Uno de los problemas principales del mundo actual es la cárcel. Vivimos en un sistema de violencia que expulsa y margina a los que considera peligrosos, como en tiempos de Jesús expulsaba a los leprosos, sometía a los esclavos. En la lista de problemas de las sociedades adelantadas de comienzos del siglo XXI quizá el de las cárceles sea el más hondo, el más hiriente: la buena sociedad relega y margina en ellas a los que no le sirven, a los que le parecen peligrosos. Pues bien, en contra de eso, Jesús se presenta en Lc 4, 18-20 como el enviado de Dios "para liberar a los encarcelados". Ese mismo Jesús proclama en el juicio final su palabra más honda de consuelo: "venid benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer, estuve en la cárcel y me visitasteis...". Por eso, en medio de una sociedad que tiende a expulsar y encerrar en la cárcel a los más débiles y dislocados del tejido social, debe elevarse el cristiano como un hombre o mujer que está dispuesto a liberar/visitar a los encarcelados, en un gesto de esperanza que va en contra de las tendencias de la sociedad actual. El cristiano no es ingenuo: no quiere abrir con violencia las cárceles, pues la violencia genera nuevas opresiones y las cárceles forman parte de la estructura legal de este mundo viejo (que sólo con violencia legal puede mantener sus estructuras), de tal manera que para cambiarlo (y superarlo) hay que cambiar de raíz al hombre entero. Además, el cristiano acepta el sistema judicial, que desemboca en la cárcel, pero no para que se perpetúe, sino para ir más allá y superarlo por dentro sistema, en línea de gratuidad. Por eso, la misión y tarea de los cristianos en el entorno de la cárcel forma parte de su gran misión liberadora, realizada en forma de evangelización que se dirige a la transformación del ser humano, desde el anuncio del reino, en esperanza creadora. Los encarcelados no son unos pecadores públicos especiales, dentro de la Iglesia, a quienes debemos confesar y reformar por la penitencia, sino que forman parte de la humanidad necesitada: son el último eslabón de una cadena de opresión, signo y consecuencia de un pecado social mucho más extenso. Por eso, la presencia de la iglesia en su entorno ha integrarse en el conjunto de su acción misionera, recibiendo dentro de ella una función muy significativa: entre “todas las naciones” a las que Mt 28, 16-20 ha enviado a los discípulos de Cristo se hallan de un modo especial los encarcelados.
Teniendo eso en cuenta podemos ya
trazar algunos elementos de lo que
puede ser la presencia de los discípulos de Jesús en el mundo (entorno)
de la cárcel, es decir, de la opresión más honda de nuestro tiempo,
ofreciendo una especie de guía o ideario de evangelización o testimonio cristiano en ese
campo, siguiendo los cinco básicos de la acción de Cristo a quien podemos ver
como juez, redentor, liberador, reconciliador y salvador mesiánico de la
humanidad (y en este caso de la humanidad en su estadio más deteriorado que
aparece en el contexto de los encarcelados).. Como hemos indicado ya, aceptamos
la distinción entre el plano legal,
propio de la racionalidad social (del estado que tiene que apelar a la
"espada" como sabe San Pablo en Rom 13, 1-6) , y el plano
de gratuidad evangélica, propio de la iglesia, donde ya no hay talión ni
espada, sino gratuidad creadora. Desde ese contexto queremos ofrecer un programa
de presencia del cristiano en el mundo de las cárceles.
Es un programa general, orientador, que debe después concretarse (y
cambiarse) como lo exijan las condiciones concretas de cada caso
Por mayor claridad lo dividimos en tres momentos principales: 1.
Punto de partida. Base humana
Los siete primeros momentos de este camino de acción liberadora del
cristiano en el mundo (en el entorno) de las cárceles se sitúan sobre un plano
de búsqueda humana, en línea de prevención y encarnación. Ellos se
arraigan, por un lado, en la racionalidad humana, entendida en forma de
comunicación social; por otro lado pueden asumir el compromiso de la gratuidad
cristiana. En principio, pueden y deben ser compartidos con todos los que
comparten unos mismos ideales de libertad y comunicación social, sean o no
cristianos. El entorno de la cárcel es un lugar donde vienen a encontrarse
muchas personas. La colaboración entre ellas es fundamental. Así los
cristianos aprenderán a dialogar con otros hombres y mujeres que quieren
superar también el puro sistema legal de las cárceles, y estos podrán
escuchar la novedad del evangelio. 1.–
Prevención. Antes que
curar está evitar. Son
mayoría los presos que provienen de contextos de fuerte presión y contradicción
social, de manera que parecen predestinados a la violencia y represión. Por eso
es necesario prevenir, es decir, transformar el orden social y psicológico
(económico, familiar, cultural...) del
que provienen los encarcelados, procurando a través de la presencia eclesial (y
social) que se superen aquellas condiciones de extrema pobreza o marginación
que son como “caldo de cultivo” del que brotan la mayor parte de los
encarcelados. -
Prevención social.
Esta acción preventiva forma parte de la misma tradición y exigencia legal de
la sociedad. No se pueden aplicar las mismas normas a hombres y mujeres que son
en principio muy desiguales. La misma sociedad civil ha de empeñarse en crear
condiciones de igualdad y concordia para que el comportamiento de los ciudadanos
sea concorde (esté animado desde el corazón de todos). Esta acción
se puede ejercer sólo en los lugares marginales, sino que debe dirigirse
al conjunto social, pues deben cambiar y transformarse en gratuidad y comunicación
todos los estamentos sociales, pues de lo contrario continuaría reinando la
injusticia, seguiríamos alimentando nuevas formas de delincuencia.
-
Prevención eclesial. En
plano cristiano, la mejor forma de prevención social
consiste en que la iglesia sea iglesia,
es decir, comunidad fraterna y
liberadora y que se haga presente, como signo de comunión y fuente de esperanza
humana, en las circunstancias y
lugares más conflictivos de la tierra. La
iglesia no puede exigir por la fuerza al estado que resuelva los problemas
sociales, transformando las condiciones de vida de los
más amenazados de violencia. Ella misma debe ofrecer su testimonio de
humanidad integral en esos ambientes conflictivos; sólo de esa forma cumple su
tarea de ser signo de esperanza (evangelio) sobre el mundo.
Esta
primera acción es fundamental en tiempos como los nuestros, de fuerte cambio
social. Han cambiado viejas estructuras de solidaridad social, se está
ofreciendo igualdad formal (legal) a todos, pero esa igualdad carece de
contenido, y son muchos los grupos humanos que han venido a quedar al
descampado. En esas circunstancias, algunos sistemas sociales (y políticos)
acuden a la represión, aumentando de esa forma los círculos o espirales de
violencia. 2.–
Presencia. Es
una continuación de lo anterior, tanto en el plano social como en el cristiano:
antes de actuar en forma represiva, con el juicio y cárcel, la sociedad ha de
actuar en forma de presencia creadora, humanizante, ofreciendo a los ciudadanos
una confianza básica, medios económicos, posibilidades culturales etc.
Sólo allí donde la sociedad posee unos tejidos sanos, de comunicación
humana, sólo donde ella ofrece a sus ciudadanos un medio de realización básicamente
positivo puede superarse en principio el tema de la cárcel. De lo contrario, irán
creciendo las contradicciones, crecerá el sistema represivo. Pues bien, en este
campo resulta especialmente la presencia eclesial,
que evocamos en dos momentos fundamentales: -
Presencia
básica. La cárcel es ante
todo un estado de aislamiento: la
justicia humana separa a unos
individuos "peligrosos", para que no hagan daño al resto de los
ciudadanos. Pues bien, como pide Mt
25, 31-46 (estuve en la cárcel y me visitasteis) en el mismo momento en que la
sociedad los retira de la presencia pública, los cristianos deben comprometerse
a ofrecerles un tipo más alto de presencia
no antilegal pero sí supralegal:
muestran al preso que no se encuentra sólo, que el conjunto de los hombres no
le han rechazado, que puede contar con la solidaridad de otros hombres. El preso
ha de sentir que se encuentra acompañado, que algunos le siguen respetando y
queriendo y que lo hacen de forma más intensa, porque está en mayor necesidad.
-
Presencia humana. En
esta perspectiva se puede y debe elaborar un gesto
de presencia, que tiene sus raíces en la mejor teología del Antiguo
Testamento: Dios
es el que dice: ¡Aquí estoy!, ¡No te encuentras sólo! Frente a la
soledad que desemboca en el miedo (el preso es un humano al que aislado, alguien
que normalmente responde con violencia a la amenaza del miedo), la iglesia ha de
ofrecer el signo de una presencia humana: ¡Simplemente
estar! Antes que decir, antes
que ayudar es necesario estar delante o al
lado (prae-esse). No desvincular nuestro ser del ser de los encarcelados, no
expulsarlos a la soledad de un
infierno donde tengan su sufrir en aislamiento eterno: este es el signo primero
del compromiso cristiano en el mundo de los encarcelados: la presencia implica
hacerse cercano, un ser o estar delante,
sin imposiciones, sin legalismo. 3.–
Encarnación. Seguimos
en un plano social y eclesial. Ciertamente, una sociedad que esté dirigida por
ideales humanistas puede y debe encarnarse, introduciendo sus ideales y
medio de comunicación y concordia en el contexto de la vida del conjunto de los
ciudadanos, ofreciéndolos medios e ideales de existencia. Pero ello ha de
hacerlo de un modo especial la iglesia, que ha nacido de la encarnación del
Cristo. Estos pueden ser sus dos momentos principales. -
Estar con, estar
entre. La encarnación es un
tipo de presencia comprometida, conforme al misterio de la Palabra de Dios que
se ha hecho carne: ha
habitado entre nosotros, poniendo su tienda
entre los humanos (Jn 1). Quien pretenda ayudar a los encarcelados debe
adentrarse en su mundo, asumiéndolo por dentro: quiere ver
lo que sucede en la cárcel, quiere convivir
con los que se encuentran privados de libertad. En este sentido debemos recordar
las palabras del Benedictus done se
dice que Dios ha visitado a su pueblo
para redimirlo (Lc 1, 68). -
Vivir por dentro,
encarnarse. Este gesto se
sitúa en la línea de la presencia, pero da un paso más. No se limita a
estar allí, a ponerse al lado,
sino que se introduce en el mundo del otro, asumiendo su propia debilidad, su
angustia, su miedo, su pecado. Pasamos así del prae-esse
(estar delante) al in-esse, estar
dentro, no para imponer u obligar, no para enseñar o hacer que el otro cambie,
sino simplemente para vivir desde su vida. Nada de lo que viva o sienta el otro
me puede ser indiferente. Encarnarse es entrar, hacer míos los problemas de los
demás. 4.–
Acoger. También
en este caso puede hablarse de un plano social y uno eclesial, aunque destacamos
el segundo elemento. Mt 25, 31-46 habla de un modo general de la acogida
de los exilados y/o extranjeros.
Es evidente que nuestra sociedad (y
en especial nuestra iglesia) debe ofrecer un lugar en la mesa y familia,
en la cultura y sociedad, a los que viven marginados. Pues bien,
importa que acojamos también a los
presos dentro del campo de nuestro cariño y preocupación, dentro de los
planes y tareas de la iglesia. Se trata de abrir
las puertas de nuestra propia vida (y de nuestro corazón).
Acoger implica hacer un espacio para
el otro en nuestra propia vida. No podemos pedirle al encarcelado que cambie si
es que nosotros no le ofrecemos un espacio de humanidad, de humanización y
crecimiento compartido. Estamos en un mundo donde cada grupo se cierra, donde
las casas se convierten en cárceles (blindadas con cerrojos y barrotes...) y
donde parece que todo nos invita a la violencia. Pues bien, frente a esa tendencia
al cerrar y excluir es necesario un movimiento inverso de acogida: abrir nuestra
morada para aquellos que no tienen morada, ofreciéndoles un espacio de
confianza. -
Acoger
es ver, dejar que la vida
del otro me llegue, me impresione, me diga su más honda palabra. Corremos el
riesgo de pasar al lado de los encarcelados sin saber siquiera que existen; sin
mirarles de verdad, sin el conocimiento directo de los problemas que ellos
tienen (sin el ver directo) no existe
posible ayuda redentora (como sabe Ex 3,
7: ¡He visto la opresión de mi pueblo!). -
Acoger
es escuchar, como sigue
el texto anterior: ¡He escuchado el grito que brota de sus opresiones! (cf Ex 3, 7;
cf. 2, 24). No son ellos los que tienen que aprender sino nosotros; somos
nosotros, los que estando libres y teniendo un tiempo para dedicarles,
debemos empezar escuchando y aprendiendo lo que sufren y nos dicen. Los
cristianos no queremos ir a la cárcel o al lugar de cautiverio para imponer
nuestra palabra sino para escuchar la palabra que nos digan. Para eso debemos
abrir nuestros oídos, de manera que podamos acoger la voz de los demás y
conocerles por dentro. Sólo así nos encarnamos, aprendiendo a pensar desde
ellos[1].
5.–
Alimentar. Sabe el
cristiano que los hombres no
viven solo de pan (Mt 4,4), aunque también necesitan panes y peces para
vivir, como lo muestra el evangelio en la escena de las multiplicaciones (Mc
6,30-44; 8,1-10 par). Este deber de alimentar empieza siendo propio de la
sociedad civil, que ha de ofrecer condiciones económicas y laborales
igualitarias al conjunto de los ciudadanos. Con el hambre de algunos grupos se
vincula pronto la opresión y falta de cultura. Para reprimir los desórdenes
que ocasiona el hambre se crean luego cárceles, al servicio del sistema. Pues
bien, el proceso ha de invertirse; la sociedad ha de empezar ofreciendo pan
(condiciones económicas) a todos. Sólo después, en caso extremo, puede acudir
a los medios coactivos. Dando un paso más, los cristianos que quieren hacerse
presentes en el mundo de las cárceles deben descubrir los
diferentes tipos de hambre de los presos; eso significa que deben
escucharles, conforme a lo indicado en el número anterior. -
Todas las hambres del
mundo. Mt 5, 6 llama bienaventurados
a los que tienen hambre y sed de justicia. Es evidente que entre ellos se
encuentran los encarcelados. También me parece claro que el primer tipo de
hambre que ellos tienen es el hambre de
ser escuchados, ofreciéndoles el pan de la palabra. Es muy posible que eso
sea lo más importante. Pero es también normal que tengan otro tipo de
necesidades, de hambres. -
Diversos panes. Por
eso, el camino cristiano no empieza dando cosas sino descubriendo las
necesidades de los encarcelados. Sólo después, en un
segundo momento, les pueden ayudar ofreciéndoles alimento material (si hace falta), pero sobre todo los
diversos panes de la dignidad, la convivencia (o lo que ellos necesitan). Por otra parte, esta actitud
humana que se expresa en el pan compartido queda incluida en el gesto eucarístico
más fuerte de la participación sacramental[2]. 6.–Derechos
humanos. Venimos
distinguiendo, de manera consecuente, el plano legal (que culmina en el
reconocimiento y defensa de los derechos humanos) y el plano de la gracia
cristiana (que se expresa en forma de entrega de la vida). Manteniendo lo dicho,
añadimos que la iglesia asume los derechos humanos y se funda en ellos, para
realizar su tarea. Los actuales países de Occidente aprueban y defienden, al
menos formalmente, los derechos humanos y quieren aplicarlos a los encarcelados
(derecho a la integridad física, a la intimidad, al desarrollo de su propia
opción religiosa...). -
Sobre esa base legal,
asumiéndola de forma apasionada para desbordarla, quiere realizar la iglesia su
programa de presencia en el entorno de la cárcel. Al asumir ese principio, la
iglesia se encuentra vinculada a otra organizaciones no estatales o no
gubernamentales (ONG) que defienden también los derechos humanos. Ella no
quiere privilegios especiales en virtud de algún tipo de autoridad sacral que
deben reconocer los estados, sino que se sitúa humilde y gozosamente
dentro de los grupos y organizaciones que quieren ayudar a los
encarcelados en cuanto seres humanos.
-
Denuncia. Desde
este fondo reciben su sentido los diversos momentos de la acción eclesial Los
cristianos tendrán que denunciar con inteligencia y fuerza las violaciones de
los derechos humanos que, de un modo u otro, se realicen en las cárceles, apoyándose
en los mismos principios de la ley civil y exigiendo que se cumplan. Los
cristianos actuarán como ciudadanos de un
estado de derecho, vinculándose a los otros ciudadanos que tengan
ideales semejantes. Sólo si este plano queda claro se puede continuar, pasando
a los siguientes elementos[3]. Dentro
de una sociedad no confesional, los cristianos no pueden acompañar a los
encarcelados por un tipo de privilegio sagrado (que la sociedad no reconoce),
sino simplemente como humanos, apelando a los derechos sociales y religiosos de
todos los ciudadanos. 7.–
Justicia, no paternalismo.
El principio misericordia. En esta acción culminan todos los elementos
anteriores. Los cristianos asumen los elementos básicos del sistema legal del
país en que viven. Por eso, en un primer momento, apelan a la justicia social
(legal) que puede promover diversos
tipos de asistencia humana a favor de los encarcelados
Pero los cristianos saben que hay una “justicia superior”, en línea
de liberación -
Justicia
legal, racional. La mayor
parte de las constituciones y códigos legales (penales) de las democracias
modernas afirman que la cárcel no tiene un fin puramente penal (castigar al
culpable), sino que debe convertirse en tiempo de regeneración y transformación
humana. Sobre esa base debe expandirse el apostolado cristiano, como un momento
del camino de la justicia. No se
trata, pues, de ayudar de un modo paternalista a los encarcelados sino de
ofrecerles aquello que propone la justicia. -
La
justicia bíblica o tsedaka, avanza en esa línea
definiéndose como ayuda al necesitado. Por justicia bíblica y no por pura
bondad intimista estamos llamados a
ofrecer asistencia humana a los
encarcelados. No somos padrecitos de
los presos sino amigos y compañeros, hermanos y hermanas, en la línea de Mc 3,
31-35 o 10, 28-30. Entendida de esta forma, la justicia se convierte en gesto de
diálogo maduro entre personas que dialogan y se ofrecen lo que tienen[4].
En
el paso de una justicia a la otra se sitúa la acción específica de los
cristianos. Ellos no quieren actuar de una manera paternalista, sino
integrándose en la fuerte exigencia social de la racionalidad humana. Pero, por
encima de esa racionalidad, que puede terminar poniéndose al servicio del
sistema, ellos promueven eso que podemos llamar el principio
misericordia. En esta
perspectiva debemos recuperar la figura de
Jesús Juez, tal como ha sido elaborada por la mejor teología de la
iglesia: No es juez para condenar, sino para salvar a los indefensos y
oprimidos. Sólo así, como institución salvadora puede recibir la cárcel un
sentido cristiano. 2.
Elementos centrales: la identidad cristiana Del plano general, humano, donde era más posible el diálogo con los diversos grupos de personas que quieren ayudar a los encarcelados, pasamos al nivel más confesional, donde se ponen de relieve algunos aspectos específicamente cristianos de la acción liberadora. Es evidente que en un nivel externo los cristianos pueden seguir colaborando con los no cristianos, pero ellos poner (o pueden poner ya de relieve) un conjunto de motivos y elementos que provienen de la fe Cristo.
Desde este fondo empezamos
destacando los rasgos estrictamente cristológicos, ya evocados al hablar de Jesús:
redención, liberación... Hemos querido que ellos culminen en la sanación
cristiana, que no debe entenderse en plano medicinal (a través de un
castigo), sino en gesto de confianza o fe expansiva que cura y anima a los que
parecen derrotados por la vida. Estos elementos pertenecen, como digo, a la
gratuidad evangélica, pero ellos pueden influir e influyen en la misma
racionalidad social, ampliada en términos creyentes. 8.-
Redención. Sólo
puede redimir a los demás quien está
dispuesto a dar por ellos lo que
tiene, en gesto de solidaridad creadora.
Redimir significa
pagar para así recuperar y conseguir de nuevo lo que estaba
perdido, ofreciendo la propia vida por la libertad y plenitud de los demás.
Este es el primer momento propiamente activo
de la presencia del discípulo de Cristo en el mundo de la cárcel. En los
momentos anteriores, los "portadores de evangelio" se fijaban en la
necesidad (hambre) de los encarcelados. Ahora tienen mirar hacia ellos mismos,
para ver lo que son capaces de ofrecer, sea
en plano externo (dinero, medios culturales o sociales), sea en plano personal:
algo que forme parte de su propia vida. Únicamente en ese contexto se puede
utilizar la palabra redención: sólo es redentor de verdad aquel que está
dispuesto a ofrecer y ofrece de verdad lo más propio en favor de los demás,
llegando a "morir" en un sentido muy profundo por ellos. -
Expiación.
Teniendo esto en cuenta,
puede utilizarse (aunque con mucho cuidado)
la palabra expiación, que ya
hemos encontrado en las reflexiones anteriores. Volvemos a decir así que quien
debe expiar no es el cautivo o encarcelado para pagar su deuda social, sino
aquel que quiere liberarle. -
Sacrificio.
También recibe su
sentido y muestra su exigencia el sacrificio
cristiano, como inversión de todos los sistemas sacrificiales anteriores: no
son los otros los que tienen que sacrificarse por nosotros sino que somos
nosotros, los que tenemos más posibilidades y medios (los que vivimos en
libertad), los que debemos sacrificarnos
por los encarcelados, ofreciéndoles el gesto generoso de nuestra asistencia y
ayuda humana. La
palabra redención se ha empleado en
el contexto carcelario (redención de la pena...), pero casi siempre en sentido
victimista, como si “culpable” tuviera que redimirse a sí mismo, a través
de su dolor y sacrificio. Pues bien, a partir del evangelio, tenemos que
invertir esta tendencia normal de la sociedad en la que expían y se sacrifican
los encarcelados. 9.–
Liberación. Este es el
gesto central de cristiano en el entorno carcelario: los cristianos quieren
ofrecer libertad de cada uno de los encarcelados.
La sociedad civil, que debía ofrecerles un lugar de
existencia pacífica, termina quitándoles la libertad, para así tenerlos
encerrados, vigilados, por un tiempo. Pues bien, la iglesia de Jesús ha de
seguir una terapia diferente, ofreciendo precisamente libertad (en experiencia
interior, en esperanza...) a quienes carecen de ellas. Nos fundamos de esta
forma en lo que ya hemos dicho hablando de Jesús, a quien hemos presentado como
redentor-liberador, asumiendo y concretando lo ya dicho: redimir
significaba dar algo propio para ayudar a los demás; liberarles supone
hacerles capaces de asumir su propia libertad. -
La sociedad civil destaca
más la “libertad”, entendida en sentido formal: ella quiere ofrecer a cada
ciudadano un especio de realización, sin que los otros se lo impidan. Entendida
así, la libertad puede acabar siendo “liberalismo”, casi indiferencia, de
manera que triunfan y se imponen los más hábiles y/o afortunados y astutos. De
esa forma, la libertad puede convertirse en medio al servicio de los más
fuertes. -
La iglesia ha
de tener un interés especial por la “liberación”. Ciertamente, ella admite
la libertad, pero no al servicio
del triunfo del sistema o de los más fuertes, sino de la comunión de todos los
humanos. Por eso, ella quiere ofrecer espacios de realización concreta a los
miembros más desfavorecidos de la sociedad. No somos nosotros, cristianos,
los que les liberamos a los más pobre, sino que son ellos los que deben
liberarse, descubriendo y realizando de manera autónoma el sentido de su vida.
Pero debemos ofrecerles un contexto humano y unas condiciones sociales que
resulten apropiadas para ello. Muchos
de los presos no han sido
condenados todavía; casi todos son personas de poca cultura, se sienten
manejados, como puros
objetos sin dignidad.
Pierden fácilmente la esperanza. Es normal que el agente de la liberación
cristiana suscite y alimente en
ellos la esperanza fuerte de la
liberación cercana, ayudándoles en los mil trámites personales y sociales que
de alguna forma les ayuden a conseguirla. Otros ya han sido condenados. El juez les ha privado de la
libertad. Pero no por ello pueden perder la esperanza. El cristiano
les ayuda a mantenerse firmes en la búsqueda de una libertad
que les llegará un día, preparándoles para ella.
10.
– Diálogo. Al hablar
de Jesús, hemos pasado de redención y liberación a reconciliación.
De esto se trata aquí también.
Es importante que los presos puedan reconciliarse consigo mismo y con la
sociedad. Para ello es fundamental el diálogo,
es decir, la palabra escuchada y compartida, en los diversos sentidos del término
(en plano afectivo y social, cultural y religioso). Mientras llega el día de la libertad, el encarcelado ha de aprender a vivir en la cárcel
"sin dejarse angustiar", sin
derrumbarse. Gran parte de
sus problemas nacen de la falta de comunicación personal verdadera. La
falta de libertad implica para ellos un riesgo de aislamiento fuerte, de
encerramiento doloroso. Es claro que ese aislamiento no les
puede curar (hacer que superar su posible crimen) sino
al contrario. Por eso, el
apostolado liberador durante el
tiempo de la cárcel consistirá básicamente
en el cultivo de una larga, continua, esperanzada liturgia
de la palabra. Jesús, Hijo de Dios, se ha hecho palabra: así dialoga con
cada uno de los hombres y mujeres que le acogen. El cristiano que quiere ofrecer
y compartir su evangelio en el mundo de la cárcel ha de ser un hombre o mujer
que escucha y responde, alguien que dialoga, ofreciendo a los encarcelados (y a
aquellos que están en el entorno de la cárcel)
un espacio de comunicación humana creadora. -
Hay un diálogo
racional, abierto
a todos los humanos, en claves de palabra compartida, como han puesto de relieve
los filósofos de la razón comunicativa (Apel, Habermas), partiendo de
los grandes principio de Kant, para quien sólo es moralmente buena una acción
cuando ella puede servir para el
bien de toda la humanidad. Sobre este diálogo racional, en el que deben entrar
todos los humanos queremos fundar y fundamos nuestro argumento. -
Diálogo cristiano. El
diálogo puramente racional es difícil, o puede quedar reducido al plano
formal, sino lo introducimos en el campo de la vida, es decir, si no vamos
creando condiciones concretas de comunicación, afectiva, familiar, social...
Esto es lo que quiere hacer la Iglesia, esto es lo que han de hacer los
cristianos en el entorno de la cárcel, ofreciendo espacios de diálogo
humanizador, como el de Cristo. 11.–
Ternura creadora, superación del juicio.
Entiendo por ternura la capacidad de asumir la
debilidad y tragedia de lo humano. Ella
nos conduce del principio racional (donde todos los problemas se resolverían
en un diálogo argumentativo) al principio
emocional, vinculado al cambio
de corazón. En la base y fuente del apostolado carcelario se encuentra la
palabra solemne y creadora de Jesús que nos dice ¡No
juzguéis! (Mt 7, 1), suponiendo que en el lugar del juicio antiguo
introducimos la ternura creadora de la gracia.
No
se trata de una ternura impotente, enfermiza, sino todo lo contrario: de una
ternura de amor que sabe introducirse en la miseria del mundo para acompañar a
los que parecen derrotados, enfrentándose si hace falta (como el Cristo) con
los poderosos de este mundo. La misma ternura y no juicio de Jesús le llevó a
la muerte, haciéndole superar por amor la ley social y sagrada de su tiempo,
que acababa condenando a gran parte de los pobres de su entorno. Desde ese
principio ternura, que puede interpretarse como experiencia de solidaridad con
todos los pobres del mundo, quieren actuar los enviados del evangelio en el
entorno de la cárcel 12.–
Educación. La
ternura anterior no significa pasividad o puro “victimismo” (dejar que nos
maten), sino todo lo contrario. Ella implica un tipo nuevo y más alto de
educación liberadora. Ciertamente, la racionalidad social del occidente moderno
ha puesto en marcha un amplio programa de educación, que es positiva y
necesaria (plano legal). Pero ella corre el riesgo de ser educación para los
triunfadores del sistema, al servicio de los privilegiados. Pues bien, en contra
de eso, Jesús ha querido promover y ha promovido un tipo de educación
liberadora, abierta de un modo especial a los más débiles y pobres del
sistema.
Pues
bien, siguiendo a Jesús, los cristianos que trabajan en el entorno de la cárcel
quieren poner en marcha un camino de educación abierto de forma liberadora a
todos y en especial a los menos favorecidos. Educar
significa ayudar a los demás para que expresen su palabra y digan su verdad,
ofrecer a los humanos la posibilidad de una realización autónoma, digna. La cárcel
ha sido pensada de manera constante como escuela de humanización, pero muchas
veces, en general, no cumple este objetivo. -
Según
ley, la cárcel es lugar y
tiempo de reeducación y re-socialización. El sistema judicial piensa que, durante el tiempo
de su prisión, los encarcelados tendrán ocasión de arrepentirse y cambiar.
Normalmente sucede lo contrario: o la cárcel se convierte en tiempo de reeducación
impositiva (como lo han hecho los sistemas totalitarios, queriendo imponer en la
cárcel un tipo de política o visión del mundo) o ella se vuelve escuela de todos los vicios, donde los que han entrado todavía poco
expertos en el arte de la delincuencia tienen ocasión de aprender todos los
vicios. -
Educación
humanizadora, educación gratuita...
Los portadores del evangelio en la cárcel tienen que insistir en este aspecto
social, denunciando la ineficacia del actual sistema carcelario, ofreciendo
formas alternativas de presencia educadora. No se trata de sentirse superiores y
enseñar desde la propia seguridad a los ignorantes o malos, sino de compartir
un tiempo de humanización, de esperanza de futuro.
En nuestro caso, educar
significa ofrecer posibilidades de autonomía, de
realización personal, en clave de libertad, de confianza, de madurez
humana. No se trata, pues, de educar para el sistema (para que siga triunfando
lo que existe), sino de educar para la humanización, para la justicia
liberadora, a favor de los más pobres. Que el encarcelado pueda
descubrirse valorado y desplegar su vida con autonomía creadora, que
pueda trabajar y ganar su vida, que
se sienta abierto al diálogo con los demás y al amor personal: ese es el fin
de la educación en el contexto de la cárcel. 13.–
Sanación. Hemos
hablado de ella al ocuparnos del mensaje de Jesús y del Catecismo de la
Iglesia. Jesús ha sido un sanador: alguien que ha querido curar a los
enfermos, rechazados de la sociedad, impuros, leprosos... Su proyecto
“sanitario” ha sido proyecto de humanización liberadora, al servicio de los
últimos del mundo, pero no un plano paternalista sino de justa ternura. Desde
una perspectiva distinta, el Catecismos suponía que la misma cárcel puede ser
“lugar de sanación” para los culpables. Como he dicho en su lugar, pienso
que la cárcel no es la mejor forma de curación de los reclusos, pero de hecho,
una vez que existe y que son muchos los encarcelados, debemos procurar que ellos
maduren y se curen humanamente en ella. Es aquí donde debe expresarse el poder
sanador de la fe de Jesús, que abre un signo de esperanza sobre el mundo de los
encarceladores y de los encarcelados. -
Jesús
ha curado a los enfermos abriendo en ellos un
camino de fe, haciéndoles capaces de confiar en la fuerza de Dios desde el
fondo de su vida. No les obliga a creer en posibles dogmas separados de la dura
y fuerte experiencia de la vida, sino en el Dios que puede ser (empieza a ser)
para ellos fuerza de vida, capacitándoles para superar la actual situación de
desamparo. El encarcelado tiende por un lado a desconfiar de todos; por otro
lado necesita creer en los demás, en sí mismo, en Dios para mantenerse. -
El
cristiano que quiere ofrece su palabra y su gesto en el contexto de la cárcel
ha de actuar como un mediador de fe,
como alguien en quien se puede confiar, como un rostro concreto y humano del
poder misterioso de Dios sobre la tierra. En
sí misma, en contra de lo que quiere la ley, la cárcel actual parece más un
lugar para enfermar que para sanar, pero el verdadero cristiano buscará la
salud total (la suya, la de los encarcelados) que sólo se da en el amor. Allí
donde los hombres se aman, pero en gesto de misericordia creadora y liberadora,
contribuyendo a superar este mundo que esclaviza y encarcela, ellos se vuelven
principio de esperanza. Esta
es una de las contradicciones del sistema judicial con relación a las cárceles.
El sistema, en su forma actual, afirma que ellas son para sanar, rehabilitar,
reformar..., pero las convierte en lugares donde se ata y oprime a los
pretendidos delincuentes. Por eso, el portador del evangelio cristiano deberá
ser un hombre o mujer de gran libertad cristiana, de creatividad humana, capaz
de animar en la fe a los demás, para ayudarles a creer en el poder de Dios que
está dentro de sí mismo (del mismo encarcelado) de manera que él puede asumir
y recorrer un camino de liberación personal (superando posibles rupturas y
problemas/enfermedades interiores y exteriores)[6].
3.
La utopía mesiánica.
El mesianismo es búsqueda de aquello que nos desborda. Los elementos
anteriores (humano y cristiano) desembocan en esta utopía
mesiánica, en el descubrimiento fuerte del poder transformador del
evangelio. Este elemento forma parte de la paradoja
cristiana o, mejor dicho, del misterio central de la fe. La cruz de Jesús
se ha convertido en signo y principio de redención. Pues bien, de un modo
convergente, podemos afirmar que la presencia de la iglesia es la cárceles debe
presentarse como punto de partida de un compromiso liberador abierto hacia un
mundo nuevo de fraternidad,
empezando por los últimos del mundo. Como verá el lector, nos situamos básicamente
en un plano de gratuidad y esperanza cristiana, pero seguimos dialogando
con la racionalidad social de nuestro tiempo y entorno. 14.–
Celebración.
Como venimos diciendo, el gesto de la iglesia en el mundo de la cárcel no
puede ser de tipo penitencial,
ni expresarse a modo de castigo. En un sentido, esto lo admite
la misma ley social: ella no quiere castigar a los culpables, sino
simplemente privarles de libertad. De todas formas, el tiempo de la cárcel
parece y es tiempo de tristeza: años robados a la vida de una persona. Pues
bien, en contra de eso, el agente de pastoral cristiana quiere acortar todo lo
posible ese tiempo, convirtiéndolo, al mismo tiempo en posibilidad de celebración
y alegría, en el sentido profundo de ese término. -
La
presencia del cristiano en el mundo de los encarcelados debe ser celebrativa
en el sentido fuerte de la palabra: tanto en plano humano (recordemos la fiesta
que el padre de Lc 15, 11-32 ofrece al "pródigo"), como en
plano litúrgico más
amplio: la iglesia invita a los encarcelados pudieran a su fiesta, con el resto
de la comunidad, en la liturgia del amor fraterno de la eucaristía. -
Sólo
la fiesta es terapia. El
gozo compartido es liberador. Sin fiesta humana y cristiana no puede haber presencia cristiana
entre los encarcelados. Evidentemente, la cárcel no es una feria
donde se baila y celebra, se canta y se goza de manera expresa la existencia.
Pero sin un rasgo de fiesta no puede haber presencia humana y cristiana en la cárcel.
Sólo la alegría puede curar a los
enfermos y encarcelados pues sólo
ella es portadora de experiencia de libertad y encuentro gozoso con los otros. Esta
terapia de la fiesta implicaría una inversión total del sistema carcelario,
que sigue tomándose como expresión de castigo y tristeza, tiempo en que se
rumia la venganza. Sólo amando se enseña y aprende a amar. Sólo celebrando se
aprende a celebrar y a gozar sobre el mundo. La mayor parte de los encarcelados
son hombres y mujeres cautivados y oprimidos por la tristeza de la vida; muchos
de ellos se encuentran aplastados por el odio y la desesperación, condenados a
la evasión de las drogas. Sólo el gozo de la vida les puede curar, con la
esperanza de una redención y un amor que podrán
cultivar en el futuro. Sólo la esperanza de una vida y sociedad más justa y
gozosa puede transformar a los encarcelados. Si hubiera fiesta
cristiana en la cárcel cambiarían de verdad todas las cosas. 15.
Oración. Ella
pertenece, en algún sentido, a la racionalidad social y personal: es la
capacidad de diálogo consigo mismo, de autonomía interior, de discernimiento y
autonomía, en plano de trascendimiento. Pero en sentido estricto
ella pertenece al plano religioso, al nivel de la gratuidad y del
encuentro personal con el misterio
de Dios, que es principio de libertad para los creyentes. El que ora sabe por sí
mismo, se sabe, viniendo a convertirse en responsable de su propia vida. Por eso
es importante ofrecer a los marginados y encarcelados el testimonio de la oración: -
Orar
por.
Se ha dicho que el "apostolado
de la oración" y es evidente que sigue siendo necesario: la iglesia ha
orado siempre por los encarcelados y cautivos, como siguen haciendo de un modo
especial los contemplativos que
cumplen en este campo una tarea fundamental. Si en un momento determinado, la
iglesia dejara de orar por sus (y por todos los) encarcelados ella dejaría de
ser cristiana. Pero no basta sólo la oración hecha en favor de ellos. -
Orar con.
Llega un momento en que es preciso (al menos en ciertos casos) orar
con los encarcelados. La cárcel se ha mostrado muchas veces como lugar de
angustia, desesperación, suicidio. Pues bien, en algunos casos, ella puede
convertirse en lugar de oración, momento donde el preso encuentra la más
honda verdad de sí mismo, encontrándose con Dios.
Desde este fondo podemos afirmar
que todo el misterio cristiano es oración: superar el nivel de la razón
argumentativa, del enfrentamiento mutuo y del talión, para
descubrir y cultivar la gratuidad, en diálogo con Dios y con los otros.
Allí donde la oración se hace posible emerge un nuevo tipo de existencia
liberada, creadora, amistosa. Allí donde hay oración la cárcel deja de ser cárcel
y se convierte en principio de esperanza mesiánica. Así evocaba Dostoievsky en
su famoso pasaje de Los Hermanos Karamazov: “Un presidiario sin Dios es
imposible, más imposible todavía que un hombre en libertad (sin Dios) Y
entonces nosotros, hombres subterráneos, entonaremos en el fondo de la tierra
un himno trágico a Dios en quien reside la alegría. ¡Viva Dios y viva su
alegría! ¡Amo a Dios!”. -
¿Oración
desde la necesidad? Desde
la fuerte carencia (no tienen casi
nada), los presos pueden descubrir
la absoluta riqueza de saberse en manos del Dios de la gracia. De todas formas,
esta oración de la carencia no se puede manipular, aprovechándose de la
situación del preso. -
Oración
del gozo. Sería importante
que los presos pudieran realizar una oración de gozo, de manera que
pudiera descubrir y explorar más altos continentes de vida y plenitud,
en el interior de su propia vida, en el encuentro con Cristo. 16.Amistad.
Como venimos indicando, la cárcel
pertenece al plano de la razón argumentativa, que actúa discursos y
demostraciones. Según ella, la ley debe imponerse sobre todos, sancionando a
los pretendidos culpables. En ese nivel de racionalidad hemos querido fundar
también este trabajo; por eso, en este plano, lo primero que el
encarcelado necesita es el apoyo de la misma ley, que le ofrece abogados y
educadores sociales. Pero, en otro plano, resulta necesaria la amistad, es
decir, la presencia gratuita de las personas que nos acompañan y animan, más
allá de toda ley norma Esta
amista es gracia, lo mismo que la oración. Ella pertenece al plano del
despliegue emocionado y gozoso de la vida. Ella y sólo ella (con el amor
enamorado) ofrece sentido a la existencia.
Por eso es importante encontrar un amigo. Puede haber encarcelados que
nunca lo han tenido. Sería hermoso que allí, en el lugar de la mayor carencia
que es la cárcel, surgiera para ellos la amistad. Sólo esa experiencia puede
ofrecer esperanza de vida y deseo de futuro a muchos que viven (malviven)
solitarios, aislados, en el entorno de la cárcel. Quizá no han encontrado
nunca a alguien que les haya querido. Sería deseable que la cárcel fuera un
lugar para ello. Es
evidente que para propiciar esta
experiencia de amistad las cárceles
pueden y deben cambiar, tanto en el plano de las relaciones entre los
encarcelados (a ser posible de
ambos sexos) como en el campo de
las relaciones con los externos. La
cárcel debería convertirse en el lugar más mimado de la sociedad, lugar donde
se invierte más capital de humanidad y ternura, cercanía humana y capacidad de
recreación humana. Ella tendría que ser escuela de amistad, lugar
propicio para esos que pudiéramos llamar voluntarios
del amor. No
sería malo que los funcionarios de las cárceles fueran capaces de ofrecer un
clima de amistad, pero ellos representan más bien la racionalidad del sistema,
lo mismo que policías y jueces. Por eso, haría falta que la oferta de amistad
viniera de parte del conjunto de la sociedad y, de un modo especial, de los
cristianos, que creen en la amistad y la ofrecen como principio y signo de
reconciliación a los humanos. Lógicamente, los cristianos que ofrecen su
palabra en el mundo de las cárceles han de ser sin duda hombres
y mujeres de amistad, de cercanía humana, personas capaces de ofrecer
una experiencia de humanidad a los
encarcelados[7].
17.–
Libertad. Las
y tareas anteriores palabras culminan en esta, que viene a convertirse en centro
y meta del camino humano y cristiano en el entorno carcelario. La cárcel era y
sigue privación de libertad, como hemos dicho varias veces a lo largo de
este trabajo. Lógicamente, lo que los encarcelados más
necesitan es esto: Libertad. Por eso, desde un punto de vista social
pero, sobre todo, cristiano, las cárceles deberían convertirse en escuelas y
talleres de libertad, lugares donde ella se aprende y ensaya.
Hay
una libertad “civil” (racional) que es buena pero, al final, resulta
limitada, porque necesita de ejércitos y cárceles, de policías y estructuras
coactivas para mantenerse. Pues bien, sobre ella, sin negarla, viene a situarse
la más oferta de libertad cristiana, que se abre de un modo especial a
los encarcelados y a los últimos del mundo. -
Esta
es una libertad humilde, como
sabe Mt 25, 31-46, propone la exigencia de visitar a los encarcelados, dentro de
un contexto donde por ahora es imposible suprimir la cárcel. Los
cristianos aceptan el sistema, pero lo transforman por dentro. No suprimen la cárcel,
pero la llenan de contenido evangélico, convirtiéndola en lugar donde el preso
puede hallar compañía humana, sabiéndose acogido, respetado, animado. -
Esta
es una libertad mesiánica, como
propone Lc 4, 18-19, cuando anuncia la esperanza de superación de toda cárcel.
el mesías de Dios tiene que abrir los barrotes de las cárceles, logrando que
los hombres puedan encontrarse en libertad, en amor gratificante, dentro
de un contexto personal y social donde la vida esté llena de sentido.
Por eso, la liberación implica un profundo camino de transformación del
conjunto de la sociedad. No basta que cambien los presos, sino que tiene que
cambiar el conjunto social, ofreciendo par los presos un contexto distinto,
donde la vida tenga sentido y pueda realizarse en gratuidad, en gozo[8]. 18.–
Reinserción, cambio social. No
basta con cambiar las cárceles, hay que cambiar la sociedad, de tal forma que
ella se comprometa a ofrece hogar (espacio de encuentro humano, familia) y
taller (campo de trabajo, medios económicos) a los que salen de la cárcel. El
preso no puede (no debe) verse obligado a volver al espacio de lucha y
discriminación del que salió para entrar a la cárcel. Encarcelados y libres
debemos cambiar, en proceso donde estamos implicados todos los humanos (y de un
modo especial los cristianos).
19.
– Abolición. También
ella puede aplicarse en plano de racionalidad social y de experiencia de
gratuidad cristiana. Las perspectivas son ciertamente distintas, pero no pueden
oponerse. Por eso, la abolición no puede ser sólo un ideal cristiano, ha de
ser también un deseo tarea social: -
Abolición ¿tarea
social? Ciertamente, la
sociedad tendrá que buscar formas nuevas de control y de transformación, para
impedir que la violencia se expanda, ofreciendo al conjunto de la sociedad una
forma de vida pacificada, sin necesidad de cárceles. Este es un intento difícil,
porque la violencia se encuentra muy arraigada en nuestra vida individual y
social, pero el camino de la no-violencia activa
puede y debe recorrerse de
un modo especial en el entorno de la cárcel, llevándonos a un tipo de sociedad
distinta, que no sea represiva. -
Abolición, tarea
cristiana. Los cristianos
que ofrecen su solidaridad humana y/o evangélica en el mundo de las cárceles
empiezan aceptándolas, tal como
ahora existen, pero desean que cambie (y se suprima) el mismo sistema carcelario
que hoy existe. Conforme a todo lo anterior, el sistema carcelario ha podido
cumplir en otro tiempo una función, pero actualmente parece ineficaz (no logra
cumplir sus fines) y contraproducente.
En esa línea,
resulta fundamental la aportación no sólo del cristianismo, sino también
de otras tradiciones religiosas que pueden ofrecer a los humanos motivos para el
gozo y concordia, la solidaridad y la justicia, sin necesidad de un sistema
opresor como el de las cárceles actuales. En otras palabras, “la abolición”
del sistema carcelario constituye un objeto y meta del conjunto de la
"pastoral" cristiana, pero debe ser, al mismo tiempo, un campo de
respeto y diálogo entre los hombres, más allá de sus credos o religiones
concretas. No es una pastoral para convertir a los encarcelados al cristianismo,
sino una acción de solidaridad humana en el sentido más hondo del término. El
Dios del evangelio no quiere que los hombres se hagan cristianos
"confesionales", sino que vivan en humanidad, en salud, en esperanza. 20.–
Salvación. Esta es la
última palabra y deriva del lenguaje sanitario: salvación es ante todo salud,
vivir en plenitud, desarrollar con gozo la existencia, desde el don de Dios,
en actitud de encuentro gozoso con los demás. Al hablar de la acción de Jesús,
hemos terminado presentándole como Salvador;
lógicamente, el final del camino del apostolado carcelario será la
esperanza y experiencia de salvación La
salvación está tejida de pequeños cambios que pueden realizarse día a día,
dentro y fuera de la cárcel. Pero ella aparece, al fin, como el cambio completo
de la vida. -
Prevenir.
Por una parte, hay que
buscar una forma de vida social que cree en menor número posible de candidatos
a la cárcel. Esto es lo que al principio de este despliegue de notas llamábamos
pastoral de prevención, desde una perspectiva económica, social y eclesial. -
Acoger.
Por otra parte, la sociedad
ha de ser capaz de acoger de una forma humana a los que actualmente están
condenados a la cárcel; no apartarlos sino integrarlos, no separarlos sino
recibirlos de una manera distinta, en gesto de humanidad.
-
Caminar.
Unos y otros, hermanados en
el camino, los que parecían libres y los encarcelados, han de iniciar un camino
distinto de vida no impositiva ni clasista, conforme a la utopía de reino de
Jesús. Pero con esto superamos el orden de vida de este mundo y planteamos una
serie de utopías que nos des Lógicamente, para que las cárceles puedan abolirse resulta fundamental el surgimiento de una sociedad más gozosa, donde hombres y mujeres sean más acogedores, recibiendo y desarrollando un tipo de vida gratificante, donde haya espacio para todos. Eso significa que la sociedad debe hacerse menos competitiva en el plano "mimético" y mucho más dialogante y acogedora en plano de relaciones sociales. Parece evidente que habrá ciertos medios de coacción (policía...) y formas de rehabilitación de los violentos o a-sociales, pero tendrás que ser muy distintos de lo que son actualmente nuestras cárceles. Los nuevos “lugares de rehabilitación” o humanización deberán estar mucho más integrados en el centro de la vida social, sin crear las rupturas que actualmente suscita la cárcel. Estarán quizá más vinculados a las familiar y grupos humanos, tendrán medios terapéuticos y económicos suficientes; pero, sobre todo, contarán con mucho amor, con un tesoro ternura y fuerza al servicio de la recreación personal de los delincuentes o a-sociales.
Parece normal, que en ciertos casos
extremos, ciertas personas peligrosas estén "acompañadas" (más que
vigiladas), de manera que no puedan salir impunemente de un determinado espacio.
No harán falta cárceles para ello; la nueva técnica ofrece medios suficientes
para ello. Pero la limitación de libertad nunca es un fin, ni es tampoco una
terapia, sino una terapia momentánea. El problema de fondo ha de resolverse con
una transformación de fondo de la misma sociedad, que debe cambiar y
transformarse, en línea de gratuidad, y de encuentro fraterno. Precisamente ahí, en las márgenes del mundo, en el lugar de encierro de la cárcel donde desembocan y culminan gran parte de las miserias de este mundo, el agente de la pastoral liberadora inicia con los encarcelados un camino de utopía creadora, de esperanza evangélica. No se limita a decir a los encarcelados que caminen sino que camina con ellos, les acompaña en un proceso que es propio de toda la iglesia. Entendida así, la pastoral liberadora se introduce en el sistema judicial, pero quiere transcenderlo por dentro, en gesto de gratuidad evangélica y creatividad mesiánica. Y con esto anunciamos ya unos temas que deben ser tratados más extensamente en lo que sigue, estudiando más en concreto los agentes y los momentos de la pastoral liberadora en contexto carcelario. [1]He desarrollado el tema del ver, escuchar y conocer, desde la perspectiva de Ex 2-3, como principio clave de la redención bíblica en Dios judío, Dios cristiano, EVD, Estella 1996, 55-65. [3] Habrá situaciones en que no pueden aplicarse estos principios, especialmente en países con escasas garantías legales o con situaciones de violencia generalizada. En esos casos, los cristianos deberán estar dispuestos a un tipo de "martirio" por acompañar a los encarcelados, obrando con inteligencia y entrega, poniendo en marcha los medios internacionales y al mismo tiempo dando testimonio de un amor generoso. Para estos casos serán necesarias directrices concretas especiales, que aquí no podemos desarrollar. [4] Sobre la justicia en el Antiguo Testamento dijo hace años lo esencial N. K. Gottwald, The Tribes of Israel, Orbis B., Maryknoll, New York 1979. He relacionado misterio de Dios y justicia humana en Trinidad y comunidad cristiana, Sec. Trinitario, Salamanca 1990. [5] He desarrollado la exigencia del no-juicio activo en Antropología Bíblica. Del árbol del juicio al sepulcro de Pascua (BEB 80), Sígueme, Salamanca 1993, 255-338 [6] He desarrollado el tema de la fe sanadora de Jesús en La nueva figura de Jesús, Verbo Divino, Estella 2003..
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