitaria” para declararla moralmente lícita: una política que recalienta los prejuicios antipapales de los serbios ortodoxos y que debilita la eficacia política de la nueva cumbre interreligiosa convocada por el papa en Asís para la paz en Bosnia (a la cual, aun habiendo sido invitados, no acuden los ortodoxos).

Tampoco la política pontificia en el frente ruso queda inmune de errores. Aplicando la “teología del paréntesis”, como si nada tuviese que aprender del despojo sufrido con el comunismo, la Santa Sede se apresura a abrir su primera línea diplomática tanto en Rusia como en las repúblicas de la nueva Federación Rusa, a tratar beneficios públicos para sus actividades y a instituir diócesis católicas en Rusia, en el mismo Moscú y en otras naciones tradicionalmente ortodoxas, sin siquiera preocuparse de advertir a las autoridades de la Iglesia “hermana” y hasta incluso aprovechándose de su debilidad tras la larga mortificación soviética. Se percibe sin el menor equívoco que el ecumenismo ha decaído a favor de una política autorreferencial en la conducta política y en las propias opciones doctrinales de la Santa Sede. Al mismo tiempo, grupos de activistas católicos de los movimientos integristas, al amparo de fuertes medios económicos y organizativos, invaden los territorios ortodoxos en busca de conversiones. La duda de que Roma vuelva al modelo anexionista y restaure el uniatismo como puente con el mundo ortodoxo hace precipitar las relaciones entre el papado y la Iglesia rusa en la más grave crisis del siglo.

La oposición pontificia vuelve a emerger con fuerza contra la “guerra preventiva” desencadenada por EEUU en 2003. El papa no se limita a campañas de oración y de ayuno por la paz. Frente al terrorismo, tras el golpe infligido el 11 de septiembre de 2001, él recomienda en vano a los líderes occidentales una línea basada en la justicia y el perdón, asumido como instrumento político y no sólo como un deber ascético. Además, él envía misiones cardenalicias a Washington y a Bagdad para evitar la guerra y si obtiene de Sadam Husein suficientes garantías de abrir el arbitraje de la ONU, y evitar el conflicto armado, nada puede hacer para lograr que el presidente Bush desista del plan preestablecido de la invasión. En todo caso, el papal o critica públicamente en le audiencia en el Vaticano el 4 de junio de 2004, recordándole que su “no” a la guerra ha sido siempre “inequívoco”.

II. ¿Un papa solo?

En realidad, la tensión entre el papado y el imperio americano sobre el tema de la guerra revela la soledad institucional de Wojtyla con relación a algunos sectores del mundo católico, en la propia Roma además de en naciones de tradición católica como Italia, Polonia, España. El episcopado católico americano se deja absorber por el patriotismo neoconservador más que por la fidelidad a las directrices pontificias. A pesar de la prueba de fuerza ofrecida por las asociaciones y parroquias en favor del método del diálogo y de la abolición de la guerra del sistema jurídico internacional, algunos líderes políticos e intelectuales de fe católica, devotos del papa de boquilla, se muestran en cambio sensibles a los reclamos poderosos del teorema del “choque de civilizaciones” hasta el punto de que contribuyen al relanzamiento del espíritu de cruzada de Occidente contra el mundo islámico. No obstante, merece especial reflexión el hecho de que una convergencia fundamental se produce en el amanecer teñido de sangre y de terror del siglo XXI entre las opciones de paz de un líder espiritual mundial como el papa y el movimiento colectivo que ha salido a la luz en las plazas de las capitales mundiales para defender el valor supremo de la vida humana de la guerra.

Las prioridades del programa de Juan Pablo II —desterrar una guerra de civilizaciones, oponer al terrorismo no otro fundamentalismo agresivo sino el diálogo entre las religiones y las culturas y la fuerza de la razón, salvaguardar a las comunidades cristianas en los países musulmanes— convierten al papa en aliado natural del Islam y en líder espiritual del movimiento pacifista global. Con su firmeza frente a las lógicas unilaterales de la Casa Blanca, él se muestra, en la hora más crítica del mundo, como el salvador de los mejores valores de Occidente. Él atestigua de persona cómo de la debilidad material puede brotar una lección moral de fuerza incomparable y que precisamente en este vuelco descansa el fundamento de la identidad cristiana de Occidente y del propio sistema democrático.

No se trata de un pacifismo exangüe, sino de una opción orgánica por una visión planetaria de la humanidad, que incluye no sólo el rechazo de la guerra sino también propuestas e iniciativas para la institución de una autoridad política mundial, partiendo de la reforma y del reforzamiento de las Naciones Unidas. En el Vaticano se ha creado la Academia de las Ciencias Sociales al que el papa asigna la tarea de ayudar a refundar sobre fuertes bases éticas el proceso de globalización y de elaborar una nueva doctrina de la interdependencia entre los pueblos, basada sobre el valor del Otro, sobre el respeto de las diferencias y de las culturas y sobre los derechos humanos fundamentales.

Sus encíclicas sociales Laborem exercens (1981), Sollicitudo rei socialis (1987) y Centesimus annus (1991), denuncian las lógicas totalitarias en acción en la sociedad liberal. Los acentos críticos reservados al capitalismo se multiplican tras la liquidación del sistema comunista, aunque el papa no condene la “teología del capitalismo” como hizo con respecto a la “teología de la liberación” y limita sus reservas a las consecuencias sin tocar las causas estructurales del sistema basado en el libre mercado. Por lo demás, declara inaceptable el axioma según el cual la derrota del socialismo real dejaría el puesto únicamente al modelo capitalista cual si estuviese dotado de “virtudes incontestables”. El objetivo es la construcción de un humanismo económico universal capaz de dotar de dispositivos jurídicos compartidos el principio bíblico del destino universal de los bienes de la tierra, que demasiado pronto la Iglesia romana ha dejado de exigir por el principio “sacro” de la propiedad privada.

Con Wojtyla, el papado está presente en la Iglesia y en la sociedad como no lo había estado con ninguno de sus predecesores. Millones de personas están en contacto con él durante los viajes. Los medios ofrecen un escenario planetario a su palabra y a sus gestos. Mediante la importancia que reviste la figura papal, él termina por reproducir las modalidades de una relación insólita entre Iglesia y mundo: su política de reunificación de la complejidad católica recicla en formas “segurizantes” la intransigencia católica antimoderna, contestando decididamente con una autónoma doctrina de la ley natural los éxitos de una razón moderna que se le antoja nefasta.

La beatificación (entre las numerosísimas llevadas acabo) del papa del Sílabo Pío IX, asociado en los altares con Juan XXIII, es algo más que un mediocre expediente para declarar concluido el ciclo histórico del temporalismo. Es la clave de lectura de un esquema político-religioso por el que las innovaciones del papa que inauguró el Vaticano II adquieren de nuevo cuerpo sobre la medida de una continuidad, por más que forzada, con una tradición que presume de empalmar con la dogmática maximalista del Vaticano I y de perpetuarse, aunque sea en formas actualizadas, en la presente reivindicación del poder espiritual frente a los nuevos totalitarismos de la posmodernidad liberal.

Este paradigma hermenéutico puede encontrar abundantes aplicaciones en el análisis del pontificado en numerosos terrenos críticos de la relación entre Iglesia y sociedad. Podemos observar, por ejemplo, cómo actúa este montaje sobre la línea papal en el campo de las relaciones entre leyes morales de la Iglesia y leyes civiles de los Estados. No cabe duda de que despierta controversias en la sociedad y también en el mundo católico a causa del maximalismo en que apoya su concepción de la moral sexual y se cristaliza en el modelo de la familia tradicional, como ocurre con las campañas vaticanas en las conferencias de las Naciones Unidas en El Cairo y en Pekín. La lucha mantenida contra la contracepción, el aborto, el uso de preservativos en función de frenar el sida, la manipulación de los embriones y las pretensiones de las Neurociencias y de la ingeniería genética en clave neoliberal hace del papa un líder indiscutible de la defensa de la vida de sus derivas neocientíficas que están en marcha en la legislación de lo viviente. Sólo que es un líder ensalzado por algunos y contestado por los más.

Si el Concilio rescató el papel de la conciencia personal en las decisiones morales, la Iglesia de Juan Pablo II vuelve a poner en primer plano el instrumento básico del régimen de cristiandad, es decir, la cobertura de la ley civil y del poder político con el fin de garantizar legislaciones moralmente aprobables según el punto de vista propio.

Desde la instrucción Sobre el respeto de la vida humana naciente (1987) hasta las encíclicas Veritatis splendor (1993), Evangelium vitae (1995) y la Carta a los obispos de Alemania (1999) contra la presencia de los católicos en la red de consultores públicos para las jóvenes en dificultades, el Vaticano insiste en el objetivo de presionar a los Estados con todos los medios legales para obtener la reforma de las leyes civiles “moralmente inaceptables”, apoyándose en argumentos de orden racional, jurídico y antropológico, y no únicamente sobre referencias de autoridad de signo confesional. En otras “Notas doctrinales”, Ratzinger solicita a los parlamentarios católicos para que “no cedan a ningún compromiso” en materia de bioética y “a que se opongan a cualquier norma que tienda a situar en el mismo plano el matrimonio y las parejas homosexuales”.

Todo esto convierte en dudosas otras tesis sostenidas por el papa en polémica con el integrismo y a favor de la laicidad del Estado, del pluralismo y de la autonomía del orden político. Incluso su campaña para la inclusión de la referencia a las “raíces cristianas” de Europa en la Constitución se desarrolla en paralelo con una crítica a la pretensión de aislar la religión del sistema público de una sociedad liberal.

El pontificado se caracteriza también por el esfuerzo de ensanchar el universalismo católico a los diferentes mundos religiosos que emergen y se comunican con los flujos de la globalización, haciendo trizas de antiguas fronteras. El punto crítico de la ideología de la cristiandad es la pretensión de constituirse como sistema autosuficiente, como única vía de salvación. El papa desarrolla incluso, con iniciativas sin prejuicios, en todo caso difíciles de reconducir a la prudente praxis romana, las aperturas conciliares al diálogo con la otras fes, por más que retrocede frente a las rupturas que no deja de implicar con la ideología del sistema plasmado sobre el axioma Extra Ecclesiam nulla salus.

Tal proyecto se revela en los gestos antes todavía de que sea teorizado en una madura teología del diálogo interreligioso. Desde la visita a la Gran Sinagoga de Roma (1986) y el documento sobre la responsabilidad de los cristianos en la Shoah, hasta la peregrinación silente al Muro de las Lamentaciones de Jerusalén (2000), el papa guía un movimiento de recuperación de los lazos entre cristianos y pueblo hebreo destinado a dejar aislada la “cultura del desprecio”. En 1989, frente a las reacciones del mundo judío, él mandó trasladar a otra parte el Carmelo abierto dentro del lager de Auschwitz. Sus esperanzas y proyectos de una pacificación en Tierra santa que devuelva a Jerusalén el rango de ciudad de la paz universal, le inducen a establecer en 1993 un acuerdo histórico fundamental con el Estado de Israel con el que la Santa Sede entabla relaciones diplomáticas, contrabalanceadas por relaciones análogas con la Autoridad Palestina. Sin embargo el acuerdo fundamental tiene una aplicación muy decepcionante para el Vaticano que ve frustrarse sus proyectos para el estatuto internacional de Jerusalén, desangrada la comunidad cristiana en Tierra santa, comprometida su acción en defensa de los derechos palestinos, hasta tener que soportar el asedio de la basílica de la Natividad de Belén por parte de los tanques de Sharon en la fase más extrema de su política nacionalista, con la construcción del muro y la represión militar sobre los territorios.

En la hora crucial del “choque de civilizaciones” Wojtyla se convierte en peregrino con los pies descalzos en la Mezquita de Damasco y no deja de empeñarse para que “el espíritu de Asís” non se quede en un acontecimiento elitista y sólo utópico, a pesar de su aislamiento respecto del sistema curial. Al mismo tiempo él empuja hacia delante un proceso de autocrítica penitencial en la Iglesia por la historia de violencia en que se ha visto implicada a lo largo de los siglos. Reabre los cruciales dossiers del proceso a Galileo Galilei de la Inquisición romana y de las responsabilidades de la Iglesia en el antisemitismo. En marzo del año 2000, en el punto álgido de las celebraciones del Jubileo, celebra con toda la curia una liturgia de los mea culpa, por los errores históricos de la Iglesia, desmontando en su aspecto crucial, la pretensión teocrática del infalibilismo.

Juan Pablo II está convencido de que determinados gestos son indispensables para sacudir los lazos todavía demasiado orgánicos de la Iglesia con Occidente y empujarla a equiparse culturalmente para embarcarse en el ancho mar de un mundo globalizado. En el documento Diálogo y anuncio (1991) admite que las religiones no cristianas contienen “elementos de gracia” y participan ellas también del designio de la salvación. Pero la curia se apresura a redimensionar las aperturas papales con la instrucción Dominus Jesus (2000), que reivindica a favor de la Iglesia romana, identificada con el Cuerpo místico de Cristo, la posesión exclusiva de la verdad y de la salvación. “Algo trágico, un accidente de trabajo”, es la reacción del cardenal Karl Lehmann.

En el frente interno hay que registrar más gestos simbólicos que reformas. El abandono de la opción espiritual adoptada por el Concilio, para apuntar a la recuperación del papel sociopolítico de la Iglesia, produce una crisis de enorme alcance, mal ocultada por el triunfalismo orquestado: anarquía ingobernable de los movimientos integristas, ausencia de compromiso por parte de los intelectuales, paralización del debate teológico, limitado a ser una interpretación estática de la ortodoxia tridentina, atrofia y gregarismo del laicado militante, desafección por el ministerio sacerdotal, crisis de la práctica sacramental (bautizos, matrimonios religiosos, primeras comuniones, confirmaciones), desafección por las normas de la moral sexual y familiar mantenidas oficialmente sólo de forma teórica, retroceso precipitado de la confesión, bloqueo del dinamismo conciliar de las comunidades o de los procesos de reacercamiento a las Iglesias protestantes, anglicanas, ortodoxas. La esclerosis institucional, favorecida por el recambio en sentido prudencial y burocrático del episcopado mundial, provoca una ruptura en las relaciones de la Iglesia con la cultura moderna. Se plantean reparos en lo que concierne a la democracia y participación en las comunidades cristianas, al exceso de mediatización de la figura papal, al relanzamiento neomedieval de la primacía absoluta del pontífice, considerados como otros tantos engranajes de una estrategia adoptada para crear un ilusorio “estado de gracia”, útil para camuflar la incapacidad del sistema romano de proceder a los cambios institucionales. En esta óptica, los mismos viajes papales se analizan como medios de “una centralización pastoral” para una Iglesia destinada a convertirse “en más papal que nunca, en la mentalidad y también en las estructuras, gracias a una estrategia orientada a hacer del obispo de Roma una figura total, el solus Pontifex de gregoriana memoria” (David Seeber).

La alarma es pronto compartida por teólogos como Y. Congar, que advierte que “el papa tiene el primado, pero en la Iglesia, no por encima de la Iglesia. No fuera de los obispos, sino con los obispos”: por cuya razón, “el papa superobispo sería un papa herético”. El ex arzobispo de San Francisco, John R. Quinn provoca la alarma a los palacios pontificios cuando denuncia la paralización de las reformas conciliares, el reforzamiento anómalo de la curia romana, especialmente en la hora en que la invalidez física no consiente al papa el pleno control del aparato, la expansión sin precedentes del sistema político-diplomático de la Santa Sede, que controla la selección de los candidatos al episcopado, y la ralentización de las Conferencias episcopales nacionales.

 Con la encíclica Ut unum sint (1995), Juan Pablo II abre el debate sobre la búsqueda de nuevas modalidades de ejercicio del primado pontificio. Sin embargo, la reforma queda bloqueada de hecho a causa de la desconfianza de la curia hacia un Sínodo de los obispos provisto de poderes deliberativos que exprese democráticamente un “consejo de la corona” para asistir al papa en el gobierno de la Iglesia universal. El propio Sínodo, convocado a menudo por Juan Pablo II, termina decepcionando sus objetivos reformistas, alimentando una mentalidad todavía muy maximalista del primado y un sentido de inutilidad en los episcopados, cuyas propuestas son en su mayor parte ignoradas: fue clamoroso el caso del Sínodo africano, cuya demanda plebiscitaria de un derecho canónico matrimonial africano y de modelos litúrgicos y pastorales acordes con las tradiciones africanas fue rechazada. Uno de los líderes de la Iglesia africana, el obispo de Lusaka E. Milingo fue removido y quedó aislado en Roma por sus ideas sobre el cristianismo a la medida africana.

En 1984, las condenas formales de la teología de la liberación emanadas de la Congregación para la Doctrina de la Fe permiten a la curia dejar fuera de juego a toda una corriente innovadora, en el terreno pastoral, teológico, catequético y social, y sofocar en su nacimiento la idead e una Iglesia “popular” más fiel al Evangelio anunciado a los Pobres. La normalización de la Iglesia del continente, sancionada por las directrices en sentido espiritualista dadas por el papa a las asambleas del episcopado latinoamericano en Puebla (1979) y en Santo Domingo (1992), y con motivo de sus tan frecuentes viajes a los países latinoamericanos, produce caídas catastrófica sen la práctica religiosa y en la apostasía de los católicos en pro de las sectas evangélicas en Brasil, en la liquidación de las comunidades de base y de sus teólogos, motivada por la depuración antimarxista: una liquidación que se trueca en cruenta cuando los “escuadrones de la muerte” asesinan, el 24 de marzo de 1980, a arzobispo Óscar Arnulfo Romero en El Salvador y a seis jesuitas de la Universidad Centroamericana, nueve años más tarde, siempre en El Salvador.

Casi la mitad de los católicos del mundo son latinoamericanos y Juan Pablo II les propone a ellos, igual que a las elites políticas, económicas e intelectuales del continente, además de al clero, un modelo de Iglesia de cultos a la Virgen y de mediación interclasista, de movimientos carismáticos y de renuncia a las luchas sociales: “No corresponde ni a Cristo ni a la Iglesia resolver los problemas de la tierra”, declara a los campesinos de Maranhao en 1991. El viejo “obispo rojo” de Recife, Hélder Câmara, es sustituido por un sucesor procedente de las filas del Opus Dei que da un vuelco a la línea de la “Iglesia de los pobres” que se había afirmado en Medellín, en la asamblea revolucionaria del episcopado latinoamericano de 1968.

A pesar de la “Declaración de Colonia” firmada en 1989 por 163 teólogos católicos contra el neocentralismo vaticano, el control romano sobre la inteligencia teológica, sobre la enseñanza en las facultades teológicas, sobre las publicaciones, sobre la libertad de opinión y de información en los medios católicos es tal que margina todo pensamiento disconforme.

El acaparamiento de funciones se lleva a cabo con dos intervenciones, la Carta a los obispos sobre algunos aspectos de la Iglesia entendida como comunión (1992), y otra carta Sobre la ordenación sacerdotal reservada exclusivamente a los hombres (1994). Con la primera se restaura el poder universal del papa sobre las Iglesias particulares, reinterpretando de manera verticalista la eclesiología conciliar. Con la segunda se alarga el área de la infalibilidad a los pronunciamientos del magisterio ordinario, confiriendo el carisma de la definitividad a la prohibición tradicional del sacerdocio femenino: una pretensión dogmática refrendada por el motu proprio Ad tuendam fidem (1998) que eleva al nivel de adhesiones por fe incluso decretos de la curia romana en terreno doctrinal.

Mientras tanto, la Instrucción sobre la colaboración de los fieles laicos con al ministerio de los sacerdotes (1997) produce un vuelco en la línea de Pablo VI que, según el principio del “sacerdocio común de los fieles” reconocido por el Concilio, había abierto los ministerios ordenados también a los laicos, y niega a los diáconos y a los fieles la posibilidad de voz activa y pasiva en los consejos presbiterales de las diócesis y de las parroquias. Es una contradicción respecto al nuevo Código de Derecho canónico (1983) que ratificó el antiguo principio “democrático” en la estructura jurídica de la Iglesia latina, reconociendo el derecho de los fieles a ser consultados sobre la vida de la Iglesia y el nombramiento de los responsables. Siempre en 1998, la carta Apostolos suos se ocupa de desautorizar a las Conferencias episcopales del poder de deliberar en materia doctrinal y de minimizar su rol colegial en el gobierno de la Iglesia universal.

A las Iglesias locales más comprometidas en el proceso de reforma se las llama al orden y se las “reequilibra” mediante la introducción de nuevo personal en los rangos episcopales o con la intervención desde lo alto. Es la manera de “alinear” a los episcopados de los Países Bajos, del Brasil, de Perú, y luego de Francia, de Alemania, de Suiza, de Austria. A los obispos indios se les llama al orden por su tentativa de una cristología india, a los italianos y franceses por sus catecismos, a los americanos por las monaguillas y veinte años más tarde por su descuido con respecto a la pedofilia entre el clero. Roma alarga su poder sobre las órdenes y congregaciones religiosas: el papa interviene personalmente sobre la Compañía de Jesús, a la que impone un comisario en 1981 y la priva de su general Pedro Arrupe.

Los temas críticos quedan silenciados de autoridad. Es una gran capa de plomo la que cubre las propuestas de nuevas inculturaciones extraeuropeas del mensaje cristiano, de revisión del estatuto celibatario del clero, de formas colegiales del gobierno universal del romano pontífice, de alargamiento de los ministerios ordenados, de respeto hacia el estatuto de los teólogos, de reforma de la praxis penitencial, de permitir bajo determinadas condiciones el acceso a la eucaristía de los divorciados, de reexaminar la disciplina del matrimonio (que sigue a nivel tridentino) y de someter a nuevo tratamiento las cuestiones de ética de la sexualidad. En este catálogo de la impotencia es excepción la aproximación innovadora por parte de Wojtyla de la cuestión femenina, en particular con la encíclica Mulieris dignitatem (1988), por más que sigue manteniendo en ella el rechazo del sacerdocio de la mujer.

También el frente del ecumenismo registra oscilaciones. En encíclicas como Orientale Lumen (1995) y Ut unum sint el papa afirma el respeto que se debe a los rostros, a las tradiciones, a las estructuras propias de las “Iglesias hermanas” y reconoce la necesidad de redimensionar el absolutismo en el ejercicio del primado universal de jurisdicción del pontífice romano. En una carta a las conferencias, Ratzinger recomienda en cambio, en el 2000, precaución en el uso de la expresión “Iglesias hermanas”, a pesar de haber sido autorizado por el Concilio para designara las Iglesias ortodoxas, anglicanas y protestantes.

La política ecuménica se funda sobre el ejercicio de un ministerio de la presencia, más que sobre desarrollos doctrinales. En 1982, la primera visitad e un papa a Inglaterra tras el cisma de Enrique VIII vio a Juan Pablo II arrodillado junto al arzobispo primado de Inglaterra delante de la Biblia de Canterbury. Fue un acto henchido de simbolismo que no obstante no priva al documento común sobre la Autoridad en la Iglesia de las reservas por parte de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ni tampoco logra superar la crisis con los anglicanos sobre la ordenación sacerdotal y episcopal de las mujeres.

Las visitas papales a naciones ortodoxas como Rumania y Grecia producen un éxito superior a las expectativas en razón de la humildad de la figura del papa y del carácter autocrítico de sus declaraciones. Resultó memorable e impresionante la autocrítica hecha por el papa en el 2001 en Atenas ante el Santo Sínodo de la Iglesia grecortodoxa, del saqueo de Constantinopla consumado durante la Cuarta Cruzada. En cambio, la visita a Ucrania en el 2001, llevada acabo a pesar de la oposición de la Iglesia ortodoxa ucraniana, agravó el estado ya febril de las relaciones entre el Vaticano y Moscú: en la parte final del pontificado se ha manifestado la voluntad del papa de remontar la pendiente con algunos gestos pacificadores como el envío del icono de Kazán al patriarca de Moscú y una tentativa nueva y más seria de contención de la actividad proselitista llevada a cabo por círculos católicos polacos y lituanos en el campo ortodoxo tras la caída del muro de Berlín.

Una difusa reconsideración del poder papal a la luz del icono del “siervo de Yavé” que sufre por los pecados del mundo ha acompañado los últimos años del pontificado, debilitado por el Parkinson. Aun habiendo aprobado una normativa sobre la renuncia del papa al cargo, él ha considerado no deberla aplicar a su caso y ha resistido más allá de lo que cabría esperar pese a que sus funciones de gobierno están tan limitadas que consienten al aparato espacios de intervención sin precedentes.

Conclusión

Para concluir, podríamos afirmar que, a lo largo de un pontificado record y entre los más longevos, Juan Pablo II se ha consagrado a un esfuerzo excepcional para reformar las tareas de la vocación cristiana en un mundo que se ha vuelto planetario. Viviendo él mismo entre dos mundos de Oriente y Occidente, el papa ha llegado a convencerse de que las fórmulas vigentes hasta ahora para garantizar a la fe cristiana la posibilidad de no fracasar a causa de la apostasía de sus seguidores exigen un nuevo desarrollo, mientras el centro de gravitación de la Iglesia se expande en otros diques culturales, fuera de su cuna mediterránea, donde comenzó la aventura del cristianismo.

En este viaje del cristianismo hacia nuevos areópagos y nuevas patrias, no cabe duda de que el reino del papa eslavo, con su entrecruce de profetismo misionero y visionario y de arranques neoconstantinianos, puede ser considerado como un rompeolas. Es su encíclica Fides et ratio la que declara superable la integración entre la fe cristiana y la filosofía griega y romana, para revestir las verdades cristianas con los lenguajes de las tradiciones espirituales de Asia y de África. No obstante, la audacia de su intuición se deja inhibir, de hecho, por la tentativa, contradictoria y votada al fracaso, de conservar las crisálidas de los esquemas culturales y políticos de un cristiandad superada.

 Nota: Ofrezco a continuación una lista esencial de textos en los que el lector podrá fijarse para profundizar en los temas desarrollado sen mi artículo. C. Berstein y M. Politi, Su Santidad Juan Pablo II y la historia secreta de nuestro tiempo, Barcelona, Planeta, 1996; Juan Pablo II (con V. Messori), Cruzar el umbral de la esperanza, Barcelona, Plaza y Janés, 1995; Ratzinger, Informe sobre la fe, Madrid, BAC, 1985; G. Weigel, Testigo de esperanza. Biografía de Juan Pablo II, Barcelona, Plaza y Janés, 1999; G. Zizola, La restauración del papa Wojtyla, Madrid, Cristiandad, 1985; G. Zizola, La otra cara de Wojtyla, Valencia, Tirant lo Blanch, 2005.

*La versión original de este texto se publicó en Il Mulino, nº 417, 2005 (www.mulino.it/ilmulino). La traducción es de José González-Balado. El artículo constituye un resumen del libro del autor “La otra cara de Wojtyla”. (Más información en www.atrio.org).

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ECLESALIA, 6 de abril de 2005

HA MUERTO JUAN PABLO II

FERNANDO BERMÚDEZ

GUATEMALA.

ECLESALIA, 06/04/05.- Juan Pablo II ha muerto. Se ha ido uno de los hombres más carismáticos y populares de los últimos tiempos, pero también más contradictorios. Su ministerio al frente de la Iglesia católica ha sido uno de los más largos de la historia de la misma Iglesia. Tal vez a eso sea debido su fuerte incidencia en la vida eclesial y social.

Nadie puede poner en duda que Juan Pablo II ha sido un hombre coherente consigo mismo y sus principios religiosos, un hombre creyente de verdad. Su sentido de la justicia le ha llevado a la defensa de los Derechos Humanos y de la justicia social por donde quiera que ha peregrinado. Sus Encíclicas “Centesimus Annus”, “Laborem exercens”, “Sollicitudo rei socialis”... han marcado línea en la Doctrina Social de la Iglesia en defensa de los pobres, de la justicia, del bien común...  Denunció en repetidas ocasiones la carrera armamentista y la política materialista del capitalismo neoliberal. Tomó una actitud valiente frente a la paz del mundo. En sus numerosos viajes alrededor del planeta  levantó siempre la bandera de la paz que nace de la justicia. Se opuso firmemente a la invasión de Irak por parte de Estados Unidos, considerándola como una inmoralidad histórica.

Sin embargo, su origen polaco y la experiencia vivida durante los años de la dictadura pro-soviética le condicionó notablemente, hasta tal grado que llegó a mirar el mundo desde este prisma. Todo esto le llevó a ser un papa contradictorio.

De cara a la sociedad defendió los derechos humanos, sin embargo, de cara al interior de la Iglesia ejerció un autoritarismo medieval, potenció el centralismo romano, descalificó y reprimió a notables teólogos y teólogas, destituyó a respetables obispos que estaban comprometidos con su pueblo. Este indicador apunta  hacia una concepción del gobierno de la Iglesia que se aparta del impulsado por el Concilio Vaticano II, tendente a una mayor responsabilidad colegial de los obispos con el Papa.En vez de esto, el papado de Juan Pablo II fortaleció la función de la curia romana, de los nuncios y el nombramiento, sobre todo en Europa, de obispos de línea conservadora, cerrados, intransigentes y alejados de la realidad que vive el pueblo.

En lo referente a la moral, la concepción de la "naturaleza humana" que sostuvo Juan Pablo II en los temas de sexualidad fueron de un rigorismo que la mayoría de los fieles no sigue. Este divorcio entre la moral señalada por el Papa y la practicada por los creyentes es una de las mayores escisiones de la Iglesia católica.

Los hechos demuestran que durante su “pontificado” ha habido una involución en el campo doctrinal, pastoral y litúrgico. Se ha desatendido el cambio impulsado por el Concilio que revolucionó la eclesiología al poner en el centro al  pueblo  de  Dios  y  no  a  la  jerarquía.  Como consecuencia  ha  renacido el

clericalismo, ha perdido fuerza el protagonismo de los laicos y se ha controlado el esfuerzo de emancipación y participación efectiva de la mujer en la Iglesia. Ha quedado enormemente reducida la corresponsabilidad de los sínodos y las conferencias episcopales y han sido puestas bajo sospecha la teología de la liberación y las teologías autóctonas.  Juan Pablo II fue desconfiado frente a los movimientos cristianos que sintonizaban  con la emancipación de los pobres y oprimidos.

El Papa ha muerto, pero la Iglesia sigue. Los papas no son más que servidores de la Iglesia. Lo que importa es la Iglesia, pero una Iglesia que asuma consciente y evangélicamente su misión de hacer presente el reino de Dios en la historia.

Lamentamos que Juan Pablo II deje tras su muerte una Iglesia dividida y, en parte, caótica, debido a las tensiones internas que él mismo, sin pretenderlo tal vez, generó al rodearse de los sectores eclesiales más consevadores. Esto mismo está siendo causa, asimismo, de que numerosos cristianos que antes se confesaban “católicos”, hoy se confiesen agnósticos o indiferentes.

Es responsabilidad de todos los cristianos católicos, pastores y laicos, asumir con serenidad y espíritu evangélico, el momento presente y caminar con esperanza hacia una nueva  evangelización profética y liberadora, para hacer presente el reino de Dios en la sociedad que es lo que importa.

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ECLESALIA, 6 de abril de 2005

MUERE JUAN PABLO II

JESÚS LÓPEZ SÁEZ, Comunidad de Ayala

MADRID.

ECLESALIA, 06/04/05.- 2 de abril: Muere Juan Pablo II. No podemos callarlo. Hace tres años, le enviamos al papa una carta y el manuscrito de “El día de la cuenta”. No hubo respuesta por su parte. Sólo acuse de recibo de la Secretaría de Estado. Pues bien, no lo podíamos imaginar. En el día de su muerte, en el día de la cuenta,  esta mañana hemos leído con atención el pasaje que se lee en todas las iglesias, como propio de la liturgia del día, el que tocaba: “¿Puede aprobar Dios que os obedezcamos a vosotros en vez de a él?” (Hch 4,19). Dicho de otro modo: “Hemos de obedecer a Dios antes que a los hombres”.El mensaje y el pasaje en cuestión aparece al final de mi “carta a Juan Pablo II” (23-3-2002) y al final de mi libro, página 444 . Se lo denunciamos entonces. Ahora no podemos sino dar gracias: “Empujaban y empujaban para derribarme, pero el Señor me ayudó”, “es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente” (Sal 118).

Comentando este salmo en la eucaristía de la comunidad, nos llega la noticia del fallecimiento. Nos llega en buen momento. Podemos decir que mejor imposible. Estamos reunidos, en oración, vigilantes. Compartimos la palabra que vamos escuchando al respecto.

La primera lectura del segundo domingo de pascua nos resulta muy viva. Es el pasaje de la primera comunidad cristiana (Hch 2,42-47), verdadera clave de renovación eclesial y, como se ha dicho acertadamente, el pasaje más importante del Concilio. Puede verse en El día de la cuenta: “El concilio Vaticano II ve en la experiencia comunitaria de los Hechos de los Apóstoles (Hch 2,42-47) el modelo no sólo de la vida religiosa, de la de los misioneros y de los sacerdotes, sino de todo el pueblo santo de Dios” (p. 396). Lo hemos dicho por activa y por pasiva: Renovación eclesial y original (que vuelve a los orígenes), sí. Renovación imperial y medieval (pre-conciliar), no.

Damos gracias por la fuerza de Dios en medio de las dificultades que seguimos pasando. Es la segunda lectura: “Alegraos de ello, aunque de momento tengáis que sufrir un poco, en pruebas diversas” (1 Pe 1,3-9). Se lo dijimos al papa en la carta y lo repetimos ahora, en el día de su muerte: “A pesar de las presiones recibidas, al fin y al cabo un caso más de lo que se denuncia en el libro, en conciencia no puedo callar: Hemos de obedecer a Dios antes que a los hombres (Hch 4,19)”.

Escuchamos el evangelio del día (Jn 20,19-31), que nos resulta impresionante: “Con las puertas cerradas, por miedo a los judíos”. Lo entendemos perfectamente, también nosotros tenemos que tomar medidas de precaución.  Aunque parezca que no, judíos los hay y abundan, como en tiempo de Jesús. Pues bien, del Señor resucitado recibimos este mensaje reconfortante, alentador: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Sí, pese a quien pese, compartimos la misión del resucitado, que nos enseña sus heridas. El resucitado es el crucificado. Que quede claro.  Su último lecho no fue la cama, sino el madero de la cruz, que levantaron los de siempre, es decir, “la bestia religiosa y la bestia política” (Ap 13).

Para saber más: http://www.comayala.es

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ECLESALIA, 6 de abril de 2005

EL ESPÍRITU SANTO ABRE CAMINOS DE ESPERANZA…

JUAN DE DIOS REGORDÁN DOMÍNGUEZ

ALGECIRAS (CÁDIZ).

ECLESALIA, 06/04/05.- Después de la muerte de Juan Pablo II parece que al sucesor se le ha puesto muy alto “el listón de liderazgo personal”.Ha sido impresionante. El pueblo ha vibrado y la juventud ha dado un aldabonazo pidiendo que se sintonice y se cuente con ellos. Muchos jóvenes han llorado, cantado y aplaudido. Pero la juventud actual necesita algo más que cantar y aplaudir en grandes encuentros. En general exigen protagonismo y que se les “deje hacer a su estilo” en el quehacer diario, tanto en la sociedad como dentro de la Comunidad Cristiana. Los tiempos han cambiado mucho y muy rápidamente. Pero conviene resaltar que, a pesar de los grandes avances que se están dando en ciencias de la información, informática, medicina etc . sobresalen de una manera destacada los cambios experimentados en la libertad y en la vida privada de las personas. Cada vez influyen menos las normas, tradiciones e instituciones y se atiende cada vez al dictamen de la propia conciencia. Se está pasando de la concepción de la “ética del deber, del bien y del mal” a la “ética de satisfacer la necesidad de felicidad del ser humano”.

Hoy muchos cristianos han descubierto y viven un compromiso  por la libertad, la igualdad, la fraternidad, el servicio y la primacía por los pobres y excluidos. Como consecuencia, la madurez del laicado cristiano pide y exige  que se pase del “liderazgo  personal” a la vivencia efectiva y participativa de la comunidad cristiana. La Iglesia necesita una profunda revisión de sí misma si quiere dar respuesta evangélica a los retos del siglo XXI. Por ello, una vez terminado todo el proceso de despedida del carismático Juan Pablo II, cabe la  elección de un nuevo Pastor Universal, capaz de dar un giro a la Iglesia, de reavivar la doctrina del Concilio Vaticano II en aquellos aspectos que aún no se han desarrollado. El desarrollo de la Colegialidad episcopal, la corresponsabilidad de los cristianos en la marcha de la Iglesia, tanto hombres como mujeres, están exigiendo  salir de la mayoría silenciada y silenciosa.

Mirar hacia fuera, hablar de Ecumenismo, de diálogo interreligioso es importante y necesario, pero más urgente es facilitar el diálogo abierto y sin miedos dentro de la Comunidad Eclesial, planteando y profundizando sobre temas sangrantes como el papel discriminatorio de la mujer en la Iglesia, el celibato sacerdotal que tiene excluidos a miles de sacerdotes a los que se les relega a violentar sus conciencias o se les priva a ellos y a las comunidades de unos servicios necesarios para las comunidades cristianas. Es necesario y urgente que la Iglesia en este tercer milenio aborde todos aquellos problemas, y sus causas, que están frenando la aceptación y expansión del cristianismo. Pocas cosas  son absolutamente estables. Pero, tal vez por una visión timorata y miope, se está luchando por mantener una estructura cuarteada, llamada a desaparecer, sin querer aceptar que lo no evangélico caerá y desaparecerá de la Iglesia del Resucitado.

El mundo actual exige de la Iglesia, de cada uno de nosotros, un espíritu nuevo del vivir cristiano, siendo fiel a la conciencia y al mensaje de Jesús. Cada uno debe caminar sin vacilación por el camino de la fe viva, que engendra la esperanza y obra por la caridad. En la Iglesia la autoridad es servicio y no se debe ahorrar esfuerzo a la hora de encontrar iniciativas pastorales válidas para dar a conocer a Cristo con lenguaje entendible. Y el lenguaje que comprende la gente es el testimonio auténtico y la preocupación por las personas... “pasar haciendo el bien como hizo Jesús”.

Las tristezas y las angustias, los gozos y las esperanzas de los hombres de nuestro tiempo, han de ser los gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Sin diálogo con nuestros semejantes, también con quienes no comparten ni comprenden nuestros posicionamientos, vivir, amar y ser feliz, sólo serían utopías. Sabemos que el Espíritu Santo es quien habita en los creyentes y gobierna a toda la Iglesia, quien une a todos en Cristo y es el Principio de la unidad de la Iglesia, inspirando y animando los diferentes ministerios. Todos necesitamos dialogar en la Iglesia y escuchar la voz del Espíritu. Siguen vigentes las palabras del Concilio Vaticano II  cuando nos dice: “ La Iglesia, en virtud de la misión que tiene de iluminar a todo el orbe con el mensaje evangélico y de reunir en un solo Espíritu a todos los hombres de cualquier nación, raza o cultura, se convierte en señal de la fraternidad que permite y consolida el diálogo sincero. Lo cual requiere, en primer lugar, que se promueva en el seno de la Iglesia la mutua estima, respeto y concordia, reconociendo todas las legítimas diversidades, para abrir, con fecundidad siempre creciente, el diálogo entre los que integran el único Pueblo de Dios, tanto los pastores como los demás fieles. Haya unidad en lo necesario, libertad en lo dudoso, caridad en todo”.

Es el Espíritu el que distribuye las gracias y ministerios (1ªCor. 12,4-14) enriqueciendo a la Iglesia de Jesucristo con variedad de dones para la perfección consumada de los santos en orden a la obra del ministerio, a la edificación del Cuerpo de Cristo (Ef.4,12). En nuestro caminar, sin amargarnos con miedos y preocupaciones del mañana ni con amarguras del pasado, hemos de aprender de la misma naturaleza como nos enseña Jesús que si el grano de trigo no muere no puede dar fruto. En la renovación que necesita la Iglesia, hemos de profundizar en la Esperanza de que del esfuerzo de todos surgirá parte de una vida nueva que vivirá la Iglesia. Por ello, cada uno de nosotros debe tener muy presente que el esfuerzo y la entrega; la desobediencia de los silencios impuestos, el ejercicio de la palabra y el testimonio de vida son signos de esperanza. Actuar así es el verdadero arte de vivir porque la aceptación valiente de la realidad de los hechos contiene el más exquisito de los frutos: una profunda alegría por la vida. Y es el Espíritu el que ha  de iluminar a todos, abriendo caminos de Esperanza en la Iglesia de hoy y del futuro.

Los cardenales electores del nuevo Papa tienen en Juan 21,15-18 las preguntas del examen: “¿Me amas más que estos..?” No caben ni otras preguntas ni planteamientos extraños. Una vez aprobado el ejercicio y la prueba del Amor, me gustaría que el nuevo Papa, con gesto humilde, como hizo Pedro, dijera: “ Señor, tú sabes todo; tú sabes que te amo” y, al dirigirse al mundo como Pastor Universal, se comprometiera anunciando que “la Iglesia, bajo mi Ministerio de Servicio, quiere ser Sacramento de Salvación para todos luchando por la Justicia y por la Paz. Por eso vamos a recorrer nuestro camino con profunda y sentida solidaridad con toda la familia humana, con todos los pueblos y con todas las culturas y con las grandes y pequeñas religiones mundiales, sin olvidar la atención a todas y cada una de las personas que desempeñen ministerios de servicio. En unión con todos intentaré aprender, orar, vigilar y trabajar por la solución de los problemas más candentes que tiene la misma Iglesia y el mundo actual. Confío en todos vosotros, de tal manera, que el éxito o fracaso de mi servicio como Obispo de Roma y Pastor Universal va a depender de vuestra fe, entrega, entusiasmo y corresponsabilidad en el compromiso con el Pueblo de Dios. Es la hora del Espíritu…” 

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ECLESALIA, 8 de abril de 2005

VOLVER A LA TRADICIÓN

CÉSAR ROLLÁN SÁNCHEZ, fundador y director de Eclesalia Informativo

MADRID.

ECLESALIA, 08/04/05.- En tiempos de Jesús, en su religión, había un grupo de personas que se sabían queridas por Dios, bendecidas, porque cumplían con unas características que las hacían merecedoras de tal condición. Aquellos que no eran mujeres, que estaban libres de enfermedades, que no eran analfabetos y por tanto desconocedores de la ley, que habían llegado a la edad adulta, que no eran extranjeros de Israel, que tenían una posición económica y que no eran pecadores se consideraban "buenos judíos" y el resto no era digno de Dios.

Se establecía una especie de círculo amurallado en el que hombres adultos y sanos, conocedores y cumplidores de la ley, israelitas y de buena posición eran los que determinaban las formas y modos de acercarse y vivir en Yahvé.

Jesús rompe radicalmente las “fronteras” del amor de Dios incorporando a las mujeres a su grupo de seguidores, dando salud a los enfermos, hablando en parábolas para que todos y todas le entendieran, dejando acercarse a los pequeños, tratando con publicanos y prostitutas, anunciando a los pobres y extranjeros la buena noticia del reino de Dios.

La Iglesia de Jesús es asamblea de igualdad y unidad en la diversidad, esta es la Tradición de Jesús, su evangelio: Dios es para cada persona con sus peculiaridades concretas, su historia personal, su forma de ser, Dios quiere a cada uno, a cada una, tal como es y le ofrece la oportunidad de hacer de su vida reino de Dios.

¿Es esa la Iglesia de Jesús hoy?

Hoy parece que sigue existiendo un grupo de personas bendecidas por Dios porque cumplen con unas características que las hacen merecedoras de tal condición: aquellas que aceptan dejar fuera del "altar" a las mujeres, que no nacieron con una sexualidad “desviada”, que no han cambiado de estado de vida de forma “improcedente”, que cumplen el derecho canónico al pie de la letra, que se conforman con el pensamiento único teológico, que practican la caridad y olvidan la justicia social… y, por lo que estamos viendo estos días, parece que son muchas.

Los medios de comunicación nos han contado la pasión y muerte de Juan Pablo II, su funeral y la masiva afluencia de gentes a Roma. Parece que la Iglesia se siente fuerte, unida, conforme con su forma de ser en este comienzo del siglo XXI.

Conozco gentes que se viven fuera del centro amurallado de los “buenos cristianos” y que en estos días, sintiendo la muerte de Karol Wojtyla, no pueden reconocer la suma perfección del sumo pontificado finalizado, por haber sido expulsados de las “bondades” del centro, recriminados por su forma coherente de pensar y de vivir, cristianos echados de la Iglesia de Jesús.

¿Qué nos queda?

Nos queda volver a Jesús, romper barreras, aceptar desde el amor, dialogar, abrir puertas y ventanas, volver a la Tradición de Jesús, seguir apostando por una Iglesia al aire del Espíritu renovada y renovadora, con sabor a pueblo, Dios al fondo y Cristo en medio, nunca excluyente y siempre fraterna.

Feliz Pascua.

Paz y bien. 

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ECLESALIA, 11 de abril de 2005

MORAL DE LO COTIDIANO

JOSÉ IGNACIO CALLEJA, Profesor de Moral Social Cristiana

VITORIA.

ECLESALIA, 11/04/05.- Tiempos difíciles éstos para valorar los comportamientos sociales más repetidos. Recuerdo haber leído que, cuando sólo lo extraordinario y catastrófico es noticia, lo cotidiano es irrelevante. Y es cierto. Entre el miedo a pecar de elitismo moral, esa forma tan insoportable de aparición de la ética, y el sabio aprendizaje del “¿a mí qué me importa?”, un cierto silencio se adueña de la vida pública española, en aras de un falso respeto democrático. ¿Cómo se explica, si no, la programación matutina y vespertina de la inmensa mayoría de las televisiones, por más que se recurra al consabido, “la gente lo quiere”? Esas mesas de trabajo en los platós televisivos, con discusiones interminables y ridículas, cuando no agresivas e indignas, sobre la vida de los “famosos” y demás “personajes”, son intrínsecamente inmorales. Que la guerra lo es más, como se suele argumentar, o que muchos negocios económicos y políticos no lo son menos, apenas vale para identificar males de la misma especie, pero no para exculpar a nadie. Esos programas, tertulias, concursos, noticiarios y reportajes, son una montaña rusa, sin posible parada, de lo que debemos llamar “violencia moral”. Lo quieran sus protagonistas y beneficiarios, o no, son violencia moral y a ella inducen sin tapujos ni miramientos. Que hay que analizar caso por caso, como también se dice, de acuerdo, pero para clasificar la liga de las indignidades, necedades y, al cabo, violencias.

Y si de la televisión pasamos a otro fenómeno de masas, el fútbol, a ver qué está pasando con los mínimos debidos a la dignidad de las personas. ¿O es que los hinchas quedan exonerados de su condición de personas al entrar en un campo de fútbol? Que si los negros son insultados como “monos”, que si los latinoamericanos como “sudacas”, que si a los otros se les insulta por su condición sexual, real o supuesta, que si a los de más allá por su procedencia nacional... y, así, una casuística sin final. Y otra vez la misma cantinela, que “es el fútbol y ya se sabe... que es la pasión, la ilusión, el desbordamiento irrefrenable...”. Sí, cierto, pero todo tiene un punto, y el de la dignidad de las personas, de todas las personas, es un punto y aparte, y el que lo traspasa en el fútbol, es incívico e inmoral, y, además, lo traspasará fácilmente en el trabajo, en el coche y en casa. Y otra vez, no me vale, que todos tenemos zonas morales frágiles y fallos personales serios, porque esto es emborronarlo todo para ocultar lo inaceptable: cuando el racismo aparece en el fútbol, hay que identificarlo y atajarlo con la ejemplaridad que un deporte tan querido requiere. ¿O es que la conciencia democrática no está especialmente extendida entre quienes viven del fútbol o lo dirigen? ¿O es que la ética de la dignidad igual de todos no es, precisamente, el valor mejor asimilado por la gente del fútbol y por la gente de los medios? Tenemos tarea. 

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ECLESALIA, 13 de abril de 2005

RECUPEREMOS LA CREDIBILIDAD DE LA IGLESIA

Ante la elección del nuevo Papa

COLECTIVOS, REVISTAS, PASTORES, TEÓLOGOS/AS Y ESCRITORES/AS*

ECLESALIA, 13/04/05.- La muerte del Papa Juan Pablo II se presenta ante el mundo, y en especial ante la Iglesia, como un hecho de primera magnitud, que invita a reflexionar sobre el significado y misión de la Iglesia católica.

Juan Pablo II ha hecho del planeta tierra su casa y ha proyectado sobre él su afán misionero de unir la humanidad en el respeto, diálogo y colaboración y en una lucha no violenta contra la pobreza y la injusticia, y a favor de la paz. Y en esa tarea se ha empeñado con indomable energía hasta el último aliento. Es, sin duda, la imagen que más ha calado y que, a la hora de su muerte, ha hecho concentrar la atención universal en Roma: el Papa símbolo de valores universales como la justicia, la fraternidad y la paz.

Este Papa, que ha dispuesto como pocos en la historia del poder y la gloria, ha mantenido siempre abierta la conciencia de su finitud y acabamiento terreno, de una esperanza inquebrantable en la resurrección, que no ha eclipsado ni siquiera la cruz de su progresiva invalidez. Este ejemplo, clavado en las pantallas de todo el mundo, ha sido un revulsivo contra el ateísmo, contra esa tendencia que anega al mundo en un humus materialista o ciega las conciencias a las preguntas últimas de la vida. ¿Un hombre así, tan entero y universal, se va a la nada o entra en el esplendor de una vida interminable? Muchos se habrán preguntado si el cimiento y meta últimos de la vida no rebasan el horizonte de este mundo.

Por un largo e intensísimo instante histórico los medios de comunicación dejaron de ser el escaparte de lo unidimensional para abrir los corazones a la honda, inmensa, nunca satisfecha polifonía de las preguntas radicales.

Pensamos, no obstante, que la mejor fidelidad no consiste en una alabanza acrítica y panegírica del pontificado. Desde luego, no consiste en eso la mejor fidelidad evangélica. Esta pide más bien sinceridad y autenticidad, agradecer la vida y seguir el ejemplo, no para copiar de manera acrítica, sino para continuar y avanzar en aquello que la vida de la Iglesia vaya descubriendo como la mejor manera de encarnar la llamada evangélica para el mundo de hoy.

El hecho público y espectacular de la figura del Papa contrasta con otro más interno, propio de su Iglesia: su pontificado ha provocado tensiones en amplios sectores de la cristiandad, precisamente por haber adoptado posiciones alejadas del espíritu y planteamientos del Vaticano II. Este concilio suscitó una primavera de luz y esperanza en la Iglesia, y supuso para no pocos una verdadera conmoción al ver cómo se modificaba la imagen de una iglesia heredada del pasado: eurocéntrica, altamente centralizada, jerárquica, clerical y antimoderna.

Apenas habían pasado 10 años y la curia romana comenzó a marcar rumbos distintos a los del concilio. La minoría perdedora, se decía, comenzaba a sacar cabeza y programaba pasos y estrategias para reconquistar el espacio perdido.

La inicial y eufórica ilusión ante la elección de Wojtyla comenzó a desvanecerse en cuestión de meses. Juan Pablo venía de una formación tradicionalista, de un contexto sociopolítico profundamente anticomunista y con una visión negativa de la modernidad: la Iglesia había perdido prestigio y hegemonía en la sociedad, la religión se veía reducida al ámbito de lo privado, al mismo tiempo que avanzaba el ateismo, el laicismo y el materialismo.

La opción fue restaurar, es decir, reconducir todo al pasado. Los males presentes se querían remediar reintroduciendo la imagen de una Iglesia preconciliar: imperialista, centralizada, androcéntrica, clerical, compacta, bien uniformada y obediente, antimoderna. Tal imagen chocaba con el modelo de Iglesia aprobado por el concilio: Iglesia “pueblo de Dios”, igualitaria y fraterna, solidaria con la humanidad, en diálogo con las ciencias y cultura moderna, comprometida con los pobres, participativa, libre y pluralista.

Pasado el primer año del Pontificado, la restauración era manifiesta pero se reforzaba con el nombramiento del cardenal Ratzinger, teólogo y, a partir de entonces, guardián doctrinal de la restauración. Fue en el 1985, cuando el cardenal, ya sin equívocos, afirmó que “los veinte años del posconcilio habían sido decididamente desfavorables para la Iglesia”.

La restauración alcanzó a la Iglesia universal en todos los niveles y estamentos: sínodos, conferencias episcopales, reuniones del episcopado latinoamericano, congregaciones religiosas, la CLAR (confederación de religiosos y religiosas latinoamericanos), obispos, teólogos, profesores, publicaciones, revistas, etc.

Para llevar a cabo la restauración había que volver a los instrumentos de poder y había que contar con movimientos fuertes e incondicionales. Tales fueron principalmente el Opus Dei, Comunión y Liberación, Neocatecumenales y Legionarios de Cristo.

Si la Iglesia llevaba algún siglo de atraso en su actualización crítica respecto de la explosión cultural de la Modernidad, esta política supuso un fuerte estancamiento. Tapar los problemas parece traer calma; en realidad, retrasa la solución y agrava las consecuencias.

Este breve recuento de lo ocurrido en el interior de la Iglesia nos hace ver la situación vivida –“larga noche invernal”, la llamó K. Rhaner- sembrando en muchos cansancio, y en otros desencanto y alejamiento.

El análisis, compartido por muchos, llevaba a constatar que, de hecho, con la perspectiva de sus más de veintiséis años de pontificado, la persona fue superior a la obra, sus gestos, más creíbles que su teología y , acaso por ello, un déficit grave acompañaba a este pontificado: la pérdida de credibilidad en la Iglesia. Condiciones demasiado negativas impedían encontrar en la Iglesia estructuras de acogida que invitaran a la confianza , el respeto y el diálogo. Todo un clima que hizo que, a pesar de grandes multitudes aplaudiendo al Papa en estadios y plazas, las iglesias se quedaran cada vez más vacías.

La restauración puede constituir una fase de la Iglesia, pero nunca parte de su modo ser. Mirando al futuro, nos atrevemos a señalar algunos de los trazos que la Iglesia debiera asumir en los comienzos del tercer milenio.

1. Una vuelta a Jesús. El rasgo más esencial, el que debiera ser como fundamento y meta de todos los demás, lo enmarcaríamos con palabras del mismo Juan Pablo II: “No tengáis miedo, abrid las puertas a Cristo”.

No hay reforma posible en la Iglesia sino es volviendo a Jesús. No hay más futuro para la Iglesia que el que viene de Jesús. La Iglesia sólo fue grande cuando ensayó humildemente el seguimiento de Jesús. Para discernir lo que es abuso, desviación o infidelidad en la Iglesia no tenemos más criba que el Evangelio. No la tradición, pero sí muchas de sus tradiciones pueden llevar a la Iglesia a un verdadero cautiverio.

La Iglesia no tiene más centralidad que la persona de Jesús, el hombre por excelencia. Y si ella pretende seguir a Jesús, no tiene si no seguir contando al mundo lo que ocurrió con Jesús, proclamar su enseñanza y su vida. Jesús no fue un soberano de este mundo, no fue rico, sino que vivió como un aldeano pobre y, por su programa, -anuncio del Reino de Dios: dignidad, igualdad y emancipación de los más pobres- fueron los grandes de este mundo ( imperio y sinagoga) los que lo persiguieron y eliminaron. Su condena a morir en la cruz, arrojado fuera de la ciudad como a un estercolero, es la muestra suprema de su incompatibilidad con los señores de este mundo. Destrozado por el poder, es el siervo sufriente, imagen de otros innumerables siervos, derrotados por los que gobiernan y se hacen llamar señores, pero acreditado y resucitado por Dios mismo.

A esta orientación básica se opone una manera ostentosa y ritualista de presentar la fe evangélica, escasamente comprometida con los problemas de la vida, y que trata de defenderse sin rodeos frente al ateísmo marxista, pero que no lo hace con la misma contundencia frente al capitalismo vestido con piel de oveja cristiana, al no apoyar y haber condenado las distintas formas de la teología moderna y, en especial, de la teología de la liberación.

2. Una Iglesia servicial. Lo que Dios desea para el mundo, en perspectiva cristiana, lo ha hecho manifiesto a través de Jesús. Y la Iglesia, si algún encargo tiene, es el de manifestar lo hecho por Jesús. Nunca la Iglesia es meta de sí misma. La salvación viene de Jesús, no de la Iglesia. Nunca ella tuvo otro Señor.

La vocación de la Iglesia, a semejanza de Jesús, es servir, no dominar: “Sirvienta de la humanidad”, decía el Papa Pablo VI. Este servicio lo hace viviendo en el mundo, sintiéndose parte del mundo y en solidaridad con él, pues “el mundo es el único tema por el que Dios se interesa”. Y ahí , con humilde acompañamiento, ayudar a hacer inteligible y digna la vida, y hacer de ella una comunidad de iguales, sin castas ni clases, sin ricos ni mendigos, sin imposiciones ni anatemas y sin recetarios de moral sexual. Su objetivo primero es cuidar de lo penúltimo (hambre, vivienda, ropa, calzado, salud, educación ....) para cuidarse de lo último, aquellos problemas que no nos dejan dormir después de haber trabajado (finitud, soledad ante la muerte, sentido de la vida, el dolor y el mal, ...).

A esta tarea la Iglesia debe llegar siempre equipada por la fe y espíritu de servicio a la humanidad. Demasiadas veces da la impresión de que le sobran certezas y le faltan duda, libertad, disenso y diálogo. Nunca más, pues, excomuniones del mundo o soluciones a sus problemas con vuelta al oscurantismo sino al mensaje de Jesús.

3. Democratización de la Iglesia. La democratización de la Iglesia es asunto suyo vital para que pueda adquirir credibilidad en la sociedad actual. Pero esa democratización no es posible sin lograr una previa y justa desclericalización. Sólo una Iglesia desclericalizada hace que la Iglesia sea de verdad una Iglesia de hermanos e iguales. Y este objetivo no se logra ciertamente por las sendas de un sacerdocio presbiteral superior, privilegiado y excluyente, tal como aparece hoy configurado, con concentración absoluta del poder en el vértice y delegado en los demás grados de la jerarquía.

Para emprender este camino hay que partir de la vida de Jesús, el cual, siendo laico, “produjo un cambio de sacerdocio” (Hb 7,12), “fue sacerdote por la fuerza de una vida indestructible” (Hb 7,16). La constitución del sacerdocio de Jesús está en que “se asemeja a sus hermanos, es compasivo, prueba el sufrimiento, ofrece en su vida mortal oraciones a gritos y lágrimas, es decir, se identifica con su pueblo, sin avergonzarse de llamarlos hermanos”. La vida entera de Jesús fue una vida sacerdotal, en el sentido de que se hizo hombre, fue un pobre, luchó por la justicia, fustigó los vicios del poder, se identificó con los más oprimidos, los defendió, acogió y trató sin discriminación a las mujeres, entró en conflicto con los que tenían otra imagen de Dios y de la religión y tuvo que aceptar por fidelidad ser perseguido y morir crucificado fuera de la ciudad. Este original sacerdocio de Jesús es el que hay que proseguir en la historia.

Consecuentemente, es esto lo que enseña el Vaticano II: “Todos los bautizados son consagrados como sacerdocio santo” (LG, 10).

Como enseña el apóstol Pablo hay en la Iglesia diversidad de funciones, pero ninguna de ellas se traduce en rango, superioridad o dominio. Todos son hermanos y hermanas y, en consecuencia, iguales. Una tarea ésta inmensa de cara a las mujeres, doblemente discriminadas en la Iglesia como laicas y mujeres.

La responsabilidad es de todos, dentro de un modelo comunitario, con diversidad de carismas, derramados por el Espíritu para el servicio de la comunidad. Una iglesia comunitaria y pluralista.

El Vaticano II no pone el fundamento radical de la Iglesia en el esquema bipolar “clérigos-lacios” que quite protagonismo, participación y responsabilidad a la asamblea cristiana.

Todo cristiano y toda cristiana participan en la triple función de Cristo: enseñar, santificar y gobernar. La Iglesia entera, pueblo de Dios, prosigue el sacerdocio de Cristo, sin perder la laicidad, en el ámbito de lo profano e inmundo, de los echados fuera. Este sacerdocio es lo primero y sustancial; el otro, el presbiteral, es un ministerio y como ordenado al común es posterior, secundario y de servicio. El presbítero es, antes que nada, “ministro de la Palabra”, que debe comunicar a todos, sin que se vea ceñido casi exclusivamente al altar y a la administración de los sacramentos.

4. Otras consecuencias obligadas. Las exigencias a sacar de esta primigenia visión y modelo de Iglesia son mera consecuencia.

Revisión del ministerio petrino del papa

Hay que remodelar la visión centralista y omnipotente del ministerio petrino -primado papal- y de la curia romana en todos sus dicasterios. La figura organizativa de nuestra Iglesia se asemeja más a la figura de una monarquía absoluta del pasado que a una Iglesia “pueblo de Dios”, democrática, profundamente igual, fraterna y participativa. Disculpas como las de que la Iglesia no es una democracia (de ordinario sin añadir que tampoco es una monarquía) ya no pueden engañar en una cultura crítica, ya educada en valores democráticos. A pesar de la práctica contraria de siglos, este punto es de gran importancia: no es posible la renovación sin democracia y una Iglesia no democrática, en un mundo cada vez más convencido de los valores democráticos, seguirá haciendo increíble el Evangelio y ocultando el rostro de Dios a las nuevas generaciones.

Esta democratización se hace real respetando la autonomía de los grandes sujetos serviciales de la Iglesia: sínodos, conferencias episcopales, congregaciones religiosas y otras instituciones y carismas en orden a asegurar un ejercicio más comunitario y corresponsable de la autoridad. No se puede mantener en nuestros días un gobierno estrictamente piramidal mediante justificaciones de una teología fundamentalista. Los cargos deben ser designados democráticamente, deben ser elegidos y no vitalicios, las consultas deben ser de ordinario deliberativas. La doctrina conciliar no cuadra con el modelo de hecho vigente, que va además contra la recomendación evangélica : vuestro gobierno no sea como el de los tiranos y poderosos que avasallan (cf. Mc 10,42-45; Mt 20,25-28; Lc 22,25-27).

En este sentido, repitiendo palabras del obispo Pedro Casaldáliga “no creemos en el Vaticano como Estado, como poderío, como burocracia, pues embaraza el paso de la Iglesia de Jesús y deseamos que se acabe. Ni aceptamos las Nunciaturas como ministerio eclesial, porque las sentimos, por lo menos, anacrónicamente desplazadas y descubrimos en ellas interferencias de la Diplomacia en desfavor del Evangelio”.

Igualmente creemos que el Papa, como los demás obispos, debiera seguir la norma -tan sabia y elemental- del retiro a los 75 años e incluso de limitar temporalmente los cargos como única manera de mantener el gobierno de la Iglesia al ritmo de una historia acelerada. No existen razones de fondo que lo impidan.

Reconocimiento de los derechos humanos

El Vaticano II proclama que los cristianos deben promover y reconocer los derechos humanos, que estos derechos son universales e inviolables, santos, que nadie dentro de la Iglesia puede ser privado de ellos y que el Evangelio es máxima garantía de su cumplimiento. Este reconocimiento exige:

Una puesta en práctica de la reforma del Derecho Canónico, según la demanda el Evangelio, el Vaticano II y los signos de los tiempos.

La igualdad de las mujeres dentro de la Iglesia a todos los efectos.

Una clara distinción entre los tres poderes (legislativo, judicial, ejecutivo) propios de todo Estado de derecho.

Un reconocimiento práctico de la libertad de investigación bíblica y teológica, de pensamiento, de enseñanza y de expresión pública.

Un diálogo epistemológico con las diversas ciencias y cultura de nuestro tiempo, sin negarles autonomía y libertad.

Un ecumenismo y diálogo interreligioso que admita la pluralidad de caminos para la salvación, sin auto-reservarse el monopolio de Dios y de la verdad. Juan Pablo II hizo gestos simbólicos frente a las iglesias evangélicas y ortodoxas, con los judíos y los musulmanes, con los budistas e hindúes y las religiones ancestrales de África. Estos y otros hechos constituyen una llamada a revisar el ejercicio del Primado, a no prohibir la intercomunión entre cristianos y a evitar la cerrazón mostrada por la “Dominus Jesus” con relación al problema general de las religiones.

La correspondiente autonomía de la moral y su carácter histórico exigen repensar los valores fundamentales en nuevos contextos, sin acudir a la imposición por vía de autoridad, sino por fundamentación en razones científico-morales (sería el caso de poner al día las posiciones intransigentes respecto a los homosexuales y lesbianas, curas casados, divorciados, etc.). Una moral no resulta hoy convincente pretendiendo poseer de antemano todas las respuestas sino buscando, en diálogo con las demás instancias culturales, nuevas soluciones para los nuevos problemas. La experiencia demuestra que las posturas rígidas y dogmáticas en este campo, lejos de contribuir a una justa moralización de la sociedad, desacreditan el anuncio religioso y dejan sin orientación a las partes más desamparadas y sensibles de la sociedad.

Santo ya

Finalmente, queremos referirnos a la consigna ya aireada de que Juan Pablo II sea proclamado santo. Pensamos que la iniciativa no ha sido espontánea sino inducida por sectores de iglesia, sobradamente conocidos por su talante conservador y coreada acríticamente por los medios. Si la santidad cristiana tiene como medida el seguimiento de Jesús, pensamos que el pontificado de Juan Pablo II ofrece, en aspectos importantes, defectos y contradicciones impropias del seguimiento de Jesús. Su pontificado fue ocasión de frustración y sufrimiento para muchos fieles de la Iglesia.

Por esto, porque creemos que la aclamación de santo pretende canonizar un modelo de Iglesia, más acorde con intereses de grupos particulares que con los de la iglesia universal y contribuiría a glorificar más que las virtudes personales de Juan Pablo II, la parcialidad y la exclusión, denunciamos este sospechoso intento y exigimos que no se haga creer demanda del pueblo de Dios lo que es demanda interesada de grupos neoconservadores.

El nuevo Papa, con su Iglesia, tiene frente a sí grandes retos. El mejor tributo al Papa Juan Pablo II está en prolongar su intención y hacer fructificar sus mejores semillas. Lo expresamos con fe y con la esperanza de una Iglesia más evangélica y una humanidad más humana.

*SUSCRIBEN EL DOCUMENTO

Colectivos: Centre d’Estudis Cristianismo i Justicia, Centro Evangelio y Liberación, Colectivo Vera Paz, Comisión de Asuntos Religiosos COGAM, Comités de Solidaridad Oscar Romero, Comunidades Cristianas Populares, Corriente Somos Iglesia, Cristianos por el Socialismo, Iglesia de Base de Madrid, MOCEOP, Mujeres y Teología, Mulleres Cristias Galegas, Fundación Pueblo Indio.

Revistas: Eclesalia Informativo, Editorial El Almendro, Encrucillada, Éxodo, Iglesia Viva, Periódico Alandar, Reflexión y Liberación, Saó, Tiempo de Hablar, Utopía.

Pastores, teólogos y escritores: Pedro Casaldáliga (obispo), Amadeu Bonet i Boldú (presidente del Consejo diocesano de Movimientos de Acción Católica de LLeida), Julio Luis, Benjamín Forcano ,Giulio Girardi, Evaristo Villar, Rufino Velasco, ( de la Asociación Juan XXIII), Juán Masiá, Fernando del Valle, Jaime Escobar Martínez, José Luis Barbero, José María García-.Mauriño, José Argüello... 

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ECLESALIA, 14 de abril de 2005

FUNCIÓN DEL NUEVO PAPA

Declaración de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII

ASOCIACIÓN DE TEÓLOGOS Y TEÓLOGAS JUAN XXIII, 11/04/05

MADRID.

ECLESALIA, 14/04/05.- Al examinar la trayectoria de los últimos papas en la Iglesia católica advertimos coincidencias teológicas y pastorales de fondo, junto a notables diferencias, que provienen de los rasgos personales del sucesor de Pedro, de los problemas que conciernen a la vida y misión de los cristianos y de la atención que la dirección papal presta a los acontecimientos sociales, políticos, económicos y culturales que afectan a la humanidad, especialmente en el Tercer Mundo.

1. Juan Pablo II, cuya vida ha sido ensalzada por los católicos más fervorosos y cuya muerte ha sido llorada por millones de fieles, tuvo que enfrentarse en los albores de su pontificado a dos hechos mayores: la implantación del régimen soviético en media Europa y las convulsiones derivadas del Vaticano II, concilio reformador sin precedentes, celebrado en una Iglesia habituada a permanente estabilidad, sin apenas cambios. El nuevo papa tiene ante sí nuevos retos.

2. El establecimiento de la democracia en países sometidos largo tiempo a dictaduras prolongadas trajo consigo la llegada de la sociedad de consumo, de corte neo-liberal, globalizadora y secular. Creencias, ritos y prácticas cristianas se conmovieron. El modo de entender la vida de los católicos y la misión de la Iglesia en el papado de Juan Pablo II despertó grandes alabanzas y no pocas críticas. Lo que en el Vaticano II fue aggiornamento o reforma de la Iglesia, se transformó en el posconcilio en estabilidad firme y restauración. Subsisten en la Iglesia problemas de comunión interna y de entendimiento de su misión en la sociedad.

3. En este momento se debate la dirección de la Iglesia entre un nuevo papa presidencialista y carismático, comunicador y celebrante, dotado de gran personalidad, profundamente religioso, viajero y predicador universal, fiel defensor de la tradición, al estilo de Juan Pablo II, y otro que defienda firmemente la sinodalidad eclesial, delegue algunas de sus funciones en las conferencias episcopales, escuche el parecer de diferentes teólogos y científicos, se dirija a los católicos y al mundo al unísono con el episcopado, invite a que las diócesis se inculturen en sus pueblos respectivos y no suplante el magisterio de los prelados locales.

4. Creemos que esto exige cambios, como la supresión del colegio cardenalicio (el nombramiento del papa lo debiera hacer el sínodo de obispos) y la eliminación de las nunciaturas (el papa debiera de renunciar a ser jefe de Estado). Pensamos que deberían delegarse funciones hasta ahora papales en las conferencias episcopales, simplificar la curia romana, dar entrada a hábitos democráticos que faciliten la participación de todos los católicos, revisar el procedimiento para nombrar obispos y los modos operativos de la Congregación para la Doctrina de la Fe, permitir la ordenación de personas casadas, aceptar el ejercicio de la mujer en la Iglesia a todos los efectos, tomar en serio la práctica del ecumenismo, fomentar el diálogo interreligioso y defender la justicia y la paz desde la solidaridad con los pobres y excluidos y el compromiso por su liberación, como lo hizo Jesús de Nazaret. La Iglesia de Jesucristo debe ser reformada constantemente a la luz del evangelio y de los “signos de los tiempos”. 

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ECLESALIA, 15 de abril de 2005

Del ‘¡LEVANTAOS, VAMOS!’ al LEVANTARÉ LA TIENDA

BRAULIO HERNÁNDEZ MARTÍNEZ

TRES CANTOS (MADRID).

ECLESALIA, 15/04/05.- El lunes 18 de abril comienza el cónclave. No es un día cualquiera: me llama la atención que coincida con la catequesis Levantaré la tienda, programada desde el inicio del curso para el lunes 18 y el miércoles 20 de abril. La anima el sacerdote Jesús López, pastor de la Comunidad de Ayala (www.comayala.es).

Volver a la tradición” era el título del artículo de César Rollán, fundador y director de Eclesalia, publicado el pasado día 8. Nos recordaba que hay que volver a los orígenes. Esa fue la apuesta del Concilio Vaticano II: poner en el centro de todo a la Palabra, escuchándola en el fondo de los acontecimientos personales, sociales y eclesiales. Volver a la tradición de Jesús y de los profetas. Volver a la tradición de la experiencia de fe de la primera comunidad cristiana de Jerusalén, vigilada y perseguida por los selectos del “círculo amurallado”; los mismos que basan su confianza más en la seguridad de los dogmas y en los 1.752 cánones del derecho canónico, que en la escucha, en libertad, de la Palabra. Volver a las comunidades de Pablo, el perseguidor convertido en el apóstol de la libertad cristiana.

“La curia tiene miedo a los laicos, a las mujeres y a los pobres”, declaraba Leonardo Boff a Juan Arias (El País, 11/05/05). Boff es uno de los muchos teólogos, y creyentes, silenciados por Juan Pablo II, posiblemente asesorado por Ratzinger y el núcleo duro del “círculo amurallado”. Y es paradójico que Juan Pablo II sea el pontífice que, ante las cámaras del mundo, gustó mostrarse como el ejemplo de los grandes gestos de cercanía y de diálogo con los de fuera. También Pedro y Juan, “hombres sin instrucción ni cultura”, fueron amenazados y conminados por el Sanedrín a guardar silencio; pero ellos se defendieron: “Digan ustedes mismos si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros antes que a Dios. Nosotros no podemos dejar de contar lo que hemos visto y oído” (Hch 4,13-21). Esto, casualmente, se leía en todas las Iglesias el 2 de abril, el día que murió Juan Pablo II.

Leonardo Boff iluminaba diciendo que la verdadera teóloga de la familia fue su madre, una mujer no instruida que se maravillaba de que los teólogos eclesiásticos no vieran a Dios cuando ella, analfabeta, sí lo veía. Es lo mismo que confesaba Pilar Bellosillo (a prophetic woman) al cardenal Pironio en su profético “Viaje a Roma”, que aconsejo leer (www.wucwo.org): “¿Qué pasaría si en Roma, en lugar de tanta ley y tanta teología de hombres, se escuchara la Palabra y se discerniera a la luz de la Palabra?”. (Juan Pablo II, al saludarla, reconoció a Pilar; una de las pocas mujeres presentes en el Concilio).

San Pablo advirtió que Dios ha escogido a los locos y a los débiles del mundo para confundir a los sabios y a los fuertes: lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios (1Co 1, 27-28). Los profetas hablan del Resto de Israel, los humildes, cuyos caminos son desviados por el ejemplo de los que viven del altar (Am 2 6-12). El profeta Sofonías habla del humilde Resto de Israel: no cometerá injusticias ni hablará falsamente; y no se encontrarán en su boca palabras engañosas (So 3,12-13).

No pasó desapercibido que Juan Pablo II exhalara su último ultimo aliento, justo en medio de la eucaristía que va del sábado al domingo, donde estaba casualmente la lectura de Hechos de los Apóstoles (2,42-47) hablando de la primera comunidad cristiana: “la página más importante” –el alma- del Concilio Vaticano II”. La que alentaba la renovación de la Iglesia tras siglos de cristiandad imperial, que Juan Pablo II parecía querer restaurar. Parecía un flash de luz, un examen, a su pontificado; tan identificado con su máxima: “¡Levantaos, Vamos!”. Me surge la pregunta de si era un eslogan masivo, y efectivo, para ganarse a las masas; o si era una llamada a levantar la tienda caída de David. Hay motivos suficientes para pensar que la Curia romana, las nunciaturas y los palacios episcopales se encuentran más identificados en la seguridad que produce el modelo de la sinagoga bien montada de la que habla Casaldáliga, que a la intemperie del Espíritu, el modelo de la primera comunidad cristiana.

“Id al pueblo, desatáis la asna y el pollino y traédmelos... decís que el Señor los necesita pero que enseguida los devolverá” (Mt 21 2-3). Es todo lo que pedía para su único viaje “triunfal”: sin recepciones oficiales. No consta que lo recibiera el alcalde; menos el gobernador; ni ningún representante del palacio episcopal; ni nadie del clero. Y menos un Jefe del Estado. Sólo la clase baja. “Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió”. Y lo primero que hizo fue entrar el templo, armándose la de Dios es Cristo cuando arremetió contra sus mercaderes. Así empezó su ministerio en Jerusalén, clausurándolo con su muerte en la cruz, no en la cama. Cuando lo prendieron, presionados por las autoridades religiosas, muchos de quienes le entonaron el ¡Hosanna al Hijo de David¡ desparecieron, o cambiaron de bando; y hasta su más fiel escudero negó, tres veces, conocerlo. Murió más solo que la una. No tuvo exequias, ni funerales masivos. Ningún eclesiástico y ningún delegado de la autoridad local estuvo en su entierro. Ningún periodista local para tomar una simple nota. Hasta se olvidaron y se callaron sus milagros. Hubo de pasar un tiempo, unos cincuenta días, para que un pequeño resto se pusiera de acuerdo y, por fin, con ayuda extra, invisible, dar testimonio público de Él.

Aquel borriquillo “prestado” a Jesús, con los años, para ganar en prestigio, evolucionó hasta convertirse en un pura sangre, a juego con el Imperio. Juan Pablo II fue un pontífice con grandes dotes para relacionarse; no tuvo reparo en decir que, de lo más importante de sus viajes, era su encuentro con los poderosos de la tierra porque así se acrecentaba el prestigio la Iglesia (Juan Arias). Y los poderosos de la tierra han respondido, al unísono, rindiéndole un último homenaje con su presencia (y grandes declaraciones) en la gran misa solemne de funeral en la sede de Pedro. La Iglesia Institución se ha sentido potenciada con su presencia, codo con codo, ante el altar. Pero no olvidemos que ante la tentación idolátrica, disfrazada de fe en el Señor, el Señor mandó escribir esto a Isaías: el humo del incienso me resulta detestable. Novilunio, sábado, convocatoria: no tolero falsedad ni solemnidad... aunque menudeéis en la plegaria yo no oigo. Vuestras manos están llenas de sangre (Is. 1,13-15).

Hay que contrastar si tanto exhibicionismo mediático de la agonía, muerte, y post-muerte de Juan Pablo II, facilitado y fomentado por el Vaticano, es una sinfonía de dolor cuya música está escrita en la partitura del evangelio. “El Papa (agonizante) ya ve y toca al Señor”, dijo el cardenal Ruini en la catedral de Roma ante las máximas autoridades políticas italianas. Era como la gran coda final para esa sinfonía del dolor. Pero, ¿Cómo compaginar esa experiencia de resurrección y a la vez montar una exhibición cuasi-idolátrica del cadáver? La papolatría, y las misas solemnes de funeral, con los poderosos de la tierra junto al altar como anfitriones privilegiados, no encajan mucho con la música del evangelio. Proclamar la resurrección encaja más con una eucaristía de acción de gracias, vivida en la sencillez, que con tanta misa de funeral. Al parecer, Juan Pablo I no tuvo esas exequias de “funerales de Estado”, y no pasó nada. Se ha puesto en evidencia el doble lenguaje de la Iglesia Institución. Se ha sucumbido de nuevo a la tentación del poder, denunciada por Jesús la primera semana de la cuaresma. Y ha sido precisamente a la primera gran ocasión, justo una semana después de celebrar la Pascua.

¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis también a mi Dios? Esta palabra de Isaías, dirigida a la casa de David, (Is 7,10) se leía en todas las Iglesias el día 4 de abril, en pleno tsunami de “riturgias” y adhesiones pasionales clamando por la inmediata canonización de Juan Pablo II. Se ha puesto de manifiesto aquel dicho del cura Jesús: “muchos son los bautizados, pero pocos los evangelizados”. “Hemos gastado muchas energías en edificar el cristianismo: es la hora de hacer cristianos”, decía, siendo arzobispo de Milán, el cardenal Carlo María Martini.

Todas las cartas al director publicadas el 7 de abril en el diario El Mundo, hablaban del papa Wojtyla, ensalzando su figura excepcional. Pero, de paso, la mayoría aprovechaban para arremeter contra Zapatero, la vicepresidenta del gobierno español y la sentada antirreligiosa de algunos diputados. Pero me quedo con una, titulada El lado oscuro de un papado excepcional; entre otras cosas decía: multitudes hambrientas de ídolos lo han idolatrada y lo seguirán haciendo (...) ha resistido a los poderosos posicionándose contra las grandes dictaduras... Pero ha hecho retroceder a la Iglesia (...) murió con exhibiciones patéticas de incomunicación, él, precisamente él, gran comunicador... Sin voz, enmudecido, como él enmudeció a tantas voces honestas, heroicas... Dios, en el que creo, pienso que le hizo expiar sus pecados...

El libro El día de la cuenta. Juan pablo II a examen recoge este detalle del funeral de Albino Luciani, el antecesor de Wojtyla: “El funeral estuvo pasado por agua. Desde la consagración a la comunión un violento aguacero cayó sobre Roma. En el improvisado altar, el cardenal decano Carlo Confalonieri (le temblaban las manos) tenía dificultades para leer las oraciones del misal, cuyas páginas agitaba la borrasca. Más de una vez, pareció que el viento iba a apagar el alto Cirio Pascual, símbolo del Señor resucitado. Pero las páginas mojadas del misal permanecían abiertas por el evangelio de San Juan, precisamente por ese pasaje que recuerda para siempre la misión y las negaciones de Pedro. El que tenga oídos para oír, que oiga”.

Ante el próximo cónclave cuyos prolegómenos están siendo tan celosamente blindados al pueblo creyente -un pueblo del que se acuerdan que existe a la hora de las estadísticas triunfalistas, las que cuentan para exigir mayores asignaciones del Estado- parece que todo está atado y bien atado. Todo está previsto. Sin embargo, en la misa de despedida de Juan Pablo II, un detalle llama la atención: el viento que agita el rojo de las vestiduras cardenalicias iba pasando las páginas del misal depositado sobre el ataúd, deteniéndose en algunas unos momentos; hasta que lo cierra totalmente.

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ECLESALIA, 18 de abril de 2005

EL PAPA QUE YO DESEO

FRANCISCO SÁNCHEZ, director de la Universidad Cardenal Herrera-CEU en Elche

ELCHE (ALICANTE).

ECLESALIA, 18/04/05.- No se entienda este artículo en clave de revisionismo. Ni se quieran hacer comparaciones de pasado. Entiéndase desde la visión de un cristiano con esperanza de futuro en el nuevo Papa que viene.

Confieso que soy católico. Y que cada día me cuesta más. Pero en eso radica mi fe. En la duda. En aquella que los jesuitas me enseñaron. A dudar. A pensar desde la oscuridad para hallar la luz. No elegí tener fe. Me la donó el Señor. Y cada día me la planteo. La cuestiono y la maleo. Para poder emerger, desde el compromiso, el servicio a los demás que es el seguimiento de Jesús. Y lo hago mal. No soy perfecto. No busco la perfección. Con mi fe busco la felicidad, que no la perfección. Busco las respuestas, no que me las den.

Confieso que quiero un Papa ecuménico en su estricto sentido de universalidad católica. Confieso que quiero un Papa viajero, y que no se encierre en el Vaticano. Que pasee por las calles del lumpen más pobre de la urbe. Que visite a los presos en las cárceles periódicamente. Que sepa descifrar que la verdadera esencia del cristianismo, siempre es ayudar a los más desvaforecidos. Que no recrimine a los sacerdotes o laicos comprometidos con los desarraigados y zarrapastrosos. Que diga no a la guerra y no a la violencia de cualquier tipo, especialmente aquella que se dirige contra las mujeres y los niños. Que grite no al terrorismo y se arroje a lavar los pies de las víctimas, como hiciera Jesús con sus discípulos. Que lo haga el Papa, o que anime a que se haga, y anime a los cristianos que lo hacen en su nombre, en el de la Iglesia.

Confieso que quiero un Papa que no sacrifique las formas para llegar al fondo. Pero que llegue al fondo, independientemente de las formas. Que nunca busque pecadores, sino pescadores que infundan misericordia entre los pecadores, que somos. Que la caridad sea mandamiento de su génesis. No la solidaridad. Porque la caridad es un estadio más que la solidaridad, amor al otro que consideras más que tú. Y más necesitado.

Confieso que no tengo candidato. Y que no tengo ninguna autoridad moral o canónica para escribir este artículo. Pero tengo fe, una vez más, otorgada y regalada, que es igual, aunque débil, que la de cualquier cristiano. Que no me interesa una fe mediática si no va acompañada del compromiso personal de cada uno de nosotros. Que no me interesa que ningún movimiento eclesial se apodere de la Verdad o verdades personales o societarias.

Confieso que he pecado mucho de palabra, obra y omisión. Y que no siendo este artículo un pecado, ni una provocación, es la reflexión expectante e infantil del que espera un nuevo Padre. Alejado de las Jefaturas de Estado y volcado en el pastoreo menudo y silente de los que proclamamos el amor a la Iglesia. A la nuestra, a la de todos. 

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ECLESALIA, 19 de abril de 2005

¡RATZINGER PAPA!

JUAN LUIS HERRERO DEL POZO, teólogo

LOGROÑO (LA RIOJA).

ECLESALIA, 19/04/05.- No es una broma, en cierto sentido, podría apañarnos la coyuntura... Me explico.

Reconozco que soy terco en mis opiniones. Hace más de 26 años, un grupo de amigos clérigos comentaban, desolados. la noticia de la elección del Papa Wojtyla. Ya era algo conocido en los ambientes “progres” como un conservador de tomo y lomo. Para total desconcierto de mis amigos me atreví a comentar: Me alegro ¡cuánto peor, mejor! Y la historia me ha dado la razón: nunca como hoy se está consolidando entre teólogos y en las bases cristianas más comprometidas una clamorosa demanda de Reforma de la Iglesia. Casi brama la rebelión. Es imposible que no se produzcan grandes mutaciones, una verdadera metamorfosis en la Iglesia. Pues bien ¡se lo debemos a Wojtyla! Por haber tensado tanto la cuerda, está a punto de romperse. Y lo digo como algo positivo porque estoy seguro que el movimiento de Jesús tiene mucho que hacer.

Al llegar Wojtyla ya se había iniciado el desencanto del Vaticano II. En los últimos años de Pablo VI la curia romana había retomado las riendas de la cristiandad y utilizando las propias ambigüedades de los textos conciliares (que traicionera es la ambigüedad que se presenta como consenso) comenzaba un proceso de relectura a la luz del Vaticano I, incluso de Trento. Hoy no sería cuestión de resucitar el Vaticano II. Cumplió su papel. Dio un golpe impresionante de timón, pero más que como punto de llegada es preciso tomarlo como decisivo punto de partida. Porque aunque la orientación del concilio y la recepción de las bases eclesiales marcaron un buen rumbo, no es seguro que aquel aggiornamento hubiera bastado a encarar el cambio de época y de paradigma –dicen que el mayor conocido desde el neolítico- que hoy es imperioso. En este contexto interpreto como positivo el frenazo y retroceso de Juan Pablo II. El dique descomunal de contención que ha ido levantando en todos los ámbitos está recibiendo una tal presión de las aguas acumuladas que cuanto más se empecine el dique en impedir el flujo normal del cauce antes estallará. Pero el punto de ruptura tal vez aún no se haya conseguido. Aún hay demasiada atonía en las bases cristianas. Aún prevalece el aguante sobre la rebeldía: son siglos, muchos siglos de entender la sumisión como la esencia de la religión cristiana. Aún queda mucha libertad interior por recuperar por el creyente de a pie. Tal vez es preciso tensar mas la soga. Y para lograrlo, tal vez vendría que ni pintado un papa como Ratzinger.

Se dirá que soy poco providencialista, incluso cínico. Así es, estoy convencido de que hay que analizar y afrontar la realidad “como si Dios no existiese” (Bonhoeffer). Que en términos menos secularizados es lo que ya atribuyen a Ignacio de Loyola: “Confía en Dios como si todo dependiese de él y actúa como si todo dependiese de ti” (que es decir como si Dios no existiese). Por eso, el más laico a propósito del Espíritu Santo en el cónclave fue el comentario del mismo Ratzinger que puso cautelosamente mucha agua en ese vino... Vamos, como que el Espíritu Santo no lo hacía todo. Así lo creo, el Espíritu no sopla donde quiere sino donde le dejan. O como dice el chiste “Los hombres tienen muchos pajaritos en la cabeza, sólo los cardenales creen que es el Espíritu Santo”.

Lo que hace que no las tenga todas conmigo es que este cardenal, siempre inteligente y, en tiempos muy abierto y amigo de H. Küng, no es la primera vez que cambia de chaqueta, como hizo cuando de Tubinga pasó a Roma. Eclesalia.

 Logroño 17 abril 2005 

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ECLESALIA, 21 de abril de 2005

"TENEMOS PAPA"... ¿TENEMOS DIOS?

THELMA MARTÍNEZ, Compañía de Santa Teresa de Jesús

ECLESALIA, 21/04/05.- "Tenemos Papa"... ¿Será que también podemos decir "tenemos Dios"? ¿Será que podemos pensar que estamos abandonados en los brazos del poder y las pretensiones que buscan "asegurar la fe"? ¿Será que de verdad el Espíritu conduce las grandes decisiones de unos pocos que luego afectan a las grandes mayorías? En realidad... ¿Dónde está Dios en todos eso? ¿Fue "soplo" del Espíritu o "estrategia de transición"?

No me opongo a una persona que ni siquiera conozco... no sé de sus buenas o malas intenciones, ni de sus costumbres, ni de sus proyectos... sólo veo un hecho que no me habla de una mesa servida por igual para todos... Sólo puedo ver detrás el rostro de una Iglesia que restringe y "regula" las cosas para "salvaguardar la fe"... Y ¿qué fe? ¿La fe recibida como una herencia "incorruptible" a la que hay que defender contra los nuevos "herejes"? ¿La fe marcada por la "tradición" y las "buenas costumbres"? ¿Será acaso la fe de unos cuantos?

Hace ya tiempo que dejé de creer solamente en las fórmulas mágicas de los ritos de los actos litúrgicos, y mi fe empezó a celebrarse también en los pequeños "mágicos" encuentros cotidianos... (que, dicho sea de paso, son los que la sostienen) Sin querer, dejé de creer que Dios necesitara de oraciones aprendidas de memoria y sí de mi afecto y de mi encuentro cotidiano. No quiero leer grandes tratados de doctrina para encontrar "la base de mi fe", e irme por los caminos "más seguros", sin temor de perderme en la confusión... En realidad hace tiempo también dejé de creer en los grandes discursos. Discursos conservadores o progresistas, me da igual, son discursos muchas veces carentes de vida... El discurso en el que creo es en el del "gesto oportuno"...que te hace solidaria y hermana.

Sí que necesito leer y alimentar mi fe con el conocimiento... pero no quiero confundir los términos... Porque hay cosas que se saben ciertas al ser leídas porque conectan con la verdad descubierta... No es que cada quien sea dueño de la verdad, ni que hayan miles de trozos de verdades por todos lados... Sé que es necesario un cierto orden y causas comunes... pero tal vez todos sentados en la misma mesa...

Hoy sentí que mi esperanza se vio traicionada por los hombres... Digo hombres porque a las mujeres no se nos da el derecho de participar en las grandes decisiones de la humanidad. Hombres vestidos de rojo como muñecos de escaparate... Es cierto, creo que algunos de ellos también visten con ropa de calle y salen al encuentro de su pueblo... Pero hoy sentí que esos hombres traicionaron mis deseos...

Yo quería que ahora la Iglesia se atreviera a abrir sus puertas a lo nuevo, a lo que se saliera del protocolo y de las "conveniencias" de los tiempos... Quería ver una Iglesia que tomara rostro nuevo y regalara al mundo un líder que hablara su mismo lenguaje de libertad... Y en cambio, nos dieron un rostro demasiado curtido por los años y por el "santo oficio"... Tal vez un rostro envejecido por el paso de los tiempos y de la política mundial, y del estudio concienzudo para "sostener la fe"...

Tal vez es que soy muy ingenua e ignorante... y mi sueño era que en este cambio de época la Iglesia sintonizara también con una humanidad que busca ser nueva pese a tanta vejez y decrepitud arrastrada y mal disimulada. Deseaba un rostro nuevo, joven y vigoroso que fuera una especie de promesa.

Dentro de mí, siento que tendré que esperar a que "el tiempo y la gracia hagan lo demás", como dice nuestro fundador Enrique de Ossó. Tal vez vengan encíclicas y políticas fuertes, tratando de recoger "al rebaño perdido"... tal vez vengan nuevos lineamientos de fe y doctrina y liturgia y ... vida? y yo estaré sentada en una esquina con mi guitarra en las manos y mi mirada fija en los rostros jóvenes que esperan de mi poesía una invitación a la vida.

Ahí voy a estar tal vez... esperando los tiempos nuevos de una Iglesia que camina tan lento... pero que después de todo, creo que camina... Intentaré resistir porque creo... Es cierto lo que han visto mis ojos en otros rostros y es cierto el Jesús que he descubierto y es cierto el sueño que comparto con otra gente que va a mi lado en mis intentos... Entonces, quiero resistir... porque la resistencia a estos tiempos que no entiendo me hará descubrir brotes nuevos de la vida que espera ser vivida y compartida en comunidad... en una Iglesia con rostro de amiga, de hermana, de compañera de camino... en una Iglesia mujer y hombre... una Iglesia sencilla y limpia en sus intenciones. Cuando llegue ese tiempo, ya no se oirá un "tenemos Papa" que conmocionará al mundo... se dirá mejor un "Tenemos Dios", que nos dará la paz...

Mientras tanto, seguiré cantando, viviendo, tejiendo los encuentros cotidianos que es desde donde se dan los verdaderos cambios. Mientras tanto, mi grito será "tenemos Vida"... y mientras haya vida para mí, no renunciaré a la utopía por la cual crucificaron a un poeta soñador. Eclesalia.

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ECLESALIA, 25 de abril de 2005

ENTREVISTA A CASALDÁLIGA*

En la cadena ser, la tarde de la elección de Benedicto XVI

CARLOS LLAMAS, Hora 25 de la Cadena Ser

MADRID.

Saludo inicial. - Señor Casaldáliga, muy buenas noches.

CASALDÁLIDA. - Buenas noches a todos y a todas y un abrazo de paz y de esperanza.

P. – Yo no sé, monseñor, si usted había hecho vaticinios; y si los vaticinios que había hecho han fallado o no: estamos ávidos por conocer cuál es su opinión sobre la figura del nuevo papa.

CASALDÁLIGA. - Una cosa es lo que uno deseaba, y otra cosa es lo que se podía esperar. Porque debemos reconocer que la inmensa mayoría de los cardenales de hoy fueron elegidos por el papa Juan Pablo II; por lo mismo, eran de su línea: es lo que se podía esperar. Pero soñábamos un cambio que, objetivamente hablando, no se ha dado. Se puede esperar una continuidad. El papa Benedicto XVI ha sido realmente, en el pleno sentido de la de la palabra, el brazo derecho (teológicamente) de Juan Pablo II, su teólogo de curia; de modo que seguiremos. No tendrá el carisma personal de Juan Pablo II y, en ese sentido, es otro momento en la Iglesia también.

P. - ¿Y Cómo se explica que al final del cónclave haya provocado la que algunos han calificado como, decepción gigantesca para quienes esperaban un papa con mayor amplitud de miras; con una mirada más cálida hacia otras opciones, otras maneras de entender el mensaje de Cristo hoy en la tierra?

CASALDÁLIGA. - Para mí no ha sido una decepción gigantesca, por lo que ya he dicho antes. Si queríamos -no pensábamos: queríamos- otro tipo de papa... Pero bueno, lo que yo digo es lo siguiente: los católicos y las católicas debemos aprender a relativizar  la figura del papa. El papa tiene un ministerio y  es pensable en la Iglesia católica; pero el papa no es la Iglesia; el papa no es Dios. De modo que hay que relativizar y ser adultos en nuestra fe, y seguir caminando; insistir. Las grandes instituciones sólo cambian si hay presión fuerte de las bases. La Iglesia, que tiene mucho de divino -o bastante por lo menos, como todo-  tiene mucho de humano también. Y, también en la Iglesia, sólo la fuerza coherente, consecuente, universal de las bases, obligará a cambios que son necesarios: de diálogo ecuménico, de diálogo interreligioso, de corresponsabilidad, de inculturación, de escucha de los clamores y necesidades del mundo.

P. - Pere Casaldáliga: ¿Conoce Ud. a Ratzinger? ¿Ha tenido encuentros o desencuentros con él?

CASALDÁLIGA. - Yo fui (risas) -lo digo entre comillas-, yo fui procesado por él. Pero fui aplaudido por él también. Cuando yo tuve el problema de la visita ad límina, y las visitas a Nicaragua y a Centroamérica; y nuestra teología de la liberación, y la misa de la causa negra (una misa de la causa indígena) -toda aquella mi orientación en  que yo estaba más o menos metido- fui llamado a Roma y tuve un tipo de interrogatorio, concretamente con el cardenal Ratzinger, con el cardenal Gantín, y con el que ahora es el cardenal Ré (que no era cardenal todavía). Fue una conversación un poco tensa. Ratzinger se mostró muy inteligente, porque lo es (a veces irónico), pero pudimos hablar. Él cobraba, como decimos aquí en Brasil, esos varios aspectos de la teología de la liberación: que si nuestra liturgia es una liturgia demasiado comprometida con la realidad, con la política; que si esas misas de la causa negra -de la causa indígena- eran misas políticas... Yo respondía, a mi modo. Recuerdo que en un momento dado él me dijo: “Realmente todo se puede probar en este mundo”; como diciendo: cada uno tiene su opinión, ¿no? Pero tuvimos algunos momentos un poco chuscos. Yo había escrito en mi viaje a Nicaragua que  todos nos habíamos de convertir: la Iglesia se había de convertir, y el mundo se había de convertir. Cuando terminamos el tiempo del proceso, yo dije a los cardenales y monseñores: “Podríamos rezar juntos un padre nuestro ¿no?, que somos hermanos”. Y Ratzinger, con una cierta ironía, dijo: “Para que se convierta la Iglesia”. Y yo dije: “Pues, sí, también. También para que se convierta la Iglesia, que Iglesia somos al fin y al cabo”.

P. – Dice usted  que en aquel proceso Ratzinger le llegó a  decir que, en última instancia, cada uno tenía su propia opción. Pero sin embargo ayer en la misa, a la espera de elegir al papa, este cardenal (el ahora Papa Ratzinger) hizo un alegato en contra de todo tipo de cualquier atisbo de disidencia y condenó lo que llama dictadura del relativismo.

CASALDÁLIGA. - Él se mostró sobre todo muy pesimista: me llamó la atención, y he visto que ha llamado la atención a muchos. Mientras que yo comparaba, con ganas de esperanzarme más, la palabra de Ratzinger (que aun no era papa), con la palabra de Jesús: la barca de la tempestad. El cardenal (que era cardenal todavía Ratzinger) hablaba de miedo. Jesús decía: “No tengan miedo, gente de poca fe”. Yo creo que no es propio de quien cree en el evangelio tener miedo. Debemos tener ante todo y sobre todo esperanza. Y dar cada uno  nuestra contribución. Yo rezaré todos los días por el nuevo papa, como rezaba por Juan Pablo II. Yo creo en su ministerio; pero, desde mi pequeñez, quiero ayudarle a cambiar del modo del ministerio, del estilo, y con el tiempo  eso se hará: si no es hoy será mañana.

P. - Pero ¿cree usted que sería posible, monseñor Casaldáliga, que conociéramos a un Ratzinger nuevo (como papa) respecto del que conocimos como cardenal?

CASALDÁLIGA. - Pues mire, ya fue diferente. Él escribió un libro sobre el pueblo de Dios que todos los teólogos de la liberación firmaríamos. Y después cambió, sobre todo antes de ir a la Curia; y en la Curia. Puede ser que el propio papado (experiencia, gracia de estado...). Ahora, en principio para ser realistas, de inmediato no se pueden esperar grandes cambios.

P. - Dicen que el papa anterior, Juan Pablo II, llenaba estadios; pero que no era capaz de llenar las Iglesias. ¿Esto es un signo de la salud de la Iglesia misma? En este sentido, ¿Ratzinger qué supone: convoca, o disgrega aún más el mundo de los católicos?

CASALDÁLIGA. - Los medios de comunicación hoy tienen un gran poder de convocación. La participación diario-semanal, ya es otra cosa. Una cosa es un entusiasmo en un  gran congreso que es un poco rezo, canto, show, novedad, turismo..., y otra cosa es la vida cristiana diaria, de servicio de los pobres; la lucha por la justicia y por la paz. Todos somos fáciles a los shows,  y todos huimos de la cruz diaria.

P. - Monseñor Casaldáliga: por todos lados se han oído loas a la figura de Juan Pablo II, lógicas por otra parte a la hora de la muerte: él había elegido a todos los cardenales con capacidad de voto. ¿Es el Vaticano, en este sentido, víctima de su propia dinámica, de su propia manera de entender el organigrama mismo de la Iglesia Católica?

CASALDÁLIGA. - Habría que cambiar la propia curia, el propio ser del papado. La estructura del papado debería ser otra. El papa no debería ser Jefe de Estado de ningún modo. Se debería reconocer, en la práctica y no sólo en la teoría, la colegialidad, la corresponsabilidad de todos y todas. Se exige un cambio muy fundamental que la sola persona del papa no podrá hacer. Ha de ser un cambio estructural, incluso primero para el bien de la propia Iglesia católica. Después, y muy importante, para el  diálogo con las otras Iglesias cristianas, y con las otras religiones. Y para dar testimonio al mundo -el mundo quiere democracia- nosotros en la Iglesia queremos más que democracia: queremos una vida familiar fraterna. El papa, yo obispo, el cura, no somos más ni menos que cualquier mujercita del interior de esta región donde yo estoy viviendo. Sólo detenemos el ministerio, respetable y  necesario,  pero que se debe de ejercer con mucha más simplicidad y con la participación de todos. El papa no puede ser un monarca absoluto, la Iglesia no puede ser una comisión de aristócratas espirituales. Tenemos que ser más fraternos, más solidarios, más corresponsables.

Despedida. - Pere Casaldáliga, obispo emérito de Sao Félix de Aragüaia, en Brasil: ha sido un placer; muchísimas gracias y un abrazo.

CASALDÁLIGA. - Gracias, igualmente un abrazo para todos también. Adiós.

*ECLESALIA, 25/04/05.- Trascripción realizada por Braulio Hernández, Tres Cantos, Madrid.

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ECLESALIA, 26 de abril de 2005

FORUM KRISTAU SAREA-RED CRISTIANA BIZKAIA

Manifiesto inicial, aprobado para su difusión y socialización

Grupo de cristianos/as de Vizcaya preocupados por la situación de nuestra Iglesia, procedentes de diversos movimientos, comunidades, asociaciones, grupos, parroquias, etc de nuestra diócesis*

QUEREMOS:

·         ECLESALIA, 26/04/05.- Avanzar hacia una Iglesia abierta y participativa, a partir del espíritu del Evangelio de Jesús, como Pueblo de Dios en camino, viviendo nuestra fe en el mundo, haciendo nuestros los gozos y las tristezas de personas y grupos, desde las características socio-culturales y lingüísticas de Bizkaia.

·         Contribuir a la comunión eclesial, que no significa pensamiento único ni sumisión a doctrinas y normas, sino querernos siendo diversos, buscando el consenso a través del diálogo, recogiendo y asumiendo el sentir de nuestras comunidades. Queremos colaborar en la vida y la misión de nuestra Iglesia local, abiertos a la universalidad católica y al ecumenismo con otras Iglesias y tradiciones creyentes, y en diálogo con las personas no creyentes.

·         Vivir y trabajar en unidad, a partir de la pluralidad de sensibilidades que enriquece a la Comunidad de comunidades de Jesús, ejerciendo la responsabilidad de la autocrítica para ser fieles al Señor Jesús.

·         Caminar hacia una Iglesia que sea testimonio de fe y de valores evangélicos, no desde la clave del Poder, sino del Servicio, que recupere la credibilidad a partir de unas actitudes transparentes y de una acción comprometida a favor de la Justicia , junto con otros hombres y mujeres, con gestos y actitudes proféticas.

·         Impulsar la tolerancia y el respeto como virtudes morales en la perspectiva de la defensa de los Derechos Humanos.

·        Redescubrir la llamada de Dios buscando y profundizando en una espiritualidad cristiana en sintonía con el tiempo que nos toca vivir, viviendo nuestra fe como experiencia de Liberación, para poder transmitirla a quienes sienten que la Iglesia se ha elejado de ellos.

PROPONEMOS

·         Articular un Foro de personas pertenecientes a grupos, asociaciones, parroquias, comunidades y movimientos de nuestra Iglesia, con el nombre de KRISTAU SAREA-RED CRISTIANA BIZKAIA, creando un espacio de encuentro, diálogo y contraste desde la libertad de los hijos e hijas de Dios, siendo una voz más dentro de la Iglesia y de la Sociedad, posicionándose ante situaciones, aportando iniciativas y propuestas de acción.

·         Articular un Foro donde hombres y mujeres, con servicios y modos de vida diferentes soñemos y trabajemos por hacer posible, desde nuestra inserción eclesial y social, un modelo de Iglesia humilde y desprendida, dialogante, corresponsable y democrática, atenta a las necesidades de las personas, fiel a la misión del Evangelio, fraterna, profética y valiente.

·         Articular un Foro abierto, compuesto por personas cristianas con diversos orígenes, recorridos y experiencias; no un foro de élites, ya que el Evangelio es para cualquier persona que lo quiera acoger como referencia de vida.

·         Articular un Foro entendido como red expansiva de comunicación y como red que favorezca la horizontalidad en las relaciones y la consideración igualitaria de las personas.

·         Articular un Foro a favor de un modelo de Comunidad de iguales fundamentada en los diversos carismas y ministerios o servicios.

·         Articular un Foro que promueva y camine hacia:

o        La desclericalización y a la superación del binomio clérigos-laicos.

o        La igualdad de derechos de la mujer sin ningún límite en la sociedad y en la Iglesia, incluído el acceso a los ministerios ordenados.

o        La libertad de expresión en la sociedad y en la Iglesia.

o        La vivencia positiva de la sexualidad en libertad responsable, sin someterla a normas doctrinales que la ahogan.

o        El reconocimiento en la sociedad y en la Iglesia de la plena identidad y los derechos de las personas homosexuales, incluída su unión civil y religiosa.

o        La libre opción al celibato para los ministerios ordenados.

o        El reconocimiento de las diversas formas de convivencia en las parejas, así como las situaciones de separación y divorcio al desaparecer el amor.

o        La apertura a los desarrollos científicos y culturales humanizadores, en constante diálogo entre fe y cultura..

o        nuevos marcos para concebir y vivir lo que tradicionalmente se ha llamado Vida Religiosa.

o        La opción por la Justicia ante las situaciones generadas por las distintas violencias y falta de auténtica paz, de exclusión, marginación, discriminación (por sexo, raza, procedencia geográfica, etc), pobreza e injusticia social, conflictos laborales, desde una opción por los débiles, denunciando las consecuencias deshumanizadoras de la globalización.

o        La actitud de diálogo en nuestra Iglesia y con otras Iglesias y tradiciones creyentes, así como con personas no creyentes.

·        En definitiva, soñamos con una vida digna en todos los aspectos y dimensiones del ser humano y con una Iglesia donde quepamos todos, al servicio del Reino de Dios.

Para más información: uxe3@hotmail.com

*Estos son los componentes del grupo inicial del Foro y firmantes de este Manifiesto: (Todas las personas firmantes de este Manifiesto sólo se representan a sí mismas, su adhesión es personal)

 

Seglares:

1. Naiara Lopategi, del grupo eskaut San Miguel

2. Miguel González, de la Fundación Alboan

3. Loli Asúa, de Fe y Justicia

4. Mari Luz Yurrebaso, del movimiento Helduak

5. Angel Toña, de la Fundación Fiare y profesor de la Universidad de Deusto

6. Marije Goikoetxea, de Fe y Justicia y responsable diocesana de Past. de la Salud

7. Peru Sasía, de las Comunidades de La Salle

8. Blanca Onaindia, responsable de la Comunidad de Zaldibar

9. Borja Agirre, de la Corriente Eliza Gara-Somos Iglesia y Comunidades CVX

10. Igor Mera, del movimiento JOC

11. Pedro Luis Arias, del movimiento Helduak y consiliario del movimiento JEC

12. Patxi Guerrero, de la Comunidad Bidari y responsable de Juventud de Abando

13. Mertxe Durán, presidenta diocesana del movimiento Helduak

14. Ana Zugaza Aizpuru, presidenta de la Ascociación Arnasatu, profesora de Enseñanza Secundaria

15. Loli García Ríos, de la comunidad Aterpe, trabaja en la Delegación de Misiones

16. Pilar de Miguel, teóloga, profesora del IDTP, del Sínodo Europeo de Mujeres

17. Bittor Uraga, de la comunidad Ailedi (Parroq. El Salvador-Bilbao)

18. Estíbaliz de Miguel, responsable diocesana de Pastoral Penitenciaria

19. Pedro Galardi

20. Juanto Uríbarri, de la comunidad Ailedi (Parroq. El Salvador-Bilbao)

 

Curas:

21.  Joaquín Perea, director del IDTP

22.  Luis Mari Vega, en Barakaldo-periferia, consiliario diocesano de Geideak-MJAC

23. Javi Vitoria, profesor de Teología en la Univ. De Deusto y del IDTP

24. Eusebio Pérez, en la Parroquia La Inmaculada-Bilbao

25. Roberto Jauregibeitia, en Gernika

26.  Eusebio Losada “Uxe”, en Sestao

27. Javi García, en el sector Barakaldo-periferia, consiliario diocesano de JOC

 

Religiosos/as:

28. Mari José Arana, religiosa del Sagrado Corazón

29. Loli Puente, religiosa de la Compañía de María

30. Flora Íñigo, religiosa Carmelita Vedruna

31. Koldo Rodríguez Bengoa, religioso de San Viator

32. José Javier de Antonio, religioso y cura Escolapio

33. Joxé Arregi, religioso y cura Franciscano, profesor en la Univ. de Deusto

34. José Ángel Egiguren, religioso y cura Franciscano

35. Manu Arrue, relig. y cura Jesuíta, consiliario diocesano de Euskal Herriko Eskautak

36. Lali Sardón, religiosa Hija de la Caridad

 

A PARTIR DE ESTAS PERSONAS VAMOS EXTENDIENDO EL MANIFIESTO Y LA INICIATIVA DEL FORO A OTRAS PERSONAS EN FORMA DE RED, A TRAVÉS DEL ENCUENTRO Y EL DIÁLOGO.

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