+ ISSN 1576-9925
+
Edita: Ciberiglesia
+ Equipo humano
+ Cómo publicar
+ Escríbenos
+ Suscríbete
+ Apóyanos



 Revista de Prensa - Nº 4 - Mayo 2001

  "En esto
   conocerán
   todos que sois
   mis discípulos,
   en que os amáis
   unos a otros."

          
Juan 13, 35

Nos hacemos eco de algunos artículos de temas religiosos de estos meses. Órden cronológico.

César Rollán
GALILEAS@teleline.es

Revista de Prensa

La libertad silenciada Fernando Torres Pérez
Una increencia reaccional frente a la Iglesia Antonio Vivo Andújar
Los Cardenales del Papa Benjamín Forcano
La Iglesia llega, pero con frecuencia tarde Juan García Pérez
Perdón por tanto silencio Víctor Manuel Arbeloa
Iconoclastia y modernidad (Talibanes) Manuel Delgado
Cómo serán los laicos del Tercer Milenio Guzmán Carriquiri
Una asociación de sacerdotes casados reclama en su congreso anual el fin del celibato obligatorio en la Iglesia Católica Víctor M. VELA
¿Se puede ser homosexual y además fraile o monja? Agencia Española de noticias de Vida Religiosa
Una religión sin templo José Cervantes
Las bases del nuevo papado a debate Rossend Domenech
¿Para qué? Enrique Miret Magdalena
El Papa abre el debate sobre la Iglesia del futuro Varios
Nace una televisión católica en Madrid Juan Pedro Ortuño
Un concilio para el Siglo XXI Juan José Tamayo-Acosta
El futuro de la Iglesia Editorial Diario 16
Mensaje final de los cardenales reunidos en consistorio Agencia Zenit
"Este Papa ha utilizado el báculo para golpear a las ovejas,
no a los lobos"
Entrevista a Leonardo Boff. Granada.
A todos los diocesanos de Granada: sobre Leonardo Boff Antonio Cañizares, arzobispo de Granada
¿Quién teme a Leonardo Boff? Pedro Gómez García

El Mundo, Martes 2 de Enero del 2001.

LA LIBERTAD SILENCIADA

Fernando Torres Pérez

El autor, uno de los más altos responsables de la orden claretiana en España, critica abiertamente el pensamiento único de la jerarquía de la Iglesia Católica y explica el proceso de enmudecimiento al que se somete a los teólogos discordantes.   

          ¿Dónde?  Pues ni en Afganistán ni en cualquier otro país extraño y lejano.  Aquí y ahora.  La jerarquía de nuestra Igle­sia está acallando a los teólogos, reduciéndolos al silencio.  Poco a poco.  Pero los hechos son los hechos.  Lo que sucede es que esos hechos no salen a la luz a causa del medio que la Iglesia ha escogido últimamente para reducirlos al silencio.  Cada vez hay menos acu­saciones o procesos públicos.  Eso pertenece al pasado.  Ahora los métodos son otros.

           Tampoco es un ataque general contra los teólogos.  Se dirige con­tra algunos.  Contra aquellos que han querido sacar todas las conse­cuencias del Concilio Vaticano 11, que han ido haciendo su teología como reflejo y resultado de la experiencia de fe de tantas comunidades cristianas que se han esfor­zado por comprometerse en la construcción aquí y ahora del Reino de Dios en diálogo abierto con este mundo y esta sociedad.  Por eso la actitud de la Iglesia jerár­quica preocupa y duele más.  Se están podando las ramas más vigorosas de la Iglesia, allí donde se produce una cualidad excepcional de tes­timonio cristiano.

           El procedimiento es muy simple.  Un buen día, el teó­logo de turno recibe una carta.  Viene de su obispo o de su superior religioso.  La carta es personal porque generalmente existe ya una relación previa de conocimiento mutuo, incluso de amistad, entre ambos.  En esa carta y con palabras de amigo se le comunica que de la Santa Sede se han recibido unas quejas concretas sobre su último libro o artículo.  Y se le envían adjuntos unos folios en los que figuran las objeciones a las que el teólogo debe responder cuanto antes.  Por ninguna parte aparecen los crite­rios con los que se ha leído la obra y quién ha sido el acusador.  El superior u obispo de turno pide, por supuesto, al teólogo que guar­de silencio y que responda cuanto antes al cuestionario.  El superior u obispo tiende a colocarse en un lugar neutral.  Entiende que sólo hace de transmisor.

       El proceso continua con el envío de la respuesta, razonada y pensa­da las más de las veces en la pre­sencia del Señor, porque la inmen­sa mayoría de nuestros teólo­gos son hombres y mujeres de pro­funda fe, al superior jerárquico de quien se recibió. Él o ella se encar­gará de enviarla por el conducto jerárquico adecuado hasta su ori­gen (¿no suena todo esto más pro­pio del mundo militar que de la comunidad cristiana?).  Allí, la res­puesta, suponemos, es evaluada.  El proceso puede continuar con nuevas objeciones y nuevas res­puestas, hasta que se proceda a tomar la decisión final, que le será comunicada al sujeto «juzgado» por su superior jerárquico.

       Todo el proceso se realiza a tra­vés de intermediarios.  El teólogo nunca se enfrentará directamente a los que le juzgan.  En el fondo la jerarquía eclesial no reconoce al teólogo o teóloga la suficiente enti­dad en cuanto individuo como para constituirse como persona en todo este proceso.  Son partes de una  institución jerárquica.  Al final es un asunto de obediencia que debe resolverse entre el superior  jerárquico y el súbdito. El problema es más del superior que del teólogo «juz­gado», por no saber ejercer ade­cuadamente su autoridad y contro­lar como debiera a sus súbditos.  Se podría decir que la Santa Sede no ha hecho más que un servicio pas­toral: ayudar al superior jerárqui­co de nuestro teólogo a cumplir con su deber de garantizar la comunión eclesial y de mantener a todos sus súbditos en un rebaño.

El proceso a veces termina en condena: la prohi­bición de enseñar o/y de escribir sobre determina­dos temas.  Pero la Santa Sede no será la que mande ni lo uno ni lo otro.  Será el superior jerár­quico inmediato del teólogo o teóloga el que deba tomar la decisión, urgido eso sí por la autori­dad superior, y comunicársela al súbdito.  En caso de que el proceso no termine en condena, provocará ciertamente un daño psicológico en la persona.  Desde ese momento, el sujeto «juz­gado» se sentirá controlado y vigi­lado.  Y lo será.  Lo más probable es que en adelante se haga a sí mismo la censura, evitando escribir de esto o negándose a hablar de aquel tema.  Para no provocar.  Hay que ser muy libres de espíritu para seguir escribiendo y diciendo lo que uno realmente piensa cuando en ocasiones el pan de cada día depende de esa cátedra que los de arriba te pueden quitar cuando menos te lo pienses.

          Este proceso lo sufren los afec­tados en silencio.  Por amor a la Iglesia.  Y por imposición de sus superiores.  Me quito el sombrero delante de ellos y ellas y digo: «¡Chapeau!».  Pero a mí nadie me ha impuesto silencio y creo que debo hablar.  En su nombre.  Para ser voz de los que no tienen voz.  Por amor a esta Iglesia a la que siento de verdad como mi casa y que, como dice la plegaria eucarís­tica, debe ser, quiero que sea, «un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justi­cia y de paz».

          No  es uno sólo ni una sola los que están en esa situa­ción.  Son más, bas­tantes más.  No me atrevo a poner nombres por respe­to a ellos, que han decidido guardar silencio (a veces no tanto por ellos mis­mos cuanto por el bien de los centros en los que enseñan e investigan, que también los centros están bajo vigilancia).  De los mejores, pocos se han salvado de esta experiencia. Hace unos años tuve la oportu­nidad de entrevistarme con el car­denal Tarancón.  Ya estaba jubila­do y se sentía libre para decir lo que pensaba.  Recuerdo que una de las cosas que dijo era que para saber lo que pensaba la jerarquía no había que ir a los documentos sino a los nombramientos y a su forma de actuar.  Aplicando ese cri­terio, se llega a la conclusión de que la jerarquía eclesiástica de este tiempo no desea una comuni­dad de personas libres.  Una comu­nidad de ese tipo es muy difícil de gobernar.  Hay que dialogar mucho.  Es difícil llegar a acuerdos.  Prefieren la imagen del rebaño o de los peces en la red.  El jerarca se identifica a sí mismo con el pastor o con el pescador.  Al resto, a noso­tros, nos toca apenas ser ovejas o peces atrapados en la red, sin posi­bilidad de encontrar nuestro cami­no. No queda más remedio que seguir a los jerarcas, iluminados, dicen, por la presencia del Espíritu.

En una sociedad de ese tipo, es normal que se pretenda silenciar a los que piensan y se expresan con libertad.  Porque, no nos engañemos, a nuestra jerarquía actual no le gusta en modo alguno la imagen de la orquesta sinfónica para hablar de la Iglesia.  Ni siquiera les gusta la imagen del canto polifónico.  Lo que les gusta es el canto a una sola voz.  Así se descubre rápidamente a los que se salen del único camino existente.  Se les puede señalar claramente e invi­tarles de muchas y variadas maneras a que vuelvan al redil, al coro.

En el fondo  El Concilio Vaticano  II no ha calado  del todo en la mente de la jerarquía eclesial.  No quiero decir que no haya honradas excepciones. Pero en cuanto cuerpo no terminan de sentirse cómo­dos con una sociedad que, como decía Pablo VI en la Octogessima adveniens, experi­menta «una doble aspiración más viva a medida que se desarrolla su información y su educación: aspi­ración a la igualdad, aspiración a la participación, formas ambas de la dignidad del hombre y de su libertad» (n. 22) y «trata de promo­ver un tipo de sociedad democrá­tica" (n. 24). ¿Será que esas pala­bras no valen para la comunidad cristiana?

          Es tiempo, por tanto, de denun­ciar sin miedo esta situación.  Para que sepamos a qué atenemos.  Para que no seamos como esos ciu­dadanos de algunos países donde se practicó largamente el racismo o la intolerancia y luego dicen que no sabían nada.  Es tiempo de denunciar el uso y abuso de la obe­diencia como servilismo a la jerar­quía eclesiástica que se cree dueña en exclusiva del Espíritu y que no se siente obligada en absoluto a escuchar y aprender de los otros carismas eclesiales.  Es tiempo de rebelarse en nombre de la obe­diencia al Espíritu para que no hagan de la Iglesia un lugar de esclavitud.  Es tiempo de luchar por la libertad de los hijos de Dios.  Es tiempo de hacer algo porque, si no lo hacemos, cada vez nos quedare­mos más encogidos.  Cada vez los niveles de auto-censura serán mayores para evitar provocar a los que están arriba.  Cada vez será mayor el silencio.  Cada vez mayor el miedo.  Y una Iglesia donde exis­te el miedo, donde las personas no se atreven a hablar con libertad tie­ne muy poco o nada que ver con el Evangelio de Jesús.

Fernando Torres Pérez es sacerdote y director de Publicaciones Claretianas.

(VOLVER)


16/01/2001  Diario de información. Alicante

Una increencia reaccional frente a la Iglesia

ANTONIO VIVO ANDÚJAR. Párroco de Santa María.

El cardenal Daneels ha calificado la increencia como reaccional, es decir, como expresión de un rechazo de la Iglesia institucional e histórica. En el fondo de este tipo de increencia late un desencanto frente a la Iglesia y quizás la añoranza de una Iglesia más coherente con el Evangelio.

El hecho había sido recogido responsablemente por el Vaticano II al señalar que «en esta génesis del ateísmo pueden tener no pequeña parte los propios creyentes, en cuanto que con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión».

Descendiendo a un terreno histórico más concreto, la Asamblea Ecuménica de Basilea hacía una confesión de los pecados de las iglesias ante Dios y ante Europa: «Los cismas y las luchas religiosas han marcado fuertemente la historia de Europa. Muchas guerras fueron guerras de religión. Millares de hombres y de mujeres han sido torturados y asesinados a causa de su fe. En los grandes conflictos sociales, en los cuales el envite era la justicia, las iglesias frecuentemente han permanecido en silencio. La consecuencia de esta historia y de la segunda Guerra Mundial es que Europa se ha convertido en un hogar dividido: el mismo cardenal Daneels subrayaba que la memoria colectiva «ha registrado la ruptura entre la Iglesia y la civilización moderna, sobre todo, a lo largo de los siglos XIX y XX». Y añadía: «La causa más importante de este ateísmo reaccional se encuentra quizá en el abandono y en la soledad existencial, en las que la Iglesia ha dejado las masas proletarias del siglo XIX».

En este contexto es donde se ha desarrollado el drama europeo del humanismo ateo, recordando la expresión de De Lubac. Curiosamente, los pecados de la Iglesia, sus errores históricos y su estancamiento inmovilista en un pasado medieval han conducido progresivamente a amplios sectores a una postura agnóstica, cuando positivamente atea.

En el fondo de la increencia reaccional subyace una nostalgia de lo que debe ser la Iglesia.

El positivo rechazo de la Iglesia ha originado un profundo vacío religioso, que fundamentalmente ha sido cubierto por una fe reducida al hombre, subrayando sus capacidades prometéicas de constante progreso y de conquista de todos los misterios del universo.

Esta nueva religión del hombre, coherente con la cultura comercialista que se ha desarrollado desde el siglo XII, cree poder conseguir una sociedad de hombres absolutamente libres, naturalmente buenos y razonables, sin necesidad de Dios ni de las tradicionales instituciones religiosas. Los motores que la impulsan hacia el futuro mundo feliz son el respeto absoluto a la libertad, el progreso de la ciencia y de la técnica, y el incremento de todo tipo de bienes y servicios, capaz de satisfacer las aspiraciones de todos y de cada uno de los hombres.

Ha surgido de esta manera un nuevo modelo de cultura laicista o secularista, de la que se originan distintas corrientes de ateísmo y de increencia.

Pero lo característico de la nueva cultura secularista es que es expansiva y militante, infundiendo a sus neófitos una mística por haber logrado alcanzar unas nuevas cotas de poder y libertad históricamente irreversibles. Ellos se sienten constituidos como el futuro de la humanidad.

La expresión más característica de esta militancia se ha dado durante estos años en la Europa del Este, donde la religión ha sido sistemáticamente marginada por ser considerada como el opio del pueblo.

En el Oeste predomina un positivismo pragmático. Oficialmente se reconoce el derecho a la libertad religiosa, pero axiológicamente a los creyentes y a las comunidades religiosas se los considera como testigos del pasado, como fuerzas de resistencia del conservadurismo, como hombres que han perdido el tren de la historia. En dicho ambiente el derecho a la libertad religiosa, respetuoso con todos los ciudadanos, se valora principalmente como derecho a liberarse de toda religión y de toda fe religiosa.

La tentación es la de trazar su proyecto sobre un modelo predominantemente laicista, olvidando o despreciando los valores que se encierran en la dimensión religiosa del hombre y en la revelación hecha por Dios en Cristo, y que fundamentalmente es transmitida por la Iglesia.

En medio de un ambiente de postcristiandad, donde se agiganta la ola de la increencia y del secularismo, la Iglesia ha de enfrentar con audacia y con la única fuerza del Evangelio dos importantes objetivos: la evangelización de la nueva cultura que está naciendo, y la transformación del proceso de descristianización interna de la propia Iglesia mediante diversas reformas eclesiásticas, la promoción de los laicos, sobre todo, de la mujer en la Iglesia, y de un nuevo modo de ser y de estar en el mundo .

(VOLVER)


El Periódico de Cataluña 21/2/2001

LOS CARDENALES DEL PAPA  

La Iglesia será de veras católica cuando los fieles elijan a los obispos,
éstos resten poder a la curia y en la elección papal participen laicos 

BENJAMIN Forcano (teólogo)
Con el consistorio que empieza hoy, en el que el papa Juan Pablo II impondrá el birrete cardenalicio a los 44 nuevos purpurados que ha nombrado, serán ocho los celebrados por Karol Wojtyla. El primero fue en 1979. Desde entonces, los cardenales designados por él han sido 203. Pero de los 185 que hay actualmente, sólo 133 quedan como posibles electores para el próximo cónclave, ya que 52 de ellos sobrepasan los 80 años y no podrían ejercer de electores.

Si el cónclave hubiera de celebrarse en fechas inmediatas, la composición de los cardenales electores, atendiendo a zonas de procedencia, sería la siguiente: Europa, 64 (Italia, 24); Latinoamérica, 26; Norteamérica, 13; Africa, 13; Asia, 13; Oceanía, 4. Los datos expuestos suscitan algunas reflexiones.

Primera. El Gobierno de la Iglesia católica es un gobierno altamente centralizado. La experiencia demuestra que se hace menos aceptable y universal si no cuenta con la participación directa de la Iglesia, por lo menos a niveles del episcopado. El poder supercentralizado se ve abrumado por la responsabilidad y por una soledad excesiva, que no es posible evitar "ni mediante la adulación más o menos programada, ni mediante la secreta prohibición de toda crítica, ni mediante eso que, recientemente y en altas esferas, se ha vuelto a llamar papolatría " (José Luis Gonzá- lez Faus).

Con razón se puede afirmar que, con la colegialidad (el Papa gobierna contando con la participación de los obispos), la Iglesia se juega el poder de ser de veras católica, universal. No resultan razonables las propuestas de que la curia debe estar al servicio de los obispos y de constituir un sínodo permanente de obispos, que asuma el poder legislativo que hoy el Papa sólo comparte con la curia, dejando para ésta una función puramente ejecutiva?

Segunda. Que la comunidad pueda participar en la elección de los obispos. "Ningún obispo sin el pueblo". El procedimiento de designar a los obispos desde Roma choca hoy con la mentalidad moderna, que exige una participación más directa en los asuntos de interés común. La Iglesia, para cumplir su fundamental misión de servicio, debe atender a que este servicio lo hagan personas honestas, libres y competentes y, para ello, es justo el contar con el parecer y participación de las iglesias locales, que son las que más conocen a los que podrían ser sus pastores.

Esta forma de designación no aboga por la total independencia del centro, sino más bien por un diálogo que tenga muy en cuenta las razones de las iglesias locales al elegir a sus pastores.

Tercera. Y al Papa quién lo elige? Está claro que el cardenalato tuvo históricamente su razón de ser, en cuanto que sirvió para liberar al Papa del acoso de los poderes políticos y devolver a la Iglesia su libertad. Pero el cardenalato fue en sus orígenes una especie de consejo presbiteral del obispo de Roma, hasta pasar a convertirse en una especie de corte particular del Papa, nombrada por él mismo de entre toda la Iglesia.

Sin embargo, hoy no pocos teólogos afirman que la elección del obispo de Roma por los cardenales resulta obsoleta. Hay datos que aseguran que Pablo VI quiso caminar en esta dirección: el cónclave debería estar compuesto por los presidentes de las distintas conferencias episcopales.

Sería un gran paso. Pero por qué no avanzar dando cumplimiento a una mayor participación del pueblo de Dios en la elección del Papa? Ese sería el sentir de teólogos que sugieren que en ese cónclave debieran estar presentes elementos representativos del laicado, algunos generales de las órdenes y congregaciones religiosas, y algún representante de los sacerdotes de la diócesis de Roma, que tendrán al Papa como obispo.

El cardenal Carlo Martini ha declarado, refiriéndose a estos y otros asuntos, que no descarta un concilio Vaticano III, ya que "en la historia de la Iglesia hay problemas emergentes sobre los que es conveniente tratar en un ámbito colegial lo más amplio posible". El mismo papa Juan Pablo II escribe en su última carta apostólica, titulada Novo milenio adveniente: "Es necesario desarrollar más los servicios específicos de la comunión, que son el ministerio petrino y, en estrecha relación con él, la colegialidad episcopal".

(VOLVER)


ABC 22/2/2001

La Iglesia llega,
pero con frecuencia tarde

Juan GARCÍA PÉREZ, S. J.
Profesor de Teología. Universidad Pontificia Comillas. Madrid.

La negativa de la Conferencia Episcopal a firmar el pacto antiterrorista ha desatado un aluvión de críticas muy duras a la Jerarquía de la Iglesia. Se le ha recordado su inveterada querencia de quitarse de en medio cuando llegan momentos comprometidos. Se le acusa de utilizar —¿estará llegando al cinismo?— dos medidas descaradamente distintas de moral y de política. Se le critica porque en ocasiones y según convenga estira los principios de la moral hasta llegar a convivir muy pacíficamente con poderes fácticos o políticos de todas clases y en cambio otras veces se pierde —¿deliberadamente?— en las cimas de los «sagrados principios morales». Estas acusaciones, muy antiguas y muy recientes, están en la mente de todos.

Acudimos al debate con esta pequeña aportación. Estas líneas se echan a la corriente, que baja bastante crecida. Intentaremos con todo agarrarnos a alguna rama de la orilla para no ser arrastrados del todo por la riada.

1. Nos fijamos, en primer lugar, en la Iglesia. La discusión o si se quiere las acusaciones a la Iglesia tienen un trasfondo que viene de lejos. No nos refugiemos los católicos a toda prisa en el tan citado «anticlericalismo español» que va detrás de los curas o con una vela en las procesiones o con un palo en los motines. La historia de la Iglesia, por lo que se refiere a su relación con las sociedades civiles y los poderes públicos, está llena de heridas, algunas sangrantes. Y no hay que remontarse a los tiempos de Constantino. Si los católicos nos miramos en el espejo del siglo XX podremos descubrir en nuestro rostro de Iglesia no pocas cicatrices. Es cierto que seríamos culpables de un estrabismo consentido si no recordáramos a los testigos ahorcados en las cárceles nazis o gaseados en las cámaras de gas, a los católicos que han pasado buena parte de sus vidas aislados en celdas de castigo soviéticas, en jaulas de bambú vietnamitas o en trabajos forzados en China. Pero demasiadas veces los católicos —la Iglesia— hemos convivido sin especiales remordimientos de conciencia con regímenes impresentables.

LA IGLESIA LLEGA TARDE

Junto a nuestra historia pasada, el timing. Un ritmo pausado y hasta cansino y un estilo matizado a veces hasta la exasperación hacen que la Iglesia con frecuencia llegue —lleguemos— tarde. Nos acercamos a las convocatorias con comunicados de Prensa cuidadosamente redactados cuando los manifestantes hace tiempo que pasaron y ya van mucho más allá. La Nota del Comité Ejecutivo de la Conferencia Episcopal Española de 20 de febrero, clarificadora, serena y firme, ve la luz pública cuando ya se producían unas ciertas inflexiones en algunos comentarios sobre la actuación de la Iglesia y sobre todo cuando otros hechos, más de última hora, ya habían desplazado la «no firma» del pacto a segundas o terceras filas de la actualidad. Y a esto hay que añadir una cierta ¿ingenuidad o torpeza? a la hora de dar razones. Para explicar el hecho de no haber firmado el pacto se han esgrimido por parte de la Iglesia algunas razones puramente formales que al primer pequeño soplo ya no se tenían de pie. «Como no se nos había invitado»..! Si hubiese habido invitación formal, entonces la Iglesia no habría tenido más remedio que echar mano de sus razones reales para no firmar. Se alimenta así la sospecha de que la Iglesia, antes de sacar sus cartas verdaderas, intentaba «entretener» como fuera a sus impacientes interlocutores.

MOTIVOS PARA LA CRÍTICA

De todo esto una primera conclusión. En la Iglesia, antes de sentirnos víctimas de la sociedad civil laicizada, deberemos examinar si hemos dado motivos reales para que nos critiquen. Juan Pablo II con sinceridad y en público, se ha atrevido, al parecer en contra de su entorno cercano, a pedir perdón por las faltas de nuestro pasado. Pero el hecho de pedir perdón se quedaría en gesto inútil si no va bien agarrado de la mano de un visible propósito de enmienda.

Hay por tanto que evitar, ya hoy, lo que mañana pudiera ser otra vez motivo para pedir perdón. Y los católicos —obispos y fieles de a pie— tenemos que limpiar de estorbos nuestros caminos, aquellos que nos llevan hacia los poderes públicos, a las sociedades civiles, a los ciudadanos de a pie.

2. Las críticas y los críticos.

¿Debía firmar la Iglesia, representada por la Jerarquía, el Pacto Antiterrorista?

Al leer los grandes principios del pacto nos parece que la Iglesia no puede negarse a firmar. Al repasar el texto completo del pacto y su contexto creemos que la Iglesia no debe estampar su firma en el pacto. Diciendo esto, entiendo personalmente que no estoy utilizando una salida de emergencia para zafarme del compromiso.

Nos ha parecido leer en el pacto dos niveles de afirmaciones. Unas, las que condenan sin grietas la violencia, el asesinato, el terrorismo y los ataques a una sociedad que aspira y tiene el derecho a vivir en libertad, en paz y en solidaridad. O la afirmación en positivo de que la paz, la convivencia libre y el respeto a los derechos humanos son valores no negociables. A esas condenas y la adhesión a esos principios la Iglesia no debe ni puede ni quiere negarse. Ni puede limitarse a susurrar en voz baja una semicondena cansina, o perderse en una serie de distingos conceptuales o resguardarse en un campo neutral por si en un algún momento fuese necesario un árbitro. La Iglesia ha condenado el terrorismo y la violencia muchas veces y con frases muy enérgicas. Insinuar que la Iglesia española en su conjunto en este momento, por no concitar enemistades, o por vender una imagen de «apacible concordia entre los obispos» ha aguado su oposición frontal al terrorismo nos parece que es faltar a la verdad.

«VERDADES DE SEGUNDO ORDEN»

Pero en el pacto hay otra serie de afirmaciones, escritas con letras del mismo tamaño que las anteriores aunque nos parecen «verdades de segundo orden». Se declara «fracasada la estrategia promovida por el PNV y por EA». Se afirma que «la condición evidente y necesaria para la reincorporación de estas fuerzas políticas a la unidad de los partidos democráticos es la ruptura formal con el Pacto de Estella», se dice que esto es un requisito imprescindible para alcanzar cualquier acuerdo político o pacto institucional con el PNV y EA. Todas estas afirmaciones pertenecen a la arena política y al juego y confrontación de los partidos. Son legítimamente defendibles. Hasta muchos las pueden considerar políticamente correctas y para bastantes ciudadanos pudieran parecer imprescindibles. En una manifestación contra el terrorismo, la cúpula de la Iglesia española, codo a codo con otras instituciones, como la Universidad o algunas asociaciones civiles, tiene su sitio llevando la pancarta. En una manifestación en la que se pidiese la ruptura del Pacto de Estella y el cambio de gobierno en el País Vasco, pensamos que el sitio de la Iglesia no es la calle sino su casa, que en rigor no es suya. Es de Dios. Y si es del Dios anunciado por Jesús de Nazaret, es también la casa del pueblo y la casa de todos los pueblos.

AL SERVICIO DE LA HUMANIDAD

Un jesuita ahorcado en las cárceles nazis, Alfred Delp, escribió: «El destino de la Iglesia en el futuro no dependerá de lo que sus prelados puedan aportar de inteligencia y “habilidad política”. Dependerá del retorno de la Iglesia al servicio de la humanidad...Esto no quiere decir huida de la sociedad, sino hacerse más consciente de la propia limitación y realizar así la tarea como una diaconía cultural».

La Iglesia al condenar el terrorismo ha hecho un servicio. Y al «quedarse en casa» no firmando el pacto nos parece que ha cumplido con su obligación. Aunque a veces se mueva por la sociedad con pasos tan lentos que defrauden expectativas legítimas de sociedades rápidas y la Iglesia corra así el peligro de llegar a los sitios casi siempre un poco tarde.  

(VOLVER)


El País, 23 febrero 2001

Perdón por tanto silencio

VÍCTOR MANUEL ARBELOA 
Víctor Manuel Arbeloa es escritor, ex presidente del Parlamento navarro y ex senador socialista. 

En los últimos tiempos, especialmente en tiempos preelectorales, se ha venido exigiendo a ciertos partidos que condenen éste o aquel suceso histórico, y a la Iglesia Católica en todo tiempo que pida perdón por esto o por aquello. No he oído ni leído, lo que no quiere decir mucho, que se haya pedido algo parecido a otros partidos y sindicatos, y, ni aquí ni fuera de aquí, a otras iglesias o confesiones, por ejemplo a la Reformada Calvinista por su actuación en Suráfrica, a la Presbiteriana por sus atropellos en Irlanda, a la Anglicana por sus desatinos en muchas de las colonias británicas, al Judaísmo por su connivencia en la represión atroz de los palestinos, a la Masonería, que no ha sido siempre sólo víctima... Y el inmenso Islam, ¿no tendrá que pedir perdón a nadie?

En España no sólo se ha querido olvidar o dejar sin efecto la Reconciliación, preparada, estudiada, consensuada durante años y después sellada con la Constitución de 1978, sino que, puestos a volver al vómito, algunos juzgadores de la historia (de los otros) se han olvidado de exigir a ciertas inmaculadas fuerzas históricas o a quienes ahora se precian de su herencia el perdón por aquella infausta Constitución de 1931, origen de tantas desdichas; por la injusta expulsión de obispos (Segura y Múgica); quema de conventos; supresión continua de periódicos; crímenes impunes; levantamientos izquierdistas desde el mismo 1931; levantamiento en Asturias y en otros puntos de España contra el Gobierno legítimo de la República, y rebelión de la Generalitat de Cataluña contra el régimen constitucional en el mismo octubre de 1934... Para no hablar de la primavera de 1936 y de la parte que les toca en la común guerra civil.

¡Qué absurdo todo ese empecinado empeño de algunos, con la torpe colaboración de muchos, por intentar renovar nuestro pasado más doloroso después de todo lo que dijimos e hicimos desde 1975 a 1980! ¡Qué fácil ver vigas en ojos ajenos y sobre todo qué cómodo querer ajustar las cuentas con la historia (de los otros), sin pensar siquiera en las cuentas que todavía nos está demandando el presente! ¡Qué irresponsable actitud la del PNV, que parece no haber aceptado nunca la Reconciliación entre todos los españoles, olvidando una y otra vez todo lo ocurrido en Guipúzcoa y Vizcaya durante la guerra civil e incluso su propia actuación en Navarra y Álava en julio de 1936, que no suelen recoger sus historias oficiales!

Y mientras unos vuelven a mediados del siglo pasado -¿y por qué no hasta los oñacinos-gamboínos y hasta los várdulos-caristios?-, esos mismos y otros muchos pasan por alto lo que sucede hoy mismo. Bastante más grave es, por ejemplo, el silencio, entre cobarde y cómplice -y no 'histórico', sino actualísimo-, de buena parte de la Iglesia 'progresista' ante la serie ilimitada de crímenes, secuestros, extorsiones, destierros, amenazas, difamaciones, insultos... de ETA y sus muchos cómplices, sólo comparable dentro del mundo civilizado a la que tenía lugar hasta hace poco en el Ulster, y fenómeno socio-político sin igual en la España de nuestro tiempo.

El querido y admirado Antonio Beristain, científico y jesuita vasco, recoge en su libro de reflexiones y también de testimonios, De los delitos y de las penas: desde el País Vasco, algunas quejas amargas sobre su Iglesia más cercana. Pero hay poquísimos como él. En diciembre de 1997 se queja en un diario de Donostia, y teniendo delante varios datos de sociología aplicada, de la actitud y actuación de monseñor Setién en relación con las víctimas del terrorismo, y se pregunta cosas tan elementales como éstas: '¿Por qué la Iglesia vasca nunca ha condenado el terrorismo de ETA prescindiendo de la política gubernamental estatal? ¿Por qué nunca ha hecho algo públicamente a favor de esas víctimas?'.

He sido yo también muy crítico con Setién, a quien más le hubiera valido terminar sus días activos como profesor de la Universidad de Salamanca, aun sin el beneplácito del vasco españolísimo Miguel de Unamuno. Pues, con todo, ha hablado mucho más y por eso mejor que todos los muchos mudos que en la Iglesia del País Vasco y de Navarra no hablaron nunca, o, si hablaron, sólo lo hicieron para sostener, de un modo u otro, la causa de ETA o la de sus cómplices nacionalistas-independentistas, como ese 'brazo eclesiástico' del MLNV, que no ha dejado de moverse, que yo sepa, desde 1975, y otros similares brazos con que bracean al mohíno muchos seglares católicos.

Mejor que Setién hablaron y hablan obispos como Méndez, Cirarda, Sebastián, Larrauri, Blázquez, Uriarte o Asurmendi, a pesar de haberse dejado llevar demasiado tiempo, en horas menguadas, por las directrices de la cúpula nacionalista donostiarra, y hasta por sus modos, estilos y lenguaje, y a pesar también de su obstinación en constituir la llamada por casi todos 'archidiócesis vasca', cuando no 'Iglesia vasca', frente a la voluntad de la mayoría de los católicos navarros.

Pero, en fin, hablaron y hablan, como habló y habla el Papa, y también la Conferencia Episcopal Española, aunque demasiado pendiente siempre de 'los obispos vascos', con un lenguaje más moralista teórico que denunciador -¡diciendo aún a cada paso que los crímenes 'no tienen justificación'!- y sin el vigor profético de los grandes hombres de Iglesia, que parece haberse perdido para mucho tiempo. Si ha hecho bien en no firmar el pacto antiterrorista de los políticos, ha hecho mal en no llevar a cabo autónomamente, dejándose de cháncharras máncharras, un gesto claro, rotundo, público y colectivo, como acaban de hacer en Lejona los rectores de las universidades españolas, que tampoco firmaron el pacto, y como antes lo hicieron en San Sebastián y Andoain los directores de diarios nacionales. Es muy de resaltar, asimismo, el valeroso acto del obispo de Bilbao -'un tal Blázquez', para Arzalluz-, junto con un grupo numeroso de sacerdotes vizcaínos, reconociendo el olvido y la insensibilidad ante las víctimas de los terroristas y pidiendo perdón por ello. Dios y enhorabuena.

Si exceptuamos, pues, los obispos, dígame alguien un testimonio de denuncia; un gesto rebelde, arriesgado, individual o colectivo, evangélicamente testimonial ('martirial'), hecho a la luz y audiencia públicas, por alguna categoría clerical o laical, orden, congregación, asociación o movimiento dentro de la Iglesia.

Y si quienes tenían más obligación de hacerlo no lo han hecho, ¿por qué habían de hacerlo los demás? Bien triste es, ya digo, que la inmensa mayoría de las llamadas comunidades o grupos de base, sedicentes 'progresistas', sus foros, círculos, jornadas, seminarios, congresos, publicaciones... no se sabe que hayan abierto la boca, ni que hayan hecho una sola acción de protesta, un solo 'signo profético', como aquellos que hacíamos con tanta facilidad como entusiasmo en el tardo-franquismo, que a muchos les costó algo y a otros, mucho más. ¿O habrá acaso que decir que todo fue para muchos mera coincidencia?

Eso sí, sobre El Salvador, Nicaragua, Chiapas, Brasil, Chechenia, Timor, Ruanda... todo lo que se quiera. Causas justísimas a las que otros también hemos dedicado miles de horas en nuestras vidas. Pero sobre el terror etarra y su fondo y trasfondo nacionalista-independentista, sectario e inhumano, eso no. El tabú y la omertà, cuando no, como ya he dicho, la complacencia o la cooperación.

Qué soledad, Dios mío, qué decepción, qué traición, la de estos veintitantos años en la Iglesia de Dios que peregrina en España, sobre todo en Euskadi, Cataluña y Navarra. Una parte de la Iglesia ha alejado de nuevo a muchos por su complicidad, o por su cobardía, su miedo, sus medias tintas, sus lenguajes de madera, sus componendas... con el terrorismo y sus secuaces, con sus valedores 'progresistas' y nacionalistas.

Tampoco hacen nada por mejorar las cosas los anticlericales de siempre, que hablan de los obispos, de los curas y de los católicos a barrisco, todos barajados, confundiendo como es su necia costumbre a unos y otros con la Iglesia, volviendo a tergiversar su historia según fórmulas acuñadas e intangibles, y no sabiendo atribuirle, porque no creen en otros valores distintos, más que fines políticos, maquiavélicamente políticos.

Lo cierto es que gracias a un puñado de políticos, periodistas e intelectuales, algunos de ellos cristianos y católicos, se ha mantenido todavía en pie el pabellón de la moral, de la distinción elemental -da vergüenza decirlo- entre el bien y el mal, entre la vida y la matanza, entre la idolatrización de la patria y los derechos fundamentales de la persona.

Digo un puñado. Porque también puede decirse algo similar a lo que acabo de decir sobre tantos políticos, periodistas, intelectuales, escritores, artistas, educadores, profesionales de todas clases -no sólo cocineros-, deportistas..., que durante años ni chitaron ni mistaron. Y si no pocos de ellos han levantado su voz o su mano ha sido demasiado tarde, y casi siempre cuando ETA ha golpeado a alguno de los suyos.

Perdón, sí. Por tanto y tan prolongado silencio ante tanto error y horror, ayer, hoy, ahora mismo.

(VOLVER)


EL MUNDO Sábado, 3 de marzo de 2001

ICONOCLASTIA Y MODERNIDAD

MANUEL DELGADO

 El espanto que suscita la inminente destrucción de un grandioso patrimonio artístico en Afganistán, incluyendo restos de aquel primer y colosal ejemplo de mestizaje cultural que fue la civilización grecobúdica, ha vuelto a desatar los tópicos sobre la condición medievalizante del fundamentalismo islámico, visto como un fanático mecanismo de oposición a los avances del mundo moderno.
  Sería caso de retomar aquí las reflexiones de quienes -Clifford Geertz, Ernest Gellner, Alberto Cardín- han advertido hasta qué punto el integrismo islámico es un instrumento al servicio de los procesos de modernización. O de Lévi-Strauss, que al final de su Tristes trópicos, y ante el magnífico espectáculo de esa misma arquitectura y estatuaria de Ghandara que está a punto de ser demolida, era capaz de percibir cómo «el Islam es el Occidente de Oriente», es decir cómo el islamismo estaba aplicando en Asia las mismas imposiciones homogeneizadoras que el cristianismo y el humanismo ilustrado estaban extendiendo por el resto del planeta.
  De hecho, la misma imagen de los tanques disparando contra los budas gigantes de Bamiyán nos debería evocar no la acción de una primitivizante horda de bárbaros, sino el bombardeo de la Esfinge por las tropas napoleónicas que invaden Egipto o los fusilamientos del Cristo del Cerro de los Angeles por los milicianos republicanos en 1936. ¡Cuánto sabemos los europeos de destrucciones masivas de tesoros de incalculable valor! La historia de nuestra vanidosa modernidad está hecha de estatuas religiosas derribadas, de templos incendiados, de piras enormes en que arden altares, crucifijos, cuadros...
  Miles de obras de arte fueron destruidas en las guerras de religión en las hoy tan civilizadas Inglaterra, Holanda, Francia o Suiza. Nuestro propio país fue escenario, hace apenas 65 años, de lo que posiblemente fue la explosión de iconoclastia más terrible que ha conocido la historia humana.
  Puestos a hablar de la destrucción de patrimonios artístico-religiosos los musulmanes no tienen nada que enseñarle ni a los cristianos modernizados ni a las diferentes ideologías laicas de Occidente. Los talibán podrían pasar por escrupulosos ejecutores del mandato bíblico: «Suprimiréis todos los lugares donde los pueblos que vais a desalojar han dado culto a sus dioses...; demoleréis sus altares, romperéis sus estelas, romperéis sus cipos, derribaréis las esculturas de sus dioses y suprimiréis su nombre de ese lugar» (Deuteronomio 12 2-3).
  Por su parte, en nombre de la libertad, se han despedazado infinitamente más obras de arte religioso que en nombre del Profeta. De hecho, bien deberíamos reconocer que, a diferencia de puritanos, liberales o libertarios, el Islam sólo excepcionalmente ha sido intolerante con la representación de lo divino.
  La tibieza islámica en relación con el culto a los símbolos figurativos permitió que los prolongados periodos de dominación árabe u otomana no afectaran apenas la integridad de los iconostasios de las iglesias cristianas arábigas y limitó sus restricciones contra la sacralización figurativa al culto a iconos de bulto exento entre los cristianos cismáticos orientales.
  La clave de esa actitud permisiva hay que buscarla en el status de inocuidad que el Corán supone a las formas naturalistas y figurativas de culto: «Los idólatras han tomado otros dioses distintos de Él, dioses que no han creado nada, que han sido creados. Que no pueden hacer ningún bien ni ningún mal, que no disponen de la vida, ni de la muerte, ni de la resurrección» (Corán 25 3-4).
  El radicalismo musulmán del que los talibán son ejemplo se aparta de esa tradición de tolerancia hacia la figuración de lo sagrado. El integrismo hace suya esa materia prima básica que tan buen resultado había dado en Occidente: una rectitud trascendente, inalterable, pero no por ello menos concreta, fundada en la elaboración legal de un texto divino. En un principio, ese rigorismo quedó limitado a una minoría de musulmanes cultos urbanizados, conocedores de los preceptos sagrados, mientras que la gran mayoría de los pueblos que hicieron suyo el islamismo continuaron, en un grado u otro, fieles a prácticas y creencias preexistentes. Ni que decir tiene que las muestras de objetos de culto de otras religiones continuaron beneficiándose de una indiferencia casi absoluta.
  Fue tardíamente cuando el puritanismo islámico, idéntico al cristiano en sus principios (las mediaciones simbólicas son intrínsecamente perversas y sólo la fe y la moral interiores tienen valor verdadero para la salvación), acabó mostrándose como un modelo a seguir, válido para que amplísimas masas se redimieran de una situación vivida como de postración.
  El Islam podía así agrupar en torno a sus verdades reveladas a una población castigada en sus condiciones de vida y herida en su orgullo por el colonialismo occidental. Para que esa eficacia doctrinal del Islam pudiera hacerse real se debía asumir la necesidad de abrazar una religiosidad teológicamente más correcta, depurada de toda dependencia de los símbolos externos. En otras palabras, la necesidad, paradójicamente resultado del proceso de occidentalización, de obedecer un conjunto de principios inapelables de valor universal se ha traducido en los países de predominio islámico en una recuperación del islamismo dogmático.
  La mayoría de movimientos rigoristas islámicos que, como los talibán, exigen la depuración de sus sociedades de toda jahiliyya o ignorancia pagana están inspirados en la salafiyya. Los salafis son ulemas o pensadores seglares extremadamente escrituristas, que como indica su nombre de salaf -antepasado o predecesor- se basan en una obediencia absoluta al ejemplo de Mahoma y sus amigos, así como de los primeros califas y juristas. Para los salafis, toda pretensión de que es posible mediar entre Alá y los humanos por otra vía que no sea la de los textos sagrados es, por definición, blasfema. Eso les convierte en enemigos acérrimos de toda veneración a objetos o personas, incluyendo los santos, así como de toda modalidad de esoterismo que pretenda una comunicación directa e íntima con Dios.
  De la salafiyya ha surgido un buen número de corrientes reformadoras del Islam, que han tomado como punto de partida el dogma de que lo que convierte a un ser humano en musulmán no es sólo la aceptación de un credo, sino el compromiso activo con una empresa colectiva para «ordenar el bien y prohibir el mal». De todas estas corrientes salafitas, entre las cuales destaca la de los Hermanos Musulmanes, fundados en Egipto en los años 20, la que primero alcanzó una situación de predominio político absoluto fue el wahabismo, que ha dirigido ideológicamente la integración de Arabia Saudí en el sistema de mercado y en el concierto político de las naciones.
  El wahabismo, fundado en el siglo XVIII por Ibn Abd il-Wahhab, representó la más radical intolerancia hacia las formas externas de piedad y practicó la iconoclastia. En concreto, prohibió los minaretes de las mezquitas, así como el culto a los santos y a los ángeles, e incluyó episodios de violencia tan notables como la destrucción de la tumba de Mahoma en Medina. El wahabismo resultó fundamental para los movimientos modernizadores musulmanes que protagonizaron la independencia de la India, primero, y, de la mano de los muwahhidun o unitarios, la creación del Estado de Pakistán, enseguida.
  Pakistán, Arabia Saudí, Hermanos Musulmanes. He ahí los grandes referentes del régimen talibán. Pero esos faros no alumbran un pasado de miseria, de atraso y de postración, sino una vía por la que, una vez más, volver a ensayar el acceso a la plena modernidad. Esos fanáticos han aprendido de nosotros que, al parecer, sólo la destrucción de lo que es bueno y es bello puede elevar a una sociedad a la condición de verdaderamente civilizada.
  Manuel Delgado es profesor de Antropología Religiosa en la Universidad de Barcelona y autor de obras como Las palabras de otro hombre, La ira sagrada y Luces iconoclastas.
 

(VOLVER)


Agencia ZENIT 10/05/ 2001

¿Cómo serán los laicos del tercer milenio?

Habla Guzmán Carriquiry del Consejo Pontificio para Laicos

CIUDAD DEL VATICANO

¿Cómo serán los laicos del tercer milenio? A esta pregunta ha respondido este jueves en el Vaticano el profesor Guzmán Carriquiri, secretario del Consejo Pontificio para los Laicos.

Guzmán Carriquiry es uno de los laicos con cargos de mayor responsabilidad en el Vaticano. Siendo abogado, hace 29 años vino desde Uruguay a Roma con su mujer y su hijo para trabajar en el Vaticano. Con el tiempo, no sólo ha tenido otras hijas encantadoras, sino que además se ha convertido en un fiel colaborador del Papa, quien le ha nombrado  subsecretario del Consejo Pontificio para los Laicos, uno de los ministerios del Gobierno universal del Papa.

La conferencia, que llevaba por tema «Laicos para el tercer milenio: testimonios, profetas, misioneros» tuvo lugar en la Sala del Buen Consejo, de la única parroquia que hay en el Vaticano, la iglesia de Santa Ana.

Zenit ha querido profundizar con Carriquiry el papel de los laicos en la Iglesia del tercer milenio, uno de los desafío que el mismo Juan Pablo II plantea en la carta «Novo millennio ineunte», con la que clausuró el gran Jubileo del año 2000.

--Zenit: Alguien ha dicho: «un primer milenio predominantemente monacal, un segundo milenio sobre todo clerical y un tercer milenio tendencialmente laical». ¿Está usted de acuerdo?

--Guzmán Carriquiry: ¡Sugestivo, pero totalmente excesivo! En mi conferencia no he querido dejar lugar a sueños o utopías, que son fantasías humanas, sino que se ha forjado desde una experiencia presente de quienes, como hijos y responsables que somos de una tradición, está preñada de pasado y abre al futuro

Hablar del laicado también arriesga una genérica abstracción. Somos, nada menos, que más del 95% del pueblo de Dios, innumerables y diversísimas personas bautizadas que viven, bajo la guía de sus pastores, los más diversos grados de pertenencia y adhesión, de participación y de corresponsabilidad en la vida de la Iglesia.

Desde hace sólo muy pocos años somos ya mil millones de bautizados católicos, el 17% de la población mundial. Cifra impresionante, que comienza a relativizarse si se piensa que precisamente al mismo tiempo han llegado a ser mil millones los musulmanes, que las religiones orientales que parecían hasta ayer un objeto exótico se difunden y reexpresan en la cultura actual y que el número de los que aún no conocen a Cristo ni forman parte de la Iglesia se ha duplicado desde los tiempos del Concilio hasta nuestro presente.

De aquel 17%, además, sólo un generoso promedio del 10% cumple con el precepto dominical, índice insuficiente pero ilustrativo.

--Zenit: Curiosa paradoja. El catolicismo es la religión con más creyentes en el planeta pero al mismo tiempo se ha convertido en minoría.
 
--Guzmán Carriquiry: Para muchos el bautismo ha quedado sepultado por una capa de olvido e indiferencia. Cierto es que sólo Dios conoce y juzga nuestra fe, y que su Espíritu opera más allá de los confines visibles de la Iglesia. En todo caso, la realidad nos indica que los laicos católicos formamos parte --como ya lo recordaba la Escritura-- de una «pequeña grey». Lejos estamos de la vanagloria de incluirse entre los «pocos pero buenos», los «puros y duros», los coherentes y comprometidos, que termina siendo deriva farisaica y sectaria.

Somos, sí, «ekklesia», de la comunidad de los elegidos y llamados, convocados y reunidos por el Espíritu de Dios, pobres pecadores sólo reconciliados por su gracia misericordiosa, enviados al mundo para celebrar, testimoniar y anunciar el acontecimiento inaudito de la encarnación y de la redención de un Dios que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Nuestro futuro no puede ser el de una minoría «asimilada» y por eso insignificante, sino portadora de la sal y la luz del mundo en vasijas de barro.

--Zenit: Los cristianos viven ahora en una cultura que ya no es «atea» o «laicista», como en décadas anteriores, pues ya no se contrapone a la religión frontalmente, sino que tiene más bien una concepción de Dios marginal, como si fuera irrelevante.

--Guzmán Carriquiry: Sufrimos los influjos capilares de una cultura «mundana» cada vez más lejana de la tradición católica, que tiende a comprimir y a reformular la confesión y experiencia cristianas según su propia lógica e intereses. Tenemos que estar atentos y vigilantes ante tres modalidades de reducción del cristianismo que están en el futuro de nuestro presente. Una es la reducción como preferencia religiosa irracional, confinada entre las muy variadas e intercambiables ofertas «espirituales» que abundan en los escaparates de la sociedad del consumo y del espectáculo, expresada sea en un sentimentalismo «light» sea en las rígidas formas reactivas del pietismo, del fundamentalismo. Otra es su reducción selectivamente moralista, como si el cristianismo fuese sólo símbolo de compasión por los semejantes, un edificante voluntariado social, un mero input ético de complementación funcional para tejidos sociales disgregados por el fetichismo del dinero, por la exclusión y la violencia, por el empobrecimiento de lo humano. Está, en fin, la reducción clerical, preocupada sobre todo por el poder, en que agendas y estilos eclesiásticos quedan modelados por la presión mediática. Nos toca vivir en tiempos de deriva nihilista --sin fundamentos, ni significados, ni ideales, ni esperanzas fundadas-- y de su «complemento de alma» en todo tipo de eclecticismos de abstracta religiosidad.

--Zenit: En este escenario, indudablemente la fe del mundo dependerá en gran parte del testimonio de los laicos. ¿Cómo deben testimoniar el cristianismo estos evangelizadores del tercer milenio?

--Guzmán Carriquiry: No será fácil pero sí crucial vivir apasionadamente en el mundo, sin ser del mundo, dentro de un mundo regido por un universalismo del poder, por un imperio que no parece tener una capital ni responsables visibles, pero que determina profundamente la vida de las personas y de los pueblos --y pretende hacerlo desde la constitución genética hasta los contenidos de la conciencia y los paradigmas de la existencia--, creando zonas de bienestar y de hambre, de paz y de guerra, de vida y de muerte. ¡Cuánta verdad experimentamos en aquello de ser un pueblo peregrino entre las tribulaciones y persecuciones del mundo y los consuelos de Dios! Demos por cierto que no nos serán ahorradas situaciones de exclusión, exilio y martirio.

Es cierto que la sociedad del consumo y del espectáculo funciona como una gigantesca máquina de distracción --de «divertissement» diría Pascal--, atrofiando sus deseos, censurando sus presuntas, banalizando la conciencia y la existencia de lo humano, convirtiéndolo sólo en nexo funcional dentro de un dinamismo de creciente autorregulación tecnológica. ¿Pero la realidad de las cosas, la aventura de la vida, quedan sin significado? ¿Nuestra felicidad es un sueño, una fantasía pasajera, últimamente irrealizable? ¿La vida es «una pasión inútil»? ¿Quedamos acaso condenados a nuestros limites, al poder de la muerte, a la nada? Eso seria la más absurda e inicua injusticia. Los dos millones de jóvenes de Tor Vergata piden, anhelan, esperan mucho más. Son anhelos ineprimibibles que emergen hoy en las más diversas expresiones de la cultura y de la religiosidad de los pueblos. No tenemos otro tesoro que éste: vivir la vida como vocación, testigos del Dios que se ha hecho hombre como compañía misericordiosa y salvadora de todos los hombres.

--Zenit: Usted ya está trazando el programa para los laicos del tercer milenio

--Guzmán Carriquiry: Es decisivo para los fieles laicos en los tiempos de albores del tercer milenio su incorporación en las comunidades cristianas a los que han sido confiados por la Providencia de Dios, en las que crezca la experiencia y la conciencia de ese «tremendo misterio» de unidad que tiene en la Eucaristía su fuente y vértice, en las que se alimente la memoria viva de la Presencia del Señor en todas las dimensiones de la existencia.

Es necesario más que nunca que la fidelidad a Cristo y a su tradición sean sostenidas y confortadas por un ámbito eclesial realmente consciente de esa necesaria fidelidad.

Además, en sociedades marcadas por graves desigualdades y formas de «exclusión», cada vez más fragmentadas en una multiplicidad de intereses, culturas y conflictualidades particulares, en las que las relaciones humanas están caracterizadas sea por la extraneidad y la indiferencia sea por la enemistad y la explotación, resulta fundamental el testimonio de comunidades visibles de personas muy diversas que viven relaciones, verdaderas, definidas más por el «ser» que por el «haber» y el «poder», reconciliadas, de sorprendente fraternidad.

Ese es milagro y don para la conversión y transformación del mundo. Familias cristianas, auténticas comunidades eclesiales de base, renovadas comunidades parroquiales, diversificadas formas comunitarias en asociaciones y movimientos eclesiales, comunidades de consagrados... están llamadas a sostener la vida cristiana, a «rehacer el tejido cristiano» como reflejo y signo del misterio de comunión, a constituir moradas de auténtica humanidad, para que así pueda ir rehaciéndose el entramado cristiano de la sociedad humana.
la incredulidad por el carácter oscuro e inobjetivable de la fe. Fe e incredulidad conviven juntas en los creyentes, como demuestran los místicos que, según confesión propia, vivieron su experiencia religiosa en medio de noches oscuras del alma.

(VOLVER)


El Norte de Castilla 12/05/ 2001

 Por el amor de Dios

Una asociación de sacerdotes casados reclama en su congreso anual
el fin del celibato obligatorio en la Iglesia Católica

Víctor M. VELA

José Félix viene de Castilla La Mancha. Antonio de Andalucía… los hay que han llegado desde Cantabria, Madrid o Galicia. En total se ha congregado una parroquia de más de sesenta feligreses, muchos de ellos matrimonios en los que el marido es un cura, un sacerdote que en un determinado momento decidió compartir su vida con otra persona, amar a Dios y al prójimo en forma de mujer y casarse.

Pertenecen a un movimiento que se conoce como ‘Somos Iglesia’ y a una agrupación que bajo las siglas de Moceop (Movimiento pro Celibato Opcional) defiende «una institución eclesiástica más justa, menos verticalizada, en la que no se imponga el modo en que se tiene que extender la palabra de Dios».

En esta ocasión han elegido Valladolid como lugar para celebrar su reunión anual, una jornada en la que se ponen en común las vivencias personales de cada uno de ellos y se analiza la situación que en estos momentos viven aquellas personas que, «desde dentro de la Iglesia, apostamos por el matrimonio, por la igualación de la mujer en las responsabilidades eclesiales y por la participación activa en la sociedad».

José Centeno ha sido en esta ocasión el encargado de organizar los actos que se desarrollaron durante todo el día de ayer. «Se trata fundamentalmente de una jornada de convivencia, en la que tratamos de que se conozcan mejor los movimientos de la Iglesia que tratan de evolucionar, que no se han estancado en el pasado y que buscan la actuación desde dentro de la familia, desde el trabajo y el contacto directo con la el mundo en que vivimos. Y esto va más allá del púlpito». De ahí que las personas que acudieron no fueran únicamente sacerdotes casados, «aquí también hay solteros y seglares, pero todos nosotros defendemos que no se puede hacer del celibato una imposición, sino que debe ser algo opcional», explica Ramón Alario, presidente del Moceop.

Jornada de reflexión

Alario, quien inauguró oficialmente esta particular jornada de reflexión, resaltó la necesidad de «acabar con dos tópicos que han perseguido a nuestras reivindicaciones. El primero es la idea de que somos desertores. El segundo es la simplicidad con que muchas veces se nos ha ninguneado diciendo que nuestra situación es fruto de la suma de 95.000 problemas personales e individuales, cuando no es así». Alario señaló que las estadísticas indican que uno de cada cuatro eclesiásticos, «siempre según los países o diócesis», ha terminado contrayendo matrimonio. Estas cifras fueron confirmadas por el coordinador en España de la Federación Internacional de Sacerdotes Católicos Casados, Julio Pérez Pinillos, quien también acudió a la cita.

Ambos destacaron la defensa del celibato obligatorio como «la forma de expresarse de una Iglesia impositiva. Nosotros proponemos que no se obligue a nada, que no se encierre a los creyentes en un callejón sin salida», comentó Alario.

Movimiento obrero

Junto al debate en torno al matrimonio dentro de la Iglesia, los participantes en el encuentro también expresaron su opinión en torno a los conocidos como curas obreros, sacerdotes que compaginan su labor con trabajos en industrias o empresas de distinta índole. Un ejemplo es el de Luis Maestro, venido desde Burgos, quien defendió la implicación directa con la sociedad.

«Recuerdo a un obispo de Castilla que en una comida me dijo: ‘Así que tú eres cura obrero, ¿no? ¿Y eso no es peligroso?’ A lo que yo contesté: ‘Pues no, porque gracias a que trabajo, a que estoy en contacto con la gente, veo el Evangelio mucho más claro. Lo peligroso es lo otro, ustedes tendrían que haber vivido esto, haber trabajado codo con codo con estas personas, porque sólo si se ha vivido se puede comunicar con palabras comprensibles’», comentó Maestro durante su exposición.

"La gente no se escandaliza porque un cura esté casado"

Casado y con hijos, Julio Pérez Pinillos es el coordinador en España de la Federación Internacional de Sacerdotes Católicos Casados. Natural de Palencia, en la actualidad vive en Madrid, donde cada domingo oficia una misa ante su parroquia.

-Entonces, ¿se puede estar casado y decir misa?

-Sí, claro, perfectamente. A mí me lo ha pedido la comunidad parroquial, que por favor, que no les abandonara y siguiera reuniéndome con ellos. Y sigo oficiando misa. Lo que tenemos que intentar es que esto no se vea como algo extraño, que la propia Iglesia lo acepte y que reconozca que no es necesario el celibato para acercarse a la sociedad.

-¿Cuándo surge el movimiento contra el celibato obligatorio?

-De forma organizada aparece en 1983 en varios países. Y lo hace con una idea común en todos. En el evangelio no se exige el celibato en ningún momento, por lo tanto, no es relevante. Lo importante es apasionarse por la sociedad, mantenerse al servicio del pueblo; y el resto no debe imponerse, sino que tiene que venir dado por lo que la espiritualidad le pida a cada uno. Respetamos a los que prefieren mantenerse célibes, pero también pedimos respeto a los que hemos decidido vivir la pareja y la sexualidad. En número, somos unos 5.500 en España, sobre un total de 20.000 sacerdotes.

-¿Y eso se puede compaginar?

-Por supuesto. Tan santo y tan pecador es el cura casado como el no casado. Pedimos apasionamiento por el pueblo, por el evangelio, por la fe vivida en comunidad y nada demuestra que eso sólo se pueda hacer desde la virginidad, desde un sentido equivocado de lo sagrado. Es que no hay ninguna fundamentación ni bíblica ni teológica ni espiritual ni pastoral para defenderlo, por eso no entendemos que se imponga algo que debería estar en segundo lugar, muy por debajo de lo importante.

-¿Por qué se sigue defendiendo el celibato desde la Iglesia?

-Por miedo a los cambios. Quizá por lo mismo por lo que se sigue manteniendo un sentido negativo de la responsabilidad de las mujeres. El celibato no es lo más importante, pero es el eje en torno al que se han generado muchos problemas dentro de la Iglesia porque está al servicio de una concepción vertical, como una casta de célibes que creen estar por encima del resto. La gente ya no se escandaliza de que un cura esté casado. Lo que le preocupa son esas personas que viven con una doble moral y que lo ocultan.

(VOLVER)


AGENCIA ESPAÑOLA DE NOTICIAS DE VIDA RELIGIOSA
Conferencia Española de Religiosos
Tel.: 91 519 36 35   Fax: 91 519 56 57
Correo electrónico: iconfer@planalfa.es 

 “¿SE PUEDE SER HOMOSEXUAL Y FRAILE O MONJA?”

Una religiosa y un religioso abordan las relaciones entre homosexualidad y celibato

Madrid, 7 mayo 2001 (IVICON).- La pregunta no es nueva, pero sí legítima y oportuna, y más en los tiempos que corren: ¿se puede ser homosexual y fraile o monja?. En otro tiempo, esa condición pudiera ser un impedimento para entrar en la vida religiosa; hoy, las dificultades, aparentemente, no son mayores ni distintas que para una persona heterosexual. Para unos y para otros es cuestión de integrar la sexualidad en una opción de amor célibe.

“Que una persona homosexual se integre o no en la vida religiosa, no puede argumentarse desde su condición de homosexual sino desde el grado de integración, salud, apertura y sinceridad con la que se le hace posible acoger la vida y la vocación recibida”, señala Lola Arrieta, religiosa Carmelita de la Caridad, para quien “la persona con buena integración de su sexualidad, sea cual sea su orientación, es capaz de establecer relaciones profundamente positivas, compromiso en el amor en cualquier estilo de vida, e incluso más benevolencia, creatividad y sensibilidad que otros”.

En parecidos términos se expresa el jesuita Carlos Domínguez Morano al anunciar que “más vale un homosexual sano que un heterosexual neurótico o perverso”. “Probablemente, han sido muchos los hombres y mujeres homosexuales que, a lo largo de la historia de la Iglesia, han vivido honesta y creativamente su vocación de célibes por el Reino. Nunca sabremos lo que en su intimidad más profunda esto les significó de dolor y de grandeza, al tener que afrontar esa dimensión de sus vidas en un clima de rechazo generalizado”, subraya Domínguez.

Estas manifestaciones aparecen recogidas en dos cuadernos de formación permanente para religiosos, editados por el Instituto Teológico de Vida Religiosa de Vitoria, que para el curso 2000-2001 tiene previsto publicar en la Colección Frontera cuatro estudios en torno al tema de la afectividad y el celibato a cargo de los siguientes autores: Carlos Domínguez Morano (“La aventura del celibato evangélico. Sublimación o represión. Narcisismo o alteridad”), Lola Arrieta (“Sus heridas nos han curado” (Is. 53,5). Conflictiva afectivo-sexual en la opción de amor célibe”), Javier Garrido (“Afectividad y seguimiento de Jesús. Celibato y discipulado”) y José Luis Pérez (“Amor célibe en fraternidad misionera”).

HOMOSEXUALES EN LA VIDA RELIGIOSA

En su escrito, Domínguez explica que en los ámbitos eclesiales la cuestión homosexual deja ver todos los elementos característicos del tabú, y se lamenta de que muy pocos autores hayan afrontado directamente el tema de las posibles relaciones entre la homosexualidad y el celibato evangélico. Sin embargo, “ocultar que en el clero y la vida religiosa existe una proporción de personas homosexuales, al menos tan grande como en otros estratos sociales, sería un gesto de hipocresía que la sociedad, por lo demás, no parece hoy dispuesta a aceptar”, aclara el jesuita.

En la práctica, “es un hecho que existe un porcentaje importante de varones y mujeres homosexuales en la vida religiosa, como existen en la calle”, confirma Lola Arrieta, mientras explica que la homosexualidad no es la causa de padecimiento sino “la carga de ser considerado diferente en sentido peyorativo y padecer rechazo, por ser homosexual”. En este sentido, el problema a la hora del discernimiento vocacional está en “el sufrimiento profundo de muchos varones y mujeres por sentirse profundamente rechazados a causa de su homosexualidad”, lo que les lleva a considerarse “individuos estigmatizados”, con “la herida de sentirse tratados como inferiores y, por lo mismo, rechazados”.

Domínguez cree que la psiquiatría y la psicología clínica progresiva y mayoritariamente “se van pronunciando a favor de la no patología” de la identidad homosexual en sí mismo. Es más “nadie en la clínica psicológica y psiquiátrica considera hoy la homosexualidad como una patología sino como un modo de orientación de la sexualidad, entre otros”, subraya Arrieta. No obstante, hay al menos dos vivencias subjetivas diferentes de la orientación homosexual: la que crea sentimientos de culpa, sufrimiento y herida, y la que genera aceptación, serenidad e integración confiada, aunque, en el caso de ésta, “la reconciliación, esa ardua tarea por la que todos tenemos que pasar para asumir gozosamente la vida en el cuerpo, rara vez se libra del plus de esfuerzo y miedo que supone descubrirse con la posibilidad de ser homosexual”, comenta Arrieta.

CLARIFICAR Y ASUMIR

En el camino de discernimiento y aceptación, no se trata de fijar o polarizar como rasgo de identidad fundamental de la vida el hecho de ser homosexual, sino en llegar a clarificar y asumir la orientación homosexual como un rasgo más de los que configuran el proyecto de vida de amor célibe, dice Arrieta. De lo contrario, “se olvida que esa orientación sexual no es, después de todo, sino un aspecto secundario de la persona con relación a lo que constituye nuestra identidad esencial: ser hijos de Dios y hermanos de todos los seres humanos”, escribe Domínguez. “Si este camino no se logra recorrer, entonces habrá que levantar sospecha, no por la homosexualidad en sí, sino por lo mucho que se polariza en ello y lo que esto supone de interferencia para dedicarse al amor y compromiso de vida religiosa”, manifiesta Arrieta.

Frente a los rechazos represores y a las idealizaciones falsificadoras, Arrieta y Domínguez, expertos en psicología de la vida religiosa, invitan a superar la vivencia clandestina y negada de la orientación homosexual, porque “eso siempre crea problemas”, afirma Arrieta, al tiempo que Domínguez aclara: “Cuando un célibe no es capaz de reconocer y elaborar suficientemente su orientación homosexual, se cae fácilmente en una dinámica impregnada de patología, de represión, de ocultamiento, de desgarro y de culpabilidad que consume toda la vida del sujeto, impidiéndole prácticamente toda su proyectada dedicación al Reino”. Si bien eso no significa reivindicar una especie de “orgullo gay” en el seno de la vida religiosa, aclara Domínguez.

(VOLVER)


La Verdad  21/05/ 2001

Una religión sin templo

JOSÉ CERVANTES

En la actividad apostólica de Pablo surge un conflicto entre la comunidad de Antioquía y la comunidad de Jerusalén. Son dos corrientes de la Iglesia con interpretaciones diferentes del rito de la circuncisión, un acto ritual cargado de significado religioso y cultural en el mundo israelita que marcaba la pertenencia al pueblo judío.

La comunidad de Jerusalén sostenía que para ser cristiano había que pasar por este rito judío, mientras que Pablo sostenía que no era necesaria la circuncisión de los gentiles cuando éstos se adherían al cristianismo, pues el Espíritu de Dios es un espíritu de libertad, es el Espíritu de Cristo resucitado que trasciende todo tipo de normas rituales externas. El cristianismo es un modo de vida cuya novedad radical se proyecta más allá de toda frontera y más allá de todas las cláusulas y prescripciones rituales antiguas.

El conflicto quedó resuelto en el marco de la comunión eclesial abriendo la Iglesia sus puertas a los gentiles y superando la exigencia de la circuncisión reivindicada por la comunidad conservadora de Jerusalén. De este modo la Iglesia siguió avanzando en su predicación del evangelio sin limitar su fuerza salvífica y su potencia liberadora a ningún grupo étnico, lingüístico ni religioso.

La postura de apertura de la Iglesia encarnada por Pablo fue el criterio decisivo que permitió el salto del Evangelio a Europa. Ese mismo talante de apertura fraterna a la humanidad es el mismo espíritu que revitalizó a la Iglesia en el siglo XX con el Concilio Vaticano II y el que auguramos para ella en el momento presente.

A ello nos ayuda también el Apocalipsis (Ap 21,10-23) donde encontramos una visión portentosa que describe a la ciudad de Jeusalén celeste como una ciudad resplandeciente con la gloria propia de Dios. Las doce puertas de su muralla, con doce ángeles, orientadas hacia los cuatro puntos cardinales, así como los doce cimientos de la misma representan a las doce tribus de Israel y a los doce apóstoles de la Iglesia naciente. Es el género literario imaginativo, creativo, visionario que transmite una experiencia de fe totalmente novedosa en el ámbito religioso.

La gran novedad es que esta ciudad santa y universal no tiene templo. La gloria de esta ciudad no está en el templo, la gloria de la ciudad es Dios y el Cordero. El Cordero es la imagen de Jesucristo, el crucificado y resucitado que congrega a la gran multitud de los sufrientes de toda la historia y de las víctimas de la injusticia de este mundo.

En la ciudad celeste tienen parte todos aquellos que han sido fieles a la palabra de Dios, los testigos firmes del evangelio que han resistido ante toda influencia opresora ya sea ésta religiosa (la estructura dominante representada por templo) o política (el sistema social del imperio) y todos los que en cualquier lugar de la tierra sufren la exclusión, la injusticia y la opresión, ejercida por individuos, instituciones o estructuras.

Participar en esta nueva ciudad es abrirse a la novedad de vida que ella supone, no sujeta a ritos externos como la circuncisión, ni a lugares sagrados como el templo, sino vinculada a la palabra protagonizada en la historia por el que fue abriendo paso a la auténtica manifestación de la gloria de Dios en el amor a los hermanos, en la atención a los que sufren, en la resistencia hasta la muerte frente a los que sofocan y reprimen la marcha liberadora de la humanidad por los caminos de la justicia y de la paz.

Es tarea primordial de la Iglesia interpretar y actualizar esa palabra en cada situación histórica, afrontando los problemas sociales, políticos y religiosos de cada momento, con la fuerza del Espíritu y con el criterio fundamental de fidelidad a Jesucristo, a su causa y su mensaje y con el talante de apertura universal, de resistencia frente a la injusticia y de esperanza creativa que, como el Apocalipsis, lejos de alejarnos de la tierra, nos permite imaginarla de nuevo sin estructuras opresoras en un mundo de fraternidad, de igualdad y de amor.

José Cervantes es sacerdote y profesor de Sagrada Escritura

(VOLVER)


El Periódico 21/05/ 2001

El futuro de la Iglesia
Las bases del nuevo papado a debate

Rossend DOMENECH

Roma

Los 183 cardenales de la Iglesia católica, una especie de senado consultivo del Papa, se reunirán en el Vaticano a partir de mañana para debatir sobre el futuro que tiene por delante esta institución. El encuentro, que repetirán todos los obispos en el mes de octubre, pretende elaborar la plataforma estratégica que servirá de base para el gobierno del próximo Papa. Será una especie de ensayo general del cónclave que deberá elegir el próximo Papa, aunque el portavoz del Vaticano, Joaquín Navarro Valls, haya desmentido de forma tajante esta circunstancia, quizá por razones de oportunidad.

En el ocaso del actual pontificado, Juan Pablo II ha querido que, estando todavía en vida, la jerarquía católica reflexione sobre el futuro de la Iglesia, algo que no había sucedido nunca hasta el momento. Según coinciden la mayoría de los observadores, precisar las líneas de los próximos años del catolicismo facilitará después la tarea de buscar el candidato más adecuado para llevar a cabo el proyecto diseñado.

A buen seguro, el sucesor de Juan Pablo II se encuentra entre los 183 príncipes de la Iglesia que a partir de mañana, y por dos veces cada día, se reunirán hasta el jueves en este importante cónclave.

Casi todos los cardenales dormirán, como en el futuro cónclave, en el hotel Santa Marta, situado en el interior del Estado Pontificio, aunque en lugar de salir cada mañana hacia la Capilla Sixtina para votar, irán al aula de los Sínodos para diseñar la Iglesia del futuro.

Siete asuntos a debate

Los temas a debatir son siete, todos ellos mantenidos en riguroso secreto a la prensa. Sin embargo, fuentes cercanas al encuentro del colegio cardenalicio han revelado a este diario que se debatirán las cuestiones más cruciales que la jerarquía católica tiene sobre el tapete, como el papel de los laicos dentro de la Iglesia, la relación entre el centro y la periferia de la institución católica, los temas relacionados con el sexo e investigaciones científicas y los medios de comunicación.

Los moderadores que dirigirán los debates de los cardenales son de gran calibre, como la ocasión requería: el secretario de Estado, Angelo Sodano, y el guardián de la ortodoxia, Joseph Ratzinger. Hay un tercer moderador, al que le toca este honor por edad, el africano Bernandin Gantin. A sus 79 años, es el decano de los cardenales. Por su parte, el francés Jean-Marie Lustiger se ocupará de introducir los debates, explicando los temas y, al final, el mexicano Juan Sandoval Iñiguez resumirá las conclusiones.

La periferia del mundo católico presionará durante la reunión para que la Iglesia sea más abierta y democrática de lo que ha sido hasta ahora. Hay que tener en cuenta que en las últimas décadas han surgido varios grupos que presionan para conseguirlo, como Nosotros Somos Iglesia, de talante progresista, que reúne a millones de civiles y teólogos. En un documento anuncian la formación de un sínodo en la sombra y han enviado también siete puntos al Vaticano. Piden pluralismo interno y una mayor democracia a la hora de elegir a los obispos y asesorar al Papa, así como una reforma de la Curia (gobierno central) para que "sirva y no domine a los obispos".

DATOS
Reuniones desde el Vaticano II

Valor consultivo. Los consistorios existen desde el Concilio Vaticano II. Son reuniones de los cardenales sobre temas cruciales que afectan directamente a la Iglesia. De todas formas, tienen sólo valor consultivo. Uno fue dedicado al cura moderno, otro a las finanzas del Vaticano. El actual es el sexto de debate que se celebra.

La composición. Los cardenales son en la actualidad 183, de los que sólo 135 tienen menos de 80 años, edad máxima para participar en un cónclave. La norma fue introducida por Pablo VI (1963-1978). Juan Pablo II ha mantenido el límite de edad y ha establecido que los electores de un nuevo Papa cuando llegue el momento del relevo sean 120 como máximo.

Los 160 de Wojtyla. 160 cardenales electores han sido designados durante el pontificado de Juan Pablo II. En 23 años ha celebrado 8 consistorios electorales, de los que han salido 201 cardenales, 160 de los cuales siguen con vida. En la actualidad, ya no queda ningún cardenal elector nombrado por Juan XXII. Por su parte, de los que designó en su momento Pablo VI quedan 10.

Europa tiene más. Europa cuenta con 65 cardenales electores; América del Norte, con 13; América Latina, con 27; Africa, 16; Asia, 13, y Oceanía, 4. Por países, Italia es el primero en lo que se refiere a número de cardenales electores, con 24. Le sigue Estados Unidos (11), Alemania y Brasil (7), Polonia y Francia (5), España (4) e India (3).

La agenda. Los temas a debate son: el anuncio de Cristo en medio de las religiones, los laicos, las religiones naturales (new age ), globalización de la solidaridad, relaciones entre la Iglesia universal y local, la vigilancia sobre las tendencia mundiales en materia de moral sexual y la televisión.

EL APUNTE

¿Para qué?
Enrique Miret Magdalena (Teólogo seglar)

En la situación tan confusa que está viviendo la Iglesia, ¿para qué esta reunión de cardenales? Porque el papa Juan Pablo II está haciendo viajes de claro sentido ecuménico y la Santa Sede, por medio del gran inquisidor, el celoso alemán monseñor Joseph Ratzinger, condena doctrinalmente, en el documento Dominus Iesus , lo que hace el Papa.

Este quiere la unidad de los cristianos, pidiéndoles perdón por nuestros excesos y persecuciones, y acercarse a los musulmanes, rezando incluso en sus mezquitas, como ha hecho en Damasco. Y ha convocado en Asís dos veces a los principales movimientos espirituales no cristianos a pie de igualdad.

Si no se habla claramente de ello, cosa que no veo posible, dada la costumbre secretista y no dialogal de la Iglesia, muy probablemente nadie se atreverá a poner el cascabel al gato. Y no olvidemos que la misión de los cardenales es ser los asesores del Papa, máxime en la situación disminuida de facultades humanas que éste padece.  

(VOLVER)


La Vanguardia 22/05/ 2001

 El Papa abre el debate sobre la Iglesia del futuro

Corresponsal

Roma.-
El Papa abrió ayer el consistorio extraordinario que, con la asistencia récord de 155 de los 183 cardenales procedentes de 61 países de los cinco continentes, debe marcar las líneas que seguir por la Iglesia católica en el nuevo milenio. Se trata del sexto consistorio convocado por Juan Pablo II, con la novedad de que es el más numeroso de la historia de la Iglesia e incorpora 44 nuevos cardenales. El encuentro abordará hasta el próximo miércoles el tema "Perspectivas de la Iglesia para el tercer milenio a la luz de la carta apostólica 'Novo Millennio Ineunte' ('Nuevo Milenio Entrante')", y contribuirá a dibujar el perfil del próximo Papa.
En su saludo inaugural, Juan Pablo II recordó que "la variedad de esta venerable asamblea, que reúne a cardenales de todos los rincones de la tierra pertenecientes a las más diversas culturas, demuestra a las claras la unidad, la universalidad y la naturaleza misionera de la Iglesia". El Papa subrayó la importancia de la reunión y su relación con el gran jubileo, y pidió la ayuda de Dios para " identificar los retos emergentes en este pasaje de época". Juan Pablo II subrayó la necesidad de marcar los rasgos programáticos de "la acción evangelizadora de la Iglesia en el alba de un nuevo milenio. Se trata de evidenciar los objetivos misioneros prioritarios y los métodos de trabajo más idóneos, además de buscar los medios necesarios".
El cardenal francés Roger Etchegaray, que presidió el gran jubileo del año 2000, presentó una breve relación sobre estas celebraciones y dijo que una de las iniciativas ecuménicas "más sugestivas fue la de la apertura 'a seis manos': católicas, ortodoxas y anglicanas, de la puerta de San Pablo Extramuros". No obstante, lamentó que el jubileo no haya podido programar el sueño del Papa de "un encuentro pancristiano, o simplemente un encuentro en el lugar más natural, en la tierra de Cristo". Etchegaray también subrayó el aspecto social del jubileo y recordó el mensaje del Papa sobre la necesidad de "pasar de una Iglesia para los pobres a una Iglesia totalmente pobre. Aquí quizá tocamos la cuestión más provocadora, la más urgente para la evangelización del nuevo milenio. Sólo una Iglesia pobre puede llegar a ser una Iglesia misionera y sólo una Iglesia misionera puede exigir una Iglesia pobre".
En los discursos de los 16 cardenales que intervinieron ayer, los temas más abordados fueron la unidad dentro de la Iglesia, el papel de los medios de comunicación, globalización, santidad, la familia y la naturaleza misionera de la Iglesia. Sobre este último tema, el cardenal checo Jozef Tomko defendió que "no nos interesa una Iglesia de manutención, que sólo sirva para coser remiendos o desperfectos. Es necesaria una iglesia misionera, que salga de los templos, de las oficinas, de las cátedras académicas, para anunciar el Evangelio".
Por su parte, el cardenal estadounidense William Keeler resaltó la importancia de los medios de comunicación para difundir el Evangelio, y dijo que son los "nuevos areópagos" para la evangelización del tercer milenio. (El Areópago es una colina de Atenas en la que san Pablo anunció el Evangelio en el año 50.)
En cuanto a la globalización, uno de los temas que más preocupan al Papa, los cardenales consideraron que, intrínsecamente, no es ni buena ni mala, aunque insistieron en que para que sirva a las personas debe incluir el concepto de solidaridad social.

(VOLVER)


Agencia ZENIT 22/05/ 2001

Nace una televisión católica en Madrid


Habla el Consejero Delegado de TMT, Juan Pedro Ortuño

MADRID, 21 mayo 2001 (ZENIT.org).- En los últimos días, los medios de comunicación de Italia y de países de América Latina han informado con gran interés sobre el proyecto de la diócesis de Madrid de lanzar un canal de televisión de alto nivel profesional.

Para comprender mejor cuáles son los objetivos del proyecto, Zenit ha entrevistado a don Juan Pedro Ortuño, recientemente nombrado Consejero Delegado de TMT (Canal de Televisión del Arzobispado de Madrid, S.A.)

--¿Por qué un canal nuevo de televisón y cuál es el significado de las siglas?

--Juan Pedro Ortuño: Se trata de un canal católico cuyos objetivos se encuadran dentro de la nueva presencia evangelizadora de la Iglesia: orientar a la opinión pública con criterios cristianos, a partir de los valores del Evangelio enseñados por la Iglesia católica en su Magisterio, la defensa y promoción de la persona, promoción humana social y cultural de la sociedad, defensa de los valores humanos tal y como se conciben en el magisterio de la Iglesia, etc.

Las siglas hacen alusión al signo cristiano de la Cruz (T), al ámbito territorial madrileño (M) y al medio utilizado que es la Televisión (T).

--La programación, ¿será generalista o temática?

--Juan Pedro Ortuño: Fundamentalmente tendrá un cariz generalista, ya que la Iglesia nunca puede por lealtad a su propio fin, sectorializar su programación, ya que su mensaje afecta a todo ser humano. En palabras de san Pablo: «Dios quiere que todos los hombres lleguen al conocimiento de la verdad». Por otra parte, tampoco podemos dirigirnos a un público no creyente, no se pueden sacrificar espacios de formación, comentarios del Evangelio, o la emisión de la celebración de la Eucaristía.

--¿Cuáles serán los vértices de la programación?

--Juan Pedro Ortuño: Una programación especial para niños, ausente en muchos canales de televisión; un informativo diario de calidad en el que se contaría siempre con la opinión de la Iglesia en temas de actualidad; un informativo de ámbito local. Un debate diario sobre algún tema notorio de la jornada. Y un Magazine en el que las familias, el entretenimiento, las entrevistas, etc., tendrán su cabida.

--¿ Por qué no se ha hecho una propuesta desde la Conferencia Episcopal Española?

--Juan Pedro Ortuño: Se ha pensado que sería mucho más eficaz un planteamiento de televisión desde las distintas realidades que acaparan las diócesis, y desde ahí ascender a un planteamiento en donde aunar todos los esfuerzos originados, desde las diócesis españolas, y encontrar un foro en donde reunir producciones que puedan ser compartidas.

--¿Tienen algún tipo de acuerdos con otras instituciones?

--Juan Pedro Ortuño: Existen conversaciones para aprovechar infraestructuras más amplias y consolidadas, como puede ser el ejemplo de la COPE, universidades católicas, etc., y así aunar esfuerzos e intercambiar contenidos.

--¿Cuándo será la fecha de emisión del nuevo canal de TV?

--Juan Pedro Ortuño: Ya estamos emitiendo en pruebas, y a finales de junio de este año, se hará una presentación del Canal a los medios de comunicación. Para el próximo otoño se espera sea la inauguración de la emisión de la programación. 

(VOLVER)


El País 23/05/ 2001

 Un concilio para el siglo XXI

Juan José TAMAYO-ACOSTA Teologo

'... los males que hoy le causan (a la Iglesia) desolación, las herejías y las perversiones de la vida religiosa de la entera Cristiandad, proceden del hecho de haber abandonado la celebración de concilios'. Esto escribía el monje Udalrico con motivo de la celebración del concilio de Basilea (1431-1449). Un siglo después, era el teólogo y jurista español Francisco de Vitoria, 'padre del derecho de gentes', quien se expresaba en términos similares: 'Desde que los papas comenzaron a temer a los concilios, la Iglesia está sin concilio, y así seguirá para desgracia y ruina de la religión'.

Es posible que parecidas reflexiones estén haciéndose las numerosas voces procedentes de todos los sectores de la Iglesia católica: cardenales, obispos, teólogos, teólogas, movimientos cristianos de base, que reclaman la celebración de un nuevo concilio para responder con creatividad e imaginación a los grandes problemas planteados al catolicismo en el nuevo siglo. Primero fue el cardenal Martini, arzobispo de Milán, quien, en un Sínodo de obispos de 1999, propuso delante del Papa la necesidad de una asamblea de la Iglesia universal para tratar cuestiones de especial trascendencia, cuya respuesta desborda la capacidad de un sínodo. La propuesta cayó en saco roto, y sus colegas -incluidos los obispos españoles- le dieron la espalda. Pero Martini no se dio por vencido y ha vuelto a reiterar su propuesta. La última vez, el 17 de enero del presente año en una entrevista del Corriere donde ha expresado su deseo de un concilio ecuménico que aborde con vigor y rigor los 'temas cálidos' de la vida de la Iglesia católica. A dicha petición se ha sumado Karl Lehmann, presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, nombrado recientemente cardenal por Juan Pablo II, quien mantiene profundas divergencias teológicas con el cardenal Ratzinger y se enfrentó al Vaticano cuando se negó a cerrar los centros de asesoramiento sobre el aborto que tiene la Iglesia católica en Alemania. Él cree necesario no limitar los ámbitos de decisión al Papa, la Curia y los sínodos episcopales, y sugiere como camino un Concilio Vaticano III.

Recientemente ha sido la corriente Somos Iglesia, con el apoyo de decenas de colectivos católicos críticos, la que ha pedido la puesta en marcha de un proceso conciliar libre con la participación activa de todo el pueblo de Dios para abordar los grandes desafíos que se le plantean al catolicismo.

Es verdad que no ha pasado tanto tiempo desde la celebración del Concilio Vaticano II (Roma, 1962-1965). Pero de entonces acá se han producido cambios tan profundos en el mundo que han mutado el panorama político, social, económico, religioso y cultural, tanto a nivel internacional como nacional y regional. Estamos ante un cambio de época más que ante una época de cambio. Y ello obliga a la Iglesia católica a reubicarse en el nuevo escenario mundial si no quiere perder de nuevo el tren de la historia, como lo ha perdido tantas veces. Muchos tenemos la impresión de que la Iglesia católica o bien sigue respondiendo a preguntas de otras épocas que ya nadie se plantea, o bien responde a interrogantes de hoy con respuestas del pasado. Esto ha sucedido de manera especial en las cuestiones morales, doctrinales y disciplinares durante el pontificado de Juan Pablo II.

Un concilio sería una gran oportunidad para retomar el tren de la historia e invertir la actual tendencia hacia la restauración por la de la renovación. Para ello, lo primero que hay que cambiar es el escenario de celebración. Los dos últimos concilios tuvieron lugar en Roma en correspondencia con la centralidad del catolicismo romano en el mundo. Hoy, sin embargo, el catolicismo tiene un rostro multicultural, multiétnico, multirracial y multirreligioso. De ahí que el Vaticano no me parezca el lugar más adecuado para el nuevo concilio. Me inclino, más bien, por un país del Tercer Mundo, América Latina, por ejemplo, que cuenta con un vigoroso cristianismo profético expresado a través del compromiso de los cristianos y cristianas comprometidos con las mayorías populares, el dinamismo de las comunidades de base y la pujanza de la teología de la liberación.

La Asamblea conciliar no puede convertirse en una reunión de notables o de títulos nobiliarios que sólo se representan a sí mismos. Ha de ser una asamblea en el pleno sentido de la palabra, con la máxima representación de todos los católicos y católicas, y no sólo de los jerarcas, elegidos por el papa, y con capacidad de decisión.

Entre los temas de la agenda conciliar hay uno que me parece prioritario: la Reforma de la Iglesia católica, que se quedó a medio camino en el Vaticano II; Reforma que ha de traducirse en una democratización en todos los niveles, desde la base hasta la cúpula. Ello exige un análisis crítico tanto de los fundamentos del papado, el episcopado y el sacerdocio, como de su ejercicio. Ahora bien, la democratización de la Iglesia se convertirá en una caricatura mientras se sigan manteniendo una concepción androcéntrica del ser humano, que no reconoce a las mujeres como sujetos morales y religiosos, y unas estructuras jerárquico-patriarcales que excluyen a aquéllas de los ministerios eclesiales y de las funciones directivas en la comunidad cristiana. Procede, en consecuencia, poner las bases para la creación de una 'comunidad de iguales' (no clónicos), en sintonía con el movimiento de Jesús y con los movimientos de emancipación de la mujer.

El segundo gran tema a debatir es la incorporación de la cultura de los derechos humanos en el interior de la Iglesia, para superar la contradicción en que incurre la jerarquía católica al defender los derechos humanos en la sociedad y negarlos en su propia casa. Ello exige reconocer el derecho de los cristianos y cristianas a elegir a sus representantes y facilitar cauces para el ejercicio pleno de las libertades de reunión, asociación y expresión, a las que hay que sumar, en el caso de los teólogos y las teólogas, las de investigación y cátedra, recortadas selectivamente hoy en función de la ideología. Este reconocimiento debe ir acompañado de un clima de diálogo que permita llegar a consensos básicos dentro del respeto al disenso, que tiene los mismos derechos que el consenso.

No debe descuidarse la reflexión sobre la inculturación del catolicismo en las diferentes y plurales culturas con el objetivo de activar un cristianismo culturalmente pluricéntrico, donde las Iglesias del Primer Mundo no dominen sobre las del Tercer Mundo ni éstas sean sucursales de aquéllas. ¡Cuánto menos, ahora que se ha invertido la tendencia numérica de los cristianos: a principios del siglo XX sólo el 30% de ellos estaba en el Tercer Mundo; a principios del siglo XXI llegan al 70%.

Pasó el tiempo en que se creía que la religión católica era la única verdadera. Ahora vivimos en tiempos de pluralismo religioso. Razón por la que el diálogo entre las religiones se convierte en un tema de obligado tratamiento, pero no tanto para llegar a acuerdos doctrinales, cuanto para establecer unos mínimos éticos en torno a la apuesta por la cultura de la vida, la protección de la naturaleza, el trabajo por la paz, el compromiso por la justicia y la defensa de la igualdad hombres-mujeres.

Entre los grandes fenómenos mundiales no puede soslayarse el de la globalización. El cristianismo en cuanto religión mundial debe preguntarse qué puede aportar para corregir los desajustes provocados por el proceso globalizador en su versión neoliberal y para construir un mundo donde quepamos todos y todas. Un nuevo concilio sería un momento oportuno para reformular la doctrina tradicional sobre la sexualidad desde una antropología unitaria y las cuestiones de la bioética, como eutanasia, reproducción asistida, manipulación genética, investigación y experimentación con embriones, clonación, etcétera, en diálogo con las ciencias de la vida y bajo el asesoramiento de los expertos.

De la historia de los concilios hay dos que me parecen especialmente significativos como punto de referencia: el de Constanza (1414-1418) y el de Basilea, llamados conciliaristas, porque defendieron la autoridad del concilio sobre el papa. Así consta en la declaración del primero aprobada el 6 de abril de 1415: 'Este Sínodo, legítimamente reunido en el Espíritu Santo, constituye un concilio general que representa a la Iglesia católica militante y recibe su poder directamente de Cristo (añadido mío: no del papa); todo cristiano, independientemente de su estado y dignidad, incluso papal, está obligado a obedecerle en cosas que afectan a la fe, a la extirpación del cisma actual, así como a la reforma universal de la Iglesia de Dios en la cabeza y en los miembros'. Hans Küng califica a Constanza como 'el gran concilio ecuménico de la reforma'.

El conciliarismo es una tendencia fundamental a recuperar en la teología, la organización y la vida de la Iglesia católica. Amén de frenar el autoritarismo papal, constituye una de las principales claves para la democratización de la Iglesia. ¿Por qué se tendrá tanto miedo a un concilio? 

(VOLVER)


Diario 16  23/05/ 2001 

El futuro de la Iglesia

Editorial

Dos razones de fondo otorgan particular importancia al consistorio extraordinario o cumbre cardenalicia que se está celebrando estos días en Roma. La primera, la delicada situación que atraviesa la Iglesia católica; y, por otro lado, el crítico momento en que se encuentra la sucesión del Papa, dados la ancianidad y estado de salud de Juan Pablo II, que en cierto modo han convertido en un pre-cónclave esta cita de purpurados.

Respecto a lo primero, a nadie se le oculta que el catolicismo atraviesa una importante crisis en los tiempos que corren. Tras el florecimiento que surgió de la inspirada intuición de Juan XXIII al convocar el concilio Vaticano II, ya en el declive de Pablo VI, la posterior aparición de la polémica encíclica Humanae vitae inicia el divorcio de la Iglesia con el mundo y la cultura contemporáneos. Juan Pablo II, pese a su papel histórico en la caída del Muro y su espectacular presencia en los medios de comunicación, que le han dado cierta apariencia de modernidad, no ha hecho sino consolidar dicho divorcio. En elementales temas de progreso de las libertades, como son el desarrollo de los derechos humanos, la participación democrática, el feminismo, la sexualidad y el diálogo eficaz con los no creyentes u otras religiones y cristianos separados, la Iglesia jerárquica está cada vez más lejos del mundo y, en múltiples ocasiones, de muchos de sus miembros más despiertos.

No hay más que apreciar, por ejemplo en nuestro país, el creciente declive de los obispos y de la presencia de su Conferencia Episcopal en la opinión pública, comparándolo con épocas aún recientes, o la desobediencia fáctica de los católicos en cuestiones como la moral matrimonial, fecundación in vitro, píldora del día después, legislación del aborto, o prohibiciones a los homosexuales y divorciados, por citar algunos casos concretos. La Iglesia, con sus censuras y condenas a teólogos y su uniformidad centralista impuesta desde arriba, ha ido construyendo una muralla dogmática de protección que le separa del pueblo y de la nueva cultura.

El segundo punto de mira de este consistorio se centra en la figura del próximo Papa, que, si no saldrá desde luego de este "precónclave" informal, al menos ha de ir perfilándose en un futuro próximo. Es pura consecuencia de lo anterior. Quien gobierne la Iglesia en el siglo XXI habrá de reconvertir el personalismo y la intransigencia de un pastor que esgrime el cayado, por un talante más evangélico y democrático; recuperar el espíritu de diálogo que caracterizó el tiempo del posconcilio; permitir el pluralismo teológico, y en definitiva redefinir el oficio del sucesor de Pedro, como pidió en cierta ocasión el cardenal Martini. Pasos que, como la ordenación de la mujer y la abolición del celibato obligatorio, no podrán darse en modo alguno en vida del papa Wojtyla, y que no se ven, dada la previsible rueda de papables, como muy cercanos. Más bien los pronósticos apuntan a un continuador algo más flexible y diplomático, quizás italiano, que recomponga las divisiones existentes.

El futuro de la Iglesia católica, en la medida que se prolongue artificialmente este final de pontificado, se presenta problemático. En el presente conviven a la vez una Iglesia ordenancista y minoritaria, representada por el Opus Dei y adláteres, con poder en el Vaticano; otra más amplia que sin negar su pertenencia crítica sobrevive desde una libre interpretación de los documentos de Roma, junto a una tercera y mayoritaria que se caracteriza por su indiferencia real aunque se autodefina "católica".

En la base y en los grandes desafíos del milenio, como la solidaridad, la ecología, el intercambio global de ideas y creencias, trabajan muchos y excelentes cristianos, que en sí mismos, y más allá de lo que digan sus jerarcas, constituyen una fuente de esperanza, sobre todo en países del Tercer Mundo. Pero en su vértice, el periodo de forzosa restauración, la negación real del avance de la libertad y de colegialidad, que ha convertido a los episcopados, líderes y teólogos en meros altoparlantes de Roma, no alientan muchos avances. Eso sí, esta magna asamblea de cardenales permitirá cierto intercambio entre los electores del Papa, lo que no es poco en orden a ir preparando ese difícil futuro, algo irrenunciable, si es que la Iglesia no quiere perder el tren de la Historia.

(VOLVER)


Agencia ZENIT 24/05/ 2001

 Mensaje final de los cardenales reunidos en consistorio

Traducción del italiano realizada por Zenit

1. Al final del consistorio, nosotros cardenales, venidos de todas las partes del mundo, volvemos a confirmar nuestra profunda comunión de fe y de amor con el Santo Padre, Sucesor de Pedro. A él se dirige nuestra cordial gratitud para que, como ya nos había convocado en consistorio para la preparación del gran Jubileo del año 2000, así ahora en este nuevo consistorio nos ha llamado a reflexionar sobre la aplicación espiritual y pastoral de la gracia jubilar, profundizando las líneas programáticas presentes en la preciosa carta apostólica «Novo millennio ineunte».

2. Con toda la Iglesia damos gracias al Señor, donador de toda gracia, por el río de gracias que con el Año Santo se ha derramado sobre el pueblo de Dios y sobre la humanidad entera.

3. Estamos convencidos de que la gran herencia que nos ofrece el Jubileo como don y responsabilidad es la de renovar, con íntima convicción y creciente confianza, nuestra confesión de fe en Jesucristo, Hijo de Dios, hecho hombre, crucificado y resucitado, único y universal Salvador del mundo.

Por esto, acogemos con alegría y volvemos a proponer a todos la consigna de continuar manteniendo fija la mirada sobre Cristo y contemplando su rostro a través de la familiaridad con la Palabra de Dios, la oración asidua y la comunión personal con Él, la participación en la Eucaristía, sobre todo en el día del Señor, la acogida de la misericordia del Padre en el sacramento de la Reconciliación, en un valiente compromiso por la santidad, sentido y destino de todo hombre y manantial y fuerza de la acción pastoral de la Iglesia. De este modo, la experiencia jubilar podrá animar y orientar la vida de los creyentes, acogiendo la absoluta primacía de la gracia.

4. La contemplación en la oración de Cristo, al tiempo que lleva a la comunión de amor con Él, alimenta la misión evangelizadora de la Iglesia. Ante la gran necesidad que tiene todo hombre de Cristo, nos sentimos llamados con apremio no sólo a «hablar» de Él, sino también a hacerlo «ver» con el anuncio de la Palabra, que salva y con el testimonio audaz de fe, en un renovao empuje misionero.

5. Condición, fuerza y fruto de la misión evangelizadora es la comunión, la unidad de los discípulos de Cristo, por la que rezó Cristo.

En un mundo sumamente marcado por laceraciones y conflictos y en una Iglesia que lleva las heridas de las divisiones, sentimos con más intensidad el deber de cultivar la espiritualidad de la comunión: ya sea dentro de las comunidades cristianas, ya sea continuando con caridad, verdad y confianza, el camino ecuménico y el diálogo interreligioso, siguiendo el ejemplar impulso que nos da el Santo Padre.

6. La comunión lleva a la Iglesia a hacerse solidaria con la humanidad, especialmente en el actual contexto de la globalización con la muchedumbre creciente de los pobres, de los que sufren, de cuantos son pisoteados en sus sacrosantos derechos a la vida, a la salud, al trabajo, a la cultura, a la participación social, a la libertad religiosa.

Renovamos nuestro compromiso a trabajar por la justicia, la solidaridad y la paz con los pueblos que sufren a causa de tensiones y de guerras. Nuestro pensamiento se dirige particularmente a África, donde numerosas poblaciones sufren a causa de conflictos étnicos, de una persistente pobreza y graves enfermedades. Que vaya a África la solidaridad de toda la Iglesia.

Con el Santo Padre lanzamos un sentido llamamiento a todos los cristianos para que intensifiquen su oración por la paz en Tierra Santa y pedimos a los responsables de las naciones que ayuden a israelíes y palestinos a vivir pacíficamente juntos. En la Tierra de Jesús la situación se ha agravado últimamente y se ha derramado demasiada sangre. En unión con el Santo Padre, suplicamos a las partes en causa que lleguen cuanto antes a un «alto al fuego», que retomen el diálogo a un nivel de paridad y de mutuo respeto.

7. Frente a las numerosos, graves y nuevos desafíos que la Iglesia encuentra en este cambio de época, la experiencia de fe vivida con el Jubileo nos lleva a no tener miedo, a adentrarnos mar adentro, poniendo nuestra esperanza en Cristo, y confiando en la maternal intercesión de María Santísima.

Mientras acompañamos con la oración al Santo Padre, en su próxima peregrinación a Ucrania, deseamos confirmar nuestra comunión fraterna con todas las Iglesias de Oriente.

Ciudad del Vaticano, 24 de mayo de 2001, Solemnidad de la Ascensión del Señor.

(VOLVER)


Ideal (Granada), 28 mayo 2001

«Este Papa ha utilizado el báculo
para golpear a las ovejas, no a los lobos»

El teólogo brasileño predica un cristianismo ecológico, combate a la Iglesia oficial, más preocupada por el ritual que por el hombre, y cree que los europeos son menos solidarios que hace años

Antonio Cambril. Granada

-Abandonó el sacerdocio hace unos años, ¿su fe sigue intacta?

 -Mi fe sigue intacta porque mucho más grande que el cardenal Ratzinger, o Juan Pablo II, es la Iglesia; no abandono a San Francisco, ni a san Buenaventura, ni a San Agustín, ni a los grandes testimonios de la fe, esos que hacen que sienta la Iglesia como un hogar espiritual.

 -¿No le asusta la posibilidad de convertirse en un heresiarca?

 -El discurso de la herejía es el discurso del otro, no el mío; pero los herejes son los que más han ayudado a la fe a crecer y modernizarse. Nacimos de una herejía, en el cristianismo primitivo de los Hechos de los Apóstoles se habla tres veces de la herejía cristiana. 

-¿Teme a la muerte?

 -No. La muerte es el otro lado de la vida.No vivimos para morir, sino que morimos para resucitar.

 -Le acusan de comunista.

 -Hay que rescatar la grandísima dignidad ética de Marx, porque luchó por los pobres y por los oprimidos. Marx nos enseñó que el pobre es un explotado, alguien a quien se ha convertido en pobre. Como eso es verdad, en último término no viene de Marx, viene del Espíritu Santo.

 -Ahora vive con una mujer, ¿entiende que debe suprimirse el celibato? 

-El encuentro con la mujer es el encuentro con algo que viene de Dios; al prohibir esa experiencia, la Iglesia atenta contra el deseo del Señor. Hay que respetar a las personas que optan por vivir el celibato, pero no debe ser fruto de la imposición de una instancia superior.

 -La mujer ocupa un segundo plano en la Iglesia, ¿ por qué?

 -Todo sistema autoritario, centralizado, es incapaz de ternura. La Iglesia se inscribe en esa tradición y no aguanta la fuerza intelectual que la mujer tiene, ha de negarla para poder mantenerse.

 -¿Por qué se desprecia el cuerpo?

 -La Iglesia es más hija de San Agustín, enemigo del cuerpo y de la carne, que heredera del Evangelio. Es fundamental que vuelva a ser humana, que rescate la sacralidad y la belleza del cuerpo, la altísima dignidad del placer.

 -Es curioso que usted, un franciscano, sea el fundador de la Ecología de la liberación. 

-Lo llevamos en la sangre: el universo no es mudo, todo habla, todo es un gran sacramento de Dios. Hay que hacer llegar la democracia más allá de los límites humanos, a todo el universo, para que todos seamos ciudadanos a los que hay que respetar e incluir en la sociedad. Yo sueño con reuniones en las que tú, Antonio, vienes acá con tu perro, tu papagayo y tus animalitos, porque esa también es tu familia, son hermanos y hermanas de verdad, y no solamente retórica.

 -La globalización económica ha hecho más ricos a los ricos y más pobres a los pobres. ¿Lo denuncia la Iglesia con la suficiente contundencia?

 -La Iglesia no denuncia porque es parte del proceso, es cómplice, pertenece al bloque histórico que hace esa globalización. Nosotros, nacimos ya globalizados en el siglo XVI, cuando se produjo el primer gran intento de globalización desde Iberoamérica. Allí, junto a los globalizadores, estaba la Iglesia, y hoy, bajo este Papa, sigue igual, es una Iglesia oficial, imperialista, de misión, preocupada por extenderse a todo el mundo para conquistarlo, no para servirlo ni para descubrir lo que Dios ha hecho. La Iglesia no condena porque sería un poco condenarse a sí misma; hace un discurso moralizante, condena la injusticia, la explotación, pero no pone remedios, no se pone de parte de los pobres, de los sin tierra, de los indígenas. Cuando se defiende eso, las cosas concretas, la Iglesia condena, dice que se está politizando la fe... y crea mecanismos de disculpa para no intervenir. 

-En Occidente apenas se oyen argumentos alternativos frente a quienes entienden la globalización como un mero proceso de aprovechamiento de los recursos naturales de los países menos desarrollados. ¿De dónde vendrán las respuestas?

 -En este momento no hay alternativas, estamos en el purgatorio, para algunos en el infierno, de la globalización, pero en la periferia del sistema están apareciendo semillas de contestación, y fuertes, hasta el punto de que el Banco Mundial no ha podido hacer la reunión que pretendía en Barcelona. Está surgiendo un antipoder, empiezan a aparecer voces que pretenden que no se trate a la Tierra como a un banco de negocios ni a los seres humanos sólo como fuerza de trabajo. A partir de esa conciencia planetaria se empieza a organizar en muchos lugares de Brasil y América Latina una forma de producción comunitaria (son muchos los que participan), autogestionaria (va de abajo a arriba), que crea sus propios mercados y monedas internas... son semillas de otras forma de producción, que atiende necesidades y realiza lo que es la economía en su sentido originario: la atención a demandas concretas de las personas.

 -¿Ve algún aspecto positivo en la globalización?

 La veo muy positiva, independientemente del proceso económico. Es una etapa de la evolución de la humanidad, de los que habitamos la misma casa común, que es la Tierra. Somos una sola especie y tenemos que hacer posible la convivencia de las diversas culturas. Llegará un momento (en eso sigo a De Chardin) en que entraremos en una etapa nueva llamada noosfera, la esfera de una mente y un corazón colectivo, de una globalización del proyecto humano. Estamos inaugurando esa ilusión. La globalización es un proceso irrefrenable, se va a producir, queramos o no queramos. Pero al mismo tiempo, hay que decir que ha ganado la globalización material y se ha olvidado para qué sirve, que es la base para una globalización ética, espiritual, política, con la que se inaugurará de verdad el nuevo milenio.

 -Usted, que viaja continuamente, ¿tiene la sensación de que los europeos son menos solidarios que hace años?

 -Donde hace años notaba solidaridad e interés por el Tercer Mundo, la mujer o la ecología, hoy, dada la gravedad de la situación europea, la gente entiende que cada uno tiene sus problemas y debe arreglarlos como pueda. El tathcherismo fue fundamental para el neoliberalismo, y ahora estamos viendo sus consecuencias: la deconstrucción del Estado, los sindicatos, la Seguridad Social; las privatizaciones; una disminución fantástica de la solidaridad, un individualismo creciente y una globalización más amplia, pero únicamente material, financiera, especulativa. La situación es dramática, no percibimos los lazos que unen a la familia humana. Somos más pobres que ayer y tenemos menos esperanzas.

 -Ha declarado que el Papa se orienta por Roma y no por Belén, ¿por qué?

 -El Papa es muy eclesiocéntrico, piensa que Roma es el mundo. No advierte que el llamado más original del cristianismo va por Belén, por la sencillez, por la periferia. Dios nació entre animales, y la Iglesia debe estar donde está Jesús, con los marginados, con los anónimos, con los oprimidos en comunión con los hermanos.

 -¿El papado de Juan Pablo II ha supuesto un retroceso?

 -Creo que es un retroceso dramático, porque no se han negado verdades, pero se han matado las esperanzas de muchos cristianos, de los mejores. Este Papa, más que nadie, ha utilizado el báculo, y no para golpear lobos, sino para golpear ovejas. Lamento profundamente que aquí, en Granada, se golpeara de manera injusta a Castillo y Estrada, dos de los teólogos más brillantes de España, que constituían una esperanza. El Papa hace esto para mantener una unidad más cercana a la de un ejército que a la de un pueblo.

 -¿Está la Iglesia más preocupada por el ritual que por el hombre?

 -Sí. Bajo este Papa, el rito y la disciplina, han sido más importantes que las personas. Pongo dos ejemplos. En Brasil han prohibido la Misa de los Negros porque, dicen, no se veía el carácter romano. También han prohibido, por las mismas razones, la Misa de la Tierra sin Males, de los indígenas. Permite que se haga teatro, que se monten 'shows', pero no con la forma con que el pueblo gusta alabar al señor. 

-¿Actúa la Iglesia como un estado?

 -Esa es la dimensión más escandalosa de la Iglesia: se comporta como los paganos y no como dicta el Evangelio, se entiende a sí misma como un poder, como un estado. Lamento que no hubiera una fuerza política en Italia que acabara con el Estado Vaticano.

 -Ahora que se habla de la mala salud de Juan Pablo II...

 -Sí, está reunido el consistorio, los cardenales, todos...

 -¿Qué Papa necesita la Iglesia?

 -Alguien sensible a la nueva etapa de la humanidad (que es la etapa planetaria), que entienda su función como espiritual, destinada a mantener en las personas la convicción de que tenemos un fuego interior. Segundo: que trate de unir a todos los que están en búsqueda espiritual y hacer una paz religiosa amplísima, porque todos somos hijos de Dios. Después: que luche en defensa de las vidas que son más negadas, de la vida de la Tierra, de la vida de los pobres, de la vida de los que no pueden comer una vez al día al menos (millones y millones de personas). Y por último: defender el derecho del ser viviente a ser abrazado como ciudadano de la Tierra, ya sea la la hormiga, el árbol o la persona... hacer una democracia sociocósmica. 

-¿Si el Vaticano no cambia, se producirá un cisma en Suramérica?

 -Sufrimos mucho, porque los pobres dicen: «Si el Papa tuviera asesores mejores estaría de nuestra parte, que raro que esté junto con los que nos oprimen». Nosotros no tenemos ganas de separación, pero me temo que llegue un día en que Roma, víctima de su dogmática, tenga que condenar a millones de cristianos que están en las comunidades de base. Ese sería el gran cisma, porque si la Iglesia pierde a los pobres, perderá a Jesucristo; y, sin Jesús, no tendrá ningún valor religioso.

 -Usted propone un pacto ético por la humanidad. ¿lo cree posible?

 -Es posible, y probablemente vendrá de una crisis tremenda de la humanidad, de la economía de especulación financiera que, a mi juicio, va a explotar, o de una crisis ecológica. Habrá que desarrollar una sensibilidad que nos permita sentir unidos nuestros destinos y garantizar un espacio de comunicación mínimo para fortalecer los lazos de sociabilidad y vivir nuestra humanidad. 

-¿Sabe dónde habita hoy el Anticristo? 

-El Anticristo no es una figura, es un tipo de espíritu, es el gran opositor, el ser que se opone a la vida y a su desarrollo, a que todos los seres tengan su dignidad garantizada, a que la dimensión religiosa pueda desarrollarse en libertad. Ese Anticristo está en nosotros, en los religiosos, en el mismo Vaticano... Y, sobre todo, en el proceso de globalización económica.

(VOLVER)


Semanario Fiesta, Granada, 3 de junio de 2001

A todos los diocesanos de Granada:
Sobre Leonardo Boff

Antonio Cañizares, Arzobispo de Granada

Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

Con profundo dolor he leído las declaraciones de Leonardo Boff, publicadas en el diario "Ideal" del lunes, 28 de mayo. En verdad, no conocía, plasmado en un medio de comunicación social, un ataque mas cruel e injusto a la Iglesia que el perpetrado en estas declaraciones por el Sr. Boff, ni me había encontrado hasta ahora con nada tan grave dicho contra la persona del Papa Juan Pablo II. Tampoco había visto semejante alarde de titulares ni despliegue tal de técnica periodística puestos para servir de soporte y maqueta a los insultos que una persona dedicaba al Papa, el cual, por lo demás, preside y representa a toda la Iglesia católica, que merece todo respeto.

Ciertamente no cabía en mi razón el que uno que se dice cristiano pudiese hablar y decir las cosas que dijo Boff. Pero tampoco me imaginaba que nuestro diario local - otrora de la Editorial Católica - pudiese perder el norte y el buen hacer periodístico de tal manera que llegase hasta publicar tal entrevista con frases tan tremendas e insultantes como las dichas por este pobre hombre. Tal vez se me diga que estamos ante el derecho a la libertad de prensa y de opinión, que yo admito y defiendo sin reticencia. Pero tal derecho tiene unos límites, y, sintiéndolo mucho, aquí se ha vulnerado el derecho a la libertad religiosa, elemento básico de una sociedad en libertad.

Se ha insultado gravemente a la Iglesia, se ha maltratado al Papa y a la Santa Sede, y se ha herido a los católicos, a toda la comunidad diocesana, en sus más profundas convicciones. Sin duda alguna, nadie habría permitido, con toda razón, que en una entrevista se agrediese del modo como se ha hecho aquí a otra religión, por ejemplo a la musulmana, o que se atacase a personas o instituciones tan "sagradas", como por ejemplo la Corona, y menos aún que a tal agresión se lo diese lugar en un medio informativo. Por eso resulta incomprensible e inadmisible, no sólo el contenido de la entrevista, sino la publicación de la misma. ¿Han pensado desde el "Ideal" que se pueda agredir así impunemente o vulnerar el respeto que se debe a las personas, a las instituciones y a las convicciones religiosas? ¿Es compatible esto en una sociedad en libertad y democrática? ¿Han pensado quienes lo dirigen y elaboran que la mayoría de sus lectores son católicos, se sienten hijos fieles de la Iglesia y viven gozosamente en comunión y amor con el Papa Juan Pablo II? ¿Se les puede insultar de esa manera o publicar esos insultos y agresiones a su propia fe y a lo que más aman que es la Iglesia, por la que conocen y siguen a Jesucristo? ¿Creen que todavía pueden seguir con la misma confianza de sus lectores?

Al mismo tiempo, y si cabe con mayor dolor todavía, lamento el que Leonardo Boff, cuyo juicio dejo en manos de Dios, que se ha apartado de las enseñanzas de la Iglesia, haya sido traído a Granada, conociendo su manera de pensar y proceder, por un religioso y haya tenido su conferencia en un Colegio Mayor regido por religiosos. Esto, además de ser una insensatez y una provocación, atenta contra la comunión eclesial y la debilita. Produce escándalo y confusión en el pueblo fiel, que pide y requiere mayor amor a la Iglesia y fidelidad a sus enseñanzas.

Asimismo siento profundamente el que hayan asistido a escucharle, en un nutrido número, sobre todo hombres y mujeres "de Iglesia" - personas consagradas, jóvenes en formación para el sacerdocio o la vida religiosa, estudiantes de teología, laicos "comprometidos"-. Con todo dolor de padre y pastor, pregunto: ¿Creemos que así se edifica la Iglesia, que así se evangeliza, que así se ayuda a creer en un mundo que no creo y que vivo como si Dios no existiera? ¿Es así como se extenderá el Evangelio de Jesucristo para la renovación de la humanidad?

A todos los que se sienten verdaderamente Iglesia hago un apremiante llamamiento a la reflexión y a la comunión. A todos pido que, purificado cuanto haya de ser purificado, fortalezcamos esa comunión. Como dice el Papa, "éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo". Antes que ninguna otra cosa, "hace falta promover una espiritualidad de la comunión, proponiéndola en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades". Esta comunión es inseparable de la adhesión cordial y efectiva, y de la fidelidad plena y de fe al Papa, sucesor de Pedro.

¡En el nombre de Dios, no juguemos con este aspecto tan fundamental! ¡No nos dejemos llevar tampoco, para ver qué es lo que tiene que ser la Iglesia, por los criterios y opiniones de los que no creen, o de los que son enemigos de ella, o no la aman de verdad! La renovación eclesial no está en esas voces sino en la comunión y en la fidelidad a la Iglesia, a esta Iglesia concreta, presidida por Pedro y sus sucesores.

Vivimos, por otra parte, tiempos de persecución y de prueba. En estos momentos, la persecución llega incluso a veces por personas que se dicen pertenecer a la Iglesia y por quienes les apoyan. Hemos de estar preparados y fortalecernos en la fe. Que nadie flaquee. Que todos pongamos nuestra confianza plenamente en el Señor, que siempre seguirá siendo la piedra angular, desechada por muchos, pero que constituye la única base sobre la que podemos edificar. Sobre esta piedra angular, Jesucristo, se asienta su Iglesia, inseparable de su Señor, presente en ella hasta el fin de los siglos.

Pido a todos que renovemos nuestra adhesión filial e inquebrantable y nuestro amor al Santo Padre, Juan Pablo II, testigo de fe y de esperanza, verdadero regalo de Dios para la Iglesia y para el mundo, evangelizador incansable, modelo para todos los cristianos, que nos confirma en la fe y en la caridad.

Que el Señor perdone a quienes persiguen a la Iglesia y a quienes la denigran tan injustamente. Que les dé la gracia de la conversión. Ella, como madre, siempre está dispuesta a acogerlos.

Con mi bendición y profundo afecto para todos.

(VOLVER)


Ideal (Granada), 5 junio 2001  

¿Quién teme a Leonardo Boff?

Pedro Gómez García

Este buen hombre no es más que un modesto teólogo brasileño, conocido por sus escritos en la línea del concilio Vaticano II y de la teología, la ética y la ecología de la liberación. Hace unos años sufrió la inquisición de la congregación romana para la Doctrina de la Fe, a pesar de lo cual su fe sigue intacta, como declara, lo mismo que su testimonio cristiano y su acción comprometida con los pobres de este mundo. Su palabra es pausada y cálida, puede resultar dura cuando denuncia las injusticias (es un rasgo propio del lenguaje de los profetas), pero es tierna, da alientos y esperanza cuando anuncia lo que significa el evangelio en las situaciones críticas de nuestro planeta, marcado por la pobreza de las mayorías, el desempleo de tantos, la degradación de la naturaleza.

Pues bien, el teólogo Boff ha pasado unos días por la ciudad de Granada, con motivo de la lección que debía pronunciar, el 25 de mayo, en un curso organizado por el Centro Mediterráneo, de la Universidad de Granada. La audiencia de público fue inusual para estos temas y para estos tiempos. Estaban presentes todos los cristianos «progres» de los alrededores, clérigos, religiosas y seglares, muchos de ellos nostálgicos de la renovación eclesial que está por llegar. Al día siguiente, en la abarrotada aula magna de la Facultad de Filosofía y Letras, se le grabó a Boff una larga entrevista, dentro de la serie «El intelectual y su memoria», en un acto presidido con muestras de reconocimiento y amistad por el Rector de la Universidad de Granada. Dos días más tarde, el diario local granadino, Ideal, publicó una entrevista, en un estilo periodístico e incisivo que el entrevistador y el entrevistado acertaron a utilizar como correspondía. Porque, claro está, un periódico no tiene por qué ser un tratado de teología dogmática.

Estos sucintos hechos, tan absolutamente normales, han ocasionado una desmedida escandalera desde las páginas de Fiesta, publicación de las diócesis de Granada y Guadix-Baza, que llegaba a los kioscos al final de la semana, titulando en primera página «Indignación en la Iglesia de Granada por las declaraciones de Leonardo Boff a 'Ideal'». En el interior, un artículo, firmado por Antonio Cañizares, obispo de Granada, toca a rebato «A todos los diocesanos de Granada: sobre Leonardo Boff». Tiene todo el derecho a hacer uso de su libertad de expresión, sobre todo con respecto a los católicos granadinos, como ordinario del lugar. Pero es igual de evidente que los demás, la prensa, la universidad, los cristianos de base también somos libres para opinar. Por nuestra parte, sostenemos en público que este episcopal texto ha desenfocado las cosas y cree ver graves peligros y enemigos de la fe donde no los hay. ¡Tranquilícese vuecencia! No tenga miedo. Es la celebración de Pentecostés y la fuerza del Espíritu Santo se nos da a todos, también a usted.

El enfoque de conjunto nos parece equivocado y además incurre en una argumentación contradictoria. La equivocación radica, primero, en postular que ha habido un insulto grave a la Iglesia; y segundo, en presentar los actos con Boff y sus palabras como «un ataque cruel e injusto a la Iglesia» llevado a cabo desde fuera, por «opiniones de los que no creen, o de los que son enemigos de ella». En cuanto a la contradicción, se indicará más adelante. Procedamos a replicar por pasos.

Para empezar, es sabido desde la antigüedad, y lo recordó el concilio, que la Iglesia somos todos los cristianos, todo el pueblo de Dios. De donde se sigue que esa interpretación que confunde Iglesia con Jerarquía eclesiástica, reduciendo aquélla a ésta, constituye un error teológico, sólo disculpable en gente iletrada, pero impugnable como contrario a la enseñanza conciliar de la Iglesia. Sin embargo, ¿no es éste el significado reaccionario que se recalca en el texto de marras? Allí, de modo confuso, la Iglesia se reduce a la Jerarquía, y luego, al Papa. Semejante mal entendida «fidelidad al Papa», por muchos teologúmenos rancios y latiguillos que se aduzcan, podría no pasar de ser una forma de papismo exacerbado o acaso simple papanatismo. En la entrevista de Boff no hay ningún insulto a Juan Pablo II. Hacer una crítica no es lo mismo que insultar. Por ejemplo, en un contexto democrático, el criticar las actuaciones del Presidente del gobierno no significa insultarlo; es una práctica muy normal y corriente. En la terminología cristiana tradicional, eso se llama corrección fraterna y, cuando se refiere a actos públicos, está justificado hacerla públicamente. Así que no se ven por ningún lado las «frases tremendas e insultantes» dichas por ese «pobre hombre», como es episcopalmente tildado el teólogo Boff, sino opiniones lealmente expuestas, algunas discutibles, pero que sin duda suscribirían hoy la mayoría de los católicos bien informados.

A fuer de honestos, apoyamos al prelado cuando reivindica el derecho a la libertad religiosa. Apoyamos este derecho con todo vigor «como elemento básico de una sociedad en libertad», como su excelencia dice. Más aún, lo apoyamos también en el seno de la Iglesia católica, con el sano propósito de que entre nosotros haya al menos la misma libertad que hay en la sociedad civil. Este principio de libertad religiosa fue proclamado por el Vaticano II y rige para la conciencia de cada católico y para la institución eclesial. Y por ello reclamamos en la Iglesia y entre las Iglesias la comunión en el pluralismo, la unidad en la diversidad, sin vasallaje feudal alguno. Este pluralismo es el que de hecho existe y va siendo hora ya de que sea reconocido y acogido oficialmente. De lo contrario, el empecinamiento de ciertos jerarcas acabará convirtiendo a la Iglesia como institución social en una megasecta, encastillada en sus paranoias, vuelta de espaldas a las necesidades humanas a las que dan respuesta el evangelio y los mejores momentos de la historia del cristianismo.

En consecuencia, no hay ni pizca de insulto, ni vulneración, ni maltrato, ni denigración, ni agresión al Papa, ni a la Santa Sede, ni a la enseñanza de la Iglesia, ni al pueblo fiel, ni a los católicos, ni a la comunidad diocesana... como el señor arzobispo denuncia con celo digno de mejor causa. ¡Si éramos nosotros! Éramos cientos de católicos de la iglesia diocesana, y de ellos muchos muy significados en la ciudad durante años y decenios, los que estábamos allí escuchando al teólogo hermano, encantados de oírlo y reavivando la fe y la comunión con la Iglesia universal. El mismo texto de su excelencia reverendísima, aunque lo lamente, atestigua que asistieron a escuchar a Boff «en un nutrido número, sobre todo hombres y mujeres 'de Iglesia' -personas consagradas, jóvenes en formación para el sacerdocio o la vida religiosa, estudiantes de teología, laicos 'comprometidos'-». Pero, ¡si va a resultar que sólo faltaba el señor obispo, para que todo hubiera sido perfecto!

En cambio, en estos tiempos descritos por él como calamitosos, de prueba y persecución, cual dolorido padre y pastor efectúa un «apremiante llamamiento a la reflexión y a la comunión» a quienes «se sienten verdaderamente Iglesia», previniéndolos contra los criterios y opiniones de los que no creen, o de los que son enemigos de ella, o no la aman de verdad. Aquí está la flagrante contradicción: Nos llama a prevenirnos contra nosotros mismos. Pues nos sentimos verdaderamente Iglesia, y lo reivindicamos: Somos Iglesia, junto con religiosos y religiosas, sacerdotes y seminaristas, curas secularizados, movimientos apostólicos, comunidades de base y laicos católicos de a pie, que estuvimos escuchando a Leonardo Boff y compartiendo la fe cristiana. Pero, al mismo tiempo, se nos identifica tendenciosamente como no creyentes, enemigos y desafectos, que atientan contra la Iglesia de Jesucristo (¡la nuestra!) y su primado el Santo Padre (¡el nuestro!).

Señor, señor arzobispo, que su mitra no se convierta en apagavelas de la inteligencia: Que no es que fuéramos buenos vasallos si hubiera buen señor, sino que todos somos radicalmente iguales por el bautismo y el Espíritu recibido. Que hasta los laicos somos ya maduritos en la fe. En esta iglesia y en esta sociedad, no se remedia ya nada invocando «adhesión filial e inquebrantable», sino admitiendo y organizando la corresponsabilidad, aceptando el pluralismo como forma de la unidad, intuyendo y respetando la presencia divina en cada ser humano, en esta humanidad sufriente y esperanzada de la que somos parte. Por tanto, señor obispo, tranquilícese, que nadie persigue a «la Iglesia». Que no ocurra al revés tampoco.

Y que, como su escrito concluye, el Señor nos perdone y nos dé la gracia de la conversión. A todos. Nuestro pecado ha sido sólo venial: Hemos acogido al hermano Leonardo, que venía de América latina, de Brasil, al teólogo cuyos libros nos han iluminado y alentado a lo largo de tantos años en nuestra militancia cristiana y social, al defensor de los pobres y excluidos que nos interpela, al espíritu franciscano qua clama a favor de la naturaleza acosada por la voracidad insensible de nuestra civilización industrial. Fuimos y lo escuchamos. Y alentó nuestra esperanza. La pena es que tantos sermones dominicales no den ánimos de la misma manera. También allí acudirían creyentes comprometidos y hasta agnósticos, quizá en nutrido número. 

(VOLVER)


 

Principal | Eclesalia | Discípulos | Jesús | Oración | Acción | Orientación | Educación Música | Enlaces | Solidaridad | Recursos | Portadas | Escríbenos