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Nº 6 - Abril 2003

  "En esto
   conocerán
   todos que sois
   mis discípulos,
   en que os amáis
   unos a otros."

          
Juan 13, 35

 

Jesús:
compromiso
con el pobre

Julio Lois Fernández

Los relatos evangélicos nos hablan de grupos diversos de personas con los que Jesús se comprometió muy especialmente. Aquí centraremos nuestra atención en los pobres.

 

1. Me complace empezar este trabajo citando a Ignacio Ellacuría: “Pertenece esencialmente a la vida y a la misión de Jesús su referencia y pertenencia al mundo de los pobres. Y cuando decimos ‘esencialmente’ queremos significar que, si no se da esa referencia o si se da de forma indebida, queda desvirtuado el mismo Jesús como salvador de los hombres”[1]. La afirmación es cristológicamente densa: si a Jesús no lo relacionamos esencialmente con los pobres o si malentendemos la naturaleza de tal relación, falsearemos su significación y, en consecuencia, el contenido y la estrategia del propósito salvífico de Dios[2].

Siguiendo las indicaciones de los que han programado este número 76 de “Biblia y fe”, dedicado monográficamente a estudiar el compromiso de Jesús, debo limitarme a intentar precisar ese compromiso en relación concretamente con los pobres. En otros artículos del mismo número se desarrollará el compromiso con otros colectivos con los que Jesús aparece igualmente relacionado en los relatos evangélicos: los marginados, los enfermos, las mujeres.

Digo esto porque no es infrecuente, al estudiar el compromiso de Jesús con los pobres, incluir a los colectivos citados o a otros a los que igualmente Jesús mostró su cercanía y solidaridad (los pecadores, por ejemplo). Y es que no faltan razones para esa consideración inclusiva. En realidad, y como bien sabemos, el contenido significativo de los términos citados -pobres, marginados, enfermos, mujeres, pecadores- no es “adecuadamente” distinto. No lo era en tiempo de Jesús como tampoco lo es hoy.

En tiempo de Jesús, por ejemplo, la pobreza real -y muy especialmente la pobreza propia de los “ptochós”, que era, como veremos con más detención, la que hoy llamaríamos “absoluta”, “extrema”, “severa”, “grave”...- estaba estrechamente relacionada con la marginación social, a la que los judíos eran especialmente sensibles por la inferioridad e indefensión que llevaba consigo[3].

Tampoco era fácil deslindar las fronteras que supuestamente separaban a los pobres de los pecadores. Como indica J. L. Segundo “importa sobremanera comprender...que Jesús no ha añadido...el grupo de los pecadores al de los pobres...Los mismos pobres son pecadores. En efecto, si se les considera según la situación material y su marginación en la sociedad de Israel, son pobres; pero si nos fijamos en la presente razón de su pobreza y marginación, son pecadores...Declarándoles pecadores se da la razón ideológica de su pobreza: ésta se encubre y se justifica”[4].

En todo caso, parece tener razón J. Mª Castillo cuando afirma que los pobres, los pecadores, los enfermos y las mujeres, es decir, los cuatro grupos de personas con los que Jesús aparece especialmente relacionado en los relatos evangélicos, tienen en común que están formados por personas marginadas y además profundamente débiles, por diversa que pudiese ser su situación económica[5].

En concreto, parece indudable que la pobreza real -es decir, la carencia de medios o bienes para satisfacer las necesidades humanas más elementales y fundamentales- ha estado entonces y sigue estando hoy dolorosamente vinculada con la marginación social. Es verdad que se producen marginaciones por razones diversas -religiosas, raciales, étnicas, de género- que no llevan necesariamente aparejadas condiciones de pobreza real. Sin embargo, “aun eludiendo determinismos simplistas, marginación y pobreza tienden a autoalimentarse o, en términos más apropiados, a ‘autoempobrecerse’...Marginación y pobreza, términos que en su propia definición incorporan aspectos negativos, constituyen así las dos apariencias de una misma realidad caracterizada por la dependencia, la carencia y, en definitiva, la exclusión”[6].

Por todo lo dicho, y aunque nuestra reflexión se va a centrar expresamente tan sólo en el compromiso de Jesús con los pobres, muchas de nuestras consideraciones podrían sin duda extenderse al compromiso de Jesús referido a esos otros grupos de personas -marginados, enfermos, mujeres- que serán objeto de consideración aparte en artículos sucesivos[7]. La consideración separada del compromiso de Jesús referido a colectivos tan estrechamente vinculados entre sí puede conducir a repeticiones y a insistencias recurrentes. Pero tendrá la ventaja de clarificar mejor la realidad de los distintos destinatarios y también la naturaleza y el alcance del compromiso de Jesús.

 

2.- ¿Quiénes son los pobres que figuran en los relatos evangélicos como destinatarios preferentes del compromiso de Jesús?

 

En los relatos evangélicos se nos presenta a Jesús como alguien estrechamente relacionado con los pobres, como tendremos ocasión de recordar seguidamente. Sin temor alguno a equivocarnos podemos afirmar que Jesús de Nazaret proclamó, acercó y ofreció realmente el Reinado de Dios a los pobres como Buena Noticia de salvación liberadora.

Para comprender mejor el contenido significativo de ese Reino proclamado, acercado y ofrecido es conveniente tener en cuenta que el servicio de  Jesús a ese Reino -su “causa”, su “asunto”, el polo central de su existencia- lo realizó desde la “experiencia de contraste” que tuvo entre la voluntad del Padre y la realidad histórica de su tiempo. Ante la situación en que vivió -en la que abundaba la esclavitud opresora[8], la mendicidad[9], los jornaleros sin trabajo, los que se ocupaban de oficios considerados despreciables (transportistas, teñidores y curtidores, pastores, carniceros...[10]), marcada por las discordias, injusticias, discriminaciones y desigualdades hirientes entre los distintos sectores sociales[11]- Jesús, desde su experiencia de Dios como “Abbá”, que quiere que todos los seres humanos vivan hermanados, denunció la abundante y escandalosa presencia de pobres y marginados en contraste con la riqueza y el privilegio de los pocos[12] y anunció la llegada inminente de un Reino de salvación entendido como utopía de liberación de toda forma de pobreza impuesta, de toda desigualdad injusta opuesta a la verdadera fraternidad.

Precisamente lo que caracteriza y especifica el Reino de salvación anunciado por Jesús es que tiene como destinatarios primeros a los pobres. J. Jeremias afirma de forma rotunda que el “rasgo esencial” del Reino anunciado por Jesús es que los pobres son evangelizados. Todavía más: analizando el texto griego de la primera bienaventuranza lucana (Lc 6, 20) llega a la conclusión de que para Jesús “el Reino pertenece únicamente a los pobres[13].

Pero ¿quiénes son esos pobres a los que Jesús declara destinatarios primeros de su Reino?

Sin poder aquí detenernos en mayores precisiones[14] me limito a recordar que la lengua griega dispone de dos términos para referirse a los pobres: “pénes” y “ptochós”. Con el primero se designa a las personas que no pueden vivir de su fortuna propia o de su patrimonio, sino que han de trabajar  y penosamente para satisfacer sus necesidades. Con el segundo, a las personas menesterosas o radicalmente necesitadas, que están en una situación de dependencia absoluta, incapaces, por carencia de bienes, de satisfacer sus necesidades[15].

En la versión griega de los “Setenta” del Antiguo Testamento encontramos esos dos términos (“pénes” aparece aproximadamente en 50 ocasiones y “ptochós” en 100 ), pero ambos son utilizados indistintamente para traducir algunos de los términos hebreos que designan a las personas débiles y necesitadas ( “ebyon”, “dal”, ani” [16]), con lo cual “queda evidentemente desdibujada la distinción clara que se hace en el ámbito griego entre el que está necesitado de limosna (“ptochós”) y el que se ve obligado a trabajar y posee escasos bienes (“pénes”)”[17].

Lo cierto es que el Nuevo Testamento cuando habla de pobres se decanta claramente por “ptochós”. “Pénes” sólo se encuentra en 2 Cor 9, 9 y en una cita de Sal 112, 9. En Lc 21, 2, se usa un derivado de “pénes” (“penichrós”), pero su paralelo en Mc usa “ptochós”. Este término aparece 34 veces en el Nuevo Testamento, 24 de ellas en los Evangelios, especialmente en Lc, sin duda el evangelista más sensible a esta cuestión de los pobres (10 veces, de las cuales 6 en  pasajes específicamente lucanos) . Casi siempre -al menos 18 veces con más claridad- “ptochós” se refiere a los necesitados en sentido fuerte, es decir, se le da al término la significación propia que veíamos tiene en la lengua griega.

Es verdad que en tres lugares ( cf. Mt 5, 3; Gál 4, 9; Ap 3, 17) se usa el mismo término “ptochós” para designar a la pobreza espiritual, pero se le añade siempre una cualificación (por ejemplo, “ptochós to pneumati” -”pobres de espíritu” - en Mt 5, 3).   La conclusión que puede razonablemente extraerse es que cuando los Evangelios hablan de pobres se refieren casi siempre a los que solemos llamar pobres reales o materiales, es decir, a los que carecen de bienes para satisfacer sus necesidades más elementales y prioritarias y que por ello suelen ser marginados o socialmente dependientes [18].

 Conviene insistir en esta reflexión en la dimensión socio-económica de la pobreza real para referirnos así a los propia y estrictamente pobres, que son el referente principal a tener en cuenta en este trabajo, según decíamos en el apartado anterior. Otros colectivos formados por personas igualmente débiles y dependientes -en los cuales el referente principal no será la carencia de bienes sino la marginación, la enfermedad, el género- serán considerados aparte, en otros artículos de este mismo número.

Pero es que además si al hablar de los pobres no insistimos en ese enraizamiento “materialista” que supone la carencia de bienes materiales podemos correr el riesgo de dar la espalda a la realidad histórica de los pobres[19], esa tremenda realidad que, como dicen los teólogos latinoamericanos recordando la voz profética de Bartolomé de las Casas, acerca a la “muerte temprana e injusta”[20].

La razón es que el término “pobres” ha adquirido una significación prácticamente equívoca y tal equivocidad puede conducir, de forma conscientemente interesada o no, a hablar de los pobres sin referirnos a la pobreza real. En no pocas ocasiones damos al término pobres una significación de alcance universal, refiriéndolo así a todos los seres humanos, cualquiera que sea su condición socio-económica. Decimos, por ejemplo, que somos pobres porque somos mortales (“pobreza metafísica”), o porque sufrimos (“pobreza vital”), o, desde una perspectiva ética o religiosa, porque somos imperfectos o pecadores (“pobreza moral”). Y no es infrecuente añadir que tales pobrezas son las más radicales, las que merecen mayor atención y que, a su lado, la pobreza “material” -la que se traduce en pasar hambre, por ejemplo- apenas merece consideración. Claro que tales consideraciones sólo las hacen los que pueden comer bien todos los días...

En el ámbito cristiano el riesgo a que nos estamos refiriendo se agudiza más, pues utilizamos el término pobres con mucha frecuencia para referirnos a los “pobres de espíritu”, expresión de significación bastante imprecisa. En la conciencia de un sector importante del pueblo creyente, y también en cierta literatura espiritual cristiana, la “pobreza espiritual” o “de espíritu” se suele equiparar al simple desprendimiento o desapego interior de los bienes materiales, que no supone necesariamente despojo efectivo. En conformidad con esta noción de pobreza, pobre sería el que aun siendo rico por poseer muchos bienes materiales no está con el corazón apegado a ellos, mientras que el pobre real que carece de esos bienes puede ser en realidad rico porque desea de todo corazón tenerlos[21]. El lenguaje nos introduce así en una “ceremonia de la confusión”: ya no sabemos bien a quien nos referimos cuando hablamos de ricos y de pobres.

Me parece indispensable advertir que las pobrezas antes mencionadas (“metafísica”, “vital” y “moral”) nos sitúan ante realidades sumamente importantes que especifican la condición humana. No es una banalidad el morir, sufrir o pecar. Pero ¿por qué nos empeñamos en llamar pobres a los seres humanos por el hecho de que se mueren, sufren o pecan cuando ese mismo término designa en el lenguaje común una realidad muy diversa, siempre relacionada con la carencia de bienes materiales? ¿No es obvio que los ricos mueren, sufren y pecan? Pero todavía más: ¿por qué nos empeñamos en vincular la “verdadera pobreza” al hecho de morir, sufrir o pecar y al mismo tiempo restamos importancia  o banalizamos la pobreza real? ¿No incurrimos así en un uso abusivo, confusivo e incluso sospechoso del lenguaje? Por otra parte, al identificar, sin ninguna fundamentación bíblica, la pobreza de espíritu con el puro despredimiento interior de los bienes ¿no estamos utilizando el lenguaje para ejercer funcionalidades sospechosas al servicio del “status quo”, al hablar con la mayor naturalidad de los “ricos-pobres” y de los “pobres-ricos”? ¿No sería más clarificador  hablar de “infancia espiritual”, o de esa “radical humildad” que nos permite saber que necesitamos de Dios para ser salvados o  bien de “opción voluntaria por la pobreza y la causa de los pobres” para evitar así expresiones tan confusivas como “pobreza de espíritu” o “pobres de espíritu” dada la imprecisión significativa que han adquirido?

Vayamos concluyendo este punto que se está ya alargando excesivamente. Lo que nos interesa especialmente es destacar que todo lo que digamos seguidamente sobre el compromiso de Jesús con los pobres se refiere fundamentalmente a los pobres “reales” o “materiales”, es decir a las personas que en aquel tiempo tenían serias dificultades para satisfacer sus necesidades más elementales (comida, vestido, habitación, salud...), ya sea porque para lograr tal satisfacción habían de trabajar penosamente (serían los llamados en grigo “pénes”) o, especialmente, porque carecían de los bienes más indispensables, dada su condición de personas menesterosas o miserables, completamente dependientes de la ayuda ajena (los llamados “ptochós”)[22].

 

3.- El compromiso de Jesús con los pobres.

 

Para mostrar el compromiso de Jesús con los pobres, sin duda el asunto central de este artículo, vamos a considerar en primer término la misma condición socio-económica de Jesús, su propio “status” de vida, para centrarnos seguidamente en su mensaje y su actuación.

Para hacerlo es preciso recoger, con obligada brevedad, algunos de los datos que nos ofrecen los relatos evangélicos sobre los tres puntos indicados[23]. Estimamos que son más que suficientes, cualesquiera que sean las diferencias de matiz al interpretarlos, para  concluir con la afirmación ya citada de Ellacuría al comienzo de nuestro trabajo: “pertenece esencialmente a la vida y a la misión de Jesús su referencia y pertenecia al mundo de los pobres”.

 

3.1.- ¿Fue Jesús pobre?

 

Responder a esta pregunta nos lleva a indagar sobre su nacimiento, su “status” social en Nazaret y también sobre la forma de vida que posteriormente eligió para anunciar el Reino de Dios, que le llevó funalmente a morir en la cruz.

Del nacimiento nos interesa recordar lo que nos cuenta Lc: “Y sucedió que mientras estaban en Belén le llegó a María el tiempo del parto, y dio a luz a su hijo promogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada” (2, 6-7). Comenta González Faus: “Los evangelios de la infancia han creado a la exégesis los mayores problemas. Pero, si es verdad que ellos coronan el proceso de ‘divinización’ del Señor, entonces resulta incomprensible que ese proceso, configurador de los orígenes celestiales, vaya a dar en el dato del nacimiento en una cueva. Con la cueva no hay escapatoria: no tiene ningún significado especial como puede tenerlo el desierto. No expresa más que la miseria y la falta de otro lugar”[24]. Con lo que Lc añade a continuación sobre el anuncio del nacimiento en primer término a los pastores (cf 2, 8-11), el evangelista debió querer transmitirnos - si tenemos en cuenta que, como decía el rabino José ben Chorina “no hay en el mundo oficio más despreciable que el de pastor”- lo que aparecerá después claro a lo largo de todo el relato: que los más pobres son los destinatarios primeros de la Buena Nueva. En suma, al margen de la historicidad de lo contado, parece cierto que Lucas apunta a un origen pobre de Jesús y a que a los pobres -los pastores- se les anuncia en primer término la buena noticia del nacimiento de Jesús[25].

En los relatos evangélicos se nos proporciona algún otro dato que nos permite concluir razonablemente que Jesús formó parte de una familia humilde, radicada en Nazaret, una  pequeña y  desconocida aldea (de unos 2.000 habitantes según Meier;  o de 1.200 a 2.000 según Crossan ) de la Baja Galilea.

 Lucas nos dice que, cumplidos los días de la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor y que, al hacerlo, ofrecieron “un par de tórtolas o pichones” (cf. 2, 22-24), que era la ofrenda propia de las familias pobres, como indica el Levítico 12, 6-8: “Al cumplirse los días de su purificación...presentará al sacerdote...un cordero de un año como holocausto...Esta es la ley referente a la mujer que da a luz un niño o una niña. Mas si a ella no le alcanza para presentar una res menor, tome dos tórtolas o dos pichones...”.

Marcos 6, 3 se refiere directamente a Jesús como carpintero (“tékton”), mientras que Mt 13, 55 habla de “hijo del carpintero”. Ambas afirmaciones son consonantes porque era frecuente que los hijos ejercieran el mismo oficio que los padres. Podemos confiar en que Jesús fue realmente un carpintero porque como señala  Meier “no había razón para que Marcos, o los predicadores cristianos antes que él, se atrevieran a atribuir a Jesús una ocupación que no gozaba de especial prominencia en su sociedad”. Tras una cuidadosa consideración de la naturaleza de los trabajos que realizaba el “tékton” en tiempos de Jesús, concluye el mismo Meier : “en cierto modo, pues, Jesús era uno de los pobres que tenían que trabajar duramente para vivir”[26].

No son pocos los estudiosos que afirman  que Jesús además de carpintero -es decir, miembro del estrato social de los artesanos- puede ser considerado igualmente como campesino. “Como mínimo , vivía en una sociedad agraria, con la que estaba conectado económicamente y que en cierto modo le sostenía. Es posible que dedicase algo de su tiempo a la agricultura, y en este sentido se le podría considerar como un campesino, aunque atípico. En todo caso, era indudablemente miembro de una sociedad campesina”[27].    

Teniendo en cuenta lo dicho ¿cómo podemos valorar el “status” social de Jesús mientras permaneció en Nazaret?

G. Lenski en su conocido trabajo sobre las sociedades agrarias del s. I -el tipo genérico al que pertenecía la sociedad en que vivió Jesús- nos habla del abismo que separaba en ellas a las clases altas de las bajas. Entre estas últimas incluye en primer lugar a los campesinos, la gran mayoría de la población, que vivían al nivel de la mera subsistencia. En un peldaño más bajo estarían los artesanos, un 5% de la población. Y todavía más abajo las clases de los degradados y los despreciables, en donde se situaban los mendigos, los esclavos, los jornaleros, las prostitutas...[28]. Si Jesús fue realmente una artesano (“tékton”) y, al mismo tiempo, un campesino -y no tenemos ningún motivo serio para poner en duda la historicidad de tales datos- pertenecería a las clases bajas de su sociedad, que necesitaban trabajar esforzadamente para poder subsistir. Tal vez podríamos decir que Jesús era un “pénes” aunque no propiamente un “ptochós”[29].

Sabemos que para realizar su tarea de anunciar el Reino de Dios Jesús elige una forma de vivir desinstalada y errante propia de un “carismático itinerante” (Theissen), sin lugar “donde reclinar la cabeza” (Mt 8, 20). Una forma de vida que le condujo a la marginación. Como afirma Meier “abandonó su medio de vida y lugar de origen, se convirtió en ‘desocupado’ e itinerante a fin de asumir un ministerio profético y, no sorprendentemente, se encontró con la incredulidad y el rechazo cuando regresó a su pueblo a enseñar en la sinagoga...Contando básicamente con la buena voluntad, el apoyo y las contribuciones económicas de sus seguidores, Jesús se hizo intencionadamente marginal a los ojos de los judíos normales y corrientes de Palestina”[30]. Se le considera nada menos que “un perturbado mental” (Mc 3, 21), “amigo de publicanos y pecadores” (Mt 11, 19), “seductor” (Mt 27, 63), aliado con el poder de Belzebú (cf. Mt 12, 24)...Como ha subrayado J. Mª Castillo aparece siempre rodeado por el pueblo sencillo (“óchlos”), es decir, “por el gentío, los ciudadanos en general, en contraposición especialmente a los dirigentes, los nobles y la clase superior”[31]. Es especialmente significativo que el grupo de sus discípulos más íntimos parece también formado por gente perteneciente al “óchlos” . Aunque no conocemos con detalle el “status” de los “Doce”, sí sabemos que algunos de ellos -cuatro- eran pescadores, otro un publicano y al menos otro muy probablemente un  “zelota”...También sabemos que entre los seguidores más fieles hay que contar a un buen número de mujeres, las cuales en tiempos de Jesús contaban bien poco[32].

Finalmente tenemos certeza de que terminó su vida “fuera de la ciudad” (Heb 13, 12), “arrojado fuera de la viña” (Mc 12, 8), “sufriendo la muerte de un excluido” (Pannenberg), que en ningún caso podía aplicarse a un ciudadano romano. Es decir, murió colgado del madero de una cruz, padeciendo así una muerte destinada a los malditos de Dios (cf. Gál 3, 13; Dt 21, 23). Como dice elocuentemente Meier, “en la visión romana Jesús sufrió la espantosa muerte de los esclavos y rebeldes; a los ojos de los judíos cayó bajo el rigor de Dt 21, 23: ‘Dios maldice al que está colgado (de un árbol)’. Para ambos grupos, el proceso y ejecución de Jesús hizo de él un marginal de un modo atroz y abominable”[33].

Lo más decisivo, al intentar clarificar el compromiso de Jesús con los pobres, no radica en la pobreza que vivió personalmente, aunque ésta no deja de ser significativa, como hemos dicho. Lo realmente decisivo es que Jesús, a través de su anuncio del Reino de Dios y de los gestos que realizó al servicio de ese mismo Reino se comprometió con los pobres, ofreciéndoles  de modo preferente su salvación que libera. Vamos a considerar entonces seguidamente los “dichos” y los “hechos” de Jesús en relación con tal compromiso. 

 

3.2.- Jesús se comprometió con los pobres mediante su mensaje centrado en el anuncio del Reino de Dios que llega.

 

El Reino de Dios, como sabemos hoy con certeza, fue el centro mismo de la predicación de Jesús. Al servicio de ese Reino hay que entender todo lo que Jesús dijo e hizo.

Pero ¿cuál es el contenido significativo de ese anuncio? L. Boff lo dice con rigor y claridad: “ El trasfondo de la idea del Reino de Dios es la comprensión escatológico-apocalíptica según la cual este mundo, en su estado actual, contradice el designio de Dios, pero que Dios, en esta última hora ha decidido intervenir e inaugurar definitivamente su reinado. Reino de Dios es, pues, el signo semántico que traduce esta expectativa ( Lc 3, 15) y se presenta como la realización de la utopía de una liberación global, estructural y escatológica...El proyecto fundamental de Jesús es...proclamar y ser instrumento de realización del sentido último del mundo: liberación de todo lo que lo estigmatiza: dolor, división, pecado, muerte y liberación para la vida, la comunicación plena del amor, la gracia y la plenitud de Dios”[34]. El Reino es al, mismo tiempo, futuro y presente. Porque es futuro se espera todavía su venida y porque es presente se acoge ya su llegada.

Pues bien, lo que especifica el anuncio de ese Reino por parte de Jesús se resume en decir que es una Buena Noticia de salvación liberadora para los pobres.

Una consideración global de todo el mensaje de Jesús permite verificar tal especificidad. Sin embargo, cabe hacer especial referencia a algunos pasajes evangélicos que se presentan como textos auténticamente “programáticos”, es decir, verdadera expresión de su programa de vida, de su causa. Veamos algunos de ellos.

En primer término, parece obligado referirse a la solemne afirmación que hizo Jesús en la sinagoga de Nazaret tras la lectura de Is 61, 1-2, declarando cumplida en él mismo la profecía leída:

             “El Espíritu del Señor está sobre mí,

             porque él me ha ungido

             para que dé la Buena Noticia a los pobres.

             Me ha enviado para anunciar la libertad a los cautivos,

             la vista a los ciegos,

             para poner en libertad a los oprimidos,

             para proclmar el año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-19).

Jesús se sabe, pues, enviado a evangelizar a los pobres (“ptochoi”). Anunciarles la Buena Noticia de salvación forma parte esencial de la misión de Jesús.

A la misma conclusión se llega al considerar la respuesta que dio Jesús a los enviados por Juan el Bautista, cuando en nombre de su dubitativo maestro, le preguntaron si era realmente él el que tenía que venir o debían seguir esperando a otro:

             “Id a contarle a Juan lo que estáis viendo y oyendo:

             los ciegos ven y los cojos andan,

             los leprosos quedan limpios y los sordos oyen,

             los muertos resucitan

             y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia

             y ¡dichoso el que no se escandalice de mí!” (cf. Mt 11, 4-6 y Lc 7, 22-23).

De nuevo Jesús enumera las señales del tiempo de salvación para presentar así su “carnet de identidad”. Entre esas señales ocupa un lugar decisivo el anuncio a los pobres (“ptochoi”, tanto en Mateo como en Lucas). Como comenta Jeremias “el que el acento recae sobre esta proposición (la evangelización de los pobres), lo vemos no sólo por el hecho de estar colocada al final, sino también por la palabra que viene a continuación y que nos dice: “y ¡dichoso el que no se escandalice de mí! (Mt 11, 6 par. Lc 7, 23). ¿Por qué se iba a escandalizar nadie de que los ciegos vieran, los cojos pudieran caminar, los leprosos quedaran limpios, los sordos pudieran oír  y los muertos resucitasen? A estas primeras cinco frases no se puede referir (en todo caso, no se puede referir a primera vista) la palabra final acerca del escándalo. Pero, en la práctica, la oferta de salvación que Jesús hace a los pobres resulta sumamente escandalosa”. Con la evangelización de los pobres nos estamos entonces refiriendo al “corazón mismo de la predicación de Jesús”[35].

Que efectivamente estamos ante el corazón mismo de la predicación de Jesús se confirma si tenemos en cuenta como se inicia el pasaje fundamental de las Bienaventuranzas. En él, de forma profética, se vuelve a vincular la salvación del Reino que llega en forma de bienaventuranza con los realmente pobres.

Tal vinculación se observa con suma claridad en el texto de Lucas: “Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios”. Aquí los pobres (“ptochoi”), sin ninguna adjetivación o cualificación[36] son declarados bienaventurados porque el Reino de Dios llega. Los estudiosos (Crossan, Dupont, Meier...) suelen coincidir en señalar que el texto lucano de esta primera bienaventuranza se acerca más que el de Mt 5, 3 al  probable sentido original que le dio Jesús, es decir, a sus mismas palabras[37].

Para entender correctamente esta bienaventuranza lucana que se refiere a los pobres reales o materiales parece  necesario situarse en una perspectiva profética y no sapiencial o meramente apocalíptica. Como bien señala G. Gutiérrez, “‘bienaventurados los pobres porque de vosotros es el reino de Dios’ no quiere, nos parece, decir: ‘aceptad vuestra pobreza que más tarde esa injusticia os será compensada en el reino de Dios’...Hay que pensar que Cristo declara bienaventurados a los pobres porque el reino de Dios ha comenzado: ‘Cumplido es el tiempo, y el reino de Dios está cercano’ (Mc 1, 15). Es decir: se ha iniciado la supresión de la situación de despojo y pobreza que les impide ser plenamente hombres, se ha iniciado un reino de justicia, que va incluso más allá de lo que ellos podrían esperar. Bienaventurados son, porque el advenimiento del reino pondrá fin a su pobreza creando un mundo fraternal”[38].

Resta todavía la consideración de otro importante texto programático: el llamado juicio de las naciones (cf. Mt 25, 31-46). En él se establece como criterio definitivo de salvación o perdición la relación con los más pobres. La dimensión sacramental-cristológica de los pobres[39]adquiere en este texto carácter de escándalo con esa extraña y entrañable identificación que supone el “lo hicisteis conmigo”. En realidad, lo que se afirma es que en los pobres se juega la causa de Jesús en la historia. Por otra parte, parece claro que Mateo se está refiriendo a los pobres reales: los que tienen hambre o sed, los que están desnudos...Es en ellos, en los crucificados de la historia, cualquiera que sea su situación subjetiva o su disposición espiritual, donde realmente se verifica si el mensaje de Jesús es  vivido o no con coherencia.

Si además de estos textos verdaderamente “programáticos” que hemos considerado hasta ahora quisiéramos referirnos a todos los dichos de Jesús en los que se hace referencia a esta relación esencial  de su Buena Noticia de salvación con los pobres, no dispondríamos de espacio suficiente. En realidad, podríamos hacer nuestra la referencia genérica que hace Theissen al señalar que “según la fuente de los logia (es decir, la fuente Q formada fundamentalmente por “dichos” de Jesús, utilizada por Mateo y Lucas) la buena noticia se anuncia a los pobres, enfermos y débiles”[40]. Nos limitaremos, para terminar este apartado, a hacer una breve referencia a esos dichos especialmente significativos de Jesús que conocemos con el nombre de parábolas.

J. Jeremias considera que el grupo de parábolas que contienen la Buena Nueva propiamente dicha no se limitan a afirmar que el tiempo de la salvación ha llegado, sino que especifican : “¡la salvación es enviada a los pobres!” . Y añade: “Esta es su nota especial, su situación vital: primariamente no son una presentación del evangelio, sino defensa, justificación, armas en la lucha contra los críticos y enemigos de la Buena Nueva, a los que subleva la predicación de Jesús, que Dios tenga que ver con los pecadores, y que se escandalizan especialmente de que Jesús se siente a la mesa junto con los despreciados”[41]. Según J. L. Segundo “al menos ventiuna (de las treinta y ocho parábolas que según J. Jeremias podemos encontrar en los sinópticos), es decir, más de la mitad de ellas, versan sobre las causas que llevan a los adversarios de Jesús a ‘escandalizarse’ con su predicación acerca de la proximidad o llegada del Reino. En la misma medida constituyen...ataques a la ideología religiosa opresora de la mayoría de la sociedad de Israel y consiguientemente -no a pesar de ello- una revelación y defensa del Dios que hace de los pobres y pecadores los destinatarios por excelencia de su Reino”[42]. Precisamente porque Jesús se comprometió decididamente en favor de la causa de los “de abajo” -expresando así su “inédito interés por lo perdido”, que dice Dodd- en un mundo donde la pobreza y marginación de los muchos contrastaba dolorosamente con la riqueza y privilegios de los muy pocos, su actitud resultó sumamente conflictiva. Con muchas de sus parábolas Jesús responde a tal conflictividad y argumenta más o menos así: puesto que la bondad de Dios, que se justifica por sí misma, consiste en su amor hacia los pobres-marginados, es preciso optar por ellos[43]. 

 

3.3.-  Jesús se somprometió igualmente con los pobres con su práctica, sobre todo mediante actividades especialmente significativas.

 

Jesús proclamó la Buena Noticia de su Reino como salvación ofrecida a los pobres no sólo con su predicación, como queda ya dicho, sino también con su vida entera y su actuar concreto. En realidad, prácticamente todo lo que los relatos evangélicos nos dicen sobre el actuar de Jesús parece confirmar esa su especial cercanía al mundo de los pobres y la incondicionalidad de su opción en favor de su dignidad y liberación.

Los estudiosos suelen destacar, al considerar la práctica de Jesús, dos actividades concretas que parecen tener especial importancia para mostrar el compromiso de Jesús con los pobres y excluidos. Me refiero a sus milagros y sus comidas o banquetes.

Los milagros de Jesús[44] realizados a impulsos de su amor y misericordia hacia los más débiles (cf. Mc 1, 41; 6, 34; 8, 2; Mt 9, 36; 14, 14; 15, 21-28 par.; 15, 32; 17, 14-29 par.;  20, 29-34 par.; Lc 7, 13-14; 17, 11-19), deben ser considerados fundamentalmente como “clamores del Reino”, es decir, como “signos” que muestran  que la fuerza salvífica del reinado de Dios se hace presente teniendo como destinatarios preferentes a los que menos contaban, a la gente sencilla y abandonada de Galilea que salía al encuentro de Jesús[45]. Como indica Theissen “los milagros aparecen como expresión de la entrega de Jesús a los pobres”[46]

    Precisamente por ser simplemente “signos” los milagros no suponen la realización plena del Reino de Dios, pero sí nos dicen que ese Reino que significan y hacia el que apuntan debe ser entendido como una realidad salvífico-liberadora de toda necesidad y opresión. Son, pues, signos que anuncian y anticipan un mundo nuevo, abierto a la realización plena de la justicia (“signa pronostica”, que decía Tomás de Aquino, fuente de esperanza en la liberación de los más débiles) . Y lo son mostrando como Jesús salva ya en situaciones concretas de necesidad (concediendo pan a los hambrientos, salud a los enfermos...) y libera de opresiones históricas (esclavitudes, marginaciones y exclusiones de distinto signo)[47].

Esta doble significación -benéfica y liberadora- de los milagros la subraya con fuerza J. Sobrino: “ Los milagros no son sólo signos benéficos, sino también signos liberadores. Ocurren en una historia en la cual se da la lucha entre Dios y el maligno, pues para la mentalidad judía también las enfermedades, en el sentido más amplio del término, significan estar bajo el dominio del maligno. Los milagros son...signos contra la opresión...No deben ser comprendidos sólo desde el reino, sino también -dialécticamente- desde el antirreino. Por ello, hay que recalcar su aspecto no sólo benéfico, sino también su aspecto liberador en contra de alguien o de algo. Y esto es importante para comprender por qué los milagros de Jesús generan esperanza y no sólo gozo. Generan gozo por lo benéfico, pero generan esperanza porque expresan que las fuerzas opresoras pueden ser derrotadas. Y por eso, formalmente, son signos del reino de Dios”[48]

Los banquetes o comidas de Jesús con los pecadores y excluidos, que también simbolizan el Reino, han sido ampliamente estudiados en las últimas décadas, a la luz de las más recientes investigaciones de antropología cultural.

E. Schillebeeckx, tras considerar con atención la comunidad de mesa liberadora y salvífica de Jesús con sus discípulos y con los marginados y excluidos, llega a esta importante conclusión: “La comunidad de mesa, tanto con notorios ‘publicanos y pecadores’ como con los suyos...es un rasgo esencial y característico del Jesús histórico. En ella, Jesús se revela como el mensajero escatológico de Dios que comunica a todos -incluidos en particular los que, según los criterios de la época, estaban excluidos- la invitación divina al banquete de paz del Reino de Dios; esta comunidad de mesa, el acto de comer con Jesús, ofrece en el presente la salvación escatológica”[49].

R. Aguirre, tras un minucioso recorrido por las comidas de Jesús en Lucas -comidas con pecadores y publicanos, con fariseos y con sus discípulos- extrae la radicalidad de la enseñanza de Jesús: es preciso promover una comensalidad común, abierta e igualitaria, en la que tienen que ser reintegrados todos los excluidos y marginados del sistema[50]. Con sus comidas, Jesús -sentando en la mesa a los excluidos y haciendo que los últimos se sientan primeros- cuestiona el concepto de honor, el sistema de pureza y las relaciones de patronazgo, de donde precisamente se derivaban los valores claves que configuraban las relaciones de los seres humanos en su tiempo. Al mismo tiempo, propugna unos valores alternativos informados por la acogida, la reciprocidad, el servicio, el compartir la vida, la fraternidad. Todas las barreras que se oponen a una comensalidad igualitaria y abierta[51], real y fraterna, quedan abolidas por Jesús.

Dada la radicalidad de su significación, las comidas de Jesús suscitaron gran conflictividad[52]. La solidaridad verdaderamente esacandalosa que con ellas mostró Jesús hacia los pobres y pecadores le situó a él mismo en la posición propia de un excluido y fue, con mucha probabilidad, uno de los motivos que finalmente le condujo a la muerte en la cruz, reservada solamente para los  excluidos.

 

3.4.- Jesús “se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza” (2 Cor 8, 9).

 

La condición de pobre que eligió Jesús, en el sentido indicado, y su compromiso por los pobres, tienen que ser situados, si quieren ser bien comprendidos, en el contexto del proceso “kenótico” que informó toda su estrategia salvífica.

Encontramos en Pablo un texto capital en el que la pobreza de Jesús se presenta como una opción voluntaria asumida con el fin de enriquecernos a todos: “Pues ya conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo que, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza” (2 Cor 8, 9). Estamos ante el proceso “kenótico” de Cristo, al que se refiere, con carácter más general, el conocido himno de la carta a los filipenses: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús. El cual, teniendo la naturaleza divina, no juzgó como tesoro codiciable el aparecer igual a Dios. Al contrario, se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres. Y en su condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios le exaltó y le dio un nombre, que está sobre todo nombre...”( Flp 2, 5-9).

En ambos textos -cf. también 2 Cor 5, 21; Rom 8, 3; Gál 4, 4-6- este proceso “kenótico” (término derivado de “kenóo”, que significa vaciar, despojar, reducir a la nada) presenta un ritmo ternario:

                         -Cristo posee un “plus” de fuerza salvadora;

                         - Cristo se sumerge totalmente en la tragedia humana, participando de ella de forma plena; es más, toma la condición de esclavo;

                         - Cristo emerge de tal condición superando en sí el pecado y la muerte y alcanzando la plenitud[53].

Nos interesa subrayar el segundo y el tercer paso del proceso (descenso y ascenso, abajamiento y encumbramiento), que son decisivamente importantes para entender la naturaleza y el significado de la pobreza de Jesús y su compromiso en favor de los pobres.

En los textos referidos se nos habla de un proceso de descenso que se justifica no en sí mismo sino en virtud de un ascenso finalmente conseguido. Jesús, se nos dice, “se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres”, “se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz”, pero “por eso Dios le exaltó y le dio un nombre que está sobre todo nombre”; “cargó con el pecado”, pero “para que nosotros, por su medio, obtuviéramos la rehabilitación de Dios; “nació de mujer sometido a la ley”, pero “para rescatar a los que estaban sometidos a la ley, para que recibiéramos la condición de hijos”;  “por vosotros se hizo pobre”, pero “para enriqueceros con su pobreza”.

En suma, si Jesús se encarnó y se hizo uno de nosotros, siendo enteramente hombre y sometido a las limitaciones que tal condición lleva consigo; si no teniendo él pecado, cargó con nuestro pecado y sus consecuencias, no fue simplemente para compartir tal condición y suerte, idealizándola, sino para redimir al ser humano y conducirle a la salvación. Más en concreto, si se hizo pobre con los empobrecidos, no fue para justificar o sacralizar su pobreza injusta, sino para superarla por ser contararia a la voluntad amorosa de Dios.

La pobreza de Jesús se entiende cuando se la sitúa en su “kénosis”. Abrazando la pobreza, Jesús, conducido siempre y sólo por su amor solidario, no hace otra cosa que compartir la vida de los pobres, que son los destinatarios primeros de su Reino. Esta es la característica que informa toda su estrategia: la salvación no es ofrecida “desde fuera” o “desde lo alto”, sino “desde dentro” y “desde abajo”, compartiendo la suerte de aquellos que necesitan ser salvados. La pobreza de Jesús, su empobrecimiento voluntario, es un acto de amor solidario -cuando se ama se comparte la vida de aquellos a quienes se ama- que se entiende en el seno de una estrategia de salvación que pretende en última instancia liberar del pecado y de todas sus consecuencias, una de las cuales es precisamente el empobrecimiento injusto que se comparte. Jesús es pobre por amor a los pobres, no por amor a la pobreza impuesta. Y se compromete con los pobres luchando contra esa pobreza, que es consecuencia de la injusticia, realidad no querida por Dios. En la medida que el Reino llega se va haciendo presente la fraternidad y la projimidad que conducen a la realización de la justicia y, por lo mismo, la pobreza impuesta retrocede o desaparece.

 

4.- Jesús invitó a sus discípulos a abrazar la pobreza evangélica y a compartir así su compromiso con los pobres.

 

No quisiera terminar esta reflexión sobre el compromiso de Jesús con el pobre sin hacer al menos una muy breve alusión final a que dicho compromiso tiene hoy que hacerse presente en la vida de quienes se confiesan cristianos. Como bien dice M. Fraijó “hablar de Jesús y los marginados puede ser hasta reconfortante y alentador. Pero la entrega de Jesús al mundo de la marginación culmina en una invitación a todos nosotros”[54].

Jesús, en efecto, invitó a sus discípulos a abrazar la pobreza evangélica para seguirle y así entrar en el ámbito salvífico del Reino y poder después anunciarlo con coherencia  (cf., por ejemplo, Mt 5,3 y Lc 6, 20; Mt 6, 24 ; Lc 18, 18-25; Mc 6, 7-13; Mt 10, 1-15 y Lc 9, 1-6 y 10, 1-7...). Aconsejó que al organizar una comida o una cena la mesa fuese compartida prioritariamente por los pobres, los lisiados, los ciegos (cf. Lc 16, 12-14). Y, sobre todo, dejó muy claro que el núcleo esencial de su Buena Noticia de salvación está en hacerse prójimo de los que están tirados en las  cunetas (cf. Lc 10, 25-37), hasta el punto de que lo realmente decisivo, lo que hace posible el encuentro con Dios y la salvación, es el compromiso solidario con los pobres de este mundo (cf. Mt 25, 31-46).

Algo tendría que estar claro para todos los que nos confesamos creyentes en Jesús, el Cristo de Dios. En primer lugar, el compromiso solidario de Jesús con los pobres : “No caben más discusiones: Jesús estuvo de parte de los pobres, los que lloran, los que pasan hambre, los que no tienen éxito, los impotentes, los insignificantes”[55]. En segundo lugar, que la opción decidida por los pobres y su causa forma parte esencial e irrenunciable del seguimiento de Jesús. Y en tercer lugar, que la credibilidad y significatividad de la fe cristiana depende hoy en buena medida, en una sociedad fascinada por el dinero y el consumo, de que los creyentes, personal y comunitariamente considerados, vivamos con autenticidad  esa opción.

Lo que resta es encontrar los caminos concretos que permitan hacerla operativa  en cada momento. Aquí sí que tendrían que concentrarse nuestras energías y nuestras búsquedas. Y no, como dolorosamente sigue siendo tan frecuente, en seguir discutiendo hasta el cansancio cuestiones previas y de detalle, introduciendo mil cualificaciones que nos paralizan.

 

 

 

 



[1]Cf. Pobres, en C. Floristán y J. J. Tamayo (eds.),  Conceptos fundamentales de pastoral, Ed. Cristiandad, Madrid, 1983, p. 792.

[2]Todavía podríamos extraer consecuencias similares en el ámbito estrictamente teo-lógico y eclesiológico.

Si, por una parte, y como afirma el núcleo mismo de nuestra fe cristiana, Jesús -con su vida y su mensaje, sus hechos y sus dichos- es el “lugar” donde se nos ha mostrado el perfil de Dios, y si, por otra, la referencia a los pobres es esencial para entenderle, entonces podríamos decir con razón que en la “cuestión de los pobres”, a la luz de la revelación cristiana, se juega la “cuestión de Dios”. Dios, en efecto, se manifiesta en Jesús como “Dios-de-los-pobres”, como aquél que se acerca en su Reino como Buena Noticia de salvación para los pobres.

Y habría que añadir con los Obispos españoles de la Comisión de Pastoral Social que “bien puede afirmarse que el ser y el actuar de la Iglesia se juegan en el mundo de la pobreza y el dolor, de la marginación y de la opresión, de la debilidad y del sufrimiento” , hasta el punto de que “la Iglesia sabe que ese encuentro con los pobres tiene para ella un valor de justificación o de condena” (cf. La Iglesia y los pobres, EDICE, Madrid, 1994, números 10 y 9).

[3]Como señala Dupont, el benedictino belga recientemente fallecido, autor de uno de los mejores estudios con que contamos sobre las Bienaventuranzas, “nosotros, actualmente vemos en la pobreza sobre todo la carencia de bienes, con todas las molestias y privaciones que esa situación entraña. El semita es más sensible a la inferioridad social que hace de las gentes de condición modesta el blanco de los poderosos y los violentos...El pobre para nosotros es sobre todo el desprovisto; los judíos lo miran más bien como el indefenso”.

[4]Cf. El hombre de hoy ante Jesús de Nazaret, Ed. Cristiandad, Madrid, 1982, T. II/1, p. 175. Parece participar del mismo criterio J. I. González Faus cuando afirma que “en una sociedad montada teocráticamente...el vocablo ‘pecador’ no es una simple designación espiritual, del interior de la persona, sino que es una designación sociológica. Los pecadores coinciden precisamente con los que están situados ‘fuera’ de aquella sociedad. El refrendo divino hace que no sea posible la marginación en aquella sociedad, más que por culpa propia” ( cf. La Humanidad Nueva. Ensayo de Cristología, Ed. Sal Terrae, Santander, 1984, p. 84; cf. también en la misma dirección J. Jeremias, Teología del Nuevo Testamento, Vol. I, Ed. Sígueme, Salamanca, 1974, pp. 134-138. Muestra, en cambio, su disconformidad con esta posición E. P. Sanders: cf., por ejemplo, Gesù e il giudaismo, Ed. Marietti, Genova, 1992,  pp. 226-276).  

[5]Cf. Los pobres y la teología. ¿Qué queda de la teología de la liberación?, Ed. Desclée de Brouwer, Bilbao, 1997, pp. 102-108.

[6]Cf. AA. VV., Pobreza y marginación, en “Documentación Social”, nº 56-57 (Julio-Diciembre 1984), p. 348. Aparece aquí una categoría -la “exclusión”- muy utilizada hoy por los analistas sociales para designar la nueva situación de aquellas personas que son arrojadas fuera de nuestras sociedades, no simplementes empujadas hacia los márgenes. Los excluidos no están propiamente “abajo” o en la “periferia”, sino más bien “fuera”. No son “explotados”, sino “irrelevantes”. No son “oprimidos”, sino “sobrantes”. Son los expulsados y expropiados. Desde la lógica económica y social de los sistemas imperantes los excluidos son declarados “inútiles” para el buen funcionamiento de la sociedad.

Tampoco la exclusión coincide sin más con la pobreza real, pero es indudable -de forma similar a lo afirmado en relación con la marginación- que podría también decirse   que la exclusión y la pobreza tienden  a autolimentarse. La pobreza real es un factor decisivo de exclusión y, a su vez, la exclusión conduce casi inexorablemente a la pobreza.

[7]Así como a esos otros colectivos ya citados -pecadores, excluidos- que no serán especialmente considerados en este número de “Biblia y Fe”.

[8]Cf. J. Jeremias, Jerusalén en tiempos de Jesús, Ed. Cristiandad, Madrid, 1977, pp. 323-327.

[9] “En verdad, Jerusalén era, ya en la época de Jesús, un centro de mendicidad” (cf. Ibid., p. 136).,

[10]Cf. Ibid., pp. 315-323.

[11]La situación de la sociedad palestinense en tiempos de Jesús era, a este respecto, sumamente elocuente. J. Mª Castillo recuerda las conclusiones a que llegan hoy algunos estudiosos (Alföldy, Fiensy, Lenski, Crossan...): “1) la diferencia numérica entre ricos y pobres era enorme; sólo el 1% pertenecía a la elite, mientras la tercera parte de la sociedad vivía en extrema pobreza; 2) la distancia económica y social entre las clases altas y bajas era increíblemente grande; 3) existía un abismo cultural entre la población urbana y la rural; en consecuencia, la primera se sentía muy superior a la segunda, como demuestran las fuentes rabínicas y Josefo; 4) la mayoría de la población pertenecía al campesinado; probablemente el 90% vivía fuera de las ciudades, en pequeños pueblos o aldeas, dedicados a la agricultura” ( cf. Los pobres y la teología...op. cit., p. 105, nota 47). G. Theisen coincide en afirmar que en tiempos de Jesús “Galilea sufría tensiones estructurales profundas, tensiones entre judíos y paganos, entre la ciudad y el campo, entre ricos y pobres, entre dominadores y dominados” ( cf. El Jesús histórico. Manual, Ed. Sígueme, Salamanca, 1999, p. 203).

[12]Cf., por ejemplo, Lc 6, 20.24; 16, 19-31.

[13]Cf. Teología del Nuevo Testamento...op. cit., pp. 133.142. Esta vinculación esencial entre el Reino y los pobres mantenida por Jesús es perfectamente consonante con el ideal regio de justicia, que para Israel y los países del entorno -Egipto, Ugarit, Mesopotamia, Canaán, Fenicia, Imperio Hitita- no consistía “primordialmente en emitir un veredicto imparcial, sino en la protección que el rey hace que se preste a los desvalidos, a los débiles y a los pobres, a las viudas y a los huérfanos” (cf. J. Jeremias, Teología del Nuevo Testamento...op. cit., p. 122. Para una consideración más atenta de esta cuestión, que pone de manifiesto la continuidad entre las nociones veterotestamentaria y jesuánica de Reino, cf. J. Dupont, Les béatitudes, II: La bonne nouvelle, Paris, 1969, pp. 53-90; E. Nardoni, Los que buscan la justicia. Un estudio de la justicia en el mundo bíblico, Ed. Verbo Divino, Estella-Navarra, 1977; J. L. Sicre, “Con los pobres de la tierra “.  La justicia social en los profetas de Israel, Ed. Cristiandad, Madrid, 1984).

[14] Para una clarificación de las nociones de pobres y pobreza, desde el punto de vista bíblico y teológico, me permito remitir a J. Lois, Teología de la liberación: opción por los pobres, Ed. IEPALA, Madrid, 1986, pp. 95-192.

[15]John D. Crossan , destacando la diferencia de contenido significativo de los términos “pénes” y  “ptochós”, sugiere la conveniencia de traducir el primero por “pobre” (la persona “que está obligada a trabajar, pero posee siempre lo necesario para sobrevivir”) y el segundo por “mendigo” , “miserable” o “menesteroso” (la persona “que no tiene nada en absoluto”) (cf. Jesús: bibliografía revolucionaria, Ed. Grijalbo Mondadori, Barcelona, 1986, pp. 76-78).

[16]Para precisar el significado de estos términos hebreos, así como de otros también utilizados en el Antiguo Testamento para designar a los pobres (como “rash”, “anaw”, “misken”), cf. AA.VV., Diccionario teológico...op. cit., pp. 380-381; G. Gutiérrez, Teología de la liberación. Perspectivas, Ed. Sígueme, Salamanca, 1990, p. 326.

[17]Cf.  Pobres, en AA. VV. , Diccionario teológico del Nuevo Testamento, Vol. III, Ed. Sígueme, Salamanca, 1983, pp. 380-381.

[18] “En el Nuevo Testamento y en Jesús el término ‘pobre’ es una categoría sociológica, aun en los tres textos que mencionan la-buena-noticia-para-los-pobres” (cf. J. Sobrino, Jesucristo liberador. Lectura histórico-teológica de Jesús de Nazaret, Ed. Trotta, Madrid, 1991, p. 114; los tres textos a los que se refiere son Mt 11, 5  y su par. Lc 7, 22;  Lc 4, 18 y Lc 6, 20).

[19]Sin embargo sería un error pensar que la pobreza real o material a que nos venimos refiriendo se sitúa exclusivamente en el nivel económico social. Se extiende también, como bien sabemos por dolorosa experiencia, a los niveles socio-político, cultural y espiritual, a cuyos valores difícilmente tiene acceso el real y materialmente pobre (el que padece hambre o está subalimentado, por ejemplo, tendrá grandes posibilidades de ser analfabeto, carecerá de conciencia crítica de su propia situación de pobreza, tendrá un nivel muy reducido o nulo de participación social, no leerá a Cervantes o escuchará a Bach...). 

[20]En el Diario “El País” del martes 14 de septiembre de este mismo año, se recogía la escalofriante información: “Cuanta más pobreza, más enfermedad y también más muerte. Esto era algo conocido, pero no se había cuantificado. Un estudio publicado el mes de julio en la revista  Journal of Epidemiology and Community Health cuantifica el número de muertes que se producen en España a causa de las desigualdades sociales. La conclusión es la siguiente: si toda España tuviera el índice de mortalidad que registra el 20% de las zonas más ricas, cada año se producirían 35.090 muertes menos. O dicho en otros términos: el exceso de muertes en las zonas geográficas más deprimidas representan más del 10 % de todas las muertes que se producen cada año en España. Unas muertes que, de no existir las diferencias sociales, no se producirían”.

[21]Para una clarificación de la noción de pobreza, y más concretamente de la llamada “pobreza espiritual”, sobre todo desde una perspectiva bíblica, cf. J. Lois, Teología de la liberación...op. cit., pp. 103-145, especialmente notas 29 y 48.

[22]Como ya hemos indicado el grupo de los pobres así entendido se solapaba en tiempos de Jesús en buena medida con otros grupos de personas que aparecen con frecuencia en los relatos evangélicos: pecadores públicos, marginados, enfermos...; sin embargo, en nuestra reflexión ellos serán en todo momento como el “analogado principal” o el referente prioritario. 

[23]¿Corresponden los datos que los Evangelios nos proporcionan al Jesús de la historia, el varón judío que realmente vivió y murió en la Palestina del siglo I? No es el momento de plantear la cuestión de la relación entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe confesado por los relatos evangélicos a la luz de la Pascua. Aquí nos interesa únicamente decir que nuestra atención se va a centrar en tales relatos, para todo creyente interpretación siempre auténtica de lo que Jesús realmente fue, dijo e hizo. Pero en más de una ocasión intentaremos hacer ver, mediante la aplicación de fundados criterios de historicidad, que los datos de los relatos nos sitúan ante el Jesús prepascual. Dicho de forma más llana: el compromiso de Jesús con los pobres del que nos hablan inequívocamente los Evangelios, cuyos rasgos esenciales vamos a intentar recordar, fue realmente, en sus aspectos más decisivos y dejando al margen cuestiones discutibles de matiz que no alteran lo esencial, el compromiso que realmente vivió Jesús de Nazaret. Los evangelistas, que procedieron en sus distintas interpretaciones con la libertad que hoy conocemos, no falsearon la realidad.    

[24]Cf. La Humanidad Nueva...op. cit., p. 86.

[25]Cf., no obstante, la interpretación distinta que del pesebre y de los pastores hace R. E. Brown, El nacimiento del Mesías. Comentario a los relatos de la infancia, Ed. Cristiandad, Madrid, pp. 437-443. 

[26]Cf. Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico, T. I,  Ed. Verbo Divino, Pamplona, 1997, pp. 290-297.

[27]Cf. Ibid., p. 291. Crossan también atribuye a Jesús la doble condición de artesano (“tékton”) y campesino (cf. Jesús: bibliografía...op. cit., pp. 38-42. 74) 

[28]Cf. Power and Privilege: A Theory of Social Stratification, Ed. Mc-Graw-Hill, N. York, 1966, pp. 189-296.

[29]Sobre el grado de educación con que contaba Jesús es difícil llegar a conclusiones fundamentadas, dados los escasos datos de que disponemos.Crossan, por ejemplo, cree que Jesús era “un campesino analfabeto” -al igual que el 95 ó 97% de la población del estado judío de entonces-, que “sólo conocería los relatos fundacionales, las historias básicas y las esperanzas generales de la tradición a la que pertenecía”, aunque, eso sí, “dotado de una capacidad dialéctica como pocos han podido alcanzar, por muy expertos que fueran en las disciplinas propias de la cultura y el saber” (cf. Jesús: biografía...op. cit., pp. 74. 41-42) . Meier, en cambio, con razones a mi entender más convincentes, considera que muy probablemente Jesús, dotado de “un alto grado de talento natural -quizá de genialidad- que compensaba muy sobradamente el bajo nivel de su educación formal”, “de hecho, sabía leer y escribir”, siendo “razonable suponer que, dentro de su familia, Jesús había recibido una formación religiosa intensa y profunda, incluido el aprendizaje del hebreo bíblico al menos como lectura” (cf. Un judío marginal...op. cit., pp. 288-290).

[30]Cf. Un judío marginal...op. cit.,  p. 36.

[31]Cf. Jesús, el pueblo y la teología (I) , en “Revista Latinoamericana de Teología”, nº 44 (Mayo-Agosto 1998) p. 115. En este trabajo y en su continuación -Jesús, el pueblo y la teología (II), en “Revista Latinoamericana de Teología, nº 45 (Septiembre-Diciembre 1998) pp. 279-324- Castillo desarrolla con rigor esta cercanía de Jesús con el pueblo (“óchlos”), que nos sitúa claramente ante la forma de vida elegida por Jesús para cumplir su misión. Algunos estudiosos actuales (Horsley, Crossan) destacan igualmente que su itinerancia le llevó a contactar con el mundo campesino, lejos de las élites urbanas. 

[32]Cf., por ejemplo, J. Jeremias, Teología del Nuevo...op. cit., pp. 136 y 261-265.

[33]Cf. Un judío marginal...op. cit., p. 36.

[34]Cf. Jesucristo liberador. una visión cristológica desde Latinoamérica oprimida, en AA.VV., Jesucristo en la historia y en la fe, Ed. Sígueme, Salamanca, 1977, p. 188.

[35]Cf. Teología del Nuevo...op. cit., p. 133.

[36]Como sabemos en Mateo la primera bienaventuranza se espiritualiza: los que son proclamados bienaventurados son los “pobres de espíritu” (Cf. Mt 5, 3). Sobre la significación que debe darse a esa expresión - “ptochoi to pneumati”- ya hemos hablado en páginas anteriores.

[37]John P. Meier afirma: “La expresión ‘pobres de espíritu’ de Mateo suele juzgarse secundaria con respecto al simple ‘pobres’ lucano. Puesto que, a lo largo de la serie, Mateo muestra una tendencia a espiritualizar, moralizar y generalizar las bienaventuranzas, convirtiéndolas en actitudes espirituales adecuadas para todos los creyentes, parece versímil que la adición ‘de espíritu’ sirva aquí a ese mismo propósito. Además el escueto ‘pobres’ está más en consonancia con el igualmente escueto ‘los afligidos’ de la segunda bienaventuranza e incluso con ‘los que tienen hambre’ de la tercera” (cf. Un judío marginal. Una nueva visión del Jesús histórico, T. II/1, Ed. Verbo Divino, Estella (Navarra) 1999, p. 389). Crossan destaca, por su parte, que la versión lucana coincide con las otras dos versiones con que contamos del mismo dicho (dejando aparte la versión mateana): la del Evangelio de Tomás 54 (“Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de los cielos”) y la de Sant 2, 5 (“¿No escogió Dios a los pobres según el mundo para enriquecerlos en la fe y hacerlos herederos del reino que tiene prometido a los que le aman?”). En ambos casos los pobres a los que se promete la bienaventuranza o la herencia del Reino son simplemente los “ptochoi”, sin ninguna otra cualificación, es decir, los mismos destinatarios que señala Lucas (cf. Jesús: biografía...op. cit., pp. 76-77).

[38]Cf. Teología de la liberación...op. cit., p. 334. Los teólogos latinoamericanos de la liberación (L. Boff, Ellacuría, Sobrino...) comparten esta interpretación realizada desde una óptica profética. Por su parte, J. Dupont considera que es ciertamente la profética la perspectiva en la que hay que situarse para entender el sentido original de las bienaventuranzas, tal como fueron pronunciadas por Jesús: los pobres son proclamados bienaventurados porque el reino anunciado por los profetas, con su contenido de justicia, está próximo, se hace presente ya. Pero para el benedictinio belga siendo esa la perspectiva de Jesús no es, en cambio, la de Lucas. Para Jesús el tiempo de la salvación ha llegado ‘ahora’ y por eso los pobres son bienaventurados. Para Lucas el tiempo presente ha tomado consistencia, es el tiempo de la Iglesia, y el gran cambio escatológico queda situado en un porvenir indeterminado. Por eso los pobres son bienaventurados porque la salvación anunciada será realidad un día, que coincidirá no propiamente con la parusía final sino con el paso al más allá que se produce para cada uno en el momento mismo de la muerte (cf. Les Béatitudes. Les évangelistes,T. III, Paris, 1973, pp. 17-206; 669-671).

[39]Sobre esta dimensión cristológico-sacramental de los pobres cf. el nº 22 del Documento de los Obispos españoles de la Comisión Episcopal de Pastoral Social La Iglesia y los pobres, EDICE, Madrid, 1994.

[40]Cf. El Jesús histórico...op. cit., p. 421.

[41]Cf. Las parábolas de Jesús, Ed. Verbo Divino, Estella (Navarra), 1971, pp. 153-154.

[42]Cf. El hombre de hoy ante Jesús de Nazaret, T. II/1, Ed. Cristiandad, Madrid, 1982, p. 181. En esta misma dirección cf. C. H. Dodd, Las parábolas del Reino, Ed. Cristiandad, Madrid, 1974, pp. 117-118; J. I. González Faus, La Humanidad Nueva...op. cit., pp. 95-104; J. Sobrino, Jesucristo liberador...op. cit., pp. 135-139; M. Fraijó, Jesús y los marginados. Utopía y esperanza cristiana,, Ed. Cristiandad, Madrid, 1985, pp. 75-77.

[43]Cf. J. I. González Faus, La Humanidad Nueva....op. cit., pp. 95-104; J. Jeremias, Las parábolas...op. cit., p. 171.

[44]Para una consideración más detenida de los mismos, cf. B. A. Dumas, Los milagros de Jesús. Los signos mesiánicos y la teología de la liberación, Ed. Desclée de Brouwer, Bilbao, 1984; J. I. González Faus, Clamor del Reino. Estudio sobre los milagros de Jesús, Ed. Sígueme, Salamanca, 1982; R. Latourelle, Milagros de Jesús y teología del milagro, Ed. Sígueme, Salamanca, 1990; X. Leon-Dufour (ed.), Los milagros de Jesús, Ed. Cristiandad, Madrid, 1979. Desde luego, que Jesús realizó milagros -por ejemplo, que curó enfermos y expulsó demonios- es algo universalmente admitido. Tarea no fácil sería el intentar precisar con detalle qué milagros históricamente realizó.

[45] “En la tradición de los milagros nos encontramos, pues, con un recuerdo de Jesús de Nazaret, basado en la impresión que causó particularmente en el pueblo sencillo rural de Galilea, que era menospreciado por todos los movimientos y grupos religiosos” (cf. E. Schillebeeckx, Jesús, la historia de un viviente, Ed. Cristiandad, Madrid, 1983, p. 168).

[46]Cf. El Jesús histórico...op. cit., p. 338.

[47]Y esto mismo - expulsar demonios, sanar enfermos- es lo que Jesús urge a sus seguidores que sigan haciendo cuando les envía a anunciar la Buena Nueva, tanto en la etapa prepascual (cf. Mc 6, 7; Mt 10, 8; Lc 9, 1), como en la postpascual (cf. Mc 16, 15-18). De hecho, consta que cumplieron el encargo (cf. Mc 6, 13; 16, 20; Lc 10, 17; Hch 2, 43; 3, 7-8; 5, 12; 6, 8; 8, 7; 16, 16-18; 19, 12).

[48]Cf. Jesucristo liberador...op. cit., pp. 123-124.

[49]Cf. Jesús, la historia de un viviente, Ed. Cristiandad, Madrid, 1981, p. 198. Sobre esta cuestión de la significación de las comidas de Jesús en relación con la cuestión que nos ocupa, cf., por ejemplo, R. Aguirre, La mesa compartida. Estudios del Nuevo Testamento desde las ciencias sociales, Ed. Sal Terrae, 1994; Id., La mesa compartida, en AA.VV. , Exclusión social y cristianismo, Ed. Nueva Utopía, Madrid, 1996, pp. 107-129; J. D. Crossan, Jesús: vida....op. cit; L. Maldonado, Eucaristía en devenir, Ed. Sal Terrae, Santander, 1997.

[50]Cf. La mesa compartida...op. cit., pp. 59. 64-65. 123. 125. 127.

[51]Cf. J. D. Crossan, Jesús: vida...op. cit., pp. 308-312.

[52]R. J. Karris llega a decir que “Jesús fue crucificado por la forma en que comía” (citado por R. Aguirre en La mesa compartida...op. cit., p. 35).  

[53]Cf. J. Mª González Ruiz, Pobreza evangélica y promoción humana. Teología bíblica de la pobreza, Ed. “Nova Terra”, Barcelona, 1966,  p. 96.

[54]Cf. Jesús y los marginados...op. cit., p. 70.  Lo decisivo para nosotros, los que nos confesamos discípulos de Jesús, no está en conocer su vida comprometida con los pobres. Lo realmente decisivo está en seguirle hoy, recorriendo ese mismo camino. Lo dice de forma sugerente Crossan en su hermoso diálogo imaginario con el Jesús histórico:

“-He leído tu libro, Dominic, y me parece bastante bueno. ¿Y qué? ¿Estás ya listo para vivir tu vida  conforme a mi visión de las cosas y para unirte a mi programa?

-No creo que tenga valor suficiente, Jesús, pero la descripción que de ti hacía en él era bastante buena, ¿no te parece?...

-Gracias, Dominic, por no falsificar mi mensaje para adecuarlo a tus incapacidades. Eso ya es algo.

-¿No es bastante?

-No, Dominic, no es bastante” (Cf. Jesús:biografía...op. cit., p. 16).

[55]Cff. H. Küng, Ser cristiano, Ed. Cristiandad, Madrid, 1977, p. 337.


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