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 Resumen
del artículo Constantemente
se realizan estudios e indagaciones históricas en torno a la figura de Jesús
de Nazaret. Muchos de ellos, se apoyan en técnicas modernas buscando el
reconocimiento de rigor científico en sus métodos de investigación.  Con
respecto a ello, los creyentes cristianos nos podemos sentir a veces inquietos y
molestos al notar cierta intención de remover en los fundamentos de nuestra Fe,
profanándolos y sembrándonos dudas. Sin embargo, si tenemos el valor de
afrontar estas cuestiones con espíritu abierto, podremos descubrir que existen
aspectos magníficos de la vida y las enseñanzas de Jesús, que superan todo
prejuicio y a los que quizás no les hemos encontrado todo su sentido; debido
sobre todo, al influjo que siempre nos han ejercido ciertas ideas preconcebidas
que se nos ha transmitido tradicionalmente. Así mismo nos pueden ayudar a un conveniente ejercicio de humildad, al comprender que en el fondo y por nosotros mismos, no somos mejores que los que mataban a los antiguos profetas de Israel, o los que pidieron la muerte de Jesús aquel Viernes de su Pasión. Si en algo nos diferencia, es por la Gracia del Espíritu, cuya presencia entre nosotros se nos prometió y que principalmente obra a través del magisterio de la Iglesia. Hoy
Señor, me he llevado una decepción. Verás, estaba yo cenando mientras daban
las noticias en la tele. Resaltándolo como una de las primicias informativas,
dijeron que un grupo de científicos - antropólogos y arqueólogos si mal no
recuerdo- han llegado a determinar como era tu aspecto físico cuando estuviste
entre nosotros allá por Galilea hace dos mil años; o sea, que han
confeccionado tu retrato robot. Se han basado para ello, según la información,
en el estudio de cráneos y esqueletos  de
paisanos contemporáneos tuyos que han encontrado y que con la metódica selección
de características comunes y avanzadas técnicas informáticas han formado la
imagen del hombre estándar judío de aquel tiempo, suponiendo también que éste
o parecido debía haber sido tu aspecto.  Claro está que la
cosa captó enseguida mi interés y me presté con atención a ver la imagen
formada por el ordenador que emitieron  seguidamente.
Sin lugar a dudas y si el trabajo científico era riguroso y bien hecho, vería
aparecer ese semblante claro y sereno, con rasgos firmes y belleza varonil casi
perfecta que de ti nos han transmitido la tradición artística y literaria. No
podría ser de otra manera tratándose del mismísimo Hijo de Dios; de nuestro
Salvador y Maestro.  En fases secuenciales
se fue formando la imagen y... 
¡que decepción! Apareció el rostro de
un individuo de aspecto rudo y ceñudo, permíteme que sea sincero y un poco
atrevido, Señor, alguien con cara de patán al que se le puede calificar como más
bien, o bastante feo.  ¡Bah! 
Esta gente de la Ciencia se creen que lo saben todo. Con tal de adquirir
notoriedad son capaces de cualquier cosa aunque no tenga sentido. Esto es lo
mismo que decir que yo porque soy español me tengo que parecer a cualquier otro
que también lo sea. Esto fue lo primero que pasó por mi mente, y de inmediato,
la información puntualizó que los subdichos científicos aclararon que la
interpretación del estudio debía ser orientativa y no determinante. Si, he de admitir que
en un principio me hirieron en mis convicciones esos atrevidos sabihondos.
Parece que siempre estén buscando algo con que llenarnos de dudas y
desacreditar los valores de nuestra Fe. En estos pensamientos estaba, cuando de
pronto algo sacudió mis ideas volviéndome del revés: ...Y ¿porqué Jesús no
pudo ser feo? Tú, Señor, viviste
entre nosotros rompiendo muchos de nuestros falsos convencionalismos. Casi todos
los de tu tiempo esperaban que tu venida fuese con majestuosidad y esplendor;
pero apareciste en el silencio de una profunda noche de invierno revestido de la
sencillez y ternura de un frágil niño necesitado de calor y cuidados. 
Pensaban que te presentarías al mundo entre poderosos y mandatarios;
pero unos humildes pastores que cumplían su penoso deber en la custodia de los
rebaños, fueron los primeros a los que fuiste anunciado. Creían Muchos que
ostentarías riquezas y cargos de honor, pero siempre buscaste el lugar, compañía
y vida de los más pobres. Te ansiaban como esperado caudillo que liberaría a
Israel del opresor y sometería a los demás pueblos de la tierra a su soberanía;
Pero Tú fuiste luchador infatigable de la paz el perdón y el amor. Y es que Tú viniste
para salvarnos de nuestros errores, para tomar partido por los maltratados a
causa de nuestras injusticias, egoísmos y prejuicios. Por eso te hiciste pobre
entre los pobres, sufriente con los que sufren. Y digo yo, Señor, ¿Acaso
no es una forma de pobreza el sufrimiento de una persona a causa de su aspecto físico?
Sé que a alguien le puede parecer esto que digo una tontería, pero yo a lo
largo de mi vida he visto muchas amarguras por esta causa. Chicos o chicas víctimas
de las burlas hirientes de los graciocillos de turno, que no encontraban otro
recurso para hacerse simpáticos e interesantes ante los otros que el cebarse en
las penas de algún infeliz. Incluso algunos poco aceptados, aprendiendo a
convivir con su soledad o que para ser admitidos en algún grupo de amigos, habían
de estar dispuestos a aceptar el trato humillante. Y Tú, Señor, que conoces
los corazones, debes saber muy bien la pena del chico (o la chica)  
que se ve incapaz de atraer el interés de ninguna chica y siente que no
puede confiar sus sentimientos a nadie ni dar todo el amor que lleva dentro,
mientras envidia la suerte del chulillo guaperas al que casi todas las niñas le
van detrás. Ser feo, se parece
mucho a ser pobre, Señor; a menudo ambas cosas son causa de sufrimiento y
desprecio y nunca nada de ello se tiene por voluntad o demérito propio, sino
que es debido a lo que la vida trae en suerte a cada persona. No elegimos
nuestra apariencia física, como tampoco elegimos el país desarrollado o no, la
familia donde nos ha tocado nacer o las circunstancias favorables o
desfavorables y cualidades propias que la vida nos depara.  Por eso sigo pensando,
y cada vez que lo pienso me convenzo más Señor, que si Tú quisiste nacer
pobre para solidarizarte con el que sufre y para enseñarnos el valor y la
grandeza que puede haber escondido en lo que nosotros muchas veces despreciamos,
es muy probable que también quisieses nacer feo. Por que Tú, Señor, te
hiciste de los que sufren no solo por compasión, sino también por que entre
aquellos pobres y necesitados encontrabas amistad sincera, verdadero afecto y
cariño, te encontrabas a gusto entre ellos. Y es que la pobreza y necesidad
hace a la persona más humana; el que ha sufrido comprende al que sufre y está
mas predispuesto a ser generoso y ponerse en el lugar de los otros, acogiendo y
comprendiendo. El pobre es agradecido y sabe valorar los dones recibidos de
Dios, hace debido aprecio de lo que tiene. Además, el que ha de arrancarle a la
vida su sustento y sudar cada trozo de pan que se come, adquiere más
capacidades y experiencia de vida para compartir, tiene más que ofrecer. También en esto los
feos se parecen a los pobres. Yo he conocido a personas desafortunadas en su
aspecto físico, pero de muy agradable compañía, porque son capaces de
suplirlo con simpatía y personalidad incomparables, imposibles de hallar en la
sosería de quienes tenidos por guapos y engreídos en ello, no consideran que
se hayan de preocupar por agradar a nadie. Señor, la riqueza
anda siempre rodeada de aduladores falsos y de hipocresía. El afán de fortuna,
poder y distinción ha sido siempre causa de envidias, violencias y de que las
personas se perviertan y obren maldades e injusticias. El empeño por poseer y
tener acceso a todos los lujos y placeres que ofrece el mundo y el orgullo de
lograr más que otros, ofusca y oscurece la razón y es causa de que el hombre
se olvide de Dios, del amor a sus hermanos y de lo que verdaderamente le puede
hacer feliz.  Hoy también en ese
mismo empeño de distinguirse sobre los demás y lograr la admiración en algo,
hay muchas personas que se complican la vida en el seguimiento de estándares de
belleza que les marca las modas y la sociedad consumista. Chicos y chicas con un
atractivo normal y que en vez de agradecer a su Creador la maravilla del cuerpo
humano que a todos nos regala, están disconformes e infelices con su aspecto físico,
siendo capaces de someterse a regímenes alimenticios forzados que les llevan a
desequilibrios nutricionales que les merma facultades y les impide la formación
y el desarrollo normal de las capacidades físicas e intelectuales que les han
sido dadas. Eso Señor, no es grato a Dios ni beneficioso en ningún sentido
para sus vidas, pues están desperdiciando su tiempo y sus cualidades dedicándose
prioritariamente a lo superficial y aparente en vez de dedicar sus mayores
esfuerzos en potenciarse para poder servir mejor a los demás y a sí mismo. En
definitiva, Señor, la actitud del que va tras de la riqueza y del que va en pos
de la belleza, de una forma obsesiva, tiene una misma razón y origen: La búsqueda
de distinción personal, el orgullo y la satisfacción del propio ego,
sentimientos que apartan de Dios y que alejan a la persona de la Verdad y del
verdadero amor. Por eso Señor, si Tú no quisiste ser rico, para que ese no sea
el modelo de los que quieran seguirte, ¿Porqué ibas a querer ser guapo?  ¿Y yo, Señor? ¿Qué
vas a hacer conmigo? Una vez mas has de perdonarme. Si no fuese por tu infinita
misericordia, no tendría remedio.   Verás Señor, aunque
procurando ser comprensivo a las circunstancias de su tiempo, yo siempre había
condenado la ceguera de aquellos judíos que se escandalizaron ante Ti y no
supieron verte como el Mesías Salvador que durante tantos siglos les había
sido prometido, cosa que es evidentísima para los creyentes cristianos; porque
tu vida y tu obra dan cumplimiento a las Escrituras y dan sentido y
transcendencia eterna a la existencia humana.  Pero ahora,
reflexionando sobre el efecto que en mí ha tenido el dichoso trabajo de estos
científicos, me he dado cuenta muy a pesar mío de que yo, Señor, muy
probablemente tampoco hubiese creído en Ti y quizás hubiese sido uno más
entre la chusma que pidió que fueses crucificado aquel viernes de tu pasión.
Me explico, Señor: El pueblo de Israel te
esperaba, había expectación por tu venida, pero el Mesías idealizado por
ellos no correspondía a lo que la mayoría vio en Ti. Los condicionantes
sociales y la lógica humana les había imbuido la idea de que la suerte de cada
cual en la vida está directamente relacionada con sus pecados o virtudes: Los
ricos y afortunados lo eran porque así Dios se lo otorgaba a sus merecimientos,
ellos eran los elegidos. En cambio los pobres y desgraciados tenían el castigo
que correspondía a sus pecados. Cuando tú irrumpiste,
oponiéndote frontalmente a estas falsas convicciones, anunciando la igualdad y
hermandad entre todas las personas y proclamando que todos somos hijos de Dios
acogidos a su infinito amor y a su inmensa misericordia muchos no lo digirieron
y te acusaron de farsante ¿Qué clase de enviado de Dios era éste, castigado
por la pobreza y la fatiga, amigo de miserables y pecadores? Yo en cambio, Señor,
lo he tenido muy fácil. He conocido tu Evangelio y recibido tus enseñanzas
cuando ya han sido comprendidas en su plenitud y explicadas por la Tradición y
el Magisterio de la Iglesia. No me ha ofrecido excesiva dificultad entender tu
pobreza, tu sacrificio y entrega por los débiles y necesitados como tu
sometimiento a la Voluntad de Dios y como signo y prueba de su gran Amor, pues
he tenido la gran suerte de que me lo explicasen debidamente.  Si embargo, en lo único
de Ti que no se me había hablado de una manera expresa y fehaciente y en lo
que, por lo tanto, mi lógica humana ha ido a su libre albedrío, he idealizado
como idealizaron ellos y he caído en sus mismos errores. Nada nos dicen las
Escrituras de cierto de cómo era tu parecido físico, Señor, sin embargo yo
siempre te había otorgado belleza y atractivo, emparejándote en éste aspecto
a la suficiencia y engreimiento de algunos y privando del consuelo de verse
reflejados en Ti a cuantos se puedan sentir desafortunados y menospreciados por
su físico.  Por eso Señor, si yo
te he idealizado como guapo y bien parecido posiblemente también te hubiese
idealizado como rico y afortunado y no hubiese creído en Ti. Gracias Señor por
tu “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”, porque ahí estaba yo
incluido. No solo por esto sino por muchas cosas más, tú lo sabes bien Señor. Pero... ¡Qué estoy
diciendo, Señor!  ¿Tú, feo? ¡Claro
que no! En realidad los feos no existen. Todo es una invención humana, un
producto de nuestros prejuicios. Nos empeñamos absurdamente en clasificarlo
todo, de comparar y quedarnos con lo relativo en vez de buscar el valor absoluto
y por si mismo de las cosas. Con esas falsas apreciaciones también medimos a
las personas. Señor, ningún hombre ni mujer en el mundo son feos, pues cada
uno con sus características individuales, con nuestras diferencias
enriquecedoras del género humano, somos hijos de Dios y en Él tenemos nuestro
origen. Somos una maravilla obrada por su amor, por eso mirado en sí mismo y en
su dignidad de persona, nadie puede ser feo. De todas formas, Señor,
tú eres justo y no haces distinción de personas, tu inmenso amor nos acoge a
todos: pobres, ricos y a cada uno de los que nuestra torpeza humana clasifica en
guapos o feos. Porque, perdóname Señor, si me atrevo a decirte que no sería
justo si Tú tuvieses una preferencia exclusiva por los pobres y los que se
sienten desgraciados en algo y excluyeras por completo a los que podríamos
calificar como afortunados; pues no elegimos las condiciones en las que nacemos
y así, igual que nadie tiene la culpa de nacer “feo” o pobre, tampoco nadie
tiene la culpa de nacer “guapo” o rico y por lo tanto no se le debe privar
de tu Reino en razón de ello. Lo que sí importa y Tú nos valorarás es el uso
que hagamos de todo lo que Dios nos ha dado. Por eso, la verdadera riqueza, la
que Tú amas y aprecias es el amor que seamos capaces de atesorar en nuestros
corazones y derramarlo en obras sobre nuestros semejantes. Y la verdadera
belleza, aquella que nunca envejece ni el tiempo destruye es la belleza
interior, la que se adorna con la simpatía, la sana alegría, la generosidad,
el respeto a las personas, la honradez y honestidad, el amor al saber y al
trabajo, la abnegación y capacidad de sacrificio y tantas otras cosas que son
verdaderamente lo que tú nos viniste a enseñar.  Gracias Señor por todo ello. Permíteme que siga viendo belleza en ti, pero que sea para que yo te ame cada vez más, así como también a mis semejantes, viéndote a ti en ello. NOTA:
La noticia a que hace referencia éste escrito, fue difundida por los
principales medios de comunicación en los últimos días de Marzo del año 2001 Volver al sumario del Nº 6 Volver a Principal de Discípulos 
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