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Reflexión - Nº 6 - Abril 2003

  "En esto
   conocerán
   todos que sois
   mis discípulos,
   en que os amáis
   unos a otros."

          
Juan 13, 35

 

Jesús es feo

Modesto Montenegro Galiot
MONTGA@telefonica.net

 

Resumen del artículo

Constantemente se realizan estudios e indagaciones históricas en torno a la figura de Jesús de Nazaret. Muchos de ellos, se apoyan en técnicas modernas buscando el reconocimiento de rigor científico en sus métodos de investigación.

Con respecto a ello, los creyentes cristianos nos podemos sentir a veces inquietos y molestos al notar cierta intención de remover en los fundamentos de nuestra Fe, profanándolos y sembrándonos dudas. Sin embargo, si tenemos el valor de afrontar estas cuestiones con espíritu abierto, podremos descubrir que existen aspectos magníficos de la vida y las enseñanzas de Jesús, que superan todo prejuicio y a los que quizás no les hemos encontrado todo su sentido; debido sobre todo, al influjo que siempre nos han ejercido ciertas ideas preconcebidas que se nos ha transmitido tradicionalmente.

Así mismo nos pueden ayudar a un conveniente ejercicio de humildad, al comprender que en el fondo y por nosotros mismos, no somos mejores que los que mataban a los antiguos profetas de Israel, o los que pidieron la muerte de Jesús aquel Viernes de su Pasión. Si en algo nos diferencia, es por la Gracia del Espíritu, cuya presencia entre nosotros se nos prometió y que principalmente obra a través del magisterio de la Iglesia.


Hoy Señor, me he llevado una decepción. Verás, estaba yo cenando mientras daban las noticias en la tele. Resaltándolo como una de las primicias informativas, dijeron que un grupo de científicos - antropólogos y arqueólogos si mal no recuerdo- han llegado a determinar como era tu aspecto físico cuando estuviste entre nosotros allá por Galilea hace dos mil años; o sea, que han confeccionado tu retrato robot. Se han basado para ello, según la información, en el estudio de cráneos y esqueletos  de paisanos contemporáneos tuyos que han encontrado y que con la metódica selección de características comunes y avanzadas técnicas informáticas han formado la imagen del hombre estándar judío de aquel tiempo, suponiendo también que éste o parecido debía haber sido tu aspecto.

Claro está que la cosa captó enseguida mi interés y me presté con atención a ver la imagen formada por el ordenador que emitieron  seguidamente. Sin lugar a dudas y si el trabajo científico era riguroso y bien hecho, vería aparecer ese semblante claro y sereno, con rasgos firmes y belleza varonil casi perfecta que de ti nos han transmitido la tradición artística y literaria. No podría ser de otra manera tratándose del mismísimo Hijo de Dios; de nuestro Salvador y Maestro.

En fases secuenciales se fue formando la imagen y...  ¡que decepción!

Apareció el rostro de un individuo de aspecto rudo y ceñudo, permíteme que sea sincero y un poco atrevido, Señor, alguien con cara de patán al que se le puede calificar como más bien, o bastante feo.  ¡Bah!  Esta gente de la Ciencia se creen que lo saben todo. Con tal de adquirir notoriedad son capaces de cualquier cosa aunque no tenga sentido. Esto es lo mismo que decir que yo porque soy español me tengo que parecer a cualquier otro que también lo sea. Esto fue lo primero que pasó por mi mente, y de inmediato, la información puntualizó que los subdichos científicos aclararon que la interpretación del estudio debía ser orientativa y no determinante.

Si, he de admitir que en un principio me hirieron en mis convicciones esos atrevidos sabihondos. Parece que siempre estén buscando algo con que llenarnos de dudas y desacreditar los valores de nuestra Fe. En estos pensamientos estaba, cuando de pronto algo sacudió mis ideas volviéndome del revés: ...Y ¿porqué Jesús no pudo ser feo?

Tú, Señor, viviste entre nosotros rompiendo muchos de nuestros falsos convencionalismos. Casi todos los de tu tiempo esperaban que tu venida fuese con majestuosidad y esplendor; pero apareciste en el silencio de una profunda noche de invierno revestido de la sencillez y ternura de un frágil niño necesitado de calor y cuidados.  Pensaban que te presentarías al mundo entre poderosos y mandatarios; pero unos humildes pastores que cumplían su penoso deber en la custodia de los rebaños, fueron los primeros a los que fuiste anunciado. Creían Muchos que ostentarías riquezas y cargos de honor, pero siempre buscaste el lugar, compañía y vida de los más pobres. Te ansiaban como esperado caudillo que liberaría a Israel del opresor y sometería a los demás pueblos de la tierra a su soberanía; Pero Tú fuiste luchador infatigable de la paz el perdón y el amor.

Y es que Tú viniste para salvarnos de nuestros errores, para tomar partido por los maltratados a causa de nuestras injusticias, egoísmos y prejuicios. Por eso te hiciste pobre entre los pobres, sufriente con los que sufren.

Y digo yo, Señor, ¿Acaso no es una forma de pobreza el sufrimiento de una persona a causa de su aspecto físico? Sé que a alguien le puede parecer esto que digo una tontería, pero yo a lo largo de mi vida he visto muchas amarguras por esta causa. Chicos o chicas víctimas de las burlas hirientes de los graciocillos de turno, que no encontraban otro recurso para hacerse simpáticos e interesantes ante los otros que el cebarse en las penas de algún infeliz. Incluso algunos poco aceptados, aprendiendo a convivir con su soledad o que para ser admitidos en algún grupo de amigos, habían de estar dispuestos a aceptar el trato humillante. Y Tú, Señor, que conoces los corazones, debes saber muy bien la pena del chico (o la chica)   que se ve incapaz de atraer el interés de ninguna chica y siente que no puede confiar sus sentimientos a nadie ni dar todo el amor que lleva dentro, mientras envidia la suerte del chulillo guaperas al que casi todas las niñas le van detrás.

Ser feo, se parece mucho a ser pobre, Señor; a menudo ambas cosas son causa de sufrimiento y desprecio y nunca nada de ello se tiene por voluntad o demérito propio, sino que es debido a lo que la vida trae en suerte a cada persona. No elegimos nuestra apariencia física, como tampoco elegimos el país desarrollado o no, la familia donde nos ha tocado nacer o las circunstancias favorables o desfavorables y cualidades propias que la vida nos depara.

Por eso sigo pensando, y cada vez que lo pienso me convenzo más Señor, que si Tú quisiste nacer pobre para solidarizarte con el que sufre y para enseñarnos el valor y la grandeza que puede haber escondido en lo que nosotros muchas veces despreciamos, es muy probable que también quisieses nacer feo. Por que Tú, Señor, te hiciste de los que sufren no solo por compasión, sino también por que entre aquellos pobres y necesitados encontrabas amistad sincera, verdadero afecto y cariño, te encontrabas a gusto entre ellos. Y es que la pobreza y necesidad hace a la persona más humana; el que ha sufrido comprende al que sufre y está mas predispuesto a ser generoso y ponerse en el lugar de los otros, acogiendo y comprendiendo. El pobre es agradecido y sabe valorar los dones recibidos de Dios, hace debido aprecio de lo que tiene. Además, el que ha de arrancarle a la vida su sustento y sudar cada trozo de pan que se come, adquiere más capacidades y experiencia de vida para compartir, tiene más que ofrecer.

También en esto los feos se parecen a los pobres. Yo he conocido a personas desafortunadas en su aspecto físico, pero de muy agradable compañía, porque son capaces de suplirlo con simpatía y personalidad incomparables, imposibles de hallar en la sosería de quienes tenidos por guapos y engreídos en ello, no consideran que se hayan de preocupar por agradar a nadie.

Señor, la riqueza anda siempre rodeada de aduladores falsos y de hipocresía. El afán de fortuna, poder y distinción ha sido siempre causa de envidias, violencias y de que las personas se perviertan y obren maldades e injusticias. El empeño por poseer y tener acceso a todos los lujos y placeres que ofrece el mundo y el orgullo de lograr más que otros, ofusca y oscurece la razón y es causa de que el hombre se olvide de Dios, del amor a sus hermanos y de lo que verdaderamente le puede hacer feliz.

Hoy también en ese mismo empeño de distinguirse sobre los demás y lograr la admiración en algo, hay muchas personas que se complican la vida en el seguimiento de estándares de belleza que les marca las modas y la sociedad consumista. Chicos y chicas con un atractivo normal y que en vez de agradecer a su Creador la maravilla del cuerpo humano que a todos nos regala, están disconformes e infelices con su aspecto físico, siendo capaces de someterse a regímenes alimenticios forzados que les llevan a desequilibrios nutricionales que les merma facultades y les impide la formación y el desarrollo normal de las capacidades físicas e intelectuales que les han sido dadas. Eso Señor, no es grato a Dios ni beneficioso en ningún sentido para sus vidas, pues están desperdiciando su tiempo y sus cualidades dedicándose prioritariamente a lo superficial y aparente en vez de dedicar sus mayores esfuerzos en potenciarse para poder servir mejor a los demás y a sí mismo. En definitiva, Señor, la actitud del que va tras de la riqueza y del que va en pos de la belleza, de una forma obsesiva, tiene una misma razón y origen: La búsqueda de distinción personal, el orgullo y la satisfacción del propio ego, sentimientos que apartan de Dios y que alejan a la persona de la Verdad y del verdadero amor. Por eso Señor, si Tú no quisiste ser rico, para que ese no sea el modelo de los que quieran seguirte, ¿Porqué ibas a querer ser guapo?

¿Y yo, Señor? ¿Qué vas a hacer conmigo? Una vez mas has de perdonarme. Si no fuese por tu infinita misericordia, no tendría remedio. 

Verás Señor, aunque procurando ser comprensivo a las circunstancias de su tiempo, yo siempre había condenado la ceguera de aquellos judíos que se escandalizaron ante Ti y no supieron verte como el Mesías Salvador que durante tantos siglos les había sido prometido, cosa que es evidentísima para los creyentes cristianos; porque tu vida y tu obra dan cumplimiento a las Escrituras y dan sentido y transcendencia eterna a la existencia humana.

Pero ahora, reflexionando sobre el efecto que en mí ha tenido el dichoso trabajo de estos científicos, me he dado cuenta muy a pesar mío de que yo, Señor, muy probablemente tampoco hubiese creído en Ti y quizás hubiese sido uno más entre la chusma que pidió que fueses crucificado aquel viernes de tu pasión. Me explico, Señor:

El pueblo de Israel te esperaba, había expectación por tu venida, pero el Mesías idealizado por ellos no correspondía a lo que la mayoría vio en Ti. Los condicionantes sociales y la lógica humana les había imbuido la idea de que la suerte de cada cual en la vida está directamente relacionada con sus pecados o virtudes: Los ricos y afortunados lo eran porque así Dios se lo otorgaba a sus merecimientos, ellos eran los elegidos. En cambio los pobres y desgraciados tenían el castigo que correspondía a sus pecados.

Cuando tú irrumpiste, oponiéndote frontalmente a estas falsas convicciones, anunciando la igualdad y hermandad entre todas las personas y proclamando que todos somos hijos de Dios acogidos a su infinito amor y a su inmensa misericordia muchos no lo digirieron y te acusaron de farsante ¿Qué clase de enviado de Dios era éste, castigado por la pobreza y la fatiga, amigo de miserables y pecadores?

Yo en cambio, Señor, lo he tenido muy fácil. He conocido tu Evangelio y recibido tus enseñanzas cuando ya han sido comprendidas en su plenitud y explicadas por la Tradición y el Magisterio de la Iglesia. No me ha ofrecido excesiva dificultad entender tu pobreza, tu sacrificio y entrega por los débiles y necesitados como tu sometimiento a la Voluntad de Dios y como signo y prueba de su gran Amor, pues he tenido la gran suerte de que me lo explicasen debidamente.

Si embargo, en lo único de Ti que no se me había hablado de una manera expresa y fehaciente y en lo que, por lo tanto, mi lógica humana ha ido a su libre albedrío, he idealizado como idealizaron ellos y he caído en sus mismos errores. Nada nos dicen las Escrituras de cierto de cómo era tu parecido físico, Señor, sin embargo yo siempre te había otorgado belleza y atractivo, emparejándote en éste aspecto a la suficiencia y engreimiento de algunos y privando del consuelo de verse reflejados en Ti a cuantos se puedan sentir desafortunados y menospreciados por su físico.  Por eso Señor, si yo te he idealizado como guapo y bien parecido posiblemente también te hubiese idealizado como rico y afortunado y no hubiese creído en Ti. Gracias Señor por tu “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”, porque ahí estaba yo incluido. No solo por esto sino por muchas cosas más, tú lo sabes bien Señor.

Pero... ¡Qué estoy diciendo, Señor!  ¿Tú, feo? ¡Claro que no! En realidad los feos no existen. Todo es una invención humana, un producto de nuestros prejuicios. Nos empeñamos absurdamente en clasificarlo todo, de comparar y quedarnos con lo relativo en vez de buscar el valor absoluto y por si mismo de las cosas. Con esas falsas apreciaciones también medimos a las personas. Señor, ningún hombre ni mujer en el mundo son feos, pues cada uno con sus características individuales, con nuestras diferencias enriquecedoras del género humano, somos hijos de Dios y en Él tenemos nuestro origen. Somos una maravilla obrada por su amor, por eso mirado en sí mismo y en su dignidad de persona, nadie puede ser feo.

De todas formas, Señor, tú eres justo y no haces distinción de personas, tu inmenso amor nos acoge a todos: pobres, ricos y a cada uno de los que nuestra torpeza humana clasifica en guapos o feos. Porque, perdóname Señor, si me atrevo a decirte que no sería justo si Tú tuvieses una preferencia exclusiva por los pobres y los que se sienten desgraciados en algo y excluyeras por completo a los que podríamos calificar como afortunados; pues no elegimos las condiciones en las que nacemos y así, igual que nadie tiene la culpa de nacer “feo” o pobre, tampoco nadie tiene la culpa de nacer “guapo” o rico y por lo tanto no se le debe privar de tu Reino en razón de ello. Lo que sí importa y Tú nos valorarás es el uso que hagamos de todo lo que Dios nos ha dado. Por eso, la verdadera riqueza, la que Tú amas y aprecias es el amor que seamos capaces de atesorar en nuestros corazones y derramarlo en obras sobre nuestros semejantes. Y la verdadera belleza, aquella que nunca envejece ni el tiempo destruye es la belleza interior, la que se adorna con la simpatía, la sana alegría, la generosidad, el respeto a las personas, la honradez y honestidad, el amor al saber y al trabajo, la abnegación y capacidad de sacrificio y tantas otras cosas que son verdaderamente lo que tú nos viniste a enseñar.

Gracias Señor por todo ello.  Permíteme que siga viendo belleza en ti, pero que sea para que yo te ame cada vez más, así como también a mis semejantes, viéndote a ti en ello.

NOTA: La noticia a que hace referencia éste escrito, fue difundida por los principales medios de comunicación en los últimos días de Marzo del año 2001


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