10 - Junio 2002. En comunicación        

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Religión y Escuela

06-07/02

Nosotras, las misioneras desconocidas

Emma Martínez

Misioneros

06/02

La misión se escribe en femenino

Luis Fermín Moreno

El País

08/06/02

La Iglesia de los negocios

Julián Casanova

ECLESALIA

10/06/02

Conclusiones de los periodistas de información religiosa

VV.AA.

ECLESALIA 12/06/02 Uso indebido de la autoridad episcopal Benjamín Forcano

ECLESALIA

15/06/02

Documento vaticano sobre la renovación de la vida religiosa

Agencia Ivicón

La Voz de Asturias

16/06/02

Ángel García fundador de Mensajeros de la Paz

Raúl Álvarez

ECLESALIA

18/06/02

Sobre cierta canonización

Juan León Herrero

La Clave

21/06/02

¿Por qué la jerarquía eclesiástica se opone al cambio de la moral sexual?

Benjamín Forcano

El País

24/06/02

¿Enseñanza religiosa escolar?

Casiano Floristán

Atrio

26/06/02

“Cómo hablar de Dios en una sociedad secularizada”

Antonio Duato

Diario Sur

27/06/02

¿Peligro de confesionalismo?

José María González Ruiz

Religión y Escuela, Nº 161-162, junio-julio de 2002

NOSOTRAS, LAS MISIONERAS DESCONOCIDAS

EMMA MARTÍNEZ

El papel de las misioneras y misioneros predicadores ambulantes ha sido fundamental en la expansión del cristianismo. No era esta una actividad exclusiva del cristianismo, eran comunes en el ámbito judio y grecorromano. Igual que el judaismo, el Evangelio cristiano era anunciado por misioneros ambulantes, gentes de comercio y negocios que dependían de la hospitalidad y el apoyo que les prestaban las Iglesias domesticas. La contribución de nosotras las mujeres en esta tarea es, gracias a Dios, cada vez más reconocida.

La actividad misionera de dos en dos, y en pareja, es muy notable en el primitivo cristianismo. Una tradición común a los mismos apóstoles incluido Pedro tal como pone de relieve Pablo en su primera carta a los Corintios. ¿Acaso no tenemos el derecho a en los viajes una hermana (una mujer cristiana) como mujer (es decir como esposa) como los demás apóstoles, incluyendo Pedro? (1Cor 9,5).

La historia no guarda memoria de nuestros nombres, una vez más silenciadas, debajo de unas redacciones patriarcales. Pero gracias a algunos saludos y menciones, de pasada, de las cartas de Pablo se guarda memoria de alguna de nosotras. Somos sólo la punta del iceberg de la multitud de mujeres que contribuimos de muchas maneras a la expansión del cristianismo. Hoy nos hemos unido para presentarnos y recordar nuestros nombres, sabiendo que hay una larga lista y una larga historia detrás muy difícil de reconstruir.

En el capitulo 16 de la carta a los Romanos Pablo manda saludos a 25 personas y 10 somos mujeres que hemos desempeñado servicios significativos en la comunidad: Febe (v 1-2) diácono y "patrona", Prisca (o Priscila) y su esposo Aquila: (v 3-5,) Junia apóstol (v 7) (otro dia te hablare de mi), María, Trifena, Trifosa y Pérside (v 6.12). Pablo dice de nosotras que hemos trabajado duramente por el Señor (Gal 4,11; 1Cor 15,10;16,16; 1Tes 5,12). Además yo Pérside era su amiga y así lo reconoce Rufo y su madre (v 13) que de hecho ejercí de madre para el, así lo expresa también lo es mia. Julia y Filósofo. Nerio y su hermana (v 14) y todos los consagrados que están con ellos. No nos olvides tambien a Evodia y Síntique predicadoras del evangelio, en la comunidad de Filipo (Fil 4, 2-3).

El primitivo movimiento cristiano, en fidelidad al movimiento de Jesús, nos permitía a las mujeres estar como misioneras en igualdad con los hombres, unas veces en pareja y otras solas.

Hoy queremos animaros a las mujeres a seguir trabajando por el Evangelio, aunque no seáis reconocidas. Sabemos que muchas de vosotras hoy estáis ejerciendo de "párrocas", y que en muchos lugares las comunidades cristianas se mantienen alentadas por mujeres ¡Que sería del evangelio de Jesús si nosotras renunciásemos a nuestra tarea de catequistas, educadoras, misioneras, evangelizadoras, animadoras de comunidad... ¡A todas nuestro apoyo!

Nosotras , en nombre de las misioneras anónimas de la historia.

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Misioneros Tercer Milenio, junio de 2002

LA MISIÓN SE ESCRIBE EN FEMENINO

LUIS FERMÍN MORENO

"Nunca podrá haber misioneras. La misión consiste en predicar el Evangelio, y para predicar el Evangelio hace falta inteligencia. Y, como dijo Aristóteles, por regla general, ésta no brilla en las mujeres".

El cardenal italiano Branchetti di Laurea, cuyas obras se pueden consultar en la biblioteca de la Universidad Gregoriana de Roma, fue una preclara figura eclesiástica del siglo XVII, pero no se distinguió precisamente –hoy lo sabemos– por su visión de futuro.

En efecto, tan “concluyente” afirmación no podía ser más errada. Porque la misión no existiría hoy sin las mujeres. Baste echar un vistazo a los números: si nos ponemos a buscar un misionero español, tenemos un 78,6 por ciento de probabilidades de encontrar una mujer, y sólo el 21,4 por ciento de que nos aparezca un hombre. Y es que las misioneras españolas –religiosas y seglares– son más de 16.500, mientras que los varones apenas llegan a los 4.500 entre sacerdotes, religiosos y seglares.

Son ellas, sin hablar ya de su generosidad numérica, las que mantienen viva la tarea evangelizadora por el Reino; las que dan testimonio de la Buena Noticia mediante su actitud y su palabra; las que llevan la enseñanza, la salud, la dignidad y el consuelo a los que carecen de ellos; las implicadas en todas las formas de apostolado trabajando codo con codo no sólo con cristianos, sino con gente de todas las creencias.

Y no sólo ahora, sino desde el principio. Olvidaba Branchetti que el primer anuncio de la resurrección se hizo a unas mujeres, (“Id y decid...”), y que ellas fueron, así, las primeras misioneras. Olvidaba también que, tal como cuentan los relatos neotestamentarios, la mujer participó más que activamente en las primeras comunidades cristianas. Y olvidaba, sobre todo, que la mujer ha sido durante muchos siglos la primera educadora –y misionera– en su propio hogar y, por tanto, el soporte silencioso pero esencial de la misión.

Hoy, afortunadamente, su compromiso ya no necesita ser demostrado y está plenamente reconocido. Casi podría decirse, incluso, que la misión es “femenina”. O, al menos, como dice la teóloga brasileña Ivonne Gebara, “la misión cristiana ya no es en la práctica la misma desde que las mujeres acentúan la importancia de la ‘diferencia’ en el trabajo misionero”. Es decir, desde que las misioneras, como el resto de las mujeres de hoy, han tomado conciencia de su identidad y de su puesto como iguales al lado de los hombres.

El lado ‘femenino’

Pero, ¿en qué consiste esa “diferencia”? ¿Hay una manera “femenina” de misión? ¿Qué riqueza puede aportar la mujer en el trabajo de evangelización? Llegados aquí, dejemos que hablen ellas. ¿Quién mejor para explicar cómo se sitúan hoy en la misión de toda la Iglesia, cómo entienden su papel, las alegrías que les aporta su participación en la venida del Reino, las dificultades que encuentran en las diversas situaciones que viven por todo el mundo?

Para empezar, habría que decir con Regina da Costa, misionera de la Inmaculada, que “la misión ha ofrecido espacio a la mujer para romper con un modo, pasivo, dependiente de entender su papel en la sociedad y ha supuesto una ocasión de desarrollar una parte excepcional de nosotras mismas que probablemente no se revelaría nunca en circunstancias más normales. La exigencia de la vida misionera ha ayudado a poner al servicio de la evangelización la sensibilidad, la intuición, la capacidad de sufrimiento y comprensión de las necesidades de los otros, la iniciativa de organización y decisión”.

“Para comprender qué es la evangelización ‘a la femenina’, –prosigue la hermana Da Costa–, hay que saber que las mujeres partimos siempre de la vida. No nos sentamos a la mesa para hacer proyectos de cómo evangelizar como mujeres. Una mujer va, se instala en el campo de misión y anuncia el Evangelio con su corazón, su capacidad de acogida, su dulzura, su creatividad...”

Lo cual no significa falta de preparación o ausencia de método. Todo lo contrario. En los últimos tiempos, “se ha producido un cambio en el modo de entrega de la mujer a la misión: es un modo menos exaltado, menos exultante, pero más consciente y responsable”, explica Trinidad León, mercedaria de la Caridad. “Una entrega cualificada no sólo a nivel espiritual, sino a todos los niveles humanos y profesionales. Las mujeres se saben sujetos activos de la evangelización y ejercen ministerios a todas luces eclesiales y evangélicos, pero también sociales y profesionales”.

Lo mismo opina la citada Ivone Gebara: “Las misioneras viven la transformación de lo cotidiano como el lugar de encuentro con Jesús de manera singular. La mujer está, por su condición, más cercana a la vida y se dedica a tareas cotidianas como la educación y la salud, más ligadas simbólicamente a lo femenino, al mantenimiento de la vida en lo que tiene más de primario e inmediato, pero sin lo cual el resto no es posible”.

Y también Regina da Costa: “La mujer ve más de cerca los problemas que se plantean diariamente, está normalmente a ras de suelo y se da con todo su ser a una causa. El hombre, por su parte, es más prudente, intelectualiza las situaciones y toma distancias, discute grandes proyectos olvidando los pequeños detalles que son importantes”. Gracias a ello, las mujeres “han sabido convertir la pobreza impuesta en muchas situaciones en riqueza de creatividad al servicio de los marginados”. Y esto, dice rotundamente Da costa, “es un signo distintivo de la actividad de las mujeres en la evangelización”.

Valga un ejemplo: “En una ocasión, en Guinea Bissau, no recibíamos las papillas para los niños desnutridos. Decidimos recoger lo poco que teníamos para resolver este problema, primando los recursos locales para evitar la dependencia del exterior. Así, uniendo capacidades diversas de profesionalidad, práctica y conocimiento del lugar, en tres años pusimos a punto cuatro tipos de papillas con productos locales, respondiendo a criterios dietéticos y económicos y, sobre todo, realizadas por mujeres de allí. Para un hombre, habituado a gestionar más racionalmente la energía, tres años de espera hubieran sido demasiados. Y habría buscado el modo de seguir recibiendo de la forma más rápida posible la papilla...”

Compromiso y testimonio

Generalmente, el compromiso misionero de las mujeres se concreta en instituciones al servicio de la evangelización, de la salud, de la enseñanza y de la promoción humana. Es decir, curan las heridas, alfabetizan, forman profesionales, acogen a madres solteras, visitan presos, impulsan la liberación de la mujer, mantienen guarderías para hijos de trabajadores... Pero todo esto está lejos de ser sólo una labor profesional. Junto a todo lo anterior, las misioneras escuchan confidencias, acogen preocupaciones, aconsejan, animan la vida del barrio, aportan esperanza y tienen siempre su corazón abierto. Es lo que la hermana Ángèle Mutonkole, congoleña y misionera del Sagrado Corazón de Jesús llama “el ministerio no ordenado de la consolación”.

Junto a éste, hay otro ministerio no menos importante: el del “testimonio de la vida”. “El testimonio de vida es la primera exigencia de la misión. Me atrevería a decir que, en países pobres y hambrientos de dinero como los africanos, caracteriza el apostolado femenino. Como decía el jefe de un poblado: «Una hermana no tiene ‘zigzags’ en su comportamiento. Acoge a todo el mundo, sea bueno o malo. Incluso cuando la herida está putrefacta, la hermana cura».”

Este testimonio se revela esencial en países musulmanes, donde las pequeñas comunidades religiosas son, en ocasiones, la única presencia de la Iglesia. “Aquí –señala sor Ángèle Mutonkole– suele estar prohibida la predicación del Evangelio y la población no busca tanto la competencia profesional de ‘las mujeres de Dios’ como la calidad de las relaciones humanas, una presencia humilde, una actitud respetuosa hacia la cultura y las creencias del otro. La gente siempre observa mucho más lo que hacemos que lo que decimos”.

Pero todo esto exige también a las misioneras todo un camino de encarnación en el pueblo que quieren evangelizar. Lo que, a veces, supone un gran riesgo. Antes eran conocidas como las que hacían obras de caridad, y eran muy veneradas y solicitadas. Pero desde que se esfuerzan también por la transformación de la sociedad no son siempre bien aceptadas. Y en ello a veces les va la vida. Ahí están los casos de Ester y Caridad, dos agustinas misioneras asesinadas en Argelia, un día del DOMUND de 1994; o el más reciente de la misionera norteamericana Bárbara Ann Ford, asesinada en Guatemala en mayo de 2001. En ese año, de hecho, recibieron muerte violenta seis misioneras.

Dirigentes de comunidades

A todo lo que antecede, hay que añadir el ingente trabajo pastoral. Dada la escasez de sacerdotes, las misioneras ejercen con frecuencia muchas de sus tareas en los lugares en los que aquél sólo pasa ocasionalmente para marcharse corriendo a atender a la siguiente comunidad, y ellas permanecen, enraizando la fe en las gentes, preparando a la comunidad a asumir sus responsabilidades, presidiendo asambleas de oración, animando la liturgia de la Palabra, preparando las homilías, formando a los catequistas, etc. A veces, una pequeña comunidad de tres o cuatro religiosas se aventuran incluso por zonas aún sin evangelizar, precediendo al sacerdote...

“Esta labor pastoral”, afirma la mercedaria Trinidad León, “ha fortalecido en las misioneras la conciencia del propio valor, sin complejos de inferioridad con el hombre. De la dependencia se ha pasado a la colaboración, mucho más enriquecedora”. Lejos quedan los tiempos en los que las religiosas llegaban a la misión para estar al servicio de los curas: “En países como el nuestro y otros del mismo jaez económico-social, los misioneros tienen demasiada necesidad de nosotras como para considerarnos a su servicio”, concluye sor Ángèle Mutonkole.

Y Regina da Costa: “Muchas veces, tanto en Brasil como en Camerún, he notado que la gente observaba atentamente el tipo de relación existente entre la monja y el padre. Para ellos, era una experiencia nueva ver al padre sentado y escuchando a la hermana que hablaba a la gente, o darse cuenta de que los dos deciden juntos cómo conducir un curso de formación, notar que no era él quien decidía y ella quien obedecía, sino que lo hacían juntos”.

“Estas cosas ayudan a las otras mujeres a percibir la posibilidad de un nuevo tipo de relación fundada en la novedad del Evangelio anunciado, y también a los hombres a asumir que su punto de vista masculino es sólo un aspecto de la realidad. Así el impacto sobre la gente aviva la fuerza del testimonio”.

Por lo demás, la práctica evangélica en la misión aparece cada vez más reflejada en la producción teológica hecha por mujeres. Una de las preocupaciones de las teólogas es intentar hacer comprensible el fundamento de fe que anima la experiencia de las misioneras. La inmensa mayoría de las mujeres, desde luego, no hace reflexiones teológicas, pero sí se enriquecen con las contribuciones de las teólogas.

Entre ellas destaca Ivone Gebara: “La fe de las mujeres en el Dios que es vida y liberación es el punto de partida de la teología femenina que, como la acción evangelizadora, pretende iluminar el auténtico papel de la mujer y su capacidad de guía del pueblo de Dios. Y, al mismo tiempo, recuperar el tipo de relación que Jesús tenía con las mujeres y la participación de la mujer en las primeras comunidades cristianas. El espejo para ello es la figura de María, la mujer maternal, tierna y humilde, pero también inteligente, fuerte y activa en la adhesión a los proyectos de Dios”.

En medio de todo esto, la humildad sigue estando presente como uno de los rasgos principales de la misión ‘femenina’: “Para evangelizar como mujeres es necesaria también una buena dosis de autocrítica, de reconocimiento de nuestros defectos de mujer. No somos perfectas y sería ingenuo pensar que si hacemos todo nosotras las cosas saldrán mejor. Pero, ¿no intentamos, por ejemplo, usar nuestra capacidad de escucha y de captar al vuelo las cosas para intentar saber todo de todos? ¿O no nos comportamos con una actitud maternal excesivamente posesiva cuando la gente necesita libertad?”

Sensibilidad, intuición, creatividad, capacitación profesional cualificada, dedicación a los más necesitados, amor, acogida, consuelo, trabajo pastoral, animación de comunidades, promoción de la mujer, producción teológica, humildad. ¿Alguien podría dudar a estas alturas de la aportación femenina a la misión? Pero aún queda la guinda que añadir a este completísimo bagaje. Y la coloca la mercedaria Trinidad León: “En estos momentos, las misioneras —religiosas y laicas– de la Iglesia tienen acumulada en el corazón mismo de su condición de mujeres y de creyentes toda la experiencia de siglos de acción apostólica y misionera y quieren que su luz brille en lo alto para bien de la propia misión del Reino”. Lo dicho: el futuro es suyo.

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El País, 8 de junio de 2002

La Iglesia de los negocios

JULIÁN CASANOVA, historiador

El poder terrenal de la Iglesia católica ha constituido un tema de constante disputa en la sociedad española contemporánea, una cuestión, además, de fuerte atracción popular. Los anticlericales de finales del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX atacaron a la Iglesia por haber abandonado la fraternidad y la pobreza, rasgos originarios del cristianismo primitivo. Era la Iglesia de los ricos. Desde el joven Lerroux al obrero anarquista, pasando por las publicaciones anticlericales más corrosivas, como El Motín de principios de siglo o La Traca en el periodo republicano, compartían la idea de que el clero tenía un ansia insaciable de poder y dinero. El clero en general y los jesuitas en particular. Poseían todo y su codicia siempre les pedía más. Lo escribió Alejandro Lerroux en 1907, según recuerda José Álvarez Junco en la biografía de ese ilustre republicano: 'Se apoderan de las herencias, se procuran donaciones piadosas, catequizan a las hijas de las familias ricas y las hunden en sus monasterios'.

A los clérigos se les representaba siempre en los grabados de esa prensa anticlerical gordos y lustrosos, rodeados de sacos de dinero, que escondían mientras pedían limosnas. El poder terrenal del clero se concretaba, si seguimos al periódico anarquista Solidaridad Obrera, en 'cantidades enormes de divisas fiduciarias, de metales preciosos, de acciones de un gran número de empresas que explotan por mediación de un segundón'. Y ya en la guerra civil, en la sangrienta arremetida anticlerical del verano de 1936, los mismos milicianos y grupos armados que se llevaban a los obispos para asesinarlos, asaltaban sus palacios episcopales en busca de las grandes fortunas que se suponía tenían en ellos ocultas.

La victoria del Ejército de Franco en la guerra civil significó el triunfo absoluto del poder terrenal de la Iglesia católica. El 21 de mayo de 1939, recién acabada la Cruzada con el correspondiente baño de sangre del infiel, Enrique Pla y Deniel, obispo de Salamanca y futuro primado de España, firmó su pastoral El triunfo de la Ciudad de Dios y la resurrección de España. Tras el inevitable repaso a los mártires y a la legislación laica derogada por el Movimiento Nacional, Pla exigía reparar 'la gravísima injusticia de la supresión del presupuesto del Culto y Clero', llevada a cabo por la República, y 'la injusticia cometida con la Iglesia en el orden económico en los dos últimos siglos'.

Y así fue. La Iglesia vivió a partir de ese momento una larga época de felicidad plena, con una dictadura que la protegió, la cubrió de privilegios, defendió sus doctrinas y machacó a sus enemigos. La Iglesia recuperó todos sus privilegios institucionales, algunos de golpe, otros de forma gradual. El 9 de noviembre de 1939 se restableció la financiación estatal del culto y del clero, abolida por la República. El 10 de marzo de 1941, el Estado se comprometió mediante decreto a la reconstrucción de las iglesias parroquiales. A la espera de un nuevo concordato, hubo acuerdos entre el régimen de Franco y el Vaticano, en 1941, 1946 y 1950, sobre la designación de obispos, los nombramientos eclesiásticos y el mantenimiento de los seminarios y las universidades dependientes de la Iglesia. Por fin, en agosto de 1953, catorce años después del fin oficial de la guerra, un nuevo concordato entre el Estado español y la Santa Sede proclamaba formalmente la unidad católica y reafirmaba la confesionalidad del Estado. El poder terrenal de la Iglesia llegaba hasta el cielo.

Casi cuatro décadas duró esa simbiosis e intercambio de favores entre la Iglesia y la dictadura de Franco. El aparato del poder político se mantuvo intacto, con la ayuda de los dirigentes católicos, de la jerarquía eclesiástica y del Opus Dei, pese a que sufrió importantes desafíos desde comienzos de los años sesenta. Cuando murió el 'invicto Caudillo' el 20 de noviembre de 1975, la Iglesia católica ya no era el bloque monolítico que había apoyado la Cruzada y la venganza sangrienta de la posguerra. Pero el legado que le quedaba de esa época dorada de privilegios era, no obstante, impresionante en la educación, en los aparatos de propaganda y en los medios de comunicación. 'Ningún gobernante, en ninguna época de nuestra historia', le decía Carrero Blanco a Franco en diciembre de 1972, 'ha hecho más por la Iglesia católica que vuestra excelencia y ello (...) sin otra mira que el mejor servicio de Dios y de la patria, al que habéis consagrado vuestra vida con ejemplar entrega'. Puesta esa ayuda en cifras, el propio Carrero estimaba que en esas décadas la Iglesia había ingresado en sus arcas 300.000 millones de pesetas procedentes de la financiación estatal.

Murió el Caudillo, desapareció la dictadura y la nueva democracia le dio a la Iglesia un exquisito trato. El acuerdo entre la Santa Sede y el Estado español de 3 de enero de 1979 preveía el tránsito progresivo de esa dependencia del apoyo estatal a un nuevo sistema de asignación tributaria en el que los contribuyentes deciden voluntariamente si un pequeño porcentaje de su IRPF va a parar o no a las cuentas bancarias de la Iglesia. Más de veinte años después, sin embargo, ese tránsito no se ha consumado y la Iglesia necesita un 'complemento' presupuestario con el que el Estado le echa una manita a su insuficiente asignación tributaria.

Vista la historia, y exageraciones anticlericales al margen, a nadie debería extrañar que la Iglesia católica invierta miles de millones en Bolsa o en otro tipo de negocios. Es libre de hacerlo, como cualquier ciudadano u organización. Tampoco pasa nada, tan acostumbrados como nos tiene esa misma historia, porque la Iglesia católica, y sólo la católica, dependa tanto del presupuesto estatal, es decir, del dinero de todos los españoles. La Iglesia sigue siendo un poder terrenal, que arriesga su dinero en Gescartera, despide a una profesora de religión de un colegio público por casarse con un divorciado o impone la enseñanza de la religión católica en las escuelas públicas. Por cosas como ésas, y no porque nadie la persiga, aparece tan a menudo en los medios de comunicación. Por eso y porque los máximos representantes de su poder terrenal siguen empeñados en hacer cosas muy diferentes a las que predican.

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ECLESALIA, 10 de junio de 2002

CONCLUSIONES DE LOS PERIODISTAS DE INFORMACIÓN RELIGIOSA

I Encuentro nacional de medios de comunicación e Iglesia

PERIODISTAS DE INFORMACIÓN RELIGIOSA DE MEDIOS NO CONFESIONALES, 04/06/02

TOLEDO.

Los periodistas de información religiosa de medios no confesionales, reunidos durante dos días en el I Encuentro Nacional de Medios de Comunicación e Iglesia, celebrado en la Universidad de Castilla-La Mancha, en Toledo:

1) LAMENTAN la ausencia de obispos y de otros responsables de medios de la Iglesia española, a pesar de haber sido invitados a asistir. Su presencia habría propiciado un diálogo más fructífero. No obstante, agradecen la asistencia de los delegados episcopales de medios de Madrid y Toledo.

2) HACEN CONSTAR que la pretendida campaña hostil contra la Iglesia no existe, sino que las informaciones polémicas que aparecen sobre la Iglesia son pura consecuencia del uso legítimo de la libertad de expresión que ampara la Constitución, aunque puedan producirse deformaciones y errores.

3) CONSTATAN que existe un desencuentro creciente entre la Iglesia católica y los medios de comunicación, cuando son dos realidades que se necesitan mutuamente. Los informadores rechazan de forma absoluta el ser tratados sistemáticamente con desconfianza.

4) ECHAN DE MENOS una mayor profesionalización de las fuentes de comunicación institucional de la Iglesia española. En concreto, denuncian la habitual cerrazón de la jerarquía a aparecer en los medios y a responder a las cuestiones de actualidad que se les plantean, especialmente en los momentos más polémicos.

5) SOLICITAN que no se exija a los medios ajenos a la Iglesia católica lo que no se pide a los medios propios. Además, denuncian cierta endogamia en algunos medios confesionales de titularidad eclesial, con la consiguiente falta de pluralismo.

6) REITERAN su disposición a mantener un diálogo constructivo y permanente con la Iglesia como fuente informativa, animados por el único deseo de mejorar la calidad de sus informaciones.

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ECLESALIA, 12 de junio de 2002

USO INDEBIDO DE LA AUTORIDAD EPISCOPAL

A propósito de la Carta Pastoral de los obispos vascos

BENJAMÍN FORCANO, teólogo

MADRID.

Algunos pensarán que voy a tomar partido a favor o en contra de la Carta de los obispos vascos. Ya otros lo han hecho, demasiados creo, y con acentos distintos. Mi planteamiento va por otra parte. Como se trata de un documento episcopal dirigido a cristianos católicos, quiero enmarcar estas mis reflexiones dentro de una frase que, por ser del Vaticano II, expresa un valor, una orientación y una fuerza vinculante superior a la de otros magisterios particulares. Me servirá de guía y debiera haber servido a los obispos, pues se refiere literalmente a situaciones descritas en su Carta Pastoral. Dice: "Muchas veces sucederá que la propias concepción cristiana de la vida inclinará en ciertos casos a elegir una determinada solución. Pero, podrá suceder, como sucede frecuentemente, y con todo derecho, que otros fieles guiados por una no menor sinceridad, juzguen del mismo asunto de distinta manera. En estos casos, de soluciones divergentes, aun al margen de la intención de ambas partes, muchos tienden fácilmente a vincular su solución con el mensaje evangélico. Entiendan todos que en tales casos a nadie le está permitido reivindicar en exclusiva a favor de su parecer la autoridad de la Iglesia. Procuren siempre hacerse luz mutuamente con un diálogo sincero, guardando la mutua caridad y la solicitud primordial por el bien común" (Gaudium et Spes, Nº 43).

Y añada el lector enseguida, como deducción lógica inmediata: a ninguna autoridad le está permitido prestar su apoyo en exclusiva a favor de uno de los pareceres.

Los obispos han intervenido para abordar temas que son de ética común y que atañen por tanto a todos los ciudadanos. En ese sentido no habría razón para se sintieran obligados a intervenir "desde lo que exige su misión propia".

Dicen que intervienen con una palabra pública y explícita por estar reclamándolo el pueblo. Y lo hacen con un tono que les lleva a identificarse con la Iglesia. Su doctrina sería la doctrina de "La Iglesia": "La iglesia comparte", "la iglesia aboga", "la iglesia no tiene como dogmas políticos", "la iglesia puede contribuir", etc.

Por otra parte, no parece que se hayan despojado del error preconciliar de hacer coincidir la Iglesia con la Jerarquía. Y como sería a ésta a quien corresponde una función docente y al pueblo la discente obran en consecuencia. De hecho, antes de publicar su Carta, no parece que la hayan preparado recogiendo el sentir y pensar de sus Iglesias Particulares. Sus valoraciones caen desde arriba como quien destapa la esencia de la verdad y espera un pleno asentimiento a ella.

Con toda seguridad, si hubieran consultado al pueblo, hubieran visto que una mitad más o menos, representada democráticamente por sus representantes políticos, estaba a favor de la ilegalización y otra en contra. Está, aquí, creo, el núcleo de la cuestión.

Si los obispos intervienen como servidores del Pueblo de Dios no deben olvidar que lo hacen como "principio y fundamento visible de su unidad" (LG, 23). Y esa unidad se rompe cuando se pretende imponer uniformidad donde es legítima la diversidad y se la suplanta con una opción política discutible cuyos razonamientos no pertenecen al ámbito de "fe y costumbres", objeto competente de su enseñanza.

Deberíamos acostumbrarnos a no intervenir cuando no nos compete y cuando no tenemos razones especiales para hacerlo. Ese "acostumbramiento" no es fácil porque hemos creído que, por el simple hecho de ser obispos, sabemos de todo como nadie y nos compete hacerlo. Son siglos en los que, una autosuficiencia dogmático-jerárquica, nos ha imbuido de que la verdad no viene sino de la jerarquía eclesiástica, aún tratándose de los temas más cotidianos y comunes de la vida.

No es la misión de los obispos meterse a dar lecciones de ética civil y política. Aquí no hay ninguna "gracia de estado". O se sabe o no se sabe, y se sabe por experiencia, preparación, estudio y competencia en el tema. Humildad, pues, para perder relevancia social y aceptar que el anuncio del Evangelio, para ser situacional, profético y audaz, debe ir a lo esencial, a los grandes principios iluminadores, y dejar a la disputa humana (incluida en la responsabilidad cristiana) el discernimiento de las cosas controvertidas. El Evangelio no sirve para cerrar en falso cualquier conflictividad humana importante y que, sin duda, dispone de criterios éticos naturales, más o menos universales, para su solución.

Esto no quiere decir que los obispos no puedan tener su opinión individual acerca de cuestiones humanas como cualquier otro ciudadano. Porque los obispos siguen siendo ciudadanos. Pero cuando hablan en cuanto Pastores de sus Iglesias Particulares, ateniéndose estrictamente a su misión, entonces la cosa cambia. Entonces, hablan desde la dignidad fundamental de toda persona y, sobre todo, desde la luz esencial del Evangelio, subordinando a la realidad suprema de la persona (hermana e hijo de Dios) cualquier otro accidente configurador de ella: "Todos vosotros sois hermanos". Y la hermandad es raíz y soporte de la convivencia social, clave de toda auténtica ciudadanía, y criterio universal para colocar en su debido lugar las diferencias de tipo racial, lingüístico, cultural, etc.

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ECLESALIA, 15 de junio de 2002

DOCUMENTO VATICANO SOBRE LA RENOVACIÓN DE LA VIDA RELIGIOSA

Lleva por título "Partir nuevamente de Cristo"

AGENCIA IVICÓN, 14/06/02

MADRID.

La Oficina de Prensa de la Santa Sede ha dado a conocer hoy, viernes, un documento sobre la renovación de la vida religiosa en el tercer milenio, elaborado por la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, que preside el cardenal español Eduardo Martínez Somalo, y que lleva por título “Partir nuevamente de Cristo”. El texto, que es una instrucción, presenta los retos que religiosos y religiosas han de afrontar al comienzo del tercer milenio, desde la disminución numérica hasta la globalización, pasando por la revisión de algunas obras tradicionales.

El documento ("Partir nuevamente de Cristo. Un compromiso renovado de la vida consagrada en el tercer milenio") está dividido en cuatro partes: la vida consagrada, presencia de la caridad de Cristo en medio de la humanidad; el coraje de afrontar las pruebas y retos actuales; la vida espiritual en primer plano; y testimonios del amor en la fantasía de la caridad.

La instrucción subraya que "en el primer lugar" debe colocarse "la vida espiritual", para vivir en plenitud la teología de los consejos evangélicos a partir del modelo de vida trinitaria, y destaca la importancia del testimonio, encarnado en caminos concretos al lado del que sufre. Además, el texto invita a proseguir con renovado vigor en el camino misionero y señala que hace falta cada vez más acompañar la proclamación de la Palabra con la realización de las obras de Dios, siguiendo el ejemplo de la Iglesia primitiva, aunque se debe también pagar el precio de la persecución. Junto al diálogo interreligioso, el documento indica, con la expresión "fantasía de la caridad", la importancia de ofrecer respuestas nuevas a las necesidades de los hombres y de las mujeres en el ámbito de la pobreza tanto material como espiritual.

El escrito es el resultado de la reunión plenaria de la congregación vaticana, celebrada en septiembre del año pasado. Esta mañana ha sido presentado oficialmente en la sede de la Congregación a los superiores y superioras generales, y mañana, sábado, tendrá lugar un debate sobre su contenido en la reunión que se celebrará en Roma con miembros de Curias Generales.

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La Voz de Asturias, 16 de junio de 2002

ÁNGEL GARCÍA FUNDADOR DE MENSAJEROS DE LA PAZ

"La Iglesia quiere a los 'gays' como a los demás católicos"

RAUL ÁLVAREZ

OVIEDO.

El padre Angel García ya está acostumbrado a avanzar en solitario por los pasillos de la Iglesia. Su trabajo con grupos sociales excluidos le coloca con frecuencia en posiciones heterodoxas y más avanzadas que las de la jerarquía. Esta semana ha saltado a los titulares con una posición que contrasta con la habitual prevención del clero católico hacia los asuntos sexuales. Está dispuesto a oficiar una misa para gays y lesbianas. Para él, no hay nada más natural: un sacerdote siempre tiene que estar a disposición de quien le reclama.

-- Cómo ha surgido la idea en estos tiempos de escándalos sexuales en torno a la Iglesia?

--Los organizadores del Día del Orgullo Gay me propusieron celebrar la misa. En principio, no veo ninguna dificultad. Como cualquier otro colectivo, siempre me tendrán disponible. La Iglesia les quiere como a los demás. Por qué no les voy a atender si también son hijos de Dios? Además, tampoco hay tantas novedades. La Iglesia siempre ha sido pionera en trabajar con los rechazados. Entre quienes me han pedido la misa hay católicos que creen en el mismo Dios que yo.

--Los documentos de la Iglesia, sin embargo, no son tan comprensivos. Aunque admiten la homosexualidad, prohíben manifestarla. Parecen pedir un imposible. Y hay obispos incendiarios.

--Ningún obispo puede ser intolerante, aunque ser comprensivo con alguien no significa estar siempre de acuerdo con él. Además, hay que ser humildes. El mejor escrito de la Iglesia es el que recoge lo que Jesús les dijo a las prostitutas: "Vosotras iréis por delante en el Reino de los Cielos".

-- Es por ese talante por lo que han recurrido a usted?

--Sé que algunos han querido hacer funerales por compañeros muertos y se han encontrado con dificultades en algunas parroquias. Yo creo que no puedo echar más leña al fuego en este sentido. Ellos también deben respetar a quienes no pensamos igual, pero yo, como persona y como cura, no puedo rechazar a nadie. Me parece que se sacan las cosas de quicio. Yo sólo evitaría decir una misa para proxenetas o para asesinos.

-- Cómo se toman sus superiores estas opiniones?

--Hombre, soy un poco incómodo, pero no afirmo nada contrario a las posturas tradicionales de la Iglesia. Insisto en que fue pionera en atender a quienes más lo necesitaban --presos, prostitutas, leprosos--, pero no soy un revolucionario. Cada uno puede decir lo que piense sobre los hombres, las mujeres y el matrimonio. Yo, por ejemplo, creo que para adoptar un niño lo ideal es encontrar un hombre y una mujer que formen una pareja estable. Será mucho mejor si están casados por lo civil. Y para mis ideas, aún mejor, si están casados ante la Iglesia. Pero no por eso voy a dejar de atender a otras personas.

--El caso de José Mantero, el sacerdote de Huelva que ha hecho pública su homosexualidad, ha causado conmociones. Qué conclusiones saca de él?

--He sido un testigo especial de su caso. He hablado con él, con su obispo y con los periodistas que se han interesado por el tema. Se emocionó porque lo único que quería era ayudarle. Lo quiero mucho, así que le animé a ser prudente y a no estropear la situación de la Iglesia y la suya propia.

--La Iglesia asiste también a un descubrimiento sin precedentes de casos de pederastia. Que impresión le causan a alguien como usted, que ha dedicado mucho tiempo a trabajar con niños?

--Si el Papa llegó a llorar al enterarse, cómo me voy a sentir yo. Por desgracia, estas personas se dan en casi todas las profesiones. Podría haberle tocado a otra. Pero conozco a muchos curas y sé que no son así. Se habla de estos casos, pero no de esos sacerdotes mayores que acaban su vida solos, después de una vida de servicio a los demás. En muchos casos, sólo cobran la pensión mínima, como el propio arzobispo Díaz Merchán. Por eso me parece preciosa esta profesión. Si tuviera otras oportunidad, volvería a ser cura.

--De todas formas, la Iglesia estadounidense intentó tapar esos casos. Aunque sean excepcionales, no debe exigírseles a los sacerdotes, por el trabajo que realizan, más responsabilidad que a los miembros de otras profesiones?

--Sin duda. Hay comportamientos que no se pueden disculpar ni comprender. Pero a algunas personas, no vale con castigarlas, también hay que ayudarlas. Yo dejo a los jueces que se ocupen de lo primero y me quedo con la parte buena. De todas formas, no podemos dejar que unos casos aislados emborronen la labor de los curas y misioneros que se entregan por completo. La Iglesia ha pedido perdón por sus errores y, además, hay en ella más elementos positivos que negativos. Cuando uno ve el ejemplo de Nicolás Castellanos o Pedro Casaldáliga, qué puede decir? La Iglesia hace más bien que mal.

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ECLESALIA, 18 de junio de 2002

SOBRE CIERTA CANONIZACIÓN

JUAN LEÓN HERRERO, párroco de la Sagrada Familia, 07/05/02

VALENCIA.

Cuando al socaire de una polémica canonización ya anunciada, se oyen voces complacientes, que no sólo ignoran el escándalo de tal hecho, sino que lo saludan con entusiasmo, creo necesario, si no urgente, que también llegue a la opinión pública alguna voz disidente que recoja el eco de muchos cristianos, que no consienten en ser identificados con aquellos que propugnan semejantes eventos; sobre todo si tenemos en cuenta que la discrepancia en estos terrenos de la sacralización y la idolatría es tan santa y evangélica, que el primer mártir, el único santo y única víctima, fue un disidente y marginal judío, anatematizado por la religión oficial y los poderes públicos, y desautorizado por los pontífices de su iglesia. Más aún, es de esa única santidad suya, de la que participan todos sus seguidores cuando se deciden a constituir una comunidad fraterna igualitaria y libre (no cuando fomentan estamentos, diferencias, privilegios y servilismo); y esto hace casi anecdótico el que a una determinada persona lo eleven a los altares sus incondicionales y sectarios; cosa, por otro lado, perfectamente comprensible y contra la que no habría nada que objetar en principio, pero que se convierte en escandalosa e improcedente cuando se pretende y consigue, que tal adoración sea de carácter público oficial y de obligado cumplimiento universal. Por eso, telegráficamente, me limito a expresar lo que en muchísimos círculos, conversaciones y encuentros, personas tan eclesiales (simul iusti et peccatores), como los promotores e instructores de esa causa, comentan.

Así, intentando resumir y condensar el sentir de una parte importante de la iglesia, habría que decir que la canonización del fundador del Opus Dei no es una cuestión banal o un mero acto de divulgación de la biografía de alguien, sino que:

1.- es grave, porque supone dar carácter oficial a un modo concreto de entender la expresión de la fe cristiana, modo ligado a comportamientos religiosos y realidades socioéclesiásticas anacrónicos, heterónomos y alienantes; y anteponerlo a otros modos más militantes y evangélicos, cuyas consecuencias sí se inscriben en la tradición testimonial y martirial de la Iglesia, y no -como es el caso de dicha canonización- en su influencia social y en su voluntad de reforzar modelos jerárquicos, autoritarios y centralistas.

2.- es significativa, porque indica cuáles son las preferencias y el horizonte que se intenta delinear por parte de la Curia Romana como perspectiva de futuro para la Iglesia Católica, reincidiendo en la autoridad, el centralismo, el clericalismo y la dependencia, propugnados por la engañosa espiritualidad y el vergonzoso oscurantismo del Opus Dei.

3.- es una provocación, porque en el momento actual, dando carpetazo a la apertura de un ya traicionado Concilio Vaticano II, promociona y bendice un comportamiento cristiano retrógrado, uniformista, intolerante, integrista y de corte fundamentalista, distanciándose de la esencial llamada a la unidad, fraternidad, igualdad, acogida y transparencia, propugnados por Jesucristo.

4.- es engañosa, porque bajo un mecanismo jurídico en apariencia estricto e irreprochable, se han sucedido las presiones, intereses, irregularidades e influencias, las cuales -incluso con mediaciones financieras- no han permitido que sea la iglesia (y no sus jerarcas ni la parte interesada) quien serenamente, con el paso del tiempo, ejerza su sensus fidelium; y se ha actuado con una celeridad, celo obsesivo y premura inusual y sospechosa.

Por todo ello, parece apresurado, imprudente e improcedente el proceso de canonización, y desde la propia responsabilidad en la fidelidad al evangelio y el respeto a la auténtica dimensión de la santidad de la iglesia (que no es categoría de los individuos, sino cualidad de la comunidad fraterna que camina con transparencia y limpieza, identificándose con Jesús y con los valores que él preconiza: no llaméis a nadie Señor...no llaméis a nadie maestro... no llaméis a nadie padre...), es preciso levantar acta de que hay una multitud innumerable de toda raza, lengua, pueblo y nación, que manifiesta su disconformidad con él, tal como se ha promovido, y, sin juzgar de la ejemplaridad o santidad de la persona, manifestamos nuestro rechazo del modo como se ha llevado a cabo y nuestro distanciamiento evangélico al respecto.

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La Clave, 21-27 de junio de 2002

¿POR QUÉ LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA SE OPONE AL CAMBIO DE LA MORAL SEXUAL?

BENJAMÍN FORCANO, teólogo

MADRID.

La pregunta es pertinente. Llevamos décadas esperando el cambio. El concilio Vaticano II dio razones para el cambio. Investigaciones y publicaciones de muchos teólogos formularon exigencias y aplicaciones de ese cambio. El pueblo (los simples fieles) ha contemplado con impaciencia ese cambio y, al final, ha visto con cansancio y hasta con decepción cómo se reafirmaban las normas de siempre.

La pregunta, ciertamente, apunta a la jerarquía eclesiástica, porque es ella la que sella, al parecer como inmutables, las normas recibidas, se empeña en hacerlas cumplir y vela para que no se altere el depósito de la ortodoxia católica. Crece así la opinión de una jerarquía dogmática, insensible, poco menos que incompetente para abordar temas que requieren una respuesta actualizada.

No habría mayor dificultad en admitir que la jerarquía procede así, llevada de su celo por conservar la verdad, ya que lo contrario significaría para ella apartarse de la tradición y ser infiel al Evangelio. Pero, con no menos seguridad se puede afirmar que su posicionamiento es desfasado.

En cuestiones morales importantes, de poco sirve empeñarse en caminar ciega o impositivamente. Vivimos, es cierto, en un mundo contradictorio y mil veces incoherente, pero al que no se le puede argumentar con tópicos, abstracciones o recomendaciones. Necesita razones.

La realidad empuja a no zafarse sino a dar la cara y comprobar la consistencia de las propuestas morales. Las encuestas nos dicen que en un porcentaje, que va del 60 al 75 %, las acciones y conducta de los cristianos de a pie, -el pueblo fiel- no se acomoda a la normativa oficial. En relación con el control de la natalidad, las relaciones sexuales prematrimoniales, la indisolubilidad matrimonial, la masturbación, la homosexualidad, el uso del preservativo en caso del sida, la valoración del placer sexual, el estatuto de inferioridad de la mujer, etc., por una parte va la normativa oficial y por otra la vida. Hay una disociación.

Este hecho delata un desajuste, una disfunción grave, que no es razonable desatender. Cuando una persona muestra síntomas de desarreglo, su salud cae bajo sospecha y enseguida inicia estudios sobre esos síntomas para poder establecer el diagnóstico y luego el tratamiento.

La Iglesia es como un organismo vivo, en el que los órganos dirigentes forman parte de él y a los que no les puede resultar indiferente el estado de su funcionamiento. Lo dice el mismo concilio Vaticano II: "Hay instituciones, mentalidades, normas y costumbres heredadas del pasado que no se adaptan bien al mundo de hoy. De ahí la perturbación en el comportamiento y aún en las mismas normas reguladoras de éste" (GS, Nº 7).

¿Se puede sostener, hoy en día, científica, antropológica, filosófica, teológica y bíblicamente que el matrimonio es un contrato exclusivamente para procrear; que el goce sexual es, por sí mismo, antinatural e ilícito; que la relación sexual cobra razón de ser sólo en su subordinación a la procreación; que el grado de acercamiento a Dios depende del grado de apartamiento y renuncia de la sexualidad; que la masturbación es objetivamente pecado grave; que la homosexualidad es una desviación y que su actuación es una perversión; que la indisolubilidad del matrimonio es un valor absoluto, que nunca y por ningún motivo se puede derogar; que todo bautizado casado, que se "recasa" civilmente, vive en un estado de concubinato y de pecado público; que el condón no puede usarse ni siquiera en caso de sida, etc.?

Frente a esta disociación entre la normativa oficial y la vida real, se dan dos posiciones: una más dura, conservadora y pegada al pasado; y otra, más flexible, progresista y abierta al futuro.

La tensión existe y, lejos de disminuir , parece aumentar, decantándose hacia la derecha en escalada progresiva. Dos posturas, de externa y aparente tolerancia, pero de activa y secreta intransigencia.

¿Es imposible una solución?

Como otros muchos, pienso que sí hay solución, pero a condición de que se quiera reconocer el hecho del cambio. O se admite el cambio y entonces habrá renovación; o no se lo admite, y entonces las cosas seguirán como siempre.

Y me apresuro a decir que es aquí donde está la cuestión. Porque nos encontramos en el siglo XXI, cuya situación no podemos parangonar con la de siglos anteriores. Este siglo viene precedido de un hecho que marca la civilización occidental: la modernidad. Y la modernidad significa igualdad, democracia y pluralismo.

Pero la Iglesia se atrincheró en la Edad Media y se puso a la defensiva contra la modernidad. Por lo que la Iglesia se opuso a la ciencia, la libertad, los derechos humanos y el progreso. Todo un corte, que distanciaba y contraponía, y que hacía que al cristianismo se lo considerara como sinónimo de reaccionario, integrista y antirrevolucionario. El concilio Vaticano II acabó, teóricamente al menos, con esa escisión y trató de establecer un puente de encuentro, respeto, diálogo, colaboración y convergencia con el mundo.

Conviene, pues, hacer de nuevo la pregunta: ¿Por que la jerarquía eclesiástica se opone al cambio de la moral sexual?

Para mí, la cosa va apareciendo cada vez más clara.

No se trata de que, en la Iglesia, esté cundiendo una corriente peligrosa de secularismo, de permisividad, de contemporización con la paganización del mundo presente. Podrá haber de todo eso, pero no es esa la cuestión. Quienes defendemos el "aggiornamento" de la Iglesia no lo hacemos porque nos creamos más virtuosos, más fieles, con más amor a la Iglesia, sino por una operación de simple honestidad: ¿Hay razones o no para el cambio?

Si lo desecháramos, estaríamos anunciando la muerte de la inteligencia y propugnaríamos el despotismo, pues resulta perentorio que la búsqueda de la verdad de las generaciones pasadas no ha llegado a su término, ni hace supérflua la nuestra.

La búsqueda se alimenta del conocimiento y éste es evolutivo. Como a su vez lo son las normas que guían el comportamiento. El código ético reposa sobre un determinado estado o momento del conocimiento. ¿Por qué, entonces, dar como definitivo el conocimiento de un momento histórico, de unos pensadores, de una escuela?

Este es el asunto. Se quiere dar como conocimiento inapelable lo que es un parcial conocimiento del pasado. Inapelable porque en algún momento fue formulado, valió para entonces y está bien que así fuera. Pero el problema surge cuando se lo quiere mantener como válido para el presente. Se olvida que el Evangelio es universal, válido para todos los tiempos, pero que en su aplicación histórica utiliza el vehículo cultural de cada época, sin que eso suponga ecuación entre uno y otra.

¿Por que la jerarquía eclesiástica se opone al cambio de la moral sexual?

Está a la vista: porque confunde la defensa de un modelo cultural determinado con la defensa del Evangelio.

Es más que evidente que la evolución del pensamiento nos permite hoy una mejor comprensión de la realidad. Hasta hoy la comprensión disponía de menos datos e informes sobre la realidad. Por eso precisamente ha entrado en crisis.

Muchas de las normas sexuales actuales se remontan a los primeros siglos (Patrística), se prolongan en la Edad Media y se mantienen hasta nuestros días. Pero hay que tener en cuenta que muchas de esas normas son expresión de la cultura de entonces y no precisamente del Evangelio. Esas normas son deudoras de un contenido cultural específico (platonismo, aritotelismo, estoicismo, maniqueísmo,...) y no sería acertado darles valor como si procedieran del Evangelio.

Los Santos Padres (Orígenes, Jerónimo, Ambrosio, Agustín, Tomás de Aquino,...) grandes doctores y grandes cristianos, llevan en sus cabezas esas culturas , dialogan con ellas y las utilizan como paradigma y vehículo para entenderse con los hombres de su tiempo y hacerles comprender la novedad del Evangelio. Pero cultura oriental y cultura helénico-romana han evolucionado, han mostrado carencias y contradicciones enormes y es normal que se las pretenda sustituir a través de la historia por otras más afines y conformes con la naturaleza del ser humano y del Evangelio.

Creo sinceramente que está aquí el núcleo de la cuestión. Yo no dudo de que muchos hombres de Iglesia, con autoridad institucional, cuando defienden la fidelidad a estas normas, lo hacen creyendo defender la fidelidad al Evangelio. Pero ese es el equívoco: defienden un modelo cultural (cosmológico, antropológico, filosófico, teológico, jurídico) hoy superado y en buena parte científicamente insostenible.

Es lo que se trata de comprender. Una moral sexual con apoyo en una antropología dualista, maniquea, procreacionista, condenatoria del placer sexual y exaltatoria de la castidad; una moral sexual con apoyo en una concepción de pareja patriarcal-machista, con primacía del varón y postergación de la mujer, basada en la desigualdad y en una complementariedad meramente biológica; una moral sexual con una visión de la persona dicotómica, con hostilidad entre el espíritu y la materia, en situación de impotencia por el pecado original y sin integración posible de ambos; una moral sexual forjadora de una espiritualidad que centra su lucha en la anulación de uno mismo, en la negación y maceración del cuerpo, en la huida del mundo y en el menosprecio de las realidades terrenas, que persigue una implantación idealista, suprahistórica del Reino de Dios, una moral así no tiene por qué durar siempre, presenta serios límites y está muy lejos de la moral evangélica. ¿Qué títulos puede presentar para ser identificada como cristiana?.

La evolución, pues, obliga a un cambio de paradigma cultural. Simplemente. Sin que por ello seamos infieles al Evangelio ni nos sea vedado buscar otro paradigma más en consonancia con las ciencias actuales y que vierta mejor las exigencias del seguimiento de Jesús.

Acaso lo más preocupante del tema sea que la Iglesia Católica no se ha inculturado en el nuevo paradigma de la modernidad, críticamente por supuesto, y se ha atrincherado contra ella. Sería esta una señal, muy reveladora, de que la modernidad no ha hecho mella en ella. Con razón muchos pueden preguntarse: ¿Pero es que tiene cabida la democracia en la Iglesia? ¿Puede implantarse en un régimen tan extremadamente autoritario? Sin democracia, no hay participación ni libertad. Y sin participación y libertad no hay cambio ni reforma.

La Iglesia Católica, sin dejar de lado sus grandes principios y sin renunciar a su peculiaridad, tiene que elaborar una moral universal en conjunción con el resto de la humanidad. El cristianismo no tiene respuesta específica a muchos de los problemas y debe, como exigencia de su fe, compartir la búsqueda de una ética de la dignidad de la persona y de sus derechos. La Carta Universal de los Derechos Humanos recoge unas pautas de moral mínima que vincula a todas las personas y pueblos.

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El País, 24 de junio de 2002

¿ENSEÑANZA RELIGIOSA ESCOLAR?

CASIANO FLORISTÁN, profesor emérito de la Universidad Pontificia de Salamanca

MADRID.

La enseñanza de la religión en la escuela se encuentra hoy ante un dilema de difícil solución. De un lado, vive en zozobra por su propia ambigüedad, ya que no casan bien los términos religión y escuela. De otro, la religión ha dejado de ser un factor de cohesión social y de identificación personal. No es fácil incorporarla como asignatura en la escuela pública.

Algunos padres y maestros católicos de talante dogmático pretenden que la clase de religión sea catequesis, como siempre lo ha sido; otros -creyentes o no- la entienden como enseñanza cultural religiosa necesaria y no faltan los que intentan eliminarla radicalmente de la escuela pública, al sostener que lo religioso es un valor acrítico e ineficaz; por consiguiente, el Estado aconfesional no debe subvencionar la clase de religión.

Antes de la transición política del franquismo a la democracia y del giro copernicano dado por el Vaticano II hubo en España una enseñanza religiosa escolar basada en el catecismo, obligatoria e impositiva, cuyos resultados a la larga han sido en general negativos. En la sociedad pluralista y secularizada actual, nuestros adolescentes y jóvenes manifiestan 'un soberano desinterés por la religión y el sentido religioso', según encuestas recientes de los sociólogos. Por otra parte, los logros religiosos adquiridos en un plano meramente cultural son mínimos e insignificantes. Según una encuesta reciente, la Iglesia es una realidad que apenas importa a nuestros jóvenes (el 6%), como la política (el 4%). De aquí no cabe deducir -sería una ligereza- que tanto la educación política como la cultura religiosa sobran. Sin duda, algo grave falla en nuestro sistema educativo.

El dilema se presenta entre una cultura religiosa para todos y una educación confesional propia de los creyentes. Con todo, no es fácil trazar una raya en la religión escolar entre lo meramente cultural y lo genuinamente religioso. Evidentemente, la religión no puede estar en la escuela si anula la personalidad, coarta la libertad o recorta el proceso educativo de los alumnos. Por el contrario, cabe en el cuadro escolar si por su propia naturaleza es educativa, humanizadora y liberadora. Las críticas a la religión han dado un giro notable, desde los maestros de la sospecha (Marx, Freud y Nietzsche) hasta los críticos actuales, respetuosos con el fenómeno místico y la teología de la liberación. La religión tiene que ver con lo inefable y con el ámbito del misterio, que no se reduce a lo puramente racional y lógico.

Es, pues, aceptable la religión escolar si sus objetivos coinciden con los del proceso educativo, aportando lo específico del dato religioso, relativo a las preguntas por los últimos problemas de la vida o por su sentido. La religión escolar puede ser defendida como un derecho de la persona relativo a la formación integral humana. Nuestra Constitución reconoce a los padres, incluso agnósticos o ateos, la elección para sus hijos de una educación conforme a sus creencias o increencias religiosas.

De otra parte, la enseñanza del fenómeno religioso es necesaria para interpretar la cultura heredada. Recordemos el cúmulo de referencias cristianas que poseen el patrimonio artístico, las fiestas y costumbres, los ritos populares y ciertas formas sociales de vida. Es decir, la religión se justifica en el ámbito escolar desde su capacidad cultural educativa e interpretativa.

Hace un par de años, un 78% de estudiantes optó por la asignatura de la religión en sus colegios, influidos probablemente por sus padres, que en el fondo demandan una religión al viejo estilo, propio de nuestras madres o abuelas cuando afirmaban ingenuamente de alguien que se desmandaba: '¡Si no tiene religión, cómo va a tener moral!'. En cualquier caso no cabe la imposición religiosa, pero tampoco se entiende el analfabetismo religioso de muchos estudiantes universitarios.

La religión pertenece a lo más íntimo y profundo del ser humano. Es lenguaje o forma de expresión. Entendida como cultura, permite echar una mirada honda sobre lo humano. Gracias a Dios, ha pasado la moda de ser antirreligioso para ir de progre por la vida, aunque algunos -ingenuos más que maliciosos- todavía siguen en sus trece. Desgraciadamente, vivimos las consecuencias de un país otrora católico por obligación y bíblicamente ignorante.

Parece razonable que la enseñanza religiosa puede estar en la escuela como materia académica, racional y razonable, e incluso crítica, que forme parte de la educación total. Claro está, la religión en la escuela exige un tratamiento académico particular: tiene que ver con la conciencia y la vida moral, con la fe, la ciencia y la cultura.

Por respeto a la libertad de conciencia no deberá tener la clase de religión carácter obligatorio ni siquiera en los centros católicos. La experiencia ha demostrado que su imposición es perniciosa, puesto que atenta contra la libertad religiosa. El Vaticano II nos recuerda que 'el descuido de la educación religiosa o la exposición inadecuada de la doctrina.... han vedado, más que revelado, el genuino rostro de Dios y de la religión' (GS 19).

Abogo, como muchos otros, por una oferta de cultura religiosa y ética general para todos los alumnos, por profesores convenientemente titulados, en aras de una convivencia democrática tolerante, libre y solidaria. No sólo por razones culturales, sino por el aprecio de valores, normas y actitudes derivados desde una religión bien entendida, sin proselitismos, apologéticas y laicismos.

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Atrio, 26 de junio de 2002

"CÓMO HABLAR DE DIOS EN UNA SOCIEDAD SECULARIZADA"

XI Encuentro estatal de curas obreros

ANTONIO DUATO

VALENCIA.

Existen aún "curas obreros". Se siguen reuniendo y hablando. Lo que fue la gran experiencia de la Iglesia preparatoria del Vaticano II se mantiene viva como resto y fermento de una posible renovación de la Iglesia. Esta es la esperanza que nos ha producido la lectura de este Comunicado* de su última reunión en Liria el 8 y 9 de Junio.

Era el año 1950. Habíamos asistido en Bruselas al 25º Aniversario de la JOC. Al regreso pasamos por París. Estaba el Cardenal Suhard, que impulsaba la renovación de la Iglesia por una conversión a la vida real de la gente. Con su ayuda había surgido la "Misión de París", los curas obreros. Conversamos con alguno de ellos. Y hablamos de lo que aportaban Congar y Chenú a la "Nueva Teología" que había recibido un "monitum" condenatorio de Pío XII: aceptación de la evolución pero sobre todo de la realidad social.

Después de esta época minoritaria y de fermento, la experiencia de la misión de la iglesia en el mundo a partir de la encarnación en la realidad de los pobres eclosionó en el Vaticano II y en los dinamismos que este generó. Pero tras la dudas y temores de Pablo VI, la decidida voluntad restauradora de Juan Pablo II y la ola neoconservadora que siguió a la caída del muro de Berlín, esta nueva experincia de sentir la misión sacerdotal haciéndose un hombre más entre los que sufren opresión y luchan por la liberación parecía que se se había sepultado.

Por eso nos ha causado sorpresa y esperanza el comprobar que la semilla queda ahí. Son experiencias vitales y profundamente religiosas que contituyen un fermento de enorme valor y potencia para el futuro.

Algunos, en ese camino por hacer presente al Dios de Jesús en una sociedad secularizada dejamos la vinculación ministerial con la Iglesia. Pero creo que en este ATRIO donde nos debemos encontrar todos, los que van y los que vienen, los que entran y los que salen, nos debe reconfortar que sigan existiendo dentro mismo del corazón de la mayor iglesia cristiana un "resto" de personas que siguen viviendo su entrega a Jesús y a su comunidad tan unida con su entrega al trabajo profesional y a la clase obrera. Por eso recibimos como soplo de aire fresco el Comunicado que presentamos y que invitamos a leer.

Una última consideración. Por esta experiencia de curas obreros ya no se ha interesado ni un sólo obispo español. Por eso ellos tienen que acudir a las palabras de ánimo que a sus compañeros franceses les dirigió intitucionalmente el Comité espiscopal francés para la Misión en el Mundo Obrero, que sigue existiendo en Francia a pesar de que los obispos franceses estén metidos en la cultura europea neocapitalista como nuestros obispos. ¡Qué diferencia!

* XI ENCUENTRO ESTATAL DE CURAS OBREROS

Lliria (Valencia) 8 y 9 Junio 2002

Asistieron curas obreros de Valencia, Madrid y Castilla y León y enviaron su participación por escrito compañeros de Asturias, Cataluña, Andalucía y Galicia que por motivos de salud o lejanía se vieron impedidos de asistir.

Este año ha versado el encuentro sobre el tema “COMO HABLAR DE DIOS EN UNA SOCIEDAD SECULARIZADA”. El punto de partida fue la experiencia que vivimos de espacios para la gratuidad y de las necesidades espirituales no cubiertas de nuestra sociedad secularizada que cuestionan y reformulan nuestras imágenes y discursos sobre Dios y lo religioso en general.

El discurso actual de la Iglesia es ininteligible a veces, abstracto y teórico otras. Los miembros más cualificados de la Iglesia se sitúan por encima de los problemas de los hombres y mujeres. Creemos que hablar de Dios implica vivir coherentemente y consiste en ser testimonio de humanidad en nuestro mundo y trasmitir una vida acorde con el evangelio. No son las palabras las que manifiestan a Dios, sino convicciones expresadas en prácticas de justicia realizadas desde los marginados y excluidos, como Jesús de Nazaret que elevó a cualquier ser human0o a la dignidad de hijo de Dios en el reino que predicaba y que empieza aquí en este mundo. Quienes viven al margen de la sociedad hoy son los sin papeles, sin techo o los explotados en trabajos precarios, temporales o desregulados y los que se hallan en el desempleo inmersos en la inseguridad diaria

El lugar de nuestro ministerio no son las parroquias, son especialmente los sitios de fractura social, y en especial el lugar del trabajo y todo lo que le rodea, como son los sindicatos, las organizaciones de barrios, los movimientos sociales, la exclusión, emigración, ong´s, etc. El trabajo profesional condiciona toda la vida. Depende del trabajo pertenecer a una u otra capa social, las relaciones personales, el nivel de vida, y el lugar del domicilio. El trabajo, la falta de trabajo o el tipo de trabajo es la raíz de la mayoría de las pobrezas actuales. El trabajo es un lugar primordial de presencia, en él se decide en gran medida, la vida, creencias y valores de las personas. Hay ahí una presencia y manifestación especial de Dios que hemos de descubrir a nuestros compañeros y compañeras. Por eso tenemos que estar presentes como unos más en el trabajo y todo su entorno encontramos a los hombres y mujeres a los que nos sentimos llamados y que difícilmente se les encuentra en los templos.

La pertenencia a una comunidad creyente es el otro punto de referencia donde se enmarca nuestro ministerio. No somos seres aislados; estamos en el trabajo como parte de una comunidad creyente que anuncia el Evangelio. En las comunidades cristianas de base vivimos, revisamos y celebramos la presencia de Dios en lo más determinante de la vida de las personas como es el trabajo. “Anunciad el Evangelio en todas las partes”.

El año pasado tuvo lugar el gran encuentro internacional de Estrasburgo, que acogió a 450 curas obreros de todo el mundo, especialmente de Europa. Estuvo presente el Comité Episcopal para la Misión en el Mundo Obrero de la Conferencia Episcopal francesa. En su mensaje reafirmaron los obispos su apuesta por los curas obreros en su mensaje: “Deseamos que continúen surgiendo vocaciones como son los sacerdotes, incluidos los sacerdotes obreros, sacerdotes en trabajos profesionales. Cuando asumís responsabilidades en organizaciones del movimiento obrero o en diversas asociaciones, recordáis que la lucha por la justicia es parte integrante del anuncio del Evangelio. Vuestra experiencia os cualifica para contribuir sobre cómo proponer la fe, la manera de hablar de Dios, con palabras y con hechos, que puedan ser recibidos por la gente como Buena Noticia”

Finalmente acordamos celebrar el próximo encuentro para el año 2004 en Madrid para facilitar el desplazamiento más accesible a la mayoría desde todos los puntos geográficos.

Luis Díez. Burgos (947.208.183). José Centeno.Valladolid (983.278.383) centeno01@grupobbva.net

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Diario Sur, 27 de junio de 2002

¿PELIGRO DE CONFESIONALISMO?

JOSÉ MARÍA GONZÁLEZ RUIZ, teólogo y canónigo de la catedral de Málaga

MÁLAGA.

Con motivo de un reajuste académico de la asignatura ‘religión’ se ha movido la ficha de una pretendida vuelta del confesionalismo cuando ya nuestra Constitución había proclamado a España como un Estado ‘aconfesional’. La queja ha venido normalmente de la parte civil, pero creo que la parte ‘eclesial’ tiene que definirse ante la condición ‘confesional’ de nuestra sociedad.

Confesional se entiende una sociedad, cuyas leyes están basadas en un determinado credo religioso. Así ha sido en múltiples ocasiones de la historia y continúa siéndolo en nuestros días.

El cristianismo empezó como una superación del confesionalismo. Jesús no fue un sacerdote, sino un laico. Se opuso a la repetida invitación que le hacían los ‘zelotas’ o guerrilleros que, acorazados en la rica tradición religiosa judía, pretendían rechazar el dominio romano sobre el pueblo de Israel. Los evangelios escenifican esta actitud anticonfesional de Jesús describiendo unas tentaciones, a las que se vio sujeto, y que concretamente eran tentaciones de poder. Siguió la línea que habían trazado los grandes profetas de Israel, que, libres frente al poder civil, tuvieron la osadía de tomar ante él una peligrosa actitud crítica, que les costó la persecución e incluso la muerte. Jesús también, crítico del poder judío (que en el fondo tenía una actitud colaboracionista con los romanos), fue perseguido por las autoridades religiosas, que al mismo tiempo lo eran en el campo civil, y llegó a ser ignominiosamente ejecutado por ellas mediante el horroroso castigo de la crucifixión.

Curiosamente sus mismos discípulos lo abandonaron en ese trance: uno, Judas, lo entregó; otros, como Simón Pedro, lo negaron cobardemente. Ellos esperaban que Jesús asumiera un compromiso político en nombre de su mensaje religioso. Aguardaban una situación ‘confesional’, a la que decididamente se negó Jesús.

Siguiendo esta línea, las primeras comunidades cristianas se puede decir que fueron rigurosamente aconfesionales. Esto está claro a lo largo de todo el Nuevo Testamento, empezando por San Pablo. En unos escritos primitivos, como la ‘Didajé’ (Doctrina de los Doce Apóstoles) o la ‘Carta a S. E. Diogneto’ se dice expresamente que los cristianos no traen un proyecto político o civil alternativo, sino que son ciudadanos como los demás, aunque su fe les exige a veces tomar actitudes concretas, como la de no ‘exponer’ a los recién nacidos, tratar a los esclavos como hermanos y procurar que las relaciones entre marido y mujer superen las de un mero pacto y cuajen en un amor recíproco.

Después de casi tres siglos de una actitud profética, que trajo consigo el duro sacrificio de muchos ‘testigos’ o ‘mártires’ por resistirse a admitir al poder absoluto o divino del emperador, Constantino, que era un político inteligente, comprendió que el ‘martirio’ era contraproducente y pensó que lo mejor sería procurar ‘integrar’ al cristianismo en el propio mecanismo civil del Imperio. Fue el primer fallo estructural de las comunidades cristianas y se dejaron ‘querer’ por la autoridad civil. Ésta naturalmente tuvo que asumir la ‘doctrina’ cristiana como ley imperial pero al mismo tiempo, la Iglesia tenía que pagar con su sumisión esta situación de privilegio. Así pues, el emperador asumió el título de ‘Pontífice Máximo’, convocó el Concilio de Nicea y se atribuyó la potestad de nombrar obispos. No podemos aquí seguir la historia de la Iglesia a lo largo de los siglos de su existencia. Pero, dando un salto, podemos decir que el confesionalismo no fue oficialmente rechazado sino en el Concilio Vaticano II en la segunda mitad del siglo XX. En dos documentos principales se trató el problema: en la Constitución ‘Iglesia y mundo’ y en el Decreto sobre libertad religiosa. Yo tuve la oportunidad de contribuir modestamente a la redacción de ambos documentos y puedo dar testimonio de lo que allí se pretendía.

La historia del papado está toda ella implicada en este problema de la imbricación de la Iglesia con los poderes terrenales, y todavía hoy la existencia del minúsculo Estado Vaticano sigue siendo un interrogante, que la teología derivada del Concilio intenta superar para la plena libertad de una verdadera evangelización.

Los españoles tenemos una larga historia del confesionalismo católico, desde el título de tales dado a los reyes hasta la llamada religiosidad popular que hace posible al exhibición de signos poderosos que en el fondo pueden coexistir con una actitud agnóstica e increyente.

Después de la dolorosa guerra civil el bando vencedor se amparó en la tradición católica, fue defendido por la jerarquía eclesiástica e impuso de alguna manera la práctica ‘religiosa’ como necesaria o casi a todos los ciudadanos.

En una entrevista que me hizo el semanario católico francés ‘Témoignage chrétien’ se me ocurrió calificar esta situación de ‘nacionalcatolicismo’, y esta expresión, asumida por el profesor Aranguren, sirvió desde entonces para calificar la España franquista.

Afortunadamente el paso hacia la democracia se pudo hacer sin trauma, y miembros importantes de la misma jerarquía católica contribuyeron a ello, como fue el caso del cardenal Tarancón, presidente de la Conferencia Episcopal.

Así se comprende que la existencia de una asignatura académica, denominada ‘religión’, suscite incomodidad a los que defienden -y con razón- la condición aconfesional de nuestro Estado. Pero no podemos negar que desde nuestra postura de teólogos, basados en el Concilio Vaticano II, quisiéramos que se distinguiera claramente entre ‘catequesis’ o enseñanza confesional de la religión católica y ‘fenómeno religioso’. Aquella debería reservarse para el ámbito estrictamente eclesial, mientras la otra abarcaría algo absolutamente necesario para conocer plenamente la sociedad en que vivimos. Y en este caso no será necesario que el nombramiento de tales profesores dependiera de la autoridad eclesiástica. Y esto seguramente sería más favorable para la misma fe cristiana.

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