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Documentos - Nº 6 - Abril 2003

  "En esto
   conocerán
   todos que sois
   mis discípulos,
   en que os amáis
   unos a otros."

          
Juan 13, 35

 

Visita del Papa
a España

 

"TESTIMONIAD CON VUESTRA VIDA QUE LAS IDEAS NO SE IMPONEN, SINO QUE SE PROPONEN"

Discurso del Papa en la vigilia con los jóvenes en Cuatro Vientos
AGENCIA ZENIT, 03//05/03
MADRID.

1. Conducidos de la mano de la Virgen María y acompañados por el ejemplo y la intercesión de los nuevos Santos, hemos recorrido en la oración diversos momentos de la vida de Jesús. El Rosario, en efecto, en su sencillez y profundidad, es un verdadero compendio del Evangelio y conduce al corazón mismo del mensaje cristiano: «Tanto amó Dios al mundo que dió a su Hijo único, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16). María, además de ser la Madre cercana, discreta y comprensiva, es la mejor Maestra para llegar al conocimiento de la verdad a través de la contemplación. El drama de la cultura actual es la falta de interioridad, la ausencia de contemplación. Sin interioridad la cultura carece de entrañas, es como un cuerpo que no ha encontrado todavía su alma. ¿De qué es capaz la humanidad sin interioridad? Lamentablemente, conocemos muy bien la respuesta. Cuando falta el espíritu contemplativo no se defiende la vida y se degenera todo lo humano. Sin interioridad el hombre moderno pone en peligro su misma integridad.

2. Queridos jóvenes, os invito a formar parte de la «Escuela de la Virgen María». Ella es modelo insuperable de contemplación y ejemplo admirable de interioridad fecunda, gozosa y enriquecedora. Ella os enseñará a no separar nunca la acción de la contemplación, así contribuiréis mejor a hacer realidad un gran sueño: el nacimiento de la nueva Europa del espíritu. Una Europa fiel a sus raíces cristianas, no encerrada en sí misma sino abierta al diálogo y a la colaboración con los demás pueblos de la tierra; una Europa consciente de estar llamada a ser faro de civilización y estímulo de progreso para el mundo, decidida a aunar sus esfuerzos y su creatividad al servicio de la paz y de la solidaridad entre los pueblos.

3. Amados jóvenes, sabéis bien cuánto me preocupa la paz en el mundo. La espiral de la violencia, el terrorismo y la guerra provoca, todavía en nuestros días, odio y muerte. La paz --lo sabemos-- es ante todo un don de lo Alto que debemos pedir con insistencia y que, además, debemos construir entre todos mediante una profunda conversión interior. Por eso, hoy quiero comprometeros a ser operadores y artífices de paz. Responded a la violencia ciega y al odio inhumano con el poder fascinante del amor. Venced la enemistad con la fuerza del perdón. Manteneos lejos de toda forma de nacionalismo exasperado, de racismo y de intolerancia. Testimoniad con vuestra vida que las ideas no se imponen, sino que se proponen. ¡Nunca os dejéis desalentar por el mal! Para ello necesitáis la ayuda de la oración y el consuelo que brota de una amistad íntima con Cristo. Sólo así, viviendo la experiencia del amor de Dios e irradiando la fraternidad evangélica, podréis ser los constructores de un mundo mejor, auténticos hombres y mujeres pacíficos y pacificadores.

4. Mañana tendré la dicha de proclamar cinco nuevos santos, hijos e hijas de esta noble Nación y de esta Iglesia. Ellos «fueron jóvenes como vosotros, llenos de energía, ilusión y ganas de vivir. El encuentro con Cristo transformó sus vidas (...) Por eso, fueron capaces de arrastrar a otros jóvenes, amigos suyos, y de crear obras de oración, evangelización y caridad que aún perduran» (Mensaje de los Obispos españoles con ocasión del viaje del Santo Padre, 4). Queridos jóvenes, ¡id con confianza al encuentro de Jesús! y, como los nuevos santos, ¡no tengáis miedo de hablar de Él! pues Cristo es la respuesta verdadera a todas las preguntas sobre el hombre y su destino. Es preciso que vosotros jóvenes os convirtáis en apóstoles de vuestros coetáneos. Sé muy bien que esto no es fácil. Muchas veces tendréis la tentación de decir como el profeta Jeremías: «¡Ah, Señor! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho» (Jr 1,6). No os desaniméis, porque no estáis solos: el Señor nunca dejará de acompañaros, con su gracia y el don de su Espíritu.

5. Esta presencia fiel del Señor os hace capaces de asumir el compromiso de la nueva evangelización, a la que todos los hijos de la Iglesia están llamados. Es una tarea de todos. En ella los laicos tienen un papel protagonista, especialmente los matrimonios y las familias cristianas; sin embargo, la evangelización requiere hoy con urgencia sacerdotes y personas consagradas. Ésta es la razón por la que deseo decir a cada uno de vosotros, jóvenes: si sientes la llamada de Dios que te dice: «¡Sígueme!» (Mc 2,14; Lc 5,27), no la acalles. Sé generoso, responde como María ofreciendo a Dios el sí gozoso de tu persona y de tu vida. Os doy mi testimonio: yo fui ordenado sacerdote cuando tenía 26 años. Desde entonces han pasado 56. Al volver la mirada atrás y recordar estos años de mi vida, os puedo asegurar que vale la pena dedicarse a la causa de Cristo y, por amor a Él, consagrarse al servicio del hombre. ¡Merece la pena dar la vida por el Evangelio y por los hermanos!

6. Al concluir mis palabras quiero invocar a María, la estrella luminosa que anuncia el despuntar del Sol que nace de lo Alto, Jesucristo: ¡Dios te salve, María, llena de gracia! Esta noche te pido por los jóvenes de España, jóvenes llenos de sueños y esperanzas. Ellos son los centinelas del mañana, el pueblo de las bienaventuranzas; son la esperanza viva de la Iglesia y del Papa. Santa María, Madre de los jóvenes, intercede para que sean testigos de Cristo Resucitado, apóstoles humildes y valientes del tercer milenio, heraldos generosos del Evangelio. Santa María, Virgen Inmaculada, reza con nosotros, reza por nosotros. Amén.


ABC, 5 de mayo de 2003
 

EL SILENCIOSO GRITO DE LOS SANTOS

PEDRO MIGUEL LAMET

A los santos nunca les han gustado las multitudes, ni ser protagonistas de nada. Por eso resultaba una extraña paradoja verlos ayer, presidiendo, desde gigantescos posters, la madrileña plaza de Colón, ante el increíble espectáculo del Papa y toda España, sus Reyes, su Gobierno y una muchedumbre pendientes de sus rostros. Madrid era una fiesta por ellos, cuando ellos, los cinco nuevos santos, siempre fueron gente olvidada, amiga del barrio donde viven los pobres, del olor de los hospitales, de los bohíos de los marginados, de la gente solitaria y del silencio de la meditación. Parecía un contrasentido que nuestra secularizada, consumista España del bienestar, la que detiene en el Estrecho a los subsaharianos, la que apoya a una guerra unilateral y se apunta al capitalismo salvaje del neoliberalismo, latiera ayer en el corazón del país con estos pobres de Jesucristo.

Pero Juan Pablo II ya había apuntado hacia esas dianas en su encuentro del sábado. Era de esperar que, tratándose de una homilía y por tanto dentro de una misa, en Colón su mensaje fuera más religioso, más centrado en el tema que le convocaba: la santidad.

El núcleo de su pensamiento responde a una clara directriz de su pontificado: el de la identidad cristiana. Cuando vino por primera vez a España, que acababa de votar socialista y apenas estábamos estrenando libertad y flamante aconfesionalidad del Estado, sus relaciones con el cardenal Tarancón, autor del «desenganche» de la Iglesia, fueron tensas. Desde sus tiempos de Polonia veía a España como un referente católico comparable al de su país. Pero nuestro país ya era distinto, como por cierto lo es también ahora el suyo. Como los niños que salen del colegio, estrenábamos libertad y laicidad, quizás con el exceso que acarrea todo rechazo. Estaba muy cerca aún el nacionalcatolicismo. Aunque en la homilía de ayer, ante el mismo Rouco hoy arzobispo de Madrid, el Papa ha vuelto a repetir sus palabras de Compostela -«¡La fe cristiana y católica constituye la identidad del pueblo español!»-, su mensaje no es ya de reconquista, de vuelta a una nueva cristiandad. Ayer puso el acento en la fuerza del testimonio, porque como dijo el sábado «las ideas no se imponen, se ofrecen».

Como a los discípulos encerrados y amedrentados en Pascua, que «aún no se atreven a mostrarse en público», pide a los españoles valentía para evangelizar, interpelados por los ejemplos de esas cinco figuras que se movieron en el submundo del dolor, la soledad, la desesperanza y el miedo. Los cinco vivieron a esa franja histórica de unos convulsos comienzos de siglo, zarandeados por la alternancia política y la injusticia, desastres que desembocarían en el horror de la fratricida guerra civil. En aquel caos sus armas fueron sencillas. Poveda esgrimió la cultura y la pedagogía. Rubio su ignaciana búsqueda de la voluntad de Dios, que le comprometió sobre todo con los más pobres. Genoveva, repartiendo amor y compañía a pequeños y solitarios. Ángela, bajando hasta las cuevas más recónditas de los que sufren, y Maravillas, hundiéndose en el misterio del silencio contemplativo.

Mientras comenzaban a vomitar fuego los fusiles y en este país comenzaba a sangrar la herida que nos dividía en dos, ellos se limitaron a dar el revolucionario testimonio que llevó a Jesús a la cruz: amar gratuitamente. Esa España «evangelizada y evangelizadora», que da ejemplo desde abajo es la que el anciano Papa añoraba ayer.

Interpreto que, cuando el Papa nos pide que seamos fieles a nuestras raíces cristianas, no quiere una repetición del pasado, que por otra parte, dado el carácter evolutivo de la historia, es imposible. Ni los tiempos de la Reconquista, ni los de Santiago matamoros, ni Isabel la católica y mucho menos la confesionalidad del Estado pueden estar hoy en la mente del Pontífice. Lo que pide es testigos, gente con «una adhesión inquebrantable a Cristo crucificado y resucitado y el propósito de imitarlo». En una palabra, España necesita santos. No santos de peana ni aureola, sino gente que en este laberinto de la globalización y en la gélida soledad de una era tan intercomunicada, sepa no sólo poner la mano en el hombro, sino dar trigo y sobre todo curar las heridas provocadas por una nueva injusticia y marginación.

En sus palabras improvisadas Juan Pablo II dio carácter global a esta misión de los católicos españoles, al referirse a una «vocación de construir Europa y de solidaridad con el resto del mundo». ¿No hay aquí una llamada de atención a un país que, centrado en la sociedad del bienestar, se mira demasiado al ombligo? ¿No es un reto en la plaza misma del Descubrimiento? Al concluir diciendo que se iba contento a Roma, me pareció creer en un sueño casi imposible: que aquella ululante multitud callaba y comenzaba a mirar hacia dentro, allí donde se escucha el silencioso grito de los santos.


 

SOBRE LA VISITA DEL SANTO PADRE A MADRID

Comunicado del Forum Joan Alsina

 

FORUM JOAN ALSINA, 05/05/03

GIRONA.

Tras la visita del Santo Padre al Estado Español, expresamos los sentimientos que ha despertado en nosotros, miembros del Forum Joan  Alsina.

Nos duele profundamente por la  imagen de la Iglesia que proyecta y afianza en mucha gente: aparece como institución que busca y se complace en la relación con los poderosos y pasa por alto los pobres y los marginados, presenta con demasiado énfasis un modelo de comunidad y de santidad piramidal y clericalizada.

Nos duele profundamente la manipulación de la figura del Papa por parte de los organizadores del viaje, que lo han puesto al servicio de una visión deformada de la realidad de la Iglesia.

Nos duele profundamente la contradicción evidente entre el objetivo proclamado como pastoral y realizado como visita de un jefe de estado, con todas las servidumbres que ello comporta.

Nos duele profundamente que, habiendo condenado el Papa claramente en reiteradas ocasiones las guerras preventivas y de toda clase, en esta ocasión no haya hecho ninguna referencia explícita, y  más aún cuando la gente de base se ha manifestado con tanto entusiasmo contra la política belicista del gobierno.

Nos duele profundamente la condena explícita de los nacionalismos ni que sean exacerbados, por la coincidencia demasiada evidente con el lenguaje y las propuestas de partidos políticos concretos.

Nos duele profundamente la apariencia de culto a la personalidad que incluyen este tipo de viajes y de concentraciones masivas tan alejadas del estilo evangélico.

 


 

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