Revista de prensa César Rollán Publicamos aquí algunos artículos destacables sobre temas religiosos. Si deseas recibir información frecuente sobre artículos así que se publican en la prensa, puedes SUBSCRIBIRTE al Boletín ECLESALIA.
El Papado
del Tercer Milenio Por Juan García Pérez, S. J. La figura de los Papas suele ser objeto de
elogios encendidos que bordean un peligroso culto a la personalidad o de críticas
caricaturescas. Aquí hablaremos no de los Papas sino del Papado. Y trenzaremos
nuestras reflexiones en torno a cuatro afirmaciones principales. 1. La configuración actual del Papado no es
satisfactoria. La frase no supura «afecto antirromano» ni dosifica
cicateramente respetos y aprecios. Es conclusión directa de una lectura no
edulcorada de la realidad. No satisfacía a Pablo VI quien ya en 1967 reconocía
que el papado (o el Papa) es el mayor obstáculo en el diálogo ecuménico. Juan
Pablo II (Ut unum sint ) con una cierta audacia, que arriesga y compromete, se
dirige en primer lugar a las jerarquías y teólogos de otras confesiones
cristianas para que, sin renunciar a los elementos esenciales del ministerio de
Pedro, le ayuden a encontrar otras formas más ecuménicas de configuración del
Papado. 2. El Papado, en su forma actual, está «contaminado»
por algunos rasgos que no forman parte de la tradición recibida del grupo de
los Doce o de las estructuras nacientes de la Iglesia primitiva. Son secuela del
«contagio» que los poderes civiles han ejercido en la Iglesia. Un repaso muy
somero de la abundante literatura teológica sobre esta cuestión nos llevaría
de la mano a los escritos de figuras tan venerables como Congar (cardenal), o
tan prestigiadas como K.Lehmann (cardenal), Quinn (arzobispo emérito)
Pottmeyer, K.Schatz, Alberigo, Kaufmann y otros muchos. En las orillas del lago de Tiberíades aquel
pequeño grupo de Pedro y compañeros se hace a la mar del futuro. Un
especialista en historia podría adentrarse en el recorrido minucioso que L.
Pastor hace del Papado a través de los Papas. Pero el Papado ha recibido no sólo
el encargo de Jesucristo, abrumador en su sencillez, sino que en su andadura por
la historia se ha tiznado con rasgos que desfiguran su rostro. La Iglesia más primitiva debía transmitir
fielmente el legado de los Doce. Se comprendía a sí misma -escribe H.J.Sieben-
como testigo de la tradición apostólica. La iglesia particular de Roma se
asentaba sobre las tumbas de Pedro y Pablo. Por ello gozaba de una especial
consideración. Muy pronto el estilo de autoridad y un cierto oropel de los
emperadores romanos asedia a los obispos de Roma. En el s.V, León el Grande de
sucesor pasa a llamarse vicario de Pedro. A nuevo milenio, nuevo paradigma. Los
obispos de Roma, sin dejar de ser «testigos» se van convirtiendo en expresión
de Pottmeyer en «monarcas». Influyen en este viraje varios sucesos. El primero
de ellos, el cisma de Oriente. El obispo de Roma, dentro de los patriarcados
(Pentarquía), gozaba de un primado de honor pero no de jurisdicción. El cisma
contribuye a difuminar las lindes entre la jurisdicción del patriarca de
Occidente y el ministerio del sucesor de Pedro. Segundo factor, la lucha de las investiduras
en tiempos de Gregorio VII. Un signo, exóticamente gráfico como la tiara o
triple corona, que comienzan a ceñirse los Papas, expresa la «plenitudo
potestatis» sobre la propia Iglesia. Los canonistas acentuarán en esta época
los rasgos jurídicos. A comienzos del s.XIII, Inocencio III se presenta ya como
el único vicario de Cristo para toda la Iglesia, y queda situado sobre el
conjunto de los obispos. La afirmación sobre la «puissance absolue et perpétuelle»
que Bodin refiere a los príncipes en el Estado moderno, se transfiere a los
Papas cuya soberanía quedará por encima de las leyes. Siglos más tarde, ya en
el XIX, Mauro Capellari, precursor del ultramontanismo y futuro Gregorio XVI,
deducirá de esta soberanía la infalibilidad papal, definida como dogma en el
Vaticano. 3. ¿Habría que cambiar los dogmas? Algunos
teólogos católicos (Paul Wess) creen que para cambiar la situación de
acentuado centralismo en la Iglesia, no bastaría con una reformulación de las
expresiones y habría que llegar a una revisión de los contenidos dogmáticos.
El Vaticano II ha hecho suyos los dogmas del Vaticano I y a una concepción muy
verticalizada de la Iglesia ha yuxtapuesto una eclesiología de «colegialidad».
Pero el resultado, según Wess, no es una relación fraterna de Papa y obispos
(el mayor y los menores) sino la relación de un maestro con sus discípulos,
por echar mano de las palabras de Gasser, relator del Vaticano I. Otros teólogos, en cambio, como Pottmeyer,
piensan que no es cuestión de reformar los dogmas del Vaticano I sino releerlos
en otro contexto. No se tome esta propuesta como una maniobra para retirar al
desván algunos dogmas. La Iglesia no admite una manipulación de los dogmas que
vacíe sus contenidos pero sí acepta reformulaciones que en contextos nuevos
den lugar a aplicaciones diferentes. Recuérdese el reciente acuerdo (octubre
1999) de evangélicos y católicos sobre la justificación. 4. Sin atentar contra los dogmas, son
posibles reformas audazmente renovadoras. Tantas que ofrecerían a ortodoxos e
Iglesias de la Reforma un rostro de Iglesia Católica verdaderamente nuevo. Piénsese (y no sólo en «sueños») en una
Iglesia que reconociese un margen de actuación decididamente más amplio a las
conferencias episcopales y a los obispos de las iglesias diocesanas. Algunos
cardenales, cuyo perfil se destaca con fuerza en el actual colegio, como
Silvestrini, Danneels, Law, O´Connor, Martini, han señalado la mortecina
colegialidad que caracteriza a los actuales sínodos de obispos. «No es un
misterio el sentimiento difuso de insatisfacción por la tendencia involutiva
del Sínodo... reducido a monólogos sin discusión o réplica» decía el
dimisionario cardenal Silvestrini, que durante mucho tiempo desempeñó
importantes responsabilidades en la Secretaría de Estado. Y el cardenal
Danneels echaba de menos en el colegio episcopal una verdadera cultura del
debate que permitiría a los obispos una mayor franqueza e intervenciones más
pertinentes. ¿Qué sucedería si los sínodos pasasen a ser deliberativos (y no
sólo consultivos como hasta ahora) y los obispos en unión con los Papas
tomasen decisiones sobre cuestiones importantes para la vida práctica de la
Iglesia universal? Imagínese en la Iglesia una práctica del principio de
subsidiariedad mucho más amplia y más coherente con las afirmaciones teóricas
de documentos solemnes. ¿Por qué no dar un protagonismo mucho más directo a
las iglesias locales en la elección de sus obispos? ¿Qué sentido tiene el
reconocimiento encogido o el recorte minucioso de las competencias de las
conferencias episcopales que puede dar la impresión de que se las tolera y
vigila más que se las fomenta y respalda? Habría que revisar cuidadosamente
los procedimientos judiciales y administrativos en la Iglesia para que también
ella, cuando se dirige a las sociedades civiles, pueda presentarse sin alardes
como ejemplo estimulante de respeto a las libertades y a los derechos. Hacer
algo de todo esto, cuya realización no es fácil aunque tampoco imposible y sí
muy deseable, no requiere cambiar ni una sola coma de los dogmas del Vaticano I
pero sí exige una transformación honda de las prácticas actuales. Hace ya muchos años, Ratzinger reconocía que en la historia el sucesor de Pedro ha sido a la vez roca de Dios y piedra de tropiezo. Juan Pablo II, al comienzo de este nuevo milenio prodiga en fragilidad de salud pero con vigorosa fortaleza de espíritu, gestos animosos y decididos. Nos toca a los católicos dar pasos audaces hacia otros cristianos. El puente del encuentro ecuménico hay que levantarlo desde las dos orillas. También desde la nuestra. La Vanguardia, 5 de septiembre
de 2001
EL
PAPA SUBRAYA EL PLURALISMO CULTURAL Y RELIGIOSO DEL SIGLO XXI Y LLAMA AL DIÁLOGO Encuentro
interreligioso de Barcelona. Clausura ante la catedral
MARÍA-PAZ LÓPEZ Barcelona. El Papa llamó ayer al diálogo como instrumento básico
para abordar el complejo siglo XXI y el tercer milenio, "caracterizados
cada vez más por el pluralismo cultural y religioso, para que su futuro esté
iluminado desde el inicio por el diálogo fraterno y se abra así al encuentro
pacífico", según decía en una carta leída ayer en la clausura del
encuentro interreligioso de San Egidio. En su misiva, Juan Pablo II alaba la
capacidad de convivir de participantes de credos tan diversos, pero recalca que
tal convivencia y rezo se ha producido "sin confusión y en el respeto
mutuo, conservando cada uno íntegras y sólidas las propias creencias". El mensaje papal, leído ante casi 150 dirigentes
religiosos ubicados en un estrado frente a la catedral y con unas 2.500 personas
en la plaza, abundaba también en la urgencia del diálogo ecuménico, esto es,
aquel que persigue el acercamiento entre cristianos, sean católicos, ortodoxos
o evangélicos. "Que el tercer milenio sea el de la unión en torno al único
Señor: Jesucristo -clama el Papa-. Ya no se puede tolerar más el escándalo de
la división: es un no repetido al amor de Dios." Durante la mañana,
dirigentes religiosos no católicos emplearon también la palabra "escándalo"
para referirse a la desunión de los cristianos, y recordaron que es justamente
el primado del Papa lo que más contribuye a perpetuar la separación. Ayer tarde, sin embargo, rezaron todos juntos por
la paz en un servicio ecuménico en la iglesia de Santa Maria del Pi, abarrotada
de fieles, y se dirigieron luego a la plaza Sant Jaume a reunirse con
delegaciones de las otras confesiones, que también habían rezado por la paz en
distintos lugares del casco antiguo. De la plaza, donde les esperaban el
presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, y el alcalde de Barcelona, Joan Clos,
apretadas filas de cardenales, ministros no católicos, rabinos, imanes, popes,
monjes budistas y dignidades sintoístas, entre otros, marcharon en procesión
hacia la catedral. Allí,
la Comunidad de San Egidio, convocante de este encuentro interreligioso y con
reputación de excelencia en el fomento del diálogo, coincidió con el Papa en
el valor de esta herramienta en los nuevos tiempos. "En una sociedad en que
cada vez más personas diferentes viven juntas, hay que aprender el arte del diálogo",
reza el manifiesto final por la paz, firmado por todos los dirigentes religiosos
que han participado en la cumbre. "Sentimos que el reto de hacer crecer un
alma pacífica en nuestro mundo globalizado es un reto común", dice el
texto a propósito del papel de las religiones en la eliminación de las
guerras. Coincidían
así de nuevo con la carta del Papa, quien asegura que "el diálogo entre
las religiones no sólo aleja el espectro funesto de las guerras de religión,
sino que establece sobre todo condiciones más seguras para la paz". El
fundador de San Egidio, Andrea Riccardi, enumeró en su discurso los
"puntos calientes" necesitados de paz en el mundo. Junto a África,
Europa, Jerusalén y Tierra Santa, y las riberas del Mediterráno, citó -sin
mencionar la palabra "terrorismo"- a España. En la
ceremonia, que ha cerrado dos días de intensos coloquios, Jordi Pujol se refirió
también a los conflictos, sin especificar de qué tipo y a cómo abordarlos:
"La historia nos dice que en los peores conflictos, los más largos y
crueles, hay un momento en que se ofrecen posibilidades de solución. Pero
suelen ser momentos cortos, fugaces, que hay que aprovechar". También
de conflicto habló el alcalde Joan Clos, cuyo parlamento en la clausura no
estaba previsto, para reclamar un cambio de valores si se quiere una paz sólida.
A su juicio, "los antiguos valores nos han conducido a un mundo de
desequilibrios, de ricos y pobres, que es un germen de conflictos". Como
colofón, emplazó a los ponentes de San Egidio a regresar a Barcelona para el Fòrum
de les Cultures 2004 y entregarse de nuevo al diálogo. Diario de Noticias, 6 de
septiembre de 2001
UN
TEÓLOGO DE LA UNIVERSIDAD DE NAVARRA DEFIENDE El profesor
Saranyana presentó un libro sobre el papel de la mujer EFE
- Pamplona El teólogo Josep-Ignasi Saranyana advirtió ayer
sobre la importancia de definir el lugar de la mujer en la religión católica,
un papel actualmente "en reflexión" y que, pese al "poco interés
que algunos teólogos ponen" para determinarlo, "en ello nos va el
futuro de la Iglesia Católica y de la sociedad". Saranyana, profesor de
Historia de la Teología en la UN presentó en Pamplona su libro Teología de la mujer, teología feminista, teología mujerista y
ecofeminismo en América Latina (1975-2000), que analiza las cuatro
corrientes que han abordado la cuestión en los últimos años. Personalmente y,
pese a advertir que la reflexión y el debate están en proceso y que "a
este tema le queda muchísimo por recorrer", apostó, dentro de la tradición
católica, por la Teología de la Mujer, "un estudio teológico sobre las
fuentes de la revelación que pretende profundizar en el papel de la mujer en la
obra de la Salvación y en la sociedad". Explicó las principales características de las
otras tres corrientes, surgidas en América Latina, y ubicó en los años 80 la Teología
feminista, de la que destacó su "carácter reivindicativo, polémico,
que sostiene que la mujer ha sido marginada y oprimida en el espacio religioso
cristiano patriarcal y androcéntrico" y que pide el sacerdocio femenino. La evolución de estas ideas propició la Teología mujerista, para el teólogo "mucho más radical"
que la anterior, que aboga por un espacio religioso difusamente permeado por un
fondo más o menos cristiano donde lo masculino y femenino serían producto
estricto del contexto cultural" y no fundamentalmente de los caracteres
sexuales. La tercera corriente es el Ecofeminismo, que considera que todas las grandes religiones son de
carácter patriarcal, por lo que apuesta por la constitución de una nueva
religión fuera de lo cristiano con la referencia de las religiones ancestrales
por su priorización de lo femenino. Así, Saranyana aseguró que "nadie duda de
que la mujer tanto en el campo laboral, familiar y social, y en parte en el político
y teológico había sido discriminada". No obstante dijo que el paso del
tiempo dirá cuál de las teorías triunfará, aunque opinó que "algunas
no van a tener mucho futuro y se quedarán como una rama que se agostará". El Periódico de Aragón, 14 de
septiembre de 2001
NO
DESATAR AL DEMONIO La
imaginación se desboca ENRIQUE MIRET
MAGDALENA
Teólogo seglar.
Ante este "inenarrable horror" --como lo
llama el papa Juan Pablo II-- producido por manos terroristas en Estados Unidos
se ha desatado la imaginación; y muchos son los que hablan de la acción del
demonio como causante de este inhumano hecho. El propio presidente
norteamericano, George W. Bush, lo ha atribuido públicamente al diablo. Y el
periódico de la Santa Sede, Osservatore Romano, dice que son "mentes diabólicas
las que han creado un inimaginable clima de guerra". Religión y mundo
parece que se unen por obra de un superser que dirige los pasos del mal, en los
individuos y en la sociedad. Las dos religiones, la cristiana y la islámica,
han dado en su historia un puesto demasiado relevante a este personaje fantástico
que influiría sobre los pasos del mundo. Pero la teología es más cauta, y
critica esta ingenuidad, porque el mundo oriental --el de la Biblia y el Corán--
usa de símbolos sensibles para transmitir sus mensajes espirituales; pero no
hay que confundir el lenguaje con la realidad histórica. El mal lo sembramos en
el mundo los seres de carne y hueso. Y el odio es suficiente causa humana para
explicar el mal producido. Odio que engendra el fanatismo ideológico, que usa
la religión para enardecer sus acciones. Y de esa causa surge la violencia
externa produciendo los reprobables hechos inhumanos ocurridos en Estados
Unidos. Pero no nos engañemos, esa figura del demonio está todavía en la
mente de muchos. Lo ven como la clave que explica la fuerza del mal en el mundo.
La mente humana necesita concretar las realidades negativas que existen, y la
imagen de Satán les sirve para ello. Casi todos los fundamentalismos
cristianos, y la doctrina conservadora católica también, lo emplean como una
creencia imprescindible. Sin embargo, lo único real no es Satanás, sino lo
demoniaco, el mal que podemos hacer los seres humanos. Juan Pablo II ha reiterado una idea: la violencia
engendra más violencia. Y debemos recordarlo unos y otros. Es ocasión de
justas y legítimas represalias, por supuesto; pero también de algo más que
ellas. Hay que hacer algo eficaz para resolver la injusticia social que sufren
tantos pueblos de los cinco continentes, y, además, educar a la juventud en una
cultura de paz. La raíces religiosas del Evangelio y de los dichos de Mahoma
deben hacernos superar a los creyentes la tentación de la violencia fanática
para construir una sociedad justa. Es
cierto que hay medios técnicos, que hemos inventado desde hace un siglo, con
los que "podemos hacer de este mundo un jardín, o reducirlo a un cúmulo
de escombros", según Juan Pablo II. Necesitamos no sólo una reacción
justa de represalia, sino una labor más profunda a largo plazo para hacer este
mundo más habitable para todos. Debemos dirigir nuestros ojos a una mirada global
que no esté centrada sólo en el conflicto de Oriente Próximo. El problema es
mucho más amplio: no sólo es el choque entre Palestina e Israel; ni tampoco
Oriente contra Occidente. Aunque algunos creen ver simbolizado nuestro poderío
occidental en las dos torres de Manhattan, no es ése el símbolo de Occidente:
es la estatua de la Libertad; libertad que nos debe conducir a la verdad, a la
justicia igual para todos y a la solidaridad universal. Empieza ahora la época de la responsabilidad
mundial para unir estas tres cosas. Los obispos norteamericanos lo han entendido
así, a fin de que se una la justicia penal con la justicia social, para
conseguir una vida más humana para toda la población mundial. El País, 14 de septiembre
de 2001
RATZINGER
DEFIENDE LA NECESIDAD DE DESCENTRALIZAR LA IGLESIA CATÓLICA
LOLA GALÁN
ROMA.
Un libro-entrevista en el que el cardenal Joseph
Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (antigua
Inquisición), se declara partidario de una mayor descentralización de la
Iglesia católica, ha causado sorpresa en los ambientes vaticanos. Especialmente
porque el cardenal alemán ha sido considerado siempre como uno de los más
firmes partidarios de la actual estructura, que deja en manos del Papa la guía
absoluta de esta institución. Según declara en el libro Dios y el mundo, el
prelado es partidario de aumentar la participación de obispos y sacerdotes en
el gobierno de la Iglesia. 'Se necesitan foros suprarregionales que se hagan
cargo de funciones que hasta ahora se realizan en Roma', dice. Una opinión
madurada a lo largo de los 20 años pasados junto al Papa, al frente de un
dicasterio (ministerio vaticano) incómodo por su connotación represiva.
Ratzinger considera además que las tareas que debe afrontar el Pontífice son
tan monumentales 'que están por encima de las fuerzas humanas'. El cardenal,
conocido como el Gran Inquisidor y uno de los principales colaboradores del Papa
Juan Pablo II a la hora de fijar la línea doctrinal de la Iglesia, se revela
además como un católico común, angustiado por la muerte y sobre todo por 'el
Juicio Final' que, está convencido, espera a todos los mortales. La muerte es
además una idea muy presente en su mente. 'A medida que envejezco, esta
perspectiva se vuelve cada vez más próxima, más evidente', dice. La
fe de la gente común El cardenal defiende también su tarea desde hace
20 años. Sobre sus decisiones disciplinarias dice: 'Mis colaboradores y yo nos
esforzamos por no perder de vista la dignidad del hombre que estamos
sancionando. No queremos limitarnos a golpearle con una excomunión, sino
ponernos al servicio de la comunidad en su conjunto. Y nos sentimos sobre todo
en la obligación de defender la fe de la gente común'. El cardenal alemán
aborda incluso el controvertido tema del uso del masculino a la hora de
referirnos a Dios. ¿Es hombre o mujer la divinidad? 'Dios', dice, 'es
completamente lo otro. Para la fe bíblica ha sido siempre evidente que Dios no
era ni hombre ni mujer, sino Dios, y que hombre y mujer son imagen suya. Cuando
se habla de su piedad se recurre a un término lleno de corporeidad, rachmanin,
el seno materno de Dios, que simboliza precisamente la piedad'. Ratzinger aborda
también el tema del Limbo, el lugar al que supuestamente irían los inocentes
no bautizados. El cardenal considera esta doctrina 'poco iluminada' y reconoce
que el Papa ha cambiado completamente la consideración del Limbo en la doctrina
católica al expresar la esperanza de que 'la omnipotencia de Dios sea tan
grande como para consentirle atraer hacia sí incluso a aquellos que no han
podido recibir los sacramentos'. Diario de Noticias, 19 de
septiembre de 2001
MAS
ACLARACIONES SOBRE LA CLASE DE RELIGIÓN
IMANOL BAKAIKOA
OLAETXEA economista y sacerdote
PAMPLONA.
En este
tema tan debatido en los últimos tiempos con motivo de la no contratación de
profesores de religión católica, a uno le adviene el axioma del maestro zen:
"No busques la verdad, limítate a abandonar tus opiniones". Así, con
este talante, y sin ánimo de dogmatizar, aspecto este común en muchos de los
planteamientos religiosos, e incluso desde la supuesta laicidad irreligiosa de
algunos, parece necesario distinguir y aclarar el tema de la clase de Religión
y la propia religión. Este vocablo de múltiples significados puede religarse a
los credos religiosos, pero su significado primordial, trasciende de los mismos.
La simbología de las diferentes religiones pretende volver -religarse- a la
unidad primordial del hombre, cuya esencia no se puede explicar y nombrar, y sólo
accesible por negación de todo lo que desune -lo diabólico- del amor, de Dios,
de la realidad -o cómo se quiera designar, lo de menos es el nombre-. El asunto de la polémica ha provocado tal gresca
que se han suscitado numerosas preguntas en el personal: ¿Qué tiene que ver la
clase de religión católica, con la religión, o con aquello que une o busca
cada ser humano, de manera consciente o inconsciente en su vida? ¿Cómo puede
un estado aconfesional, financiar la docencia de una religión particular? ¿Puede
valorarse moralmente la decisión particular de una confesión de no renovar a
unos profesores de su religión particular, por incoherencia de la propia vida y
la palabra que comunican en sus clases? Éstas y otras preguntas dificultosas en
sus respuestas y las opiniones particulares sobre la religión y religiones
dificulta la comprensión correcta sobre las relaciones entre los organismos
civiles y religiosos. Sobre la controversia actual es necesario
diversificar su análisis, por un lado, en el ámbito civil, las relaciones
existentes entre instituciones públicas y religiosas, y por otro lado, aquellas
dentro del ámbito religioso particular o intraeclesial. Respecto al primer ámbito, uno debe conocer cómo
se iniciaron ls clases de religión católica dentro del ámbito educativo. La
historia de los países de nuestro entorno viene determinada en gran parte por
la cultura y psicología religiosa de sus gentes. Esta influencia religiosa se
ha expresado -se quiera o no- principalmente a través de la religión católica.
No se puede obviar esta realidad, y tampoco, que la mayoría de las personas del
Estado se consideren católicas -practicantes o no-. Ante esta situación, el
gobierno estatal y la Iglesia, promovido por el concordato entre la Santa Sede y
el gobierno español firmado en el año 79, plantean legalizar la situación de
la educación de la religión mayoritaria dentro del ámbito escolar. Al final
acuerdan por una postura intermedia entre el caso francés de la voluntariedad y
horario extraescolar -promovido por los socialistas- y el caso alemán de la
obligatoriedad y dentro del horario troncal -promovido por los sectores
conservadores-, por el actual sistema de educación católica en los colegios.
Basado en el art. 27.3 de la Constitución española: "Los poderes públicos
garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la
formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias
convicciones", y de la misma manera es voluntario para los que no lo
quieran, se establece su ubicación dentro de las asignaturas fundamentales.
Hasta aquí puede parecer coherente, que el propio Estado, por deseo de los
propios padres, primeros educadores de sus hijos, asuma la financiación en
igualdad de condiciones que el resto del profesorado, a los profesores de religión
católica, algo conseguido por otro lado, muy recientemente, en el último
convenio económico-laboral firmado hace dos años. Por otro lado, el contrato de los mismos,
propuestos por la Iglesia y contratados -mero mecanismo legal- por el Estado,
puede recordar los tiempos franquistas -de manera inversa a la de ahora- donde
la Iglesia nombraba entre los obispos propuestos por el frente franquista. Sin
embargo, la propia Iglesia vela por proponer aquellos candidatos que mejor
expresen de manera integral lo que la religión católica representa, y en
defensa de la opción realizada por los padres en la elección de la religión
católica. Algunos cuestionan la validez moral y legal de la
elección unilateral de la Iglesia, al margen de los gestores públicos y otros
aceptando o no lo primero, la propia actuación moral de la institución
eclesial, en la renovación o no de los profesores. Son dos aspectos distintos,
en cuanto a la validez legal queda expresada por la ley ratificada por la mayoría
parlamentaria y refrendada por la jurisprudencia reciente de algunos tribunales.
Ni la Constitución ni la Carta de los Derechos Fundamentales de la UE, a los
cuales se han referido últimanente por libertad de pensamiento y religión y
despido injustificado pueden tener alguna efectividad sobre este tema. El
sistema de contrato resultante del convenio firmado el 28-2-1999 (BOE, 20-4-99)
no deja lugar a ningún tipo de despido improcedente por la misma naturaleza del
contrato (cláusula 5ª: "Los profesores encargados de la enseñanza de la
religión católica a los que se refiere el presente convenio prestarán su
actividad en régimen de contratación laboral, de duración determinada
coincidente con el curso o año escolar, a tiempo completo o parcial"). Por
tanto, sólo una revisión legal -algo previsto en la cláusula 9ª de la misma-
puede cambiar las actuales circunstancias, algo difícil que se dé con la mayoría
absoluta existente en el Parlamento. En estas circunstancias el profesorado se
encuentra ante la disyuntiva de no ser contratado cada nuevo curso, y sin tener
nunca opción a ningún tipo de plus por antigüedad, al no contabilizarse
dichos contratos por curso. En cuanto a la moralidad de la elección
unilateral, es lógica que la Iglesia vele y proponga los profesores de religión
católica para difundir la religión solicitada por los mismos padres. Otro
aspecto es el criterio de elección intra-eclesial cuya actuación puede y debe
discreparse en muchos momentos. Aquí a uno le llama la atención que los más
alejados de la religión católica y su práctica habitual de las iglesias
locales o parroquias sean los más prolíficos en la crítica sobre la actuación
eclesial. Otro aspecto sería aceptar la moralidad de dichos contratos basura en
versión religiosa por parte de la Iglesia, símbolo de la economía
liberal actual, frente a la tendencia de todas las legislaciones laborales y
progresistas tendentes al carácter indefinido de los mismos, en aras de
asegurar proyectos de futuro y de familia de las propias personas. Sin embargo, una crítica coherente y constructiva
puede cuestionar que exista una clase de religión católica en un sistema
educativo aconfesional, con su obligada financiación. Asimismo se puede
promover una clase de fenomenología e historia de las religiones, obligatoria
para todo el alumnado. Esta asignatura muy propia de un colegio aconfesional
resaltaría la dimensión religiosa siempre presente en el hombre y formulada a
través de las diversas confesiones. Esta opción viene fomentada por diversos
organismos religiosos y civiles, y por el que suscribe este comentario, pero
esto requiere un amplio debate social, respaldo político y una lectura no
restrictiva de la Constitución y una revisión de los acuerdos entre el Estado
e Iglesia. Por otro lado, relativo al ámbito intraeclesial, y
su actuación moral en la elección del profesorado, posiblemente unos sean más
aptos en valorarla, pero es necesario remitirse a la realidad sociológica y
psicológica en dicha evaluación. El actual sistema de elección viene
refrendado únicamente por el delegado episcopal de enseñanza religiosa. De
alguna manera, dicho sistema contempla numerosos problemas y peligros en la
objetividad de la designación del profesorado, y pueda estar sujeta a los
gustos y acepción de personas del propio delegado, como posiblemente pasaría
en otros ámbitos, si la propuesta del profesorado dependiera de una persona. Ya
se sabe, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid... esgrimiendo razones
de coherencia religiosa y preparación académica puedan darse otros motivos
para la designación o no del sujeto, lugar de trabajo y número de horas
laborales. Parece lógico pensar que la actuación unilateral de la elección
fomenta un tipo de relación paternalista y deshumanizador entre el delegado y
contratado, el cual esconde muchas veces sus propias motivaciones personales y
acepta este tipo de relación para defender las alubias de un no desdeñable
sueldo de profesor. Malos tiempos corren para decir todo lo que uno piensa y
siente. "Hay miedo entre los docentes" lamentan
los responsables de Feper (Federación del Profesorado) quienes consideran que
la situación "perversa" y "precaria" de los profesores se
debe a la "interpretación unilateral, interesada por parte de la
Administración y la jerarquía" eclesiástica de los Acuerdos con la Santa
Sede. La federación apela a la coacción sufrida en las relaciones laborales y
recrimina las continuas contrapartidas exigidas por la institución eclesial, al
margen de una relación contractual normal, expresada en exigencias pastorales y
personales de los delegados bajo riesgo de no renovarse el contrato en el
siguiente año. Estas se concretan en algunos casos en solicitudes voluntarias
de diezmos o regalos. Últimamente, tras la controversia se está pidiendo
cartas de apoyo al delegado en algunas diócesis. Curiosamente, aquellos que no
responden a estas deferencias libres extracontractuales no son renovados en
algunos casos por el delegado diocesano. Estas situaciones, cuando las haya,
independientemente de la asunción de responsabilidades que puedan tener ante
los tribunales competentes, deben ser denunciadas por los colectivos y personas
católicas, desde el respeto y corrección fraterna y desde cualquier medio que
utilice el rigor, objetividad e independencia en el uso informativo. En este sentido, puede ayudar la creación de una
comisión permanente de varias personas que intervinieran en la elección y
continuidad de dicho profesorado. Por otro lado, la persistencia en el trabajo y
la no movilidad existente de los distintos colegios -cosa habitual en muchos
docentes- puede asegurar y mejorar la docencia del profesorado. En definitiva,
esta comisión diocesana puede favorecer una elección más objetiva y menos
problemática, y unas relaciones más humanizadoras entre la institución
eclesial y los contratados. Mientras tanto, las palabras de Jesús rebrotan en
el inconsciente del seguidor: "No tengáis miedo..." y el apóstol a
quien más amó el maestro cuestiona el actuar del discípulo: "¿Cómo
puede amar a Dios, a quien no ve, si no es capaz de amar al hermano, a quien
ve?" (1 Jn 4, 20). Por desgracia, es habitual el desamor inconsciente y
discriminador con los más cercanos, bajo argucias y proclamas de amor universal
y amor a Dios, tanto en el ámbito civil como religioso. Somos Iglesia - Valladolid, 15 de
septiembre de 2001
EL
DINERO DE LA IGLESIA, DINERO DE LOS POBRES
Comunicado
de la corriente Somos Iglesia - Valladolid
VALLADOLID.
En la Iglesia de Valladolid nos encontramos con una
gran cantidad de inmuebles ( 500 templos y edificios) y recursos humanos (300
sacerdotes) necesitando mucho dinero para mantenimiento de edificios, pago de
salarios, gastos de solidaridad local, nacional e internacional, gastos de la
acción pastoral, etc. Todo esto implica una administración económica similar
a una mediana-grande empresa. Jesús de Nazaret inició con un pequeño grupo de
mujeres y hombres un movimiento religioso renovador dentro del judaísmo. Fue el
germen de las iglesias cristianas. Les hizo varias veces las siguientes
recomendaciones cuando les enviaba a predicar: "No
toméis nada para el camino, ni bastón, ni bolsos, ni pan, ni dinero, ni llevéis
dos túnicas" (Lc.9,3s). "No llevéis bolsa, ni sandalias... comed y
bebed lo que os sirvieren, cuidad a los enfermos, sed portadores de la paz y
decid que el Reino de Dios está cerca"(Lc.10,3s). Cuando un voluntario
se ofreció a unirse al grupo le advirtió: "Las
raposas tienen cuevas y las aves del cielo tienen nidos, pero yo no tengo donde
reposar la cabeza" (Lc.9,57). Dentro de este estilo de vida evangélica, de
austeridad como los más sencillos, y haciendo un esfuerzo por adaptarnos a la
realidad actual salvando los veinte siglos de distancia, la CORRIENTE SOMOS
IGLESIA de Valladolid proponemos que: 1. Las
instituciones y los trabajadores de la Iglesia vivamos de los recursos y
cotizaciones entregados por sus miembros y simpatizantes;
los medios y bienes que utilicemos sean austeros teniendo en cuenta, además de
nuestro entorno inmediato, la realidad de un mundo en que más de la mitad de
las personas pasan hambre. Creemos que recibir del Estado presupuestos
especiales los gastos de la Iglesia o gozar de privilegios y exenciones fiscales
de impuestos a través de negociaciones con el Estado no nos parece ni adecuado
al Evangelio, ni respetuoso con los miembros y demás instituciones de una
sociedad democrática y plural. 2. El dinero
que tenemos en la Iglesia es de todos sus miembros y de los necesitados. La
administración tiene que ser trasparente. Todos los pertenecientes a la Iglesia
debemos poder participar en la administración, en la elaboración de los
criterios de gastos y adquisición de recursos, etc.. Se deben realizar informes de gestión, publicar
las cuentas anuales detalladas, hacer auditorías periódicas como sucede en
cualquier institución de la sociedad y facilitar a su conocimiento a cuantos lo
deseen. Las relaciones de comunión en el interior de la Iglesia tienen que ser
más trasparentes y fraternales que en la sociedad democrática. 3. No es suficiente que el dinero recibido para
prever gastos y para la solidaridad esté colocado en entidades legales. Todos
sabemos que los bancos, cajas y demás entidades financieras destinan el dinero
depositado en las inversiones más rentables posibles que con frecuencia
coinciden en empresas de fabricación de armamento, o que no respetan el medio
ambiente o los Derechos Humanos, evaden gastos sociales explotando a niños,
mujeres o presos o hacen inversiones especulativas, juegos en la bolsa, etc.. De
esta forma nuestros ahorros y el de nuestras iglesias son utilizados en contra
de lo que se predica. Debemos
controlar nuestro dinero ahorrado exigiendo que se destine en inversiones éticas,
en empresas que paguen salarios justos, además de respetuosas con el medio
ambiente, que creen puestos de trabajo y favorezcan a toda la sociedad. En la Iglesia tenemos razones más profundas para
invertir en fondos éticos y no solamente legales. La Iglesia Anglicana, en Gran
Bretaña, desde los años 80 exige a los bancos informaciones comerciales de las
empresas y de los fondos en que se coloca su dinero y que se haga siempre en
inversiones éticas. Algunas Ongs, organizaciones solidarias e incluso entidades
financieras están creando fondos de inversión llamados éticos, verdes o
solidarios con una rentabilidad adecuada. De esta manera contribuyen a impulsar
una economía más justa al servicio de las personas y no únicamente de la pura
rentabilidad. 4. Que se
revise y se debata dentro de la Iglesia y con la sociedad cómo mantener nuestro
patrimonio artístico-cultural acumulado de tantos siglos. Resulta una
pesada carga que obliga a hacer grandes esfuerzos económicos y humanos tan
necesarios en la pastoral y en la solidaridad. Nos encontramos muchas veces
obligados a ser una sociedad de conservación del mayor patrimonio artístico de
la provincia y de España mientras que miles de millones de pobres en el mundo
tienen la necesidad, mucho más urgente, del derecho primario a vivir o a vivir
dignamente Valladolid 15 de Septiembre de 2001 Corriente Somos Iglesia de Valladolid
La Vanguardia, 27 de septiembre de 2001 Consideraciones intempestivas sobre el día 11 de septiembre José Ignacio González Faus La mejor condena moral de la increíble atrocidad de Nueva York y Washington, me la dio una religiosa angolana, mientras le caía una lágrima de los ojos: "he sentido a veces rabia contra Estados Unidos; pero lo que hemos sufrido nosotros es tal, que no se lo deseo a nadie, ni siquiera a ese país que tanta culpa tiene en nuestro calvario". Lo decía mientras la televisión pasaba imágenes de niñitos palestinos aplaudiendo el atentado. (Pobrecitos ellos que maman el odio sin saberlo). Recurro a estas palabras porque me parecen más autorizadas que las mías, para expresar lo que debería ser algo más que una simple condena: el estremecimiento por la maldad que cabe en los corazones humanos, y por la frialdad con que esa maldad actúa, no en un momento de ceguera, sino poco a poco, día a día, buscando sus crueles objetivos paso a paso. Pero es una verdad elemental que la inmoralidad no se elimina con solo condenarla. Es preciso examinar sus porqués y acertar con sus remedios. En esta dirección van las reflexiones que siguen, sin pretensión de ser exhaustivas, y con una petición previa de perdón si es que, como me temo, se salen del discurso dominante. 1. La seguridad no existe Ni paraguas nuclear ni historias. El mayor atentado de los últimos años ha sido cometido ¡sólo con armas blancas! El odio, la locura, el fanatismo o la desesperación son más temibles que todas las armas humanas. Como ya dijo el viejo profeta Isaías, la paz no es fruto de las guerras ni de las victorias bélicas, sino sólo de la justicia. 2. Los muertos no duelen porque sean nuestros sino porque son seres humanos Hace aún pocos años, en Ruanda y en cosa de tres días, murieron, no diez mil, sino cientos de miles de personas. Aquella barbarie, en la que todo el primer mundo tenía buena parte de culpa, por razones geoestratégicas y armamentistas, nos sacudió muchísimo menos; y ninguna UEFA pensó en suprimir partidos ni cosas semejantes. Tal decisión nos habría parecido entonces ridícula e injustificada. Y sin embargo, cuando la solidaridad no es de veras universal, amenaza con convertirse en servilismo. 3. No va a ser la tercera guerra mundial No sólo porque el enemigo no está bien identificado, sino porque, después del Vietnam, nosotros ya no estamos para guerras sino sólo para venganzas. La primera condición de nuestras guerras es no tener víctimas nosotros. Ya no estamos dispuestos a combatir, y a que nos vayan llegando cadáveres a casa, o extrañas cartas de condolencias de altos mandos militares. Ni somos capaces de soportar otras consecuencias como la falta de petróleo, el derrumbe de las bolsas y de los mercados financieros, o las crisis económicas. Nuestra comodidad es nuestra debilidad. Pues cuando luchan el que tiene mucho que perder y el que está dispuesto a morir, puede que éste acabe siendo más fuerte, aunque esté peor armado. 4. Mucho menos se trata de "la guerra del bien contra el mal" Esta simpleza del presidente Bush se puede perdonar por la emoción del momento. Pero con un poco más de seriedad y de sinceridad quizás habría que decir: en parte nos lo merecemos. Quizá no por culpas personales, pero sí porque hemos construido una civilización y un régimen de (pequeñas) libertades, basados en la exclusión de los otros y en la opresión de los otros. Estados Unidos lanzó la bomba atómica, y todavía no ha pedido perdón por ello. Cometió actos de terrorismo en Irak, invadió cuando quiso Guatemala, Santo Domingo o Granada, adiestró en la Escuela de las Américas infinidad de torturadores latinoamericanos, y ha mantenido una parcialidad que hace imposible la solución del conflicto árabe-israelí. Europa ha seguido en África una política colonial espeluznante, desde el tráfico de esclavos (por el que tampoco hemos pedido perdón), hasta la tortura más refinada. Permítaseme reproducir dos citas de nuestra cultura europea, tomadas de Le Monde Diplomatique del pasado mes de agosto (pág. 14), en un artículo que no estaba escrito tras los atentados en Norteamérica, sino con vistas a la fracasada conferencia de Durban: "Ninguna filantropía o teoría racial, puede convencer a gente razonable de que la preservación de una tribu de cafres en África del Sur es más importante para el porvenir de la humanidad que la expansión de las grandes naciones europeas de la raza blanca en general... Ya se trate de pueblos o de individuos, seres que no producen nada de valor no pueden emitir ninguna reivindicación al derecho a la existencia". Este texto, de 1912, está en la base de muchas conductas y políticas nuestras. Véase si no cómo defendían la esclavitud los padres de nuestra modernidad, como Montesquieu y Voltaire. Luego la "pacificación" de Indonesia por Holanda costó 70000 muertos. La toma de Filipinas por Estados Unidos, costó 200000, las revelaciones actuales sobre la tortura en la Argelia francesa son espeluznantes...Y así sucesivamente. La única diferencia es que nosotros lo hemos olvidado y ellos no. Permítaseme repetir: somos hijos de una cultura que construyó sus pequeños espacios de civilidad y de libertad, a base de la exclusión y del crimen camuflado. Abolimos la esclavitud cuando ya no era económicamente necesaria (por eso hoy la estamos resucitando). Si no reconocemos esto, por duro que nos sea, el camino de la pacificación va por senderos torcidos. Y debemos examinarnos para que lo que nos aflija en la barbarie del pasado día 11 sea de veras el dolor de seres humanos (sagrados sean de donde sean) y no la humillación de nuestro inconfesado sentimiento de superioridad primermundista. No hace muchos años que Helder Cámara definió a la violencia como una "espiral diabólica": porque cuando alguien nos trata mal, acaba sacando lo peor de nosotros. No lo olvidemos. El Correo, 2 de octubre de
2001
LA
IGLESIA Y GESCARTERA MANUEL DE UNCITI.
Es muy posible que se haya procedido con exceso de precipitación al censurar como anticlericalismo -rancio para unos, renovado para otros- todo ese inmenso 'tolle, tolle' que se ha armado estos días a cuento de los depósitos de algunas instituciones de la Iglesia en la malhadada Gescartera. La avalancha de descalificaciones y de improperios o -lo que es peor- de retintines y sonrisitas con que han sido comentados los desventurados ires y venires de algunos dineros de gentes y entidades de Iglesia, ha cubierto de humillación a algunas congregaciones de religiosos y religiosas, a determinados obispados españoles y a muy concretas instituciones de apostolado misionero o de solidaridad cristiana. Ha de sentarles forzosamente muy mal que se les acuse de especuladores insaciables a quienes dicen disciplinar sus vidas con el voto de pobreza o que se les denuncie de mercadear con dinero negro a quienes no tienen otra razón de ser que el servicio desinteresado a los hombres y, más concretamente, a los más pobres y marginados. Pero todas estas acusaciones y denuncias, todos esos «mira, mira las monjitas cómo se espabilan para ganar más» o «mira, mira la bolsa de dineros que tienen los heróicos misioneros que se pasan los días hablando contra el neoliberalismo», ¿han de encuadrarse sin más ni más bajo la rúbrica del anticlericalismo, trasnochado o renovado? Hay algo que está muy claro, antes que nada, y que es radicalmente muy positivo: a las personas y entidades que se mueven bajo el signo del Evangelio la opinión pública les exige bastante más -mucho más- que a las instituciones de carácter civil o político. Por lo que se sabe, los listados de Gescartera contenían los nombres de unos 2.000 inversores. De este total, sólo 35 ocupaban -y ocupan- un asiento en la comunidad de la Iglesia. Y, sin embargo, ha sido tal la catarata de comentarios y de descalificaciones que se ha abatido sobre esos 35 pobres estafados e, incluso, sobre 'la Iglesia' en general -que para nada tenía vela en ese entierro-, que uno podría llegar a pensar que los hombres cristianos y las instituciones cristianas han sido, tanto por su numerosidad entre los dos miles de inversores cuanto por la cuantía de sus depósitos, los principales protagonistas del gran escándalo de Gescartera. Y esta impresión es absolutamente falsa. Las gentes y las instituciones vinculadas a la Iglesia representan una mínima parte -una insignificante parte- en el largo listado, hecho público para mayor inri, de los clientes de la agencia de valores; y el montante de sus depósitos no va más allá de los l.250 ó 1.500 millones en el total de los 18.000 que se han esfumado por arte de birlibirloque, según se dice. Dejando a un lado los inversores a título personal o familiar, varias instituciones respetabilísimas como la Guardia Civil, la Policía Nacional o la Armada entre otras más confiaron sus ahorros a Gescartera y los han perdido, al menos por el momento. Muchos son los que se han dolido de que el desfalco haya lesionado los derechos de ciento o miles de huérfanos y las justas expectativas de las economías de las familias pobres de las fuerzas de la seguridad del Estado. Nadie se ha permitido sobre este particular ni bromas ni chistecillos, lo que es de agradecer; y a nadie se le ha ocurrido hacer leña del árbol caído descalificando como especuladoras a estas instituciones o aludiendo a un hipotético dinero negro de sus titulares. ¿Por qué a las instituciones vinculadas con la Iglesia se les ha dado un trato distinto si al fin y a la postre los ahorros en cuestión no tenían otros destinatarios que los huérfanos y los enfermos, los pobres y los marginados de medio mundo? Nadie en sus cabales puede permitirse el mal gusto
de pensar que es una gran mentira todo lo que se dice sobre la presencia y la
actuación de cientos y aun miles de hombres y mujeres de Iglesia entre los
desheredados de la tierra en cualquier parte de ésta o que es una torpe
falsedad eso de que las comunidades cristianas del más vario linaje están
volcadas en el mundo del sida y de la drogadicción, en el de los huérfanos y
los leprosos, en el de la promoción de la mujer del Tercer Mundo o en el del
justo y hermoso compromiso de salir por los fueros de los campesinos sin tierra. Los ahorros pueden desaparecer, por desgracia, en
un abrir y cerrar de ojos, como ha ocurrido en el caso de Gescartera, si
aquellos a los que se les confían para que los hagan fructificar de acuerdo con
las leyes vigentes son inmorales o son ineptos; pero el juntar peseta con
peseta, millón con millón hasta contar con los necesarios para levantar una
escuela de formación profesional o un nuevo pabellón para tuberculosos,
requiere tiempo y sería por demás estúpido que los responsables económicos
de esos proyectos se mantuvieran todavía en el viejo uso de meter en un calcetín
lo que se va recogiendo con tantos sudores y tantas generosidades. Los hombres y
las mujeres que se saben llamados a dar de comer a los hambrientos o a cuidar de
los terminales tienen el derecho y la obligación de obtener los recursos
necesarios para el mejor cumplimiento de su misión y la responsabilidad de
hacerlos fructificar lo más posible, dentro de la legislación financiera
vigente y sin exponerlos a mayores riesgos. Congregación religiosa hay entre
las estafadas por Gescartera, valga por caso, que había llegado a ser titular
de una inversión de algo más de 400 millones por la sola y única razón de
que sus proyectos de tres construcciones para bien de la comunidad educativa a
la que sirven no acababan de obtener las licencias municipales requeridas,
solicitadas desde hacía muchos meses atrás. Han perdido -por el momento al
menos- todos sus ahorros y esta pérdida, lógicamente, les duele; pero les
duele aún más, mucho más, que haya por ahí quien se ría de su desgracia, no
tenga en cuenta el perjuicio que padecerán los chicos y las chicas de los
colegios a los que la congregación religiosa está sirviendo y, sobre todo y
ante todo, que se descalifique a los administradores y superiores de la
congregación como vulgares y ambiciosos especuladores cuando no han actuado lo
más mínimo fuera de ley. ¿Por qué a estos sí y a los otros no? ¿Por qué
tanta exigencia para con los hombres y mujeres de Iglesia y tanta manga ancha
para los inversores militares y civiles? ¿Por puro y duro anticlericalismo? Es
lo que parece a las primeras de cambio; pero también cabe otra lectura de este
hecho. La sociedad exige a los miembros de la Iglesia un comportamiento ejemplar
en toda línea porque todavía hoy, pese al secularismo y aun agnosticismo
ambiente, mantiene del Evangelio y de los que se dicen sus seguidores una muy
alta idea, un concepto ideal, una visión utópica. Más allá y más al fondo
de los escándalos espontáneos y facilones de la calle, está una no confesada
demanda, dirigida a la Iglesia, de que al menos ella se sitúe en un nivel que
por su espiritualidad e idealismo pueda servir de referencia a todos los demás.
Cuando tantos y tantos se postran de continuo ante los becerros de oro y hacen
de las ganancias sin ética su modo del vivir de todos los días, lo mejor de la
sociedad está pidiendo a la Iglesia que se mantenga ajena al afán de riquezas
y a la voluntad de poder. Incapaz de expresar esta demanda con las palabras
que serían del caso, acude al chiste y a la crítica, a la descalificación y
la denuncia cuando ese auspiciado ideal aparece como traicionado. Aunque luego,
hablando ya con más tranquilidad y sosiego, comprendan los más que en «el pan
nuestro de cada día» también se incluyen esas inversiones que aparecen como
necesarias para un mejor servicio a los necesitados. Para la Iglesia misma puede
ser toda una bendición de Dios que el presunto anticlericalismo de una notable
parte de la sociedad de hoy le recuerde que no le es posible servir a dos señores:
a Dios y a Mamón. EL
CRISTIANISMO ENTRE LA VIOLENCIA Y EL DIÁLOGO
C Juan García Pérez,
S.J. Profesor de Teología Universidad Pontificia Comillas Por la onda expansiva del atentado contra las
Torres Gemelas de Nueva York nos envuelve con una pregunta provocadora: ¿por qué
tantas veces las grandes religiones monoteístas, y el cristianismo en concreto,
aparecen en la historia enzarzados con la violencia casi como si fueran siamesas
de muy difícil separación?, ¿han chocado dos hemisferios, explotados contra
explotadores, dos culturas o dos religiones?. Adentrémonos en el subsuelo de
las grandes religiones monoteístas. Encierra filones de fraternidad pero está
minado con peligrosas cargas explosivas. En un primer estrato, casi a ras de
suelo, nos encontramos con los escritos de René Girard sobre la violencia y lo
sagrado. Si ahondamos más, descubrimos que en casi todos los conflictos bélicos
hay un componente religioso, con frecuencia decisivo. No hay que remontarse a
las cruzadas medievales, la noche de San Bartolomé o las guerras de religión
en la Centroeuropa del XVII. Basta con que recordemos conflictos de hoy que no
cesan: judíos-palestinos en Oriente medio, católicos y protestantes en el
Ulster, la guerra de los Balcanes. Con una pesada historia a cuestas llegamos a
un tercer estrato, mitad pregunta mitad conclusión: la violencia ¿es
constitutivo inseparable de las religiones monoteístas? Como ésta o aquella
religión dan culto al «único Dios verdadero», fácilmente se pueden
presentar como «la verdadera». Los otros son «infieles a los que hay que
convertir». Delimitando más todavía el terreno, es forzoso llegar al
cristianismo y más concretamente el catolicismo. La Iglesia Católica dice que
busca el diálogo interreligioso. Pero la fe católica cree en un solo Dios y
confiesa que Jesús de Nazaret es el Dios encarnado, insuperable e irrepetible.
Entonces, ¿qué se ofrece a los demás, que se entreguen sin condiciones? ¿El
pretendido diálogo será algo más que una indoctrinación camuflada? Si así
fuese, ¿esa fe no llevaría implantado un germen de violencia aunque no haga
saltar torres por los aires? ¿En qué quedamos? Canalizamos las afirmaciones
que siguen en forma de tesis. 1. Para acudir al diálogo hay que salir con la
propia identidad al descubierto, sin altanería pero sin reduccionismos. Debemos
adelantar por ello que la propia fe no es negociable. No se trata de difuminar
la silueta de las afirmaciones para llegar a un encuentro a tientas en medio de
la niebla. La fe cristiana no puede renunciar en modo alguno a confesar que Jesús
es el Señor, Hijo de Dios resucitado. Es el único mediador entre Dios y los
hombres. Es la Palabra definitiva de Dios al mundo. Esta afirmación atraviesa
medularmente todo el Nuevo Testamento. Esta confesión choca hoy con especiales
dificultades que tampoco han nacido ayer o anteayer. Hengel ha estudiado las
relaciones entre el judaísmo y el helenismo de los siglos inmediatamente
anteriores al nacimiento de Jesús de Nazaret. En el mercadillo religioso de esa
época era posible encontrar no pocos tenderetes que ofertaban diversas «salvaciones».
Más tarde la Ilustración del XVIII con Lessing o la teología liberal con
Troeltsch acomodaban al cristianismo en la fila con las demás religiones. El
mundo actual de la posmodernidad revive este problema y reaviva el relativismo.
2. Hasta hace muy poco el diálogo prácticamente no era posible. A lo más se
podían avanzar gestos de buena voluntad. Hasta el Vaticano II, la frase de San
Cipriano «fuera de la Iglesia no hay salvación» se interponía en el acceso a
las otras religiones. Cierto es que ya entonces la frase se refería a los
herejes que se habían separado de la Iglesia. Pero con el paso del tiempo fue
siendo interpretada al pie de la letra. Hay que recordar, es cierto, que Pío
XII excomulgó a Feeney, teólogo norteamericano que en pleno siglo XX se
empecinó en defenderla en su interpretación más literal. Después del
Vaticano II la Iglesia Católica ha acentuado muy positivamente el
reconocimiento de las personas y las religiones y ve en ellas (la expresión es
de San Justino) «semillas de verdad». Adopta así una actitud «inclusivista».
Cuanto de bueno y verdadero pueda haber en esas religiones se encuentra ya «incluido»
en plenitud en la fe cristiana. 3. Desde el Vaticano II se ha intensificado el
diálogo interreligioso. No exigiría gran esfuerzo recoger una serie de textos,
de Pablo VI y de Juan Pablo II en que, de forma creciente y progresiva, insisten
en la necesidad y posibilidad de un verdadero diálogo. En su primera encíclica,
Pablo VI afirmaba que «El diálogo es una nueva forma de ser Iglesia». Y en
uno de los últimos escritos de Juan Pablo II, (Novo millenio ineunte, n 55),
por no citar la Redemptoris missio o la Dominum et vivificantem, el Papa actual
ve que «en una situación de marcado pluralismo cultural y religioso, el diálogo
es importante para proponer una firme base de paz y dejar el espectro funesto de
las guerras de religión, que han bañado de sangre tantos períodos en la
historia de la humanidad. El nombre del único Dios tiene que ser, cada vez más,
un nombre de paz». 4. Aceptar responsablemente la fe del pasado exige salir al
encuentro del futuro. No es fácil entrever ya hoy adónde se podrá llegar.
Cuando la Comisión Bíblica a comienzos del s.XX (San Pío X), impuso con
severa energía la aceptación del carácter histórico de los primeros capítulos
del Génesis o la autoría de los Evangelios, no era posible predecir que el
Vaticano II en la Dei Verbum abriría ampliamente la interpretación de la
Biblia a los métodos histórico-críticos. Trento estableció solemnemente los
perfiles y límites de la doctrina sobre la justificación. Hace dos años
(octubre 1999), la Iglesia católica, sin desdecirse de su pasado pero situándolo
en un contexto de mayor amplitud, ha llegado a un acuerdo con las Iglesias de la
Reforma sobre muchos puntos importantes de la justificación. 5. El diálogo
vertical o unidireccional no se ha inventado todavía. La fe cristiana no sólo
enseña sino que también puede aprender de los otros. El cardenal Kasper
considera que el diálogo interreligioso no es calle de una sola dirección,
sino que es un auténtico encuentro enriquecedor para todos. Llegamos así a la
conclusión de que si hay diálogo no hay violencia y cuando hay violencia ésta
suele provenir de una utilización política distorsionadora de la esencia de la
religión. El diálogo auténtico tiene un precio y unas exigencias para unos y
otros. Espera de los católicos una fe aceptada con hondura pero no simplista en
sus expresiones. Y exige también un corazón renovado. Para dialogar «hay que
entrar en la piel del otro. Penetrar en el sentido del ser que tiene un hindú,
un musulmán, un judío, un budista o quienquiera que sea» (Whaling). Hay que
entrar, hasta donde sea posible, en la experiencia religiosa de los demás. 6.
Se podría haber hablado de otros grandes monoteísmos. En su último viaje,
Juan Pablo II separaba con nitidez el islamismo de los fundamentalismos. Una fe
monoteísta (cristiana o de otras grandes religiones), vivida con jugosa
convicción y entusiasmo, se encamina no al fanatismo fundamentalista sino a una
acogedora humanidad. Si esto es así, y en todo caso debe serlo, la afirmación
de que los monoteísmos son mechas potenciales de violencia debería ser
sometida a severas rectificaciones. El Correo, 17 de octubre de
2001
TEOLOGÍA
PARA AGNÓSTICOS RAFAEL AGUIRRE
Cada vez que me encuentro con mi amigo Ignacio
Sotelo me dice que tiene que escribir un libro con este título: teología para
agnósticos (entre los que se encuentra). Y es que, acostumbrado al mundo
intelectual alemán, le parece incomprensible la inexistencia de estudios científicos
sobre las religiones en la Universidad española y la falta de debate social
serio sobre la influencia histórica del factor religioso. No sé si algo está
cambiando, pero no ha habido universidad de verano que se precie que no haya
montado este año algún curso sobre el tema religioso. Quizá sea para
compensar el clamoroso vacío de los planes de estudio o porque algo se
presiente en el ambiente. Pero lo de estos días es ya una auténtica avalancha:
la opinión pública está recibiendo una formación acelerada sobre el Islam y
sus diferentes versiones, sobre la religión civil estadounidense, sobre la
Biblia, el Corán, los ulemas, sus decretos... La divinidad, pobre divinidad, es
invocada por unos y por otros; es utilizada para animar a los terroristas y para
consolar a sus víctimas. Tanto entre los talibanes afganos, estudiantes de
las madrasas coránicas, como entre sus homólogos judíos, los talmidim o
estudiantes en las escuelas talmúdicas, se reclutan los más radicales y fanáticos
de ambos campos enfrentados. Ahora resulta que la teología puede ser más
incontrolable y peligrosa que la tecnología, a la vez que infinitamente plástica
y manipulable. El terrible video en el que Bin Laden y su lugarteniente egipcio
daban su interpretación de la masacre del 11 de septiembre estaba lleno de
alusiones al presente -al aplastamiento impune de los palestinos por Israel con
la connivencia de Estados Unidos, al bloqueo de Irak-, pero también de
referencias históricas bien remotas: a la expulsión de Al Andalus, las
cruzadas... Se dirigía al inconsciente colectivo de más de mil millones de
musulmanes y ahondaba en heridas nunca cicatrizadas. Me pareció de enorme
fuerza comunicativa. En nuestra civilización tecnológica el presente es cada
vez más efímero, las nuevas tecnologías y adiestramientos se suceden con
extraordinaria rapidez y quedan pronto desfasadas. La experiencia de los
mayores, que en otras civilizaciones se valoraba como el gran caudal de sabiduría,
no vale nada en nuestra era técnica. La única memoria que importa es la del
ordenador, que nos devuelve, con rapidez ciertamente y combinados, los datos que
antes le hemos introducido. Pues bien, la religión es cada vez más el lugar
donde se conservan y transmiten, de forma idealizada y mezclada con mil
intereses, las tradiciones de las que depende la identidad de los colectivos
humanos. Una determinada mitificación del pasado es clave para justificar el
proyecto étnico del sionismo israelí, que ciertamente prescinde de los
sedimentos culturales de aquella tierra y de la permanente existencia de grupos
humanos y religiosos muy diferentes. Es curioso que en la sacristía de la Basílica
del Santo Sepulcro, en el corazón de la ciudad vieja de Jerusalén, se
encuentra expuesta la espada de Godofredo de Bouillon, que conquistó la ciudad
al frente de los cruzados cristianos a sangre y fuego. Pero al de pocos metros,
en cuanto se sale de la muralla, la primera gran calle del ensanche árabe lleva
el nombre de Saladino, el gran líder musulmán que derrotó a los cruzados en
1187. La violencia existente en la tierra de Palestina/Israel es inseparable de
una historia de odios y enfrentamientos evocada casi en cada piedra, en las
ruinas presentes por doquier, en los incontables monumentos. Quien sube al monte
Carmelo, en la ciudad de Haifa, se encuentra con una impresionante escultura de
Elías, el gran profeta de Yahvé, blandiendo la espada con la que acabó con
cientos de profetas de Baal. Pasan los siglos, pero los recuerdos de las
violencias originarias y sacralizadas, ejercidas o sufridas, generadoras de
odios y resentimientos, se incrementan y permanecen como barreras que distinguen
y salvaguardan la identidad de grupos que siguen enfrentados. Nadie puede tirar
la primera piedra. Nada más parecido a las llamadas a la yihad o guerra santa
que estos días retumban por las mezquitas de muy diversos países musulmanes
que las predicaciones medievales, de santos canonizados y de legados
pontificios, convocando a la cristiandad a las cruzadas para liberar los santos
lugares de los infieles y prometiendo toda clase de recompensas sobrenaturales.
Todas las religiones tienen que recuperar sus mejores posibilidades, pero sobre
todo -ya que de teología para agnósticos se trata- tienen que someterse a la
crítica a la luz de la razón, de las exigencias de la humanidad compartida y
de los derechos humanos. En nombre del respeto a la diferencia cultural no se
puede admitir que una religión ultraje la dignidad básica de sus miembros (por
ejemplo, de las mujeres), ni que mantenga actitudes impositivas hacia afuera.
Ejemplos: en España se mantuvo hasta hace bien poco la pretensión de defender
la supuesta unidad católica de forma coactiva; unos extranjeros corren ahora
peligro de perder la vida en Afganistán acusados de hacer proselitismo
cristiano; en Israel expulsan del país a quien propague religiones extranjeras
porque atenta contra el carácter judío del Estado. Pero, como digo, la religión
es plástica y fácilmente manipulable. Se convierte, con frecuencia, en expresión
de intereses muy oscuros. Bin Laden no es un teólogo, sino un economista con
una buena formación intelectual y una gran capacidad de comunicación. Me
recuerda -salvando mil diferencias- al comandante Marcos, que desde un lugar recóndito
de la selva actúa pensando en la opinión pública mundial y utiliza hábilmente
los elementos simbólicos que le confieren un halo prestigioso ante su gente. En
el caso de Bin Laden, su capacidad de evocar la vida de Mahoma, con su porte, su
caballo, el exilio de la Meca por un poder corrupto, su propósito de volver
para instaurar un Estado realmente islámico. Y es que, en efecto, no parece
descabellado pensar que Bin Laden está lanzando un órdago político a la
monarquía saudí, a la que detesta, que lo expulsó del país y le privó de su
ciudadanía. Hoy es evidente -lo vengo defendiendo desde hace años por lo que
nos toca a los vascos- que el terrorismo es, ante todo, un fenómeno ideológico,
que exacerba una causa y la pone por encima de toda norma moral y de la
consideración a las personas concretas. Pero el fanatismo no es ciego: responde
a intereses y proyectos políticos precisos. El terrorismo siempre intenta
conectar con un colchón de comprensión y simpatía que le dé cobertura y
respetabilidad social. Tampoco el terrorismo islámico es un fenómeno de
masas desesperadas, pero intenta aprovecharse de su existencia y de sus
desgracias para movilizarlas alentando sus sentimientos antioccidentales y su
hastío ante los regímenes árabes corruptos. Por eso el apoyo que Estados
Unidos busca en los gobiernos árabes para combatir el terrorismo, que tiene su
gran referente en Bin Laden, se puede convertir en un 'boomerang' político si
no va unido a transformaciones sociales que aumenten la democracia y la justicia
en aquellos países. Estamos asistiendo a una ofensiva de un terrible terrorismo
de explícita fundamentación religiosa. Lo peor que podría hacerse es oponerle
otra mala teología. Nadie se identifica, sin más, con el Bien o con el Mal
absoluto. Ningún pueblo o grupo puede pretender una elección especial de Dios;
ninguna causa histórica se identifica con proyecto divino alguno. Sea todo
dicho apresuradamente: de Dios se puede hablar con convicción, porque es una
experiencia muy honda y humanizante, pero siempre con mucha modestia y
perplejidad porque es un misterio, que desborda todo lo que podemos imaginar y
pensar. Quien quiera hablar de Satán tendrá que decir que está allí donde
aniden la violencia y el odio; quien pueda hablar de Dios tendrá que decir que
es amor que aúna a toda la realidad y que sólo en el amor sincero y
desinteresado se puede vislumbrar su huella LA
INÚTIL Y PELIGROSA TEOLOGÍA BENJAMÍN FORCANO,
teólogo
La teología es inúltil; no es una multinacional
que premia a sus consumidores con lavadoras, coches, apartamentos. No se propone
convertir nuestras casas en almacenes. En todo caso, sí lanza señales
indicadoras de que en nuestros almacenes faltan ventanas y metas. En otros tiempos, la teología andaba por las nubes
o demasiado por la tierra haciendo el juego al poder y al dinero. En uno y en
otro caso, resultaba ideológicamente útil para quienes defendían como
naturales determinados privilegios y monopolios. Siempre que la teología es
fiel al Evangelio, tratando de reflexionar y aplicar el mensaje de Jesús, se
convierte automáticamente en peligrosa. Me lo decía una amiga polaca, marxista
y atea, que asistía en 1995 a uno de los Congresos de Teología celebrado en
Madrid: "Mi conclusión después de asistir a dos Congresos es que la fe de
estos cristianos no es opio". Si hablo en esta ocasión de teología, es porque
estoy convencido de que, dentro de nuestra sociedad, hay un hueco doloroso, casi
colectivo, de estarnos faltando rumbo, cordura y sensación de poder vivir
placenteramente, sin tener que renunciar a la sustancia más íntima y
utilitaria de la vida: nosotros no somos canguros que no sienten preocupación
por el sentido de la vida, tenemos derecho a cuidar todo lo que nos rodea
salvaguardando el sentido de lo auténticamente humano. Son ya 20 los Congresos
de Teología celebrados en Madrid, con una asistencia media de unas 1.500
personas, en su mayor parte laicos, para tratar de temas comunes, -muchas veces
lacerantes- como la pobreza, la esperanza, la paz, la democracia, la iglesia
popular, la utopía y el profetismo, los derechos humanos, el dinero, la mujer,
la ética universal, la ecología....y así hasta 20 temas monográficos,
abordados interdisciplinarmente y desde el punto de vista cristiano, publicados
en volúmenes sucesivos de unas 260 páginas por el Centro Evangelio y Liberación. Este año, del 6 al 9 de septiembre,
el tema del XXI Congreso ha sido "Democracia y pluralismo en la Sociedad y
en las Iglesias", cuya ponencia primera Reflexión sobre la democracia
en la sociedad, tuvo D. Gregorio Peces Barba, rector de la Universidad
Carlos III de Madrid. Estos Congresos de Teología no son, como a primera
vista pudiera pensarse, foros para profesionales de la teología, sino para
cuantos desde la vida se preguntan y buscan soluciones para temas vivos, de
enorme interés para la convivencia. Ciertamente, en el origen de los Congresos
está la Asociación de Teólogos Juan
XXIII, fundada en Madrid en 1980 por diez teólogos, a los que posteriomente
se sumaron otros. Los Congresos de Teología engloban una realidad
sociocristiana amplia: los convoca la
Asociación de Teólogos Juan XXIII, los gestionan
más de 25 colectivos, los apoyan
más de 30 revistas y los edita el
Centro Evangelio y Liberación (Exodo). Su funcionamiento viene asegurado por
una Comisión Gestora, nombrada para cada año, que la componen 5 teólogos
y otros 5 representantes de los movimientos y comunidades, además de una
Secretaría. Ya en los primeros Congresos, la "restauración
posconciliar" estaba en marcha y se veían amenazados los aires renovadores
del Vaticano II. Los teólogos de la Juan XXIII, convencidos de la tarea
positiva de la teología, decidieron enmarcar su reflexión teológica desde
la opción fundamental por los pobres, en diálogo interdisciplinar con la
modernidad, dentro de la cultura de nuestro tiempo, con apertura al Tercer Mundo
(en especial a América Latina) y en condiciones de plena libertad. El tiempo no tardó en demostrar que este foro teológico,
abierto a las bases y enriquecido por su presencia y participación, no era del
agrado ni de Roma ni de la jerarquía eclesiástica española. Se pretendía
controlarlos mediante la recognitio
canonica, sometiéndolos de hecho a la censura. Hubo votaciones y todo.
Pero, la reacción mayoritaria de la Asociación fue clara y firme: libertad,
pues sin ella no hay teología creativa ni comprometida. Las cortapisas comenzaron. Fue el propio cardenal
de Madrid, Angel Suquía, quien denegó el local diocesano "Cátedra Pablo
VI" para los Congresos. Teólogos de la Asociación concertaron algunos
encuentros con la Jerarquía para aproximar y despejar prejuicios, pero en lugar
de avanzar se mandó una nota a las Congregaciones Religiosas poniendo en duda
que los Congresos "fueran una actividad legítima dentro de la comunidad
cristiana". Se hizo pública incluso, la noticia de que "los días del
Congreso estaban contados y que había consigna de Roma de acabar con
ellos". La presión se hizo corporativamente sobre los
obispos, de manera que fueron pocos los que asistían, pudiendo destacar como
asiduos participantes a Alberto Iniesta y a Javier Osés y a otros venidos
saltuariamente. Fue excepcional la presencia en un Congreso de los obispos
Sergio Méndez Arceo, Leónidas Proaño, Tomás Balduino, Samuel Ruiz, Alberto
Iniesta y Javier Osés. Obispos había que admiraban y felicitaban a los compañeros
que asistían, llegando a confesar que ellos no lo hacían por miedo. Personas
de otros países no comprendían cómo en tales acontecimientos estaba ausente
la Jerarquía. ¿No eran pastores de todo
el pueblo de Dios? No faltó, en este acoso a los Congresos, la
colaboración de ciertos medios, que
los calificaron de marxistas, contemporizadores de ideologías anticristianas,
instrumento para degradar la fe rebajándola a mero compromiso temporal y político,
como cuando vino el Ministro de la Revolución Sandinista, Tomás Borge: ¿Qué
hace, se preguntaban, un Ministro del Interior en un Congreso de Teología?".
Y hubo, a nivel organizativo, otras prevenciones tenaces, como la de sostener
que la Asociación de Teólogos Juan XXIII no podía aparecer convocando los
Congresos junto con las Comunidades de Base. Aranguren, Girardi, Casalis,...llegaron a afirmar
que estos Congresos eran uno de los acontecimientos religiosos más importantes
de Europa. Su importancia viene dada por la duración (son ya
más de 20 años), por la asistencia y , sobre todo, por la actualidad de los
temas y el tratamiento que de ellos se hace, la calidad de los Ponentes, la
variedad de las Comunicaciones, el pluralismo de las Mesas Redondas, el Diálogo
y Convivencia de los participantes y el contenido Celebrativo de los dos grandes
actos de la Reconciliación Comunitaria y de la Eucaristía. Por los Congresos han pasado más de 600
personalidades entre antropólogos, sociólogos, economistas, políticos,
historiadores, filosófos y teólogos (han intervenido casi todos los de la teología de la la liberación, entre ellos Jon Sobrino y el mártir
Ignacio Ellacuría; teólogos de Africa y Asia) y un buen número de militantes
y ciudadanos de a pie. Si resulta verdad que la renovación de la Iglesia,
antes y a partir del Vaticano II, fue preparada e impulsada por los teólogos,
también es verdad que ningún gremio como el de los teólogos ha tenido que
sufrir la censura, el desprestigio y la represión después del concilio
Vaticano II. Son muchos los que se han sentido cercenados en su tarea docente y,
en especial, casi todos los que participaron como artífices en la renovación
del concilio. ¿Quién ha aplaudido alguna vez la labor meritoria de los teólogos?
Nunca ciertamente la Jerarquía. Por eso, sonaron atípicamente regocijantes las
fraternales, sinceras y cariñosas palabras que el obispo Pedro Casaldáliga, en
su ponencia mandada por vídeo para el XVI Congreso (año 1996) dijo: "Aprovecho la ocasión para quitarme la mitra delante de los buenos
teólogos y teólogas que tiene España, incluso para reparar la predisposición,
una especie de predisposición casi innata, casi instintiva de ciertos obispos
de la jerarquía en general, bastante en general, con respecto a los teólogos.
Yo os pido, teólogos y teólogas, que sigáis ayudándonos. Con mucha
frecuencia los obispos creemos que tenemos la razón, normalmente creemos que la
tenemos siempre, lo que pasa es que no siempre tenemos la verdad, sobre todo la
verdad teológica, de modo que os pido, que no nos dejéis en una especie de
dogmática ignorancia. Y hablando de los teólogos en España, creo que es de
justicia subrayar que hoy en España hay teólogos y teólogas (las teólogas
son más recientes), a la altura de aquel siglo de oro, de las letras, y del
pensamiento españoles, y ni Italia, ni Francia, ni Alemania, por citar a los países
más vecinos, dejan atrás ni en número ni en calidad la galería de teólogos
que tenemos en España; y pido a la Asamblea un aplauso". Los Congresos de Teología nacieron en unas
circunstancias especiales: estábamos en una España que estaba pasando de un
nacionalcatolicismo a un catolicismo menos ambiental, más democrático y
pluralista; estaba declinando en la vida social el monopolio de la religión católica
y avanzaba el proceso de secularización con las consecuencias de una mayor
autonomía de lo creado, de lo social y político, de lo personal y una mayor
racionalización de los procesos públicos, relativizándose progresivamente la
importancia de la religión y ética cristianas. Eran muchos cambios, y algunos muy rápidos, que
abonaban excesivamente el tránsito de un extremo a otro, de una religiosidad
demasiado tradicionalista a otra light. Aumentaba la difuminación de los
dogmas, la relativización de las normas católicas, el abandono de creencias y
prácticas cristianas, el distanciamiento de la Iglesia oficial para dedicarse a
tareas más seculares, quedando en medio el escollo de dos polos significativos,
cada vez más minoritarios: integristas y anticlericales. El clima dominante hacía que, según el Informe
Foessa de 1994, " La persona actual se encuentre inmersa en un mundo no en
contra, sino desarrollándose sin contar con Dios, y sin contar con el eje que
el espíritu del cristianismo significó para Europa. Por ello, las relaciones
religión-sociedad se plantean cualitativamente diferentes a lo que ocurrió en
el pasado, en otras épocas" (Pg. 704). Es obvio que, entre nosotros, ha aumentado la
increencia , la indiferencia, el agnosticismo y el ateísmo. Y, en muchos casos,
con toda razón. No se puede ser creyente sin una buena dosis de excepticismo y
ateísmo. Yo soy ateo de muchos "dioses" que nada tienen que ver con
el Dios del Evangelio. Y no puedo ser creyente sin sacudirme un sin fin de
planteamientos acientíficos, supersticiosos e irracionales. La antítesis entre razón y fe es uno de los
contenciosos históricos más graves, que ha dado lugar a posturas apologéticas
y dogmatizantes por una y otra parte. Hoy, el peligro es seguramente la
superficialidad y el desentendimiento de la Religión como si de algo
irrelevante se tratara. En este sentido, encuentro plenamente acertada la opinión
de que hasta para dejar de creer en Dios es necesaria la teología: "La
superficialidad religiosa de nuestro país radica en que creyó sin teología y
sin teología está dejando de creer. Por eso, su fe de ayer rayó en la
superstición y su ateísmo actual roza peligrosamente la banalidad " (
Manuel Fraijó). Los Congresos de Teología llevan el hálito de una
generación nueva, a la que pesaba el atraso de la Iglesia, su enfrentamiento
con la modernidad, el anacronismo de muchos panteamientos teológicos imbuidos
de mitología, pietismo y ahistoricismo, el recelo e incluso rechazo de las
ciencias, la fuga del mundo, las contemporizaciones con la injusticia y , sobre
todo, el menoscabo insistente de la dignidad humana con agravio de sus derechos. Había que acabar con la tesis, habitual en el
mundo moderno, de que la fe, sinónimo de opio, imposibilita la igualdad, la
justicia y la revolución social. Todo esto estaba a apunto, podía enseñarse y
divulgarse, merced a que una nueva Exégesis
y una nueva Teología habían recuperado la desfigurada originalidad del
cristianismo. El concilio Vaticano II fue el espaldarazo oficial a esta cita de
consecuencias imprevisibles, que generaría un nuevo talante y una nueva manera
de ser cristiano. Lo cristiano no tiene por qué ser digerido acríticamente,
como si todo lo que viene envuelto en su ropaje histórico-cultural fuese
inalterable. Ese es el pecado: petrificar unas formas, unos paradigmas de otros
tiempos y querer identificarlos con la esencia misma del cristianismo. Esa visión
la hace posible una forma colectiva de entender el cristianismo, marcada sobre
todo por el clericalismo, que ha demandado pasividad, obediencia y veneración
extrema del pasado. En esta perspectiva, a la teología le vienen
asignadas unas tareas ingentes de cambio y "aggiornamento". La primera
de todas historificar el Evangelio haciéndolo oír con toda su fuerza en medio
de la iniquidad que divide al mundo en ricos y pobres, en clases, en castas, o
en grados de una u otra discriminación, dejando que restalle su condenación
del mundo opresor y tomando partido por el mundo de los más pobres y oprimidos;
son ellos los mimados de Dios. Las víctimas, los vencidos, los desechados son
paradójicamente los que anuncian un mundo nuevo, los que traen promesas de
cambio y regeneración, los que señalan a un Primer Mundo opulento, egoísta,
ciego, como perdido y enemigo de Dios, los que nos devolverán la dignidad
humana. La segunda,
y será ya una consecuencia, reconciliar la fe con la razón y la ciencia, con
la terrenalidad y la historia, la democracia y el pluralismo, el amor y la
tolerancia, la libertad y la diferencia, la universalidad y lo particular. No
estamos condenados a exiliarnos de este mundo de Dios, sino a aceptarlo,
respetarlo y promoverlo en todo lo que es. Y si uno es católico, y además con
toda legitimidad, con más legitimidad debe considerar que Dios no es católico,
ni lo es de ninguna otra denominación religiosa, pues Dios no hay más que uno,
aunque muchas e inevitables las formas de llegar hasta El y poseerlo. La tercera,
y acaso en alineación con la primera, poner en el centro la dignidad de la
persona. La persona lo primero y lo último, y todo lo demás subordinado a
ella: "No el hombre para el sábado sino el sábado para el hombre".
Que nadie, del rango, lugar u origen que sea, se considere más que nadie, ni
menos que nadie. Es la gran revolución de Jesús: "Todos vosotros sois
hermanos". Siempre, a lo largo de la historia y de las más diversas
culturas, los seres humanos han estado clasificados, pospuestos, vilipendiados,
utilizados por el olvido, menoscabo o desprecio de esta dignidad. Todas las
injusticias, discriminaciones y maltratos se han edificado sobre esta preterida
dignidad de la persona. La cuarta,
pensar que el mundo futuro que hemos de construir entre unos y otros: ateos o
creyentes, creyentes de unas u otras religiones, tiene una fe común,
universalmente compartida: la fe en la persona, en su dignidad y derechos. Y esa
fe hay que testimoniarla, exigirla, implantarla como una utopía posible, la única
universalizable. Cada uno, después, que añada lo que quiera, todo lo que
considere de más propio y específico de su fe, pero que comencemos todos por
profesar lo que es contenido real, vinculante
de esa fe común, base y garantía de la justicia, de la democracia y de la paz. Y la quinta
suscitar espacios para la búsqueda o duda, la apertura a la transcendencia, sin
clausurarnos en el limitado y rígido horizonte de una filosofía racionalista o
de un empirismo cientifista. A mí me cuesta creer que un científico no pueda
asombrase de sí mismo, de la enigmática maravilla de su existencia, obviamente
inexplicable desde sí y por sí y sin apenas razones para poner en ella la razón
de su propio comienzo y fundamento. "Si, como ha escrito alguien, el cielo
ha quedado vacío de ángeles para abrirse a la intervención del astrónomo y
eventualmente del cosmonauta", el cielo de la persona humana no va a ser
explorado por cosmonautas de la tecnología, sino por duendes ingénitos del espíritu.
Afortunadamente, el
éxtasis mismo de la existencia es umbral y condición para el surgir y
creación de la teología. Agencia IVICÓN, 22 de
octubre de 2001
LOS
DOMINICOS DE MADRID APOYAN LA ASOCIACIÓN
CRISTIANA DE SEPARADOS Y DIVORCIADOS ACRISDI
fue fundada en Barcelona hace diez años por el dominico Jordán Gallego
Los cristianos separados y divorciados cuentan ya
con una asociación en Madrid. Todos los martes, a las 19:30 horas, las personas
que atraviesen en sus vidas por esta circunstancia pueden dirigirse a la
Parroquia Nuestra Señora de Atocha, animada por los Padres Dominicos en el número
1 de la avenida Ciudad de Barcelona. El nacimiento de la asociación en la
capital de España se produce diez años después de la creación en el convento
de la calle Bailén de Barcelona de la Asociación Cristiana de Separados y
Divorciados (ACRISDI) por el dominico Jordán Gallego,
fallecido recientemente.
La finalidad de esta asociación de carácter
cristiano consiste en acoger, compartir y apoyar a sus socios en los problemas
que ocasiona la ruptura familiar. Lo hace desde una perspectiva cristiana aunque
está abierta a todos los que puedan estar interesados en recibir apoyo de ella.
Para conseguir su objetivo, ACRISDI ofrece asistencia y orientación religiosa,
jurídica, económica y psicológica. De este modo, intenta ayudar en esta
problemática familiar para mejorar el desarrollo personal en los momentos
cruciales de la separación o el divorcio. Aparte de la acogida, ofrece a los socios la
experiencia propia de una situación común vivida y superada que ayude a
rehacer la vida de las personas, ofreciéndoles tanto servicios sociales como
religiosos, y lo hace desde el respeto a toda opción personal. Como
complemento, la asociación se vale también de actividades recreativas y
culturales, como asistencia a espectáculos, excursiones, visitas a museos,
exposiciones y conferencias. Junto a varios separados y divorciados, la asociación
en Madrid cuenta con el asesoramiento de los dominicos Luis Berastegui y
Jesús Gallego, psiquiatra y director del Centro Médico-Psicológico
de la Conferencia Española de Religiosos (CONFER). Para recibir más información,
llamar a los teléfonos 91 552 17 97 ó 91 547 21 16. Diario de Navarra, 23 de octubre de
2001 COMPROMISO
SOCIAL CRISTIANO IN MEMORIAN
de Javier Osés JESÚS ARRAIZA
EL obispo de Huesca Javier Osés Flamarique pasará
a la historia de la Iglesia aragonesa con estilo propio: profundamente
cristiano, movido en su quehacer pastoral por la luz exigente del Evangelio,
sencillo en sus actos, supo adoptar el compromiso social de la Iglesia como diseño
de su quehacer episcopal y sin buscar brillo alguno para su persona supo buscar
cada día con sinceridad los problemas de sus hermanos los hombres. Fue Javier
Osés un obispo de trato llano con sus sacerdotes y fieles diocesanos a quienes
frecuentemente se encontraba en las calles de la ciudad y en las aldeas más recónditas
de su diócesis. En el sencillo piso de vecindad, donde residía con su hermana,
figuraba su identidad: "Javier Osés. Obispo". La preocupación por
los problemas sociales de nuestro tiempo ha sido su preocupación social más
acusada. En este contexto, su actuación dentro de la Conferencia Episcopal ha
estado señalada por su integración en la Comisión Episcopal de Apostolado
Social, de la que fue nombrado presidente en 1999. Precisamente, al hacerse
cargo de esta presidencia manifestaba: "Esta es nuestra primordial
preocupación: ser conscientes del cambio vivido para acertar a situarnos dentro
de esta sociedad tan enormemente compleja y hacernos presentes como Iglesia.
Mirar a la sociedad desde la dimensión de la fe es tarea urgente e importantísima,
es acercarnos a lo que de positivo hay en esta sociedad, en este bullir, en
torno a la búsqueda de una mayor igualdad, de una mejor justicia, de la defensa
de los derechos humanos". Su sentido social de la evangelización no dejó
de acarrearle disgustos e incomprensiones que él sobrellevó siempre con altura
de miras sin claudicar en sus principios. Fueron claras y sin alardes
publicitarios su visión crítica sobre el trato dado a lo emigrantes, sobre la
vivienda, sobre los excluidos del bienestar general, sobre los escándalos de la
guerras, sobre la fabricación de armas "que vendemos al Tercer Mundo, a la
vez que hacemos proclamas de paz". Los temas sociales y los marginados
ocuparon gran parte de sus proyectos episcopales, pero todo ello tras la óptica
de la visión de Jesucristo. En abril del año 2000 manifestaba: "Ante las
gravísimas desigualdades sociales, una de las tentaciones puede ser la de
asumir compromisos puntuales que olvida que el amor cristiano, por ser
participación del amor de Dios, es permanente, y que todo lo excusa y lo
aguanta. Conviene acercarnos al Evangelio para comprobar que la presencia de Jesús
junto a los pobres no es un gesto aislado, sino continuo. En una palabra, para
el cristiano la caridad no es sólo un hacer, sino un modo de ser, determinado
por la condición de discípulo del Señor". A pesar de que muchos miembros
de la Iglesia de España no entendían el que no fuese promovido a otra diócesis,
jamás se sintió él incómodo en su Iglesia de Huesca a la que sirvió sin
manifestar cansancio durante 31 años. En este sentido, al ser nombrado Hijo
Adoptivo de la ciudad en octubre de 2000, acto en el que, debido a su ya grave
enfermedad, fue representado por sus hermanos, escribió estas palabras:
"Me he encontrado muy a gusto en Huesca, he trabajado con ilusión día
tras día, sin sentir la nostalgia de otros lugares o cargos apostólicos. A
estas alturas de mi vida, lo que predomina con gran naturalidad en mí es el
afirmar que me siento plenamente de Huesca, sin que esto sea una frase retórica
y aunque nunca deba claudicar de mis orígenes navarros". Javier Osés,
obispo, descansa en la paz que has merecido. El País, 23 de octubre de 2001
JAVIER
OSÉS, OBISPO CERCANO RAFAEL SANUS,
OBISPO EMÉRITO, PROFESOR DE TEOLOGÍA
ZARAGOZA.
Se nos
ha muerto Javier Osés (1926), obispo de Huesca. Con su muerte, la Iglesia en
España ha perdido a uno de sus mejores obispos. Lo conocí personalmente cuando
en 1989 me nombraron obispo y empecé a asistir a las asambleas plenarias de la
Conferencia Episcopal Española. Desde el primer momento simpatizamos. Era un
navarro bueno, inteligente y muy noblote. Conseguía armonizar perfectamente la
sinceridad y la delicadeza. En los difíciles años del postconcilio desempeñó
el cargo de rector del Seminario Diocesano de Pamplona. Y yo también había
realizado la misma función en Valencia durante esos crispados años y sé muy
bien que mantener el equilibrio y la cabeza clara era casi una pasión inútil.
El rector y los demás formadores recibíamos bofetadas por parte de la derecha
y de la izquierda. La derecha quería que se cerrase el seminario hasta que
pudiera reinstaurarse la formación de seminaristas a la antigua usanza; la
izquierda propugnaba la desaparición de estos centros formativos por
considerarlos un bastión anticonciliar. Javier Osés no debió ejercer mal su
oficio porque fue elegido como obispo de Huesca. Pero, con la muerte de Pablo
VI, cambiaron los aires que venían del Vaticano. La Eclesiam Suam, la encíclica
montiniana del diálogo, perdió vigencia y protagonismo; empezó a germinar un
cierto involucionismo que ha ido creciendo durante el largo pontificado de Juan
Pablo II. Y, precisamente en ese momento, la progresista Asociación de Teólogos
Juan XXIII inició sus congresos anuales en Madrid, haciéndolos coincidir con
los días de la asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal. Parecía una
actividad paralela y una contestación. Los teólogos de la Juan XXIII pidieron
la presencia de un obispo en su reunión. Javier Osés, que iba siempre por la
vida con el corazón en la mano, por libre decisión y sin reticencia alguna, se
presentó a dialogar con los teólogos progresistas. Este gesto, su compromiso y
su pensamiento, expresado en entrevistas, cartas pastorales y artículos, no
gustaron a las altas esferas eclesiásticas y quedó confinado para siempre en
la cristiana y viva Huesca, aunque él siempre se encontró feliz en su querida
diócesis. En las últimas asambleas plenarias del episcopado no intervenía
casi nunca en los debates -actual-mente hay otros obispos que actúan como él-
, quizás porque creía que las líneas básicas de la orientación de la
Conferencia estaban ya trazadas de antemano. Pero Javier Osés seguía
trabajando, y muy bien, como presidente de la comisión episcopal de pastoral
social. Tenía una gran sensibilidad para percibir las injusticias y los
sufrimientos de las personas, especialmente de los más pobres, los excluidos y
marginados. Ha muerto víctima de una larga y muy dolorosa enfermedad, que
soportaba con extraordinario temple y confianza cristianas. Esperaba la partida
con el espíritu tan conmovedor de san Francisco de Asís, que la llamaba
'hermana muerte'. Realmente, para el cristiano, la muerte es una hermana que nos
lleva de la mano al encuentro de Cristo resucitado y glorioso. Dios quiera que
el ejemplo de monseñor Osés cunda entre el episcopado español, porque creo
sinceramente que es el perfil de obispo que necesita hoy la Iglesia en España:
abierto, comprensivo, dialogante, sin dogmatismos innecesarios, cercanos a los
problemas de las gentes y con la suficiente humildad como para reconocer los
fallos y los errores de la Iglesia actual. La Verdad, 23 de octubre de 2001
ECONOMÍA
Y RELIGIÓN ANTONIO LUCAS Mientras algunos curas de Portugal
aprovechan las homilías para informar a los campesinos sobre el cambio en la
rutina de la economía doméstica que traerá el euro, aquí en España
asistimos a diario a ese culebrón de guionista con calzoncillos de 42.000
pesetas y jersey de un millón, en el que nuestra Iglesia no sabe si pedir perdón,
canonizar la estafa, dejar que escampe el temporal, mirar para otro lado, o todo
a la vez y que sea lo que los jueces quieran. Porque en lo del caso Gescartera
no hay más mensaje divino que el del juez, ni más Evangelio que el código
civil o el penal, depende del tamaño del delito. Ni más Apocalipsis que el
apocalipsis mismo, que ya es bastante. En Portugal se llenan las iglesias de
billetes de euros con un fin didáctico y aquí desaparecen hasta las telarañas
de los cepillos de ciertas congregaciones, y no precisamente por los votos de
pobreza, sino por una mala estrategia de inversión y especulación en bolsa,
impropia de los mensajeros divinos del Creador. Ya dije en un artículo que quedó
flotando por el limbo que suelen ser las papeleras de las redacciones, que el
dinero es el único dios verdadero. Propongo que ahora que se ha caído San
Cucufato del Martirologio por falta de hinchas o seguidores, le abran un hueco a
la economía de nuevo cuño en esa guía se santos con milagro que normaliza
nuestros nombres, aunque uno sea agnóstico por voluntad y estilo, que no son
cosas tan distintas. La Iglesia, con esa espiritualidad de
canto nimbado, se ha propuesto evangelizar el euro antes de que empiece, a ver
si estos billetes nuevos –traídos de Europa para beneficio de Alemania,
Inglaterra y Francia– dan menos problemas que el dinero convencional, porque
la peseta, ya en su agonía, les ha salido rana. La economía fluctúa igual que
suben o bajan los fervores y fagocita lo que le sale al paso, sea divino o
humano. La economía es algo así como el ántrax
de los pobres, una coartada laica maquillada de ecuaciones y confort. Un disfraz
de números para las nuevas ideologías, que esconden a terroristas forrados con
un kalashnikov bajo el faldón. De hecho, ahora estamos asistiendo en directo a
la verdad de esa globalización funesta que nadie sabía hace un mes dónde
estaba, pero había que combatir. Me explico: tras el derrumbe de esa
materialización de la vanidad esbelta que fueron las Torres Gemelas, la religión
y la economía se han desvelado como un sólo coloso capaz de redefinir el
terror del hombre y fundir el bronce de su orgullo. La globalización era esto,
un desafío a la confusión, a esas culturas olvidadas que, tras siglos de
reposo, se han fortalecido en su miseria. Ahora que el euro ha quedado como una
realidad difuminada en esta guerra de los virus, ahora que Oriente amenaza con
fumigar y ponernos mirando a la Meca, la Iglesia, en Portugal o donde sea, da
lecciones de ahorro y cambio de moneda. Esto es algo así como ideologizar el
mensaje divino o divinizar el mensaje ideológico del dinero, según se mire. La Iglesia, a lo largo de la Historia,
ha demostrado que del lado del poder se come caliente. Durante el siglo XX pasó
de puntillas por demasiados conflictos sociales que marcaron el mundo y que
ahora tienen su respuesta en la angustia de ese becerro dócil que ha sido
Occidente. El ruido de la guerra es, en este caso, la fanfarria de la religión,
la ira contenida que han larvado en sus mensajes los imanes de Oriente. El ántrax
que levanta su muerte por el cielo arrastra una estela de misión divina, y es
lo que da más miedo. La guerra se ha mostrado como una
conjunción inquietante de economía y religión, por lo menos la última guerra
del siglo XX, la de los Balcanes, que a lo mejor ya estaban anunciando algo de
esto mismo que ahora vemos. La de ahora es una guerra económica y
religiosa. La economía acorazada contra la economía básica de subsistencia.
Quiero decir que el dinero ensucia siempre los mensajes y pone sobre ellos un
interrogante. Quiero decir que el dinero, por qué no, es un deicida que sólo
cree en sí mismo. Tiempo
de Hablar. Nº 86, 3º Trimestre 2001 NOS
ESCRIBIÓ BENJAMÍN En internet hay gente para todo.
No hace mucho nos escribió
Benjamín.
Benjamín es catequista en su
parroquia y hace tiempo que se viene preguntando por qué los sacerdotes no se
pueden casar. Por lo que se ve no sólo se lo ha preguntado a sí mismo sino que
también lo ha hecho a varias direcciones "de la Iglesia" en internet.
Le han respondido de distintos sitios. A nosotros nos mandó no sólo la
pregunta sino también varias de las respuestas que le han enviado. Nos pidió
que, por favor, le contestáramos y le escribimos largo y tendido, ordenando un
poco las ideas que le han enviado, reflexionando sobre alguno de los comentarios
que había recibido y aportándole nuestro punto de vista.
Esto es lo que le decíamos.
Hola Benjamín: No sabemos muy bien desde dónde nos escribes, pero
no importa, lo que nos preguntas es lo importante y nos encanta poder
responderte. No eres el único, hoy en día hay mucha gente en la Iglesia que
también se plantea por qué los sacerdotes no pueden vivir en familia.
Nos dices que has escrito a varias direcciones
"de la Iglesia" y que te han respondido de varios sitios. Según
cuentas, Félix, de la diócesis de Burgos, fue el primero en escribirte y lo
hacía en un tono muy cordial: "es verdad que hay un colectivo de curas
casados que está intentando este reconocimiento y posibilidad, sin entrar a
valorar tal cuestión, que quizás pudiera ser replanteada, lo cierto es como te
digo, que en la actualidad no se permite a un cura casado presidir públicamente
como ministro ordinario la Eucaristía".
Dices que no en todas las direcciones electrónicas
de las diócesis y otros sitios que has escrito te han sabido responder.
Fernando, de la diócesis de Ciudad Rodrigo, no conoce el tema: "tus
mensajes se los he remitido a la persona que yo creía que pudiera ayudarte. Yo
no tengo idea de este tema, pero después de esperar contestación de los compañeros
me comunican que tampoco están muy bien informados. Por ello agradezco que te
hayas dirigido a nosotros, aunque en este momento no podamos ayudarte".
Nos cuentas que te han comentado el artículo de Tiempo
de Hablar sobre el canon 1335. Nosotros conocemos a varios sacerdotes
casados que siguen celebrando los sacramentos "a petición de la
gente" según lo que dice ese artículo de Código de Derecho Canónico.
Sobre este asunto te respondía Gabino Díaz, desde Oviedo: "los sacerdotes
sólo pueden casarse cuando han obtenido la secularización que sólo les puede
dar el Santo Padre. En este caso, cuando han conseguido la secularización, no
pueden ejercer el ministerio sacerdotal". Del arzobispado de Granada te
dijeron que eso es imposible "porque a un sacerdote secularizado le está
prohibido celebrar los sacramentos y todas las funciones que por el sacramento
recibió en su día. La Iglesia no ha cambiado para nada su decisión en este
tema. Además ellos (los sacerdotes secularizados) lo tienen muy claro y si
alguno celebra la misa o cualquier otro sacramento está incurriendo en una pena
más grave y hay que considerarlo fuera de la Iglesia católica". Desde la
diócesis de Almería J. Molina, te lo decía muy claro: "según la
doctrina y las normas de la Iglesia Católica, los sacerdotes católicos no se
pueden casar y seguir ejerciendo el ministerio. Algunos han obtenido la
secularización o dispensa de las obligaciones sacerdotales, y entonces sí se
pueden casar, como lo han hecho algunos. Pero no pueden celebrar la Santa Misa.
Si alguno lo hace, sería desobedeciendo la disciplina de la Iglesia. Está
claro que la Iglesia mantendrá el celibato eclesiástico". Desde la
Secretaría General del Obispado de Vic también te negaban esa posibilidad: tú
nos cuentas que en una revista se dice que los ‘curas pueden decir misa y todo
lo demás si se lo pide la gente’. Creemos modestamente que no se puede
invocar a favor de esta frase y su contenido el canon 1335. Parece ser que tú conoces a un "cura que está
casado y dice misa cerca de mi parroquia porque se lo pide la gente". Ya
nos cuentas que de la diócesis de Teruel Antonio Algora te dijo que "ese
sacerdote está actuando de forma absolutamente irregular y debes poner esto en
conocimiento del obispo de tu diócesis" y Julián García de Guadalajara
que "no puede tener autorización de la Iglesia, el canon que cita no le
autoriza a presidir la celebración de la Eucaristía". También desde
Getafe, Paloma te dice que "seguramente ese sacerdote del que usted nos
habla estará actuando al margen de la autoridad del obispo de esa diócesis,
quien desconocerá el asunto. Lo mejor es que usted hable con el Párroco de la
comunidad en la que ese ex-sacerdote esté celebrando o con el Vicario o
directamente con el Obispo diocesano. Hágalo con caridad y decisión". Al
final, ¿qué es lo que has hecho? Según nos cuentas escribiste a varios sitios con
las mismas palabras que Andrés explicaba en la revista el año 97, la
interpretación del canon 1335, que "si la censura prohibe celebrar los
sacramentos o sacramentales, o realizar actos de régimen, la prohibición queda
suspendida cuantas veces sea necesario para atender a los fieles en peligro de
muerte; y si la censura latae sententiae no ha sido declarada, se suspende también
la prohibición cuantas veces un fiel pide un sacramento o sacramental o un acto
de régimen; y es lícito pedirlos por cualquier causa justa". Ya ves que
no todos piensan así. Desde la diócesis de Getafe, Paloma te contesta que
"con respecto a las desproporcionadas consecuencias que algunos han extraído
del C. 1335 son sólo fruto de su propio interés. Bajo el espíritu del canon
está la costumbre de atender en casos extremos a bautizados que no tienen otra
solución que recurrir a un ex-sacerdote. Otra cosa es, claro, la interpretación,
como le digo, desproporcionada, que de dicho canon hacen determinados grupos
para instalar sus propias convicciones en el seno de la comunidad eclesial e
intentar así la normalización de lo que no lo es". Da la impresión de
que el Canciller de la diócesis de Madrid sólo se fija en la primera parte del
canon cuando te argumenta que "el canon 1335 a que hace referencia trata sólo
de cuando hay una ‘censura’, no una prohibición expresa, esto último se da
en los casos en los que los sacerdotes han solicitado al Santo Padre y éste les
ha concedido el Rescripto de reducción al estado laical. Ahora bien, si este
sacerdote casado con dispensa del Santo Padre dice misa, la dice ‘por su
cuenta’, pues aunque los fieles se lo pidieran no puede hacerlo. Sólo en caso
de peligro de muerte podría dar la absolución al moribundo".
Es posible que el vicario general de la diócesis
de Pamplona fuera demasiado técnico, pero seguramente te habrá servido para
entender mejor los entresijos y complicaciones que encierra el derecho canónico:
"los clérigos están obligados a observar una continencia perfecta y
perpetua por el Reino de los Cielos y, por tanto, quedan obligados a guardar el
celibato, que es un don peculiar de Dios. Una vez recibida válidamente la
ordenación sacerdotal, la ordenación sagrada nunca se anula. Sin embargo, un
clérigo pierde el estado clerical en las siguientes circunstancias: 1º Por
prescripto de la Sede Apostólica, que solamente se concede a los diáconos
cuando existen causas graves, y a los presbíteros, por causas gravísimas. 2º
Por la pena de dimisión legítimamente impuesta. 3º La pérdida del estado
clerical no lleva consigo la dispensa de la obligación del celibato que únicamente
concede el Romano Pontífice. 4º El clérigo que pierde el estado clerical,
pierde con él los derechos propios del orden, y deja de estar sujeto a las
obligaciones del estado clerical, se le prohibe ejercer la potestad del orden. A
estos sacerdotes reducidos al estado laical o "secularizados", la
Iglesia les permite absolver válidamente a cualquier penitente que se halle en
peligro de muerte. Los sacerdotes reducidos al estado laical y casados que
celebran la Santa Misa, consagran válidamente pero ilícitamente. Se encuentran
en lo que se llama "rebeldía eclesial" y no se hallan en plena comunión
con la Iglesia. Les falta esta comunión disciplinar y doctrinal con la Iglesia
Católica". Pero lo que a ti en el fondo te preocupa es por qué
se le impide a un sacerdote que se casa el seguir ejerciendo su sacerdocio si él
se sigue sintiendo sacerdote y además resulta que la Eucaristía que celebra es
válida. Un punto de vista es el de Paloma desde la diócesis de Getafe:
"usted sabe que la Iglesia, iluminada por el Espíritu, une el sacramento
del Orden con el don del Celibato para que el sacerdote testifique en el mundo
la máxima donación obrada por el amor de Dios, que se nos dio en extremo en su
Hijo Jesucristo. Dios es quien llama y elige; Dios es quien envía y configura
ontológicamente a los ministros a Cristo Sacerdote. Todo es don y gracia. Quien
responde a la llamada de Dios sabe a qué se compromete y a Quien responde en
libertad y responsabilidad. Cuando un sacerdote, sea por la causa que sea,
abandona el ministerio o escoge un camino contrario al que se comprometió,
pierde también la capacitación para actuar y celebrar en nombre de la Iglesia,
y, por tanto, para celebrar los sacramentos. Es cierto que sacerdote se es para
siempre, porque el sacramento del orden imprime un carácter indeleble, pero
esto no es excusa para actuar, predicar o hacer algo en contra o al margen de la
Iglesia en la que el sacerdote es un servidor de sus hermanos y no dueño de los
sacramentos ni de la Palabra ni de la Doctrina". Otro punto de vista es el
de el secretario del gabinete de comunicación del obispado de Cuenca:
"algunos sacerdotes, después de recibir la ordenación se han dado cuenta
de que no son capaces de vivir el celibato. Echan de menos una familia, una
mujer, unos hijos. Esto, por lo general, es fruto de una falta de maduración
durante sus años de formación en el seminario. Ante esta situación deciden
casarse". También desde el consultorio religioso de la revista Mercabá
(diócesis de Cartagena) Juan García Inza justifica la negativa diciendo que
"la personas que no es capaz de renunciar a otros amores por el Amor, no
está en condiciones de ser sacerdote, que supone una entrega total, como los
religiosos". Y José Manuel Castro, desde la diócesis de Lugo te ofrece su
punto de vista: "la tradición de la Iglesia católica es que el cura sea célibe,
para poder desempeñar mejor así la labor pastoral que corresponde a su
ministerio. En otras confesiones cristianas existen curas casados o mujeres
sacerdotes, como es el caso de las confesiones protestantes y algunas ortodoxas.
La razón que sostiene la Iglesia católica es la tradición de la Iglesia sobre
el celibato sacerdotal para mejor servicio a los fieles. No es una razón teológica,
sino una norma eclesial que un papa podría cambiar, permitiendo, por ejemplo el
celibato, opcional".
Pues precisamente eso del celibato opcional es lo
que vienen pidiendo el grupo de familias que han incorporado al sacerdocio en la
dimensión de lo cotidiano, de lo que viven la mayoría de los hombres y mujeres
de nuestro tiempo. Nos dices que ese grupo se llama Moceop, que lo has leído en
la revista y que algunos de los que te han escrito te hablaban también de él.
Dices que lo que te cuentan deja en mal lugar este movimiento. Creo que Cruz
Campos, de la diócesis de Cuenca, no lo tiene del todo claro cuando te dice que
"estos sacerdote se han asociado porque quieren estar casados y ser
sacerdotes. Son un grupo muy reducido que presionan para meternos por su camino
a la gran mayoría de sacerdotes que estamos contentos con lo que libremente
hemos elegidos. No somos culpables de los problemas personales que ellos hayan
tenido. Si, en un momento dado, han descubierto que su vocación no es la
sacerdotal y han decidido casarse y dejar el sacerdocio ¡felicidades! pero no
pueden obligarnos a la mayoría a que también nos casemos porque libremente
hemos decido ser todo del Señor y de la comunidad eclesial". Date cuenta,
Benjamín, que Moceop son las siglas de movimiento pro celibato opcional;
nosotros lo conocemos desde hace poco y sabemos que quieren abrir el diálogo
sobre la opcionalidad del sacerdote para mantenerse célibe o poder vivir en
familia y, en ningún caso, obligar a todos los curas a casarse. Paloma, de la diócesis de Getafe, conoce las
siglas de este grupo de sacerdotes, pero no te cuenta gran cosa de su realidad
cuando te escribe "la asociación de la que nos habla es una asociación no
reconocida por la Iglesia que se llama Moceop (Movimiento por el Celibato
Opcional), formada por ex-sacerdotes y sus mujeres, que en un determinado
momento de su vida optaron por la secularización o el abandono del ministerio
para vivir la realidad del matrimonio. En mi opinión, aunque el "asesor
espiritual" de la página en internet de la diócesis de Madrid te dice
algo sobre el, también está lejos de la realidad cuando afirma "lo que
ocurre, desgraciadamente, es que hay algunos colectivos de presión que parece
que asumen su postura personal como una manera de enfrentarse a los pastores de
la Iglesia, para intentar plantear, a veces, de manera polémica la oposición a
una supuesta iglesia de base. Lo cual, naturalmente, no es cierto".
Benjamín, te noto muy preocupado por el tema y me
sorprende la libertad que muestras cuando afirmas "Si lo hacían bien de
curas y les gustaría seguir siéndolo ¿por qué no se les deja como algo
normal? ¿qué tiene de malo tener una familia y decir misa?" Más aun
cuando Alfonso, el "asesor espiritual" de Madrid, te dice "date
cuenta, Benjamín, que algo ya adquirido a lo largo de los siglos y que se ha
mostrado como sumamente productivo: la entrega de tantos sacerdotes santos que
han hecho de su vida un verdadero himno al amor, hay que asumirlo como un don
gozoso de Dios a su Iglesia que hay que fomentar. La cuestión no es tanto
"rebajar el listón", sino hacer que cada uno en su lugar dé cuenta
de los dones que ha recibido de Dios, y los haga producir. El sacerdote ha de
ser sacerdote, el padre de familia padre de familia. Y eso no supone un desdoro
ni para uno ni para otro, cada cual cumple una función hermosísima dentro del
Cuerpo de Cristo que es su Iglesia, y no podemos mantenernos en constante añoranza
de ser lo que no somos, sino ser lo que somos para gloria de Dios". Lo que
te comenta Juan desde Cartagena tampoco tiene desperdicio: "Mira, el
sacerdocio es una cosa muy seria. Es una entrega total a Dios, una entrega
"esponsal", es decir, un compromiso como el de los esposos: uno con
una y para siempre. El sacerdote se compromete con Cristo y para siempre. El
celibato es la ofrenda que uno hace de su persona en su totalidad, como lo hizo
Cristo por todos, para que tanto afectiva como efectivamente sólo vivamos
comprometidos con nuestra vocación, que es absoluta, nos compromete totalmente.
El celibato se introdujo en la Iglesia en una época determinada precisamente
tras una evolución y profundización en la condición sacerdotal. En la Iglesia
católica de rito oriental no se exige el celibato para los sacerdotes, sí para
el Obispo. En las otras iglesias ortodoxas, y en la iglesia anglicana tampoco se
exige, pero hay una gran valoración hacia el sacerdote católico por lo que
supone de entrega radical al Señor y al pueblo". Parece que Juan rebaja la
"seriedad" de los sacerdotes cristianos católicos orientales,
anglicanos y ortodoxos por no obligarles a cumplir el celibato.
Pero ya ves que sí que hay lugar para la esperanza
que compartimos contigo. Lo que te respondía Félix desde la página en
internet de la Agrupación Católica Universitaria, está en la línea de lo que
piensan la mayoría de los bautizados. Te recuerdo sus palabras para que también
las tengas ordenadas en esta larga carta: "durante los tres primeros siglos
de su existencia la Iglesia funcionó sin la obligación, impuesta
posteriormente, del celibato sacerdotal En ese tiempo, ocasionalmente, se imponía
la continencia, incluso a todos los bautizados. Es en el año 325, en el primer Concilio Ecuménico
de Nicea se decretó: ‘El Concilio prohibe con toda severidad a los obispos,
sacerdotes y diáconos, en una palabra, a todos los miembros del clero tener
(consigo) una persona del otro sexo, excepto la madre, la hermana o la tía, o
mujeres que no puedan dar el menor motivo de sospecha’ (Canon 3). A los clérigos
casados no les dan ninguna clase de prescripciones.
En Oriente hasta Justiniano (527-565) no se
adoptaron disposiciones legales contra el matrimonio de los sacerdotes. Según
una Constitución de 1º de marzo de 528, ‘no puede ser obispo nadie que tenga
hijos o nietos, puesto que el obispo debe cuidarse en primera línea de la
Iglesia y del culto. Además se ha de impedir que los donativos o legados hechos
a favor de la Iglesia puedan ser aplicados por el obispo a su propia familia. El
18 de octubre de 530 hace presentes el emperador las disposiciones eclesiásticas
según las cuales los sacerdotes, diáconos y subdiáconos no pueden ya casarse
una vez recibidas las órdenes. Los hijos de tal matrimonio son declarados
incapaces jurídicamente de recibir de su padre donativos o participaciones en
la herencia’. El año 691, el Sínodo Trullano creó la tradición
que todavía pervive, funciona, en la Iglesia oriental: la ley del celibato
solamente obliga a los obispos. Los otros clérigos pueden contraer matrimonio
antes de las órdenes, pero mientras atienden a los servicios sagrados están
obligados a la continencia. En Occidente, por primera vez, a principios del
siglo IV, el Sínodo de Elvira (canon 33) prescribe no ya el celibato, sino la
continencia total de los clérigos. La historia prosigue, larga, accidentada, curiosa,
y no puedo ahora extenderme (ver por ejemplo: el libro de A. Hortelano y M.I.
Algini, Celibato, interrogante abierto, Editorial Sígueme).
Para Jesús de Nazaret no tienen sentido las
prescripciones rituales de pureza del Antiguo Testamento. Jesús sólo conoce
una pureza,: la limpieza de corazón (Mt 5,8); 15,3; 13,11. Sólo el pecado es,
pues, impureza: cf 1 Jn 1,7-9). La sentencia definitiva sobre puro e impuro la
pronunció Jesús en su discurso polémico en Mc 7,1-23; Mt 15,1-20.
La vida célibe de Jesús no iba contra el
matrimonio ni contra la mujer. Los discípulos de Jesús, por lo que sabemos, no
estimaron que la actitud de Jesús (de no tener esposa) les fuera propuesta
expresamente a ellos como modelo. San Pedro era casado (Mc. 1,30), "como
los demás apóstoles y hermanos del Señor" (1Cor 9,5). En la época
postpaulina se exige (1 Tim 3,2.12; Tit 1,6) que el ministro eclesiástico
(obispo, diácono, presbítero) se distinga, entre otras buenas cualidades de
carácter, por el hecho de ser "hombre de una sola mujer".
Hoy día sólo Dios puede llamar y dirigir al
sacerdocio a celibatarios. ¿Quién osaría afirmar que sólo esto es su
voluntad?
Esperemos que la Iglesia vaya haciendo un continuo,
serio, sensato discernimiento sobre este punto del celibato obligatorio.
Por supuesto que, cualquiera que sea su disposición,
yo no pienso cambiar de la decisión que asumí a mis dieciocho años al entrar
en la Vida religiosa, hacer mis votos y recibir el sacerdocio. Estoy centrado,
contento, feliz. Pero entiendo el problema que de hecho hoy existe. Una de las
preguntas que muchos hoy se hacen: la Eucaristía ¿es privilegio del clero (un
clero de célibes) o es un derecho de la Comunidad?
Poco a poco se podrá ir dando respuesta a tus
preguntas. Algún día volverá a dejar de tener importancia la condición de
varón célibe para la persona que se sienta vocacionada a servir a la comunidad
desde el sacramento del orden. Quizá en las palabras de Juan Pablo II en la
carta Novo Millennio Ineunte se esconda el germen de lo que pueda venir cuando
escribe en el número 46: "es necesario, pues, que la Iglesia del tercer
milenio impulse a todos los bautizados y confirmados a tomar conciencia de la
propia responsabilidad activa en la vida eclesial. Junto con el ministerio
ordenado, pueden florecer otros ministerios, instituidos o simplemente
reconocidos, para el bien de toda la comunidad, atendiéndola en sus múltiples
necesidades: de la catequesis a la animación litúrgica, de la educación de
los jóvenes a las más diversas manifestaciones de la caridad".
El ministerio ordenado, los ministerios instituidos
y los reconocidos para toda la comunidad. Una comunidad de hombres y mujeres,
casados y célibes, atendida por hombres y mujeres, casados y célibes. Nos toca
a los que fuimos bautizados y bautizadas tomar conciencia de la propia
responsabilidad activa en la vida eclesial.
Bueno Benjamín, esperamos haber podido cumplir con
lo que nos pedías en tu amable carta. Para nosotros ha sido muy grato poder
ordenar un poco las ideas que te han ido enviando, reflexionar sobre ellas y
poder compartir nuestro punto de vista. Nosotros creemos que, en realidad, aún nos queda
camino por recorrer, pero el Espíritu sigue animando los desafíos,
experiencias y barruntos de la Iglesia que Somos y si creemos profundamente,
como creemos, que la posibilidad de encarnación del sacerdocio en la familia se
mueve al aire del Espíritu, la sinceridad, el caminar pausado, la sencillez de
lo cotidiano, la naturalidad, la alegría de vivir... la Fe, la Esperanza y el
Amor, harán el resto. Hasta pronto. IVICÓN,
13 de noviembre de 2001 MÁS DE 600.000 PERSONAS
PERTENECEN A ASOCIACIONES LAICALES VINCULADAS A CONGREGACIONES RELIGIOSAS Un total de 610.754 personas, pertenecientes a 68
asociaciones laicales vinculadas a congregaciones religiosas en 16.380 sedes
locales diferentes trabajan en España con fines religiosos, talante misionero y
proyección solidaria. Sin embargo, este bloque del asociacionismo católico de
seglares ligado a los institutos religiosos, en el que no se incluyen las
Organizaciones No Gubernamentales de los religiosos, no tiene una imagen pública
tan perceptible como otros sectores eclesiales con mayor voluntad de presencia
institucional. Así se desprende de un estudio descriptivo y
valorativo del asociacionismo religioso de laicos vinculado a congregaciones
religiosas en España dirigido por Fernando Vidal Fernández,
profesor del Departamento de Sociología de la Universidad Pontificia Comillas
de Madrid, que ha sido presentado hoy a los más de 400 superiores y superioras
provinciales reunidos en la VIII Asamblea General de la Conferencia Española de
Religiosos (CONFER), que se celebra en Madrid del 13 al 15 de noviembre bajo el
lema “Religiosos y laicos: dos vocaciones, una misión”. Según el estudio, el “núcleo duro” del
asociacionismo laical religioso vinculado a congregaciones religiosas en España
lo constituyen 45 entidades distribuidas en 795 sedes locales por toda España y
que afilian a 51.927 personas, la mayoría jóvenes procedente de centros
educativos dirigidos por religiosos y religiosas. A este número hay que sumar
otras 20 asociaciones con alguna disfuncionalidad detectada o funcionamiento
irregular respecto del carisma congregacional (3.287 personas), y varias
asociaciones de orantes, que añaden más de medio millón de afiliados más.
Eso, sin contar la existencia de 31 asociaciones más, de las que el estudio no
ha logrado tener constancia de su existencia actual. “Tenemos algún indicio
de que podría haber alguna asociación, aunque nosotros no hemos logrado
constancia de su existencia”, señala el director de la investigación. Por
tanto, en total 68 asociaciones ampliables a 99. Distribuidas por tipos funcionales de entidades,
hay tres clases de asociaciones: las asociaciones apostólicas de laicos
positivamente vinculadas a las congregaciones (51.927 personas, 795 sedes
locales, 45 asociaciones), las asociaciones reducidas de fines no convencionales
(3.827 personas, 117 sedes, 20 asociaciones) y las asociaciones que toman la
forma de redes de orantes (555.000 personas, 15.468 sedes), entre las que
destaca por su número el Apostolado de la Oración (APOR), asistido por la
Compañía de Jesús, que cuenta con alrededor de medio millón de asociados. A su vez, los dos primeros tipos pueden dividirse
en asociaciones laicales estrictamente de culto (2.758 personas, 30 sedes
locales), asociaciones que realizan servicios en una obra y se reúnen
complementariamente con fines religiosos (358 personas, 47 sedes), reducidas
asociaciones ligadas a una congregación por lazos puramente afectivos aunque
anuncian fines religiosos (181 personas, 22 sedes), asociaciones vinculadas a
una congregación con la que no se mantiene una vinculación deseada (503
personas, 18 sedes), asociaciones juveniles o que intentan una transición a
asociaciones estables de adultos (34.814 personas, 427 sedes, 15 asociaciones,
incluidas las 21.000 personas y las 262 sedes locales de las Juventudes Marianas
Vicencianas, animadas por los Padres Paúles y las Hijas de la Caridad),
asociaciones apostólicas en intensa colaboración con una congregación, con jóvenes
y adultos (17.113 personas, 368 sedes, 30 asociaciones). PERFIL LAICAL En razón del género, el 60% de los socios son
mujeres; es más, casi no existen asociaciones laicales vinculadas a
congregaciones religiosas donde la mayoría sean hombres, y en casi la mitad de
las asociaciones las mujeres están por encima del 70%. Por edades, más de la
mitad de las asociaciones están formadas mayoritariamente por adultos: un 30%
por gente entre 25 y 60 años, en vida laboral activa. Sólo un 16% está
formada mayoritariamente por mayores de 60 años y en un 20% predominan
claramente los menores de 25 años. El sector de edad más representado es el de
los adultos entre 35 y 60 años que constituyen casi el 30% del conjunto de
afiliados. El estudio sobre el asociacionismo religioso de
seglares también refleja que prácticamente todas las sedes locales cuentan con
un religioso que acompaña a los grupos, quienes asumen con mucha propiedad el
carisma congregacional como institución. En este sentido, el 60% de los
afiliados está satisfecho con el cumplimiento de los fines, que, al igual que
la identidad de las entidades, están muy marcados. Por eso, la consolidación
institucional y la relación con los religiosos es vista de modo muy optimista,
constata el estudio, al señalar también que poco más de la mitad de las
asociaciones dicen no estar alineadas a ninguna corriente ideológica, cívica o
eclesial. En relación a la situación eclesial, una mayoría relativa se
muestra reformista y moderadamente crítica con la pastoral vigente. Según el año de fundación, un 30% de las
asociaciones fueron fundadas en los años 80, un 40% en los 90 y poco más del
25% antes de 1980. Los fines de las asociaciones laicales católicas ligadas a
congregaciones son “radicalmente” religiosos, si bien un 60% de los
afiliados, además de la reunión periódica del grupo, realiza actividades de
proyección social y el 39% de pastoral parroquial. IMAGEN
PERCIBIDA Para elaborar el repertorio de temas que debían
abordar en el análisis de cada asociación, los autores del estudio sociológico
recabaron también la opinión de diversas personas y varias instituciones de la
Iglesia ajenas al tipo de asociaciones del estudio sociológico y analizaron las
publicaciones de los últimos 20 años sobre la cuestión. La imagen percibida
como resultado de las conversaciones con este colectivo tan diversos de personas
y entidades de la Iglesia, se puede expresar, según el estudio, en estos términos:
“Las asociaciones laicales de fines religiosos vinculadas a las congregaciones
religiosas se ven como grupos juveniles que se reúnen, que están muy ligados a
colegios y congregaciones, desconectadas de lo diocesano-parroquial, diversos y
dispersos por el territorio, que afrontan la situación social y eclesial actual
desde claves distintas pero todavía no suficientemente identificables y que
apenas tienen rostro público identificable”. Las personas y entidades consultadas comentaron que
las asociaciones vinculadas a congregaciones apenas tienen rostro público ni se
puede identificar alguna por su nombre. Prácticamente nadie conoce
personalmente a las mismas ni tiene datos para enjuiciar su situación. Se sabe
que existen pero se asocian totalmente a la propia congregación y no tienen un
perfil reconocible. Estas asociaciones, descritas sobre todo como
“grupos” o “comunidades”, más que como “movimientos”, funcionan,
según los consultados, en un espacio paralelo a lo diocesano, lo cual supone
una fuente de conflicto con los pastores de la Iglesia, y muestran una mayor
inclinación por la espiritualidad (lo celebrativo y lo cúltico) y la
solidaridad institucionalizada (el voluntariado y la ONG como figuras
reconocibles) que por lo teológico (formación intelectual) y lo político (la
figura de la militancia). RECOMENDACIONES Tras la exposición de los resultados del estudio
sociólogico, Vidal formuló algunas recomendaciones a los superiores y
superioras provinciales a partir de la realidad asociativa perfilada, entre las
que citó: reformular el asociacionismo de antiguos alumnos para la renovación
de su imagen pública, facilitar procesos de formación académica en teología
y “asociativizar prácticamente todas las entidades de la comunidad católica
para que exista una mayor comunitarización”. “NO PUEDE HABER MISIÓN COMPARTIDA SI NO HAY VIDA COMPARTIDA” La colaboración apostólica entre religiosos y
laicos no es una cuestión de simple estrategia u operatividad misionera, sino
que se trata de un aspecto que afecta al núcleo de la fe y la eclesiología de
comunión, pues “no puede haber misión compartida si no hay vida
compartida”. Es más, la colaboración dará difícilmente buenos frutos si no
está acompañada por una vida compartida. Por eso, la VIII Asamblea General de
la Conferencia Española de Religiosos (CONFER) ha dedicado la tarde del primer
día de su reunión plenaria a estudiar el marco teológico y sociológico de la
colaboración entre religiosos y laicos, de la mano del jesuita Gabino
Uríbarri, el claretiano Pedro Belderrain y el sociólogo
laico Fernando Vidal. Esta colaboración requiere, al mismo tiempo,
estructuras y actitudes de fondo sobre la relación entre las diversas formas de
vida cristiana. “Podemos invitar a los seglares a hablar en nuestros capítulos,
darles voto en cien mil consejos, ofrecerles cargos de responsabilidad en las
obras apostólicas, pero si falta el verdadero propósito de caminar en misión
compartida, no estamos haciendo nada”, comentó Belderrain al respecto, pues
“compartir tareas no supone compartir misión, y mucho menos el simple hecho
de repartirlas”. Frente a esta actitud, Belderrain, que es director
de la revista Vida Religiosa, animó a cultivar con esmero espacios de
comunión y encuentro, alentar órganos de participación y fomentar la escucha
recíproca y eficaz. Y si es verdad que se ha expresado varias veces y de modo
solemne la convicción de que la Iglesia no está formada si no tiene una
laicado consciente o si prescinde de la vida religiosa como elemento decisivo
para la misión, “es hora de colaborar más, de aunar fuerzas, de ahuyentar
miedos”. Por su parte, Vidal comentó que “el imaginario
sobre lo cristiano en nuestro país no incluye la figura del laico vocacional y
eclesialmente activo, por lo que públicamente se carece de modelos de
referencia institucionalizados que ayuden a la gente en la construcción de su
identidad”. De ahí que sugiriera la necesidad de institucionalizar la figura
de los laicos comprometidos dentro de la Iglesia en general y de la vida
religiosa en particular, porque los laicos vocacionales que están implicados en
un carisma concreto “son también creadores y comentaristas de dicho carisma
desde la aplicación a su vida cotidiana o desde la reflexión más
especializada”. El reconocimiento de dicha figura laical en una congregación
es fundamental para que pueda existir colaboración, aclaró el sociólogo, al
tiempo que para ello un factor importante es la formación específica de los
laicos. Asimismo, Uribarri insistió en la
complementariedad de las diversas vocaciones eclesiales y de los carismas en
orden a la misión común en la Iglesia, que “impide cualquier tipo de
instrumentalización del otro”. Por eso, al referirse a los criterios de
actuación, el religioso jesuita dejó claro que “el servicio que hoy Dios
pide a la vida consagrada pasa por un servicio de colaboración mutua y
complementaria con el laicado en orden a la misión de la Iglesia y de
Cristo”. En este sentido, pidió actuar desde la convicción aunque sin perder
la identidad, favoreciendo la espiritualidad, las plataformas apostólicas y la
sabiduría acumulada que la vida religiosa puede aportar, pero estando
dispuestos a aprender y a recibir. Porque desde el punto de vista teológico, en
la relación entre los religiosos y los laicos está en juego tanto la fidelidad
a la eclesiología del Concilio Vaticano II como a la propia vocación e
identidad, apuntó Uribarri, mientras recordó que tanto la vida consagrada como
el laicado resultan fortalecidos de esa relación. SACERDOTES
CASADOS JUAN GARCÍA PÉREZ, S.J.
Las agencias de noticias han recogido unas
declaraciones del Obispo de Gerona, D. Jaume Camprodón, en las que proponía la
ordenación de hombres casados para paliar de algún modo la actual falta de
sacerdotes. Con ello, se darían en la Iglesia católica del rito latino dos
tipos de sacerdotes, célibes y casados. Estos últimos, ya sacerdotes, seguirían
llevando vida matrimonial. Estas palabras han extrañado a algunos. Habría
que relativizar esa extrañeza. Afirmaciones semejantes a las del Obispo de
Gerona las han hecho algunos obispos de todo el mundo. Bien es cierto que no
recordamos que los obispos españoles en activo se hayan manifestado sobre este
punto. La escasez llamativa de vocaciones sacerdotales viene desde hace años.
Quizá la sorpresa se refiere a los motivos que han podido inducir a Monseñor
Camprodón a hablar ahora, cuando por razón de edad está a punto de dejar el
gobierno de la diócesis. Lo que importa, con todo, no es el «cuándo» sino el
«qué». En nuestra historia reciente, aunque la cuestión no es de ahora, el
celibato es blanco de comentarios y no pocos ataques, sobre todo con ocasión de
algún escándalo o abusos. Aun así, aquellos comentarios superficiales,
despectivos o sarcásticos, que no alcanzan el nivel de una discusión
medianamente seria, no deberían cerrar el camino a una reflexión sobre los
pros y los contras, la conveniencia y dificultades del celibato de los
sacerdotes. Aquí delimitamos el tema. No abrimos una reflexión global acerca
del celibato sacerdotal. Nos circunscribimos a las palabras del obispo de
Gerona. Hay dos preguntas, muy directas y sencillas en su
formulación. ¿Puede la Iglesia asumir la opinión del obispo
cuasi-dimisionario de Gerona?. ¿Debería hacerlo?. Es sabido que la ley del
celibato vigente en el rito latino de la Iglesia, no así en la Iglesia
oriental, es una ley únicamente eclesiástica. La Iglesia podría modificarla
si lo estimase conveniente. Permítasenos un breve recorrido sobre la historia
zigzagueante de esta ley. En el Antiguo Testamento, el celibato no es
considerado una virtud sino una rareza o una locura. Cierto que hay algunas
excepciones, como el ejemplo profético de Jeremías, pero todo el Antiguo
Testamento está atravesado por el símbolo del amor nupcial entre Dios y su
pueblo. Y la tradición judía recoge esta herencia. Para el Talmud, un célibe
no es un hombre auténtico. En el s.II antes de Cristo, Simeón Ben Azzai deberá
justificar su celibato ante un tribunal rabínico y para ello invoca la falta de
tiempo (!). Con el Nuevo Testamento se produce un giro
revolucionario. Las primeras cartas de S.Pablo son anteriores a la redacción de
los evangelios. Esas cartas hablan de una inminente segunda venida de Cristo y
con ello el fin de este mundo. Queda poco tiempo. «Los que tienen mujer, que
vivan como si no la tuvieran» (1 Cor 7,29). Escritos algo más tardíos, como
el evangelio de Mateo, pondrán en labios de Jesús la posibilidad del celibato
«por el Reino de los cielos». Jesús no emplea la palabra «célibe» (agamos)
utilizada por Pablo sino que habla de «hacerse eunuco», lo cual evoca una
mutilación o una violencia impuesta a la naturaleza, aunque no todos comprenderán
este lenguaje. Es un don de Dios. Puesto que con Jesús han irrumpido ya en
nuestra historia «los tiempos últimos», todas las realidades penúltimas
(entre ellas la sexualidad) están destinadas a desaparecer. No es posible aquí seguir con detalle el curso y
los meandros de la introducción del celibato como ley obligatoria en la Iglesia
latina. El profesor Díaz Moreno SJ (Universidad Comillas) ha expuesto una síntesis
muy clara y orientadora. En los tres primeros siglos no se quiso prohibir el
matrimonio a los ordenados sacerdotes. A principios del s.IV el Concilio de
Nicea, después de algunos concilios particulares como el de Ancira (Ankara),
quiso imponer el celibato pero se opusieron algunos de los más cualificados
Padres Conciliares. A finales del s.VI se admite en la Iglesia latina a los
varones casados en todos los grados de la jerarquía pero si aceptan la ordenación,
deben renunciar al uso del matrimonio, lo cual requiere un acuerdo entre los
esposos. Si son ordenados estando solteros, no se pueden casar. Con todo el
celibato de los sacerdotes y obispos era mucho más un ideal que una realidad.
La reforma de Gregorio VII, (1073-1085) no fue ni total ni duradera. Como recoge
Stickler, se consideraba legítima una práctica contraria a todas esas
prescripciones de los papas. Todavía en las Decretales de Gregorio IX (1234) se
hablaba de la conveniencia o no de ordenar a los hijos de los sacerdotes. En el
s.XV dos concilios particulares, Costanza y Basilea, refuerzan las
prescripciones del celibato, pero en ese mismo siglo Nicolás de Tudeschis
(+1445), enviado del Papa Eugenio IV en el Concilio, se muestra partidario de un
celibato opcional. El Concilio de Trento zanjará la cuestión y es la fuente
legal de la ley canónica vigente en la actualidad. Los textos recientes de los últimos papas (Pablo
VI y Juan Pablo II) dan a entender con meridiana claridad que tienen voluntad
expresa de mantener esta ley. Por ello sería aquí necesario hacer una distinción
a las afirmaciones del obispo de Gerona. La ordenación de casados en la Iglesia
católica tiene ya lugar pero sólo hasta el diaconado (Pablo VI en 1967). No se
incluye por tanto el sacerdocio. La posible ordenación (sacerdotal) de casados
ha sido rechazada tanto por Pablo VI como por Juan Pablo II. Suponemos que el
obispo de Gerona no se refiere a la ordenación de diáconos sino a la ordenación
sacerdotal de hombres casados. La respuesta sería: la Iglesia puede hacerlo
pero los papas hasta ahora han manifestado con toda claridad que no tienen
intención de hacerlo. ¿Debería cambiarse la ley?. No hablamos de un cambio
generalizado de la ley sino que nos atenemos exclusivamente a la afirmación del
obispo de Gerona: la posible ordenación sacerdotal de hombres casados. Se dan ya algunos casos parecidos aunque no idénticos
a los sugeridos por el Obispo de Gerona. Nos referimos a aquellos ministros
anglicanos casados que se convierten al catolicismo y solicitan ser ordenados
presbíteros en la Iglesia Católica. Juan Pablo II, después de una consideración
individualizada de cada caso, lo ha concedido en alguna ocasión. Y entonces el
«nuevo sacerdote católico» sigue viviendo con su esposa. Terminamos con una reflexión. Hoy día existen diáconos
permanentes casados que atienden a varias comunidades parroquiales. Pero, como
diáconos, no pueden celebrar la Eucaristía. La reflexión del obispo de Gerona
podría situarse aquí: ¿Habrá llegado el momento de ordenar sacerdotes a
algunos de esos diáconos para que puedan servir más plenamente a las
parroquias? Karl Rahner, hace ya años, hizo esa misma pregunta con mayor
amplitud: si la Iglesia, manteniendo la ley del celibato, llegase a la situación
de no poder atender a muchas parroquias, entonces tendría que renunciar al
celibato obligatorio, que es una ley de la Iglesia, ya que el bien de los fieles
es más importante. No sabemos cómo se desarrollará el futuro. Hay
cambios que parecen imposibles, en un determinado momento se realizan y pasado
algún tiempo parecen obvios. Corresponde a los responsables de la Iglesia tomar
las decisiones necesarias para el bien de los fieles. Y a los católicos
recibirlas con respeto, lo cual no impide exponer los problemas y apuntar
posibles salidas. Y esto es lo que ha hecho hace unos días el Obispo de Gerona. Agencia
IVICÓN, 29 de noviembre de 2001 “LA
IGLESIA CATÓLICA DEBE RESTABLECER EL DIACONADO FEMENINO” “En la actualidad, muchas religiosas están
ejerciendo los ministerios que corresponden a un diácono ordenado: se les confía
la dirección de algunas parroquias, la organización de la liturgia sin el
sacrificio eucarístico, cuando falta el sacerdote; llevan la comunión a los
enfermos y la distribuyen a los fieles, asisten como testigos a los matrimonios,
bautizan, predican o explican la Palabra, presiden las exequias, están al
frente de las catequesis de la parroquia, y, a veces, hasta cumplen las
funciones de vicario pastoral. Ante esta situación, yo me pregunto: ¿por qué
no conferir la ordenación diaconal a quienes, de hecho, están cumpliendo los
ministerior de un diácono? ¿Por qué contentarse con la misión canónica, si,
de hecho, tales funciones exigen el carácter sacramental?”. Este amplio párrafo fue escrito en 1989 por el
misionero claretiano Domiciano Fernández García, fallecido en
Granada el 22 de julio de este año, al que el último número de la revista Vida
Religiosa dedica un homenaje rescatando uno de los muchos articulos que
publicó en ella, como miembro del Consejo de redacción, y que lleva por título
“Las diaconisas: ministerio a recuperar en la Iglesia de hoy”. Domiciano Fernández nació el año 1925 en San
Pedro de Trones (León), un pueblo generoso en su aportación a la vida de la
Iglesia española del siglo XX, pues de él son naturales Senén y
Marciano Vidal, teólogo redentorista, monseñor Felipe
Fernández, obispo de Tenerife y hermano de Domiciano, y sus otros tres
hermanos sacerdotes, y en él nació también el claretiano e historiador de la
vida religiosa Jesús Álvarez Gómez, fallecido también este
año. Doctor en Teología, Fernández García fue desde 1955 miembro de la
Sociedad Mariológica Española y dirigió durante 16 años la revista Ephemerides
Mariologicae. Asimismo, era experto en patrología, escribió una docena de
libros de temas teológicos y publicó más de 170 artículos y estudios. En dicho artículo, Domiciano Fernández comenta
que “si las religiosas y otras mujeres están cumpliendo una función diaconal
que exige de suyo el orden sacramental, debe conferírseles; de lo contrario,
surge una disfunción en la acción pastoral de la Iglesia”, porque “cuando
falta la consagración sacramental, queda un vacío en el normal desarrollo de
los ministerios”. El texto también añade que lo que el Concilio Vaticano II
precisa sobre el restablecimiento del diaconado permanente masculino vale también
para las mujeres, pues “sería funesto introducir en este punto
discriminaciones, cuando no hay ninguna razón teológica que las justifique”.
Por eso, “esperamos que no tardará en restablecerse en la Iglesia católica
el diaconado femenino, pues en otras confesiones cristianas ya existe”, apunta
el texto. Para justificar su postura, el autor hace un
recorrido por los ministerios femeninos en el Nuevo Testamento y repasa los
documentos más antiguos de la historia de la Iglesia, hasta concluir que
“después del siglo IV ya existen numerosos testimonios de la actividad o
funciones de las diaconisas”, quienes “recibían la misma ordenación que
los diáconos y gozaban del mismo rango dentro del sacramento del orden”. Sobre la ordenación sacerdotal de las mujeres,
Fernández reconoce que actualmente existen razones de tradición muy fuertes
que no la aconsejan de momento, “pero la Iglesia no progresa sólo con
doctrinas y argumentos teológicos. Muchas veces es la misma vida y la praxis
las que se imponen para caminar hacia delante”, concluye el articulista. El
País, 27 de noviembre de 2001 PLURALISMO
Y LAICIDAD EN LA DEMOCRACIA GREGORIO
PECES-BARBA MARTÍNEZ Catedrático de Filosofía del
Derecho y rector de la Universidad Carlos III de Madrid. Una democracia moderna es inseparable del
pluralismo y de la neutralidad religiosa en que consiste la laicidad. Son los
elementos necesarios que apuntan en los orígenes de la modernidad, que
cristalizan en la Ilustración y que se consolidan en los dos últimos siglos.
En ambos casos estos rasgos identificadores de la democracia traen causa de su
condición esencial de sociedad abierta. Este concepto lo introdujeron en la
filosofía política primero Bergson en Les deux sources de la morale et de la
religion en 1932, y después, Popper en The Open Society and its enemies,
inmediatamente después del final de la Segunda Guerra Mundial (1945). La
sociedad abierta que es la democracia pluralista y laica se opone a la sociedad
cerrada, que a su vez trae causa de una ideología antimoderna, tradicionalista
y nacionalista. En esta ideología se refugia todo el antiiluminismo de plurales
orígenes, desde el eclesiástico y sus fundamentalismos hasta los
tradicionalistas o los fascistas del Estado ético. La sociedad cerrada
desembocaba con esos perfiles ideológicos en un organicismo que consideraba al
grupo como la realidad suprema, o a una verdad incontrovertible como la que se
debió imponer necesariamente para alcanzar la libertad. Esta perspectiva de la
sociedad cerrada es definida por Bergson como un tipo de agrupación humana
'cuyos miembros están unidos por vínculos recíprocos, indiferentes al resto
de los hombres, siempre dispuestos a atacar o a defender, situados en una
actitud de combate'. Para Popper, la sociedad cerrada se constituye,
esencialmente, sobre una rigidez de comportamientos apoyados por una autoridad
de carácter religioso. En todo caso, con diferencias sobre el valor de la
intuición que Popper rechaza, para salir de la sociedad cerrada, ambos
coinciden en que en la sociedad abierta se valora al hombre y a su dignidad,
cada uno asume una responsabilidad personal y no se disuelve en el colectivo. Es
la inteligencia usada libremente por cada uno, contra la superstición, el
dogmatismo y la creencia en una verdad política única. Es, en definitiva, la
vieja idea kantiana del hombre que no necesita andaderas la que identifica a la
sociedad abierta. El nacionalismo radical, el fundamentalismo religioso o político
del Estado ético son los signos de la sociedad cerrada y los enemigos de la
democracia. En esta perspectiva adquieren todo su valor como fundamentos del
sistema las ideas de pluralismo y de laicidad. Se puede afirmar que la sociedad
democrática sólo puede ser plural y laica. El pluralismo deriva de la propia
condición humana y de la libertad de pensamiento, de conciencia, de cátedra,
de la ciencia, de la investigación y de la creación artística. El pluralismo,
una consecuencia del libre juego de la razón humana, no es obstáculo para la
existencia de sociedades ordenadas y estables, siempre que sean sociedades
tolerantes y donde se reconozca al otro, al ajeno, como un ser igualmente digno,
libre y razonable, capaz de crear y de creer. La cooperación social y la
amistad cívica sustituyen en las sociedades bien ordenadas, como son las democráticas,
al enfrentamiento y a la dialéctica amigo-enemigo propios de las sociedades
cerradas. El pluralismo es el único escenario posible de este modelo, lo que no
significa que estas sociedades no incluyan concepciones filosóficas
contrapuestas. Sólo es exigible que esas filosofías contrapuestas sean
superponibles y no incompatibles. Deben ser, como dice Rawls, 'filosofías
comprehensivas razonables', es decir, que expresan una concepción del mundo que
se distingue de otras por los valores que prima, que suponen una cierta
estabilidad, que no desean usar el poder político para impedir la expresión
del resto de las doctrinas, y finalmente, que aunque crean en su verdad, no
desean imponerla, ni piensan que supone, además, la única moralidad política.
Este pluralismo es imposible cuando una concepción del bien o una filosofía
comprehensiva pretenden ser el núcleo de la razón pública, es decir, cuando
intentan que su ética privada, su idea de la virtud, de la felicidad, del bien
o de la salvación, es decir, su núcleo de verdad, se conviertan en la ética pública
de la sociedad. La disolución de la ética privada en ética pública es propia
de las filosofías totalitarias. Íntimamente vinculada con la idea de
pluralismo está la laicidad o la concepción laica del Estado, igualmente
esencial para la democracia. En efecto, vincular laicidad con democracia es,
desde otro punto de vista, reconocer la autonomía de la política y de la ética
pública frente a las pretensiones de las iglesias de dar una legitimación
social al poder político, vinculándolo con su particular concepción de la
verdad en relación con su idea del bien, de la virtud o de la salvación. En el
ámbito católico es un reflejo del agustinismo político, que no acepta que
exista una luz propia y autónoma del mundo profano, y que sostiene que toda la
luz procede de Cristo a través de su Iglesia, no sólo en su ámbito propio,
sino también en el de la sociedad política. En el fundamentalismo islámico,
el control coránico extremo, administrado por su clérigos, pone igualmente en
entredicho la posibilidad de una democracia plena. La laicidad no supone una
acción de la democracia contraria al hecho religioso ni a las instituciones
eclesiales, aunque ciertamente ha existido y quizás existe un laicismo agresivo
enemigo del fenómeno religioso, sobre todo en el siglo XIX. Es verdad que es
normalmente reacción frente al asfixiante clima clerical del Estado Iglesia,
como llamaba Fernando de los Ríos al Estado unido en España a partir de los
Reyes Católicos, donde la unidad política se acompañó desde el principio con
la unidad de la fe, haciendo así imposible la democracia. No se trata, para
responder al hartazgo de intromisión eclesiástica, de volver a ese laicismo
decimonónico, cargado también de un contenido teológico, aunque sea negativo.
Se trata de defender la neutralidad del Estado, su carencia de opiniones
religiosas, frente a una concepción teológica de la política, que pretende
imponer el uniformismo frente al pluralismo y el confesionalismo frente a la
laicidad. Dice Bobbio que normalmente esas políticas de la Iglesia institución
introducen en la defensa de intereses el espíritu de intransigencia dogmática
propio de los principios. Para él, las cuestiones políticas son más de
intereses que de principios, mientras que estos teólogos de mala fe trafican
con principios para en realidad defender intereses. Por eso dirá Bobbio, en Tra
due Repubbliche que 'la consecuencia del espíritu teológico transportado al ámbito
político es la elevación de los intereses, pero la degradación de los
principios'. Pero en nuestro ámbito cultu- ral, la Iglesia católica, más
modernizada, cumple, como Iglesia institución y en una línea más moderada
pero igualmente incompatible con una sociedad democrática, el mismo papel. No
afecta esta tesis ni a la religión en general ni a los valores cristianos ni al
mensaje evangélico, sino a una forma de administrar esas verdades como
incompatibles con otras y como de obligado cumplimiento para alcanzar la
libertad. Esas premisas son difícilmente compatibles con la sociedad democrática
y sus valores. Por una parte, es difícil compaginar la falta de democracia
interna en la Iglesia con una defensa externa de sus valores. Hay una cierta
hipocresía, o una cierta esquizofrenia de servicio a dos señores
incompatibles, cuando se defiende un sistema oligárquico y jerárquico para el
gobierno de la Iglesia y se defiende con el entusiasmo de los neófitos la
democracia política, aunque eso tampoco siempre. Esta defensa de la democracia
es además reciente, y arranca de las primeras décadas del siglo XX. Véanse si
no los años negros que van desde 1830, Mirari Vos, hasta 1880, Libertas, donde
las encíclicas pontificias condenaban los 'torpes deseos de libertad que
quieren acabar con los sagrados derechos de los príncipes', y calificaban a la
libertad de conciencia de pestilente error, en una defensa a destiempo de las
monarquías absolutas. Pío X, en la encíclica Vehementer Nos, sobre la
separación entre la Iglesia y el Estado en Francia, de 11 de febrero de 1906,
defenderá la jerarquía y la falta de democracia interna de la Iglesia: 'La
escritura nos enseña, y la tradición de los padres lo confirma, que la Iglesia
es el Cuerpo Místico de Cristo... En el seno de la cual hay jefes que tienen
plenos y perfectos poderes para gobernar, para enseñar y para juzgar. De lo
cual resulta que esta sociedad es desigual por esencia, es decir, es una
sociedad que comprende dos categorías de personas: los pastores y el rebaño,
los que ocupan un rango en los distintos grados de jerarquía y la multitud de
los fieles. Y de tal modo son distintos entre sí, que sólo en el cuerpo de los
pastores reside la autoridad y el derecho necesario para promover y dirigir a
todos los miembros hacia el fin de la sociedad. En cuanto a la multitud, ella no
tiene otro deber que el de dejarse conducir y, rebaño dócil, seguir a sus
pastores...'. Este texto, que en lo esencial sigue estando vigente, aunque se
enmascare con palabras más suaves, se expresa con el lenguaje de la literatura
política justificadora del poder absoluto, que viene de Dios. Con esa filosofía
se ejerce censura sobre escritos de religiosos, teólogos, filósofos, y también
de creyentes laicos. Incluso se limitan derechos fundamentales, y se incapacita
para trabajar como profesor de religión por razones que afectan a la intimidad
y que son perfectamente lícitas en la sociedad civil. Pero la dificultad mayor
para que la Iglesia pueda integrarse en una sociedad democrática procede de esa
consideración, extrapolada al ámbito político, de que es la detentadora y la
administradora de la Verdad con mayúsculas, que es la verdad de Dios. Esa
postura sería compatible en el ámbito de la ética privada, es decir, si se
sostuviera que la verdad que hace libres es la que afecta al ámbito de la
moralidad individual. Creer que el mensaje cristiano libera a los individuos y
es el camino de la salvación, es perfectamente compatible con la sociedad
democrática, que además debe en sus estructuras constitucionales favorecer que
ese mensaje pueda ser transmitido, e incluso promover las condiciones y remover
los obstáculos para alcanzar ese fin. Pero la Iglesia institución está
presente en los ámbitos del poder político, incluso hasta Pío IX, el último
soberano con poder político real, y hoy mantiene un poder político simbólico,
el Estado Vaticano. El traslado al ámbito político del principio 'la verdad
nos hará libres' supone la superioridad de la Iglesia respecto de conceptos
democráticos como participación, representación, sufragio, soberanía. Ésta
es la orientación hoy imperante impulsada desde Roma, que aparta la compatible
con la democracia que se expresaba en el Concilio y antes en la encíclica Pacem
in Terris, de Juan XXIII. A la conciencia individual como motor de la
participación política del cristiano le sustituye la vieja idea del orden del
universo creado por Dios. Así, se pretende que una concepción del bien sea el
núcleo definidor de la ética pública. La ética privada invade y sustituye a
la ética pública, lo que es incompatible con lo que Rawls llama una sociedad
bien ordenada, es decir, una sociedad democrática. Otra cosa es el talante
democrático de muchos cristianos y la cooperación social que prestan, en
muchos casos impagable. Eso demuestra que no es la religión la que es
incompatible con la democracia, que incluso tiene muchas raíces evangélicas,
sino unas instituciones jurídicas y económicas que pretenden ejercer en una
sociedad plural y laica el monopolio de la verdad. En ese aspecto se comprende
bien el valor esencial que tiene el espíritu laico para la Democracia. La
Vanguardia, 16 de diciembre de 2001 UN
COLECTIVO DE SACERDOTES PIDE MÁS DEMOCRACIA EN LA IGLESIA
REDACCIÓN GIRONA. "Aspiramos a una participación más democrática
en el gobierno de la Iglesia y nos ha dolido la marginación de la comunidad
diocesana en el relevo del obispo de Girona, igual que ha sucedido en otras diócesis
de Cataluña." Este fragmento forma parte de una carta remitida por el Fòrum
Joan Alsina al nuevo obispo de Girona, Carles Soler i Perdigó, que será
investido solemnemente hoy en la catedral. El colectivo de sacerdotes recuerda
que en su momento presentaron al Papa un documento firmado por religiosos y
feligreses sobre el perfil que debía reunir el futuro obispo de Girona. En este
sentido, consideran que la Iglesia está "lejos de favo-recer la
corresponsabilidad de todo el pueblo de Dios y de respetar la legítima autonomía
de las comuni-dades locales, procurando incidir en la conciencia de la diócesis",
y se muestran "dolidos por lo que está pasando en la región eclesiástica
tarraconense". No obstante, los curas saludan "sincera y
cordialmente" al nuevo obispo y le ofrecen "una leal colaboración en
la tarea pastoral entre los cristianos y cristianas que le ha sido
encomendada". "Tenemos voluntad de unidad y de trabajo en una Iglesia
plural", agregan. Por su parte, en declaraciones a la revista de la diócesis
de Girona, Carles Soler valora positivamente la existencia de grupos como el Fòrum
Joan Alsina, el Col·lectiu de Dones en l'Església o la Xarxa Cristiana. Estas
organizaciones significan la existencia de "una Iglesia viva en busca de
autenticidad y dinamismo apostólico", señala. Las diferencias de talante
entre el nuevo obispo y su antecesor son evidentes y se ponen de manifiesto en
la revista de la diócesis. Mientras Jaume Camprodon se muestra partidario de
una conferencia episcopal catalana, "teniendo en cuenta todas las
connotaciones que tiene Cataluña", el nuevo prelado afirma que la
recientemente creada región eclesiástica tarraconense es "la única
posibilidad efectiva y la única posibilidad con futuro". El ministerio
episcopal de Carles Soler al frente de la diócesis de Girona empieza hoy con un
solemne acto en la catedral. La ceremonia comenzará a las 16.45 horas, con la
salida del prelado del palacio episcopal para dirigirse hacia el templo. Además
de numerosas autoridades locales y religiosas, los actos congregarán al
presidente de la Generalitat, Jordi Pujol; al presidente del Parlament, Joan
Rigol, y a los consellers de Cultura, Benestar Social y de Interior. Jaume
Camprodon se despidió del obispado el pasado 2 de diciembre después de
veintiocho años de ministerio. El
Mundo, 23 de diciembre de 2001 EL
PAPA SE ESTÁ QUEDANDO MUDO El
Parkinson del pontífice JOSÉ MANUEL VIDAL
VATICANO.
Fuentes vaticanas de toda solvencia informan de que
Juan Pablo II perderá la voz en el plazo de un año a causa de la enfermedad de
Parkinson. ¿Será el primer Papa en dirigirse al mundo a través de un vicario
lector o renunciará al cargo? A las doce del mediodía del 25 de diciembre y a
medianoche del 31 de diciembre del año 2000, con voz apagada y aspecto cansado,
Juan Pablo II apareció en la ventana de sus apartamentos privados para impartir
la bendición Urbi et Orbi (para la ciudad y para el mundo) y felicitar las
fiestas en docenas de lenguas a quienes siguen las ceremonias a través de la
radio y de la televisión.A las mismas horas y en los mismos días del año
2001, Su Santidad repetirá estos ritos tradicionales. ¿Podrá hacerlo en el
2002? Según ha podido saber CRONICA de fuentes vaticanas
de toda solvencia, Juan Pablo II está perdiendo la voz y podría quedarse mudo
en el plazo de un año. Dicen en Roma que el Papa está seriamente enfermo. Los
más optimistas le conceden sólo dos años de vida. «Eso lo llevan diciendo algunos desde hace más de
diez años», dice un vaticanista italiano próximo a los sectores vaticanos más
conservadores. Pero el dato novedoso y que, de confirmarse con el tiempo,
cambiaría por completo el decorado vaticano, es el de la eventual pérdida de
voz del Papa. «El Párkinson es una enfermedad lenta pero irreversible dice un
monseñor de la Curia .Primero fue el temblor de su brazo izquierdo, cada vez más
evidente; después su falta de movilidad. Cada vez que tiene que dar un paso
sufre una enormidad. Y ahora, le está atacando a la cara. Los músculos
faciales están cada vez más rígidos. Apenas puede sonreír y, a duras penas,
articula algunas palabras. Pero lo más grave es que la enfermedad le está
comenzando a atacar las cuerdas vocales». ¿Eso significa que Su Santidad se va a quedar sin
voz? «Dentro de un año tendremos un Papa mudo, que no podrá articular palabra»,
afirma con absoluta seguridad el monseñor del Vaticano. Y eso que, desde hace
unos años, Juan Pablo II se cuida mucho más.«Antes asegura otro monseñor que
trabaja en los palacios apostólicos era muy mal enfermo; no quería cuidarse
demasiado ni someterse a las prescripciones médicas. Ahora, en cambio, se deja
medicar mejor y, además, sus doctores conocen a la perfección los mecanismos
de respuesta de su cuerpo». Y el monseñor avala su tesis con un experimento
que cualquier telespectador puede hacer. «Cualquiera que le vea por televisión
se dará cuenta de que, al principio de los actos, Su Santidad se encuentra
postrado, casi inerte. Pero, poco a poco, parece como si fuese resucitando. Son
los efectos de las medicinas, perfectamente administradas para que actúen sobre
el organismo papal de menos a más. Los médicos regulan la dosificación según
la duración de la correspondiente ceremonia». El prelado curial está absolutamente convencido:
«Por mucho que haya adelantado la medicina, por muy bien que conozcan su
organismo y por mucho que aguante su corazón de atleta, la enfermedad le va a
dejar sin voz e, incluso, le está afectando a la mente.De hecho, Su Santidad
tiene lapsus de memoria. De ahí que ya no pueda improvisar». El otrora «atleta de Dios» está viendo sus
facultades físicas y mentales mermadas por la edad (cumplirá 82 años el próximo
mes de mayo), por el atentado sufrido a manos del turco Ali Agca, por las seis
intervenciones quirúrgicas a las que fue sometido a causa de las cuales pasó
116 días hospitalizado y, sobre todo, por el Párkinson. Según nuestras fuentes vaticanas, esta enfermedad
ha dejado prácticamente sin movilidad al Papa. A Su Santidad lo llevan y lo
traen de un sitio a otro sin que apenas dé un paso por sí mismo. Su última
salida fuera del Vaticano, a la plaza de España de Roma, con motivo de la
fiesta de la Inmaculada, la hizo en papamóvil (y no sólo por motivos de
seguridad), del que descendió por medio de un artilugio mecánico para
arrodillarse en un reclinatorio que estaba al lado. Incluso en la propia basílica de San Pedro tiene
que desplazarse subido a una pequeña plataforma rodante. Cuentan en el Vaticano
que su dilecto secretario personal polaco, monseñor Estanislao Diwisz, tiene
que ayudarle incluso a acostarse y a levantarse de la cama. En la Santa Sede
circula ya un chiste, de humor más bien negro, en el que se presenta al Papa
como el mecano que dirige y controla su secretario personal. Oficialmente, la Santa Sede no dice nada sobre las
enfermedades papales. Hace unos años, negaba incluso que tuviese Párkinson.Ante
la evidencia de sus temblores, Roma reconoció la enfermedad.Pero, desde
entonces, todos los obispos del mundo, cuando se les pregunta cómo está Su
Santidad, siempre responden que «de cabeza, bien». Y ya se sabe que, cuando se
dice eso de alguien, es porque las cosas no van nada bien. El propio Papa, en
una ocasión en que un cardenal se interesaba por sus dificultades para caminar,
le contestó: «La Iglesia no se gobierna con las piernas». Todo el mundo entendió desde entonces que Su
Santidad estaba dispuesto a seguir al timón de la barca de Pedro aunque fuese
desde una silla de ruedas. De esta forma se acallaron los múltiples rumores
sobre una eventual renuncia al solio pontificio. Pero, ¿y si se queda sin voz?
¿Seguirá el Papa al frente de la Iglesia aunque no pueda articular palabra? En
el Vaticano aseguran que eso cambiaría de raíz el planteamiento de la cuestión.
«El propio Juan Pablo II está considerando la posibilidad de renunciar, en el
caso de que se quedase sin voz. Es difícil mantenerse en el solio pontificio
sin poder hablar cuando una de las principales funciones del Papa es proclamar
la Palabra y confirmar en la fe a sus hermanos», dicen en la propia Curia. De hecho, gran parte de la actividad del Papa es de
representación.Su agenda, como es lógico, está siempre a tope. Recibe a gente
sin parar y, vaya a donde vaya, siempre tiene que tomar la palabra.Su Santidad
pronuncia una media de 800 discursos al año, mantiene más de 1.000 audiencias
generales anuales y unas ocho al día, excepto los miércoles y los domingos.
Todos los miércoles del año reza el ángelus desde la ventana de sus
apartamentos y todos los domingos oficia alguna ceremonia religiosa. DISCURSOS
REDUCIDOS Cuando está en Roma, recibe una media de un millón
de peregrinos al año, incluidos los 500.000 que asisten a las audiencias
generales semanales, además de los que van a funciones litúrgicas especiales,
como misas, beatificaciones o canonizaciones. En todas estas ocasiones pronuncia
unas palabras y, por mucho que se reduzcan sus discursos, algo tiene que decir.
¿Sería factible un Papa que dirigiese la Iglesia sin hablar? «No parece
posible que el Papa pudiese dirigir la Iglesia estando mudo asegura un monseñor
que trabaja en la Santa Sede . La gente no aceptaría que otro leyese, en su
nombre, lo que éste tuviese que decirles. Aunque la verdad es que el Código de
Derecho Canónico no dice nada al respecto». A lo largo de la Historia bimilenaria de la Iglesia
ha habido varios casos de Papas que han renunciado a la tiara. El más famoso,
el de Celestino V. Pero el Código de la Iglesia no dice nada al respecto. «La
renuncia papal no está codificada. Se sobreentiende que puede renunciar, porque
es libre de hacerlo. Y tampoco están tipificados los casos de renuncia. Una
renuncia que, por otra parte, el Papa no presenta ante nadie, porque nadie se la
puede aceptar, dado que nadie está por encima de él. Lo único que haría en
ese caso sería comunicársela al Colegio Cardenalicio, quien ni siquiera tiene
que aceptársela», explica el profesor emérito de Derecho Canónico de la
Universidad de Sevilla, Alberto Bernárdez. El catedrático sevillano dice también que hay
algunos autores que postulan una pérdida de la potestad pontificia «en caso de
demencia absoluta e irreversible». Pero el Código no dice nada de un Papa
impedido o de un Papa mudo. En cualquier caso, en Roma, todas las fuentes
consultadas aseguran que «llegado el caso de que se quedase sin voz, Juan Pablo
II tomaría la decisión más favorable a la Iglesia». Y añaden: «Su Santidad
es un hombre imprevisible, que igual puede hacer una cosa (seguir al frente de
la Iglesia) como la contraria (renunciar)». En este último caso, sería el
primer Papa de la Historia en dirigirse a sus fieles sólo por medio de gestos y
a través de un vicario-lector.Así, Juan Pablo II sería el primer Papa mudo de
la Historia. Volver al sumario del Nº 5 Volver a Principal de Discípulos
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