Los
atentados terroristas del 11 de septiembre obligan a reflexionar sobre las
religiones en el siglo XXI desde nuevas claves y a replantear su papel en el
mundo actual, sobre todo en el contexto de la globalización, para superar
etapas anteriores de guerra y confrontación, abrir caminos de diálogo
interreligioso y asumir las responsabilidades que les corresponden como
instituciones relevantes y significativas en la configuración de un nuevo
orden internacional basado en la igualdad, la justicia y la libertad. Se
trata, en definitiva, de poner la bases para una ecumene
de las religiones[1],
sin que ello signifique eliminar las diferencias entre ellas –ya que en las
diferencias radica la riqueza- ni reducirlas a uniformidad o llegar a un
sincretismo. En la construcción de esa ecumene
hay que huir del peligro de presentar las religiones como modelos
acabados de perfección, porque eso supondría incurrir en un idealismo subido
de tono que se dan de bruces con la realidad. Debe evitarse igualmente su
demonización. Es necesario moverse en la dialéctica de las religiones. A la
crítica moderna de la religión, tan certera en muchas interpelaciones, le ha
podido pasar, como ya observara el filósofo alemán Ernst Bloch, que ha
arrojado al niño junto con el agua sucia de la bañera, es decir, ha
subrayado los aspectos negativos de las religiones y no ha ha sabido valorar
sus potencialidades emancipatorias.
En este artículo, nuestro intento es analizar las alternativas que
pueden presentar las religiones al inicio de este nuevo milenio. Sostenemos
que las religiones no pueden asistir como espectadoras pasivas al actual fenómeno
de la globalización neoliberal. Ni pueden mostrarse neutrales ante las
consecuencias negativas que dicho fenómeno tiene en nuestras vidas y, sobre
todo, en la vida de los pueblos, de las naciones y de los continentes más
empobrecidos a causa de las políticas neoliberales. La neutralidad supondría
legitimar, al menos por omisión, el rumbo excluyente e insolidario que está
tomando la globalización hoy. Sus propios principios fundacionales, su
sensiblidad humanitaria y su inspiración ética impulsan a las religiones a
implicarse activamente tanto en el ámbito religioso y teológico como en el
político y económico, apoyando una globalización alternativa,
la de la solidaridad, que es la mejor traducción del universalismo
que las caracteriza.
Sin embargo, creemos necesario que para responder con rigor a todo lo
que ahora acabamos de señalar, es urgente que las religiones tomen en serio
el legado que nos ha dejado la Modernidad, como
también el suficiente análisis crítico que requiere el periodo
postmoderno que estamos viviendo. Este es el objetivo de análisis que nos
proponemos en el primer apartado de este estudio.
En un segundo punto queremos afrontar el problema del sufrimiento y del
mal, pues las religiones no pueden dejar de ser sensibles ante este fenómeno
que es uno de los signos de los tiempos que esta exigiendo una respuesta
objetiva y profunda.
En el tercer apartado afrontamos algunos paradigmas o modelos que han
caracterizado la actitud del cristianismo y de la Iglesia frente a las otras
religiones y al final presentamos las alternativas que pueden ofrecer las
religiones en el mundo actual. 1.
Las religiones frente a los desafíos de la Modernidad y la
Postmodernidad
En un texto del año 1784 titulado ¿Qué
es la Ilustración?[2],
el filósofo alemán Immanuel Kant lanzaba su famosa sentencia: Sapere
aude[3]
(atrévete a saber). En este artículo breve, el autor de la Crítica
de la razón pura considera la adquisición de autonomía de la razón,
sobre todo contra el principio de autoridad de la Iglesia, como una de las
consecuencias más importantes de este período. Con
otras palabras diremos que la Ilustración es la salida del hombre de su minoría
de edad. La verdad no se puede fundamentar por algo que viene de fuera de este
mundo, o que otros nos digan. Lo que se pueda saber no es porque otros me lo
dicen, o por algo que está fuera de este mundo que nos dicta las verdades de
lo que hay que creer y saber, sino que lo verifico desde la razón, desde mi
propia audacia por saber que es así y lo demuestro con la razón. La sociedad
anclada en un teocentrismo ha
vivido en un estado infantil. Ahora será la razón y la ciencia la que
sustituirán a la religión.
Este espíritu que ha caracterizado a la Modernidad, ha exigido a que
las religiones verifiquen y
tengan en consideración con qué hombre tienen que dialogar a partir
de ahora. No en vano un teólogo lúcido como Dietrich Bonhöffer, ante el espíritu
de la Modernidad, se cuestionara: ¿cómo hablar de Dios en un mundo adulto?[4].
Desde nuestra perspectiva, ¿no es positivo también liberar
la fe y la religión de un
cierto estado infantil? Pensar sólo que tenemos que creer porque así está
escrito, y porque me lo han dicho y lo dice el líder de turno sin verificarlo
con un rigor científico, ¿no nos puede llevar al fanatismo y a un fideísmo?[5]
Me atrevería a afirmar que el mayor desafío para las religiones no es la
increencia, sino los integrismos y los fundamentalismos. Y ahondando aún más
diría que el ateísmo presente en muchos que se consideran creyentes, es un
aspecto a tener muy en serio. Un ejemplo claro de este aspecto es la
religiosidad de jefes y guías
religiosos en la época de Jesús. Creían en una religión, con un dios hecho
a medida de sus intereses.
Volviendo al problema de los fundamentalismos reitero de nuevo que es
el mayor enemigo del hecho religioso, y es uno de las causas de la increencia
y del ateísmo. Es el que más aleja a la religión de su sentido más genuino
y profundo. Todo ello porque lleva a la religión a ser instrumento de opresión
y persecución en nombre de Dios. Y sabemos que si las religiones tienen un
sentido en este mundo es para dignificar y respetar a la persona. Pero sobre
todo la religión nos tiene que hacer verdaderamente humanos. Los
fundamentalismos e integrismos tienden a eliminar al otro que no piensa como
yo, porque consideran que los demás están en el error[6].
Esta mentalidad es la que caracteriza a las sectas y grupos sectarios.
La Modernidad, al tratar de verificar todo desde la razón, desde análisis
histórico ha llevado a una nueva lectura e interpretación de los textos
sagrados. Hemos aprendido a leer los designios de Dios desde la historia, y de
un Dios que camina en la historia. Con todo lo que ésta tiene de positivo y
contradictorio.
Pues bien, lo que está escrito no es porque Dios lo haya dictado con
puntos y comas a unas personas o a un hombre, sino que es fruto de una
experiencia del hombre que ha tenido del Dios que se manifiesta en el mundo,
en contextos y culturas diversas. En este sentido los métodos de la exégesis
bíblica nos han ayudado a comprender que la Biblia es fruto de una
experiencia que los hombres han tenido del Dios de Jesús, que transformó sus
vidas. Esta experiencia es vivida en diversos contextos, culturas y
mentalidades diversas. Por eso el lenguaje y la forma de transmitir el mensaje
de Jesús sea distinta en Marcos, Mateo, Lucas y Juan. Si no se somete a un análisis
cultural, lingüístico, histórico y contextual, la Escrituras nos pueden
parecer contradictorias. Es el error que cometen los musulmanes cuando
critican que los Evangelios han sido manipulados, pues en ellos ven
contradicciones. Por ejemplo cuando el evangelista Juan nos da a entender que
la vida pública de Jesús duró no más de tres años, y en los Sinópticos
se insinúa que la vida de Jesús duró un año y medio. Los musulmanes creen
que los evangelios han sido manipulados porque ellos entienden que Dios es el
único que dictó las Escrituras, y no lo hombres. Por
desgracia también entre muchos cristianos existe esta forma literal y estática
de interpretar la Biblia, sin someterla a un análisis científico. Y este es
el paso que aún no han dado los musulmanes con el Corán.
Así pues la Religión no puede cerrarse a la Modernidad, sino que nos
ayuda a comprender que nuestra fe es histórica y que la religión no está en
contra de la ciencia y la razón. Cuando
la razón se instrumentaliza
Ahora bien el absolutizar la razón conlleva algunos peligros que vamos
a analizar, al igual que la Modernidad demostró bien pronto sus límites,
como lo vio muy bien Hegel. El absolutizar la razón puede llevar a los
siguientes extremos: a)
A no ver los aspectos paradójicos del ser humano, es decir a percatarse que
el hombre es un misterio para sí mismo, y que hay aspectos del mundo y de
nuestro ser que no comprendemos con la sola razón. “Olvidando esta dimensión
de la paradoja de la existencia humana tenemos que el hombre está envuelto en
una contradicción”[7]
( esta es la crítica que se puede hacer a Nietzsche desde el pensamiento del
filósofo danés Soren Kierkegaard). Otro
filósofo que captó esta realidad fue Blas Pascal, que aún siendo muy
racional, gran matemático, se dió cuenta de que “el corazón tiene razones
que la razón desconoce”[8].
b)
Otro aspecto que la Modernidad no vió fue que la razón cuando se absolutiza
produce monstruos, como reza el cuadro de Goya. Es más, ha llevado a una
profunda decepción, de desencanto ante las grandes utopías. La “barberie
de este siglo” (E. Hobsbawn) las ha desmentido y desacreditado. Estos
límites fueron muy bien analizados por los filósofos alemanes de la escuela
de Frankfurt, Max Horkheimer y Adorno en su obra La
dialéctica de la Ilustración[9].
Critican la
razón instrumental que sirve
sólo para dominar y que se olvida de la razón compasiva, que lucha
por estar al lado de las víctimas y los excluidos.
No en vano afirmaba Adorno, que después de lo vivido en el campo de
concentración de Auschwitz, la cultura era solo basura. La
ciencia al poner al hombre como
el absoluto del universo y de la historia ha llevado no sólo a la muerte de
Dios, sino también del hombre. Y por eso me atrevo a decir que si la teodicea
se cuestiona ¿existe Dios ante tanto mal?, ahora desde la antropodicea hay
que preguntarse: ¿existe de verdad la especie humana ante tanta barbarie? La
Postmodernidad y la vuelta a lo religioso
Si
la Modernidad se vio en la necesidad de negar a Dios para afirmar el futuro
del hombre, la Postmodernidad parece haber descubierto que no hay futuro
humano sin Dios[10].
Pero en esta vuelta a Dios, y que sin él no hay futuro ¿qué se esconde detrás?
¿ para quién se quiere que se tenga futuro con ese Dios? ¿para las víctimas
o los vencedores? La cuestión central es: ¿qué Dios tiene futuro? Quiero
responder a esta pregunta con un pensamiento de Horkheimer. Una vez le
preguntaron que entendía por teología y cuál era su función en la
sociedad. Esta fue su respuesta: “Teología significa la conciencia de que
este mundo es un fenómeno, que no es la verdad absoluta, que no es lo último.
Teología es la esperanza de que la injusticia que atraviesa este mundo no sea
lo último, que no tiene la última palabra. Teología es la expresión de un
anhelo, del anhelo de que el verdugo no triunfe sobre la víctima inocente”[11]. Las
religiones, pues, si quieren aportar su sentido y significado más genuino es
no ser instrumentos de poder, violencia y guerra, a causa de los
fundamentalismos. Tienen que apostar por el hombre, y por una razón
compasiva. Las religiones deben recuperar el valor de la memoria, que es una
de las aportaciones más importantes del judaísmo a la cultura universal. Esa
cultura de compasión
es la que tienen que demostrar las grandes religiones como
respuesta al desafío de la
increencia y al fenómeno de la globalización que excluye a los más pobres.
Y a su vez deseo concluir con este pensamiento del teólogo Juan José
Sánchez Bernal: “La actual crisis postmoderna, donde revindica a Dios para
asegurar su futuro, no tiene sentido si no toma en serio la historia de un
Dios diferente, débil, sin poder, que en su debilidad e impotencia, abre un
horizonte verdaderamente humano y un futuro nuevo, no parcial y por eso engañoso,
sino verdaderamente universal, un futuro para todos”[12]. 2.
Las religiones y el problema del mal
Otro gran desafío a las religiones - y que está unido a lo que hemos
desarrollado al final del primer apartado- es el
problema del mal y el
sufrimiento..
Según el humanismo ateo, Dios no puede existir porque existe el mal,
el dolor de los inocentes, el sufrimiento absurdo, y ante esta realidad cómo
Dios puede permanecer pasivo ante tal situación[13].
Siguiendo a Stendhal podemos decir que “la única excusa de Dios, es que no
existe”[14].
Esta es la postura de Voltaire que ante el terremoto de Lisboa en 1757 puso en
duda la bondad de Dios. Ante tanto sufrimiento injusto es imposible que exista
Dios.
Pero desde el pensamiento de René Girard, a partir de su lectura
antropológica de la historia, del origen de la religión y de la Biblia, nos
ha puesto en alerta para no usar la religión como un instrumento donde se
sacraliza a las víctimas, a las que primero las eliminamos, las hacemos
culpables a causa de nuestro deseo mimético, de reconciliación falsa, y
luego las sacralizamos para seguir en una espiral donde los que están arriba
se mantengan en el poder[15].
Desde aquí comprendemos que el mal no está su origen en Dios, sino a
menudo que avanza la historia comprendemos que existe el sufrimiento porque
hay mucha omisión por parte de los hombres, y porque pudiendo poner el
remedio nos inclinamos por la neutralidad y la
apatía[16].
Dios en Jesús ha desenmascarado esa mentira, incluyendo a los
excluidos y demostrando que lo primero que miró no fue el pecado y la culpa
de los hombres sino el sufrimiento de aquellos que están tirados al borde del
camino. El mal se combate no con la neutralidad y la omisión , sino poniéndose
al lado de los que lo padecen (cfr. Lc 10, 29-37).
Desde el Budismo[17]
vemos que rechaza la perspectiva de un Dios creador del mundo que, si lo
fuera, sería responsable de los sufrimientos del universo. Siddaharta
Gautama, el Buda Sakyamuni no se pronunció sobre el tema Dios, como lo
plantea el ateo. Lo que preocupaba a Buda, y con él también los budistas, es
el sufrimiento y más precisamente la liberación del sufrimiento. Pero que
quede bien claro que los budistas no niegan la Realidad última. Esta Realidad
última pudo ser llamada Dios por algunos. Lo que se niega es a encerrarla en
categorías de pensamiento impropias de su naturaleza.
El judaísmo sostiene que ante el mal y el sufrimiento lo que plantea
un problema no es la existencia de Dios sino simplemente la
existencia. Como lo han preguntado muchos de los filósofos
(Heidegger): “¿Por qué es el ser y no más bien la nada?”[18].
Supongamos por un momento que Dios no existe; aceptemos la hipótesis del
ateo. ¿Qué nos queda? El universo con su maravillosa complejidad y sus ásperos
combates. Pero ¿de dónde viene? ¿de la nada absoluta? ¡Imposible! ¿Cómo
algo podría salir de la nada? En
el Islam, en donde su profeta Mahoma huérfano desde muy joven, recogido por
su abuelo y después por su tío, no olvidará esta infancia de huérfano
pobre, verá en ella una exhortación divina a la atención al pobre, que el
Corán convertirá en uno de los pilares de la religión musulmana. Citamos la
sura 93 donde se describe este hecho: “Juro por la mañana, por la noche,
cuando las tinieblas espesan, tu Señor no te ha olvidado, no te ha tomado
odio. La vida futura vale más para ti que la vida presente. Dios te concederá
bienes y quedarás satisfecho. ¿No eras huérfano y no te ha acogido? Te ha
hallado extraviado y te ha guiado. Te ha hallado pobre y te ha enriquecido. No
emplees la violencia con el huerfano. Guárdate de rechazar al mendigo. Cuenta
más bien los beneficios de tu Señor”.
Desde la postura atea, el filósofo Albert Camus quien a pesar de que
no vio claro el problema del mal afirmó con sensibilidad: “he decidido
colocarme del lado de las víctimas, en toda ocasión, para limitar los daños”[19]. 3.
Hacia un nuevo paradigma del diálogo interreligioso A
lo largo de estos últimos años en los que se ha venido esclareciendo la búsqueda
de una propia identidad de la Teología Fundamental, ha surgido como tema
central de esta disciplina teológica el diálogo con las otras religiones. Es
lo que estos últimos años se denomina como Teología
de las religiones[20]
o Teología
cristiana del pluralismo religioso como le gusta definir al teólogo
belga Jacques Dupuis[21].
Pues bien, en esta disciplina teológica se distingue cuatro paradigmas o
modelos que han marcado la relación del cristianismo con las otras religiones
y la forma de enjuiciar a estas. Nuestra intención es presentar en forma de síntesis
estos cuatro modelos.
El primero viene denominado como exclusivista
eclesiocéntrico que desde la fórmula de san Cipriano de Cartago
se ha caracterizado por el axioma extra
ecclesiam nulla salus. Es decir, fuera de la Iglesia no hay salvación.
Este axioma era aplicado a todos aquellos cristianos que habían roto la
unidad de la comunidad eclesial y se habían apartado de la Iglesia. Más
tarde esto se extendió a judíos, musulmanes y paganos pues se pensaba que el
mensaje de Cristo había llegado a toda la humanidad, y por lo tanto eran
culpables de no querer aceptar la verdadera religión.
Para ello basta recordar solamente aquel decreto del concilio de
Florencia en 1442:
“De
modo más firme sostenemos, y de ninguna manera dudamos, que no sólo todos
los paganos, sino también los judíos, y todos los herejes y cismáticos que
mueran fuera de la Iglesia Católica, irán al fuego eterno preparado para el
demonio y sus ángeles”[22]. Más
de quinientos años después el Concilio Vaticano II en tono más evangélico
y humano afirmaba:
“La
Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y
verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y vivir, los
preceptos y doctrinas, que, por más que discrepen en mucho de lo que ella
profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que
ilumina a todos los hombres. Por consiguiente, exhorta a sus hijos a que, con
prudencia y caridad, mediante el diàlogo y colaboración con los adeptos de
otras religiones, dando testimonio de la fe y la vida cristiana, reconozcan,
guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los
valores socio-culturales que en ellos existen” (Nostra Aetate 2)[23]. El segundo paradigma o modelo es el llamado exclusivista cristocéntrico cuyo mayor representante ha sido el teólogo protestante Karl Barth. Este teólogo estaba convencido que el cristianismo no era una religión pues es sólo revelación de Dios al hombre. Y esta es única verdad: la revelación de Dios a través de Jesucristo. Y por ser Jesús la revelación de Dios ha superado el resto de las religiones de forma definitiva y total. Las demás religiones son falsas porque son un intento de apoderarse de Dios por la mera búsqueda humana, en la que el ser humano quiere justificarse a sí mismo. Según Barth, sólo el cristianismo tiene, “con toda legitimidad, el derecho a ser religión misionera, es decir, a enfrentarse con todas las religiones para invitarlas, con una confianza absoluta en sí mismo, a convertirse de sus caminos y seguir el cristianismo”[24]. El tercero es el modelo o paradigma inclusivista (de matiz cristocéntrico-trinitario) que se presenta con la pretensión de hacer justicia tanto a la unidad de Jesucristo en el orden de la salvación como la voluntad salvífica universal de Dios. Este modelo es el que caracteriza a la visión de la Declaración Nostra Aetate (nn. 1 y 2) y otros documentos del Concilio Vaticano II (LG 16, GS 22, AG 10 y 9), y con algunas matizaciones posteriores en otras encíclicas y documentos hasta la Instrucción Dominus Iesu. Este modelo se podría resumir de este modo: Por un lado, Jesucristo es claramente afirmado como revelación definitiva de Dios y Salvador absoluto; por otro, queda abierta la puerta al reconocimiento sincero de manifestaciones divinas en la historia de la humanidad y en las diferentes culturas, y de elementos de gracia en el seno de otras tradiciones religiosas para la salvación de los miembros. Revelado de una vez para siempre en Cristo Jesús, Dios –y el misterio de Cristo- está de todos modos presente y en acción en las demás tradiciones religiosas. ¿Cómo? Es lo que debe aclarar una teología de las religiones. En este sentido creo que la Declaración Diálogo y anuncio[25] ya ha dado un respuesta en los números 28 y 29 afirmando que los miembros de dichas tradiciones reciben la salvación en Jesucristo, no a pesar de sus religiones, sino a través de la práctica de lo que es bueno en sus propias tradiciones religiosas, y siguiendo los dictámenes de su conciencia. Un cuarto modelo o paradigma es el llamado pluralista o teocéntrico liberal que sostiene que todas las religiones son diversos caminos de salvación. De forma muy resumida diremos que para este paradigma lo importante es Dios, y no la mediación de otros profetas o líderes religiosos. Lo que une a todas las religiones es la creencia en el Absoluto, en un Dios creador. Jesucristo viene reducido en este modolo a un profeta, a un mediador entre muchos otros. Pero decir que Jesús es el único camino, la verdad y el único Mediador entre Dios y los demás seres, iría en contra de las demás alianzas que Dios ha hecho a través de la historia. Uno de los mayores representantes de esta corriente teocéntrica es el teólogo John Hick[26]. En este modelo pluralista teocéntrico se concentra a su vez en un mayor compromiso de todas las religiones por la paz, por implantar la justicia y la lucha de la liberación de los pueblos oprimidos. No son los problemas dogmáticos lo que nos tienen que enfrentar, sino el compromiso por una ética mundial, en la que se respete la dignidad de todo ser humano. Pues lo más importante en el diálogo ecuménico interreligioso es el clima de confianza. Y sobre todo “no habrá paz entre las naciones sin paz entre las religiones, y no habrá paz entre las religiones sin diálogo de las religiones”[27]. ¿Qué pensar de estos cuatro paradigmas? ¿Son el único camino para un auténtico diálogo entre las religiones en esta era de la globalización? ¿Existe otra alternativa frente a este nuevo milenio? Personalmente siempre me ha llamado la atención la confesión personal que hace algunos años hacía el teólogo jesuita Raimon Pannikar, que su madre era católica y el padre hinduista: “Me fui a la India cristiano, me descubrí hindú y regresé buddhista, sin dejar en ningún momento de ser cristiano”[28]. La globalización es un proceso que también afecta a las religiones. Ninguna religión vive aislada y encerrada en sí misma. Cada una tiene que contar con que pronto vendrá uno de fuera, mientras que uno de dentro saldrá a un mundo totalmente distinto, para más tarde regresar de nuevo.
Es
de desear que –al igual que Pannikar que sin perder su identidad de teólogo
cristiano, supo asumir y aprender de las demás religiones- también los
hombres y mujeres que profesamos una creencia podamos vivir la auténtica
cultura de la alteridad y comunión para que hagamos un mundo más justo donde
abunde la paz. 4.
Alternativas de las religiones ante el nuevo milenio
Como
reflexión final presentamos algunas alternativas más importantes que las
religiones han de demostrar en este inicio del nuevo milenio[29]:
a)
En primer lugar han de recuperar el valor de la esperanza. Creo que no hay
expectativas de que el progreso inmanente genere la emancipación de la
humanidad, sino que, al contrario, se proclama el fracaso final y la
fragmentariedad de las realizaciones históricas. Por eso la esperanza
cristiana y de todas las religiones han de ser relativizadoras de las utopías
de liberación, ya que espera la redención final del don divino y no de la
lucha prometéica del hombre. No aceptan (especialmente el cristianismo) que
hayamos llegado al final de la historia, el de la economía de mercado que
proclaman la teorías neoliberales, ni es conciliable con un progreso
indefinido y siempre creciente. También rechaza una concepción cíclica de
la historia y el pesimismo de los
que proclaman un devenir sin meta final alguna. En lenguaje cristiano diremos
que el reino de Dios es el resultado de su intervención final en la historia,
aunque la construcción del reino sea tarea de la comunidad. Por eso, se
espera en Dios y se creen en su intervención final como un don, al mismo
tiempo que hay un compromiso intrahistórico, para construir el reino desde
los que más sufren. Se parte por eso no del sentido y la validez de lo
existente, sino del sufrimiento de tanta gente a la que hay que motivar y dar
esperanzas.
Por eso, en contra de Nietzsche, que aconseja olvidar lo que ya no
puede ser cambiado ni superado, el pasado de las víctimas permanece como
interrogante y pregunta que exige una respuesta. b)
Las sociedades modernas no rechazan la religión, sino que la confinan al ámbito
privado de la persona en cuanto fuente de los criterios morales y como refugio
ante la dureza de la vida.
Esta privatización de la religión se acompaña de una presencia pública
basada en servicios religiosos, en la custodia de la tradición folklórico
cultural, en la vigencia de ritos, fiestas, ceremonias y tradiciones que
ofrecen raíces de la identidad colectiva. Las iglesias y otras tradiciones
religiosas son custodias y herederas de un imaginario religioso que no es
rechazado por las sociedades modernas. Este acervo cultural incluso es
valorado por los ateos, agnósticos e indiferentes. Hay muchos ciudadanos
increyentes que aprecian la riqueza estética y el patrimonio artístico de
las religiones, la antigüedad de sus liturgias y ceremonias, la calidad de
sus instituciones pedagógicas o la afectividad de sus redes asistenciales. Y
las iglesias y demás tradiciones religiosas caen fácilmente en la tentación
de legitimarse ante la sociedad y el Estado por la funciones socioculturales
que ejercen. Pero la validez de una institución cultural no coincide con las
religiones que tienen que ofrecer motivos para vivir y para esperar. c)
En cuanto se refiere al cristianismo, las iglesias tampoco son ONGs, ni su
capacidad de irradicación y atracción puede reducirse a la credibilidad ética
o al testimonio moral de algunos creyentes. Lo más constitutivo del
cristianismo es el ansia de Dios, el maranatha y la petición del “venga a
nosotros tu reino” que es la versión cristiana de la búsqueda de Dios (cf
Sal 42;62;84). Lo más peligroso para el cristianismo es el silencio de Dios,
la indiferencia y desinterés de muchos ciudadanos, que viven un ateísmo práctico
compatible con la participación en prácticas y ceremonias religiosas.
Podemos hablar de un ateísmo dentro del cristianismo y de una marginación de
Dios dentro de las mismas Iglesias, más propicias a hablar de moral, de
ortodoxia doctrinal o incluso de asistencia social, que de expresar el anhelo
del reino. El hambre y la sed de Dios no disminuye con la experiencia sino que aumenta y ese debe ser un test para evaluar la calidad cristiana de las comunidades y experiencias eclesiales. Vivenciar la presencia del Espíritu es dinamizarse en una búsqueda dinámica que desestabiliza y que saca de la propia rutina. Por eso, Abrahán es el padre de los creyentes y Dios le saca de su rutina e instalaciones para meterlo en la aventura de buscar y experimentar. La biografía de Abrahán, su historia personal, se convierte en su testimonio de la acción de Dios en el mundo. Al contarnos su historia nos habla del Dios experimentado y vivido, no de un Dios doctrinal o alcanzado por medio de las especulaciones racionales de los filósofos.
Y es que, además, ese Dios es desestabilizador y sorpresivo, ya que
cuando una persona se mete en una experiencia en la que Dios se hace presente,
no sabe cómo acabará ni cual será su camino. Dios no es un asegurador que
ofrezca certezas y que consolida rutinas establecidas, sino el que llama e
interpela desde la compasión con los oprimidos, que no es lo mismo que lástima.
Desde ahí llama a crecer en la libertad y a madurar como persona. Por eso, la
fe es confianza, el sé de quien me he fiado paulino, y Cristo es el precursor
y el camino que nos enseña como ser personas. Un cristianismo mayor de edad
está volcado hacia el futuro, espera en Dios y relativiza las tradiciones,
costumbres e instituciones de la sociedad a la que pertenece.
Con otras palabras el cristianismo no es una práctica religiosa
que hay que cumplir sino ansia de Dios y tensión escatológica. Se
traduce en una preocupación por abrir futuro a las víctimas de la historia.
Por eso, el viejo dilema de la religión de la ley, que genera la conciencia
satisfecha por el cumplimiento de la norma, pervive en el cristianismo. La
clave no estaría en el dolor humano que hay que redimir, sino en el
mantenimiento de la normatividad religiosa y social. La denuncia paulina
contra una vuelta a la religión de la ley sigue siendo vigente para muchos
bautizados que, sin saberlo, están más cerca del judaísmo oficial que de la
tradición profética de Jesús. Su revelación de un Dios que es la esperanza
de los desheredados de este mundo es la que nos abre futuro. Del Dios
fundamento del orden social se abre a la irrupción salvadora porque no es
neutral ni imparcial en una sociedad en la que domina el pecado. Es un Dios
encarnado que desvela nuestras actitudes profundas y nos llama al compromiso
del seguimiento de Cristo, no un dios espiritualista y esotérico fácilmente
acomodable en el presente y que no abre ningún futuro. Conclusión
En 1996 Enrique Iglesias, presidente del Banco Interamericano de
Desarrollo (BDID), decía que el siglo venidero será un siglo fascinante y
cruel. Como todas las frases algo paradójicas, ésta resulta cuestionante y
atractiva. Pero, examinándola a la luz del tema que hemos analizado, diremos
que el tiempo que viene será fascinante para las personas que poseen un
cierto nivel social y participan en los níveles de punta del conocimiento
tecnológico. Quienes tienen esa posiblidad tienden a formar un estamento
humano internacional, cerrado sobre él mismo, olvidadizo de aquellos -incluso
perteneciente al mismo país- que no forman parte de su club.
Por el contrario será un tiempo cruel para aquellos que sufren
injustamente a causa de aquellos que creen que esta tierra con sus bienes
pertecen exclusivamente a ellos solos.
El planteamiento que hemos desarrollado a lo largo de estas páginas ha
sido un querer ofrecer algunas pistas de acción y reflexión para que en este
nuevo milenio no sea sólo fascinante para unos pocos. En la lucha y la
responsabilidad por irradicar la pobreza y el sufrimiento injusto se juegan
las religiones su credibilidad en esta nueva etapa de la historia que estamos
viviendo. [1]
Asumo esta expresión del artículo de Juan José Tamayo-Acosta, “Las
religiones en tiempos de globalización”, en: J. J. Tamayo-Acosta (Dir.), 10
palabras clave sobre globalización, Ed. Verbo Divino, Estella
(Navarra) 2002, 357-396, aquí 357. [2]
Aquí seguimos la versión castellana de Roberto R.
Aramayo: I. Kant, Contestación
a la pregunta: ¿Qué es la ilustración, en: “Isegoría” 25
(2001), 287-291. [3]
Ibid.,
287. [4]
Sobre el pensamiento de Bonhöffer envío al
análisis de A. Corbic, Dietrich
Bonhöffer: Cristo,
Señor de los no-religiosos, en: Revista “Selecciones de Teología”
161 (2002), 51-58 [5]
Cf. X. Pikaza, Más
allá del fideismo. Hacia la racionalidad de la religión, en:
“Biblia y Fe” 39 1987), 318-340. [6]
En este sentido Gandhi afirmaba: “Que nadie tenga miedo de que debilite su
fe por entregarse a un estudio respetuoso de las demás religiones. La
filosofía hindú ve fragmentos de verdad en todas las religiones y nos
manda que las respetemos a todas”: M. Gandhi, Todos
los hombres son hermanos, Ed. Voz de los sin voz, Madrid 1998,
43. [7]
Cf. N. Ciola, Paradosso
e mistero in Henri de Lubac, Roma 1980, 64. [8]
Citado por Manuel Güell y José Muñoz, Sólo
sé que no sé nada, Ariel, Barcelona 1998², 139-145, aquí 139.
En estas págnas los autores nos ofrecen una síntesis breve pero sugerente
del pensamiento de Pascal. [9]
Trotta, Madrid 1994 (Introducción y traducción de Juan José Sánchez). [10]
Sobre esta cuestión considero un excelente estudio el de Juan José Sánchez
Bernal, “La caída de las utopías. Postmodernidad: sin Dios no hay
futuro”, en: J. A. Estrada, G. Müller, F. García López y otros, Dios
Trinidad entre utopía y esperanza, Ediciones Secretariado
Trinitario, Salamanca 2001, 95-137. [11]
M. Horkheimer, Anhelo
de justicia. Teoría crítica y religión, (Trad. y edic. De Juan
José Sánchez), Trotta, Madrid 2000, 169. [12]
J. J. Sánchez Bernal, a.c.,
135. [13]
Para esta cuestión envío a los siguientes estudios: J. A. Estrada, La
imposible teodicea. La crisis de la fe en Dios, Trotta, Madrid
1997; J. A. Galindo, El
mal. El optimismo soteriológico como
vía intermedia entre pesimismo agnosticista y el
optimismo racionalista, Ed. desclée de Brouwer, Bilbao 2001; V.
Possenti, Dios
y el mal, RIALP, Madrid 1997.
[14]
Citado por S. Keshavjee, El
Rey, el sabio y el Bufón. El gran Torneo de las religiones, Ed.
Destino, Barcelona 1998, 32. [15]
R. Girard, Veo
a Satán caer como el relámpago, Ed. Anagrama, Barcelona 2002.
Estudios sobre el pensamiento de Girard destacamos especialmente: X. Pikaza,
“René Girard: sociedad, violencia, cristianismo”, en: J. De Sahagún
Lucas (Dir), Nuevas
antropologías del siglo XX, Sígueme, Salamanca 1994, 223-258;
J. I. González Faus, Violencia,
religión y cristología. Introducción a la obra de R. Girard, en:
“Actualidad Bibliográfica” 18 (1981), 7-37; C. Díaz, “René Girard:
una interpretación posfreudiana de la violencia”, en: Breve
historia de la filosofía, Ed. Encuentro, Madrid 2002, 273-282. [16]
Desde el espíritu más original del hinduismo, Gandhi afirmaba con gran
sabiduría: “Sé que nunca conoceré a Dios si me niego a luchar contra el
mal, llegando en este combate hasta el sacrificio de mi vida”. Y a su vez
añadía: “¿Por qué existe el mal? ¿qué es el mal? Estas cuestiones
parecen desbordar los límites de nuestra razón. Deberíamos contentarnos
con saber que existe el bien y el mal, y que, siempre que tengamos la
posibilidad de distinguirlos, no nos queda más remedio que escoger uno y
rechazar al otro”: M. Gandhi, Todos
los hombres son hermanos, o.c., 41 y 46.
[17]Para
el Budismo envío especialmente a los siguientes estudios: R. Panikkar, El
silencio de Buda. Una
introducción a la ateísmo religioso, RBA, Barcelona 2002, para
nuestro tema ver especialmente 289-293; P. Massein, “El budismo”. La
condición humana según la visión de Buda y las posiciones históricas del
budismo ayer y hoy”, en: J. Ries (Cor.), Tratado
de antropología de lo sagrado (4). Crisis, rupturas y cambios,
Trotta, Madrid 2001, 19-79. [18]
M. Heidegger, Introducción
a la metafísica, Buenos Aires 1969, 39-45. [19]
Citado por Gustavo Gutiérrez, Hablar
de Dios desde el sufrimiento del inocente, Sígueme, Salamanca
1986, 104. [20]
Sobre este tema se han escrito importantes estudios: J. Morales, Teología
de las religiones, RIALP, Madrid 2000; M. Seckler, Theologie
der Religionen mit Fragezeichen, en “Theologische
Quartalschrift” 166 (1986), 164-184; F. Gioia, Il
dialogo interreligioso nel magistero pontificio (1963-1993),
Vaticano 1994; V. Boublik, Teologia
delle Religioni, Roma 1973; M. Dhavamony, Teología
de las Religiones: reflexión sistemática para una comprensión cristiana
de las religiones, San Pablo, Madrid 1998.
[21]
Para ello envio a su importante obra: Hacia
una teología crsitiana del pluralismo religioso, Sal Terrae,
Santander 2000. Destacamos también su último libro: Il
cristianesimo e le religioni. Dallo scontro all´incontro,
Queriniana, Brescia 2001. Existe la traducción española de este último
libro de Dupuis: El
cristianismo y las religiones. Del desencuentro al diálogo, Sal
Terrae, Santander 2002. [22]
De
fide, ad Patrum 38 (79). PL 65, 704. [23]
Un hecho que va marcar un hito en la historia de la Iglesia
va ser el que a raíz
del Concilio Vaticano II se
dedicó por primera vez un esquema propio dedicado al tema del diálogo con
las otras religiones. Nos referimos a la Declaración Nostra Aetate (NA),
promulgada por Pablo VI el 28 de octubre de 1965. [24]
K. Barth, La
revelación como abolición de la religión, Marova/Fontanela,
Madid/Barcelona 1973, 192. [25]
PONTIFICIO CONSEJO PARA EL DIÁLOGO Y CONGREGACIÓN PARA LA EVANGELIZACIÓN
DE LOS PUEBLOS, Diálogo
y anuncio. Instrucción sobre el anuncio del evangelio y el diálogo
interreligioso, 19 de mayo de 1991, en “AAS” (1992), 414-446. [26]
De este autor destacamos algunas de sus obras más importantes: An
interpretation of religion, London 1989; The
Rainbow of Faiths. An
Christian Theology of Religions,
Louisville 1995. [27]
H. Küng, ¿Por
qué una ética mundial?. Religión y ética en tiempos de globalización. Conversaciones
con Jürgen Hoeren, Herder, Barcelona 2002, 76. En esta misma página
sostiene Küng que la religión fanatizada se convierte en un peligro para
la paz mundial. [28]
Citado por María Toscano Liria – Germán Ancochea Soto, ¿Qué
decimos cuando decimos Dios? El Dios que el hombre ha pensado,
Ed. Obelisco, Barcelona 2001, 552. [29]
En este punto seguimos el importante trabajo de Juan Antonio Estrada, “¿Un
Dios sin futuro? Del fundamento social a la esperanza cristiana”, en: F.
García Lopez, J.J. Sánchez Bernal, G. Müller y otros, Dios
Trinidad entre utopía y esperanza, Ediciones Secretariado
Trinitario, Salamanca 2001, especialmente 157-172. Volver al sumario del Nº 6 Volver a Principal de Discípulos
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