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Actualidad - Nº 4 - Mayo 2001

  "En esto
   conocerán
   todos que sois
   mis discípulos,
   en que os amáis
   unos a otros."

          
Juan 13, 35

 

DEMOCRATIZAR LA IGLESIA

Jesús Hurtado Martínez
makapu@terra.es
 

  Queridos hermanos en Cristo:

       A mi modo de ver la Iglesia tiene una influencia mínima en la sociedad, influencia que va disminuyendo y reduciéndose a aspectos meramente folclóricos. Por ejemplo, la gente acepta el casarse por la Iglesia pero acepta cada vez menos la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio. Algo hay en la Iglesia que no funciona, algo debe cambiar. Una parte de ese algo que debe cambiar creo que es la democratización de la Iglesia. Idea que me parece que no es nueva ni ajena a lo que es la vida de la Iglesia. El Papa se elige por votación, los superiores de comunidades religiosas se eligen por votación, los presidentes de las conferencias episcopales se eligen por votación... Y no sé si hay algún cargo más. Aunque en el pasado creo que hubo una época, bastante gloriosa, en la que los obispos eran elegidos por sus fieles.  

En una sociedad feudal el señor impone su voluntad a sus súbditos y así se consigue una unidad entre la autoridad y el súbdito pues a éste no le queda otro remedio que obedecer. Pero en una sociedad democrática el "señor" no puede imponer su autoridad a sus iguales; si éstos no aceptan la imposición lo que se produce es el caos. La solución está en que los miembros de esa sociedad elijan a quien quieran que sea su dirigente; de esta manera hay unidad entre la autoridad y los miembros de la sociedad. Este segundo sistema de gobierno me parece que es mejor ya que respeta más a la persona y confía más en las personas a las que considera capaces de descubrir; esto es bueno para ellas y para la sociedad en la que viven.

Les mando unas reflexiones simpáticas que, espero, lean sin aburrirse.

Estaba San José tomándose unas cañas con sus colegas cuando para entrar un poco en polémica le preguntó a su amigo el hojalatero

- Oye Juan, en la celebración de la Eucaristía, ¿quién crees que desempeña la función más importante?

- El hojalatero, por supuesto -respondió Juan sin vacilar.

- ¿Nos quieres explicar eso?- le dijeron todos los demás Y él contestó.

- Para celebrar la Eucaristía hace falta vino ¿no? Pues bien, decidme a mí si no hubiera un hojalatero que hiciera un cáliz, cómo se podría tener el vino. Porque el pan se puede poner en cualquier sitio pero si no hay un recipiente decidme dónde se puede mantener el vino. Entonces, si no hubiera un cáliz no se podría celebrar la Eucaristía pues no habría vino; la función más importante es la del hojalatero

Un razonamiento que no admitía réplica y que dejó a todos sin habla. Pero el minero que le oyó dijo: “Y si yo no hubiera extraído el mineral de la tierra, dime, ¿con qué habrías hecho tu cáliz?”

El bodeguero dijo: “Nos queréis hacer creer que el recipiente es más importante que lo que contiene, si no hubiera hecho yo el vino ¿de qué valdría tu cáliz? Por consiguiente mi función es más importante.

A esto añadió el viticultor “Si yo no hubiera criado las uvas, ¿con qué ibas a hacer tú el vino?

El panadero dijo :”Creo que os olvidáis de algo, si no hubiera pan tampoco podríamos celebrar la Eucaristía”.

El agricultor respondió: “Yo que cultivo el trigo soy él más importante”. Pero el herrero le contesto: “Si yo no te hubiera hecho los arados ¿con qué ibas a cultivar el trigo?”

La cosa se iba acalorando. Ahora es el médico el que interviene: “Si yo no os hubiera cuidado a todos vosotros cuando estabais enfermos seguramente todos vosotros hubierais muertos y no tendríamos ni vino ni pan ni nada, así que decidme quién es más importante que yo”. Y el maestro le respondió: “Si yo no te hubiera enseñado a leer y escribir dime cómo habrías llegado tú a ser médico”. Y ya nadie se quería quedar sin resaltar la importancia de su trabajo con relación a la Eucaristía

El guardia civil dijo: ”Si nosotros no mantuviésemos el orden, la sociedad sería un caos y nada funcionaría”; los transportistas dijeron: “ A ver quién lleva cada cosa al sitio que hace falta”; los zapateros dijeron: “¿Quién se movería a gusto si no le calzásemos nosotros?” En fin, todo el mundo habló y puso bien claro que sin su colaboración la sociedad se pararía pues en algún momento cada uno era un eslabón sin el cual se interrumpiría la cadena. Hasta las criaturas de la naturaleza pusieron de manifiesto su tarea: la hermana tierra dijo: “Yo os sustento y os doy cuerpo a todos”; el hermano sol dijo: “Yo con mi calor hago posible la vida”; las estrellas más lejanas dijeron: “Hasta nosotras aportamos una parte de nuestra luz y de nuestro polvo, hacemos que os podáis orientar en la noche”; las plantas dijeron: “Nosotras con nuestros cuerpos en descomposición hacemos fértil la tierra”; los microorganismos dijeron: “Nosotros somos los que descomponemos el cuerpo de las plantas para que la cadena de la vida pueda seguir”...

La discusión continuó y la verdad es que vieron que lo que cada uno de ellos decía era cierto. Si no hay recipiente no se puede tener vino, si no ha mineral para hacer el metal no hay recipiente, si no hay uvas o trigo no hay ni vino ni pan... En , que todo era una cadena en la que en algún momento la obra de los demás depende de la intervención personal de uno de sus miembros. Por lo que concluyeron que todos y cada uno de ellos eran imprescindibles a la hora de celebrar la Eucaristía, pues la elaboración del pan y del vino era una tarea conjunta en la que todos intervenían. El pan y el vino son frutos de la vida de la comunidad, frutos de la tierra y del trabajo del hombre, frutos de las criaturas de Dios, de la creación y de la actividad humana que son trasformados por intervención de Dios en el cuerpo y la sangre de Cristo.

Extraña conclusión: TODOS Y CADA UNO SOMOS INDISPENSABLES PARA CELEBRAR LA EUCARISTIA. Todos somos parte de un cuerpo donde un miembro no puede decir a los otros miembros “No os necesito” por muy importante que se crea; si falta algún miembro el cuerpo no funciona.

En otro tiempo y en otro lugar hubo una reunión a la que sólo acudieron clérigos. Su preocupación sincera era el descubrir cuál era la esencia, el núcleo, el centro de la vida de la Iglesia a fin de potenciar y desarrollar al máximo la vida de la Iglesia.

Su conclusión fue que el centro de la vida de la iglesia era la celebración de la Eucaristía. Pero no se conformaron con esta afirmación general y quisieron llegar hasta la esencia misma y concluyeron que lo más importante era la consagración, pues con la consagración hacemos realmente presente a Cristo en medio de nosotros. Y, dado que los únicos que tienen el poder de consagrar son los sacerdotes, ellos eran imprescindibles para celebrar la Eucaristía. Claro que se necesita pan y vino pero con muy poco dinero se pueden conseguir. Su razonamiento no se quedó ahí: de imprescindibles pasaron a ser los únicos necesarios para la vida de la Iglesia, pues podían celebrar la Eucaristía sin ayuda de nadie. Los seglares pasaron a ser sujetos pasivos en la vida de la Iglesia; lo único que deberían hacer es recibir las gracias que Dios derramaba sobre ellos a través de los sacerdotes.

El clero le dijo al laicado: “Sois prescindibles, no os necesitamos, como no sois sacerdotes no sois nada en la Iglesia”. No se lo dijo de palabra, textualmente, pero sí con los hechos. Los laicos no eran necesarios para consagrar, para hacer realmente presente a Cristo entre nosotros y, por consiguiente, no son más que un añadido ya que la razón de ser de la Iglesia, el hacer presente a Cristo entre los hombres, se cumple perfectamente sin su colaboración.

El convencimiento por parte de la autoridad de la iglesia de que los únicos imprescindibles en la celebración de la Eucaristía son los sacerdotes es un virus que ha dañado y todavía esta dañando la configuración de la iglesia. Daña su organización, donde los seglares son un cero a la izquierda y daña su misión, centrándola en lo sacramental y olvidándose del deber de la iglesia de traer paz, justicia, fraternidad, prosperidad... Al mundo en que vivimos pues estos deberes no son los del sacerdote.

Hoy día el clero habla de otra forma, ya no dicen que los seglares son prescindibles pero la verdad es que no saben decir por que son tan imprescindibles como ellos. Y, por otra parte, tantos años oscuros en los que la Iglesia prescindía por completo de los seglares han creado una mentalidad y una estructura de la Iglesia que perdura y que imposibilita o, al menos, dificulta en grado sumo la integración de los seglares como miembros de pleno derecho en la estructura de la Iglesia.

La Iglesia ha de reconocer que sin la participación de los seglares no se puede celebrar la Eucaristía, no es que no se deba, es que es materialmente imposible pues sin pan no se puede celebrar la Eucaristía y el pan y el vino lo confeccionan la actividad de los seglares, la actividad de la vida misma de la sociedad, de la humanidad. Dios no desliga el pan de quien lo ha producido, fruto de la tierra y del trabajo del hombre. El pan tiene dueño, la tierra y el trabajo del hombre. Igual que la fórmula de la consagración "tiene dueño", el sacerdote. Por consiguiente en la celebración de la Eucaristía participan de forma imprescindible la creación, la actividad humana y la intervención divina. Todos somos imprescindibles, todos estamos llamados a ser un solo cuerpo con Cristo como cabeza, un cuerpo en el que todos y cada uno de sus miembros son imprescindibles.

La tarea de los seglares es la elaboración del pan y del vino. Pan y vino que deben ser puros. Esto a mi modo de ver no se refiere a si el pan esta hecho de este o de aquel trigo o si el vino tiene un poco más agua de la debida. Ser puros se refiere a que no deben estar manchados por el pecado: si los segadores no han cobrado un justo salario, por muy pura que sea la harina el pan está manchado por el pecado. Y como en la producción de ese pan y ese vino interviene toda la humanidad, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, es tarea ineludible de la iglesia hacer que en el mundo reine la justicia, la verdad, la fraternidad, el amor de Jesús, para que el pan que presentemos en la Eucaristía sea puro.

Esta tarea ineludible de la Iglesia de traer al mundo la paz, la justicia, la prosperidad para todos, la amistad y fraternidad entre todos los hombres está bastante olvidada porque entra en el ámbito de lo seglar y, en consecuencia, de lo prescindible. Pero digo yo que ya va siendo hora de que las cosas cambien.

Los cambios que me parecen necesarios son, en primer lugar, que la Iglesia asuma como suya la tarea de implantar la justicia, la solidaridad, la paz, el amor, en definitiva, el Reino de Dios en el mundo. Asumir como suya esta tarea implica crear las estructuras necesarias para llevarla a cabo. Ciertamente la Iglesia tiene estructuras que trabajan por la justicia, el desarrollo... pero es una cosa casi marginal realizada por algunos individuos o grupos en la que el conjunto de los fieles queda al margen. Si todos los cristianos tuvieran el propósito claro y definido de acabar con el hambre en el mundo creo que desde ese día se acabaría el hambre en el mundo, "no había pobres entre ellos". Esto no es una utopía. El mundo está mal porque la Iglesia no cumple su tarea de ser sal, el día que la Iglesia sea fiel a Jesús en el mundo reinará el amor. No es que la Iglesia esté mal porque en el mundo reina el pecado. La cuestión es al revés: en el mundo reina el pecado porque la Iglesia no es fiel a Jesucristo; el día en que acabemos con el pecado en la Iglesia acabaremos con el pecado en el mundo.

La Iglesia no está cumpliendo bien su Misión pues en el Mundo reinan las desigualdades, hay pobres. Cuando la Iglesia cumple su misión, la sociedad se transforma y reina el amor y la justicia. "No había pobres entre ellos...". La Iglesia necesita una restructuración. Por sus frutos los conoceréis, los frutos de la Iglesia son muy pobres. La influencia en la sociedad es mínima. El primer deber de la Iglesia es su propia conversión. El día en que la Iglesia asuma la creación como parte de su ser el mundo dejará de estar dominado por el pecado.

La Iglesia debe asumir como tarea suya e ineludible la implantación de la justicia en el mundo, no es tarea de los curas pero es tarea de la Iglesia. El rechazo de lo laico por "prescindible" a la hora de celebrar la Eucaristía lleva a la Iglesia a situarse fuera del mundo, a dejar al mundo en malas manos, a dejar a los hijos de Dios abandonados en las manos de los malos y explotadores. El mundo está en malas manos y es deber de la Iglesia el ponerlo al servicio de los Hijos de Dios. Hay que arrebatárselo a los egoístas y explotadores que lo destruyen y ponerlo a trabajar y dar frutos para los pobres y necesitados. Creced y multiplicaos y DOMINAD LA TIERRA.

No basta con predicar, no basta con mostrar el camino, porque no es tarea de otros, es tarea de la Iglesia, que tiene que trasformarse y crear la estructura que sea capaz de llevar a cabo esta tarea, estructura que será imperfecta y manchada por algún que otro pecado pero necesaria para que la Iglesia realice su misión. El desarrollo es parte integrante de la evangelización.

Dado que todos los miembros son necesarios e imprescindibles, pues todos son imprescindibles a la hora de celebrar la Eucaristía y puesto que el pan y el vino no son puros si no hay una unidad en la comunidad que acoge a todos los miembros con todas sus características propias e individuales, esta estructura ha de contar con todos ellos, ha de dar a cada miembro la dignidad propia de los hijos de Dios, dignidad igual para todos y para cada uno; ningún miembro del cuerpo puede ser excluido o considerado de menor importancia que el resto. Todos los miembros han de tener voz y voto en esta estructura pues lo propio y característico del ser persona es la capacidad de tomar decisiones sobre su ser y su actuar; si otros toman las decisiones en lugar de uno, éste deja de ser persona para ser un mero instrumento del otro, un esclavo. Hablando llanamente, en la Iglesia ha de haber participación de los seglares en la elección de los dirigentes de la comunidad a todos los niveles y en las tomas de decisiones de lo que quiere hacer y hacia dónde quiere ir la comunidad.

Esto implica el tener fe en que cada persona, cada hijo de Dios tiene la capacidad de descubrir a Jesús,, de dejarse transformar por su Espíritu y de actuar en consonancia con su fe de cristiano sin la necesidad de una imposición exterior. La sabiduría y el buen juicio no es patrimonio del clero, el Espíritu Santo actúa sobre todos los miembros de la Iglesia.

En la estructura actual de la Iglesia los pastores son impuestos a la comunidad de los fieles y la orientación que toma la comunidad depende del talante que tiene el cura de turno, pudiendo variar de la noche a la mañana si hay un cambio de cura. La vida de la parroquia se reduce a lo litúrgico y catequético la mayoría de las veces. También puede haber alguna actividad caritativa, grupos de oración... los temas sociales se dejan para la sociedad civil, lo laico se saca fuera de la Iglesia. No es que la Iglesia no tenga una voz que hable y opine sobre las cuestiones sociales, pues los obispos sacan sus comunicados en los que se expresa la postura de la Iglesia. Lo malo de estos comunicados es que son los comunicados de los obispos, de unas decenas de personas, con muy poco peso específico en una sociedad democrática. Parece que la labor pastoral ante un problema social moral o político consista en buscar al experto en doctrina social de la Iglesia que rebusque entre los distintos documentos y dé la postura oficial de la Iglesia. Hecho esto, automáticamente la sociedad debe aceptarlo como bueno y, si no lo hace, los obispos se sentirán muy dolidos por la incomprensión de la sociedad. Esto funcionaría en una sociedad feudal donde el obispo tendría poder para imponer su autoridad pero no funciona en una sociedad democrática.

El proceso de educación de una persona no es “yo digo y tú obedeces”, eso es el ejército. Ni la conversión del corazón se produce porque un señor me diga que lo que Dios quiere de mí es esto, máxime cuando ese señor puede estar equivocado incluso muy equivocado, pues tampoco él tiene línea directa con Dios. La Iglesia ha cometido errores garrafales que han provocado mucho sufrimiento en el nombre de Dios. Que haya reconocido esto es un paso importante en la comprensión de la Iglesia y su actuación que debe tener consecuencias futuras. La Iglesia hoy también peca y se equivoca y tiene que mejorar.

Ciertamente que es más fácil para los obispos el reunirse entre ellos y sacar un comunicado que ponerse al frente de sus hermanos de diócesis, entre todos sacar ese comunicado, fruto de lo que hay en el corazón de los fieles y, por consiguiente, aceptado y puesto en practica. La primera opción es más fácil pero incompleta y de muy pobres resultados.

La Iglesia tiene que tener la misma fe que Dios tiene en los laicos. Son hijos de Dios, la única categoría que hay en la Iglesia, con capacidad de descubrirle y amarle y orientar sus vidas según la voluntad de Dios en la misma medida que cualquier sacerdote. Y por ser hijos de Dios han de participar con toda su sabiduría en la elección de sus pastores y en las tomas de decisiones de lo que quiere ser y hacia donde quiere ir la comunidad.

La sal no está dando todo el sabor que debería. La Iglesia no está transformando el mundo como debería. Algo tendrá que cambiar para que el dueño de la sal no la arroje fuera para que la pisotee la gente.


 

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