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Evangelización - Nº 6 - Abril 2003

  "En esto
   conocerán
   todos que sois
   mis discípulos,
   en que os amáis
   unos a otros."

          
Juan 13, 35

 

Yo nací con televisión

Bertrand Ouellet

Bertrand Ouellet, Director General de «Communications et societé» (Canadá), y miembro del Comité Organizador del Congreso de Monterrey (México): «Hacia una red humana de respuestas y ayuda»

Traducción SOI

No conocí la vida sin ella. Se ha dicho que, a causa de esto, mi generación era muy distinta a la de mis padres y que nosotros no vemos el mundo como ellos lo ven, que vivimos distinto, e incluso pensamos de otro modo. Durante los años setenta y ochenta se insistió mucho en la Iglesia sobre la importancia de integrarse en la nueva cultura mediática que surgía de la televisión y las telecomunicaciones. Mi generación puso manos a la obra. Por ello ahora me parece que me convierto en los odres viejos de los que hablaba Jesús. Porque debo decirles que estamos siendo superados por una generación «Internet» que es, al menos, tan diferente de nosotros como nosotros lo fuimos de nuestros padres.

Hace ya unos veinte años que la computadora personal invadió nuestras vidas. De hecho fue en enero de 1983 cuando la revista americana Time la catalogó como «personalidad del año« («The Machine of the Year», se veía en la portada del 3 de enero de 1983). Siguieron los juegos interactivos, después de los viejos PacMan y de otros Nintendo. Y la «web» –el «Internet para todos»– tiene más o menos ocho años. Esto quiere decir que los jóvenes adultos y los adolescentes no conocieron la vida sin ellos. Como yo y la televisión.

Internet, las web, los videojuegos y la computadora personal son más que herramientas o medios de comunicación; son a la vez causa y manifestación de una nueva cultura fundada sobre la información personalizada e interactiva. Para quienes han nacido en esta cultura, ésta es tan familiar como la lengua materna: uno no la usa solamente para comunicar, sino también para pensar. Pero son raras las personas que logran aprender una segunda lengua en edad adulta con la misma eficacia que la lengua materna: se nos queda siempre un acento y hemos de esforzarnos para hablarla.

Este es el verdadero desafío que nos plantea la cultura de Internet. Para anunciar el Evangelio es necesario hablar la lengua de nuestros interlocutores. Juan Pablo II lo había expresado muy claramente ya en 1990 (en la «prehistoria de Internet») cuando se refirió a la importancia de los medios en la misión, en su Encíclica Redemptoris Missio: «No basta, pues, usarlos para difundir el mensaje cristiano y el Magisterio de la Iglesia, sino que conviene integrar el mensaje mismo en esta «nueva cultura» creada por la comunicación moderna. Es un problema complejo, ya que esta cultura nace, aun antes que de los contenidos, del hecho mismo de que existen nuevos modos de comunicar con nuevos lenguajes, nuevas técnicas, nuevos comportamientos psicológicos. Mi predecesor Pablo VI decía que «la ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo»; y el campo de la comunicación actual confirma plenamente este juicio.» 37).

No tenemos elección: o aprendemos a hablar la lengua de la nueva cultura (para «inculturarnos») o bien nos resignamos a necesitar un intérprete y a permanecer para siempre como extranjeros.

La Iglesia no se encuentra en su primera inculturación ni en su primer cambio de civilización. Dos mil años son muy largos. Pero esta experiencia milenaria es también una herencia donde encontramos a veces tesoros olvidados y descuidados. Es, creo, el caso del momento actual. La cultura que está tomando forma bajo nuestros ojos –la cultura de Internet y de la información interactiva– podría revelarse más receptiva de lo que uno cree, al lenguaje natural de la experiencia cristiana. Sin saberlo tenemos en la mano muchas teclas. Se trata de tocarlas con acierto.

. La era del zap y del clic

Cuando una emisión no me gusta o me irrita un anuncio publicitario, cuando una animadora me enerva o cuando un periodista alardea de incompetencia, hago zapping. Llego a pasearme por veinte, treinta, cincuenta canales, y puedo llegar a la conclusión de que «no hay nada bueno en la televisión». En Internet el clic es la regla: clico aquí o allá, de hipervínculo en hipervínculo, y puedo llegar incluso a olvidar por dónde he pasado o qué buscaba cuando empecé la sesión.

El zap y el clic nos han devuelto el control. Yo «zappeo». Yo clico. Yo elijo. Yo decido. Yo busco. Yo planteo la pregunta. Pero también yo rehúso, yo rechazo, yo corto, yo borro. Nos parece fácil exigir, siempre y en todo, una información y respuestas a medida, que respondan exactamente a nuestras expectativas y necesidades. Los comerciantes lo han comprendido: todo se especializa, se aumenta, se ajusta a los diversos perfiles de los posibles clientes.

Todo esto tendrá consecuencias en nuestras expectativas sobre la enseñanza, la democracia, la autoridad, la pastoral. En la era del zap y del clic, la única palabra creíble es la que corresponde a lo que es pertinente o interesante para quien la oye. No sirve de nada adelantarse a responder a quien todavía no ha preguntado, pero cuando llegan las preguntas, ¡hay que dar respuestas tan rápidas como las da Internet: a la velocidad del clic!

En la Iglesia hemos de revalorizar un modelo tan antiguo como nuestros orígenes. Al igual que Jesús por el camino de Emaús (Lc 24), hay que encender los corazones hasta que surge la invitación: «Quédate con nosotros». Como Felipe con el funcionario etíope en su carro (Hch 8), debemos «caminar-con», acompañar, ser paciente, hasta que surge la pregunta: «¿Qué impide que sea bautizado?» Como Pedro en Pentecostés (Hch 2), hay que tocar, conmover, y estar listos para responder a la pregunta cuando ésta emerge: «¿Hermanos, qué debemos hacer?» La era de Internet, del zap y del clic, es la era de la escucha, del acompañamiento y del despertar espiritual.

. La era del chat y del ratón

Los ratones hoy en día son inseparables del ordenador y ya no tienen miedo a los gatos (juego de palabras en francés: «chat» quiere decir gato. N del T.), esas conversaciones que nuestros jóvenes y menos jóvenes eternizan en Internet.

Uno no sólo busca información, la produce. La web es un lugar donde la información es interactiva y cambiante. Si encuentro un error, puedo señalarlo y la corrección se hará rápidamente. Los documentos evolucionan. Los sitios se actualizan. No podemos decir como Pilato que «lo escrito, escrito está»: mañana lo escrito será diferente. El concepto de archivo está cambiando dramáticamente. Cuando uno se abona a una revista clásica, puede conservar los números y consultarlos a voluntad. Imposible volver a una versión precedente en un sitio de Internet: el pasado se borra a medida que se escribe el presente, y el futuro sólo se conocerá a sí mismo.

¡Qué desafío para la Iglesia, habituada a comunicarse a través de documentos y declaraciones! ¡Qué desfasada queda toda lectura fundamentalista de la Escritura! Felizmente hemos recordado, desde hace una generación, que la Iglesia precedió a la redacción de los Evangelios; como decían recientemente los obispos de Francia, la Biblia no es la Palabra de Dios: ella es el sacramento de la Palabra. La Palabra de Dios es el Verbo, Cristo.

La era del chat y del ratón es la era en que la vida precede a lo escrito, la experiencia es antes que las declaraciones. Juan Pablo II ha entendido muy bien esto y lo expresaba en su admirable carta Novo Millennio Ineunte. Toda la parte de inicio, escrita en primera persona, relata su experiencia personal del Gran Jubileo: las emociones que sintió, los recuerdos que lo marcaron, los encuentros sobre los que vuelve a pensar, las personas que vio desfilar bajo su ventana. Y sobre esta experiencia funda su enseñanza posterior. Para leer y meditar. Y para imitar.

. La era del hipervínculo y del multimedia

Cuando uno descubre un tema consultando Internet, rara vez se comienza por el principio. Uno va aquí y allá, clica sobre este o aquel vínculo, lee esto y aquello... y termina por hacerse una idea. Los conceptos se aclaran poco a poco y uno encuentra a veces al final lo que habría deseado saber al principio. Las ideas se organizan por asociaciones, por vínculos, clicando sobre ésta o aquella palabra subrayada, se desemboca en otro lado y uno aprende todo lo que se puede saber sobre esa palabra, llegando a olvidar a veces el tema por el que empezó. ¡Qué revolución para quien todo lo aprendió en los libros! Con Internet y los documentos interactivos uno aprende por contactos sucesivos. Se descubre un tema como se aprende a apreciar una música, una película o una obra de arte: poco a poco y volviendo sobre él.

Los jóvenes que crecen con Internet, ¿pensarán como nosotros? ¿Organizarán sus ideas como nosotros? ¿Las expresarán en el mismo orden que nosotros? Lo veremos, pero podemos ya intuir que será muy distinto. La lógica de la asociación y de la similitud tendrá precedencia sobre la lógica secuencial de los libros y los impresos. Y más aún, los hipervínculos conducen con frecuencia a documentos sonoros, a imágenes, a ver video-clips o experiencias de realidad virtual o telepresencia. Consultar un documento ya no significa necesariamente «leer». Un documento será cada vez más una experiencia multimediática en la que uno se sumerge.

La era del hipervínculo y del multimedia es la era del conocimiento por experiencia y empatía. Es la era de las atmósferas, las vibraciones y los símbolos. Es un terreno adecuado para el lenguaje de la experiencia religiosa, para la poesía y la evocación, más que para la prosa y la disertación. Los grandes símbolos y rituales de las tradiciones litúrgicas quizá encontrarán un terreno fértil: la luz y las tinieblas, el fuego y el incienso, el agua y las libaciones, la música y el silencio, el pan y el vino, las unciones, las aspersiones, los iconos y los vitrales, las letanías, la salmodia, la imposición de manos y las bendiciones. Todo ello nos sumerge en un lenguaje común a toda la humanidad, muy profundamente enraizado desde el punto de vista antropológico. Quizá sea un lenguaje particularmente adecuado para hablar a un mundo que se transforma ante nuestros ojos... y dentro de nuestras pantallas.

En su mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, el Santo Padre compara Internet y el ciberespacio con las nuevas tierras que los cristianos de otros tiempos exploraron, e invoca para la Iglesia «el espíritu de aventura que caracterizó a esos grandes períodos de cambio». ¡Así pues, aventurémonos a zapear y clicar!

 


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