Planteamiento de la cuestión:
nosotros somos los protagonistas de la historia Yo no voy a ocuparme de mil cuestiones, que han
rodeado a la acción terrorista del 11 de septiembre. Todos hemos oído hablar
de ellas, sobre ellas hemos conversado, y sobre ellas volvemos continuamente al
conocer nuevos detalles. Y de ella seguiremos hablando durante mucho tiempo.
Porque la acción ha sido única, sin precedentes, inaudita, espectacularmente
cruel y ha sobrepasado todos los límites de nuestra imaginación. Quedamos atónitos
y todavía lo estamos. La acción ha sido muy grave, tan grave que ha
permitido decir que el mundo ya no es igual, ella marca un antes y un después.
Esa acción afecta al mundo entero, porque hemos descubierto que ya nadie vive
aislado sino interdependiente. Se quebró el mito de que había zonas de
seguridad y zonas de riesgo, zonas invulnerables y zonas débiles.
Hemos comprobado que el poder destructor puede
venir de una manera imprevista, descontrolada, invisible; simplemente porque, si
es cierto que hay situaciones y causas que alimentan el terrorismo, es también
cierto que la acción destructiva, como capacidad intrínseca del ser humano,
puede desencadenarse en cualquier momento por individual voluntad, de una manera
fantástica y loca, llegando el terrorista a creerse que está realizando una
acción querida por Dios, atribuyéndose por ello mismo legitimidad y poder casi
infinitos. Esta tragedia, lanzada al rostro de la humanidad,
nos ha restituido a un hecho radical: somos un mundo interdependiente, con
resultados, a veces, tremendamente cruentos, ocurridos no al azar, sino por obra
de unos y otros, por nuestra manera de relacionarnos, de comportarnos los unos
con los otros. Es un mundo interdependiente, pero libre, puesto en escena por
nosotros y donde muchas veces en lugar de encontrarnos y respetarnos, nos
enfrentamos y nos crucificamos. No hay, pues, fuerzas caóticas, causantes de
nuestras desgracias. El escenario lo montamos nosotros, el drama lo
representamos nosotros y los resultados los recogemos nosotros. Los dioses están
fuera, ni Jehová, ni Alá ni ningún otro son autores de nuestras acciones.
Nuestra historia es nuestra, la hacemos nosotros, en una dirección o en otra.
Dios en todo caso es Padre de todos, partidario únicamente de la justicia y del
amor. Pero los políticos, ante el perturbador curso de su cavilaciones, tienen
necesidad de legitimarse con el con el aval de Dios. Es una manera blasfema de
invocar el nombre de Dios. Reivindico con esto la necesidad de enfrentarnos a
nosotros mismos, a nuestras propias obras. Sin rodeos ni autoengaños, sin
discursos falaces. Seguramente las cosas son más simples, más fáciles de
arreglar, si nos empeñáramos en ordenar el mundo desde la Justicia y Derecho y
no desde nuestro egoísmo e intereses. Estoy, pues convencido de que, dentro de su
complejidad y dificultad, el mundo tiene sentido, puede explicar sus
contradicciones, reprobarlas y enderezar su rumbo. Se trata de ser consecuentes
con los principios que decimos profesar. La
dignidad y derechos universales de la persona, principio fundamental Yo soy occidental y esto de ser occidental conlleva
otras particularidades. Otros son orientales, con sus respectivas
peculiaridades.
Pero, tengo claro que mi occidentalidad no define
ni abarca lo esencial: mi condición de persona. Puedo amar mis particularidades
de continente, raza, cultura, religión, pero nada de esto me autoriza a
sobreponerlas por encima de mi categoría de persona. Lo primero, lo común a
todos, lo más valioso, lo que no nos diferencia y constituye en iguales, es
nuestra naturaleza personal. La persona, en cuanto persona, no se territorializa,
no se razifica, no se religiosiza, no es patrimonio de nadie, pues su
territorio, raza, religión y patrimonio son radicalmente universales. Por eso,
todos somos ciudadanos del mundo, sin fronteras, sin discriminaciones, sin
inferioridades ni superioridades. La ciudadanía universal me la da mi ser de
persona. La persona tiene propiedades particulares, secundarias, pero tiene
otras esenciales, que comparte con todos y son las que nos hacen reconocernos idénticos
y, por lo mismo, unidos en vínculos naturales de dignidad, ciudadanía y
derechos universales. Si todos, como personas, tenemos una dignidad y
derechos universales, la convivencia primordial tiene que edificarse sobre la
aceptación y práctica de esos derechos. En el orden individual no hay lugar
para la ley del más fuerte, que instaura relaciones de desigualdad ( mayores /
menores, grandes / pequeños) y, en el orden social, tampoco: naciones de
primera y de segunda.
Toda persona está en su derecho de pronunciarse
libremente. Puede elegir ser atea o creyente, cristiana o musulmán, judía o
mahometana, pero hay una opción de la que no puede apartarse: vivir como
persona y tratar a los demás como personas. Esa es un fe común, básica,
anterior o, por lo menos, simultánea a la fe particular de cada una de las
religiones. Ninguna fe puede contradecir o anular la fe en la dignidad universal
de la persona y en sus derechos. Esa dignidad está proclamada, explicitada y
estampada en la carta general de las Naciones Unidas de 1948 y es base
constituyente para todos los Estados y Religiones del mundo. Y, sobre esa base, podemos caminar, convivir y
dirimir todos nuestros problemas, conflictos y diferencias. La Carta de los
Derechos Humanos nos da base y garantía para asegurar una justicia, un respeto,
una colaboración y una paz universales. Las guerras, los terrorismos y los enfrentamientos
surgen cuando no se reconocen ni se aplican esos derechos.
La acción terrorista del 11 de septiembre Entrando ahora en el núcleo del problema, quiero
fijarme en cinco aspectos fundamentales: primero: los sujetos del terrorismo;
segundo: las clases de terrorismo; tercero: los objetivos del terrorismo;
cuarto, las causas del terrorismo; quinto: las medidas contra el terrorismo.
Mi análisis, si es humano, debe tener un
procedimiento lógico. Cualquier acción tiene una explicación: todo efecto
tiene su causa; es decir, nada ocurre al azar. Nos costará o no encontrar esa
explicación, pero no descansamos hasta descubrir el por qué de esa acción.
Somos racionales y no nos sirven los engaños, las vaguedades, las imposiciones.
Queremos la verdad.
Dar con la verdad es dar con la realidad. Si una
persona sufre una enfermedad, lo primero que hay que hacer, para curarla, es
descubrir el origen de esa enfermedad, conocerla bien, diagnosticarla. De lo
contrario, la enfermedad seguirá oculta, y el médico, en lugar de curar, se
expone a dar palos de ciego. 1. Los
sujetos del terrorismo El terrorismo es un cáncer gravísmo de nuestra
sociedad, que nos está inquietando terriblemente. La acción terrorista contra
las dos Torres gemelas y el Pentágono delata una enfermedad en el cuerpo
social, una patología gravísima. ¿Podemos pensar que esa acción ha ocurrido por
casualidad? ¿Que ha venido de la nada o que es efecto de una locura, de un odio
ciego inmotivado? ¿No hay explicación? Acertar en esto es importantísimo para no errar en
el tratamiento. ¿Quién alberga o patrocina el terrorismo: un individuo, un
grupo, una banda, una multinacional, un estado? ¿Quién está tras la acción terrorista del 11 de
septiembre? 2. Las
clases de terrorismo En segundo lugar, debemos precisar a qué nos
referimos cuando hablamos de terrorismo. Todos debemos luchar contra el
terrorismo, sin duda. ¿Pero es que hasta ahora no se ha dado terrorismo? ¿Es
ésta es la primera vez que el terrorismo hiere a la sociedad? Terrorismo no es lo mismo que guerra. La acción
terrorista no supone una declaración formal de agresión de un Estado contra
otro; es una acción criminal, delictiva, imprevista, cuyo sujeto no es
necesariamente el Estado. Cuando las dictaduras del Cono Sur atentaban contra
los ciudadanos privándoles de sus derechos, haciéndolos desaparecer o asesinándolos,
eso era terrorismo de Estado. Se trataba de doblegar y dominar voluntades por la
coerción y el espanto, no por el respeto y el derecho. Terrorismo no es sólo el de un musulmán fanático,
sino el de otros sujetos colectivos. Detrás de la muerte de esos 200.000
guatemaltecos, cercana a nosotros, no había un individuo religioso fanático
sino unos ejércitos oficiales y unos cuerpos paramilitares y, detrás de esos
ejércitos, había unos gobiernos. ¿Quién está detrás del atentado a las Torres
gemelas? ¿Un Bin Laden? Un Bin Laden es una persona concreta, sería un
criminal, un delincuente, y a los delincuentes se los persigue, se los captura y
se los entrega a la Justicia y, tras las pruebas oportunas, se los juzga y
condena. Pero la captura y condena de un criminal no exige una guerra, no
justifica el despliegue de toda una maquinaria bélica para aplastar Dios sabe a
qué gentes, pueblos y estados. ¿Que hay que ir a las raíces y castigar a cuantos
apoyan, financian e inspiran el terrorismo? Conforme. Pero hagamos la aplicación
con rigor. ¿Quién inspiró, apoyó y financió el golpe de Estado en Chile en
1973, un 11 de septiembre, contra el régimen democrático de Salvador Allende?
Negroponte, actual embajador de Estados Unidos en
la ONU, siendo embajador en Honduras apoyó y financió el terrorismo contra el
gobierno legítimo de Nicaragua. Un terrorismo por el que Estados Unidos fue
condenado por el Tribunal de la Haya y por el Consejo de Seguridad y, frente a
los cuales, Estados Unidos reaccionó con su derecho al veto. ¿Quiénes
entonces movieron un dedo para denunciar y castigar este terrorismo? ¿Cuántos
se movilizaron contra él? La venganza, el patriotismo, el orgullo, el afán
de dominio son malos consejeros y pueden cegar a la hora de señalar a los
responsables de una acción terrorista.. No hay, pues, que pensar que terrorismo es solo
cuando nosotros sufrimos el zarpazo. Otras sociedades, otros pueblos llevan
tiempo sufriendo el espanto de la opresión, del hambre, de la marginación, de
la guerra implacable, de la humillación y del sufrimiento. ¿Cómo calificar el
hecho de que en apenas 10 años, desde el 92, Irak por causa de la guerra, de
los bombardeos, del uranio emprobrecido, de los embargos tenga en su haber más
de un millón de muertos, la mitad niños? ¿Y por qué no han dado la vuelta al
mundo esas imágenes en las televisiones sacudiendo la sensibilidad de la gente?
Todos contra el terrorismo; pero contra todo
terrorismo.
3. Los
objetivos del terrorismo Consecuentes con lo dicho, el terrorismo busca
aterrar, producir espanto, pero como medio para lograr ciertos objetivos.
¿Cuáles han sido en concreto los objetivos de la
acción terrorista del 11 de septiembre? Todo parece indicar que la acción terrorista
proviene de Oriente, de los paises mulsumanes, sin que se pueda todavía
determinar quién, quiénes o cuántos serían en concreto. Pero lo cierto es
que esa acción ha alcanzado con fuerza sin precedentes a Estados Unidos, en una
ciudad y en unos edificios altamente emblemáticos. Estados Unidos está a la cabeza de los países de
Occidente por su poder, su riqueza, su ciencia, su tecnología. Y la Torres
gemelas y el Pentágono eran la encarnación simbólica máxima de esos poderes.
No parece, pues, casual que la acción terrorista se haya dirigido contra
Estados Unidos. Evidentemente, la acción ha pretendido golpear, destruir,
herir, matar, aterrorizar. Golpear allí donde Estados Unidos mayor poder,
fuerza y seguridad parecía ostentar. La destrucción ha sido terrorífica en cuanto a pérdidas
humanas y en cuanto a efectos de incalculable daño psicológico, económico,
social, cultural y político. La manera como dicha acción se ha diseñado,
preparado, acompañado y ejecutado indica un poder formidable y, cómo no, una
inconmensurable dosis de cinismo, inhumanidad y desprecio por la vida. Estados Unidos y el mundo entero ha quedado
aterrorizado y lo seguirá por mucho tiempo. Pero la pregunta surge inevitable:
¿todo esto puede ser fruto del azar, de un odio ciego, de una motivación baladí?
Si tan grande es el dolor y la tragedia, ¿no habrá detrás algunas causas,
ciertamente importantes, que si no la justifican, lleguen por lo menos a darle
una explicación? 4. Las
causas del terrorismo Quizás sea este el punto más importante. Si nada
ocurre al azar, y lo que aquí ha ocurrido no lo ha sido y ha alcanzado además
una destrucción que ha conmovido al mundo, uno no puede menos de preguntarse
por las causas que han podido inducir a todo esto.
Como es natural, aquí las respuestas van a ser
diversas, según que oigamos a una u otra parte, la de quienes sin fisuras se
ponen de parte de Estados Unidos (el bueno, el inocente), la de quienes se ponen
de parte de los terroristas (los malos) y la de quienes, sin justificar a unos
ni a otros, tratan de buscar una explicación serena y crítica.
En las explicaciones más oficiales el
planteamiento ha sido dualista: Estados Unidos atacado injustamente tiene que
golpear al mal, al terrorismo en este caso, perseguirlo y erradicarlo,
concitando para ello una campaña de adhesión universal por parte de pueblos y
gobiernos. Todos deben tomar parte en este punto: con Estados Unidos o con el
terrorismo. La neutralidad no es posible. En este planteamiento, se da un supuesto gratuito:
Estados Unidos sería el bueno; el otro sería el malo. El terrorista es el
enemigo al que tenemos que combatir con todos los medios posibles. El mal, pues,
está fuera de nosotros; la responsabilidad está fuera, no nos atañe para
nada. Y compulsivamente se ha comenzado a identificar al terrorista y a cuantos
otros con él hayan podido colaborar. El carácter convulsivo de la tragedia favorece
esta acelerada identificación, será fácil contar con el asenso popular y,
sobre todo, nadie osará plantear la cuestión de averiguar qué es el
terrorismo y de quiénes pueden practicarlo. Esta indagación bien podría
descubrir otras fuentes de terrorismo, otros autores con responsabilidades
quienes, de antemano, se consideran eximidos de él. "Estados Unidos, ha dicho George Robertson,
secretario general de la OTAN, ha sufrido un ataque que viene del exterior. Esta
es prueba principal y suficiente. Y tratará de actuar con eficacia para
capturar a los responsables, pedir cuentas a quienes protegen, planifican,
financian o motivan a quienes ponen bombas. Y ellos tienen también que pagar
por estas cosas tanto como estos fanáticos. E ir a la raíz de este terrorismo
internacional" (El País, 23 de Septiembre). Oriana Fallaci, en sus comentarios publicados en El
Mundo (30 Sept.,1-2 de Octubre) no quiere oír hablar de planteamientos dialécticos
sino maniqueos. El Oriente musulmán, con una envidia y desprecio profundos a
Occidente, viene forjando desde tiempo una cruzada que acabe con la civilización
occidental. Hay que pasar a la acción, al combate y no esperar a que ellos nos
aniquilen. Samuel H. Huntington (El País, 18 de septiembre)
afirma que el "ataque ha sido obra de unos vulgares bárbaros contra la
sociedad civilizada de todo el mundo" y que atacaron a Estados Unidos
" como la encarnación de una civilización occidental odiosa y, al mismo
tiempo, como el país más poderoso de la tierra".
El politólogo Huntington no se permite analizar el
por qué de la odiosidad de esa civilización ni, al fijar la estrategia para
combatir el terrorismo, lanzar una mínima pista en la dirección de pedir
cuentas a esta civilización. En la otra parte, están los que se consideran
sufridores del mal, víctimas del poderío voraz de Occidente y, en concreto, de
Estados Unidos. Ellos llevan tiempo incontable padeciendo la dominación y el
sufrimiento.
Esto sería ya un motivo para la reacción y la
defensa. ¿Pero se encuentran en el Islam, en sus grupos específicamente
terroristas, posiciones que ideológicamente, prescindiendo de otras situaciones
y causas, alimenten sistemáticamente el odio destructivo contra el Mal, en este
caso Occidente? Considero interesantes las reflexiones de Josep
Ramoneda (El País, 4 de Octubre) al establecer un nexo casi lógico entre la
acción nihilista del terrorista y la acción omnipotente divina. Dice: "
Hay que interpelar a la religión musulmana en el punto en que facilita la
conexión entre violencia destructiva y religión: la sumisión del poder civil
al religioso; es decir, la negación de una legitimidad autónoma y plena al
poder político, cuya forma extrema es la "guerra santa"; es decir, la
guerra ordenada por Dios. Mientras no se pronuncie la separación entre la
religión y Estado, el fundamentalismo islámico encontrará siempre una
plataforma desde la que convertir la fe en furor divino, y al creyente, en
kamikaze ejecutor de la ilimitada voluntad divina". Ramoneda critica por igual el intento de construir
de una y otra parte un enemigo ideológico capaz de cohesionar la patria para
una lucha implacable. Pero él mismo recuerda que "no se trata de hacer un
mundo en que se está con nosotros (estadounidenses) o contra nosotros, sino de
hacer un mundo habitable, que no puede ser sumergido en la violencia
globalizada, ni la nihilista ni la del sueño imposible de la seguridad
absoluta... Asumido que la violencia destructiva no forzosamente necesita causas
porque la voluntad de combatir viene dada, se puede entrar en analizar las
situaciones que favorecen la emergencia de la violencia nihilista. Es el
territorio de las doctrinas de exclusión".. Por debajo de la información hecha en una u otra
dirección, hay una tendencia que, desde un análisis más sociohistórico,
apunta a las causas que han podido incentivar esta tragedia.
Escribe Carlos Alonso Zaldívar, diplomático:
"¿Qué les lleva a hacerlo? Cuando la vida sólo ofrece dolor y humillación,
la desesperación empuja a la venganza y a la muerte. La miseria puede convertir
la vida en un infierno. En Occidente, lo sabemos, pero no lo tomamos en serio.
La vida también puede volverse un infierno por otra causas que los occidentales
hemos olvidado: sufrir bombardeos de castigo, padecer humillaciones diarias, ver
cómo desaparece lo que daba sentido a las cosas... La historia reciente viene
siendo un enfrentamiento entre los occidentales poderosos y ricos, dispuestos a
matar pero no a morir, y los pobres impotentes a quienes sólo cabe morir
matando. Piensan que en Palestina, en Irak, en Africa y en otros sitios, los
poderosos llevamos años matando sin morir. Creen que el pasado martes, por una
vez, los desesperados, se tomaron la revancha de morir matando. El martes también
cambió nuestra visión del mundo en que vivimos. Descubrimos que los impotentes
e ignorantes saben y pueden más de lo que nos habían dicho y que quienes nos
protegen saben y pueden menos de lo que pretenden...Guerra, ¿contra quién?
Contra los terroristas, pero no sabemos quiénes son... Un error en los
objetivos, en los fines o en los medios y resultará que habremos aumentado las
filas de los dispuestos a morir matando" (El País, 16 de septiembre).
En la misma línea se ha expresado Jeremy Rifkin,
presidente de la Foundation on Economic Trends, en Washington, DC: "La
globalización ha mejorado las perspectivas de muchos. Pero también es cierto
que muchos otros han sido víctimas de la globalización: mano de obra infantil,
de la que se abusa y a la que se explota en fábricas dickensianas en todo el
Tercer Mundo; millones de personas desarraigadas de sus tierras ancestrales para
dejar sitio al negocio agrario; concentraciones de población cada vez mayores
en las zonas urbanas, sin empleo y a menudo sin hogar; espacios naturales que se
han esquilmado hasta dejarlos desnudos e incapaces de mantener ni siquiera la
existencia humana más rudimentaria... Las estadísticas a menudo son
insensibles y difíciles de entender para la mayoría de los que vivimos una
vida privilegiada en los mundos desarrollados del Norte. Consideremos, por
ejemplo, el hecho de que las 356 personas más ricas del mundo disfrutan de una
riqueza colectiva que exceden a la renta anual del 40 % de la humanidad, el 60 %
de la personas del mundo no han hecho nunca una sola llamada telefónica y una
tercera parte de la humanidad no tiene electricidad, cerca de 1.000 millones de
personas permanecen sin empleo o subempleadas, 850 millones están desnutridas y
cientos de millones de personas carecen de agua potable adecuada, o de
combustible suficiente para calentar sus hogares. La mitad de la población del
mundo está completamente excluida de la economía formal... Por último, está
el ataque implacable de la globalización a la diversidad e identidad cultural.
Segmentos enteros de la humanidad sienten que sus historias irrepetibles y los
valores que rigen sus comunidades están siendo pisoteados por las empresas
globales".
5. Medidas
contra el terrorismo Hecho el diagnóstico, sigue sin dificultad el
tratamiento. Todo depende de las causas señaladas en la procedencia del mal. En
nuestro caso, creo que está bastante claro. El terrorismo viene provocado por
situaciones y causas que fomentan las injusticias sociales, económicas,
culturales y políticas. El llamado Orden Internacional no parece que sea tal,
cuando dentro de él nos encontramos con hechos y desgracias como éstas. La
tragedia del 11 de septiembre acusa, querámoslo o no, a las dos partes del
litigio, pero acusa sobre todo a las políticas de Occidente. Y no son los políticos precisamente los que llevan
el análisis al campo de su propia responsabilidad. Repensar la propia política,
admitiendo persistentes abusos y errores y demandar la responsabilidad que de
ellos se pudiera deducir, supone humildad, un gran sentido de humanidad y
justicia, la convicción de que el mundo no está dividido para que unos dominen
y otros sean dominados, para que unos naden en la abundancia y otros pululen en
la miseria, y supone el sentir ético de que la humanidad es una única familia
llamada a convivir en unas relaciones igualitarias de justicia, fraternidad y
libertad. "No es posible, escribe el Magistrado de la
Audiencia Nacional, Baltasar Garzón, que viva en un país que sufre el
terrorismo desde hace más de treinta años y que día a día clama por la
legalidad y el Estado de derecho para hacerle frente, y que ahora se ponga el
casco militar y decida ayudar sin límite a un hipotético bombardeo de la nada,
a una masacre a la miseria; a un atentado a la lógica más elemental, de que la
violencia engendra violencia y que la espiral del terrorismo, de los terrorismos
-porque no todos son iguales ni en sus génesis, ni en su desarrollo o
finalidad- se alimentan con más muertos sea del color que sean, y ese aumento
de víctimas garantiza a la justificación de su actitud e incluso le otorga más
"legitimidad" para continuar su acción delictiva".
Garzón, como otros muchos autores, vuelve a
reafirmar que el terrorismo, especialmente el islámico, es un fenómeno al que
los países occidentales hemos contribuido a dar forma. Y enumera una serie de
graves omisiones de Occidente, que "le hacen sufrir ahora las consecuencias
terribles de una violencia extrema y fanáticamente religiosa".
Consecuente con su análisis, Garzón no duda en
afirmar: "La paz o la libertad duraderas sólo pueden venir de la mano de
la legalidad, de la justicia, del respeto a la diversidad, de la defensa de los
derechos humanos, de la respuesta mesurada, justa y eficaz... No se puede
construir la paz sobre la miseria o la opresión del fuerte sobre el débil y,
sobre todo, no se puede olvidar que habrá un momento en el que se tengan que
pedir responsabilidades por las omisiones y por la pérdida de una oportunidad
histórica para hacer más justo y equitativo este mundo... La respuesta no es
desde luego la militar, sino aquella que parte necesariamente del Derecho
mediante la elaboración y la aprobación urgente de una Convención
Internacional sobre el terrorismo... Creo que ha llegado el tiempo en que los
principios de soberanía territorial, derechos humanos, seguridad, cooperación
y justicia penal universal se conjuguen en un mismo tiempo y con un sentido
integrador. Este, y no otro, debe ser el fin de la gran coalición de Estados
frente al terrorismo". Esta misma es la opinión que, de unas y otras
partes, llega insistente: "La vía hacia nuestra seguridad consiste en
reducir el número de otros dispuestos a morir. Lograrlo no requiere resolver
previamente todos los conflictos y dramas del mundo . Lo que sí se exige es
recrear la esperanza de que las injusticias pueden llegar a repararse. Sólo el
desesperado muere matando, el que tiene esperanza prefiere vivir luchando. El
gran reto de Occidente no es matar a unos centenares de asesinos; si eso es todo
lo que hacemos, aparecerán otros. El reto consiste en poner fin a las
situaciones que hacen surgir miles de desesperados dispuestos a morir matando.
Algo que en los últimos 10 años no hemos hecho. Quizá tras el 11 de
septiembre de 2001 empecemos a hacerlo". Añado algunas opiniones más que apuntan a la raíz
profunda, si es que de verdad se quiere acabar con el terrorismo.
Tendremos que ser igualmente atrevidos y unánimes
en nuestra determinación para mantener el espíritu democrático de apertura y
tolerancia, y para abordar las injusticias económicas que permiten que
florezcan los pensamientos extremistas y el terrorismo. Esta iniciativa es la única
forma de garantizar realmente que el terrorismo sea definitivamente derrotado a
largo plazo" (Jeremy Rifkin). "La fase más larga y complicada en el combate
contra el terrorismo incluye, entre otras causas, la creación de acuerdos
internacionales sobre una serie de cuestiones, aplicar convenciones ya
existentes y utilizar los medios para lograr soluciones políticas a las
continuas injusticias" (Chris Patten, Comisario europeo de Relaciones
Exteriores, El País, 1 de Octubre). "En lugar de guerra y su correspondiente
escalada, lo que debería haber es u n tiempo de reflexión sobre las raíces
sociales y políticas del conflicto: un tiempo que sirva para el reconocimiento
de que el derecho de autodeterminación tiene prioridad sobre esas doctrinas
imperialistas trasnochadas propias de determinadas esferas de influencia y sus
deseos de fundar nuevas colonias" (James Petras, El Mundo, 16 de
Septiembre).
"La solución es la democracia a escala mundial: la voz de los pueblos, de todos los pueblos". (Federico Mayor Zaragoza, El País, 24 de Septiembre). CONTRA
EL TERRORISMO Y LA VIOLENCIA Declaración
de la Asociación Española de Teólogos y Teólogas Juan XXIII JUNTA DIRECTIVA La Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII
quiere expresar, a través de esta declaración, su condena del terrorismo y de
la violencia desde la ética humanitaria en favor de la vida y desde nuestra fe
en el Dios de la reconciliación, en los siguientes puntos 1. Consideramos que todos los terrorismos son
reprobables, porque atentan contra la vida humana, que es el derecho fundamental
del que emanan los demás derechos. No cabe establecer diferencias desde el
punto de vista ético y desde la fe cristiana entre distintos tipos de
terrorismos. 2. Condenamos los actos terroristas del 11 de
septiembre, que han destruido la vida de miles de personas en los Estados Unidos
y sembrado el terror en la población mundial. Los actos resultan más
condenables, si cabe, porque se han llevado a cabo bajo el nombre de Dios, que,
según el decálogo de las tradiciones judía y cristiana, no puede tomarse en
vano, y menos aún como justificación de la violencia. En todas las religiones
se formula el precepto de "no matarás". 3. Con la misma contundencia expresamos nuestra
condena de los bombardeos de Afganistán llevados a cabo por la coalición
internacional liderada por los Estados Unidos. La operación "Libertad
Duradera" supone un retroceso ético, ya que significa la aplicación de la
ley del talión, sin límite ni control, contra un pueblo que no es responsable
de los atentados terroristas del 11 de septiembre. Los bombardeos contra
Afganistán han desencadenado una espiral de violencia imposible de detener y
han tenido consecuencias negativas: muertes de personas de todas las edades;
fusilamientos indiscriminados de los adversarios; caza y captura de personas
que, por muy culpables que sean, no pueden ser objeto de irracionales instintos
de venganza; refugiados que tienen que sobrevivir en condiciones precarias,
destrucción de las infraestructuras de un país que se encuentra en permanente
estado de guerra desde hace casi un cuarto de siglo. La respuesta violenta a los
atentados del 11 de septiembre no nos parece la mejor respuesta al problema del
terrorismo mundial. Consideramos que los bombardeos son contrarios al derecho
internacional. 4. Nos definimos a favor de los métodos pacíficos,
de la no violencia-activa, como cauce más eficaz para resolver los conflictos,
en la línea de personalidades religiosas emblemáticas de todos los tiempos:
Buda, Jesús de Nazaret, Gandhi, Luther King, Juan XXIII, Dalai Lama, etc. 5. Estamos en contra de la leyes represivas que se
están debatiendo en el Parlamento Inglés y de la orden de Bush de juzgar a los
terroristas en tribunales militares secretos, ya que abren el camino a a juicios
sin garantías e incluso ejecuciones, sobre todo contra la población
extranjera. Tales medidas constituyen un recorte de las garantías
constitucionales y una negación de la igualdad de todos los ciudadanos ante la
ley, y son más propias de Estados dictatoriales y policiales que de Estados
libres y democráticos. 6. Estamos en contra de la ocupación de Palestina
por parte de Israel y de las acciones violentas llevadas a cabo por el ejército
israelí, que han causado la muerte indiscriminada de ciudadanos y ciudadanas
palestinos: dirigientes políticos, niños, mujeres, jóvenes, etc. Condenamos
igualmente el recurso a la violencia de las organizaciones armadas palestinas.
La comunidad internacional y sus instituciones deben exigir el cumplimiento de
las resoluciones de la ONU y facilitar el camino para la independencia de
Palestina. Abogamos por una solución pacífica al conflicto judio-palestino que
pasa por la creación del Estado Palestino, su reconocimiento por la comunidad
internacional y su protección por la ONU, que no puede ser neutral en esta
cuestión. 7. Condenamos el terrorismo de ETA, que carece de
toda justificación: política, social, religiosa, cultural, económica y ética,
responde a la lógica de la muerte, de la extorsión, está dictado por el
fanatismo y golpea indiscriminada y ciegamente a todos los sectores de la
población y a todos los pueblos de España. Todos los ciudadanos, sin excepción,
estamos en el punto de mira de ETA y somos víctimas potenciales. Por ende,
cualquier actitud de legitimación del terrorismo de ETA nos parece un acto de
complicidad. Más aún si la legitimación, el encubrimiento o el silencio
proceden de sectores religiosos. En ese caso se retrocede a etapas ya superadas
de la religión, que se caracterizan por la violencia de lo sagrado y
constituyen la perversión y degradación de la experiencia religiosa. Ninguna
causa, por muy noble que sea, justifica la destrucción de la vida humana, sobre
todo cuando existen cauces democráticos para su defensa. 8. Condenamos la violencia por razones étnicas,
raciales y religiosas, especialmente las llevadas a cabo contra las minorías
que, por serlo, se sienten indefensas. Son ellas las que precisan de más
defensa y protección. 9. Condenamos con la misma energía la violencia de
género, especialmente la que se lleva a cabo contra las mujeres en sus
diferentes modalidades: a través de los medios de comunicación, de la
publicidad, en el hogar, en el trabajo, en la vida cotidiana, en la educación,
en el lenguaje, etc. En dicha violencia tienen una responsabilidad no pequeña
las religiones con sus estructuras patriarcales y androcéntricas y sus prácticas
discriminatorias y excluyentes de las mujeres. 10. Con frecuencia el caldo de cultivo del
terrorismo son las situaciones de injusticia estructural del mundo actual,
provocadas por el modelo económico neoliberal, que sume en la pobreza a dos
terceras partes de la humanidad, ¡más de 4.000 millones de personas! Las
religiones han de asumir su responsabilidad histórica en este terreno
trabajando por la construcción de un orden internacional más justo y
solidario. Sobre todo, en el caso de las grandes religiones, que están
extendidas por todo el mundo y pueden influir decisivamente en la mutación de
la marcha del mundo en la dirección de la fraternidad-sororidad universales. 11. También se ejerce la violencia contra la
naturaleza, a través del actual modelo de desarrollo científico-técnico de la
modernidad, que se muestra salvaje al destruir las fuentes naturales de la vida.
Proponemos unas relaciones no opresivas y una convivencia pacífica entre los
seres humanos y la naturaleza. Las religiones poseen importantes tradiciones que
reconocen al mismo nivel y en igualdad de condiciones los derechos de la tierra
y los de la humanidad, a partir de que una y otra son imagen de Dios y gozan de
la misma dignidad. 12. Las religiones no pueden echar leña al fuego
del terrorismo nacional e internacional, atizándolo o justificándolo. Han de
utilizar el dinamismo de su voz profética para denunciarlo y condenarlo con
palabras y hechos. Han de ser agentes de reconciliación e impulsoras de
procesos de pacificación. Con el mismo empeño han de trabajar por la
construcción de un mundo donde quepamos todos y todas. El combate contra la
injusticia estructural requiere la misma decisión y el mismo empeño que la
lucha pacífica contra el terrorismo. 13. Dos son las exigencias que han de cumplir las
religiones: a) la renuncia a la guerra entre ellas y la opción por el diálogo
inter-religioso e inter-cultural; b) el acuerdo en torno a unos mínimos éticos
en favor de la justicia, la paz, la defensa de la naturaleza, la lucha por al
justicia y la igualdad entre los hombres y la mujeres. LA JUNTA DIRECTIVA DE LA ASOCIACIÓN DE TEÓLOGOS Y
TEÓLOGAS JUAN XXIII: Enrique Miret Magdalena, Juan José Tamayo-Acosta, Casiano
Floristán Samanes, José María Castillo Sánchez y Alfredo Tamayo Ayesterán. Volver al sumario del Nº 5 Volver a Principal de Discípulos
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