Cuando me dispongo a escribir estas líneas, tengo encendida la radio. En este momento está hablando Pilar Manjón, portavoz de las víctimas en la comisión del 11-M. Es tanto el dolor que expresa, la injusticia que denuncia que me parece casi trivial intentar escribir algo sobre el tema que nos ocupa. En el 11 de marzo en Madrid hubo 192 personas que perdieron la vida, pero nuestro mundo está plagado de cientos de miles de víctimas en muchos de sus rincones. Parece que cada vez mas, con la llegada de la navidad, todo tiende a edulcorarse y la conmoción que produce el dolor no deja de ser cuanto menos voluble, sino ficticia. Y en medio de esta amalgama de sensaciones auténticas unas, falsas otras no puedo dejar de preguntarme como cristiano, ¿cómo puedo dar razón de la esperanza que me ha sido regalada?, ¿cómo hacerlo cuando lo mas sencillo es encontrar hoy en día razones para lo contrario, razones para la desesperanza, una y otra vez?. No creo que sea necesario hacer un elenco de los cientos de motivos que cada día hay en cualquier rincón del mundo para vivir desesperanzadamente o porque no decirlo desesperadamente. Recuerdo que hace muchos años José Luis Martín Descalzo escribió un libro que se titulaba “Razones para la Esperanza”. Su propuesta me pareció muy interesante pues todo el libro estaba plagado de testimonios concretos, de experiencias concretas que nos hacían tener mas presente la esperanza, perdón, la Esperanza, como realidad existencial viva entre nosotros en medio de un mundo desgarrado por el dolor. Después
de lo dicho surgen varias claves que pueden ayudarnos a abordar La Esperanza
como realidad de Fe:
El
regalo mas grande que nos ha hecho Dios es hacerse carne, acampar entre nosotros
y con su Encarnación, también se hizo carne la Esperanza entre nosotros. Es
muy importante vivir esperanzadamente, pero sin perder de vista la referencia última;
es Dios quien primero espera, es Él el primer esperanzado. Él espera, espera
siempre, tiene puesta su esperanza en la mujer y el hombre de hoy, mucho mas y
mejor que nosotros mismos. La Esperanza viene a nuestro encuentro.
Es el mejor modo de vivir como personas esperanzadas, acogiendo la
Esperanza que se nos regala, viviendo desde la Esperanza que una y otra vez, de
modo incesante, viene a nosotros. Partiendo
de este hecho nuestra búsqueda de la Esperanza debe realizarse en realidades
encarnadas; en rostros, en experiencias, en acontecimientos, dónde la Esperanza
se encarna. Esto nos conduce al segundo punto.
Para
poder reconocer la Esperanza encarnada, es preciso tener la mirada educada para
poder discernir en medio de la realidad del mundo lo que es verdaderamente un
signo de Esperanza y lo que no lo es. Nuestra mirada podrá estar educada cuando
nuestro corazón también lo esté. Cuando podamos estar abiertos a la realidad
de Dios, a su sueño en medio de
nosotros, iremos educando nuestro amar y también nuestro mirar.
“Decidle
a Juan lo que veis....” (Mt. 11, 2-11) “Id
a todo el mundo y anunciad el
evangelio (Buena Noticia)” (Mc. 16, 15) Si
somos conscientes de que cada mañana la Esperanza sale a nuestro encuentro en
medio de una realidad sangrante. Si podemos verla con una mirada educada en
medio de nuestra cotidianidad, en medio de la cotidianidad del mundo. Si podemos
percibirla, sentirla, intuirla encarnada en cientos de realidades. Entonces
estamos abocados a vivir desde la Esperanza. ¿Cómo
vamos a decirle a Juan, que los ciegos ven, que los cojos andan si no es preñados
de esperanza?, ¿Cómo vamos a anunciar la buena noticia de que el Reinado de
Dios ya es una realidad, si no es desde la locura esperanzada de la resurrección?. 4.
Ponernos en camino hacia los lugares desesperanzados. Entonces
los lugares de sufrimiento, de dolor, de muerte se convierten en lugares
privilegiados de anuncio y de denuncia de la esperanza. Si estamos abocados a la
esperanza y lo estamos, nuestros pasos deben encaminarse a un compromiso total,
con las realidades sufrientes, pues igual que la Esperanza sale a nuestro
encuentro cada mañana, somos instrumentos de Dios Padre impulsados por el Espíritu,
siguiendo los pasos de Jesús. En definitiva es la esperanza don y tarea, en medio de nuestra vida cotidiana y la mejor razón de nuestra esperanza el testimonio sencillo de un trabajo por el Reinado de Dios mas allá de nuestra propia grandeza y de nuestra propia miseria. Volver al sumario del Nº 7 Volver a Principal de Discípulos
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