18 - Marzo, 2003. Paz                    

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ECLESALIA 03/03

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VV.AA.

Revista de Pastoral Juvenil

03/03

ENCOMÚN

Cristina Ruiz Fernández

Alandar

03/03

"SER RELIGIOSO ES DEMOSTRARLE A DIOS QUE SE ES FELIZ". José Luis Cortés, dibujante

Juan Ignacio Cortés

Mujer de Hoy

01/03/03

“CASARME CON UN SACERDOTE NO FUE UNA DECISIÓN FÁCIL”

Ana Rosa Sánchez

ECLESALIA

04/03/03

CARNAVAL Y CENIZAS

Frei Betto

Diario de Yucatán

11/03/03

LAS MUJERES Y LA CONVERSIÓN DE LA IGLESIA

Raul H. Lugo Rodríguez

La Vanguardia

16/03/03

EVANGELIO SIN AGRESIVIDAD

Oriol Domingo

La Vanguardia

22/03/03

OLOR DE ROMERO

José Ignacio González Faus.

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Revista de Pastoral Juvenil, Nº 399, marzo de 2003

ENCOMÚN

Una apuesta por la dimensión comunitaria

CRISTINA RUIZ FERNÁNDEZ

"Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común"

Hechos de los Apóstoles 2, 44

Al hablar de vida comunitaria, la primera idea que suele venir a la cabeza es la de los religiosos y religiosas que viven en comunidades monacales. Pero la dimensión comunitaria de la fe va cobrando cada vez más fuerza en la vida de los seglares comprometidos. Un ejemplo de esta apuesta es Encomún, un colectivo que aglutina a más de 30 comunidades de múltiples procedencias y orientaciones.

Ser un seglar comprometido en la Iglesia de hoy implica una gran dosis de lucha: lucha por tener una voz, lucha por sentirse escuchado, lucha por tener unas opiniones propias, lucha por no sentirse solo... por no sentirse loco. La vida comunitaria es una ayuda importantísima en esta lucha y por eso cada vez más seglares cuidan esta dimensión de su fe a través de comunidades de base. No son necesariamente comunidades de convivencia, pero sí poseen lazos de fraternidad que permiten compartir la fe, la oración, las necesidades y las inquietudes.

Pero estas comunidades y grupos muchas veces se sienten solos dentro de las parroquias o instituciones y es alentador para ellos descubrir que no lo están, que existen otros grupos de seglares que tienen vivencias y preocupaciones similares. Para facilitar ese encuentro hace ya años que, en Madrid, varias comunidades de seglares decidieron crear un colectivo a través del cual poder relacionarse, encontrarse, ayudarse y dialogar.

Renovar la esperanza

Así nació Encomún, un punto de encuentro que no pretende construir ningún “movimiento”. No busca establecer de forma prioritaria criterios comunes, ni estilos, ni marcos de referencia. Más allá de todo eso, Encomún es un lugar para compartir, donde se trata libremente la vida de cada comunidad, donde no existen requisitos de entrada ni de salida. Una especie de isla de tranquilidad, diálogo y talante asambleario dentro de la Iglesia, donde renovar juntos la ilusión, la esperanza y el deseo de avanzar por donde sople el Espíritu.

Esta iniciativa surgió en Madrid, tras la marcha de José Ramón Urbieta de la Delegación de Pastoral Juvenil, cuando varios grupos de catequistas siguieron reuniéndose para reflexionar sobre el proyecto pastoral y organizar jornadas de formación para agentes de pastoral juvenil (APJs) entre otras actividades. Pero en estas reuniones, poco a poco cobraba entre ellos más importancia la experiencia comunitaria que la labor pastoral.

En 1992 el Equipo de APJs fija como objetivo apoyarse los unos a los otros en la andadura comunitaria y, para ello, comienzan a realizar encuentros anuales con contenido festivo y celebrativo. A partir de ahí va surgiendo la idea de una coordinación de las comunidades y para ponerla en práctica se elaboró una encuesta sobre las comunidades y sus inquietudes. Sobre la base de estos materiales se celebró la primera asamblea de comunidades en Valdemanco en mayo de 1996; allí se elaboraron las líneas generales de lo que es hoy Encomún.

Hay comunidades que permanecen desde aquella primera asamblea, como “Los Pelos”, “Jóvenes de Guadalupe”, “Manoteras” o “Los Gansos”. A ellas se han ido uniendo otras muchas: “Ágape 4K”, “Ítaca Diem”, “Sinaí” o “Senda”. Estas son algunas de las 30 comunidades que participan y colaboran actualmente en la organización del colectivo y que provienen de distintos puntos de Madrid, desde Carabanchel a Hortaleza o Vallecas.

Seglares en el camino del compromiso

Son, en su mayoría, grupos de seglares nacidos en la Iglesia local, formados por jóvenes o adultos que se han comprometido en el seguimiento del Cristo desde la dimensión comunitaria pero inmersos en la sociedad. Para formar parte de Encomún poco importa la procedencia, los distintos carismas o las vinculaciones. Importa lo comunitario como rasgo fundamental y fundante de ser seguidores de Jesús. Es un talante que une lo cotidiano a la vivencia comunitaria como forma de seguir y hacer Evangelio.

Desde ahí los seglares comparten vida libremente, se afianzan y revitalizan gracias a Encomún para seguir sintiéndose Pueblo de Dios en camino. Un gran número de estas comunidades siguen implicadas en las parroquias donde se formaron, con responsabilidades pastorales, litúrgicas, de acción social, etc. Sin embargo, muchas otras han sido “invitadas” a abandonar sus parroquias de origen o se han ido por propia voluntad por las más variadas razones. Esto se debe a la presión que los eclesiásticos ejercen en ocasiones sobre estos grupos, presión que puede ser llegar a ser muy intensa. Pero estas dificultades también se comparten y alivian en Encomún.

Organizarse para compartir y actuar

Cada comunidad desarrolla su propio proyecto comunitario y tiene su vida pero a través de este colectivo las comunidades se pueden relacionar, informar y formar. Los grupos se acercan a Encomún y participan de forma más o menos continuada en las actividades que desde la Asamblea de Representantes se organizan a lo largo del curso. Esta Asamblea reúne mensualmente a los representantes de cada comunidad para coordinar las distintas actividades formativas y los encuentros.

El trabajo se realiza a través de comisiones, que van asumiendo las comunidades. La organización interna y la apertura a nuevos grupos está a cargo de la Secretaría y la comisión de Acogida, ellos convocan las reuniones y actividades, actualizan la lista de comunidades participantes y se encargan de acoger a los recién llegados, así como de buscar lugares donde realizar las actividades.

También existen comisiones de Formación, Realidad Social y Realidad Eclesial, entre cuyos objetivo está el mantener a las comunidades al tanto de lo que ocurre en la Iglesia de Madrid y en los aspectos de la realidad que más atención requieren. A través de ellas se comparten las distintas actividades de acción social que lleva a cabo cada grupo, se proponen convocatorias, cursos y conferencias y se pide ayuda cuando es necesario. Mensualmente se elabora un Boletín que recoge información sobre todos estos aspectos, además de ecos de las comunidades, ayudas para la oración y propuestas de formación.

Encuentro, vivencia y formación

Uno de los objetivos de Encomún es compartir con otros su experiencia comunitaria; para ello pone a disposición de todo aquel que lo necesite cursos, materiales y encuentros. Anualmente lanza un curso de iniciación a la comunidad, ideado para aquellos grupos de jóvenes que empiezan a plantearse esta opción dentro de su crecimiento y su compromiso en la fe.

También se organizan, de forma trimestral, retiros, conferencias y encuentros abiertos a todos los miembros de las comunidades. En estas jornadas se comparte vida y oración, además de formación ya que ocasionalmente son invitados a ellas teólogos/as e intelectuales vinculados al cristianismo de base.

Reflexión y diálogo

La reflexión y profundización sobre asuntos eclesiales y sociales de interés común es también uno de los pilares de este colectivo. En las reuniones de las comunidades y en los encuentros intercomunitarios se dialoga sobre temas como la Iglesia que vivimos, el discernimiento, la transmisión de la fe...

El objetivo de la reflexión es encontrar posiciones comunes desde la riqueza de cada grupo y sin imponer nunca ningún tipo de criterios. Simplemente este colectivo de comunidades cristianas busca compartir planteamientos desde un talante abierto y postconciliar.

Estos temas se trabajan especialmente en el encuentro que se organiza en el mes de junio, a modo de clausura del curso. Una jornada celebrativa, abierta a todos los miembros de las comunidades pertenecientes y allegadas a Encomún (incluidos los hijos e hijas de las comunidades). En este encuentro el diálogo se une al compartir en la Eucaristía y los ratos de ocio.

Actualmente el tema de reflexión es la transmisión de la fe, materia central del actual Sínodo de Madrid. Encomún no puede participar como agrupación en dicho Sínodo al no estar inscrito en el “registro” canónico. Sin embargo, la mayor parte de las comunidades que lo integran sí están tomando parte activa en el Sínodo a través de sus parroquias o de otros espacios donde son acogidas (en el caso de las comunidades que no están vinculadas a ninguna institución eclesial).

Un lugar donde compartir

Pero más allá de la reflexión, Encomún también aspira a compartir y desarrollar proyectos sociales y pastorales, abriendo las convocatorias y las inquietudes de cada comunidad al resto. El objetivo es aunar caminos de vida, apoyarse cuando es necesario (en momentos de crisis, rupturas, necesidades) y dar cauces para seguir avanzando en el camino del Evangelio.

En resumidas cuentas, el colectivo de comunidades cristianas Encomún es un lugar de comunión entre hermanos que, a veces, no se conocen entre sí pero que se comprometen como seglares en una misma lucha y en un común y compartido seguimiento de Jesús. Esto hace más fácil el no sentirse en soledad y no perder las fuerzas para seguir caminando a pesar de las dificultades.

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Alandar, Nº 196, marzo de 2003

"SER RELIGIOSO ES DEMOSTRARLE A DIOS QUE SE ES FELIZ"

José Luis Cortés, dibujante

JUAN IGNACIO CORTÉS

MADRID.

Después de 25 años de publicar la segunda parte de su versión en cómic del Evangelio, José Luis Cortés completó el año pasado la trilogía con El Señor de los amigos, un libro sobre la pasión que, según él mismo reconoce, “no ha gustado a todos”. Para empezar, el trasfondo de sus dibujos es algo menos optimista (otros dirían más amargo) que entonces. Pero su obra sigue destilando un intenso vitalismo que, en su opinión, es la única forma consecuente con el mensaje de Jesús.

-¿Por qué, 25 años después, una continuación de ¡Qué bueno que viniste! y Un Señor como Dios manda?

-Durante estos 25 años he seguido haciendo cosas, no periódicamente, porque mi oficio no es el de dibujante. Como escribo en la introducción del libro, tras terminar Un Señor como Dios manda no veía como se podía tratar la Pasión de una forma que no fuese sangrienta. Ahora lo he visto mucho más claro. De hecho, en El Señor de los amigos no aparece la Pasión. Se ve la reflexión que yo hago sobre lo que pudo ser la pasión en la vida de Jesús y lo que puede ser la pasión para cada uno de nosotros: una especie de noche oscura en la que no ves claro, en la que dudas de todo, en la que te abandona todo el mundo. Tratada así, he tenido no sólo ganas, sino una cierta urgencia por hacerla. Hace 25 años lo hubiera hecho sólo por acabar la historia.

-Habla de ese abandono y de esa duda total como si reflejase una experiencia personal.

-Sí... sí. Una experiencia no tanto de fe como humana. A una cierta edad ves que para mantener las ilusiones hace falta mucha, mucha fe. Hay una época gloriosa, la juventud, en la que estar ilusionado es el estado normal. Cada vez eso es más difícil. Te conoces mejor a ti mismo, vas viendo fracaso tras fracaso de causas sociales, religiosas, políticas. También hay experiencias personales de fracaso: los amigos no te acompañan siempre como tú esperas, tú mismo no eres fiel a lo que piensas.

-Al leer El Señor de los amigos  se nota el mismo afán vital que hace 25 años tenían Un  Señor como Dios manda y ¡Qué bueno que viniste!, pero también un tono más amargo.

-Es verdad. La narración de la pasión no podía ser como ¡Qué bueno que viniste!, que es todo ingenuidad, alegría. Pero hay también una opción vitalista, que yo creo que tiene más mérito ahora que cuando escribí los otros libros. Aquí la afirmación de la vitalidad está puesta casi como un mandato de Dios. Es decir: es obligación vuestra ser felices. La forma de ser religiosos, de estar ligados, re-ligados a Dios, es demostrarle que sois felices. Eso va unido a una reivindicación de la vida para todo el mundo. Esa es la diferencia entre un cristiano y un hedonista: un cristiano es un fanático de la vida, y no puede tolerar que no haya vida para todo el mundo, y por eso se mete a luchar por todas las causas en las que se reivindique la vida. En eso, yo creo que el libro es más maduro y más desencantado, si quieres. Pero, para mí, tiene más valor todavía reivindicar el optimismo desde esas posiciones realistas y no desde la ingenuidad.

-Dice usted en el prólogo que no cree en la resurrección pero sí en Jesús.

-Yo no digo que no crea en la resurrección. Digo que no creo en la resurrección que nos suelen presentar, que es como una fiesta fallera. Una resurrección que consiste en guiñar un ojo desde la cruz y decir: “no os creáis nada de esto, porque esto dentro de tres días se ha acabado y estamos todos resucitados”. Esto quita mérito y valor a todo lo demás, al sufrimiento. La forma que yo tengo de reivindicar la sinceridad del padecimiento de Jesús, entendido también como abandono y como fracaso, es presentar la resurrección no como la de un cadáver redivivo, sino como la de un Jesús que es resucitado por el Padre. Creo que esa es la visión más ortodoxa que se puede tener de la resurrección: Jesús no resucita, Jesús es resucitado. Pero creo que eso está en nuestras manos, depende de nuestra vida y nuestro esfuerzo. Lo contrario no es creíble. Pero no es creíble incluso bíblicamente. Cualquiera que tenga tiempo, que se documente: los relatos de la resurrección del Evangelio son contradictorios. Y eso que están escritos 60 años después de la muerte de Jesús. Esto no funciona históricamente. ¿Por qué? Porque no es un relato histórico. Necesita, como entonces, una vivencia de fe.

-En lo que sí que no parece creer usted mucho es en la Iglesia como institución.

-Bueno, yo creo que la Iglesia no es la institución. La institución es un servicio que tiene la Iglesia. La Iglesia es la comunidad cristiana. Dentro de ella hay muchos servicios. Uno de ellos es el de los que están encargados de supervisar al rebaño. Hay mucha gente de esa que falla. Y si no lo decimos, nos unimos a ellos. Pero de ahí a decir que no creo en la Iglesia... No, no es cierto, porque ésa no es la Iglesia.

-Entonces, ¿qué sería para usted la Iglesia?

-La comunidad de Jesús, la comunidad de creyentes. Una comunidad que es creyente además de mala manera. La creencia es algo que construye durante toda la vida, y se hace en grupo, apoyándose unos a otros y poniendo en común en la Cena del Señor nuestras cosas, nuestros dramas, nuestras dudas, y también nuestra fe. Esa es la Iglesia. Una Iglesia que no se mantiene por sí misma, porque es débil, sino por la fe en Jesús.

-Dice usted en su libro que a la Iglesia le hace falta un nuevo concilio para no desaparecer más todavía.

-La Iglesia, entendida ahora mismo como la jerarquía, los documentos, la forma de entender la moral... Eso es algo que está totalmente fuera del mundo. Cada vez más. La Iglesia se ha ido alienando, encerrándose en sí misma y yo creo que, si abandona a Dios, pues Dios la abandonará, no tiene vuelta de hoja. Lo dice el Evangelio: “se os quitará a vosotros y se dará a quien se merezca”.

-Eso lo siente mucho la gente, ese alejamiento.

-Bueno, un  ejemplo muy claro es la moral sexual. La moral sexual oficial de la Iglesia, si no hiciera llorar, haría reír. Todo el tema del condón, de la homosexualidad... Son cosas que no tienen sentido.

-Mucha gente dice que estos argumentos críticos son los de un amargado, los de un renegado.

-Yo no me considero amargado, no es mi natural. Y renegado... Bueno, bienvenida sea la renegación, dependiendo de lo que se reniegue. Debajo de eso lo que se vislumbra es el argumento de que la verdadera Iglesia es la que permanece fiel a Pedro, la de las grandes cúpulas y grandes templos. Eso es verdad sólo a medias. La verdadera Iglesia no es la que permanece fiel a Pedro, sino la que permanece fiel a Jesús. Si tu comparas, yo creo que hay muchos más monseñores resabiados que ex curas resabiados. En todo caso, esto no es una competición para saber quién tiene razón, sino que se trata de saber por donde amanece la felicidad.

-¿El Señor de los Amigos tendrá continuación?

-Sí, se pretende que salgan más libros. Ahora estoy trabajando en una versión de los Hechos de los Apóstoles, que se llamará Tus Amigos no te olvidan. Si sale bien, puede ser muy actual, porque los Apóstoles se encontraron en una situación como la de ahora. Salían de la Iglesia judía, muy pequeña, muy miedosa, muy negra y se encontraron con un mundo brillante y vivo que era el mundo grecorromano. Eso es muy actual, porque hay que plantar cara a una Iglesia que se va quedando como una pasita, con sus dogmitas, y con sus cargos y sus polémicas vaticanas y decirles: si queréis quedaros, quedaros, pero nosotros nos vamos.

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Mujer de hoy, Nº 203, semana del 1 al 7 de marzo de 2003

“CASARME CON UN SACERDOTE NO FUE UNA DECISIÓN FÁCIL”

Desde que Emilia Robles Bohórquez y Julio Pérez contrajeron matrimonio hace 25 años han luchado para que la Iglesia admita la condición de sacerdote

ANA ROSA SÁNCHEZ

MADRID.

Parece como si el destino me hubiera llevado desde siempre a convertirme en la mujer de un cura. Cuando era pequeña estudiaba en un colegio de monjas y mi infancia estuvo muy marcada por lo que significó en la sociedad española el Concilio Vaticano II. Llegó como un bocanada de aire fresco, de renovación, y mucha gente se interesó por él. No era normal en aquella época que los niños leyeran el Evangelio y se fijaran en los textos, incluso había una cierta prohibición de leer la Biblia si no estabas acompañado por un adulto. Pero esta inquietud y la libertad que se respiraba en aquel colegio propició que sintiéramos la necesidad de pensar sobre lo que leíamos y desarrollamos una curiosidad que ha marcado mi vida.

Cuando tenía 17 años pensé en estudiar Teología, pero tenía que irme a Bélgica, y mi familia no disponía de medios. Decidí entonces estudiar Filosofía, aunque en la universidad me encontré con una situación conflictiva desde el punto de vista político. Tenía unos ideales fuertes de justicia y me percaté de la realidad de nuestro país. La universidad era un foco de pensamiento crítico. Los estudiantes tomamos conciencia con el mundo obrero, pero, además, yo pertenecía a una familia humilde. Decidí no acomodarme en mi papel de universitaria y conocer este mundo desde dentro, trabajando en una fábrica. Al principio, me lo planteé como una ocupación para el verano, pero me quedé ocho años en los talleres, conectando cables y soldando. Era una fábrica de 3.000 trabajadores y allí conocí a mi marido, Julio. Él era un cura obrero que había renunciado a su paga como sacerdote y cobraba sólo de la fábrica.

Yo no sabía que era sacerdote, para mí era un compañero más con inquietudes políticas y sociales semejantes a las mías. Luego me enteré, porque él no lo ocultaba, pero tampoco era el típico cura con alzacuello. Lo que al principio era simpatía se convirtió en amor. Él fue muy sincero conmigo y me dijo que yo le gustaba mucho, pero que quería seguir siendo cura. Tratamos de compaginar aquello, pero era como luchar contra la naturaleza y nos dimos cuenta de que había algo, que merecía la pena vivir como pareja. Decidí adentrarme en el significado del celibato y descubrí que era una ley de la Edad Media para evitar el reparto de las herencias de los clérigos y que estaba unida a una idea negativa de la sexualidad. Pensé que estábamos en otros tiempos y que lo que nos ocurría le pasaba a mucha gente, que también se sentía traumatizada y era incapaz de vivir su amor en paz. Me parecía que el enfoque de la Iglesia era negativo porque se consideraba una infidelidad: el cura que se casaba era infiel a su vocación pero yo creo que es al revés, que quiere ser fiel a su doble vocación: de cura y de hombre.

Casarnos no fue una decisión fácil. Los amigos comprendían nuestra posición y nuestro derecho a ser felices como pareja. Su familia me conocía como compañera y esto también influyó para que me aceptara. En mi casa no le conocían y, aunque no les parecía algo normal, tampoco se opusieron. Hay mucha gente que acepta que los curas se casen, lo que les parece fatal es la hipocresía de algunos que llevan una doble vida.

Tras el matrimonio él no renunció al sacerdocio, pero tampoco pretendía seguir diciendo misas. Según el Derecho Canónico, lo correcto es que él hubiera pedido una dispensa a Roma para dejar sus funciones e iniciar el proceso de secularización. Pero el procedimiento que había que seguir no nos parecía el acertado, porque teníamos que ir a un psicólogo que diagnosticara la falta de madurez para el celibato. ¿Acaso por ser célibe se es más maduro? Nos parecía una pantomima aceptar decir que Julio no era maduro en lugar de intentar cambiar la ley. La Iglesia ha dejado que se marchen sacerdotes muy válidos y nosotros decidimos que avanzar era lo correcto, en vez de ceder.

Desde que nos casamos, en 1977, hasta hoy, las cosas han cambiado mucho, incluso se alzan voces dentro de la jerarquía eclesiástica a favor del celibato opcional. Lo que se le pide al cura no es tanto el celibato como que de verdad esté comprometido con la gente. Toda la moral sexual de la Iglesia está muy marcada por el hecho de que quienes legislan son hombres célibes. Al no haber mujeres ni hombres casados la perspectiva está alejada de la realidad.

La boda la dirigimos nosotros; los numerosos sacerdotes que asistieron a nuestro enlace lo hicieron como testigos, ya que no queríamos implicar a ninguno para evitarles problemas. No pretendíamos que fuera una boda multitudinaria, pero sí que participaran de nuestra decisión y que no se enteraran por terceras personas de que el cura se había casado. Lo hicimos en un colegio, no en una iglesia, pero en aquella época nuestro matrimonio tampoco tenía validez civil.

Tenemos tres hijas, de 22, 17 y 14 años. Ellas siempre han vivido la situación con normalidad y no hemos pretendido nunca que nuestras opciones sean las de ellas. Se están educando en valores de solidaridad y están comprometidas socialmente. No las bauticé de pequeñas porque pensé que ellas deberían reflexionar sobre su bautismo. Su primera comunión no fue una fiesta de regalos y vestidos, sino que tuvo el verdadero sentido que debe tener. Ellas han decidido siempre desde la libertad.

Actualmente trabajo en el colectivo Somos Iglesia, en favor del celibato opcional y del sacerdocio femenino, además de otras cuestiones, como el compromiso con los pobres del mundo. Dentro de la Iglesia hay mucha gente que actúa de buena fe y está en una búsqueda constante, pero la propia estructura jerárquica no les deja avanzar. Defendemos la necesidad de paridad de la mujer, porque el bautismo nos iguala a todos: poco a poco tendrán que reconocemos.

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ECLESALIA, 4 de marzo de 2003

CARNAVAL Y CENIZAS

FREI BETTO

Carnaval significa “fiesta de la carne” y en sus orígenes era una fiesta religiosa. En vísperas de la Cuaresma, y ante la perspectiva de pasar cuarenta días en abstinencia de carne, los cristianos se hartaban de asados y frituras entre el domingo y el martes. El miércoles se ponían ceniza, evocando que venimos del polvo y al polvo regresaremos, e ingresaban en el período en que la Iglesia celebra la pasión, la muerte y la resurrección de Jesucristo.

La modernidad secularizó la cultura y, en cierto modo, vació el significado de las fiestas religiosas, hoy conocido apenas por los cristianos que están vinculados a alguna comunidad eclesial. Ciertamente ganó la autonomía de la razón y perdió la consistencia de la subjetividad. Se cambió San Nicolás, que en el siglo 5º distribuyó su herencia a los pobres, por la figura consumista de Papá Noel; el carnaval se transformó en fiesta de la carne en otro sentido; y se hizo de la Semana Santa un período extra de vacaciones.

Esa reificación de los ritos de paso se hace más evidente en este momento, en que la humanidad enfrenta una crisis de paradigmas. Destituido el leninismo de la condición de ciencia de la historia, y constatado el fracaso crónico del neoliberalismo en los países de América Latina, de Asia y de África, se da una emergencia espiritual en todo el mundo.

Parafraseando a Rimbaud, hay una “gula de Dios” que favorece el encuentro de la mística oriental con la doctrina cristiana occidental, introduce la new age y la gnosis de Princeton, pero también abre el campo a los mercenarios de la salvación, que predican sin quitar el ojo de la ambición, convencidos de que “al principio era el dinero” y si Jesús es el Camino, debe pagárseles a ellos el peaje...

El Miércoles de Ceniza nos motiva a reflexionar sobre esta experiencia inevitable: la muerte. El proceso reificador de la modernidad tiende a considerar descartables también los ritos de paso que se sobreponen a las esferas religiosas, como el nacimiento, el matrimonio y la muerte. Antes se moría en casa y, contra la voluntad del poeta, había llanto, velas y cintas amarillas.

Cuando era niño en Minas Gerais asistí a entierros que eran una verdadera fiesta, con toda la fuerza paradojal de la expresión. Había velorio y lloronas, licores y empanadas, coronas de flores y procesión fúnebre, misa de cuerpo presente y recomendación del alma en el cementerio. Hoy se muere casi clandestinamente, y el entierro se hace antes de que puedan ser avisados los amigos, como si nos resistiésemos a la idea de que esta vida escapa a nuestro absoluto control.

La evocación de la muerte incomoda porque remite al sentido de la vida. Sólo asume su muerte quien imprime a la vida un sentido altruista, capaz de trascender la existencia individual. Aparte de eso, la muerte es brutal ocultamiento de la vida. Sin embargo, ya no se enfatiza la cuestión del sentido de la vida. En la escuela se aprende a competir, a tener éxito, a dominar la ciencia, la técnica y el patrimonio cultural del que somos herederos. Pero no hay ninguna disciplina que prepare a los alumnos para las crisis casi inevitables de la existencia: el fracaso profesional, la ruptura afectiva, la enfermedad, la pobreza, la muerte. Socializada la ambición, cuantas veces el deseo tropieza en la frustración, se privatiza el consuelo: el alcoholismo, las drogas, el resentimiento, el lobo que nos devora el corazón.

Cada Miércoles de Ceniza la Conferencia de Obispos del Brasil lanza en todo el país la Campaña de la Fraternidad. Dedicada este año al anciano. Se alarga el período de vida de las personas pero no siempre se profundiza la atención que ellas merecen. Los mayores son marginados, abandonados por sus mismos parientes, descartados por los servicios sociales, vistos como incapaces o inútiles. Aunque la fe cristiana no hace el panegírico de la muerte, sí proclama su fracaso al colocar su eje en la resurrección de la carne, lo que significa el rechazo de todas las situaciones de muerte, desde el pecado individual hasta las estructuras sociales que exaltan el capital y humillan a la persona, incapaces de asegurar a tantos mayores una vida diga y feliz.

Proclamar que la vida tiene la palabra final, incluso sobre la muerte, implica también comprometerse para que nuestros ancianos no sean precozmente condenados a la muerte cívica y moral.

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Diario de Yucatán, 11 de marzo de 2003

LAS MUJERES Y LA CONVERSIÓN DE LA IGLESIA

RAUL H. LUGO RODRÍGUEZ

“En el tiempo de la cuaresma, la iglesia llama a sus hijos e hijas a la conversión”. Esta afirmación ha provocado siempre en mí cierta inquietud, porque me cuesta trabajo pensar en la iglesia como un ente distinto (la que llama) del conjunto de la comunidad de los creyentes (los llamados). Parecería solamente un recurso retórico eso de personalizar a la iglesia, pero si miramos bien la realidad, puede no serlo en absoluto. La iglesia no es solamente la suma de los individuos que la forman, sino tiene una personalidad corporativa que se manifiesta en un cuerpo de doctrina, de leyes, de ritos, que la conforman. Cuando preguntamos, por ejemplo, “qué opina la iglesia”, no nos referimos a la opinión actual de tal o cual católico (aún cuando éste católico fuera un ministro ordenado), sino que hablamos de tomas de posición a las que la comunidad cristiana ha llegado a través de la maduración de una reflexión de siglos. Tales tomas de posición derivan del recurso a los criterios que emanan del Evangelio y del discernimiento que la comunidad va realizando cuando se enfrenta a problemas nuevos.

Por eso no es incorrecto hablar de “conversión de la iglesia”. Sí, la iglesia necesita convertirse. No solamente han de convertirse los católicos y católicas de manera individual, sino que la institución eclesiástica está llamada a la conversión. Un antiguo adagio latino lo expresa con claridad: “Ecclesia semper reformanda”, la iglesia siempre está en proceso de reforma, de cambio, de conversión. La raíz de la que proviene la palabra conversión subraya la vuelta a las raíces. La iglesia ha de confrontarse siempre con el mensaje y la práctica de Jesús para normar su vida y sus instituciones. En este tiempo de cuaresma quisiera compartir algunos temas en los que me parece que la iglesia, como cuerpo visible, entidad social, comunidad de los creyentes, necesita una amplia, acuciosa, urgente renovación.

Y ya que acabamos de celebrar en todo el mundo el Día Internacional de la Mujer, comenzaré por el papel que ocupa la mujer en la iglesia. Que la iglesia necesita convertirse en este campo, salta a la vista. Las mujeres conforman, en la mayoría de las comunidades cristianas activas, una vistosa mayoría. El número de catequistas y misioneras mujeres sobrepasa en mucho al de los varones. Y hasta en el campo de aquellos que deciden dedicar su vida a la causa de la evangelización en los institutos de vida religiosa, la mayoría numérica de las mujeres es apabullante.

Una de las rupturas culturales más fuertes que realizó Jesús en su tiempo fue la relacionada con su trato hacia las mujeres. Uno de los más antiguos escribas que conocemos, Yosé ben Yojanán de Jerusalén (hacia el año 150 a.C.) afirma: “No hables mucho con una mujer” y después añade, “esto vale de tu propia mujer, pero mucho más de la mujer de tu prójimo”. Las reglas de la buena educación prohibían encontrarse a solas con una mujer, mirar a una mujer casada e incluso saludarla; era un deshonor para un alumno de los escribas hablar con una mujer en la calle. En una sociedad moldeada sobre estas ideas, en donde casi toda participación pública y religiosa le estaba vedada a las mujeres, Jesús rompió todos los esquemas: tuvo mujeres entre el grupo de sus seguidores, conversaba públicamente con ellas y las tocaba, se dejaba sostener económicamente por ellas, trató con mujeres pecadoras y fue a un grupo de mujeres a quienes constituyó apóstoles cuando las hizo anunciadoras del prodigio de la resurrección al mismo grupo de los Doce.

Otros libros del Nuevo Testamento nos muestran cómo, a pesar de la resistencia de las sociedades patriarcales de la época, la mujer jugó un papel decisivo e igualitario en las comunidades cristianas primitivas, en los servicios y ministerios que fueron gestándose por acción del Espíritu. Algunos de los llamados textos “antifeministas” de san Pablo pueden explicarse, precisamente, como signos de reticencia ante la preponderancia que iban cobrando las mujeres en la participación litúrgica de las iglesias primitivas. La organización interna de las primeras iglesias refleja el reconocimiento de la igual dignidad de la mujer y del varón. Y a pesar de los esfuerzos por ocultar las huellas de esta participación igualitaria, aun en ministerios actualmente reservados a varones, siguen saliendo a la luz documentos históricos que la atestiguan, al menos, hasta el siglo X. Yo creo que la iglesia debe convertirse, debe dar un giro hacia sus raíces, en lo que toca a la participación de las mujeres en la iglesia. Y debemos comenzar por lo más grave.

Hace algún tiempo una investigadora hizo un análisis de la imagen de la mujer en las catequesis prematrimoniales. Se encuentra en el libro “Íbamos a ser princesas”. Asombra leer las conclusiones. Una de las catequesis analizadas afirmaba que era “natural” que los varones tendieran a ser un tanto violentos, como si la mujer debiese ir al matrimonio dispuesta a no despertar al monstruo. La gravedad de la violencia intrafamiliar y las consecuencias de dolor y sufrimiento que ésta acarrea para las mujeres y las niñas en el interior de los hogares, debe ser motivo suficiente para que la iglesia haga una revisión seria de todos sus contenidos catequéticos en torno a la mujer, de suerte que no quede ninguna duda de la gravedad moral en la que incurre quien incentive o aliente el círculo de la violencia en la familia.

Lo mismo puede decirse de conductas que, aun civilmente, pueden llegar a constituir delito. He tenido noticia cierta de un colegio católico del cual fue despedida una maestra, “casualmente” en el momento mismo en que declaró que estaba embarazada. ¿Con qué cara hablaremos del reconocimiento y la vigencia de los derechos de las mujeres si dentro de las instituciones y empresas dirigidas por profesionales que se confiesan abiertamente cristianos continúan ocurriendo esta clase de arbitrariedades discriminatorias? La iglesia debe dar un signo inequívoco de que respetará y hará todo lo posible porque sean respetados los derechos de las mujeres.

Y no por menos grave deja de ser menos urgente que todos en la iglesia nos convirtamos a una revaloración de la función de la mujer, a aquello con lo que, desde su peculiaridad femenina, puede ofrecer al conjunto de la comunidad. Hace unos días tuve la suerte de participar en una oración organizada y dirigida por mujeres. La abundancia de signos, la vivacidad de los testimonios, la hondura del sentimiento, la pluralidad en la participación, me dejaron nostálgico. ¡Cuánta falta hace la mano femenina en la organización de nuestro culto! ¡Qué vergüenza que todavía pensemos que su máxima aportación ha de ser el arreglo del altar o la colocación de las flores!

La conversión de la iglesia en relación con las mujeres terminará, inevitablemente, por replantear su participación en las funciones directivas y en los ministerios de conducción. De nada servirá que usemos argumentos de autoridad para querer evitar que estos temas sean tratados en el seno de nuestras comunidades. Cada vez más laicos y laicas, adultos en su fe, quieren decir su palabra al respecto y tienen derecho de hacerlo. En la iglesia tenemos que aprender a escucharnos todos, ya que creemos que el Espíritu Santo habita en todos.

En este tiempo de cuaresma todos en la iglesia hemos de sentirnos llamados a la conversión. Con paciencia histórica, pero con paso firme y decidido, tenemos que volvernos al Dios de Jesucristo.

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La Vanguardia, 16 de marzo de 2003

EVANGELIO SIN AGRESIVIDAD

Sectores eclesiales debaten con preocupación
el trato que la Iglesia recibe de los medios de comunicación

ORIOL DOMINGO

MADRID.

La jerarquía eclesiástica y diversos sectores eclesiales están preocupados por el trato que los medios de comunicación dan a la Iglesia y debaten sobre la relación más adecuada que debería darse entre las dos partes. Ésta fue una de las cuestiones abordadas en las jornadas sobre “Periodisme i religió” celebradas en Montserrat. Profesionales vinculados con la información religiosa intercambiaron opiniones con algunos monjes como el abad Josep Maria Soler, el prior Ramon Ribera-Mariné y el portavoz del monasterio, Ignasi Fossas.

Uno de los obispos auxiliares de Barcelona, Joan Carrera, abrió el debate planteando, desde su perspectiva cristiana y episcopal, un interrogante y dejando claro un objetivo: “¿Cómo podemos hoy en día difundir el mensaje de Jesús? Todo el Evangelio está lleno de la comunicación de Jesús. El objetivo de la Iglesia es comunicar el mensaje y la persona de Jesús”.

A partir de este planteamiento, Joan Carrera apuntó unos criterios de fondo que tener en cuenta a la hora de informar sobre acontecimientos que afectan a la Iglesia y al hecho religioso. Afirmó: “El Evangelio, el Evangelio de la misericordia, es infinitamente superior y más importante que las estructuras y las leyes de la Iglesia”.

Sentado este primer principio básico, el prelado catalán se refirió a dos hechos que han sido objeto de amplio tratamiento informativo como son la postura de Juan Pablo II contra la guerra en Iraq y la actitud del episcopado de Nicaragüa en el caso de la niña violada, que quedó embarazada y que abortó en un clima confuso sobre la que gravitó una supuesta excomunión aunque, al final, ello fue desmentido por el obispo Miguel Obando. Carrera comentó al respecto: “Yo estoy con el obispo Carlos Amigo que considera que sobraba una explícita excomunión. Expresiones duras habidas en este caso eclipsan, en cierta manera, el sentido más profundo del Evangelio. Y nunca hemos de eclipsar el Evangelio con nuestras reacciones. Recordemos el episodio en que Jesús recibe a la adúltera a la que quieren apedrear. Jesús no se pone a favor del adulterio, pero se pone a favor de la persona y contra la hipocresía. No condena a la mujer pero no justifica el adulterio”.

El obispo Carrera expuso un segundo criterio. Explicó que se ha producido, después del concilio Vaticano II, un fenómeno consistente en que ha habido cristianos que han pasado de la autocrítica por el papel desempeñado por la Iglesia en el pasado a tener un complejo de inferioridad, y algunos sectores han pasado del complejo de inferioridad a la agresividad. Carrera comenta: “Hay que descartar complejos pero me alarma ver síntomas de que algunos pasan de la superación del complejo de inferioridad a la agresividad. No hay que ser agresivos. Y es que se trata de lograr una aceptación libre, personal y amable del Evangelio. Pero esto nunca se consigue por la vía de la agresividad”.

Otro criterio, según Carrera, es aceptar la diversidad y la pluralidad existentes en la Iglesia. Comentó: “Un mal de nuestra época es empequeñecer nuestra Iglesia. Esto se produce cuando hay sectarismo y se opta con exceso por un sector, o una interpretación, o una modalidad de la vida cristiana hasta el punto de excluir a los otros. No tenemos derecho a las excomuniones de hecho que unos se dictan a otros”. Además, Carrera aboga por tener en cuenta, también informativamente, “el día a día humilde de las comunidades cristianas porque la Iglesia es la institución –con la jerarquía, el Papa y los obispos– y también es la vida del pueblo fiel con su diversidad de comunidades.

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La Vanguardia, 22 de marzo de 2003

OLOR DE ROMERO

JOSÉ IGNACIO GONZÁLEZ FAUS

El 24 de marzo de 1980 caía asesinado el arzobispo de San Salvador Monseñor Romero, mientras celebraba misa en la capilla de un hospital de cancerosos. Antes de llegar hasta ahí, el Departamento de Estado enviaba quejas al Vaticano muchos domingos, por la homilía predicada en la catedral por el arzobispo.

En un mundo supersónico y sin memoria 23 años son muchos. Para entender por qué fue tan conflictivo quisiera recoger, en este diminuto espacio, algunas de sus palabras. Me limito a dos temas: 1) predicación y 2) Iglesia; con sólo una alusión final a su lucha contra la tiranía económica y política de su país. Las frases que siguen entre comillas están tomadas de sus homilías, aunque razones de espacio me impidan dar la cita.

1. “Muchos quisieran una predicación tan espiritualista que dejara conformes a los pecadores, que no llamara idólatras a los que están de rodillas ante el dinero y el poder”. “Consideraciones piadosas bonitas que no molestan a nadie: así quisieran muchos que fuera la predicación”. Cómo no van a querer eso si están demasiado acostumbrados por la misma Iglesia a “una palabra sin compromiso con la historia, que puede sonar en cualquier parte del mundo porque no es de ninguna parte del mundo”.

A la objeción de que así se rompería la unidad de la fe, monseñor Romero responde que el evangelio, como el sol, es el mismo en todas partes, y sin embargo “se diversifica en flores y frutas según las necesidades de la naturaleza que lo recibe”. Más aún: una palabra de Dios “segregada de la realidad histórica en que se pronuncia ya no sería Palabra de Dios”.

2.- “Una Iglesia que no se une a los pobres, para denunciar las injusticias que con ellos se cometen, no es la verdadera Iglesia de Jesucristo”. “No es un prestigio para la Iglesia estar bien con los poderosos... (sino) sentir que los pobres la sienten como suya”. Romero predicaba esto en un momento en que otros, que luego hicieron buena carrera eclesiástica y llegaron al cardenalato, estaban de nuncios en países del Sur, colaborando con las dictaduras y los asesinatos, al menos con su silencio cómplice y su negativa a escuchar a las víctimas, cuando no jugando al tenis con los dictadores. A ellos contrapone Romero esta visión de la Iglesia: “Una Iglesia que no sufre persecución, sino que está disfrutando los privilegios y el apoyo de las cosas de la tierra, ¡tenga miedo!: no es la verdadera Iglesia de Jesucristo”. Frase que repite con frecuencia, a veces, con la observación de que “me alegro de que nuestra Iglesia sea perseguida precisamente por su opción preferencial por los pobres”. Pues “la Iglesia, encargada de la gloria de la tierra (¡qué hermosa expresión! añade el articulista), siente que en cada hombre hay una imagen de su Creador y que todo aquel que la atropella ofende a Dios”. Naturalmente, de esta visión de “la gloria de la tierra” surgen consecuencias incómodas: “¿De qué sirven hermosas carreteras y aeropuerto, hermosos edificios de grandes pisos, si no están más que amasados con sangre de pobres que no los van a disfrutar?”. Esto provocó la clásica respuesta indignada: ¡que no se meta en política!. Pero para esa respuesta, Romero tenía siempre la misma contrarréplica: “Toda mano que toca la vida, la libertad, la dignidad, la tranquilidad y felicidad de los hombres, de las familias y de los pueblos, es una mano sacrílega y criminal. Toda sangre, todo sufrimiento, todo atropello que cause un hombre a otro hombre se convierte en un eco de la maldición de Caín”. Porque “con Cristo, Dios se ha inyectado en la historia”.

Si esto vale de la Iglesia “hacia fuera”, Romero piensa igual de la Iglesia hacia dentro. Él sabía que “una Iglesia que sólo condena, que sólo mira pecado en los otros y no mira la viga que lleva en el suyo, no es la auténtica Iglesia de Cristo”. Y procura comenzar por sí mismo y su tarea episcopal: “Si con un sentido de autoritarismo yo le digo a un sacerdote: ‘¡no haga eso!’, o a una comunidad: ‘¡no vaya por ahí!’, y me quiero constituir como que yo fuera el Espíritu Santo y voy a hacer una Iglesia a mi gusto, estaría extinguiendo el Espíritu”. Y sigue hablando de su tarea episcopal después de dar gracias por todos los “dones del Espíritu” que encuentra en su diócesis, en comunidades de base, campesinos, comunidades religiosas...: “si yo fuera celoso como los personajes del evangelio y de la primera lectura de hoy, diría: ‘prohíbasele que hable, que no diga nada; sólo yo obispo puedo hablar’”. Pero “no, yo tengo que escuchar qué dice el Espíritu por medio de su pueblo... recibir del pueblo y analizarlo y, junto con el pueblo, hacerlo construcción de la Iglesia”. Me acuerdo de un viejo refrán: quien sea cofrade que tome candela...

Acabo con dos frases sobre el cristianismo: “Una religión de misa dominical pero de semanas injustas no gusta al Señor”. “¿Cómo podrán rezar ciertas gentes el Padrenuestro a Dios, si más bien le tratan como a uno de sus mozos y de sus trabajadores?”

El célebre poema que le dedicó Pere Casaldàliga terminaba con estas palabras: “Nadie hará callar tu última homilía”. Esa última homilía puede referirse tanto a la muerte violenta de Romero como a las palabras con que concluyó su prédica el domingo 23 de marzo de 1980 y que hoy vuelven a estar de moda: “Ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: no matar. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios... En nombre pues de Dios, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la represión!”.

Al día siguiente sonó el disparo.

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